«La máquina de sangre», Jack H. Vaughanf
Agregado en 18 mayo 2014 por dany in 254, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
El grito hizo que se le volcara el café. Estuvo un momento en silencio antes de volverlo a escuchar. Era un chirrido igual de terrible que su significado; una gárgara que hacÃa pensar en la desesperación de un mamÃfero atrapado por una dolorosa agonÃa. La resonancia se esparcÃa en oleadas por toda la casa, con una potencia sobrenatural debido a los ecos metálicos que generaba su hambriento pedido.
Se levantó del asiento sosteniendo el cuchillo que siempre usaba para la ocasión, y caminó hacia la habitación siguiendo el rastro del llamado. Cuando llegó al umbral, contempló la figura que comenzaba a asomarse por el hueco del suelo. Con la movilidad de un animal nervioso y descerebrado, aunque con una envoltura sólida que solo el metal dúctil puede brindar, ascendió demandante de la oscuridad del agujero, como si se tratara de una planta que crecÃa aceleradamente a la luz tenue de la habitación. En la cúspide del tallo metálico se erguÃa el enorme embudo de cuyo interior provenÃan los estruendosos sonidos, que por momentos bajaban sus decibeles para luego volver a retumbar con más Ãmpetu.
Empuñó el cuchillo con más fuerza y se acercó a la criatura que se retorcÃa en el aire. Extendió una mano por encima de la boca del embudo y, tras hundir el cuchillo sobre su palma, exprimió los chorros de sangre que cayeron dentro de la oscura rendija. La criatura se arrimó aún más a la fuente del alimento y comenzó a engullir con éxtasis voraz las oleadas del lÃquido que ingresaba y descendÃa por el tallo plateado hacia lo más profundo de la madriguera. Una vez saciada, regresó bruscamente por donde habÃa venido, como si una fuerza la sorbiese desde el interior de la tierra.
Dejó caer el cuchillo y le temblaron las piernas. Tuvo que apoyarse en la pared para no desfallecer. Estaba llegando a sus lÃmites. No podrÃa ofrecerle ni una sola gota más la próxima vez que se presentase, sin acabar dando su vida. Tampoco podÃa huir muy lejos, pues no tenÃa las fuerzas para moverse; y aunque lo intentase, serÃa encontrado por la criatura que ya habÃa adquirido el poder de desplazarse hasta donde quisiera. No era la voluntad lo que movÃa a ese ser mecánico, si podÃa llamarle ser a la cosa que habÃa terminado con toda la vida en la tierra, a excepción de él.
Se quitó la remera con dificultad y la presionó sobre la herida que se habÃa infligido. Lo único que podÃa hacer ahora era quedarse encerrado en su casa, cerca del hueco por donde la máquina solÃa aparecer y esperar una nueva visita. Una ofrenda más de su sangre le causarÃa el desmayo y la muerte. Se preguntó qué sucederÃa después, pues no se conocÃa la existencia de otro ser humano en la tierra que pudiera continuar alimentando el apetito incansable de la máquina de sangre.
Le hubiese gustado regresar a la cocina y servirse otro café, pero carecÃa de las fuerzas necesarias. El mareo a duras penas le permitÃa estar de pie, y probablemente ya habÃa agotado todos los granos de la última provisión. Bajó la vista y contempló los múltiples cortes de su palma: su mano no era más que una desgajada fruta putrefacta, con las falanges colgando, con las lÃneas naturales abiertas y vaciadas de contenido.
Cerró los ojos y se vio a sà mismo de muy joven preguntándole a los mayores por qué debÃan lastimar sus manos para alimentar a aquella máquina.
«Asà fue siempre».
Pero ninguno sabÃa la naturaleza real de la máquina de sangre, y tampoco estaban interesados en averiguarla. Jamás creyó que el mundo fuera asà desde los inicios debido a las historias que escuchaba acerca del pasado, aunque todas diferÃan un poco entre ellas: no estaba claro si la función primera de la máquina habÃa sido la comunicación, o si se habÃa tratado de una fuente de energÃa que mantenÃa el mundo en constante movimiento. Sus primeras versiones se limitaban a fabricar en serie los objetos necesarios para mantener la existencia humana, y la versión que hoy demandaba su sangre con tanta voracidad no era como la primera, no en esencia. SabÃa, o sospechaba, que desde su creación la máquina no habÃa conservado siempre las mismas formas. Según habÃa leÃdo, la primera estructura no era muy diferente a un motor más grande de lo común, y la habÃan enterrado en algún lugar cercano a la Antártida, aunque nunca supo el porqué. Supuso que algún beneficio le habÃa traÃdo a la humanidad durante las épocas iniciales, y alguna fatalidad la habÃa hecho mutar. No pasó mucho tiempo para que comenzara a surcar los continentes y adquiriera las pulsiones básicas de todo ser vivo. Jamás se supo si habÃa algún tipo inteligencia tras sus movimientos, o si la mera expansión desmedida constituÃa su objetivo primordial. La sangre la hacÃa crecer más y más, y era como el combustible para todo motor.
La población comenzó a reducirse sobre la superficie terrestre a la par del crecimiento exponencial de la máquina. No sabÃa si habÃan existido intentos para detener el drenaje, aunque de existir, sus resultados eran más que evidentes. Él habÃa nacido en la última época, la más desinformada de la historia, y se encontraba a una vasta distancia de los orÃgenes del problema que los seres del hoy habÃan heredado del ayer.
