Revista Axxón » «Charlas en el purgatorio», Enrique Á. González Cuevas - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

MÉXICO

 

I

 

—Busca a una puta.

La voz se desvanece como las luces de Navidad en un apagón. Su padre siempre le dijo: «nunca desobedezcas las voces, yo así gané la lotería». Toda la familia estaba llena de historias con voces que les decían qué hacer o a dónde ir, en las que al final encontraban algún tesoro, o si no, por lo menos tenían una nueva anécdota.

Víctor se levanta de la cama, va al baño de la habitación y mientras espera a que salga el agua caliente de la regadera alcanza a ver a Sandra buscando sus zapatos a un lado de la cama. Un segundo después ella desaparece y él simplemente se mete bajo el chorro de agua.

Su padre nunca le dijo qué hacer con las visiones.

 

 

II

 

El prostíbulo familiar se encuentra a unas cuantas calles. Los dueños del lugar recuerdan a su abuelo, su padre, sus tíos, e incluso la primera vez que él fue y le dieron un trato especial por ser amigo de la casa. Víctor entra y es complacido con las nuevas adquisiciones, pero no llega a disfrutarlo completamente. Al final sale con un rostro gris y con la intención de volver a encerrarse en su cuarto cuando otra voz lo llama.

—A mí también me dejaron insatisfecho—. Víctor se topa con una joven morena que no se molesta en ocultar su voz de hombre mientras le tiende un cigarro.

—¿Perdón?

—Las putas, yo salí casi al mismo tiempo que tú, y por tu cara creo que tampoco recibiste lo que querías.

Víctor acepta el cigarro.

—Las putas se asustan cuando me ven, creo que perciben en mí a una colega, pero yo no soy una puta —el travestí continúa la charla.

—No entiendo.

—Se te nota.

—Eres hombre ¿verdad?

—Sólo de nacimiento.

—Perdón, es que te ves bien, digo, realmente pareces una mujer.

—Gracias, con lo que he gastado en mi cuerpo no es para menos.

—Pero si eres gay, ¿por qué viniste a un prostíbulo donde sólo hay mujeres?

—¿Quién te dijo que era gay? Yo soy un travestí, pero me gustan las mujeres. Realmente me considero una lesbiana atrapada en el cuerpo de un hombre.

—¿Cómo?

—Así.

—¿Y por qué vienes con putas?

—¿Por qué va ser? Nadie quiere andar conmigo, las heterosexuales no me quieren porque tengo implantes y me visto así, y las otras lesbianas tampoco me quieren porque nací hombre. En realidad, sólo puedo pagar por sexo. Y tú, ¿por qué viniste?, pareces un chico guapo.

—Porque una voz me lo ordenó.

—¿Traes?

—¿Qué cosa?

—Eso que te metes, dame, no seas malo.

—Yo no me meto nada.

—¿Ni el dedo?

—Claro que no.

—Qué chido, yo tampoco, odio a los putos. Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Víctor, ¿y tú?

—Tú dime Dulce, aunque no lo sea.

 

 

III

 

—Date un tiro en la cabeza.

Esta vez la voz lo despierta. Víctor mira el arma sobre el buró y sin preguntarse cómo ha llegado ahí, mete el cañón en su boca y presiona el gatillo.

El arma no está cargada.

—¡Cabrón!, que sí estás loco —Dulce ríe mientras sale del armario de la habitación.

—¿Oíste la voz?

—¿Cuál pinche voz? Si yo te dije que te mataras a ver si siempre le hacías caso a tus alucines.

—Tú no entiendes.

—¿Qué cosa? ¿Que te patina el coco? Bueno, dime qué quieres desayunar.

—Lo que quieras.

—Entonces ya está, baja en quince minutos, y por favor vístete, ya tengo suficiente con ver mi pene al orinar como para estarte aguantando a ti en pelotas todos los días.

 

***

 

Al bajar, Víctor encuentra a Dulce y Sandra sentadas a la mesa, pero como siempre la segunda desaparece.

—Oye, Víctor…

—¿Qué pasó?

—Ya sé que no es asunto mío, que ya estás haciendo mucho por mí al dejarme vivir en tu casa y todo eso…

—No importa, la casa es muy grande y yo vivo solo. ¿Quieres dinero?

—No, bueno, sí, pero te quería decir otra cosa.

—¿Qué?

—Es que me preocupas, no sales, no trabajas, no tienes novia o amigos, y ni siquiera te vistes.

—No necesito hacer nada de eso, tú eres mi amigo, mi novia está muerta, y yo tengo suficiente dinero sin trabajar.

—Lo digo por salud mental, yo soy una persona honesta, pero me espantaría a mí mismo si alguien como yo fuera mi único amigo.

—¿Y qué quieres que haga?

—Sal conmigo, vamos a buscar mujeres, hay un antro que yo conozco y sé que tú sí consigues algo.

—No quiero.

—Ándale.

—No lo necesito.

—Sí lo necesitas, mejor échate a una tipa borracha que a una puta.

