Revista Axxón » «El capítulo 21», Jorge Chípuli - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

MÉXICO

 

 


Ilustración: Vladimir Sinatra

¿Y ahora qué pasa, eh?

 

 

A pesar, mis queridos y únicos amigos, de que hubo cierta manipulación por parte del gobierno y, no debo mentir, quizás un malenko por parte mía, voy a relatar los hechos que ocurrieron después de que me quitaron aquellas vesches del mosco, lo cual hicieron tan scorro como fue conveniente para todas las facciones involucradas, incluyendo a vuestro humilde narrador.

No permaneció blanca la nieve ni las platis, ni la naito estuvo ausente de crichos celestiales que la rajarían como la britba que los provocaba.

Comprenderán que no es bueno que esto sea muy conocido en mi actual situación. Escribí una versión que pensé podría ser la oficial, con un hermoso capítulo 21 que celebraba la libertad en una especie de lavativa rasudoquista.

—Te vas a meter en problemas —dijo Anthony.

—Pero al final me hago bueno y glupo yo odinoco, y comienzo a apreciar las cosas y a madurar… ¿qué, no es eso un buen mensaje?

—Mi querido drugo, lo que pude leer no engaña a nadie, se trasmina toda la verdad antes del último capítulo. Quema todo el libro.

Stan, sin embargo, me dijo que yo podía escribirlo como catarsis, término que me pareció algo extraño. No tenía que sufrir las consecuencias de su publicación si sólo mis verdaderos drugos lo leían, dijo.

Me permito escribir estos últimos sucesos para mí mismo, como dicen los escritores reales, como aquel que quiso dañar a vuestro humilde narrador alguna vez, oh, mis queridos y únicos amigos, y que no podrá hacerlo nunca más, a menos que escriba su literatura subversiva desde la sinagoga del infierno. Por cierto, a pesar de que hice a quemar su libro, tomé el título prestado porque pensé que se slusaba joroschó.

 

¿Y ahora qué pasa, eh?

 

Anthony y Stan habían sido reclutados por el partido para asistirme en mis funciones, junto con muchas más, pero encontramos afinidades en la música, incluso me regalaron un pequeño aparato musical con una sola pista: la Novena Sinfonía.

Sin embargo, no había mucho que asistir. Simplemente me presentaba en una plaza pública, hablaba yata yata yata sobre lo joroschó que era votar por el partido o simplemente votar y entonces me largaba levantando los brazos y agitando las rucas muy afeminadamente, mientras sonreía de oreja a oreja como todo un besuño.

—¿En qué clase de mundo estamos? Clonamos personas, mandamos hombres a la Luna… pero no importan la ley y el orden aquí en la Tierra, los jóvenes somos utilizados por los adultos en sus poleos políticos como el escritor que snufó de «causas naturales» el año pasado, castigo que le llegó de Bogo, pues trató de utilizar a este pobre málchico para derrocar a este partido, que es el único que pretende arreglar las cosas para los jóvenes, de hacer las cosas bien y el tratamiento al que fui sometido es una prueba de esa intención. Fue un intento fallido, una primera versión mejorable de una maravillosa idea. Ahora hemos comenzado a desarrollar el Tratamiento Ludovico 2 sin los errores del pasado y para beneficio de toda la población…

 

A veces era como ser una estrella de rock. Podía irme con devochcas fieles a la causa para demostrar que oh, sí, estaba curado y pensaba que en cierto sentido me estaba aprovechando, pero ellas parecían disfrutarlo y al ritmo de la música proporcionada por mi sistema de sonido de alta fidelidad, con bocinas especiales para simular cada instrumento, ellas agitaban sus grudos en destilaciones de simulación sísmica en el viejo uno-dos uno-dos y crichaban oh, sí, oh, sí, joroschó, joroschó, realmente joroschó.

 

¿Y ahora qué pasa, eh?

