Revista Axxón » «Serafina», Ricardo Giraldez - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

 

«All characters appearing in this work are fictitious.
Any resemblance to real persons, living or dead, is purely coincidental
—tragically coincidental»

 

 


Ilustración: Laura Paggi + Tut

Hacía días que vivía bajo el efecto de un intenso nerviosismo. No era para menos. Desde que tengo uso de razón, y la memoria me asiste, yo no recuerdo haber alimentado mayor anhelo y ambición que conocer a esa heroína de nuestra era; a ese modelo y referente para todo el género humano: la muy bella, muy admirada y más que valerosa Serafina. ¿Quién no ha soñado con esto mismo alguna vez? ¿Existe acaso ser más representativo por su lucha pasada, presente y seguramente futura de los ideales modernos?

Yo era un niño cuando mi madre me habló emocionada, con lágrimas en los ojos, de esa primera intervención quirúrgica suya que jalonó en un antes y un después el devenir de la humanidad: aquella memorable doble mastectomía, sí, que le practicaran a la bella Serafina, cuando no era sino una simple jovencita, para reducir su enorme propensión genética a contraer el cáncer. Y desde entonces, hasta la fecha, ¡cuántas operaciones no siguieron a esa! ¿Quién no las recuerda? ¿Quién no es capaz de enumerarlas una por una? ¿Quién, de entre nosotros, no las ha seguido con ansiedad, con febril ansiedad, a través de la amplia cobertura de que fueron objeto cada vez por la prensa mundial? ¡Ah, cómo olvidarlas! ¡Cómo no recordar, por ejemplo, y acaso de modo muy singular, aquella maravillosa extracción de ovarios que puso a Serafina en lo más alto de la admiración general! ¡Qué momento memorable! Muchos creyeron por entonces que la cosa terminaría allí; que Serafina se daría por satisfecha luego de aquella crucial intervención preventiva. Pero estaban tan equivocados… No alcanzaban a comprender el noble corazón de nuestra heroína ni el sentir de nuestros tiempos… Su lucha, y que es hoy ya la de todos (a qué negarlo) contra su propensión genética a desarrollar cáncer, no sólo no culminaría entonces, sino que la suya sería una lucha de prevención larga y sin cuartel hecha a la medida de su valor y su temple. Así siguieron las no menos exitosas extracciones de páncreas, de vesícula, de riñón, de colon, de hígado, de pulmón, de estómago y más, sí, mucho más, con las que Serafina supo adelantarse y burlar, cada vez, el desarrollo de ese ogro, ese ominoso mal que amenaza nuestras frágiles existencias. Todos la vimos salir airosa siempre; todos la vimos salir indemne y con la frente en alto, hasta culminar en aquella, la más bella, admirable y envidiable intervención de todas; su mayor victoria, su mejor pelea: la extracción de su inigualable, bien formado y extraordinario cerebro. ¡Y todo por prevención, nomás! ¡Por una remota, remotísima posibilidad de desarrollar el cáncer! ¡Qué hito! Dudo mucho que algún lector pueda disentir conmigo cuando afirmo que se trata del mayor hito de nuestra era; el punto crucial que hace que ninguna época pretérita pueda valer nada en comparación con la nuestra.

Y ahora, en el preciso momento del cual hablo, el momento más trascendental en mi vida profesional, yo estaba allí, a pasos de conocer a mi mayor ídolo. Ni tengo que precisarmi excitación y nerviosismo apenas tomar conocimiento, días aprioris, de que había sido seleccionado entre miles y miles de postulantes, para tratar y participar del diagnóstico de la bella Serafina en forma permanente. Yo, que apenas culminados mis primeros estudios, abracé con ferviente ardor, seriedad y devoción la nobilísima carrera de medicina, imbuido de ese exclusivísimo sueño. Yo, sí, que a lo largo de toda mi vida no había alimentado sino una única meta a realizar: unir mis fuerzas y mi saber a la lucha preventiva librada por Serafina en contra del desarrollo del cáncer.

