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La fila se perdía en el vasto horizonte. Una extensa hilera de gente, alineada a un lado. Era necesario dejar un espacio para la «circulación», era de vital importancia que se acorralaran hacia la pared, para que dejaran pasar a la gente que estaba llegando a formar la fila y, se suponía, para que quienes salieran de la fila pudieran devolverse.
Ella no sabía si alguien había logrado llegar hasta el final, hacer su pedido e irse, devolverse por el espacio habilitado para la circulación y salir finalmente de la fila, olvidarse de la hilera humana y continuar con su vida, sin estar detrás ni delante de nadie, apiñándose en la pared, dejando espacio libre para el tránsito de los otros.
Había llegado hacía más de una hora. Hacía más de media hora había empezado a desesperar. Lo que más la desesperó al principio fue la resignada paciencia de quienes hacían la fila. Era un pelotón de siervos sumisos, se le vino a la cabeza; un pelotón de siervos sumisos esperando llegar al final de la fila para recibir un tiro en la cabeza y descansar. La idea le hizo reír, agachó la cabeza para ocultar su sonrisa; aunque nadie la vería, era preferible reír para ella sola que para los demás.
Quiso alejarse de la hilera por un momento, solo para comprobar en dónde acababa y también para saber hasta dónde iba. Volteó su cabeza para ver a la persona que la seguía pero volvió a su posición inicial al dar con la rigidez de un estricto joven que seguramente reprocharía su intención de moverse y, al mismo tiempo, tomaría su lugar, implacablemente, sin ninguna reserva, pues era su derecho, y el muchacho tenía la firme apariencia de alguien que no dejaría violar sus derechos por el simple desespero de una loca.
¿La fila se movía o no? A veces creía que avanzaba, porque daba pasos hacia adelante, pero al frente suyo nadie se movía, ni atrás. Estaban congelados en el espacio. Entonces pensaba que la fila no avanzaba, pero la distancia entre los de adelante se alargaba y la de atrás se acortaba. Estaban congelados en el tiempo. Cuando no sentía que era culpa de los otros la demora, pensaba que era su culpa el detener a los otros en esta fila. La gente seguía transitando, hacia una dirección, en el espacio asignado, y ellos seguían paralizados, en una fila inmóvil, tratando de encontrar un lugar cerca a la pared, en donde deberían permanecer.
Había hablado con el psicólogo. El problema no era del mundo, le había asegurado, con una risa de gilipollas y unos ojos de condescendencia. El mundo funcionaba, desde hacía muchos siglos, todo estaba bien, desde la aparición del hombre, la gente seguía viviendo, teniendo «su vida», trabajando, teniendo hijos, cayéndose, levantándose, riendo, danzando, sufriendo y jugando. Hasta que un día morían y el mundo seguía igual, funcionando de la misma forma, sin ninguna complicación. El mundo no desesperaba, no se debatía, seguía y seguiría sin las Grandes Tragedias que nos inventábamos.
Las palabras del psicólogo parecían ajustarse a la situación de la fila. La gente que esperaba su turno sencillamente esperaba sin perder la cabeza, la mayoría podía pensar que no había nada de malo en estar allí, que era normal; incluso algunos podían pasarla bien en estas circunstancias, le pareció escuchar a alguien reír estrepitosamente, otra mujer hablaba con alguien por el celular, indiferente, un muchacho se encontraba a gusto conectado a los audífonos. No había nada malo en el mundo, el problema era ella y su impaciencia, su intolerancia. El mundo seguiría su curso, ella no, se estaba enfermando, se amargaba demasiado pronto y no podía sentir gratitud en su corazón, cuando habían tantas cosas que agradecer, por ejemplo el hecho de estar viva, de ser capaz de estar al pie de una fila y no apartarse de ella.
La presencia del estricto joven le pesaba en la espalda. Ahora no podía dejar de sentir su mirada sobre su cuerpo. ¿Era un depravado? ¡Quién sabe qué cochinadas estaba pensando ese tipejo! Y tan cerca de ella, atrás. De pronto se sintió vulnerable. Podía atacarla. Sacar una navaja y clavársela en la espalda. O tal vez sacar la verga y clavársela por el culo. Cualquier cosa podía hacer ese extraño degenerado que clavaba su presencia en su parte posterior. Nadie acudiría en su auxilio, no podría correr, no debía apartarse de la fila porque la ley era tan estricta como el violador.
