ARGENTINA |
El Hombre metió la mano en el bolsillo de su campera y sacó su llavero. Miró la foto de su hija de ocho años que tenÃa en él. La nena sonreÃa con una sonrisa eterna, inextinguible. El Hombre, entonces, levantó la vista y miró a su contrincante, El Diego, que permanecÃa sentado, indiferente a su mirada. Clavó los ojos en el revólver y deseó profundamente que la bala no saliera. Apretó la foto de su hija en el mismo instante en que El Diego apretaba el gatillo. El Hombre sintió alivio al oÃr el «clack» que evidenciaba que la bala no estaba en el compartimiento que le habÃa tocado a su oponente.
La persona que dirigÃa la competencia, que todos conocÃan como El Hacedor, intervino arrebatándole el arma a El Diego. Abrió el tambor del revólver y le mostró a la cámara que los filmaba el lugar en que habÃa estado la única bala. Ante la cámara giró el tambor y sin esperar a que se detuviese volvió a cerrar el arma.
Señoras y señores, como acaban de ver, El Diego falló en su intento de ganar esta partida. Recordemos a nuestra audiencia que El Diego y El Hombre están compitiendo por cien mil dólares. SÃ, señores, aquel que gane le dejará a la persona que él mismo elija la suma total de cien mil de los verdes. ¿Quién creen que será? ¿El Diego, que acaba de perder su primera y tal vez última oportunidad, o El Hombre, que puede llevarse los laureles en esta primera ronda? Si piensan que será El Diego, quien puede tener una nueva chance y ganar, envÃen un SMS al *54245# con la palabra ElDiego; si, por el contrario, creen que va a ganar El Hombre, envÃen un SMS con la palabra ElHombre al mismo número, el *54245#. Recuerden que el costo de participar es de cinco pesos y que hay importantes premios, entre ellos un departamento de dos ambientes y un auto cero kilómetro. Ahora bien…
El Hacedor se acercó a El Hombre y le puso el revólver en las manos, justo encima del llavero con la foto de su hija. El Hombre miró el arma y miró a El Hacedor. Se trataba de un hombre alto, vestido con un traje de color rojo, con camisa negra y corbata también roja, que usaba unos anteojos oscuros que le tapaban gran parte de la cara. El Hombre sintió un escalofrÃo al ver la sonrisa de El Hacedor; una sonrisa rÃgida, que dejaba ver una hilera de dientes blancos, ligeramente torcidos.
El Hombre agarró el arma con su mano derecha, apoyando su dedo Ãndice en el gatillo. Al verlo, El Hacedor se inclinó hacia él y le murmuró al oÃdo:
No hagás nada hasta que te dé la orden, tenemos que esperar a que entre la mayor cantidad de mensajes posible. Y acordate de cómo tenés que hacerlo…
El Hacedor se irguió y, sonriendo, se ubicó en uno de los rincones de la escenografÃa, detrás de El Diego. Desde ahÃ, escondido en el fondo de sus anteojos oscuros, parecÃa vigilarlo todo.
El Hombre miraba el arma que tenÃa en su mano derecha alternadamente con el llavero que tenÃa en la izquierda. Su hija sonreÃa, como siempre, con su sonrisa angelical y verdadera. Levantó la vista y miró a El Hacedor, quien también sonreÃa, como siempre, con su sonrisa rÃgida y ensayada. Ambas sonrisas, no obstante, compartÃan la eternidad.
Volvió a mirar la foto cuatro por cuatro. Todo era por ella, por su hija, por Milagros. No quedaba otro camino, el juicio que habÃan perdido los habÃa dejado en la calle. Trabajo no tenÃa, y si conseguÃa, ¿cómo iba a hacer para juntar la plata suficiente como para comprarse una casa? TardarÃa años. Tal vez toda una vida. Y no querÃa que su hija creciera en una de las secciones, con los chicos de su edad intoxicándose en las puertas de sus propias casas. Además, él tampoco podrÃa soportarlo, no tenÃa el carácter para hacerlo, las personas que vivÃan ahà se lo comerÃan crudo.
Levantó la vista. Desde su rincón, duro como una columna de mármol, El Hacedor sonreÃa. El Diego seguÃa sentado en su lugar, delante de él, con ambas manos entrelazadas sobre la mesa y con la vista clavada en ellas. ¿Quién sabÃa por lo que estaba pasando ese hombre? ¿Quién sabÃa si su historia no era todavÃa más terrible que la suya?
