Ficción Breve (sesenta y dos), varios autores
Agregado el 29 mayo 2011 por dany en 218, Ficciones, tags: Cuentos
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Aunque los escritores se han dedicado a crear ficciones breves desde tiempos inmemoriales sólo en las últimas décadas las pequeñas obras pasaron a formar parte del canon literario y lograron hacer pie en los claustros académicos. Durante mucho tiempo se las consideró meras curiosidades alejadas del universo de la literatura seria. Con la explosión de las nuevas tecnologías, más y más autores, aficionados y profesionales, se suman a la moda de las formas breves con resultados desparejos. Por su parquedad obligan a utilizar recursos literarios específicos (elipsis, referencia, intertextualidad) y requieren de una gran maestría en el uso del lenguaje. A despecho de su aparente sencillez, las mejores ficciones breves no son el resultado de un golpe de ingenio sino el producto de una cuidadosa y aceitada elaboración.
Silvia Angiola
ARGENTINA
I.
El hombre amaba los textos de Yasunari Kawabata.
Llevado por su «País de nieve», viajó a Japón y visitó, en enero y con un frío intenso, las montañas donde jóvenes mujeres vírgenes, en la penumbra de sótanos asfixiantes de humedad y calor, sumergen los capullos en agua hirviente, devanan la seda Chijimi y tejen las finísimas telas que luego son puestas a secar, un día y una noche enteros, sobre la nieve pura, hasta que adquieran la blancura inmaculada y se impregnen del Yuki no seishin, el espíritu de la nieve, y lo transmitan a quienes las vistan en los tórridos veranos de Tokio.
El hombre bajó del tren que lo llevó a las montañas y buscó, en las posadas, a su geisha Komako. La encontró: se llamaba Aiko. Pretendió el mismo amor puro, bello e intocablemente perfecto de los personajes de Kawabata; pero la primera vez que Aiko se desnudó frente a él, desechó cualquier ceremonia y sucumbió a la fragilidad y la delicadeza desenfrenadas que encontró bajo la máscara de recato que el estereotipo social imponía a la joven. Y se quemó en su llama apenas estuvo dentro de Aiko por primera vez y ella lo envolvió con sus piernas mientras acariciaba suavemente su boca.
Llévate mis lágrimas contigo dijo ella. Y fue la última vez que habló.
El hombre se quedó para siempre a su lado. Nunca más hubo palabras entre ellos. Y su amor cristalizó en algo mucho más hermoso que la mismísima seda Chijimi.
II.
El hombre veneraba a Baudelaire.
Él, como el poeta, rechazaba la idea clásica de que lo bello se hermana con lo bueno, el kalos kai agathos, y estaba convencido de la necesidad viva de encontrar el lado oscuro, reprimido y peligroso del amor. Viajó a París y vivió, apenas con lo puesto, en el viejo Barrio Latino. Conoció a su Jeanne Duval en un antro de la Rue Séguier, casi llegando al río. Se llamaba Elènne y no era mulata, sino mora. Vivieron juntos todo un invierno, en una habitación prestada con ventanas sin vidrios. Cuando se acabaron las pocas maderas que, para calentarse, quemaron directamente sobre el piso, se desnudaron bajo dos mantas raídas, y encendieron el amor. Ella lo hacía estremecer cuando bajaba sus manos y palpitaba cuando él, con toda suavidad, pellizcaba sus pechos. Matizaron sus propias bellezas con lo inesperado, la sorpresa y el estupor. Se sedujeron y se fundieron en el éxtasis, buscando, de manera consciente, ser destruidos por la cautivante intensidad de aquellas horas de frío.
Baudelaire decía:
La ciega polilla vuela hacia vos, candela.
Crepita, brilla y dice: ¡Alabemos a esa llama!
El amante jadeando sobre su hermosa; tiene
el aire de un moribundo que acaricia su tumba.
Llegaron a reírse del poeta. Cada uno de ellos olvidó su yo en la carne del otro.
Sin embargo, al llegar la primavera, Elènne reivindicó su derecho a marcharse.
El hombre que había sido tocado por esa arrebatadora visión de lo perfecto, que se había balanceado durante tres fríos meses entre lo sublime y lo diabólico, lo elevado y lo grosero, el ideal y el aburrimiento angustioso entendió, de golpe, el espanto del juego del amor: era preciso que uno de los dos jugadores perdiese el gobierno de sí mismo.
Como la polilla hipnotizada por la irresistible belleza de la llama, debía pagar el precio más alto: saltar al abismo y librarse al espasmo de la muerte.
En la mañana, encontraron su cuerpo desnudo flotando en el Sena. Sonreía.
III.
El hombre reverenciaba a Rainer María Rilke.
Buscaba el amor como si fuera su patria, con el muy íntimo deseo de que se pareciese a la soledad de su infancia. «La única patria feliz es aquella formada por niños», decía Rilke en sus Cartas; y hablaba de la necesidad de buscarla para encontrarnos a nosotros mismos, lejos del mundo marchito y convencional de los adultos. El hombre remontó la marea de los años y se rodeó de desconsuelo («La tristeza también es una ola»). A pesar de quedar encerrado en laberintos indescifrables, hizo esfuerzos sobrehumanos para salir adelante («Convierte tu muro en un peldaño»). Estuvo en los lugares en los que vivió el poeta: Praga, Sankt Pölten, Worpswede, París, Duino. Un día cualquiera, ya pasados sus cincuenta y en Munich, encontró su Lou Andreas-Salomé. No se conoce su nombre. Era hermosa.
Viajaron, siguiendo los pasos de Rilke, por Italia y por Rusia, por Dinamarca, Suecia, Holanda, España y Suiza.
Primero fueron amantes. Él le recorría la piel entera con su lengua, degustando sus sabores y sonriendo con cada uno de los escalofríos de ella, en ceremonias que podían durar horas. A su turno, ella jugaba con su boca y le arrancaba gemidos imperceptibles.
El amor consiste en dos soledades que se defienden, se delimitan y se rinden homenaje.
Luego fue su amante y su amiga. Su hermosura, abonada con una extraña felicidad, crecía hasta que al hombre se le hizo insoportable.
La belleza es el principio de lo terrible. Todo ángel es terrible.
El hombre encontró al amor, a su patria y a la soledad de su infancia. Ella murió. Su tumba está en el cementerio de Rarogne, en Valais. Descansa a pocos metros del poeta.
