Ficción Breve (sesenta y cinco), varios autores
Agregado el 31 diciembre 2011 por dany en 225, Ficciones, tags: Cuentos
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A pesar de los festejos y del momento de reflexión que la época nos impone, en Axxón seguimos intercambiando palabras e imágenes con nuestros lectores. O convirtiendo las imágenes en palabras y las palabras en imágenes, porque la disyuntiva es un fenómeno propio del pensamiento occidental, siempre ocupado en generar debates sobre la preeminencia de unas o de las otras.
No hay una sola forma de vivir sino muchas, y nuestra elección ha sido vivir permeados por el amor a la literatura y al arte en general. Así que acá estamos otra vez, en los umbrales de un nuevo año, lectores, escritores, dibujantes, todos entreverados, trabajando, pensando, porque ya se sabe: una de las características principales del amor es la entrega.
Como todos, ha sido un año de alzas y bajas, de buenos y malos momentos. De búsquedas, miradas, entrecruzamientos, deseos, de intuiciones certeras y sensibilidades potenciadas. De objetivos que se resisten o de proyectos que no salen como esperábamos. Y en cierta forma, eso también está bueno: que nos sorprendan, que seamos un poco refractarios a los cálculos.
Como sea, ha llegado el momento de presentar las últimas ficciones breves del año 2011.
Y qué podría ser más apropiado para Axxón que despedirnos usando, a manera de saludo, las palabras finales de Picnic Extraterrestre, la muy clásica novela de Arkadi y Boris Strugatsky:
¡Felicidad gratuita para todos y que nadie quede insatisfecho!
Silvia Angiola.
CUBA
El adolescente está de pie en el salón. Parece minúsculo en el espacio enorme, más semejante a una cuadra que a un aposento humano. Atrás quedaron las semanas, acumuladas hasta sumar meses, de entrevistas con orientadores sociales, psicólogos y expertos cirujanos. Interminables encuentros hasta que lo declararon apto para la última prueba.
Se siente confiado; sin embargo, cuando las puertas se abren y aparecen las vírgenes guardianas, contiene el aliento ante la visión del unicornio entre ellas.
De pronto, las mujeres se detienen. El animal sigue avanzando, sin abandonar el recelo característico de su especie. El muchacho suelta el aire poco a poco y camina hacia la bestia magnífica que, bajo la mirada atenta de las guardianas, permite que se acerque y lo acaricie.
Luego, el adolescente retrocede, mientras contempla cómo el animal es conducido fuera del recinto. Segundos después le informan que esa noche y todas las que vendrán se dormirá con la certeza de que cuando alcance la mayoría de edad su alma será liberada del sexo que, por error, recibió de natura.
Yunieski Betancourt Dipotet: Yaguajay, Sancti Spíritus, Cuba, 1976. Sociólogo, profesor universitario y narrador. Máster en Sociología por la Universidad de La Habana, especialidad Sociología de la Educación. Ha publicado en La Isla en Peso, Cubaliteraria, La Jiribilla, Axxón, miNatura, NM, Papirando, Almiar, Korad, Aurora Bitzine, Letralia, Otro Lunes, Revista Hispano-Americana de Arte, Revista Sci-FdI. Fue incluido en Al este del arco iris: Antología de Microrrelatistas Latinos (Spanish Edition) Estados Unidos, Latin Heritage Foundation, 2011. En septiembre de 2011 la Editorial digital portuguesa Emooby publicó su libro de cuentos Los rostros que habita. Finalista en la categoría Pensamiento del II Concurso de Microtextos Garzón Céspedes 2009. Premio en el género Fantasía del Segundo Concurso de Cuento Oscar Hurtado, 2010. Primera mención en el género Ciencia Ficción del Tercer Concurso de Cuento Oscar Hurtado, 2011. Premio en la categoría Autor aficionado del Concurso Mabuya de Literatura, 2011. Finalista en el IX Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2011. Miembro de la Red Mundial de Escritores en Español (REMES) Reside en Ciudad de La Habana.
CUBA
Ellos querían a un dios.
Habían perdido al suyo en algún vericueto de la historia, en un giro inesperado del tiempo, a manos de alguien, o quién sabe cómo… Ni ellos mismos lo recordaban, pero lo cierto es que no existía, que no tenían memoria de que alguna vez hubieran tenido a un dios. Nadie en Ador alzaba los ojos a las estrellas con preguntas o tan siquiera con una de esas alabanzas que nosotros, los hombres de la Tierra, encontramos tan viejas. Nadie creía.
Ador era un sitio silencioso.
Sus bosques de burbujas. Sus pájaros de alas como bucles infinitos. Las raíces invertidas de sus árboles. Su gente, tan semejante a la nuestra, de ojos inmensos, las ropas de sus ancianos que colgaban en jirones largos como el tiempo y las frentes abiertas en agujeros púrpuras.
Todos silenciosos.
Buscando al dios.
Decían que solo en el mutismo serían capaces de encontrar lo perdido, y cuando intentábamos entablar con ellos un diálogo el más pequeño diálogo, nos señalaban con tres dedos hacia el cielo y emitían un chasquido de disgusto con sus dos lenguas gemelas: «Silencio», nos pedían, y ya no sabíamos qué más decir. «Buscamos la voz del Dios.»