 

No sabía si era tarde o temprano. Fui a la cocina y encendí el televisor mientras comía algo. Fragmentos del manuscrito se habían filtrado por los medios gracias a traidores o infiltrados, poco importa ya. El Ministro al parecer estaba molesto, lo atajaron saliendo de su casa los reporteros. Los aplacó a todos con una mirada penetrante y el dedo índice levantado.

Unos militsos fueron a buscarme y las hermosas oh sí, hermosas ptitsas, salieron corriendo de mi departamento, una toda naga y la otra en sólo en niznos. Yo saqué mi vieja britba para dratsar con ellos, ya saben, un poco de la vieja ultra-violencia para comenzar el día. Logré bredar a uno de los bratos en el bruco. Crichó y el crobo rojo y hermoso salió disparado hacia el piso blanco, generando diferentes pruebas de Rorschach que me remitían a imágenes todavía más violentas.

—Veo a dos hombres que se devoran mutuamente las entrañas interconectadas, los fantasmas de Pete y Lerdo —dije en un extraño reflejo del inconsciente.

Miré al otro, que no atinaba a sacar su puschca del cinturón.

—Acercate, hermanito. Tengo un regalo para ti…

—El Ministro sólo quiere hablar con usted, señor… Eso es todo…

—Yarblocos… Ah, bienibien. Dígale entonces que aquí lo espero.

Me miró nervioso. Finalmente se atrevió a decir de manera entrecortada.

—Quie… él… qui… quiere que se presente usted… en el Ministerio…

Su compañero crichaba de dolor y se retorcía en el piso, como una obra de arte irreverente anclada al espacio y tiempo de un museo moderno.

—Lo siento… me lo hubieran dicho antes…

—No contestaba el teléfono ni la puerta. Sólo entramos para ver si estaba usted bien, ¿verdad compañero?

Tratando de incorporarse el otro militso contestó en un agudo placó de dolor, comenzó a chumlar con resentimiento slovos que no comprendí. Caminó con las piernas flexionadas, con joroba; una mano deteniendo la herida y la otra deteniéndose de su compañero.

—Bueno, pues, retírense. Ya sabía que eso había sucedido, pero pensé que estaba en problemas.

—Usted jamás, señor; usted es la promesa, la juventud a la que pertenecerá el mundo.

—Tienes toda la razón, hermano. Tienes toda la razón…

Estaba cerrando la puerta, con un sin fin de sistemas de seguridad, ya que en estos días no se sabe qué puede ocurrir con tantos delincuentes rondando por las calles. Sonó un timbre. Me regresé a contestar el aparato telefónico y escuché la voz de Stan.

—Alex, tengo algo urgente que decirte, el Ministro te está buscando, no vayas, puede ser peligroso…

—Esas son puras chepucas, oh, gran hermano… el Ministro me necesita… ya sabes, soy líder, y todos los nuevos experimentos con el Ludovico 2…

—Ludovico eres tú, hermano, ya lo han reducido a su mínima expresión, lo han… —dijo Stan tomando el teléfono. Lo interrumpieron unos golpes groncos a la puerta y gritos… Anthony tomó de nuevo el teléfono y dijo:

—Sólo te voy a decir algo, Alex: escucha la Novena Sinfonía…

—Ya la he slusado… que no sabías que eso fue lo que…

Se cortó la llamada.

 

¿Y ahora qué pasa, eh?

 

Marché en busca de mi propia perdición. Yo sabía que todo acabaría, pero tenía que averiguar cómo. Quizás tendría que lamer las botas del ministro y perderme de nuevo en sus enredos para conservar mi posición. Yequé mi Durango 97… no podía traer un mejor auto porque tenía que guardar las apariencias y toda esa cala, pero pisándole con la noga hasta el fondo realmente es un vehículo que va bastante scorro.

Me estaba esperando el ministro, toda la sala amplia estaba llena de militsos, quizás unos cuarenta. Era el último piso de un enorme rascacielos, el aire entraba fuertemente por unas ventanas abiertas.