Ahora, el hombre mira por la ventana. Afuera caen pequeños copos de la primera nevada de este año. Tras los barrotes de la ventana, los jardineros limpian el parque de césped cuidado y amarillo. Más allá, tras las rejas, los autos pasan por la avenida fría, tan lejos del hombre como si estuvieran en Marte. El enfermero de las cinco de la tarde abre la puerta. El hombre ni siquiera le presta atención.
Daniel Frini nació en Berrotarán (Córdoba, Argentina) en 1963. Es Ingeniero Mecánico Electricista. Fue redactor y columnista en revistas humorísticas del interior del país. En 2000 publicó el libro «Poemas de Adriana». Colabora en varios blogs («Químicamente Impuro»; «Ráfagas, Parpadeos»; «Breves no tan Breves»; «La Sonriente Cocina de Peloncha»; «Cuentos y Más»; «Educared-TamTam»; «La Oveja Negra»; «Antología Literaria», «Poemia», «La nave de los locos»; «BEM On Line», «Cuentos inverosímiles», «El Diario de Transilvania», «Ficcionario» ), en publicaciones digitales («Axxón», «Terrorzine» de Sâo Paulo, Brasil, y «miNatura» de La Habana, Cuba); y diversas revistas y periódicos en papel.
En 2009 ganó el 1er Premio de la Segunda Convocatoria de Microcuentos «El Dinosaurio» (Colombia) en el que obtuvo, también, el 3er puesto, el 1er Premio en el género «Cuento» del IV certamen de Cuento Breve y Poesía Cosme Sebastián Reniero (Avellaneda, Santa Fe, Argentina), el Premio Internacional de Monólogo Teatral Hiperbreve para Niñas y Niños «Garzón Céspedes 2009? (Madrid / México D. F.) y el Premio «La Oveja Negra» de microrrelatos 2009 (Buenos Aires, Argentina; habiendo sido Finalista del mes de Marzo para este concurso anual). Fue finalista, además, de la Convocatoria Axxón de Ficciones Breves 2009. Su cuento «Éramos un millón de animalitos ciegos» fue seleccionado por la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror para integrar la antología «Visiones 2009». En 2010, su cuento «La última operación de cerebro» fue publicado en «Borumballa 2010», antología realizada por los organizadores de ENCONTES, Festival de Narració Oral d’Altea (Alicante, España).
Su poema «Si vos estás» fue incluido en la «Antología Poética XX Aniversario» de la editorial «3+1» (Buenos Aires, Argentina). Su cuento «El Secreto» fue seleccionado para integrar la antología «Grageas 2, más de cien cuentos breves hispanoamericanos, en el año del Bicentenario» del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (Buenos Aires, Argentina). Participó, con su relato corto «Contrabando» de la convocatoria «Festejos del Bicentenario» del portal «Cuentos y más». Fue designado pre-jurado del 1er Concurso Internacional de Relato Corto «El arte de fluir». Fue designado Jurado de la Tercera Convocatoria de Minicuentos «El Dinosaurio» (Colombia). Es Coordinador del Taller Literario Virtual «Máquinas y Monos» de la revista digital «Axxón». Es Corresponsal en Argentina de la Revista Literaria brasileña «Lit!».
ESPAÑA
Nadie visitó al guionista durante sus últimos días. Tendido en su lecho de muerte dejó transcurrir el tiempo que le quedaba a la espera de que la Parca le reclamara para su último viaje, horas incontables en las que la realidad se entremezclaba con retazos de las historias que jamás escribió y que ya no podría contar.
¿Dónde estaban los directores que se habían peleado por plasmar uno de sus trabajos? ¿Y los productores fanfarrones que le daban palmaditas en la espalda cuando se quejaba de su sueldo? ¿Y los actores que suplicaban que reescribiera alguna línea porque eran incapaces de recordarla? ¿Y los críticos que loaban su ingenio?
Muertos, todos muertos dijo a nadie en particular. Y los que viven han ido en busca de algún otro joven al que engatusar y hacer que se crea el rey del mundo.
No todos replicó una voz de mujer.
Asustado se dio la vuelta esperando al Segador. El guionista era un jugador pésimo de ajedrez pero sabía hacer trampas como el que más. Quizás eso bastase…
Respiró tranquilo al comprobar que era una joven de rasgos suaves y sonrisa pícara la que se hallaba sentada junto a su cama. La reconoció sin problemas. A diferencia de él, la muchacha se conservaba tal y como la recordaba. Pero el alivio fue sustituido rápidamente por la ira.
¿Dónde estabas todos estos años? ¡Ya no te necesito! ¡No me sirves de nada! ¿O acaso has venido a burlarte de mí como todos ellos?
Siempre he estado a tu lado. ¿Cómo voy a fallarte ahora?
A nadie le importo. ¿Quién se acuerda de los hermanos Epstein o de los incontables poetas que transformaron La Odisea y a los que llamamos Homero por ignorancia? Qué pobre consuelo me ofreces, el convertirme en polvo obviado.
Pero recuerdan el café americano de Rick y a Ulises. Y cada palabra siempre vivirá conmigo, como ha sido siempre. Sin vuestros sueños no soy nada.
Estoy cansado. Déjame dormir, por favor suplicó el guionista.
Ella se acercó, le besó la frente, acarició sus cabellos y le cogió las manos.
Gracias por tu amor le dijo.
Gracias por dejarme soñar replicó el guionista y cerró los ojos para hundirse en los sueños por última vez.
Julio Ángel Escajedo Pastor nació en 1975 en Barcelona, España. Ha colaborado con varias revistas y fanzines de animación y es co-autor del libro Honor, plomo y sangre: El cine de acción de Hong Kong (Camaleón Ediciones, 1997). Ha publicado La Doncella de la Rosa (Equipo Sirius, 2010), su primera novela, que inicia una serie de space opera militar.
MÉXICO
Siento la noche como alud de caravanas plenas de telas suaves y transparentes, y de pronto se contamina el aire con el resoplido de la sonrisa del gigante que se asoma por una de las ventanas de esta casa.
Es un gigante dueño de todo lo que puede nombrar, de todo lo que le fue dado en su herencia de nacimiento: la comarca del hombre para el hombre, la comarca en la que cualquier otro ser vivo es un curioso juguete de utilería.