De quién fue la idea, no puedo saberlo.
Supongo que de nosotros.
Todas las buenas ideas se suponen que sean de nosotros.
Decidimos venderles a nuestro Dios.
Qué más daba.
No necesitábamos un Dios y sí mucho de aquella tierra de Ador, de sus suelos luminosos y fértiles, del alimento que crecía dentro de ella y que no envenenaba nuestras células como antes nos sucedió en los océanos de Akla, con los mil niños muertos y las madres que gemían, y la guerra civil que amenazaba con rompernos en pedazos, y luego una paz a medias sobre la Tierra lograda quién sabe cómo, pero siempre precaria aun cuando ya habían pasado tantos años de aquel evento. Tan náufraga nuestra paz que sólo bastaba un ciclo más de hambruna para que la homofagia fuera solución entre la gente, y todos comenzáramos a ver alimento en el brazo, en la pierna, en el ojo del prójimo. Tan sólo un ciclo y volveríamos al agujero de lo primitivo.
Necesitábamos del agua de Ador.
Aquel líquido sin radiaciones.
Y de la tierra limpia.
La tierra que podía salvarnos del canibalismo, de andar en manadas como bestias salvajes…
La tierra que podía alejarnos del recuerdo de los niños envenenados en Akla, y los dos millones de enfermos de cáncer de hígado, de estómago, de esófago, de garganta, de los ocho millones de muertos por hambruna, de los treinta y seis mil que a diario escogían la soga, el máser en la frente, el salto desde un macroedificio.
Ador era nuestro Edén.
Ador tenía el maná que necesitábamos.
La idea fue nuestra.
Un cambio: nuestro Dios por todo su alimento, por su vasallaje y servicio.
En otras palabras: nuestro Dios por su esclavitud.
Ellos lo querían y nosotros se lo dimos hecho a nuestra imagen y semejanza.
Uno de los tantos númenes que habíamos desechado.
Al Carpintero.
Al Hombre clavado en la Madera, quién sabe por qué razones que ciertamente no importan ahora y que quizás nunca importaron.
Aquel de quien nos cansamos.
El de las súplicas y ninguna respuesta, sólo la larga escupida de su silencio.
¿Sentir remordimiento?
¿Nosotros?
¿De qué?
Si el pueblo de Ador, con sus ancianos al frente, nos besaba las manos, nos llamaba Padres, nos vestía con sus galas de hierbaluna, se arrodillaba para dejarnos pasar.
Le trajimos a su Dios.
A su nuevo Dios.
Pronto los vimos doblándose en los surcos por nosotros, levantando la Tierra de sus ruinas nucleares.
Ofreciéndonos todo lo que anhelábamos y mucho más, mientras su Dios les sonreía desde las espinas, con su rostro de mendigo sediento, como antes hizo con nosotros hace ya tanto tiempo.
Y ellos eran tan felices…
Cada mañana, sobre los campos de Ador cubiertos por sus hombres que trabajan para y por la Tierra pasa la Máquina. La Máquina de la cual cuelga su Dios con una sonrisa laxa de hombre muerto, y que luego desciende una vez al día sobre los campos plateados, por un segundo fugaz que les arranca a los nativos el sudor de los cuerpos y el desánimo del alma.
Sólo una vez al día, pero para ellos es suficiente porque dicen que escuchan otra vez la Voz que ya no necesitan encontrar en el silencio.
Y a nosotros…
… nos place ser humanos.
Nos place que el pueblo de Ador se adapte tan bien a nuestra realidad dorada. Nos place saber que ya no hay niños envenenados, ni amenazas de homofagia, ni tribus de locos que deambulen por los bosques de la Tierra en busca de carne, agua o semilla.
Pero a veces…
A veces es mejor no recordar por qué comenzamos a mirar al cielo y a no encontrar nada.
Por qué pedimos el silencio con una simple mirada de los ojos, o un chasquido de la lengua, y si nos preguntan decimos: «No es nada. Te habrás hecho idea. Sólo busco escuchar…»
Pero ahí queda la palabra interrumpida.
¿Escuchar qué?
Escuchar nada, si ese es el precio justo por la vida.
De seguro, Dios comprenderá.
