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Capítulo 13

—Son prostitutas —dijo Ange, escupiendo la última palabra—. Aunque, en realidad, eso es un insulto a las todas las prostitutas, que se matan trabajando. Estos son… son usureros.

Estábamos mirando la pila de periódicos que habíamos comprado y traído al café. Todos contenían «informes» sobre la fiesta del Parque Dolores y, todos ellos, la hacían parecer una orgía de alcohol, drogas y chicos que atacaban a la policía. El USA Today detallaba el costo de los «disturbios», incluidos los gastos originados por la limpieza de los residuos de gas pimienta, por la epidemia de ataques de asma que había abarrotado las salas de emergencia de la ciudad y por el procesamiento de los ochocientos «revoltosos» arrestados.

Nadie contaba nuestra versión de la historia.

—Bueno, en todo caso, en la Xnet dicen la verdad —dije. Había guardado en mi teléfono un puñado de blogs, videos y galerías de fotos. Se los mostré. Eran relatos de primera mano de gente gaseada y golpeada. El video nos mostraba a todos bailando, pasándola bien; se veían los pacíficos discursos políticos, el cántico de «Rescántenla», y a Trudy Doo diciéndonos que éramos la única generación capaz de creer en la lucha por nuestras libertades.

—Necesitamos que más gente se entere de esto —dijo Ange.

—Sí —dije, desanimado—. Bonita teoría.

—Bueno… ¿por qué crees que la prensa no publica nuestra opinión?

—Ya lo dijiste. Son prostitutas.

—Sí, pero las prostitutas lo hacen por dinero. Si se presentara una controversia, podrían vender más periódicos y más publicidad. Por ahora, lo único que tienen es un crimen. La controversia es mucho mejor.

—De acuerdo, te doy la razón. ¿Por qué no lo hacen, entonces? Está bien, los periodistas a duras penas saben investigar entre los blogs comunes… no pretendo que estén al tanto de la Xnet. No es un sitio muy amigable para los adultos.

—Sí —dijo ella—. ¿Pero eso se puede arreglar, no?

—¿Eh?

—Escríbelo. Súbelo a un sitio, con todos los enlaces. Un solo lugar al que puedan ir todos, pensado para que la prensa lo encuentre y vea el panorama completo. Pon enlaces con todos los sitios de ayuda para el uso de la Xnet. Los usuarios de la Internet pueden entrar en la Xnet, siempre que no les importe que el DSI descubra dónde han estado navegando.

—¿Crees que funcionará?

—Bueno, aunque no funcione, es algo positivo que se puede hacer.

—Y en todo caso… ¿por qué van a prestarnos atención?

—¿Quién no le prestaría atención a M1k3y?

Puse el café sobre la mesa. Tomé el teléfono y me lo metí en el bolsillo. Me levanté, me di vuelta sobre los talones y salí del café. Elegí un rumbo al azar y me puse a caminar. Sentía la cara tensa, la sangre en el estómago, el estómago revuelto.

Ya saben quién eres, pensé. Saben quién es M1k3y. Era el fin. Si Ange lo había adivinado, el DSI también. Estaba perdido. Lo sabía desde el momento en que me dejaron salir del camión del DSI: algún día vendrían a arrestarme, a hacerme desaparecer para siempre, a enviarme al mismo sitio que a Darryl.

Todo había terminado.

Cuando llegaba a la calle Market, Ange casi me hizo caer. Estaba sin aliento y parecía furiosa.

—¿Qué puto problema tiene, señor?

Me la saqué de encima y continué caminando. Todo había terminado.

Volvió a agarrarme.

—Basta, Marcus. Me estás asustando. Vamos, háblame.

Me detuve y la miré. Su figura se volvió borrosa ante mis ojos. No podía enfocarlos en nada. Sentí un deseo loco de saltar a las ruedas del tranvía municipal que pasaba por la calle, junto a nosotros. Mejor morir que regresar allá.

—¡Marcus! —Ange hizo algo que yo sólo había visto en las películas. Me dio una bofetada, un fuerte golpe en la mejilla—. ¡Háblame, maldita sea!

La miré y me llevé una mano a la cara, que me dolía mucho.

—Se supone que nadie sabe quién soy —contesté—. No puedo decirlo de manera más sencilla. Si tú lo sabes, todo terminó. Cuando otra gente lo sabe, todo terminó.