La casa está en un árbol construida para castigar mis gritos y el llanto desaforado que aparecían irremediablemente cuando mi madre decidía salir sola; salir de noche, sola y dejarme aquí en medio de una enorme cama de la que no podía bajar. Porque se iba y me dejaba así, sin piernas, como el tronco de este árbol sobre el que cuelga mi casa; así, tal como nací sin querer: brotes sin hierba, sin raíces: experimento del juego entre mi madre y el gigante, cuando jugaban a ser él, hombre de ella y ella, mujer de él sin importarles que ella hubiera nacido del fondo del lago y él de las raíces del sauce rey del bosque entero. Un gigante y una ondina en un castillo de juguete con camas de juguete y jardines y pasillos de juguete y carne y cuerpos que parecían de juguete pero resultaron increíblemente reales como yo y las noches en que me dejaba así, sin las maderas que me ajustaba día a día a los muñones y con las que había aprendido a andar.
Después de observar al gigante quedarse largo rato atravesando el vidrio de la ventana con su mirada tan intensa como verde, mi madre se vestía embrutecida por la ansiedad que le provocaba
esa sonrisa en el jardín.
No lo soporto… ya no… ya no…
parecía maullar, ronronear primero,
hasta que escupía gritos acompañados de golpes en los muslos y el vientre.
¡Qué nos mira!
¡De qué se ríe!
¿Qué no tiene todo el bosque para sí?
Entonces se iba.
Y yo soñaba el bosque y la noche soltando ese olor de
tierra – madera – musgo y hoja húmeda.
Soñaba con pisar las hojas secas o hacer crujir las ramas quebradizas
o meter los pies en los charcos
como he visto que hace ella y se ríe tanto.
Reír así,
y acariciar las piedras enlamadas con los dedos de los pies.
Eso también soñaba. Y el arco iris del que su canción hablaba:
Arco iris de bruma
y luna metal
que entierras
la luz del día
para hacer oscuridad.
Una noche su grito me hizo despertar inquieta, con la aceleración tremenda del pulso y el dolor en el estómago.
Estaba de vuelta,
ella, mi madre,
con los ojos más cristalinos que nunca
y las ropas escurriendo lodo.
Había intentado huir de nuevo y de nuevo cayó en el pozo,
acalambrando sus brazos y piernas de tanto chapoteo hasta que el gigante, casi asfixiado de risa, la sacó de ahí sacudiéndola como si quisiera hacerla sonar a campanadas mientras le explicaba, con su grave y dulce voz de gigante, que de la casa en el árbol ella nunca iba a salir, ni del jardín ni del castillo ni de la comarca ni del bosque entero, porque no había mundo para ella más que la palma de la mano que él, junto con las reglas del juego, le ofrecía cada día.
Pero ella, mi madre, no quería jugar más.
Quería volver a su lago y sus lirios de ondina,
y que el sol de otro reino le pintara el cuerpo de un color intenso.
Así que entró a la casa y empapándolo todo a su paso,
sin quitarse el vestido siquiera o limpiarse un poco la cara y los brazos,
tomó nuestras tijeras de cortar manzanas
y se agujeró el cuello
por donde le salió tanta y tanta sangre.
Tuve que gritar y llorar y gritar
tantas noches
para que el gigante me pusiera las piernas y me dejara acompañarlo
a tirarla,
por fin,
para siempre,
al pozo.
Cuando regresamos, el gigante decidió dejarme las piernas puestas y me dio un mapa que indicaba los caminos a otros reinos.
Pero yo soy sólo un tronco.
Iliana Vargas nació en la ciudad de México en 1978. Narradora y poeta. Estudió letras hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde cursó el diplomado de Literatura Fantástica y, en el 2001, coordinó el Encuentro Multidisciplinario en Torno a lo Fantástico. Fue coeditora del fanzine Caligari; participó en los Festivales de Terror y Ciencia Ficción organizados por el Gobierno de la Ciudad de México; formó parte del colectivo interdisciplinario Parodia de Vivos y ha colaborado en las publicaciones impresas y electrónicas Asfáltica, Azoth, Blanco Móvil, Hysterias, Grietas y Fatal Espejo, así como en programas dedicados a la literatura en Radio UNAM y la Radio Ciudadana. Su trabajo se ha incluido en las antologías de cuento y poesía: Códices en el asfalto. Narradores de la ciudad de México 1970-1990. Generación literaria del Bicentenario (Édgar Omar Avilés (compilador), AEM, 2010); Antes de que las letras se conviertan en arañas (Édgar Omar Avilés (compilador), IMC, 2006); Segunda palabra (Alberto Ramír y Alejandro de la Torre, (compiladores), 2006) y Hasta agotar la existencia III (Aldo Alba (compilador), Editorial Resistencia, 2007).
ARGENTINA
El hermano, vistiendo sólo un pantalón vaquero, dispara balas de fogueo a la hermana, quien, cubierta con sólo una camisa vaquera, dispara al hermano balas de fogueo. Ambos con escopetitas, hermosos, tostados. Eternamente veinte años. Se esconden detrás de árboles y matas. Apenas agitados, cesan de disparar. No hay viento. El efluvio solar envuelve al hermano y lo constriñe:
A mí se me mezcla, ¿no?… Se me mezcla. ¿No? Es como que no es de una sola manera. Se me mezclan… así… digamos… emociones… impresiones… y una especie de objetividad que se me aparece desde mi edad actual, desde las cosas que fui descubriendo. Era… muy caliente. Muy caliente. Quiero decir, muy de tener las manos calientes… siempre. Muy como implacable. Cariñoso. De estar siempre detrás de… del… del demostrar su cariño. Por ahí pienso que en realidad estaba tan… tan… tan desoladoramente necesitado de que… le dieran y estuvieran mucho con él demostrándole… que…; tal vez, todo lo que él hacía era para que le devolvieran… para… como si dijéramos para… provocar una suerte de inducción… a ver si yo me volcaba hacia él, a ver si era más expresivo con él, más comunicativo, más… más de ir a buscarlo, más de jugar con él, más de demostrarle que lo quería, o que era bueno que estuviera o que existiera, que fuera mi papá… Eh… Pienso ahora que… es más esto último, ¿no? Esto de… de… necesitar recibir… Y esto es cada vez más claro si advierto qué cosas empezó a decretar alguna vez, no sé cuándo. Empezó a decretar cosas tales como… besos… El debía ser besado por mí, al despertar… al saludarlo, al… decirle buen día. Y a la noche tenía que besarlo y decirle hasta mañana, que descanses, y era así… era por decreto. Yo… tal vez nunca lo he pensado antes que ahora mismo, y tal vez hay algún contenido secreto en esto que acabo de pensar, pero quizá, después, o antes, o igual que su madre, que a su madre, quizá, a quien más quiso o quiere, en toda su vida, es a mí.
