Revista Axxón » «¡ARGENTINOS, A VENCER! – 25 – Un té de jengibre», Juan Simeran - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

 

[ANTERIOR]

 


 

. 25 .

Un té de jengibre

 

 

Bernardo está durmiendo, suda profusamente y cada tanto deja escapar entre sueños palabras que Claudia, sentada junto a él, no entiende: bauprés, berlinga, sotavento. Otra palabra que Bernardo nombra con asiduidad sí la entiende y es un nombre de mujer: Marita.

Claudia está preocupada, hace ya cuatro horas que Javier se fue a buscar una farmacia. Escucha el barullo de los chicos jugando al Ludo-matic en el comedor, mientras pone la palma de su mano sobre la frente del enfermo. Son casi las cinco de la tarde y la lluvia se estabilizó en una llovizna molesta. «En apenas cinco horas Bernardo embarcará y en apenas dos días Javier me llevará a Ezeiza. A Pocho, parece, se lo tragó la tierra», piensa, esperando.

Un ruido extraño la saca de su ensimismamiento.

Un ruido que ella, habitante de Barrio Norte, no reconoce: alguien aplaude en la entrada. Siente un eco amortiguado:

—Holaaaa…

Se dirige hacia la puerta. «¿Tendrá algo que ver con la tardanza de Javier? ¿Con Iribarne? ¿Vendrán a buscar al hijo de Bernardo?

¿Los diamantes?», piensa. Camina en puntas de pie y mira a través de la mirilla. Lo que ve la descoloca: una joven morena, bonita, pelo ensortijado, de jeans, zapatillas y pulóver peruano aplaude apenas entrando en la tranquerita, bajo un paraguas rojo.

Claudia entorna la puerta, habla desde adentro:

—Sí, decime ¿Qué necesitás?

—Soy Lucía. Vivo a dos cuadras de acá. ¿Ustedes tienen luz? ¿Les quedan velas?

—No. Pasá Lucía, soy Claudia.

Con paso cimbreante, Lucía entra en la casa.

—Vi que están acá hace unos días. ¿Ustedes tienen luz?

Claudia mira su insólita estampa: es una mulata preciosa. «En este bosque abandonado a la buena de Dios su juventud y belleza destacan como el aterrizaje de un ovni», piensa Claudia.

—No, no tenemos luz. ¿Vos vivís acá?

—Sí, hace un año —Lucía observa la casa—. Qué suerte que tenés una buena salamandra. Acá, en invierno, no hay chico que no se engripe.

—Chico no, pero tengo un grande que se engripó de lo lindo.

—¿Y qué le diste?

—Mi… novio —Claudia se sonroja, es la primera vez que llama así a Javier— fue a buscar genioles.

—¿Genioles? Uhhh sonó, la única farmacia abierta es la del viejito Habib. Pobrecito Habib, quedó un poquito piruchi por no sé qué lío tuvo la esposa. Si tu novio fue allá Habib le debe estar dale y dale a la lengua. Anda siempre armando conspiraciones, yo lo escucho por lástima, en el pueblo medio que lo toman por loco.

Esta información tranquiliza, en parte, a Claudia. Lucía, locuaz, sigue hablando:

—Mirá, como acá nos engripamos cada dos por tres tengo en mi casa los ingredientes para curarle la gripe a un muerto. ¿Querés que los vaya a buscar? Tengo raíz de jengibre, limón y naranja. Con un limón, una naranja y raíz de jengibre rallados, te preparo un té que después si querés te metés al mar de noche.

«Te metés al mar de noche, esta chica dio exactamente en el blanco», piensa Claudia.

—Mirá, hacé de cuenta que mi amigo se tiene que meter al mar de noche. Y traé nomás tus ingredientes, vamos a hacerle el mejor té del mundo. ¿Tiempo tenés?

Lucía se ríe, su dentadura refulge:

—¿Tiempo? Tiempo, acá, es lo único que sobra. Somos millonarios de tiempo. Superavitarios netos. Ahora vuelvo.

Ahora que intuye que Lucía es bastante culta, Claudia ya no tiene dudas: Lucía llegó allí en un ovni.

