«Los despojados», Enrique José Decarli
Agregado en 14 abril 2013 por dany in 241, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
«…y el placer se mezclaba con la tristeza de sentirme ausente,
tal vez para siempre, del mundo de verdad…»
J.C. Onetti.
Nadie bajó conmigo y nadie subió. El subte cerró las puertas y arrancó en dirección a Lavalle. TendrÃa que haberme sentado. Sacarme el zapato ahà mismo y revisarme el pie derecho. Un tirón fuerte acababa de morderme la planta y ahora subÃa por los tendones. Los andenes vacÃos, sin embargo, no sé por qué, me acobardaron. Los puestos de diarios cerrados. Las cajas contra incendio, deformadas por la penumbra.
El único sonido provenÃa (sinfÃn) desde más allá de una arcada. Salté sobre el pie izquierdo hasta la escalera mecánica y, simplemente, me dejé llevar.
En el pasillo me senté en el suelo. Descansé un rato contra la pared y quizás me adormecÃ. De pronto la estación habÃa enmudecido y alguien a mi derecha tosió como a propósito. Abrà los ojos. Era un linyera más o menos de mi edad. Me levanté de un salto, y desde esta nueva perspectiva, entendà por qué, de repente, tanto silencio. La escalera mecánica no funcionaba. Pero no es que se hubiera detenido. Ya no estaba. No estaba más. En su lugar habÃa un pozo.
El linyera levantó las cejas y sonrió. Abrió las manos y dijo:
La escalera mecánica.
Me llamó la atención porque pareció presentarse. HabÃa dicho «la escalera mecánica» como bien podrÃa haber dicho «Juan». Con la mano derecha señaló mi pie derecho:
Tenés una tachuela en el zapato.
Antes de que pudiera decir nada el pasillo se inundó de ruido a subte y el linyera me pidió que lo esperara.
Un minuto.
Ni loco, pensé. Tipos como ése infectarÃan la estación. Me hubiera ido volando, lo juro, si no fuera por lo que entonces ocurrió. Parado frente a mà y de espaldas al pozo. Sin dejar nunca de mirarme, el linyera levantó los brazos como un clavadista.
¡Oiga! le grité, qué hace… Cerró los ojos y saltó al vacÃo.
La estación volvió a llenarse del sonido sinfÃn. El pozo (milagrosamente) otra vez fue una escalera. La chica apareció de a poco. Primero la cabeza. Después el torso. Después las piernas y al fin los tacos. Pasó adelante mÃo como si nada y entró en el andén de 9 de julio. El ruido de los tacos, ahora que ya no podÃa verla, curiosamente se oÃa más nÃtido. Otra vez se habÃa detenido el sonido de la escalera, y a mi derecha el linyera estaba de vuelta. A espaldas del linyera, otra vez el pozo.
Último tren… dijo exhalando una especie de cansancio crónico. Yo me quedé mirándolo con la pregunta colgada en la cara.
Cómo hacés le pregunté.
Cómo hago para qué.
Para convertirte en la escalera.
Ah dijo él. Soy la escalera.
Me reÃ. Una mezcla de fascinación e incredulidad. Iba a preguntarle entonces cómo hacÃa para convertirse en hombre cuando él me preguntó si yo querÃa convertirme en algo en particular.
En millonario dije.
¿Y aparte…?
Aparte, en nada.
Volvà a sentarme en el piso y me saqué el zapato. Efectivamente: una tachuela habÃa perforado la suela, la media y también la planta del pie.
En una época (a los diez años, más o menos), quise ser jugador de la selección juvenil. De adolescente, gimnasta ruso. En la década de los veinte bajista de una banda de rock famosa. A los treinta, actor de cine. Pero más que nada en el mundo: alguna vez, y de alguna manera, siempre, quise ser Jedi. El linyera rió a carcajadas. En serio le dije, como Skywalker, con la espada láser. Cuando paró de reÃrse. Eso sÃ: jamás se me ocurrió ser escalera.
Bueno dijo él. No hay muchas y la mayorÃa están rotas. Si te interesa… Si querés… Yo podrÃa… Vos me entendés, ¿no?
La verdad, no lo entendÃa. Y mucho menos cuando bostezó y se desperezó y el saco se abrió a la mitad sobre un pecho curtido y engrasado. Rayado. Pisoteado tal cual los escalones de una escalera mecánica. Yo sabÃa que no soñaba porque la planta del pie derecho emitÃa constantes señales de dolor. La situación serÃa una locura, pero el linyera (la escalera o lo que fuere) era real.
Cómo se hace para ser escalera le pregunté.
Escalera o lo que quieras dijo él. La conversación parecÃa divertirlo.
Ya te dije: entonces, millonario.
Rió y sacudió la cabeza. Me miró bien a los ojos y, esta vez sÃ, sonó serio:
La idea es servir.