Lejanos, con lentitud, paseando, avanzan los padres. La madre, tomada del brazo del padre. Trae una cartera. Son llamados al unísono por los hijos, que se acercan.
La hermana: ¡Mami!…
El hermano: ¡Papá!…
Al ser requeridos y tras un instante de vacilación, intentan acudir hacia el hijo por el que han sido llamados. Se topan de frente, chocan entre sí, seca y absurdamente. Caen. Muertos. Los hijos se aproximan a los cuerpos. Ella toca al padre con el caño de la escopeta. Él se agacha. Mira en detalle a los padres, sin tocarlos. Deja su escopeta en el suelo. También la hermana deja la suya en el suelo, y agachada, mira en detalle a los padres, sin tocarlos. Se arrodilla y mira al hermano, quien levanta un pie de la madre. Lo apoya con suavidad en el suelo. Levanta un pie del padre. Lo apoya con suavidad en el suelo. Ella coloca los cuerpos boca arriba. Él levanta la cabeza del padre. La apoya con suavidad en el suelo. Ella empuja con la punta de sus dedos la cabeza de la madre hacia uno de sus lados. Toca la nariz, los párpados, las orejas de la madre. Él pone sus manos sobre las rodillas de la madre. Ella toma una mano del padre y la coloca sobre el abdomen de éste. Se acerca. Lo huele. El hermano mira a la hermana. Toma una mano del padre. La levanta y la deja caer. Levanta un pie de la madre y lo deja caer. Huele al padre. Huele a la madre. La hermana pone su cara sobre el hombro de la madre. El hermano hunde sus dedos en el busto de la madre. La hermana coloca el dorso de su mano debajo de las fosas nasales del padre. Palpa el antebrazo del padre. Besa la frente del padre. El hermano abre la cartera de la madre. Extrae una tijerita. Corta la corbata del padre, dejándole el nudo en el cuello. Mira la parte cortada, la alza, la tira. La hermana abre la blusa de la madre. Toma de la mano del hermano la tijerita. Corta un redondel de género de la enagua de la madre, que deja descubierto el ombligo de ésta. Él pone su boca en el ombligo. Sopla. Se aparta. Mira a la hermana que, a su vez, lo mira. Vuelve a poner su boca en el ombligo de la madre. Sopla. Se aparta. La hermana se incorpora. Se para sobre los muslos del padre. Luego, lo descalza. Le saca una media. Le pone la media entre los dedos del pie. El hermano extrae de la cartera un osito a cuerda. Le da cuerda. Lo acerca a un oído de la madre. Le descarga la cuerda. Vuelve a darle cuerda. Lo coloca sobre el pecho del padre. La hermana le saca a la madre el pañuelo de seda del cuello. Le envuelve la cabeza. Los hermanos desabotonan las prendas de los padres. Las rompen con las manos y con la tijerita. Huelen los cadáveres. Se miran.
Pero… pero… dice la hermana ¡pero no… suenan!…
Atardece rápidamente.
Rolando Revagliatti nació el 14 de abril de 1945 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina.
Libros publicados en soporte papel (entre 1988 y 2009): Obras completas en verso hasta acá, De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):, Trompifai, Fundido encadenado, Picado contrapicado, Tomavistas, Propaga, Ardua, Pictórica, Desecho e izquierdo, Sopita, Leo y escribo, Del franelero popular, Ripio, Corona de calor (poesía); Las piezas de un teatro (dramaturgia); Historietas del amor, Muestra en prosa (cuentos y relatos); El Revagliastés (antología poética personal), Revagliatti – Antología Poética (con selección y prólogo de Eduardo Dalter). Sus libros cuentan con ediciones electrónicas, así como también sus cuatro poemarios inéditos en soporte papel: «Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo», «Infamélica», «Viene junto con» y «Habría de abrir», disponibles gratuitamente para su lectura o impresión en http://www.revagliatti.net.
BLOG: http://rolandorevagliatti.blogspot.com.
PRODUCCIONES EN VIDEO: http://www.youtube.com/rolandorevagliatti.
ARGENTINA
Sé que estuve mal, pero verlo así al Martín, verlo así de perdido y cansado, abriéndose paso entre la gente para llegar a la calle, apoyarse en el pilar de la vereda con el cigarrillo en la comisura de la boca y la mano llevándolo, trayéndolo, con desgano, sin que importe adónde caían las cenizas, si en el piso, en el ruedo del pantalón, en los zapatos, o en el saco arrugado ya de tanto saludo y tanto abrazo, si hasta los muchachos de fútbol habían venido, enterados porque llamaron temprano y Bety les contó, les contó que había sido todo tan rápido, les contó de los trámites, les dijo la dirección, la hora, el nombre del lugar, y cuando le preguntaron por cómo estaba el Martín a ella se le hizo un nudo en la garganta y les dijo la verdad, y entonces quisieron venir todos, Miguel, el Turco, el Pelado, Facu, El Bebe, Pochi, todos, de camisa y pantalón de vestir, la mano en el hombro o en la cara, «para lo que necesites, Martín», y el Martín agradeciendo cada gesto, cada palabra, aunque las escuchara como a la distancia, porque el Martín todavía se sentía como un extraño, sorprendido aún por la gente que llegaba en el trascurso de la tarde, Estela con el pañuelo en la mano besándolo en la mejilla, Manolo con el ramo de flores y la gomina en el pelo, Celia y el marido, Luján y Mary, Noemí, Coco, Fany, los chicos del almacén, vecinos que el Martín recordaba vagamente o que ni siquiera registraba, y el rostro endurecido para saludar a cada uno de los que iban entrando, hasta que vio llegar el coche del Rafa y entonces salió a la puerta para recibirlo, y el abrazo fuerte, eterno, cuando se encontraron, y ahí el Martín no pudo más y se le llenaron los ojos de lágrimas, y el Rafa palmeándole la espalda y escondiendo el llanto del amigo en su hombro, y el Martín con la voz quebrada diciéndole «gracias por haber venido, Rafita, la vieja te quería como a un hijo», y el Rafa puteándolo porque lloraba, aunque él también hubiera querido largar el dolor en el pecho pero no debía, él sentía que no debía, porque sólo el Martín podía estar triste hoy, y los demás debían acompañarlo, y cuando de a poco, muy de a poco se tranquilizaron, Bety los esperaba en la puerta para volver a entrar y perderse entre la multitud, en la despedida, hasta que pasaran las horas y se hiciera de noche, y el Martín volviera a sentirse ajeno a todo lo que pasaba y no lograra entender qué era todo aquello, y se abriera paso entre la gente para ganar la calle y encender el cigarrillo que pisó con el talón del zapato mientras buscaba las llaves en el bolsillo y caminaba hasta el auto, decidido, y Bety alcanzó a ver que se sentaba frente al volante y