Escuchó que alguien vitoreaba a su derecha. «¡Aguante El Hombre!». Miró hacia allá y vio la cámara que lo filmaba y, detrás de ella, a toda la gente que habÃa ido a ver el programa en vivo. Él no podÃa entenderlos, nunca lo habÃa hecho. Cuando era un padre de familia normal, cuando era dueño de una editorial, es decir antes del juicio, siempre se quejaba del salvajismo de esos programas. «No entiendo por qué le gusta tanto a la gente solÃa decirle a Marta, su esposa. Se entretienen con personas desesperadas que están dispuestas a dar su vida por plata. Yo nunca verÃa un programa asÃ, y mucho menos les darÃa de comer mandándoles mensajes». Ahora veÃa la paradoja de su vida. No solo su mujer y su hija miraban el programa, sino que estaban ahà presentes, entre las personas de la tribuna; y él no solo contribuÃa con el show, sino que formaba parte de él.
Miró una vez más a El Hacedor. Éste, con su sonrisa grabada, asintió. Entonces El Hombre cambió el arma de mano y, levantándola, la puso sobre su sien izquierda. Si bien era derecho por contrato tenÃa que apoyarla ahÃ, ya que, en el caso de que ganase, la sangre debÃa salir despedida hacia el público, para asÃ, en el mejor de los casos, salpicarlos con ella. En su mano derecha sostenÃa ahora la foto de su hija. Trató de mirar de reojo a la tribuna, con el fin de verla, pero no pudo distinguirla entre la multitud. De todas maneras no hacÃa falta, la tenÃa con él, en su propia mano.
Volvió a mirar a El Diego, pero éste seguÃa rehuyendo su mirada. Más atrás, El Hacedor continuaba sonriendo. El Hombre cerró entonces los ojos y se dispuso a apretar el gatillo. Era curioso, se trataba de la primera vez que hacÃa algo asà y estaba realmente tranquilo. Su corazón latÃa con normalidad. Algo le decÃa que todo iba a salir bien, que ganarÃa esa competencia y que su mujer y su hija iban a poder vivir de su logro.
Apretó el gatillo. Por un instante se sintió confundido. Antes de ir al programa le habÃan dicho que, en el caso de que el arma se disparase, él no iba a notar nada. No le iba a doler, sino que iba a morir instantáneamente. Se habÃan equivocado. Era verdad, no le dolÃa, pero tampoco estaba muerto; lo que sÃ, el ruido se habÃa extinguido por completo.
Luego del disparo, El Hombre miró a su alrededor. Sin saber lo que hacÃa, se puso de pie. Tambaleándose, se acercó algunos pasos a la tribuna. Los espectadores, por lo que podÃa ver, estaban parados, aplaudiendo. Al tercer paso, pisó restos confusos de sangre y masa encefálica y se resbaló, cayendo al suelo. Levantó entonces la vista y, con satisfacción, vio lo que buscaba. Su mujer y su hija, su Marta y su Milagros, estaban ahÃ, mirándolo. Estaban sonriendo, abrazadas. El Hombre pudo ver la felicidad en sus caras y él también se sintió feliz. Ellas podrÃan volver a la normalidad y ya no tendrÃan que temerle al futuro. Él, El Hombre, habÃa vencido al futuro. Él, El Hombre, habÃa vencido.
Lucas Berruezo (Buenos Aires, 1982) es estudiante avanzado de la carrera de Letras de la UBA y escritor. Escribió los prólogos para las antologÃas de cuentos fantásticos y de horror Mundos en tinieblas (años 2008 y 2009), publicadas por Ediciones Galmort. Además, es codirector de la revista de literatura argentina contemporánea Sudor de tinta y gestiona el blog El lugar de lo fantástico, un espacio dedicado a la literatura y el cine fantásticos, pero en el que también se reflexiona sobre diversos temas teóricos, filosóficos y de actualidad.
Hemos publicado en Axxón DESDE LA CULPA.
Este cuento se vincula temáticamente con CALIBRE ETERNIDAD, de Guillermo Barrantes; REALITY, de Néstor DarÃo Figueiras y REALITY SHOW, de José Carlos Canalda.
Axxón 232 – julio de 2012
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Ciencia Ficción : Sociedad : Medios : Argentina : Argentino).
Me encanto! IncreÃblemente creÃble.
Espectacular! Me encanto
Piel de gallina. Muy bueno.
Esperemos no volver a la epoca de los coliseos.
Debo estar ovulando, pero se me humedecieron los ojos. Y conste que soy varón je, je!
Muy bueno.
Excelente! Gran clima!