El Ministro estaba sentado detrás de su escritorio leyendo el manuscrito, después de ignorarme un momento se levantó, me lo mostró como si fuera algo que su querido y humilde narrador no hubiera visto jamás.

Todo nadmeño me escupió estás palabras mientras se acercaba un poco.

—Bien bien bien, mi querido Alex… al parecer tus pensamientos están vertidos en estas páginas… que bien, pues ahora me has demostrado que, cómo te diré… no podemos confiar en que cumplas con nosotros por tu propia voluntad… a pesar de todo todo lo que hemos hecho por ti. Y como no podemos controlar tu voluntad por eso de la opinión pública y todas esas cuestiones sin sentido, pues… ¿qué podemos hacer?

Sonreí. Oh, vaya que sonreí.

—Puedo aclarar ante la prensa que no escribí esas líneas, que no sé nada al respecto y que simplemente es un ataque más de nuestros enemigos…

Echó una carcajada.

—Fue una catarsis, señor.

—Vamos, chico. Esas son cosas sin sentido. Deja eso para los escritores y sus sueños locos. Pero bueno, yo sabía que nos podíamos entender. Ahora, voy a tener que destruir este manuscrito, para que nunca reconozcan tu letra.

Eso no lo podía permitir, ésa era mi gran obra maestra, mal escrita y destinada a nunca videar la luz, aunque para mi era tan dulce como las más grandes sinfonías. Lo iba a arrojar a un triturador mecánico de papel. Lo tomé de la muñeca, las hojas cayeron, se desperdigaron. Los militsos se acercaron. Yo me alejé de él levantando ambas manos lentamente.

El Ministro estaba realmente rasdrás, era como si se estuviera conteniendo. Yo sólo veía las páginas volar ingrávidas, cada una llena de mi verdadero ser, exceptuando obviamente las del capítulo 21. Caminó hacia atrás de su escritorio y sacó algo de un cajón, pensé que iba a ser un arma, pero era más bien un control a distancia de alguna especie, una caja negra.

—Logramos extraer de tu cabeza muchas cosas, como el núcleo del Ludovico 2… oh, sí, querido chico… ahora es un hermosa mutación que se ha extendido por el mundo y que nos permitirá convertir a todos, criminales o no, en Naranjas Mecánicas… buen título, eh… tú ya traes esa mutación por cierto, aunque creo que lo más conveniente y lo menos complicado es que mueras, maldito muchachito engreído…

—Usted me necesita y lo sabe.

Me escupió en la cara. Sonreí. Bajé los brazos y se escuchó el sonido del seguro de todas las armas a mi alrededor.

Él emitió una risa burlona y se alejó de mí.

—Aquí tengo a tu reemplazo. Antes de liberarlo ante el público, quisiera hacer una pequeña prueba de su obediencia y de sus habilidades… tú sabes, ver si mi mercancía no salió dañada…

Videé a un nadsat sentado en un rincón oscuro. Había estado ahí todo ese tiempo, con la mirada perdida en una de sus botas, las cuales eran iguales a las que yo solía utilizar, de hecho toda su platis era igual, incluyendo el viejo molde para la jalea, el sombrero, las pestañas en un solo ojo, aunque en este caso era el izquierdo. Gran Bogo, pensé, es otro Alex. Un clon que aparentaba tres o cuatro años menos que Vuestro Humilde y Sorprendido Narrador, el verdadero yo, que en cambio estaba vestido con un traje al viejo estilo burgués, la vestimenta del tipo profesoral que tanto detestaba, la vestimenta que usaba mientras fingía rabotar en la tienda de música y charlar como «voluntario» con los jóvenes sobre los valores del partido. Sólo me faltaban los ochicos. Me miré y sentí desprecio por mí mismo.

—Le dimos un poco más de fuerza física y velocidad que lo normal, además de que las encuestas demostraron que la vestimenta que usabas antes tenía cierto atractivo para el público más joven que comienza a votar. Digamos que tú estas algo obsoleto.