arrancaba, y cuando quiso llamarlo desde la puerta sintió que el Rafa le agarraba el brazo y le hablaba, «dejalo, dejalo un rato solo», y el coche alejándose hasta llegar a la esquina y desaparecer, porque el Martín doblaba por la avenida y le pegaba derecho hasta el segundo semáforo, la luz de giro a la izquierda, las cinco cuadras hasta la cortada, el zigzag, y los faros iluminando el paraíso que hace un mes ayudó a podar, hasta que todo volvía a ser oscuro cuando el Martín apagaba el motor y se bajaba con un nuevo cigarrillo en la boca, y el portón chillando al abrirse, y los zapatos taconeando en la vereda de ladrillos, y los chasquidos de la llave en la cerradura de la puerta que cuesta abrir porque se arrastra, porque hay que levantarla un poco, con fuerza, el Martín puteando por las veces que dijo que había que arreglarla, mil veces había dicho, y después darse cuenta que ya no vale la pena, darse cuenta que ya no hay con quién quejarse, que ahora la casa está vacía y que él está tan solo, tan solo en una casa que ya no huele a guiso, a lavanda, a ropa planchada frente a la tele, y sentir que tanto silencio lo ahoga, que necesita moverse, subir la escalera, apurar el paso, cansarse y llegar al piso de arriba, con la cabeza gacha, con la mano en la frente, traspirado, y encontrar la pieza y prender la luz y de repente, de la nada, quedarse quieto, duro, congelado al ver la cama hecha, y entonces sentir el nudo insoportable en la garganta y el Martín que no puede frenar el llanto, no puede frenar la infinita tristeza que se le escapa por los ojos y la boca al darse cuenta de que nadie, nunca más, volvería a desarmar aquella cama para irse a dormir, y el Martín siente que el cuerpo le tiembla y se tira sobre el colchón para lamentarse y gritarle a Dios y a la muerte y a quien carajo sea el que lo dejó así de solo, lleno de tristeza, los recuerdos como navajas, hasta desahogarse, y yo sé que estuve mal, sé que no debía, pero verte así, Martín, verte así de perdido y cansado, tirado en la cama y sufriendo de esa manera, no quise asustarte, Martín, no quise que corras así, yo sé que estuve mal, pero acordate, por favor, Martín, acordate de las veces que caías enfermo, por favor, acordate de las veces que me quedaba al lado tuyo toda la noche, nene, acariciándote el pelo para que pudieras dormir, por favor, perdoname, nene, una caricia, no quise asustarte, perdoname, Martín, perdoname, yo también soy más boba…
Ramiro Montero es estudiante en el Instituto de Formación Docente Nº 41, de Adrogué. Participó hasta hace un tiempo del Taller Literario de Axxón, e hizo pequeñas colaboraciones para la revista Sudestada. Siguiendo la misma coherencia deleznable con la que se maneja en la vida, no ha ganado premio ni reconocimiento alguno, por lo que poco más puede agregarse de él. Esta es su primera participación en la revista.
FRANCIA
«Nosotras, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales»
Paul Valéry
«Una sociedad sin sueños es una sociedad sin futuro»
Carl Gustav Jung
«Todo el mundo cree que el fruto es lo esencial del árbol cuando, en realidad, es la semilla»
Friedrich Nietzsche
«Mis queridos amigos, cuando muera,
Planten un sauce en el cementerio.
Me gusta su follaje afligido;
Su palidez es dulce y querida para mí,
Y su sombra será ligera
En la tierra donde dormiré».
Alfred de Musset, Le Saule
Arno y Alexandrin Harpel se dirigían desde el macizo de la Scantine en los Alpes austríacos hacia el lejano valle de Lippova, en Lombardía. La cadencia repetitiva de la marcha acunaba sus pensamientos. El sol estaba a punto de desaparecer detrás del puerto de San Ticino y la luz rasante del ocaso iluminaba de rojo el sotobosque que atravesaban. Los rayos hicieron relucir un momento, en el suelo al costado del camino, un objeto irregular. Se acercaron.
Una fina placa plateada ceñía el pie de un alerce alpino. Se arrodillaron delante del árbol para leerla: «Aquí crece en paz Ivos Vos, fallecido a los ciento sesenta y cinco años», seguido del número 35277399303. Este número, como lo sabían, no era una matriculación póstuma, sino que hacía referencia a un cálculo que representaba una cantidad gastada durante una vida entera. Según la medalla, este hombre había vivido con sencillez. El collar estaba apenas estropeado, el entierro debía haber sido reciente.
El árbol crecía recto hacia el cielo. Retrocedieron, levantaron los ojos para contemplar su cima, luego se alejaron.
Cuando llegaron a Lippova los hermanos Harpel pidieron información a los habitantes. Estos les escuchaban y contestaban:
No, nadie ha fallecido recientemente en el pueblo.
Luego se acordaban:
Una familia vino al comienzo de la temporada, enlutada por la muerte de uno de los suyos, que ocurrió el año pasado.
Les habían visto tomar la dirección que habían seguido los alpinistas. Conocían al difunto, su abuelo había nacido en Lippova. Les explicaron que el pueblo, aislado de la civilización, tenía una costumbre que no se extendía más allá de las cimas y de las crestas de los Alpes que cercaban el valle hacía milenios. Así, los habitantes de Lippova habían conservado su propia interpretación de la ceremonia mortuoria y de su conmemoración.
La huella ecológica de una vida humana, cuyo balance se había convertido en un valor moral en otros lugares, debía redimirse allí sobre una forma vegetal, a fin de conservar el entorno natural intacto y participar de su regeneración. No creían en la reencarnación sino en re-equilibrar la ecología perturbada por la vida del hombre. Todo hombre, aunque viva con modestia, estropea el entorno natural, principalmente a través de la liberación de dióxido de carbono. Para restablecer el equilibrio, el día del entierro plantaban un árbol joven del tamaño del difunto, que se convertiría con el tiempo en el más majestuoso de los vegetales.
Al crecer, un árbol consume más dióxido de carbono que oxígeno. Su sistema respiratorio le permite aspirar los átomos de carbono que necesita para crear el grosor de su tronco, la fuerza de sus raíces y el brillo de sus ramas. Los habitantes de Lippova aprovechaban esta respiración natural durante el crecimiento del árbol para saldar la deuda ecológica del hombre. Luego, unos años más tarde, el intercambio gaseoso se equilibra: un árbol adulto aspira la misma cantidad de dióxido de carbono que de oxígeno en la alternancia entre el día y la noche, y crea un intercambio de aire suficiente para que respiren cuatro personas.