Estaban los aparatos. Podía alejarse psíquicamente del espacio de la fila por las posibilidades virtuales que le ofrecían los dispositivos tecnológicos. Observó su celular pero la desesperó ver la hora cuando lo que deseaba encontrar eran las llamadas perdidas. Revisó su correo, borró la basura y encontró que no había nada más en él. Tanta publicidad con los servicios anti-spam y no podían evitar que El Idiota siguiera arrojándole su dolor al Inbox. El problema es que ella tampoco lo había denunciado como spam. Era basura que le reconfortaba cuando se sentía olvidada.
La música la tenía hastiada. Había probado todo durante el día. Una dosis de electro para mantener la energía en la mañana la había agotado y hecho sentir la cabeza llena de mierda al final. Luego probó el metal pero el estruendo de guitarras y voces masculinas la arrojó hacia un mundo de maníacos que la golpeaban por placer. Intentó una tanda de rock emtivivesco de los 90 pero la llenó de una nostalgia repulsiva por una época que no la mereció. Finalmente, terminó la batería de su celular con algo de post punk y trip hop que le calmó los nervios pero que no le borró la náusea sonora. Ahora prefería prestar sus oídos al ritmo de la fila, alerta a cualquier indicio, esperando señales de movimiento.
La gente en tránsito bajaba como por la corriente de un río sucio. Ahí venía un perfil que podía ser Kelaía, pero se disolvía y se iban las risas de Kelaía en la noche. Rostros travestidos que cambiaban de identidades, de viejos conocidos a desconocidos absolutos. Lisanias parecía acercarse y detenerse justo al frente de ella, observarla con desaprobación y continuar, buscando su lugar en la fila. Pero si era Lisanias, y la había visto, ¿por qué no la había saludado? Sabía que no le simpatizaba a Lisanias, a ella tampoco le caía bien; pero si se había detenido en ella y la había mirado con tanta repugnancia, ¿por qué no le había dirigido la palabra? Ella habría saludado, por educación, porque la educación va antes que la repulsión. Pero si ella no lo había saludado primero era porque no estaba segura de que se tratara efectivamente de Lisanias. Se parecía a Lisanias, pero le resultaba extraño encontrarlo en este lugar, junto a la fila; quizás también Lisanias se sorprendió al verla haciendo esta fila y quiso detenerse para comprobar que efectivamente se trataba de ella; pero si solo estaba comprobando que era ella no se justificaba la cara de indignación, como tampoco se justificaba el que no la saludara. Lisanias no tenía excusa alguna para no saludarla, aunque sí para mirarla con rabia y tal vez con asco; y ella lo odiaría hasta el final de… la fila. Se le ocurrió pensar en el final de la fila como una metáfora, pero este pensamiento solo serviría como metáfora, pues cuando acabara la fila no pensaba dejar de odiarle.
La gente no bajaba ni subía, si iba hacia la derecha o la izquierda, hacía mucho que le resultaba indiferente. Sabía que adelante era el final, atrás el inicio. No era la primera ni la última de la fila, pero no estaba en el medio, solo en algún lugar, esperando que dieran en otro sitio la orden de avanzar, esperando los pasos de adelante, cuidando los pasos de atrás, manteniendo una distancia prudencial con el depravado y dejando espacio para el tránsito que siempre iba hacia atrás, sin poder ver a nadie que hubiera llegado hasta el final.
Algo se había detenido en el perfecto mecanismo del mundo. El mundo se había paralizado, el tiempo avanzaba y ella perdía su vida en medio de una fila interminable. Le faltaba agradecimiento, aceptación y resignación. Ella no podría contra el mundo. El mundo seguiría su rumbo, aunque ese rumbo significara detenerse, y ella se lastimaría por la descarga de unos sentimientos mal dirigidos hacia algo que no tenía arreglo. El funcional mundo le arrebataba la vida restándole tiempo a su experiencia.