Elaine Vilar Madruga (Ciudad de La Habana, 3 de abril de 1989). Narradora y poeta. Estudiante de Dramaturgia del Instituto Superior de Arte. Graduada de Nivel Medio de Música en la especialidad de guitarra clásica. Graduada del XI Curso de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Miembro de la AHS. Coordinadora del Taller de Literatura Fantástica Espacio Abierto. Entre sus premios se encuentran: mención en el Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA- Casa de América 2007, ganadora del Decimosegundo premio «Indio Naborí 2008» de décima. Mención Especial del David 2009 de poesía y del Calendario (ciencia-ficción 2006, poesía y narrativa infantil 2009), ganadora del Premio Extraordinario del Concurso Internacional «Garzón Céspedes» 2008, Segundo Premio de Cuento Juventud Técnica 2008 y 2009, Premio Internacional de Poesía Fantástica Minatura 2009, Caballo de Fuego de poesía 2009, de la Beca de creación La Noche 2010, Primer Premio del Concurso Internacional de Cartas de Amor 2010 «Escribanía Dollz», del Premio Farraluque de Poesía Erótica 2010, mención del Luis Rogelio Nogueras de ciencia ficción 2010, Premio de Poesía Especulativa «Oscar Hurtado 2011», Segundo Premio Internacional de poesía mitológica «Evohé La Revelación 2011», mención en el concurso de poesía Benito Pérez Galdós 2011, Primera Mención del Premio Colateral Nuestro Tiempo del Concurso de Cuento «Ernest Hemingway 2011», finalista del I Certamen Internacional de Relato Fantástico «Descubriendo Nuevos Mundos», en la categoría de relato largo; ganadora del Segundo Premio del III Certamen Internacional de Poesía «El mundo lleva alas», mención del XVI concurso literario Ciudad del Ché de poesía, entre otros.
Ha organizado los Eventos Teóricos de Arte y Literatura Fantástica «Behíque 2009», así como las dos ediciones de «Espacio Abierto 2010» y «Espacio Abierto 2011». Co-editora de la revista de literatura de Ciencia- ficción y Fantasía cubana «Korad».
Ha publicado la novela «Al límite de los Olivos», Editorial Extramuros 2009. Antóloga de la colección de cuentos de fantasía «Axis Mundi», actualmente en proceso de edición en la Editorial Gente Nueva.
Su obra ha sido publicada en diversas antologías en España, Inglaterra, Venezuela, Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Chile y Cuba.
ARGENTINA
El Miedo rasgó la pared y coló sus dedos hacia sus presas. Lo recibió un ruido entre mecánico y eléctrico. Con sorpresa más que dolor, retrocedió. Tras la grieta otra vez cerrada el Miedo se miró los muñones palpitantes, indignado ante el festejo burlón de los niños.
Carlos Daniel Joaquín Vázquez (también conocido como Axxonita y Tut), es porteño, nacido en abril de 1968. Casado y padre de tres varones, es desarrollador de software y docente. Lector de ciencia ficción y fantasía desde siempre, es creador de la historieta El Encarrilador y del Museo de las Artes de Urbys a través de «Arte Fantástico». Ha publicado cuentos en diversas revistas y su cuento Cruzado ganó el premio Más Allá.
CUBA
Empezó con un viento frío que traía nubes pardas. Luego un diluvio de roña, gusanos y cucarachas amortajó de ocre la ciudad, sumiéndola en hediondez. Presa del terror, me escondí en el armario. Y ahora escucho gritos en la calle, dentro del edificio, en el apartamento de al lado… Gritos que hielan mi alma.
¡Atrás, Bob! aúlla mi vecina.
¿Le habla al difunto Robert? Delira…
El roce de algo húmedo contra el ébano del armario me sobresalta:
¿Quién anda ahí?
Déjame entrar, mamá.
¿Paul? ¿Paul, eres tú?
Abre la puerta.
¡No, no!
Tengo miedo, mamá.
Creo desfallecer.
Mami… mami no abrirá, cariño. Te sepulté el mes pasado, ¿recuerdas? Mis lágrimas son invisibles en la oscuridad. ¡Te extraño tanto, Paul!
Las aguas del infierno se han colado en mi santuario; sus uñas y sus babas trazan ríos en mi piel. Y mil voces me susurran al oído:
¿Por qué lloras, mamá? He vuelto.
Claudio Guillermo del Castillo Pérez nació el 13 de septiembre de 1976 en la ciudad de Santa Clara, Cuba. Es ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica; tiene un diplomado en Gerencia Empresarial. Actualmente trabaja en el aeropuerto internacional «Abel Santamaría», como jefe de Servicios Aeronáuticos. Es miembro del Taller Literario Espacio Abierto, dedicado a la Ciencia Ficción, la Fantasía y el Terror Fantástico. Fue alumno del curso online de Relato breve, que impartiera el Taller de Escritores de Barcelona, en el período junio/agosto de 2009.
>Ganador del I Premio BCN de Relato para Escritores Noveles (España) en 2009. Mención en la categoría Ciencia Ficción del I Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2009 (Cuba). Tercer Premio del Concurso de Ciencia Ficción 2009 de la revista Juventud Técnica (Cuba). Finalista en la Categoría Fantasía del III Certamen Monstruos de la Razón (España). Premio en la Categoría Fantasía del III Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2011 (Cuba).
Ha publicado sus cuentos en los e-zines Axxón, miNatura, Cosmocápsula, NGC 3660, Qubit; así como en Breves no tan breves, Químicamente impuro y Juventud Técnica.
ARGENTINA
Cada año, cuatro o cinco de nosotros nos tomábamos unos días. Armábamos las mochilas y salíamos a la aventura. Nada especial ni arriesgado: solo nos escapábamos de la civilización, buscábamos algún páramo alejado, y allí levantábamos campamento.
En una camioneta, una estanciera destruida que teníamos pensado jubilar ese mismo año, nos pusimos en marcha. Como siempre, la Patagonia nos esperaba.