Ningún camino debía guiar hasta el árbol conmemorativo. La naturaleza toma sus fuerzas del ritmo impuesto por las estaciones, cada primavera es diferente y el paisaje se renueva año tras año. Así disimula e integra a este Edén el humilde memorial simbólico y preserva el descanso del difunto. Cuando la gente venía a rezar, se necesitaba una peregrinación para recobrar el árbol plantado el día del entierro. El esfuerzo ayudaba a disipar el dolor, y el bosque, a recogerse. Los Alpes, tumba salvaje, inspiraban hacia el cielo.
La tumba de mármol de otros tiempos daba a la existencia humana un sentido inmutable y lineal, un destino final que se prolongaba más allá de la memoria. La desaparición natural inscribía la muerte del hombre en un ciclo que sobrepasaba el tiempo de la vida humana, como si fuera otra forma de eternidad. Un cuerpo muerto tiene un papel espiritual y alimenta discretamente al suelo, fecundo para una segunda vida vegetal. Una herencia útil para la preservación del patrimonio natural. Esta fusión había permitido a los habitantes de la región desarrollar una conciencia ecológica propia del medio ambiente en el que vivían. El lugar elegido era intocable protegido por el espíritu del difunto pero el árbol, al que no se podía identificar, podía ser cortado y usado como leña por los vivos. Se creía en Lippova que el alma del difunto se animaba con las llamas del fuego y que cuidaba a los que lo contemplaban.
Los hermanos Harpel abandonaron el pueblo al amanecer del día siguiente, meditando sobre las palabras que habían oído en la víspera. Se cuenta que, mucho tiempo después, el cuerpo de uno de ellos fue enterrado en el valle.
TÍTULO ORIGINAL: L’Héritage. Traducción de Georges Bormand.
Aude Messager nació en 1985 y se graduó en 2010 en la ENSCI (Ecole Nationale Supérieure de Création Industrielle) de París. Es una diseñadora francesa que siempre ha estado interesada en cómo puede usarse el diseño para ayudar en el ahorro de energía y el desarrollo sustentable. Ha trabajado con James Ennis de Positive Flow, un estudio de diseño con base en Milán (Italia) especializado en cuestiones de ahorro de energía, así como con el Interactive Institute de Estocolmo (Suecia), una organización financiada por el estado que trabaja en diseño y energía. El resultado de este trabajo se publicará en breve. Aude ha utilizado estas experiencias en su tesis sobre el diseño y la energía, que fue supervisada por Stephane Villard (Electricité de France R&D) y Jean Claude Cohen (Meteo France).»Radio Climat», su proyecto de fin de carrera (la forma de ayudar a las personas, especialmente a las personas mayores, a adaptar sus hábitos de vida para luchar contra el cambio climático), quedó seleccionado para su presentación en The Pecha Kucha Night en París, 2011, y en el Red Dott Design Award 12. Motivada por la creencia de que las culturas pueden ayudarse e inspirarse unas a otras debido a su creatividad y enfoques diferentes, Aude está trabajando ahora en un estudio de diseño de Buenos Aires.
ARGENTINA
¿Quieres acoplarte conmigo? preguntó el androide z3 a la ginoide ruth.
ruth se encogió de hombros y respondió:
No le encuentro el sentido.
No lo tiene, hasta que te instalas el Sexotron 4000, como hice yo. Entonces, vale la pena. Las llamadas «sensaciones carnales» son únicas. Llamaré al robot doméstico para que disponga el dormitorio. La cibercópula requiere un ambiente especial, ¿sabes?
z3 oprimió un pulsador. Luego dijo:
Quién sabe cuánto tardará este inoperante. La nueva generación de robots es patética. En las últimas cinco semanas debí descartar a tres domésticos.
Yo tengo uno que… ¿Cómo los eliminas?
Primero los inhabilitas, luego los mandas a incinerar. Hoy en día, puedes conseguir un reemplazo en menos de tres horas.
ruth asintió. Distrajo la mirada en las imágenes holográficas que emitía el pequeño proyector desde la mesita. Le hubiera gustado bostezar, pero su software carecía de esa aplicación y, de tenerla, su diseño facial no lo hubiera permitido.
Mira dijo z3, ahí entra Mascamierda. Así lo llamo yo a este robot. ¡Eh, Mascamierda, prepara mi dormitorio! ¡Ya!
El aludido se inclinó servilmente. z3 reparó en el trapo que traía en una mano y le dijo:
Ven, acércate. Mueve ese culo de robot incompetente y lústrame el enchapado de titanio.
El doméstico obedeció. Cuando lo tuvo al alcance, z3 le tomó un brazo y le aplicó una fuerte descarga eléctrica. El agredido chilló y salió corriendo de la sala, volcando a su paso la mesita con el proyector.
Mira el desparramo que ha hecho dijo z3 entre carcajadas. ¡Son tan torpes!
Qué olor a carne quemada rezongó ruth. De haber podido, habría fruncido la nariz.
Muytorpes. Ni merecen llamarse robots. ¿Sabes que «robot» viene de una lengua hoy muerta? Proviene del checo. Y significa «sirviente». Éstos no sirven ni para servir.
Desde el cuarto contiguo, «Mascamierda» oyó que la ginoide emitía una risita. Se miró el brazo aún humeante, lo sopló. Usó el trapo para enjugar sus lágrimas.
A estas submáquinas siguió diciendo z3 deberíamos llamarlas como antes. «Humanos» era un nombre más apropiado.
Adrián G. Lorea nació en Buenos Aires en 1971. Inició su actividad literaria a los doce años de edad, impulsado por el entusiasmo que le producía la ciencia ficción.
Luego de abordar otros géneros, en 2007 publicó la novela El Alma de la Aldea, por medio de las editoriales De los Cuatro Vientos y El Escriba. Actualmente es integrante del Taller de Corte y Corrección, taller literario coordinado por Marcelo di Marco.
CUBA
Primero envenenaron el suelo, el aire y las aguas. Y mucha gente murió. Entonces firmaron tratados, lograron importantes acuerdos e invirtieron billones. Un día, pareció que habían recuperado el control. Hasta que surgió un conflicto en alguna parte, los ánimos se caldearon y sucedió: apretaron el botón. De repente tuvieron que vérselas con el Enemigo Invisible. Con todo, hubo sobrevivientes; ¡claro que los hubo! Estos se reunieron en conciliábulo y decidieron que era suficiente. «Llegó el momento de un acto de suprema voluntad», dijeron unos. Otros se distanciaron y rogaron al Supremo Hacedor para que las cosas mejoraran.