 

 

Bernardo está empapado, los demonios de las pesadillas atenazaron su espíritu y no lo abandonaron en toda la tarde. Soñó con el capitán Ahab clavando una moneda de oro en el mástil de botavento, soñó con las montañas de colmillos de marfil en la avanzada fluvial del coronel Kurtz, soñó con el negro aterrorizado que se señalaba los dientes negros y repetía «tekeli-li tekeli-li» navegando hacia la Antártida.

No está seguro de si sigue soñando o si está despierto. «Por lo menos esto, de pesadilla, no tiene nada: dos mujeres bastante bonitas están sentadas sobre la cama, en actitud solícita».

Claudia tiene una taza humeante. Bernardo se termina de despertar y se sobresalta.

—¡Cómo dormí! ¿Qué hora es?

—Las seis y media.

—¡Las seis y media! —Bernardo se incorpora—. ¡Las seis y media!

La jaqueca lo vuelve a voltear, como un uppercut de un boxeador que lo deja groggy. Atina a preguntar:

—¿Y Javier?

—Todavía no volvió. Bernardo, acá nuestra vecina, Lucía, te preparó un té muy especial. Queremos que te lo tomes todo, así a la noche te metés al mar, según nos prometió nuestra amiga.

—Es picante, cuidado. Tomate toda la ralladura de cáscara de limón y naranja y comete los pedacitos de jengibre —explica con dulzura Lucía.

Bernardo abre un ojo, y por primera vez se detiene a admirar la figura de Lucía. Siente cómo las manos de Claudia le acomodan la cabeza sobre la almohada, y hace un esfuerzo para incorporarse. Toma el té mirando la sonrisa de la morena. Un pudor impreciso, un instinto masculino, le hace abominar la posición de debilidad en la que se encuentra ante la desconocida.

—Sí, es picante. Muy rico, muy rico… ¿Lucía te llamabas? ¿Y además de salvar moribundos, qué andás haciendo por acá?

Bernardo siente que las fuerzas vuelven a correr por sus venas, no sabe si por acción del té o por la estimulante visión de la joven.

—Me conformo con salvar moribundos. No es poco ¿no?

—No es poco —Bernardo termina el té—. Increíble, me siento mejor. Claudia, soñé que les decía a ustedes: «¿Tú también, brutus?». Increíble las estupideces que uno puede soñar.

—No era un sueño —replica Claudia, tentada—. Lo hiciste, nomás.

—¿Lo hice de verdad? ¿les dije eso? —empalidece Bernardo.

—N ote preocupes, Bernardo: Facilis descensus Averni —intercede Lucía.

Bernardo y Claudia se quedan pasmados.

—Disculpame Lucía, pero el único que hace citas ininteligibles soy yo. Eso que citaste, ¿puede que sea… Virgilio?

—¡Correcto! Bueno chicos, me tengo que ir. Mañana vengo a ver si se pudieron meter al mar. Chau, Bernardo, mañana nos intercambiamos citas ininteligibles. Chau, Claudia, si necesitás algo… Corro a buscar velas.

Lucía desaparece como una exhalación, como si nunca hubiera sido real.

—¿De dónde la sacaste? —Bernardo, aún paladeando el sabor del té y la imagen de Lucía.

—Es una vecina que prepara té mágico y cita a Virgilio en latín. Y que mañana va a estar, para vos, del otro lado del río ¿no? Me parece que te sentís mejor. Son casi las siete. En tres horas…

—Sí, en tres horas embarco. Y me siento mejor. Ese té es una maravilla, increíble, la poción mágica de los galos. Y yo soy Obelix. ¿Dónde diablos se metió Asterix? ¡Por Tutatis! Hablando de Roma…

Javier entra como una tromba a la casa. Está mojado, sucio, despeinado. La mirada desencajada.

—No lo van a poder creer. No lo van a poder creer. Vengan, ya. Traigan a los chicos, quiero que vean esto. Gordo, levantate, dejate de joder, no sabés lo que te estás perdiendo. Vamos todos al Torino, vamos ya.

Sin dar explicaciones mete a todos en el auto. Murmura una letanía, como hablando consigo mismo:

—Yo sabía, yo sabía, yo sabía…

 

 


 

[SIGUIENTE]

 

 


Axxón 275

Novela de autor latinoamericano (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Ucronía, Distopía : Argentina : Argentino).

Deja una Respuesta