De tanto en tanto parábamos para cargar nafta, ir al baño o comprar alguna cosa.
En una estación de servicio cercana a Viedma, mientras Pato limpiaba el parabrisas de la camioneta y el Tano le pagaba al pibe que nos había atendido, una mujer se acercó y, ofreciéndonos un mate, nos invitó a la conversación. Nos habló de generalidades, del tiempo. Noté en su mirada un brillo distinto cuando preguntó:
¿Son de la Capital?
Sí. Estamos escapando del ruido…
Hacen bien. Yo misma me escapé de eso hace ya muchos años. ¿Y para dónde van?
No estamos muy seguros dije cuando agarraba el mate. Aún no decidimos.
No logramos ponernos de acuerdo comentó Fede, así que escuchamos propuestas.
¿Conocen el Balneario Bahía Crest?
Si está en el país, no lo conozco soltó el Tano. Y salvo que esté cerca, no me interesa.
Tienen que ir nos recomendó la mujer. Si lo que quieren es paz y tranquilidad, no encontrarán lugar mejor. Está a unos sesenta kilómetros por la ruta de ripio.
Sin pensarlo mucho salimos disparados hacia aquel lugar. Total, si no nos gustaba, siempre nos podíamos ir.
Al llegar nos encontramos con playas vírgenes, infinitas, bañadas por un mar puro y azul, frente a una pared de médanos que ocultaban campos áridos.
Compramos provisiones en el único comercio del pueblo, un almacén de ramos generales que olía a queso rancio y a siesta.
Un hombre viejo con los dientes verdes teñidos de mate nos atendió con hospitalidad tímida y campechana.
¿Van a acampar?
Nos gustaría dijo Fede.
¿Saben dónde?
La verdad, no. ¿Hay algún camping por acá?
¿Campig? el viejo se rió, burlón. Acá no hay campig. Pueden elegir cualquier lugar que les guste. Ahí nomás está la playa, pueden armar la carpa entre los médanos. Si necesitan agua, vengan a buscarla…
Además de las provisiones compramos la propuesta del viejo. La idea de acampar entre los médanos era tentadora.
Y así fue que invadimos la playa. Por un día fuimos emperadores de la arena y señores de las aguas. No podíamos explicarnos cómo era posible que, con tantos viajes a la Patagonia, nunca hubiésemos oído hablar de ese sitio. Tampoco entendíamos por qué no conocíamos a nadie que hubiera visitado semejante paraíso. Nos sentíamos afortunados de haberlo encontrado y agradecidos con la mujer.
La noche cayó a traición mientras aún disfrutábamos del agua, y nos obligó a volver para empezar con los rituales nocturnos de todo campamento.
Demolidos de cansancio nos dormimos temprano.
Evidentemente mis amigos estaban agotados porque ninguno reaccionó cuando la carpa empezó a moverse. Fueron mis gritos de alarma los que los despertaron.
¿Qué mierda pasa? preguntó Fede.
No me sentí capaz de responder: tenía miedo y la certeza de que nuestros atacantes no eran animales.
No sé si alguno de mis amigos respondió. En ese momento el cierre de la carpa fue abierto desde afuera y cinco tipos cuyos rostros no pude ver nos sacaron a patadas.
Afuera, desde cada rincón de aquella silenciosa confusión que era la playa, decenas de personas vestidas con túnicas rojas y pertrechadas con velas y antorchas se acercaban a nosotros formando un semicírculo. En segundos mis amigos y yo nos vimos atrapados entre la gente y el mar. No había modo de escapar.
De pronto el cielo nocturno rebosó de luces. Eran blancas y se movían en una extraña danza. No entendí de qué se trataba, solo sé que no quería dejar de mirarlas. Me causaron un efecto hipnótico, porque ni siquiera atiné a correr o a gritar. Solo me quedé allí contemplándolas. Una especie de hechizo se había apoderado de mí infundiéndome, si no calma, al menos mansedumbre.
Esos individuos vestidos de rojo apretaron el círculo. Luego se arrodillaron sobre la arena y levantaron las miradas hacia el océano. Nuestros captores vigilaban el mar, y de sus labios un canto mágico y monótono a la vez surgió como una oscura plegaria.
Al ver el terror que se apoderó de esas personas, un instinto de supervivencia me obligó a volver el rostro.
Lo que vi congeló mi alma, embrujó mis sentidos.
A primera vista creí que eran humanos, pero cuando las luces que giraban sobre nosotros los iluminaron, pude ver a centenares de espeluznantes seres que emergían de las aguas. Estaban formados de bruma. Densa, espesa. Sospeché que letal.
Al llegar a la orilla comenzaron a alinearse, la mayoría de ellos no abandonaron el agua. Sólo una figura avanzó hacia nosotros.
Cuando pisó la playa, la bruma se hizo carne. De inmediato reconocí en ella a la mujer que horas antes habíamos encontrado en la estación de servicio.
Se acercó a mí y, con su mano femenina que se parecía demasiado a la garra de un reptil, aferró mi garganta obligándome a retroceder, sometiendo mi voluntad y aniquilando mis defensas.