—Fui porque me dijo la voz.

—¿Entonces qué? ¿Necesita decírtelo una puta voz para que vayas conmigo?

—Ni así.

 

 

IV

 

Víctor y Dulce charlan acostados. Uno desnudo y la otra con bata de seda y tanga.

—Víctor…

—¿Sí?

—¿Has pensado cómo te gustaría morir?

—Me voy a suicidar.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque así morimos todos, mi papá, mi abuelo, mis tíos.

—Eso se llama tradición.

—Incluso sé dónde lo voy a hacer.

—¿Dónde?

—Aquí.

—¿Aquí se suicidaron todos?

—Sí.

—Si tú quisieras, podría ser diferente.

—¿Cómo?

—Podrías no suicidarte. Mi padre, mi abuelo y mis hermanos son dentistas, pero yo soy mujer. Tú puedes cambiar si quieres.

—No sé… ¿y tú? ¿Has pensado cómo vas a morir?

—Sí, será una noche en un camellón oscuro, un tipo o muchos me van a violar o simplemente me matarán a palos, me odiarán porque los excito, restregarán mi rostro sobre sus miembros y el pavimento, me pedirán que grite, pero te juro que no voy a gritar.

—¿Así quieres morir?

—Así espero morir.

—¿Pero cómo quisieras?

—En una cama, abrazado a una mujer antes de hacer el amor. No me importa si estamos vestidas. Será blanca pero con el pelo oscuro, delgada y con pocos senos, tendrá unos ojos cafés que brillen, y me dirá que es feliz por haberme conocido.

—¿Por qué quieres morir así?

—¿No te parece lindo?

—Hasta la cursilería, pero si yo viviera eso no querría morir.

—Por eso, porque es lo más lindo que me puedo imaginar quisiera acabar ahí mis días, todo lo que venga después sería declive. Es mejor acabar en el punto más alto y saber que nunca viviste para verte caer.

—Yo caí.

—¿Te refieres a Sandra?

—Sí.

—¿Ella también se mató?

—No importa, tu idea es muy bonita, desearía haber muerto entonces.

—Aún hay tiempo.

 

***

 

—Quiero hacer un trato contigo.

—…

—Prometo regalarte una pistola nueva para que te mates.

—¿A cambio de qué?

—De que salgas conmigo a pasear.

 

 

V

 

Víctor escucha una voz y sonríe. La voz cuenta lo que él, Dulce y Sandra hacen en ese momento.

 

 

VI

 

—Creo que deberíamos adoptar a un niño de la calle —Dulce señala con su cigarro a un pequeño que aspira cemento bajo un puente.

—No, tienen pulgas y tienden a escapar, mejor compremos una muñeca inflable, la podríamos llamar Andrea y sería nuestra dama de compañía.

—Podríamos tener los dos. Es más, dormirían juntos.

—No quiero niños de la calle, si quieres te compro uno con pedigrí.

—¿Se puede?

—Claro que sí, mi tía Ester es infértil, y se compró un hermoso niño rubio de Europa.

—¡Qué lindo! ¿Crees que sería buena madre?

—No lo sé, por lo regular no eres muy responsable.

—¡No es cierto!

—Claro que sí, mataste al quetzal que compramos.

—Pero no me podrás negar que sabía delicioso.

—Claro que no.

 

 

VII

 

—Víctor, ¿crees en el infierno?

—¿Por qué siempre comienzas tú las pláticas?

—Contéstame lo que te pregunté.

—¿Dónde estamos?

—¿Qué importa?

—Siempre estamos en algún lado. ¿Dónde estamos ahora?

—Sólo dime si crees en el infierno.

—¿Por qué nunca podemos tener una charla normal?, ¿o por lo menos una que no sea trillada?

—Maldito seas, Víctor. Contéstame.

—Sí, creo en el infierno.

—¿Y en el cielo?

—No, en eso no creo.

—Yo no creo en ninguno.

—¿Por qué?

—Porque el infierno es el peor lugar, y eso no puede existir, no importa qué tan mal estés, siempre puede haber un lugar peor.

—¿Y el cielo?

—Jamás habrá un lugar completamente feliz.

—¿Ni si existiera dios?

—Menos si dios existe.

—¿Por qué?

—Porque dios no es feliz.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque te tengo enfrente de mí.

 

 

VIII

 

—Nunca me has preguntado a qué me dedicaba antes de venir a vivir contigo.

—Supongo que ha sido porque no me interesa. Pero de todas formas puedes decírmelo.

—No. Así no tiene chiste.

—Anda. Yo sé que te mueres de ganas por contarme, sólo necesitas que te insista un poco y ya lo estoy haciendo, no tienes de qué quejarte.