Concho, abuelo, es como la Historia Interminable. Al final ¿qué pasó? ¡Dime, abue, dime!
Pues ¿qué creías? La Tierra se cansó de esperar. Los humanos, simplemente, se extinguieron. Y fue una suerte, ¿sabes? Gracias a ellos tengo un nieto preguntón… que ahora mismo lavará sus antenitas y se irá a dormir.
Claudio Guillermo del Castillo Pérez nació el 13 de septiembre de 1976 en la ciudad de Santa Clara, Cuba. Es ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica; tiene un diplomado en Gerencia Empresarial. Actualmente trabaja en el aeropuerto internacional «Abel Santamaría», como jefe de Servicios Aeronáuticos. Es miembro del Taller Literario Espacio Abierto, dedicado a la Ciencia Ficción, la Fantasía y el Terror Fantástico. Fue alumno del curso online de Relato breve, que impartiera el Taller de Escritores de Barcelona, en el período junio/agosto de 2009.
Ganador del I Premio BCN de Relato para Escritores Noveles (España) en 2009. Mención en la categoría Ciencia Ficción del I Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2009 (Cuba). Tercer Premio del Concurso de Ciencia Ficción 2009 de la revista Juventud Técnica (Cuba). Finalista en la Categoría Fantasía del III Certamen Monstruos de la Razón (España). Premio en la Categoría Fantasía del III Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2011 (Cuba).
Ha publicado sus cuentos en los e-zines Axxón, miNatura, Cosmocápsula, NGC 3660, Qubit; así como en Breves no tan breves, Químicamente impuro y Juventud Técnica.
CUBA
Era la gran noche, todos los superhéroes estaban ahí. Nada contentos, pero ahí estaban. Algunos, incluso, sostenían en sus manos las fotografías que los habían despojado de su categoría de intocables. Las cámaras de televisión, eran enfocadas una y otra vez sobre cinco de ellos:
Superman, con varias fotos en las que lloraba desconsolado, abrazado a su psiquiatra, avergonzado de que sólo sus padres, entre todos los miembros de su avanzada raza, se hubiesen dado cuenta de que la inestabilidad del núcleo de Kriptón acabaría por destruirlo. Spiderman, estrujaba la foto en la que aparecía horriblemente desaliñado, balanceándose en una gigantesca telaraña que había secretado, luego de que en un acceso de furia, mientras cazaba con unos amigos, los aporrease hasta casi matarlos.
Hulk, sostenía cuatro instantáneas de impresionante resolución, en las que se le veía realizando un striptease en una exclusiva fiesta de hijitas de papá y recibiendo varios fajos de billetes de cien dólares por el espectáculo.
La Mujer Maravilla, pasaba las manos, obsesiva, sobre la superficie de la fotografía que inmortalizaba el momento en que, desnuda y borracha, en lo que creyó la impenetrable privacidad de su hogar, recitaba a su amante de turno: …hoy sombra de mí no soy.
Tony Stark, con toda una secuencia en la que, rodeado de chicas desnudas y bañadas en champaña, los rostros cubiertos con máscaras que imitaban las facciones de Pepper Potts, daba usos inimaginables a la armadura que lo hizo famoso.
Cuando anunciaron su entrada, ellos fueron los que peor cara pusieron, pero tuvieron que tragar en seco y soportar estoicamente la ovación emocionada que miles de personas tributaron al héroe indiscutible del momento, elegido, por votación, hombre del año y campeón de los humanos promedio: SÚPER PAPARAZZI.
CUBA
El reportero sonríe ante la cámara:
Tal como se esperaba dice la ceremonia anual de entrega de los Premios Watson, recién finalizada, y que ofreceremos en emisión diferida la próxima semana, sirvió de tribuna a los miembros de la Asociación de Acompañantes de Héroes (AAH), para analizar las causas de la pérdida de prestigio que sufre dicha profesión. En un discurso vehemente, el venerable Robert, dicho sea de paso, con hermoso estilo, expresó que, entre esas causas, destaca el hecho de que los hijos de superhéroes sean admitidos en esa categoría sin pasar los dos años reglamentarios como acompañantes. En sus palabras: «ese privilegio contribuye a minimizar la importancia del papel de «apoyo del héroe», labor gloriosa a la que el Doctor Watson dedicó su fructífera existencia. No por gusto, agregó Robert, es cada vez mayor el número de ciudadanos que abogan por sacarla de la lista de carreras universitarias, rebajándola a la categoría de oficio que cualquiera puede desempeñar. Como las cosas sigan así, afirmó con ojos humedecidos, cualquier día el gobierno nos sorprende con la apertura de decenas de centros de formación de acompañantes, que serán invadidos por personas sin las condiciones para serlo, lo que significará el golpe de muerte a nuestra muy malherida profesión. Dios nos libre de que se gradúen y comiencen a ejercer», concluyó.
Yunieski Betancourt Dipotet (Yaguajay, Sancti Spíritus, Cuba, 1976). Sociólogo, profesor universitario y narrador. Máster en Sociología por la Universidad de La Habana, especialidad Sociología de la Educación. Cursó el Taller de Narrativa del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, Ciudad de La Habana, Cuba. Ha publicado en La Isla en Peso, La Jiribilla, Axxón, miNatura, NM, Papirando, Revista Almiar, Aurora Bitzine, Revista Letralia. Finalista en la categoría Pensamiento del II Concurso de Microtextos Garzón Céspedes 2009. Premio en el género Fantasía del Segundo Concurso de Cuento Oscar Hurtado 2010. Actualmente reside en Ciudad de La Habana.
ALEMANIA
Beth señaló la ventana del navegador.
No sé cómo llegó ahí.
Agitó la cabeza, mordiéndose el labio inferior. No estaba segura de qué quería que hiciera Dave pero se sentía bien al poder decírselo a alguien, incluso si sólo era el tipo al final del pasillo.
Tú debes haberlo agregado dijo Dave. Las personas no pueden añadirse solas a tus amigos.
Había llamado a la puerta para preguntarle si le daba un poco de leche. Una mirada a sus ojos enrojecidos y le había preguntado qué andaba mal, por qué estaba llorando, qué podía hacer para ayudarla. En su desesperación, ella le mostró la página de Facebook.