Su fuerza era brutal, y en su mirada se revelaba una fiera enfurecida y hambrienta.
En ese momento la bruma se apoderó de la playa y de cuanto había en ella.
Mi boca, abierta en un grito ahogado, fue la puerta de entrada para que la niebla usurpara mi cuerpo, recorriese mi sangre y asediara mi mente.
No recuerdo qué pasó después. Sólo sé que hace años mis amigos y yo nos instalamos en Balneario Bahía Crest. No son muchos los que nos visitan, pero los que vienen siempre se terminan quedando…
¿Que cómo es que llegan? Eso es sencillo: cada tanto voy a Viedma y con un mate invito a los viajeros a conocer mi hermoso pueblo.
Jorgelina Etze es productora de seguros y abogada. Asiste al taller «Corte y Corrección» dirigido por Marcelo Di Marco y al taller literario coordinado por Laura Massolo. También forma parte del grupo «Heliconia», coordinado por Sergio Gaut vel Hartman. Algunos de sus cuentos han sido publicados en los sitios «Breves no tan Breves» y «Químicamente impuro», y en la revista «Axxón». Su cuento «El hombre que no era» ha sido publicado por el Diario Perfil. Obtuvo el 2º Premio en el Concurso literario Organizado por AAPAS en el año 2009 con el cuento «El Pago». Fue finalista por el voto del público en el 7º certamen de Narrativa Breve organizado por Canal Literatura con el cuento «Mensajes», también resultó finalista en el Concurso organizado por la Editorial Ruinas Circulares 2009 con el cuento «Epílogo y prólogo de una noche de insomnio», y en el organizado por Editorial Nuevo Ser 2010 con el cuento «Epidemia». Su cuento «Paria» obtuvo la Primera Mención de Honor en el 9º Certamen Internacional de Narrativa «Leopoldo Lugones» organizado por la Biblioteca Popular y Centro Cultural El Talar y auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación. Algunos de sus cuentos serán publicados en breve en la colección que publicará la obra de varios escritores hispanoamericanos, dirigida por Sergio Gaut vel Hartman para Editorial Andrómeda.
URUGUAY
Estoy inquieto desde que empecé a encontrar indicios de que alguna ignota calamidad me acecha. Sé que suena a superstición, pero hace tres días que un vago temblor me ronda, aposentándose ominosamente en la boca de mi estómago.
Todo empezó exactamente el miércoles. Bajé a la cochera y junto a mi auto (un modelo de colección que forma parte de mis pasiones más profundas) encontré un triángulo rojo, húmedo y viscoso. Pareciera que alguien lo hubiera dibujado cuidadosamente sólo para mis ojos… o como una señal.
Para el movimiento habitual del edificio, todavía era muy temprano. Salí antes que de costumbre porque tenía que terminar un trabajo atrasado. Pero no lo comenté con nadie.
El jueves tenía que encontrarme con Lily, mi hermosa vecina del segundo B. Era nuestra tercera cita y habíamos acordado pasar la noche solos en su departamento.
Ese día crucé para ir al supermercado a comprar el postre y un buen vino, cuando de pronto una nube de hollín se esparció a mi alrededor. Pero lo más curioso, aparte de que nadie pareciera percibirlo, fue que no me dejó siquiera una mota sobre la ropa o el cuerpo. Y a mis pies cayó una pluma negra, que parecía recién arrancada. Miré hacia arriba; sólo había oscuridad. ¿Pájaros negros, a esa hora, en plena ciudad? No me pareció racional.
Aún así pasé una gran noche que me ayudó a desdramatizar los hechos. Es más, casi los olvidé en la dulzura de aquel cuerpo y aquellos labios. No le dije nada a Lily porque podría parecerle una estupidez o, lo que es peor, hacer que me tomara por raro. Me gusta tanto que realmente me importa su opinión.
Llegó el ansiado viernes. Mientras tomaba el café de la mañana, analicé mi vida en pequeños flashes coloridos y tuve que convenir conmigo mismo en que era una buena vida. De hecho, sé que muchos me envidian. Pero entonces llegó un tercer indicio, el más aterrador.
Al llegar al edificio en que se encuentran las oficinas en las que trabajo, una mujer joven, con los ojos desorbitados, se abalanzó sobre mí aferrándome de las solapas y gritando.
¡Ahora viene por vos! ¡Viene por vos!
¡Imagínense que les sucediera algo así! Chillaba histéricamente. Seguramente me puse pálido, porque sentí que las fuerzas me abandonaban.
Enseguida el personal de vigilancia la redujo, y llamó a la policía para que se hiciera cargo.
Pero aún forcejeando con ellos, seguía gritando:
No pudo hacerlo porque uno que pasaba lo vio. Pero ahora tampoco es él… ¡Porque está muerto! ¡Entendelo!
Por fin se la llevaron. Su voz desapareció con la distancia y el ulular de las sirenas, aunque quedó grabada a fuego en mi cabeza.
Me sentí avergonzado al ver varios pares de ojos fijos en mí, y cómo se repartían codazos y cuchicheos entre los que se habían reunido. Pero al fin y al cabo la mujer no tenía nada que ver conmigo. Eso hizo que pudiera desligarme rápidamente del asunto.