—Oh, Dios. Perdona. Mira, yo lo sé simplemente porque… bueno, extorsioné a Jolu. Después de la fiesta, te investigué un poco para tratar de averiguar si eras el chico agradable que parecías ser o un asesino del hacha encubierto. Conozco a Jolu desde hace mucho y, cuando le pregunté sobre ti, te elogió como si fueras el Mesías o algo así, pero advertí que había algo que no me decía. Lo conozco desde hace mucho. Él salía con mi hermana mayor en el campamento informático, cuando eran niños. Tengo información muy sucia que lo compromete. Le dije que la haría pública si no me lo contaba.

—Entonces te lo contó.

—No —dijo ella—. Me mandó a la mierda. Después le conté algo sobre mí. Algo que nunca le había dicho a nadie.

—¿Qué?

Me miró. Echó un vistazo a su alrededor. Después, me miró de nuevo.

—OK. No te haré jurar que guardarás el secreto porque no tiene sentido. O confío en ti o no confío. El año pasado… —comenzó—. El año pasado, robé los exámenes estandarizados y los publiqué en la red. Sólo fue una broma. Pasaba frente a la oficina del director y, casualmente, los vi sobre la caja fuerte, y la puerta estaba abierta. Me agaché y entré en la oficina; había seis juegos de copias, puse una en mi bolso y me largué. Cuando llegué a casa, escaneé todo y lo subí a un servidor del Pirate Party de Dinamarca.

—¿Fuiste ? —dije.

Se ruborizó. —Eh… sí.

—¡Mierda! —dije. Había sido una excelente noticia. El Consejo de Educación dijo que producir sus exámenes «Ningún Chico Queda Fuera» había costado decenas de millones de dólares y que ahora debían volver a gastarlos porque se habían filtrado. Lo llamaron «edu-terrorismo». Los noticieros formularon interminables especulaciones acerca de las motivaciones políticas de la persona que los había dado a conocer, preguntándose si había sido obra de un docente como acto de protesta, de un estudiante, un ladrón o un descontento contratista del gobierno—. ¿Fuiste TÚ?

—Fui yo —dijo ella.

—Y se lo contaste a Jolu…

—Porque quería asegurarle que yo también iba a mantener el secreto. Si él conocía mi secreto, podía usarlo para mandarme a la cárcel si yo abría la boca. Das un poco, recibes un poco. Quid pro quo, como en El silencio de los inocentes.

—Y entonces te lo contó.

—No —respondió ella—. No me lo contó.

—Pero…

—Luego le dije cuánto me gustabas. Que estaba planeando hacer el papel de idiota total y arrojarme a tus brazos. Después de eso me lo contó.

No se me ocurrió nada que decir. Me miré los pies. Ella me tomó las manos y las apretó.

—Lamento haberlo obligado a decírmelo. Era decisión tuya contármelo, si es que ibas a contármelo. No era asunto mío…

—No —dije. Ahora que sabía cómo lo había averiguado, comenzaba a calmarme—. No, está bien que tú lo sepas. Tú.

—Yo —dijo—. Nadie más que yo.

—OK, puedo vivir con esto. Pero hay una cosa más.

—¿Qué?

—No encuentro manera de decir esto sin parecer un imbécil, así que, sencillamente, te lo diré. Los que andan de novios, o como quieras llamar a lo que estamos haciendo ahora, se separan. Cuando se separan, se enojan con el otro. A veces, hasta odian al otro. La verdad, suena muy frío pensar que eso nos puede suceder a nosotros pero, como sabes, debemos tenerlo en cuenta.

—Prometo solemnemente que nada de lo que alguna vez puedas hacerme me llevará a traicionar tu secreto. Nada. Acuéstate con una docena de porristas en mi propia cama delante de mi madre. Oblígame a escuchar a Britney Spears. Destripa mi laptop, destrózala a martillazos y sumérgela en el mar. Te lo prometo. Nada. Nunca.

Solté el aliento ruidosamente.

—Mmm —dije.

—Ahora sería un buen momento para que me beses —dijo ella, y levantó la cara.