¿Servir…? ¿Servir a cambio de qué?
Frunció los labios como si esto lo hubiera intentado explicar miles de veces siempre sin resultados.
Vos, por ejemplo me dijo: qué hacés.
Soy abogado dije.
Y a quién servÃs.
No era la primera vez que no podÃa responder a esa pregunta.
Esto hago. Abrà la carpeta y sentado en mi lugar fui mostrándole: cédulas, oficios, demandas, mandamientos. El trabajo para la mañana siguiente.
Juicios dijo él. No recuerdo que hayas dicho que en alguna época quisiste…
No quise lo interrumpÃ.
Le pregunté si él habÃa nacido escalera y dijo que no. Era escalera por opción. Le pregunté qué habÃa sido antes de elegir ser escalera y dijo que no se acordaba:
Cada tanto, un fogonazo. Una sola imagen que se repite. Nada más. Porque mi vida, en realidad, empieza esa noche que, de casualidad: porque estas cosas pasan de casualidad puntualizó, conocà a los Despojados.
Pensé en la tachuela que acababa de reunirnos.
¿Los Despojados? dije.
Los Despojados repitió. Hizo una reverencia y la mÃmica de sacarse un sombrero. Venà me dijo. No tengas miedo.
Nos asomamos a la arcada por la que hacÃa un rato se habÃa ido la chica. No habÃa intuido mal. En los andenes ardÃan fogatas llenas de linyeras reunidos en una especie de olla popular.
Qué hay de raro en los andenes me preguntó.
Los linyeras dije. Él volvió a reÃr lleno de decepción.
Me disculpé, pero honestamente: no se me ocurrÃa ni podÃa ver más rareza que el ejército ése de linyeras. Entonces me pidió que volviera a mirar. Que por favor mirara bien. Que por un segundo me olvidara del mundo de arriba. Que mirara (asà dijo y me emocionó) con ojos de despojado. Juro que hice un esfuerzo para ver lo que él querÃa que viera, y una vez más, no pude ver nada que no fuera andenes. Dos andenes. Cuatro fogatas: una en cada punta de cada andén. Cuatro ollas gigantes. Muchos linyeras. Hombres y mujeres de cualquier edad que metÃan latas en las ollas y de ahà comÃan.
No sé le dije.
Los bancos dijo él.
Cuáles le pregunté.
Precisamente… Los puestos de diarios siguió. Las cajas contra incendio…
Era verdad. No estaban. Lo miré maravillado.
Bienvenido a los Despojados dijo.
A medida que nos acercamos a la primera fogata los linyeras dejaron de hablar y de reÃr. Las manos se detuvieron adentro de las latas o adentro de la olla. Las miradas pesadas puestas en mÃ; sólo las sombras parecÃan moverse con los temblores del fuego. Sólo el crujido de las llamas se oÃa; el compás irregular de mi único zapato puesto.
Respondo por él dijo la Escalera.
Algo es algo dijo un linyera señalando mi pie descalzo. ¿O no…? Los demás rieron. Las miradas se relajaron y, poco a poco, la escena empezó a moverse. Uno a uno los linyeras fueron acercándose y presentándose. Los bancos. Los puestos de diarios. Las cajas contra incendio me dieron la mano en una larga fila ordenada.
La Escalera Mecánica me presentó en la fogata armada en la otra punta del andén. Después cruzamos las vÃas (cosa que siempre quise hacer y nunca, hasta entonces habÃa hecho); me presentó en las dos fogatas del andén a Catedral.
Respondo por él decÃa.
No sé de qué ni por qué, la Escalera tenÃa que responder por mÃ. Pero escucharlo me hacÃa bien, y al parecer era clave para ser aceptado. En las otras fogatas conocà durmientes, barandas, ventiladores. Y ahora que lo sabÃa. Lo sabÃa o lo creÃa o elegÃa creerlo, no sé. Ahora, digamos, que algo de eso se movÃa en mÃ, en la fisonomÃa de cada linyera podÃa descubrir uno o dos rasgos de esos objetos.
La noche corrÃa y yo, invitado entre los Despojados, asistÃa a una suerte de interna, un espectáculo que montarÃan en mi honor. A la Escalera Mecánica, por ejemplo, le echaban en cara los beneficios de ser escalera. Entre otras cosas: conocer todas las bombachas del subte.
Porque cosa muy distinta es ser uno dijo una caja contra incendio. Que para entrar en acción hay que esperar (y Dios no lo permita) a que se prenda fuego la estación.
Miren… decÃa la Escalera. A esta altura, lo mÃo es un apostolado. Y ojo… Hay bombachas y bombachas, eh.