No se preocupe que todo está bajo control dijeron. Esta mujer ha reportado un crimen inexistente. No saben como pudo escaparse del psiquiátrico donde estaba internada.
Pero la expresión de terror y las cicatrices en la cara aún bella de la mujer, me impresionaron profundamente, manteniéndome preocupado hasta ahora.
Salgo de trabajo; empieza a llover. Voy a ir un rato al bar para dejar pasar ese momento ambivalente que precede a la noche. Me pone muy melancólico.
Ya terminé mi copa. ¡Que rápido se esfumó la luz del día! Veo que afuera hay un hombre, parado bajo la lluvia. Su cara es apenas una sombra inmóvil entre el cuello alto y el ala del sombrero.
Tengo que irme. Al pasar a su lado, un hálito frío roza mi nuca, y empiezo a sentir sus pasos presurosos detrás de mí.
Lleno de un espanto tal vez irracional, trato de adelantarme, aunque presiento que es inútil. Y es así. En un breve minuto estoy acorralado.
Giro para enfrentarlo y apenas puedo ahogar un grito. En el lugar en que debería haber un rostro, no hay más que una masa pálida. Pero mi silencio no es bien recompensado.
Unos dedos como garras que emergen de los bolsillos raídos comienzan a desgarrarme las entrañas. Mientras, su rostro va transformándose lentamente, al compás de mi agonía. Antes del final, puedo reconocerme totalmente en su encarnadura diabólica.
Nedda González Núñez nació un 2 de octubre de 1947 en Uruguay, y reside en Argentina desde 1973. Escritora aficionada, particularmente en el género de la fantasía. Ha publicado textos en sitios de Internet tales como Breves no tan breves, Al borde de la palabra, Golwen y Químicamente impuro, así como en la revista rumana Orizon Literar Contemporan.
ARGENTINA
He llegado a la cúspide del mundo, a la cima. Corrí y me arrastré y también anduve ocultándome por trechos tras las piedras, los troncos y esta maraña de agujas de pino húmedas, olorosas; pero he llegado. No queda un más allá donde buscar, así que ha resultado una suerte que este sea un buen escondite: su mirada no me alcanza y puedo alzar la vista y ver las ramas contra el cielo, las flores de las enredaderas contra las golondrinas.
Quien va de huida llega al infierno así me instruyeron. Estaban en un error, según observo. Aunque rodeada de abismo, la cima es un paraíso verde y también azul, espeso, sereno. Solo los chillidos de mi acechador quiebran, de tanto en tanto, el silencio. Cuando lo oigo intento distraerme, miro hacia abajo, hacia el bosque brumoso que cubre las laderas.
Mirando hacia abajo de pronto veo, al lado de un puente, una sombra y una mujer.
Aun cuando sé que los hombres se enorgullecen de la contundencia de sus músculos y la firmeza de sus pisadas, en fin, de su carnadura, a las sombras siempre les otorgo carácter masculino, las imagino varón. Esta sombra oculta el fin del puente. La mujer está quieta. Me extraña que siendo mujer no corra, ni se arrastre, ni se oculte.
La bruma comienza a alzarse y la visión se aclara. Una mujer quieta en un claro del bosque, al sol, tiene que ser una mujer muerta. Quizás la sombra del hombre la esté velando. Aquí, en este mundo en el que fui instruida, sólo los acechadores pueden darse el lujo de extrañar y es lógico que así sea, perderse en añoranzas es propio de gente sin urgencias. La sombra del hombre, entonces, no tiene apuro. Tranquilidad tampoco tiene porque cada vez que se oyen los chillidos, se estremece. Yo no me pierdo en esa zoncera de temblores que si la sombra fuera mujer, debiera atribuirlos al miedo. Desconozco propio de qué hombres es estremecerse. (Entre los hombres hay diferentes jerarquías, no cualquiera llega a acechador. Tal vez éste pertenezca a las castas inferiores, aunque dudo que eso lo justifique. En lo que a las mujeres respecta, si bien todas uniformemente descastadas, tampoco nos parecemos. Mi sistema personal de resguardo consiste en mirar a lo lejos solo el tiempo necesario para orientarme, luego corro mirándome los pies. Mirando el suelo a decir verdad porque una caída sería fatal. Muchas cosas valiosas se encuentran en el suelo pero jamás tuve la oportunidad, el tiempo, de detenerme para alzarlas. No importa, con haberlas visto me alcanza para tener otro mundo, uno soñado, lleno de golondrinas azules. Sin sombras temblonas, sin muertas, sin chillidos.)
La bruma se ha disipado por completo y ahora observo detalles, ella tiene la cabeza girada en un ángulo extraño y la comisura de los labios profundamente doblada hacia abajo, sus dientes me impresionan, están afuera de la boca y me recuerdan a los ojos saltones de Licia, una mujer que huía conmigo hasta que su acechador la alcanzó, pero como estos no son ojos, son dientes, le confieren un aspecto único porque es siniestro y cómico a la vez: con los dientes afuera, como si fuese una bestia feroz, miente una agresividad que causa risa. A mí nunca me va a pasar lo que le pasó a Licia porque he resultado exitosa en el arte del ocultamiento. Que chille todo lo que quiera pero si no me descubre, no me devora. Supongo que devorar es lo que hace todo acechador porque, a ciencia cierta, no sé para qué me persigue, en ese punto no entendí las instrucciones.