—Bueno. Yo quería ser enfermera en el consultorio de mi familia pero como la mayoría de los clientes nos conocían desde siempre ni mi papá ni mis hermanos me dejaron, les daba pena, aunque todavía no tanta como para correrme. No hasta que el hijo del de la farmacia me trajo serenata y un ramo de flores de esas caras, de temporada, no recuerdo su nombre. Entonces sí que se armó el pedo porque su papá era bien machista y borracho y no tardó en meterle cinco plomazos por maricón. A mí me dio mucho gusto, el chavo estaba bien feo y me apenaba que la gente dijera que éramos novios, además metieron al señor a la cárcel y también me lo quité de encima, pues cada que me topaba a solas quería tocarme las nalgas. Después de eso tuve que dejar a mi papá y peregriné por las casas de mi abuela y de unas tías que me tenían tanto asco como yo a ellas, pero como éramos familia y a la familia se le apoya, pues se aguantaron. No como yo, que le traía muchas ganas a una prima y una buena noche nos emborrachamos hasta perder. Ya te imaginarás la que se armó cuando al otro día nos encontraron encamadas. Y otra vez a la calle, pero aún tenía a algunos conocidos que podían socorrerme.

—Se suponía que me ibas a contar a qué te dedicabas.

—Es verdad. Soy una distraída.

 

 

IX

 

Los dos amigos se rasuran el rostro en el baño mientras Sandra, sentada en la tasa, orina.

—¿La estás viendo?

—Sí.

—Pues salúdala de mi parte.

—De acuerdo.

 

 

X

 

—¿Cómo piensas que acabe esto?

—Con la palabra fin.

—No seas tonto.

—¿Cómo esperas entonces que acabe?

—Me gustaría que acabara con un chiste, algo que hiciera reír.

—No creo que hagamos reír.

—Yo tampoco.

—Tal vez Sandra sepa cómo acabarlo.

—¿Qué se siente querer a alguien y no tenerlo?

—Como si una mañana te levantaras y vieras que lo único que te queda, lo único que puedes recordar, son pequeñas charlas sin sentido que quizás ni siquiera tuviste.

—No creo que se sienta así.

—¿Por qué no?

—Porque eso siento yo todos los días, y no estoy enamorada.

—Entonces quita lo de las charlas.

—Entonces no queda nada.

—Exacto.

 

 

XI

 

Cuando Víctor y Dulce salen a pasear, Sandra camina desnuda por la casa e ignora a las voces que inútilmente hablan y hablan, pues ella nunca toma el recado.

 

 

XII

 

—…como que la muerte envuelve muy fuerte, y está muy pelón andar viviendo sin ella.

—¿A qué te refieres, Víctor?

—A nada en especial, solamente quería platicar.

—Para eso está el futbol y no la muerte.

—Es que yo no le voy a ningún equipo.

—¿Con quién hablas, Víctor?

—Con nadie en especial, solamente quería platicar. Dulce… ¿ya vamos a cenar?

 

 

XIII

 

Víctor ve a Dulce al lado de Sandra y recuerda cuando ésta le platicó del travestí que la peinaba en la estética de la colonia y de cómo lo corrieron porque acosaba a las clientas del lugar.

 

 

XIV

 


Ilustración: Pedro Belushi

Dulce escucha el disparo. Corre a la recámara principal y encuentra el cadáver de Víctor. Quiere abrazarlo pero de inmediato piensa en la policía, en las preguntas, en el arma que —ahora lo ve— estúpidamente compró a su nombre. Concluye que necesita huir.

—¡No me hagas esto! ¡No me hagas esto! ¿Dónde está el dinero, cabrón?

—Está en el último cajón.

—¡¿Quién dijo eso?!

—No lo dije yo.

 

 

Enrique Á. González Cuevas nació en la Ciudad de México, en 1986. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado en las revistas Punto en Línea y Asfáltica, así como en la «Antología Virtual de Minificción Mexicana» (en esta última con el nombre de Ángel Cuevas). Ganador del concurso de Ciencia Ficción y Fantasía “Todo puede Cambiar”, fue publicado en una antología con el mismo nombre, que corrió a cargo de la Brigada para Leer en Libertad.

Esta es su primera participación en la revista.


Este cuento se vincula temáticamente con FANTASMAS INCOMPRENDIDOS, de Jaime Palacios; MARIO Y EL GATO, de Carlos Almira Picazo y LOS LOCOS, de Daniel Avechuco Cabrera.


Axxón 223 – octubre de 2011

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Fantasía : Alucinaciones, visiones : Muerte : México : Mexicano).

3 Respuestas a “«Charlas en el purgatorio», Enrique Á. González Cuevas”
  1. ferruloso dice:

    Muy entretenido Enrique, te felicito!

  2. Neftanfetaminoso dice:

    Me gustó su cuento, señor, hay muchas cosas que no se dicen y que uno tiende a completarlas, como dijo Umberto Eco de que los textos son como máquinas perezosas que necesitan que el lector las complete. Las piezas que nos deja usted en su cuento son sórdidas pero muy estéticas, lo de las apariciones de Sandra es muy afortunado en ese sentido, y de que no tienes que describirla, uno mismo completa a Sandra, y al papá, al abuelo, de Víctor. Un saludo y muchas felicitaciones!

  3. El Mostro dice:

    Muy entretenido, gracias.

  4.  
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