Sentados en semicÃrculo alrededor de la fogata me acordé de un juego de mis épocas de Jedi. OcurrÃa antes de dormirme. De repente, en algún departamento del edificio se encendÃa ruido a muebles y mi aliada incondicional, La Fuerza, me permitÃa ver dónde, exactamente en qué departamento se corrÃan los muebles. En qué ambiente del departamento. Qué muebles eran y quién o quiénes los movÃan. Yo podÃa ver el mundo de cañerÃas oculto tras las paredes. Un entramado que crecÃa y se hundÃa piso a piso y recibÃa de afluente las cañerÃas que salÃan de otros departamentos. El caño maestro enterrado en los cimientos recorrÃa los patios en busca del desagüe. Se unÃa a los caños maestros de otros edificios y juntos, fundidos en un solo caño más grande, ganaban las veredas, las calles y las avenidas para alejarse del barrio en busca del rÃo. En esa época yo creÃa en las canaletas y en las rajaduras. En el óxido que bajo tierra estarÃa avanzando sobre hierros hundidos y olvidados; cosas que entonces intuÃa vivas, más allá de mi conocimiento y mi control. Porque podrÃan ser planificadas y construidas, estudiadas y explicadas, pero puestas a vivir, se olvidaban y transformaban.
Enfrente mÃo, ahora: desdentados y zaparrastrosos. Con pelos como lanas y pieles como cueros. Oxidados pero vivos (mucho más vivos que yo). Serviciales y secretos. Y sobre todo, felices, reÃan los Despojados.
Mecánicamente busqué el reloj en los letreros luminosos. No estaban, claro. O sÃ: jugando a las cartas en otras fogatas. O a la escondida en los túneles. O haciendo percusión con las latas y las ollas. O alimentando el fuego.
Metà la mano en un bolsillo interno del saco y miré la hora en el celular. No tenÃa señal. Sentà que el tiempo se habÃa detenido pero fue sólo eso: una sensación.
Cinco menos cuarto dije. Al dÃa siguiente debÃa estar temprano en tribunales. TendrÃa que ir yendo.
Te acompaño dijo la Escalera.
¿Ustedes no van a dormir?
¿Dormir…? dijo un banco y todos rieron. Dormir, duerme la gente importante.
Claro…
La ecuación se resolvÃa simple. A punto de irme creÃa entenderla. De dÃa nos daban una mano. Trataban de hacernos las cosas un poco más fáciles. A cambio de qué. A cambio de nada. A cambio de la noche. La noche era toda de ellos y la aprovechaban de punta a punta.
Pero… Algo no tan simple seguÃa sin cerrarme. Si de dÃa trabajan del primero al último subte. Si a la noche se quedan en la estación. Cuándo ven a la familia les pregunté. A los amigos…
Entonces no rieron. Me miraron serios y la imagen volvió a detenerse. Me di vuelta para comprobarlo porque lo presentÃ. Como si desde las otras fogatas hubieran escuchado mi pregunta y mi pregunta fuera una pregunta prohibida, la estación estaba llena de sombras cabizbajas. A algunos (aunque de esto no estoy muy seguro) se les llenaron los ojos de lágrimas.
Bueno… dijo la Escalera, buscando las palabras. Era la primera vez que lo veÃa dudar. Digamos que, cada tanto, tenemos un dÃa de suerte.
Ver pasar a un familiar. Ver pasar a algún amigo por la estación; quizá servirle, por dos minutos: la miserable suerte de esos tipos. La Escalera habÃa llevado a su mamá, años después de no verla, del andén de Diagonal Norte al pasillo de 9 de julio: el mismo tramo que me habÃa llevado a mÃ.
Diez metros de suerte le dije.
Derrotada dijo él. Asà la habÃa percibido. Pero lo que más le dolió: …fue descubrirle la bombacha y los zapatos rotos.
Me quedé mirándolos uno a uno, ahora parados a mi alrededor.
Están locos les dije. Y juro que hubiera querido saber la identidad de cada uno de ellos para ir casa por casa y dar la buena noticia de que vivÃan. Estaban locos (locos de remate) pero vivos, y la verdad, vivÃan mucho mejor que nosotros. Me imaginé golpeando las manos en la puerta de calle de esa mujer derrotada de bombacha y zapatos rotos diciéndole que su hijo el desaparecido era una escalera mecánica en la estación Diagonal Norte del subte C. Me hubieran sacado a las piñas y ahora sà resolvÃa la ecuación. Era imposible traicionar el secreto.
Están locos repetÃ.
Entonces debajo de una arcada apareció una chica. La chica del principio, la de los tacos.
En diez, salimos gritó.
Los Despojados, uno a uno, fueron dándome la mano.