 

 

***

 

El siguiente gran proyecto de M1k3y en la Xnet fue reunir el conjunto definitivo de informes sobre la fiesta NO CONFÍEN del Parque Dolores. Construí el sitio más grande y más atractivo que pude, con secciones que mostraban los sucesos clasificados por lugar, hora, categoría: violencia policial, baile, repercusiones, canto. Subí el concierto completo.

Fue prácticamente lo único en que trabajé el resto de la noche. Y la noche siguiente. Y la siguiente.

Mi casilla de correo desbordó de sugerencias de la gente. Me enviaron imágenes de sus teléfonos y cámaras de bolsillo. Después recibí un correo de alguien que reconocí, el Dr. Eeevil (tres «e»), uno de los principales encargados de mantener el ParanoidLinux.

> M1k3y: He estado observando con gran interés tu experimento de la Xnet. Aquí, en Alemania, tenemos mucha experiencia sobre lo que sucede con un gobierno que pierde el control.

>Una cosa que deberías saber es que todas las cámaras poseen una «firma de sonido» individual, que puede usarse para vincular una imagen con cierta cámara. Eso significa que las fotos que estás publicando en el sitio, potencialmente, podrían utilizarse para identificar a los fotógrafos si alguien se las bajara con ese fin.

>Por fortuna, no es difícil eliminar esas firmas si lo deseas. En el ParanoidLinux que estás usando hay una aplicación para eso. Se llama photonomous; la encontrarás en /usr/bin. Lee las páginas que contienen la documentación. Pero es sencillo.

>Buena suerte con lo que estás haciendo. No te dejes atrapar. Conserva la libertad. Conserva la paranoia.

>Dr. Eeevil.

Eliminé las firmas de todas las fotos que había posteado y volví a subirlas, junto con una nota que explicaba lo que me había dicho el Dr. Eeevil y alertaba a todos para que hicieran lo mismo. Todos teníamos la misma instalación básica en las ParanoidXbox, de modo que todos podíamos producir fotos anónimas. No había nada que hacer con las imágenes ya bajadas y guardadas en caché, pero a partir de ahora seríamos más astutos.

Esa noche no pensé más en el asunto… hasta que bajé a desayunar al día siguiente y encontré a mamá con la radio encendida, pasando el noticiero matutino de la emisora NPR.

La agencia de noticias árabe Al-Jazeera está difundiendo imágenes, videos e informes de primera mano sobre la revuelta juvenil del fin de semana pasado en el Parque Dolores de Mission, dijo el locutor mientras yo bebía un vaso de jugo de naranja. Logré no escupirlo por toda la habitación, pero no pude evitar atragantarme un poco.

Los cronistas de Al-Jazeera afirman que estos informes se publicaron en la llamada Xnet, la red clandestina utilizada por estudiantes y simpatizantes de Al-Quaeda de la zona de la Bahía. Hace tiempo se rumorea de la existencia de dicha red, pero esta es la primera vez que se la menciona oficialmente.

Mamá meneó la cabeza. —Justo lo que necesitábamos —dijo—. Como si no tuviéramos bastante con la policía. Chicos corriendo por todas partes, haciéndose los guerrilleros y dándoles una excusa para tomar medidas realmente enérgicas.

Los weblogs de la Xnet contienen cientos de informes y archivos multimedia producidos por jóvenes que asistieron a los disturbios y que afirman que estaban reunidos pacíficamente hasta que la policía los atacó. Aquí tenemos uno de esos relatos.

«Lo único que hacíamos era bailar. Yo estaba con mi hermano menor. Las bandas tocaban y se hablaba de la libertad, de cómo la estábamos perdiendo por culpa de estos imbéciles que dicen odiar a los terroristas, pero que nos atacan a nosotros, que no somos terroristas… somos norteamericanos. Creo que los que odian la libertad son ellos, no nosotros.»

«Bailábamos, las bandas tocaban y todo era divertido y bueno, y entonces la policía empezó a gritar que nos dispersáramos. Todos gritamos ¡rescátenla!, que significa rescatemos a nuestra patria. La policía nos arrojó gas pimienta. Mi hermanito tiene doce años. Tuvo que faltar tres días a la escuela. Mis estúpidos padres dicen que fue por mi culpa. ¿Y la policía qué? Supuestamente, les pagamos para que nos protejan, pero nos gasearon sin ningún motivo, nos gasearon como gasean a los soldados enemigos.»