El joven Alex se me acercó de un salto, tenía en el pecho pintado el número 21, comenzó a tolchocarme mientras cantaba Singing in the Rain con esos labios fríos y esa golosa soda. Nos enfrascamos en una ringlera de patadas y tolchocos en litsos y plotos, él traía una cadena con la que llegó a enredarme, smecando, mirándome con unos glasos que pretendían infundirme el horror más joroschó en el que podía pensar su mente programada y limitada por un patrones de conducta, o cuando menos, eso fue lo que pasó por mi rasudoque en ese momento.

—Cabrón maloliente… —le dije, pues su vono era sintético pero humano al mismo tiempo.

Sentí y videé varios parpadeos de luz blanca, golpes continuos a la frente y a los ojos. Recordé por un instante el tratamiento Ludovico original, la situación, las imágenes. Grité y le dije:

—Te cortaré dulcemente los yarblocos.

Tomé la cadena y lo atraje hacia mí. Me jugué todo en un solo movimiento. Desafortunadamente, mis queridos y únicos amigos, él hizo lo mismo, era más fuerte, y me rompió la nariz. Sin embargo logré separarme de él en ese rasdreceo.

—Aún si le ganas, Alex, puedo activar el Ludovico con este control, para controlarte a ti y a todos los demás.

Peleamos durante un buen rato a puño limpio. Mis zapatos no eran nada contra sus botas. En cierto momento me tumbó al suelo y me puso la bota en la cara. Mi mejilla estaba arrugando una o dos de las páginas de mi manuscrito.

—Ahora vas a morir —dijo el Ministro, que procuraba no acercarse mucho, —como los anteriores diecinueve. Bestias deformes e inútiles.

No podía zafarme. El momento de mi muerte se aproximaba. Vi también que había caído a medio metro el aparato blanco que me dio Anthony y pensé en acompañar mi final con la Novena Sinfonía, que todo terminara entre sus notas. Extendí la mano y alcancé a activarlo.

—La Novena —dije—. La gloriosa Novena.

Y lo era, aún con la pequeña bocina que emitía un chillido demasiado fuerte para ser agradable. Mi clon quitó la bota de mi cabeza. Comenzó a retorcerse, soltó sus armas, se puso las manos en la nuca, arrancándose los cabellos. No podía hablar mucho, sólo placaba sílabas.

Al parecer él no estaba curado. Lástima que era un edificio de trescientos pisos y no sólo de dos. Mi clon corrió demasiado scorro para perderse en el negro recuadro de una de las dos o tres ventanas que estaban abiertas.

El ministro estaba sorprendido. Cometí un error, apagué la música para slusarlo.

—Muy bien, Alex. Ahora es mi turno —dijo el ministro apuntándome con su aparato negro. Se veía algo nervioso. Daba la impresión de que no sabía lo que hacía. Los militsos me apuntaban esperando una orden.

El ministro oprimió un botón, pero todos en la sala, incluyéndolo a él y su guardia real, comenzamos a retorcernos de dolor. Miré sus litsos agonizantes y las armas tiradas en el suelo. El Ministro crichaba como un cerdo al ser degollado.

—Maldito control de mierda —dijo.

 

Había algo que nos diferenciaba, yo ya había pasado por esto varias veces. Pude con toda mi fuerza de voluntad activar de nuevo la novena y entonces… entonces pude levantarme; no sentía nada gracias a sus sonidos celestiales…

Pude videar como uno a uno los militsos se iban arrojando por la ventana para evitar el dolor, la nausea, el malestar. Algunos simplemente se disparaban en la cabeza al ver que los demás les impedían el paso. Uno sacó un nocho grande que tenía y naso se acuchilló el pecho, otro se cortó el cuello con una pequeña hoja afilada. Fui hacia el rectángulo negro y lo apagué, no sin antes esperar a que todos los guardias imitaran a mi clon. El ministro no había logrado llegar tan lejos, ni siquiera había tenido la fuerza de voluntad para avanzar dos metros. Comenzaba a incorporarse. Me miraba con miedo, jadeaba.