Cuando quieras decÃan. Y en los ojos de cada uno de ellos. En las miradas abismales que se abrÃan yo veÃa el entramado secreto de las cañerÃas de mis sueños. Sentà que les debÃa algo invaluable y tuve el impulso reprimido de pedirles disculpas no sé muy bien de qué. Si siempre me habÃa sentido vacÃo, ellos, de alguna manera, eran la explicación inentendible. Ahà estaban, apagando las fogatas. Barriendo el piso. Escondiendo las ollas y las latas en el hueco bajo las plataformas. Después, en silencio, se distribuyeron por la estación. Los andenes, poco a poco, fueron transformándose en los andenes que me llevan y traen, a diario, del trabajo a casa.
¿Vamos…? me dijo la Escalera.
Caminamos hasta el pozo y en el camino le pregunté por la chica de los tacos.
La última incorporación dijo. Un cesto de basura en Diagonal.
¿Andén?
Trenes a Retiro.
Ahà habÃa bajado. Ahà habÃa empezado todo.
Nunca la vi le dije. Bah… La debo haber visto, pero… Es muy linda. La Escalera rió y me preguntó si habÃa pensado algo. Le contesté que sÃ. Que ya me olvidaba el zapato y la carpeta.
SeguÃan en el mismo lugar. En el pasillo, a metros de la arcada.
Si querés sumarte, digo. A los Despojados.
¿Por qué a m�
Se encogió de hombros y levantó las cejas.
Bueno… Porque estas cosas pasan de casualidad.
Gracias pero no… No puedo. No podrÃa. Hay cosas… Recuerdos…
Cuántos.
Muchos, supongo.
Cuántos que valgan la pena.
No sé.
Porque yo tengo uno dijo. Sólo uno. Vacaciones de invierno. Mi mamá junta el dinero para dos boletos ida y vuelta a Constitución. Llegamos a la terminal. Ella se sienta en un banco del hall. Seis años tendré. Corro toda la tarde entre la gente. Grito, subo, bajo… Soy feliz. Feliz, jugando en las escaleras mecánicas.
Yo también tengo un recuerdo de esa edad le dije. También en vacaciones de invierno. Por primera vez entro a un cine con mi mamá. La butaca es comodÃsima. Por primera vez no me duermo viendo una pelÃcula. Por primera vez, el bien y el mal se enfrentan en mi vida, ahà empieza mi vida. Luke Skywalker vence a Darth Vader. Un nuevo Jedi llega a la galaxia.
Me abrazó y dijo que entendÃa. Y algo más:
Que la fuerza te acompañe dijo. Y se zambulló en el pozo.
Enrique José Decarli nació en Buenos Aires en 1973. Es abogado y músico. Publicó Desde la habitación del sur (Libresa 2009), finalista del Concurso de Literatura Juvenil Libresa 2008. En 2010 el Ministerio de Educación, en el marco del Plan Nacional de Lectura, lo recomendó para la Escuela Media. Desde 2008 dicta talleres de lectura y narrativa en la Municipalidad de Almirante Brown y en instituciones privadas.
AsÃ, con este cuento, se presenta en Axxón.
Este cuento se vincula temáticamente con EL ENIGMA DEL BAR DE LOS VIEJOS Y LOS GATOS, de Cristian J. Caravello; UNA MUERTE EN CASA, de Pé de J. Pauner; ENTRE LA BASURA, de Julio Meza DÃaz; LOS EXISTENTES, de MatÃas D’Angelo y RECUERDOS EN AZUL, de Antonieta Castro Madero.
Axxón 241 – abril de 2013
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: FantasÃa: Sociedad: Metamorfosis: Argentina: Argentino).
Una joyita, Decarli. Muy bien escrito y con una atmósfera «aniñada» y fresca que me encantó. Mis felicitaciones. Bienvenido a Axxón. Espero leer más cuentos tuyos.
Gracias Ricardo. Ojalá, pronto, podamos publicar algo más en la revista. Me encantó la ilustración. Un abrazo grande.
¡Muy bueno, Decarli! FELICITACIONES.
Hola Enrique tu cuento me pareció que transmite mucha intensidad y magia; lográs construir una atmósfera entrañable, te felicito!. Espero tener la posibilidad de leer tus narraciones en el futuro!
Eduardo, Javier: muchas gracias. Un abrazo para los dos.
Relatazo de este tipo tan desconocido.
Después de leer este cuento, buscando y buscando en la WEB, encontré algunas otras joyitas de él. No se las pierdan: «Como el rayo» y «Algo más importante que instantes o tropiezos».
Grande Decarli. Grande Axxón. Siempre descubriendo talentos ocultos.
Enrique:Mientras leÃa Los despojados YO estaba en ese subte.El.clima me llevó a ver nÃtidamente los andenes ,a los otros despojados …Entendà que tu relato me habÃa llevado,sin darme cuenta,a mis propias experiencias en ese ambiente soterrado de los bajo tierra.GRACIAS!Vicky