Pueden encontrarse informes similares, con audio y video, en el sitio web de Al-Jazeera y en la Xnet. Las instrucciones para acceder a la Xnet figuran en la página oficial de esta emisora.

Bajó papá.

—¿Tú usas la Xnet? —dijo. Me miró intensamente a la cara. Sentí que me retorcía por dentro.

—Es para los videojuegos —respondí—. Para eso la usa la mayoría. Es una red inalámbrica, nada más. Es lo que hace todo el mundo con las Xbox gratuitas que regalaron el año pasado.

Me miró con fuego en los ojos.

—¿Juegos? Marcus, sin darte cuenta, estás encubriendo a personas que planean atacar este país y destruirlo. No quiero verte usando la Xnet. Nunca más. ¿Está claro?

Quería discutir. Diablos, quería agarrarlo de los hombros y sacudirlo. Pero no lo hice. Aparté la vista.

—Por supuesto, papá —dije.

Me fui a la escuela.

 

 

***

 

Al principio, me sentí aliviado cuando descubrí que no iban a dejar al Sr. Benson al frente de mi clase de Estudios Sociales. Pero la mujer que encontraron para reemplazarlo resultó ser mi peor pesadilla.

Era joven, de unos veintiocho o veintinueve años, y de una belleza sana, rubia. Noté su leve acento sureño cuando se presentó como la Sra. de Andersen. Eso hizo sonar mis alarmas de inmediato. No conocía a ninguna mujer menor de sesenta años que se autodenominara «señora de».

Pero estaba preparado para dejarlo pasar. Era joven, bonita, parecía agradable. Estaría bien.

No estaba bien.

—¿Bajo qué circunstancias el gobierno federal debería estar dispuesto a suspender la Declaración de Derechos? —dijo, girando hacia la pizarra y escribiendo una lista de números, del uno al diez.

—Ninguna —dije, sin esperar a que me diera permiso para hablar. Era fácil de responder—. Los derechos constitucionales son absolutos.

—No es un punto de vista muy sofisticado —miró el plano de ubicación de los alumnos—, Marcus. Por ejemplo, digamos que un policía revisa una vivienda de un modo inapropiado, que excede el asunto especificado en la orden judicial, y descubre evidencia indiscutible sobre el delincuente que asesinó a tu padre. Es la única evidencia que existe. ¿El delincuente debe quedar libre?

Yo sabía la respuesta, pero no podía explicarla bien.

—Sí —dije por fin—. Porque la policía no debe revisar viviendas de un modo inapropiado…

—Equivocado —dijo ella—. La respuesta adecuada al mal comportamiento policial son las sanciones disciplinarias aplicadas a la propia policía, no las que castigan a toda la sociedad por el error de un agente.

Escribió «Culpabilidad criminal» debajo del punto uno de la pizarra.

—¿Otros ejemplos en los que se puede pasar por alto la Declaración de Derechos?

Charles levantó la mano.

—¿Gritar «fuego» en un teatro repleto?

—Muy bien —consultó el plano—, Charles. Hay muchas instancias en las que la Primera Enmienda no es absoluta. Completemos la lista con algunas más.

Charles volvió a levantar la mano.

—Poner en peligro a un integrante de las fuerzas de seguridad públicas.

—Sí, revelar la identidad de un policía o un oficial de inteligencia encubiertos. Muy bien. —Lo escribió—. ¿Otras?

—Seguridad nacional —dijo Charles, sin esperar a que le dieran la palabra—. Difamación. Obscenidad. Corrupción de menores. Pornografía infantil. Difundir instrucciones para fabricar bombas. —La Sra. de Andersen escribió todo rápidamente, pero se detuvo al llegar a pornografía infantil—. La pornografía infantil es una forma de obscenidad.

Yo estaba asqueado. Esto no era lo que había aprendido ni creía acerca de mi país. Levanté la mano.

—¿Sí, Marcus?

—No lo entiendo. Usted lo plantea como si la Declaración de Derechos fuese opcional. Es la Constitución. Se supone que debemos obedecerla al pie de la letra.

—Esa es una simplificación muy común —dijo ella con una sonrisa falsa—. Pero lo cierto de este asunto es que los creadores de la Constitución tenían la intención de que fuese un documento vivo, que pudiera reformarse a través del tiempo. Entendían que la República no podría durar para siempre si los gobiernos de turno no eran capaces de gobernar según las necesidades del momento. Nunca pretendieron que la Constitución se considerara una doctrina religiosa. Después de todo, habían venido aquí para huir de una doctrina religiosa.