Era el fin del mundo y estaba detenida en una fila interminable. Lisanias ni siquiera estaba en esta fila porque quisiera morir. Sentía lo mismo que cuando lloró por primera vez, agarrada de las patitas por un doctor: que había perdido el tiempo respirando. Aún no había visto al primero caer de la fila, pero sabía que llegaría el tiempo en que todos caerían. La vida estaba afuera de la hilera, pero quienes aún no se pegaban a la pared, la buscaban desesperados para ocupar su puesto en el desfiladero. Ella misma no se atrevía a escapar de esta interminable fila y, cuando quiso hacerlo, el joven depravado la agarró fuertemente de los brazos, como informándola de que no guardaría su puesto, lo perdería para siempre. Ella quiso empujarlo y escapar, pero nunca tuvo el arrojo de escapar y de ser tocada por él en otra experiencia que no fuera la de su mente que empezaba a colapsar. Ella quería hablar y romper el silencio:
Se está acabando el mundo y estamos aquí, parados, esperando, esperando a la nada. Yo también ansío mi turno. No es que me niegue a morir, pero me niego a hacerlo bajo estas circunstancias. Teóricamente yo no debería estar haciendo esta fila, no soy del tipo de personas que aceptan la muerte como un hecho de la vida, tal vez Lisanias pertenezca a esta fila, pero yo estoy más adelante que él, de pronto por eso no pudo reconocerme, aunque si lo hizo esto debió parecerle despreciable y por eso me observó con tanto odio, porque él nunca me imaginaría en esta posición y a mí el verlo reafirmó mi asco, precisamente por lo contrario, porque siempre lo creí capaz de hacer esta fila. Solo que no puedo saber si realmente se trataba de él, y dudo que él fuera capaz de reconocerme si me viera junto a esta hilera de miserables. A veces quisiera estar encerrada en una clínica, en la comodidad de un largo pasillo blanco, escuchando los pitos que llaman a las enfermeras y el amable susurro entre ellas, corriendo de arriba para abajo, con las pastillas, atendiendo gente al borde de la muerte o la locura. Es el fin del mundo y esta fila es el último lugar en el que quisiera estar para despedirme de esta crueldad. Jamás imaginé que el futuro fuera una inmensa fila de mendicantes que nunca tendría fin. Allá cayó un trueno, por acá un rayo, pero nadie quiere perder su lugar. Ahora empezarán a caer y no importará, los dispensadores seguirán repartiendo y unos avanzarán por encima de los cadáveres, pisándolos, para llegar al final de la fila, por los dispensarios, y cuando todo esto pase, si alguna vez pasa, lo que dudo que ocurra, creo que esto no tiene fin, que buscamos en vano, en fin, tal vez lo peor es que muchos vuelvan al inicio de la fila, a repetir el ciclo, dudo realmente que alguien quiera salirse definitivamente de esta fila, pero también empiezo a dudar si realmente alguna vez llegaremos al final de la fila, entonces la fila no tuvo un inicio, aunque no he estado acá más de dos horas y recuerdo haber llegado al inicio de la fila.
Luis Cermeño nació en Saravena (Colombia) en 1981, es escritor de fantasía y ciencia-ficción. Estudió Comunicación Social y Periodismo. En la actualidad está terminando la maestría en Comunicación. Obtuvo una beca (09/10) en el programa de residencias para el desarrollo de proyectos avanzados en tecnologías en Escuelab, Lima. En esta residencia creó la Plataforma Experimental Futurista Con-textos Alternos y el primer Concurso Escolar de Cuento Yo Soy el Robot, Lima 2010. Quedó en el primer lugar, en el concurso literario de videojuego GameOver 2011 organizado por Cinosargo, en Chile, por el cuento Té Vespertino, escrito junto a Felipe Escovar. Ha publicado los libros «Noches de Oriente» (Ed.Norma. Bogotá, 2009); «Álgebra Pyhare», Cermeño, Escovar (Felicita Cartonera. Asunción, 2010); «Tríptico de Verano y una mirla», Cermeño,Escovar, Marsella (Ed. EL Zahir. Bogotá, 2011). Es co-editor del Portal: Mil Inviernos.
Ha publicado en Axxón CIENCIA-FICCIÓN: UN GÉNERO DE LIBERTAD QUE ADMITE TODAS LAS TENDENCIAS (Entrevista con el escritor Antonio Mora Vélez, junto a Camilo Arias), y el ensayo CUANDO EL MAÑANA LLAMA A TU CASA.
Este cuento se vincula temáticamente con CALIBRE ETERNIDAD, de Guillermo Barrantes; UN DÍA EN EL INFIERNO, de Holly Day y CICLOS, de Eduardo J. Carletti.
Axxón 231 – junio de 2012
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico : Fantasia : Percepciones extrañas : Estados alterados de la mente : Colombia : Colombiano).
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Felicitaciones. Muy bien. Suerte y éxitos.
Muchas gracias por este relato. Esperaré, en la fila, por más, entre tanto, habrá ruidos y muchos desencantos. Salud