Cuando huía, cada paso implicaba una decisión. Izquierda o derecha, arriba o abajo, fallo o acierto. Acerté, la bella cúspide del mundo es un refugio seguro. Obviamente, toda ganancia alguna pérdida encierra: la bella cúspide del mundo es un espacio tan pequeño que apenas permite algún movimiento. Cada vez que chilla giro la cabeza, saco los ojos de atrás del grueso tronco del pino y espío. Más, no puedo hacer. Obligada a mantener los huesos prácticamente inmóviles después de huir durante tantos años, siento que la piel se rebela y quiere marcharse sin mí, así me sucede en la cara por ejemplo, donde siento cómo la piel quiere abandonar ojos y dientes, retraerse, retroceder.
De repente algo cambia, la secuencia de chillidos se interrumpe. Tal vez perdí a mi acechador que se aleja en busca de otra víctima. Tal vez está más cerca y evita alertarme, o está muerto. Igual me asomo y espío, me limito a repetir lo que aprendí a hacer porque no encuentro otra forma de aguantar el silencio. Sombra y mujer se habrán corrido de lugar porque no puedo verlos. Con los huesos entumecidos, sufriendo incontables dificultades, bajo al claro con la esperanza de encontrarlos. No están, el sol me encandila y me tumba. Desde el suelo, como estoy, podría ver el fin del puente, me esfuerzo y giro la cabeza en el único ángulo que me permite observar.
El puente termina en un espejo, debí suponerlo murmuro.
Un espejo, según definían las instrucciones, es un trozo de vidrio que refleja el porvenir.
Sin fuerzas para moverme, tumbada en un claro del bosque y soportando una posición incómoda, mis labios se curvan en un gesto de dolor. Un dolor intenso pero corto: para el momento en que la sombra se posa a mi lado, ha desaparecido.
En el reflejo, ahora, solo el bosque infinito.
Patricia Nasello ha publicado un libro de microrrelatos: «El manuscrito», 2001. Ha participado en distintas ediciones de La Feria del Libro de su ciudad. Tiene trabajos publicados en diversos blogs, como así también en revistas digitales. Colaboró y colabora con diversos medios gráficos: Otra Mirada (revista que publica el Sindicato Argentino de Docentes Particulares, Córdoba, Argentina), Aquí vivimos (revista de actualidad, Córdoba, Argentina), La revista (revista que publica la Sociedad Argentina de Escritores, secc. Córdoba, Argentina), La pecera (revista/libro literaria, Mar del Plata, Argentina), Signos Vitales (suplemento cultural, Mar del Plata, Argentina), La Voz del Interior (Periódico matutino, Córdoba, Argentina), Página 12 (Periódico argentino), Tiempo Argentino (periódico argentino), La Jornada (periódico mexicano). Participa, prologa y presenta «Cuentos para Nietos» antología de cuentos para niños, 2009. Ha ganado diversos premios literarios entre los cuales se nombran: Primer Premio concurso nacional Manuel de Falla categoría ensayo 2004, Alta Gracia, Argentina. Tercer Premio concurso iberoamericano de Cuento y Poesía Franja de Honor Sociedad Argentina de Escritores, 2000, Córdoba, Argentina. Finalista concurso internacional ESCUELA DE ESCRITORES en honor a Gabriel García Márquez, Madrid, 2004. Distinción especial concurso nacional «Diario La Mañana de Córdoba», cuento breve, 2004, Córdoba, Argentina. Segunda mención Concurso minificciones.com.ar, enero 2011. Ganadora por jurado séptima, octava y décima quincena Concurso Minificciones en Cadena, 2011. Ganadora Segunda Edición Concurso Minificciones con Imágenes.
ARGENTINA
Fue un zoo first class, mas hoy es un show de freaks.
El pez se va al sur, a un mar sin sal, un mar de té, de gel, de hiel. Mas no ve la red.
El can un chou chou de Guam ve su ¡guau! en un flash de luz cian, con gran zoom, al son del clan de seis ñus, que con su sex groove de cha cha cha no da paz a Phil, el vil rey del zoo. Él, ya sin fe, ve el sol en su Mac.
Un buey con fes da un «¡Ehh, huey! ¿Cuál es tu way?», mas en un tris le dan chás chás y se va en pis. Hay un mal tic en la tez de Phil, el zar del zoo: «¡Shhh! ¡Chissst!». Mas no hay fin. El rol de Phil rol de boss del pet shop, rol de juez, de Dios con un eye in the sky, no es chic. No es in. Es out. El zoo freak, sin gas ni luz, se va tras el mal de Baal, sin ton, mas sí con son, el del tam tam de los ñus, que tal vez dé funk. O ska. O soul. O pop. (Mas no da rock, del cual Phil es fan.)
Un yak con frac y flor de lis de tan glam que es, se va de raid a La Paz, en un grand prix de hot road. Y aún con su clap, clap, Phil no ve el fin del fest. Tal vez con kung fu. Mas no es dan, ni Bruce Lee.