—Vaya vaya vaya… Creo que te equivocaste de nopca…

—¿De qué? —dijo consternado por más de una cosa, sosteniéndose en pie sólo porque puso las manos en sus rodillas.

—De botón.

—Ah, craso error —dijo jadeando.

—Por supuesto, hermano. No te apures —le dije concentrado en los mecanismos. Revisé los botones metálicos a contraluz, porque no se distinguían bien las letras sumidas medio milímetro.

—Veamos, opciones, mmm, que interesante, creo que el botón era este… Sí, dice: dol de dolor, int de inter, lctr de locutor… Ah, dolor a interlocutor… creo que hemos aprendido una gran lección el día de hoy… Oye… tengo la impresión de que querías hacer eso conmigo, hermano, tu sabes, eso del dolor. No te habrás querido pasar de listo, ¿verdad?

—No no no, sólo estaba bromeando contigo… era una prueba de lealtad… Aquí termina la prueba… Ahora, dame el control, por favor, y serás aún más importante en el partido…

Se me escapó una smecada. Miré el aparato y encontré una opción que decía: dol mundi…

—Pero, ¿qué es esto? ¿Qué significa este sucio slovo? —le dije viendo el aparato. Me ruborizo de ver esta palabra. Me decepcionas, hermano, de veras te lo digo.

—Pero —quiso replicar—, pero, pero…

Le di una patada en los yarblocos; tirado en el suelo le di más. Continué con ese tipo de vesches que no dejan marcas visibles: la naito iba a ser larga, muy larga… y la ciudad parecía lejana allá debajo…

Y ahora que pasa, ¿eh?

 

Estábamos yo, Alex y mis dos verdaderos drugos, Anthony y Stan, en el bar lácteo Korova, exprimiéndonos los rasudoques y decidiendo qué podíamos hacer con el mundo en esa noche fría y bastada, aunque seca. El virus de Ludovico 2 estaba disperso desde hace tiempo en la mayor parte de la población. Y yo podía dominarlos a todos como a unas Naranjas Mecánicas, incluyendo al Primer Ministro de Inferior… uno de los pocos que tuvimos a bien conservar. Todo muy hermoso, siempre y cuando llevara siempre conmigo mi antídoto personal: poder escuchar al gran maestro Beethoven.

 

 


Obtuvo el premio de cuento de la revista La langosta se ha posado 1995, el segundo lugar del premio de minicuento: La difícil brevedad 2006 y el primer premio de microcuento Sizigias y Twitteraturas Lunares 2011. Fue becario del Centro de Escritores de Nuevo León. Ha colaborado con textos en las revistas Hiperespacio, Deletéreo, Literal, Urbanario, Rayuela, Oficio, Papeles de la Mancuspia, La langosta se ha posado, Literatura Virtual, Nave, Umbrales y Miasma, entre otras. Ha sido incluido en las antologías: «Columnas, antología del doblez», (ITESM, 1991), «Natal, 20 visiones de Monterrey» (Clannad 1993), «Silicio en la memoria», (Ramón Llaca, 1998), «Quadrántidas», (UANL, 2011) y «Mundos Remotos y Cielos Infinitos» (UANL, 2011). Ha publicado el libro de minicuento: «Los infiernos» (Poetazos, 2014) y «Binario» (Fantasías para Noctámbulos, 2015).

Además de varios cuentos breves, ya hemos publicado en Axxón su cuento LA MARAVILLOSA MUJER EN TRAJE DE BAÑO.


Este cuento se vincula temáticamente con AVENIDA AMONIACO, de Víctor Conde.


Axxón 268

Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Distopía, Manipulación de la mente : México : Mexicano).

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