HabÃa comenzado por demandar su sangre una vez por semana, cuando lo normal hubiera sido una ración por mes. Y luego comenzó a exigÃrselo a diario, sin darle tiempo a recuperarse de las últimas sangrÃas. Fue entonces cuando supo que los hombres estaban desapareciendo de la faz de la tierra. La máquina ya no tenÃa las cantidades suficientes para saciar su sed y los pocos que quedaban debÃan cubrir con sus propias venas la sangre de los corazones que habÃan dejado de latir. La última vez que salió a la calle no pudo encontrar rastros de vida, las comunicaciones eran nulas, ningún aparato electrónico recibÃa señal. Lo último que habÃa escuchado por la radio fue una serie de oraciones que esperaban llegar a todas las almas necesitadas de alivio. Al final de estas transmisiones, una voz pedÃa que nadie dejara de ofrecer el sacrificio de sangre, pues la insatisfacción de la máquina podÃa perjudicar a quienes seguÃan luchando para vivir. Él, solo e impotente, creÃa oÃrlas mientras un tiempo acelerado consumÃa sus fuerzas y le devoraba sus esperanzas.
Nadie le dijo nunca qué podÃa ocurrir si le negaban el pedido a la máquina de sangre. Pero siempre estuvo claro que se cuidaban de algo más terrible que un corte en la mano.
Se preguntó si la criatura ya sabrÃa que aquellos eran los últimos reservorios que le quedaban, y si previsoramente estarÃa disfrutando del último manjar, devorándolo en pequeñas porciones.
Cerró la mano que tenÃa deshecha por los cortes, tomó el cuchillo del suelo y se arrimó nuevamente al hueco. Desde hacÃa tiempo todo hogar tenÃa un agujero en alguna habitación, era algo tan común como tener instalaciones en un baño. Se dejó caer enfrente del hueco, inclinó la cabeza hacia la oscura profundidad: un abismo hacia ninguna parte, un abismo donde la luz no se atrevÃa a ingresar
Se empapó de sudor. La falta de oxÃgeno lo mareó y esperó inmóvil por su recuperación. Comenzó a notar una seguidilla de sonidos que provenÃan de la oscuridad, el suelo tembló, el calor de un potente respiro ascendió y un aliento sofocante lo obligó a echarse para atrás. Después de un silencio, oyó el horrible chillido creciendo en volumen hasta que invadió la habitación con su ensordecedor grito metálico. Desde la oscuridad apareció un destello plateado, y la figura alargada se irguió como una cobra, agitándose con su infernal sonido. Ladeó su embudo hacia el último bocado que tenÃa enfrente.
Se incorporó involuntariamente, impulsado por el pavor que le ocasionaban esos gritos. Como un reflejo, apoyó el filo del cuchillo sobre su muñeca y comenzó a trazar el arco más profundo del que era capaz con las pocas fuerzas que le quedaban, suficientes como para desconectar varias venas que afloraron derramando la sangre. La extendió en el aire, pero en vez de acercarse, decidió retroceder unos pasos, alejándose del embudo que habÃa arrimado su boca para recibir el suculento manjar. Sus fuerzas todavÃa le permitieron retroceder un paso más, mientras su vida empapaba el suelo de color rojo, formando un charco inalcanzable para aquella boca que todo lo tragaba, y cuya longitud no alcanzaba a atrapar gota alguna pese a sus intentos por tomarla.
Si aquella bestia lo deseaba, tendrÃa que venir a buscar sus últimas gotas de sangre. Cayó rendido, de espaldas, con la sensación de ser inalcanzable. Presionó su remera en la herida para detener la hemorragia. La criatura que se agitaba enfrente de él intentaba alargarse, se tensaba como un hilo de metal profiriendo gritos y escupiendo un caluroso aliento de impotencia y furia.
Las venas se le vaciaban, pero mantuvo la vista firme, pues temÃa no llegar a presenciar la tan esperada tragedia.
Los ojos comenzaron a pesarle mientras contemplaba el oscuro interior de la boca que intentaba acercase al lÃquido que manaba de sus venas. Entonces el embudo descendió al suelo con suavidad y los gritos callaron súbitamente. Desde la oscuridad se perfiló una siniestra figura, alargada y con rostro humano. La vio asomarse y convertirse en una imagen borrosa. Un rostro de carne rojiza empujaba los bordes desde el interior del embudo, lo hacÃa desesperadamente con ayuda de una serie de zancas en fila que usó para escapar de la abertura. Irrumpió y aterrizó en el suelo como un ciempiés brilloso de humedad. Se desplazó ligeramente hasta llegar a los charcos de sangre y hundió el rostro en ella para sorberla con voracidad.
Jack H. Vaughanf nació en Buenos Aires en 1993. Es estudiante de PsicologÃa en la Universidad de Buenos Aires. Desde muy joven le gusta escribir, principalmente poesÃa, cuentos cortos y guiones.
Esta es su primera obra publicada en Axxón.
Este cuento se vincula temáticamente con LA BESTIA Y LOS TRES CERDITOS, de Cristian Acevedo; BICHARRACO, de Ignacio Román González y SUPERVIVENCIA, de Jorge Pradella.
Axxón 254 – mayo de 2014
Cuento de autor latinoamericano (Cuento: Fantástico : Terror : Seres fantásticos : Supervivencia : Argentina : Argentino).