Como todos saben, y por motivos más que obvios, Serafina vive desde hace años retirada en su fastuosa mansión de Beverly Hills (ya que antes de que llegara a ser quien es actualmente, Serafina fue, y ocioso es recordarlo, un ícono de la pantalla grande, una figura estelar de Hollywood, precisamente hasta que le extirparan sus incomparables, arrulladoras y cantarinas cuerdas vocales); en esa mansión, digo, convertida hoy ya en una suerte de santuario oncológico, en una burbuja aséptica donde se observan los más estrictos controles de esterilidad, es donde ella vegeta rodeada y asistida por el personal más eminente dentro del campo de la medicina mundial. El edificio, de un estilo barroco español, es imponente en sus líneas, y sus amplias galerías coloniales, con arcadas de medio punto y pavimento de mármol, son vastas y muy pintorescas. Fue a través de ellas que fui conducido calladamente por el personal de seguridad, en aquella mi primera vez en el palacio, luego de superar los controles de rigor, hasta los aposentos inmaculados donde en estado vegetativo vive y dormita la muy bella y valerosa Serafina, triunfadora del cáncer, heroína de cuento de hadas ante la cual nada son la princesa Aurora, la pequeña Melusina o la hacendosa Cenicienta (no, cuando menos, para la edad moderna), pues ella fue la primera entre todas en haber tomado en sus manos el control sobre el destino de su salud.

Mi visita, cual llevo dicho, era un privilegio ganado merced a mi mucho estudio, esfuerzo y largos años de sacrificio. Mucho había tenido que dar de mí para alcanzar el renombre mundial que me valiera entrar entre los postulantes con opción a formar parte del eminente equipo médico que asistía, desde hacía décadas, a Serafina. Y aún así sólo unos pocos, entre los ya escasos acreditados para pretender tal honor, habíamos resultado elegidos. No caía de la emoción desde que recibiera la maravillosa noticia, y a pasos tan sólo de mi heroína, de mi ideal humano, de ese ser que desde niño había forjado mi carácter y mi elección de vida, creía que me faltaba el aire para seguir avanzando.

Pero al ingresar a su recámara y tener ante mis ojos a aquel ídolo soñado de mi infancia, a aquella musa de mi destino, el corazón casi me da un vuelco y a poco estuve del desmayo. Yo, que llegaba allí precisamente para asistirla y que casi me desvanezco sobre sus brazos… ¡Ah! ¡Cuán bella se me figuró Serafina! Superior a cualquier fantasía e ilusión romántica. ¡Cuán irreal, sí, e inalcanzable se mostraba dormida dentro de su sarcófago de cristal, resplandeciente como una diadema, en ese sueño mudo y sin conciencia! Semejaba una diosa imposible, imperturbable, quimérica ante cuya visión nada parecía real. Era una diosa, sí. Una diosa que desde hacía años vivía sumida en un sueño de asepsia, profundo y genial, al amparo de gérmenes, bacterias y cualquier otra amenaza hostil para su noble condición y existencia.

Toda una parafernalia de sofisticados aparatos a los que ella estaba conectada al través de cables de irisados colores, se hallaba montada a la cabecera de su cristalino sarcófago.

Dormía Serafina dulcemente, y el mundo tan sólo vivía para ser testigo y permanecer pendiente de su imperturbable sueño. Un largo vestido blanco de finísima seda, tachonado de rutilante pedrería, la cubría desde los pies hasta la gargantilla. Las sensuales formas que se insinuaban bajo esa bruma de delgadas transparencias, enardecedoras cual una tentación oriental, ni preciso decir que no eran suyas, eran ortopédicas, ya que poco es lo que queda de Serafina a fin de cuentas. No obstante, no hemos de olvidar por ello que alguna vez, esas finísimas perfecciones de las cuales era yo amoroso testigo, habían sido suyas, y los muchos films protagonizados por la diva, que nunca nos cansaremos de disfrutar una, otra y mil veces más, son viva prueba de lo que afirmo. Serafina se alimenta a través de un dulce néctar que le es suministrado por vía endovenosa. Su mirada detenida en una expresión de paz perpetua, acaso en el momento más feliz de su vida, y ajena a todos los males y sinsabores terrenos, es evocadora para quien la contempla, inspira pensamientos de índole maravillosa y celestial. Sus rasgos son los mismos que en su juventud; nada parece atestiguar en ella el paso de los años, y si bien muchos afirman que ello es debido a que su rostro está cubierto por una máscara de cera, preciso es recordar que esos rasgos alguna vez fueron los suyos, es decir, que no le debe nada a nadie, que se trata éste de un préstamo que se ha hecho ella a sí misma.