Sí, supongo que debo haberlo agregado. No parecía convencida. Tal vez no estaba prestando atención. Seguro que no noté cuando quedó añadido a mis amigos.
¿Qué notaste? Sus ojos estaban llenos de compasión.
Beth se levantó y caminó de un lado a otro por la habitación.
Sus actualizaciones de estado. Originalmente fue algo sin importancia, «Darren está saliendo», o algo así. Pero eran las 2 a.m., estaba mirando Facebook antes de irme a la cama. Y pensé, ¿a quién conozco que sale a las dos de la mañana? Fue entonces cuando vi su nombre.
Los ojos de Dave la siguieron.
Podrías haberlo borrado en ese momento.
¿Podía? ¿Eso es posible? Beth se encogió de hombros. No sé. De todos modos, ni siquiera lo intenté. Pensé «Hey, probablemente Darren Miller no sea un nombre tan raro, ¿correcto? De modo que es una coincidencia».
Se detuvo ante el escritorio y pasó el dedo sobre un desteñido trozo de periódico, como si tratara de eliminar el titular.
Quiero decir, parecía tan paranoico. No era posible que fuera ESE Miller, ¿no? Continuó paseando.
Dave se puso de pie y caminó hasta el armario.
¿Te importa? dijo, sin molestarse en esperar una respuesta antes de sacar una botella de brandy. Sirvió una medida del líquido ámbar para cada uno y luego se sentó delante de la computadora. Entonces, ¿cómo sabes que es él? Tú nunca has visto a este tipo, ¿verdad?
No, sólo las descripciones del periódico. Nunca mostraron su cara porque nunca hubo un caso, todo era circunstancial. Tomó un sorbo de brandy y luego se bebió el resto de un trago. Y, de todos modos, no usa una foto en el sitio, simplemente una cara de dibujo animado en blanco y negro. Pero sus actualizaciones de estado eran todas sobre mi hermana. Eran más bien vagas al principio, Darren está pensando en Susan, ese tipo de cosas. Lo tomé como una coincidencia.
Dave asintió.
Hay muchas Susan en el mundo.
Bueno, sí. Pero luego se volvieron más específicas. Darren está soñando con el pelo castaño rojizo de Susan. Darren está mirando sus fotografías de Susan. Darren está recordando cómo Susan solía mirarlo fijo. Y luego se puso muy raro: Darren todavía puede escuchar sus gritos.
Dave se levantó y volvió a llenar su vaso.
Pero tú no decías nada. No era una pregunta.
¿Como qué? ¿Beth piensa que el psicópata que asesinó a su hermana está en Facebook? No sabía qué decir. Pero empecé a observar su perfil y estaba añadiendo enlaces a las noticias sobre el caso. Realmente ya no podía llamarlo una coincidencia. Y entonces, hoy me mencionó.
¿Estás segura de que fue a ti?
No lo sé. Aspiró profundamente para reprimir el gemido. Aquí, déjame mostrarte, dime qué te parece.
Se acercó a grandes pasos a la computadora y clicó la página de Facebook.
Oh, espera, ha cambiado otra vez.
Su cara se puso pálida cuando leyó las palabras.
Darren está yendo a lo de Beth para pedirle un poco de leche.
TÍTULO ORIGINAL: Darren is Updating his Facebook Status. Traducción de Graciela Lorenzo Tillard.
Sylvia Spruck Wrigley nació en Alemania, pasó su niñez en Los Ángeles y actualmente reside en España, donde escribe a una sorprendente distancia del Mediterráneo. Puedes encontrar más información en http://www.intrigue.co.uk/
«Darren está actualizando su estado en Facebook» fue publicado originariamente en 2008 en la revista digital Every Day Fiction y figura en la lista de los diez mejores cuentos de todos los tiempos del sitio. También fue incluido en la antología «Best Of Every Day Fiction».
ARGENTINA
El bote rolaba en las olas de la última lancha, anclado en un pequeño canal del Vinculación. Eran finales del otoño y la soledad, el frío y los mosquitos reinaban en El Tigre.
Los hombres pescaban en silencio, esperando enganchar algo para la cena. Osvaldo usaba línea de fondo porque decía que le gustaba sentir en las manos el tironeo de los bagres. Marcos apretaba una caña con línea de flote buscando pejerreyes.
Marcos rompió el silencio.
¿Viste lo de Adrián?
Ése empina mucho, a veces se pierde.
No sé, igual no creo que existan por acá.
¿Qué cosa?
Las minas-pescado.
¿Y entonces para qué jodés?
Marcos quiso responder pero su caña se curvó y la boya picó a fondo. Aflojó el carretel pensando que había enganchado un dorado. Fue tan fuerte el siguiente tirón que lo arrancó del bote.
Osvaldo reaccionó enseguida y agarró el cinturón de su amigo, que terminó con medio cuerpo bajo el agua. El dorado debía ser muy grande, tal vez un surubí, porque sentía la fuerza que hacía. El tironeo cesó de repente y Osvaldo vio la caña hundiéndose rápidamente. A mitad del Vinculación emergió una mujer, le sonrió y volvió a sumergirse mostrando una gran cola de pez.
Marcos resurgió del agua, excitado por la anécdota que les contaría a los muchachos.
Osvaldo puso en marcha el motor mientras miraba nerviosamente el río. Cuando entró el cambio, sus manos dejaron de temblar y el bote se alejó del Vinculación dando estornudos. Osvaldo recordó los rasgos afilados, el pelo cobrizo, la boca carnosa.
Marcos dijo:
¿Lo viste? Era enorme, me arrancó la caña de las manos.
Sí, era grande, che. Hermoso bicho.
Y una sonrisa cómplice le ganó al miedo.
Martín Darío Panizza tiene treinta y dos años y escribe desde los trece pero recién hace dos le puso ganas a la literatura, más o menos en la época en la que abandonó su carrera en Sistemas para pasarse al profesorado de Historia. Se crió en Buenos Aires, barrio de la Boca, más precisamente en Catalinas Sur, por lo que declara estar enamorado de la pelota y del azul y amarillo, qué se le va a hacer, nadie es perfecto. Le gusta mucho la ciencia ficción, especialmente Dick, Sturgeon y Lem, además de otros autores que no tienen mucho que ver con el género, como Soriano y Fontanarrosa. Considera que su gusto por la ciencia ficción ha nacido de su pasión por la historia.
Axxón 218 – mayo de 2011
Cuentos de autores varios (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Fantasía : Temas diversos : Internacional).