Revista Axxón » «¡ARGENTINOS, A VENCER! – 27 – Halopidol Forte», Juan Simeran - página principal

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. 27 .

Halopidol Forte

 

 

Mientras camina entre la multitud que quema cosas, Sánchez recuerda su conversación de esa mañana con el farmacéutico, ese sorprendente viejo que ahora arenga a la multitud subido a una escalera.

Cuando ingresó en la única farmacia abierta de Las Toninas, el brigadier aún dormía en el asiento trasero del Falcon. La farmacia tenía un nombre raro, «Homs», y cuando Sánchez vió los estantes vacíos supo que estaba perdiendo el tiempo y que seguramente no encontraría ese medicamento en todo el Partido de La Costa.

—¿Halopidol? Hará unos tres años que no lo recibo.

—¿Y qué hace la gente que lo necesita? —preguntó Sánchez, casi adivinando la obvia respuesta.

—Se joden —rió el farmacéutico observando a Sánchez, curioso—. Me imagino que no debe ser para usted, ¿no?

—Imagina bien.

—Ojo con ese medicamento, mire que los síndromes de abstinencia pueden ser muy bravos. Si la persona que lo necesita está muy acostumbrada, lo que le aconsejo es que vuelvan de inmediato a la Capital, o vayan hoy mismo a Pinamar o a Mar del Plata, a ver si ahí consiguen.

—¿Y cuáles son los síndromes de abstinencia?

—Pueden ser muy variados. Desde un recrudecimiento de la sintomatología psicótica hasta espasmos, endurecimiento de musculatura facial, epilepsia. Como el Halopidol es un antisicótico de amplio espectro, depende mucho cuál sea el cuadro que combata. Los cuadros generalmente están asociados al abanico que se conoce como «trastornos obsesivos compulsivos».

«Antisicótico, trastorno obsesivo compulsivo. El Briga está totalmente pirado», pensó Sánchez preocupado. Dejó un billete de 500 patriotas a modo de generosa propina por la detallada información y salió de la farmacia.

Dentro del Falcon el brigadier dormía, y un hilo de baba que le corría por la barbilla le hizo pensar en lo de «endurecimiento facial». Sánchez no tuvo dudas: la persecución era una locura y lo más razonable era volver de inmediato a Buenos Ayres.

 

 

Cuando, al mediodía, encontraron dónde almorzar en un sucucho frente a la estación de micros, Sánchez notó que a Iribarne le costaba gran trabajo masticar, y que tenía la mirada como apagada. Por momentos murmuraba cosas como «la puta y el gallito», unas seis o siete veces seguidas. En el pueblo habían cortado la luz, Sánchez ya no tenía batería en el handy y no había dónde cargarla. «Necesito imperiosamente comunicarme con la Base Aérea, explicar la situación y recibir de una vez la maldita orden de volver en forma inmediata». Pero tampoco habían cospeles y nadie le sabía decir quién le podía prestar un teléfono.

Iribarne intentaba interrogar a la gente, pero ya ni eso estaba en condiciones de hacer: no se le entendía lo que decía.

Algunos comensales se acercaban, rijosos, a departir conversaciones delirantes con Iribarne, que Sánchez soportaba estoico.

—¿Cómo dijo que era la puta que anda buscando, don?

—Pelirroja. Linda, muy linda. Anda con un gallito, y con cincuenta mil dólares. La dejó ir un gomero, pero ya la voy a volver a ver cuando se ponga de rodillas para pedirme perdón. Anda con un gallito, y con cincuenta mil dólares. Con un gallito, anda. Y con cincuenta mil dólares. De rodillas, llorando, la puta esa.

—¿De rodillas se va a poner, don? ¿No la deja pedirle perdón parada? Dele, qué le cuesta.

—¿Parada? ¿A mí? A mí se me pide perdón de rodillas ¿sabe? De rodillas y en bombacha y corpiño.

—Ah bueno, así es más interesante ¿no?

—¿Y cómo le pide perdón un hombre?

—¿Y no cree que si le pide perdón en bombacha se va a resfriar?

—Eso don, déjela ponerse una chomba, aunque sea, mire cómo llueve.

—¿Por qué no nos avisa cuando le pida perdón? A lo mejor necesita alguna ayuda, yo le cuido la ropa o le tengo los dólares.

Sánchez oscilaba entre las ganas de mandar al demonio a los que estaban burlándose del Brigadier, o dejar las cosas como estaban. «Al fin y al cabo, bien ganado lo tiene. Además, mejor que no deschavemos que somos militares. No tengo handy y no dejamos de ser dos, bah, yo solo contra veinte».

Por la tarde acarreó al brigadier como quien tira de un perro que no quiere ser paseado, pero no había un solo cospel en ningún lado y la electricidad no volvía. Cuando atardecía, ya tenía la decisión tomada: «Nos volvemos de inmediato a Buenos Ayres, con o sin orden».

Y entonces pasó lo increíble: la gente rumoreaba que se había perdido la guerra. Empezaban a quemar cosas, a salir a la calle, y cuando vio un par de teléfonos públicos abiertos a martillazos se dio cuenta de que la cosa venía en serio.

Se agachó a recoger algunos cospeles del piso, pero ya era tarde. Sabía, con los cospeles en la mano, que ya no necesitaba comunicarse con ningún sitio, que ya nada volvería a ser como antes.

No lo sorprendió la noticia, era una hipótesis que en conversaciones reservadas entre los cuadros medios, se daba por posible. Pensó en Sylvia. «Tengo que volver a Buenos Ayres ya mismo».

Sorprendido, tomó conciencia de que la guerra le importaba un rábano. Ya hacía cuatro años que estaba en condiciones de pilotear un avión, e Iribarne nunca lo tuvo en cuenta para ser enviado a las Islas.

Caminando entre la gente siente el irreprimible deseo de tirar algo al fuego, aunque sea algunas piñas. Iribarne lo sigue, ni siquiera registra la manifestación y continúa murmurando su letanía. De repente, el brigadier recupera algo de sus reflejos aletargados, algo de la personalidad que tuvo sólo un día atrás.

—¡Ahí está! ¡La encontramos, Sánchez! ¡Deténgala y ordénele que se ponga de rodillas!

Fastidiado, a Sánchez le da lo mismo que hubieran encontrado a la Madre Teresa de Calcuta o a Cleopatra.

—Haga lo que quiera, yo me vuelvo. Y deténgala usted, ya que tantas ganas tiene.

El rostro de Iribarne se descompone en una mueca feroz.

—Ahhh, traidor… hacés leña del árbol caído… así que me desobedecés…

Con un evidente esfuerzo y ante la indiferencia de Sánchez, saca su arma, amartilla y dispara.

Sánchez apenas parpadea ante el chasquido.

—La descargué mientras usted andaba de putas. No sea cosa que tengamos que lamentar una desgracia. Bueno, decídase. Me voy. ¿Viene conmigo o se queda?

Iribarne comienza a hacer extraños movimientos con la boca, como si no pudiera cerrarla. Los ojos casi se le salen de las órbitas.

La gente ni se da cuenta, entusiasmados con el espectáculo de Habib sobre la escalera.

El farmacéutico los azuza:

—¿A ver quién tiene pelotas para ir a quemar la intendencia, o voy a ir yo solo?

Ahora sí, la multitud ruge.

Sánchez recuerda al gomero. Recuerda a la niña. «Rajá, turrita, rajá».

Se dirige al Falcon y abandona al Brigadier.

 

 


 

[SIGUIENTE]

 

 


Axxón 275

Novela de autor latinoamericano (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Ucronía, Distopía : Argentina : Argentino).

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