Sacudí la cabeza. —¿Qué? No. Eran mercaderes y artesanos leales al Rey, hasta que el Rey instauró políticas que perjudicaban sus intereses y los obligó a cumplirlas con brutalidad. Los refugiados religiosos habían venido muchísimo antes.

—Algunos de los constituyentes descendían de refugiados religiosos —dijo ella.

—Y se supone que la Declaración de Derechos no es algo que uno elige si quiere. Lo que odiaban los constituyentes era la tiranía. Y la Declaración de Derechos fue pensada para prevenirla. Eran un ejército revolucionario y quisieron establecer un conjunto de principios con los que todos estuvieran de acuerdo. La vida, la libertad, la búsqueda de la felicidad. El derecho del pueblo a derrocar a sus opresores.

—Sí, sí —contestó ella, sacudiendo la mano—. Creían en el derecho del pueblo a librarse de sus reyes, pero… —Charles ya sonreía, pero cuando ella dijo esto su sonrisa se agrandó más—. Redactaron la Declaración de Derechos porque pensaban que conceder derechos absolutos era mejor que arriesgarse a que un tercero se los arrebatara. Como la Primera Enmienda: se supone que nos protege porque evita que el gobierno determine dos clases de discursos, el libre y el criminal. No querían correr el riesgo de que algún imbécil decidiera que todo lo que a él no le gustaba era ilegal. —Se volvió y escribió «Vida, libertad y búsqueda de la felicidad» en la pizarra—. Nos estamos adelantando al material de la lección, pero al parecer son un grupo avanzado. —Los demás chicos rieron nerviosamente—. El rol del gobierno es asegurar a los ciudadanos el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. En ese orden. Es como un filtro. Si el gobierno quiere implementar algo que nos hace un poco infelices o nos quita algo de nuestra libertad, está bien, mientras lo haga para salvarnos la vida. Por eso la policía puede encerrarnos si piensa que somos un peligro para nosotros mismos o para terceros. Uno pierde la libertad y la felicidad para preservar la vida. Si uno tiene vida, puede recuperar la libertad y la felicidad más adelante.

Algunos levantaron la mano.

—¿Eso no significa que pueden hacer lo que les antoje, mientras declaren que es para detener a los que pueden hacernos daño en el futuro?

—Sí —dijo otro chico—. Me parece que usted nos está diciendo que la seguridad nacional es más importante que la Constitución.

En ese instante, me sentí muy orgulloso de mis compañeros. Dije:

—¿Cómo se puede proteger la libertad suspendiendo la Declaración de Derechos?

Ella meneó la cabeza como si fuésemos todos muy estúpidos.

—Los «revolucionarios» padres de la patria fusilaban a los traidores y los espías. No creían en la libertad absoluta, menos cuando ésta amenazaba a la República. Por ejemplo, tomemos a esa gente de la Xnet…

Con todas mis fuerzas, intenté no ponerme rígido.

—Los llamados «clonadores» que aparecieron en los noticieros esta mañana. Después de que la ciudad sufrió el ataque de quienes se han declarado en guerra con este país, se dedicaron a sabotear mensajes de seguridad destinados a capturar a los malos y a evitar que hagan lo mismo otra vez. Y lo hicieron a costa de poner en peligro e importunar a sus conciudadanos…

—¡Lo hicieron para demostrar que estaban privándonos de nuestros derechos con la excusa que protegerlos! —dije. Bueno, grité. Dios, esa mujer me hacía hervir la sangre—. Lo hicieron porque el gobierno estaba tratando a todos como sospechosos de terrorismo.

—¿Entonces quisieron demostrar que no debían tratarlos como terroristas —me gritó Charles— actuando como terroristas? ¿Cometiendo actos de terrorismo?

Yo estaba furioso.

—Ay, por el amor de Dios. ¿Actos de terrorismo? Demostraron que la vigilancia universal era más peligrosa que el terrorismo. Mira lo que pasó en el parque el fin de semana pasado. Esa gente estaba bailando y escuchando música. ¿En qué se parece eso al terrorismo?

La profesora cruzó el aula hasta quedar de pie a mi lado, mirándome desde arriba hasta que me callé.