Hace cuatro años ya que paso revista a su estado de salud y que vivo la mayor parte de mi tiempo cuidándola y contemplándola arrobado, sumido en un mágico encantamiento. Cuatro años de estar viviendo en un sueño no menos ideal que el de la propia Serafina. Todos conocen mi importante papel en la disputa surgida seis meses atrás debido a la última intervención preventiva (sólo por el momento) de la cual ha sido objeto mi bella paciente. Nuevos estudios genéticos, realizados mediante técnicas de última generación, nos habían permitido detectar la presencia de un genoma con grandes probabilidades de desarrollar un cáncer en la cerviz. Esto puso en alarma a todo el personal de la Burbuja Aséptica (nombre bajo el cual se conoce la mansión de Serafina, convertida hoy en el mayor centro de investigación y diagnóstico contra el cáncer). El suceso cobró gran dimensión pública con motivo de que distintos sectores de la sociedad, inesperadamente, manifestaron su repudio ante esta nueva intervención, arguyendo que, dado que a Serafina se le había extirpado el cerebro desde hacía largo, no se hallaba en condiciones de manifestar su conformidad con la operación. ¡Como si su vida y su ejemplo no fueran ya suficiente aval para ello! Mentes como estas no hay que tomarlas sino por lo que son: mentes oscurantistas, y todas las épocas han tenido que padecer sus pruritos morales pasados ya de moda. Como sea, mucho fue el escándalo y los argumentos esgrimidos por ambas partes en la disputa. Ni preciso recogerlos aquí ya que estuvieron en boca de todos durante el tiempo que duró aquello. Finalmente, como no podía ser de otra manera, aun sin lograr el acuerdo consuetudinario, se falló a favor del progreso de la ciencia y de la bella Serafina, y la intervención fue autorizada y realizada con resultados positivos bajo toda consideración. Se le extirpó la espina dorsal limpia y drásticamente junto con las nuevas posibilidades de desarrollar cáncer, latentes en ella.

El sueño de Serafina continúa imperturbable desde entonces; nuestra heroína ha salido una vez más indemne de este duelo personal que ha trabado desde hace décadas con esa ominosa enfermedad. Quizás su sueño se vea interrumpido alguna vez; quién sabe cuánto ha de durar el científico encantamiento; acaso algún día la bella Serafina deba verse cara a cara con la muerte después de todo (esto es sólo una manera de decir, por supuesto, dado que desde hace más de una década a Serafina se le han extirpado ambas córneas, y ello sólo por motivos preventivos, por supuesto); nadie puede decir nada de cierto tratándose de esta heroína sin par de nuestra era. Puede que deba ser intervenida aún una y mil veces más (es más que probable) y cada vez con mayor o menor éxito (todo depende de la complejidad de la supuesta intervención), pero una cosa es segura y no cabe objetar nada al respecto; de hecho, me va la vida en tal aseveración: de cáncer, Serafina, no morirá.

 

 


Nacido en Buenos Aires, Argentina, el 08 de julio de 1970, la trayectoria literaria de Ricardo Giraldez comienza en 1995 con la publicación de dos poemas: Vinos de antaño y Hasta saborear su última respuesta en la antología: “El arte literario: oxígeno del alma”. En 2001, publicación de En la decrepitud de la humanidad (Dunken); 2004, mención de honor en el «Concurso Internacional de Ensayo» celebrado en la ciudad de Rosario por El hombre moderno; 2007, publicación de El Inadaptado (RyC); 2012, publicación de Idilios y Cuentos modernos (RyC); 2013, Premio FINALISTA en el «I Premio ‘Palabra sobre Palabra’ de Relato Breve 2013», por Un cuento de hadas; 2013, Seleccionado para Calabazas en el Trastero: Especial Mitos de Cthulhu por La transfiguración; 2013, Seleccionado para las Antologías de editorial red Literaria por Los faros del fin del mundo; 2014, Mención de honor en el XL Concurso Literario “Cultura en Palabras” 2014 por La isla de las Tortugas.

Este es su primer trabajo publicado en Axxón.


Este cuento se vincula temáticamente con NUESTRA SEÑORA DE LOS DONORES, de Juan Diego Gómez Vélez; PAREJA PERFECTA, de Steve Stanton; y EL HISTORIADOR, de Fernando José Cots.


Axxón 256 – julio de 2014

Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Distopía : Medicina : Argentina : Argentino).

Una Respuesta a “«Serafina», Ricardo Giraldez”
  1. Francisco dice:

    Muy bueno, ja, ja!

  2.  
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