—Marcus, parece que, según tú, nada cambió en este país. Te hace falta comprender que las bombas del puente lo han cambiado todo. Miles de nuestros amigos y familiares están muertos en el fondo de la Bahía. Ahora es momento de luchar por la unidad nacional, frente al violento agravio que ha sufrido nuestra patria…

Me levanté. Ya había oído suficiente de esa mierda del «todo ha cambiado».

—¿Unidad nacional? Todo el fundamento de los Estados Unidos se apoya en que somos un país donde las disidencias se reciben con los brazos abiertos. Somos un país de disidentes, de peleadores, de gente que abandona la universidad y de personas con libertad de expresión.

Pensé en la última clase de la Sra. Gálvez y en los miles de estudiantes de Berkeley que habían rodeado el furgón de la policía cuando intentaron arrestar al que repartía folletos sobre los derechos civiles. Nadie había intentado detener los camiones cargados con la gente que bailaba en el parque cuando se la llevaban. Yo tampoco. Me había escapado.

Tal vez era cierto que todo había cambiado.

—Creo que sabes dónde está la oficina del Sr. Benson —me dijo ella—. Preséntate allí de inmediato. No toleraré que mis clases se vean alteradas por conductas irrespetuosas. Para ser alguien que se declara amante de la libertad de expresión, te veo demasiado bien dispuesto a gritarle a cualquiera que no esté de acuerdo contigo.

Recogí mi LibroEscolar y mi mochila y salí como un torbellino. La puerta tenía una bisagra neumática y era imposible cerrarla de un golpe; de no ser así, la habría cerrado de un golpe.

Me dirigí rápidamente a la oficina del Sr. Benson. Las cámaras me filmaban mientras caminaba. Registraban mi andadura. Los RFID de mi tarjeta de identificación estudiantil transmitían mi identidad a los sensores del corredor. Era como estar en la cárcel.

—Cierra la puerta, Marcus —dijo el Sr. Benson. Giró la pantalla para que yo viera la imagen en vivo de la clase de Estudios Sociales. Había estado mirándonos.

—¿Qué tienes que decir en tu defensa?

—Eso no era enseñar, era propaganda. ¡Nos dijo que la Constitución no era importante!

—No, les dijo que no era una doctrina religiosa. Y tú la atacaste como una especie de fundamentalista, demostrando que ella tenía razón. Marcus, tú, de entre todas las personas, tendrías que entender que todo cambió con las bombas del puente. Tu amigo Darryl…

—No diga una maldita palabra sobre él —dije, desbordado de ira—. Usted no tiene autoridad para hablar de Darryl. Sí, entiendo que ahora todo es diferente. Antes éramos un país libre. Ahora no.

—¿Sabes lo que significa «tolerancia cero», Marcus?

Me controlé. Podía expulsarme por «conducta amenazante». Supuestamente, eso se usaba con los pandilleros que trataban de intimidar a los profesores. Pero, por supuesto, no tendría ningún reparo en aplicármelo a mí.

—Sí —le dije—. Sé lo que significa.

—Creo que me debes una disculpa —dijo.

Lo miré. Apenas intentaba reprimir su sonrisa sádica. Una parte de mí quería postrarse a sus pies. Quería rogar por su perdón a costa de mi vergüenza. Aplaqué a esa parte y decidí que prefería que me expulsara antes que disculparme.

—Los gobiernos se instituyen entre los hombres, derivando sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; cuando una forma de gobierno se vuelve destructora de estos principios, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que, a su juicio, ofrezca las mayores probabilidades de hacer efectiva su seguridad y felicidad. —Lo recordaba palabra por palabra.

Benson sacudió la cabeza.

—Recordar algo no es lo mismo que entenderlo, hijo. —Se inclinó sobre la computadora e hizo unos clics. La impresora ronroneó. Me entregó una hoja con membrete de la Comisión, aún tibia, que decía que me habían suspendido dos semanas—. Ahora se la enviaré a tus padres por correo electrónico. Si dentro de treinta minutos sigues en las instalaciones de la escuela, serás arrestado por invasión a la propiedad privada.

Lo miré.

—No pretendas declararme la guerra en mi propia escuela —dijo—. No puedes ganar esa guerra. ¡VETE!

Me fui.

 

 

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