El chou chou de Guam:
¡Ved mi do de luz cian! ¡Guauu!
El buey con fes:
Tal ¡guau! no es do, es re, can.
Los seis ñus, en sync:
No es re, buey. Ved que es mi.
El yak glam en el grand prix:
El guau del can y su luz cian son un la.
El pez en la red da un «¡Faaaaa! ¡Qué flash!».
Y otra vez el buey con fes:
No es fa, pez. No es la, yak. No es mi, ñus. ¡Es re! ¡Huey, re es el way del can de Guam!
Ya no es un zoo first class el de Phil, más bien es un film pulp. Ni Pink Floyd en The Wall ha de ser tan flash. El tic en la faz de Dick es un bol de pus. Ve en su Mac ya sin web que no hay más sol, ni eye in the sky.
Phil:
¡Nahhhh, man! ¡Mi sol, mi eye de Ra, el de in god we trust!
Por la sed que da el fest, los ñus la van con el jazz cool.
Mas hay un wub, que con paz a lo zen, con el tao del free love, da el stop al show:
Che, don Phil Dick, no más crack en la food, please, y por fin el zoo ha de ser un zoo bien y no un club de strip.
ARGENTINA
Ma Le Guin no es una femme naif. Con sus blue jeans y su chal de plush fue al spa por su té. Mas no el té de las five o’ clock. Fue por un té cool, que da fresh a la piel. Ya con sus pies en el té, vio a Ai, su Ai.
(Ai es Don de Hain. El gen de los de Hain va de sol en sol; y en su raid, los de Hain van en pos de La Flor Del Ser.)
Ma Le Guin vio que el bien es con su Ai.
A las diez, Frank fue en su van a un bar de Lion, en shorts. A su nuez le dio por el ron. Ya sin sed, se fue a Dune, a dar pan a Paul, su gran Paul, quien va tras La Faz De Un Dios.
Chip vio que el spa es muy snob. Y que el bar de Lion es un tris ruin. Por lo cual, él que es fan de la old school, se fue a un club de box en Siam. Se dio al gym, y al fin se fue el cof cof de su tos. Tras el gym se dio al box. De un cross da un knock out. Un gong dio fin al round. Y Chip vio a su Lorq von Ray, Lord de Ark, quien va por La Luz De Un Sol.
Ma Le Guin:
Ai, La Flor del Ser es la faz de un dios… Y a los de Hain les da un don: el de ir de sol en sol Near As Fast As Light.
Frank:
Paul, La Faz De Un Dios es la luz de un sol… Y le da un crys, la hoz con la que él ha de puar la mies de Dune.
Y Chip:
Lorq, La Luz De Un Sol es la flor del ser… Y le da a Von Ray una space ship, el ‘Roc’, más seis borgs, con los que ha de liar el ion y el muon de Un Sol.
Ai:
Ma, yo sé que soy un Don, la voz de Hain. Mas no doy mi fe al rey vil pues no es de fiar. ¡Ir en pos de La Flor del Ser es mi cruz!
Paul:
Frank, con mi crys fui tras el cruel Shai. Mas no vi su Faz, la tez del Dios de Dune. De crio vi fluir un mar, un grial de sal. He de ir a él.
Y Lorq:
Chip, La Luz De Un Sol no es el haz de un spot. Y los Red han de ver lo mal que les va a mi ‘Roc’ y a mis borgs. ¿Qué más da, si mi fiel Dan ya se fue?
Mas en buen son, Ma Le Guin, Frank y Chip un clan de ley dan paz a los tres que van:
¡No hay que ciar! ¡Con un plus de fe, el plan ha de ver la luz al fin!
Néstor Darío Figueiras nació en 1973 y es músico, aunque sueña con conectar el universo de la ciencia ficción con el de las melodías y sonidos, hasta el punto que ha afirmado que algunas de las creaciones del Hacedor de estrellas de Stapledon son universos musicales. Ya veremos qué razones lo asisten para afirmar tal cosa. Pero estamos seguros de sus progresos como narrador, prueba palpable de que el taller de Creación de Universos de Eduardo Carletti y Alejandro Alonso, al que Néstor asistió, era cosa seria. Publicó en AXXÓN, NECRONOMICÓN, NGC 3660, NM, AURORA BITZINE, ALFA ERIDIANI, MINATURA, ÓPERA GALÁCTICA, SENSACIÓN!, en PRÉSENCES D’ESPRITS, etc… Ganó una mención en el certamen «Más Allá» edición 1991, por su cuento Organicasa, una mención en el Premio Andrómeda 2005, por su relato Reunión de consorcio, y una mención en el Certamen de Poesía Fantástica miNatura 2009, por su poema La sirena y los pájaros muertos.
ARGENTINA
¿Me vas a decir adiós? Porque no quiero oírte decir eso más.
Qué bien, porque no pienso decírtelo le respondí y, haciendo un silencio de redonda, continué: No voy a despedirme, porque no voy a irme. Cada vez que la luz atraviese nuestra ventana, voy a crear un destello para que me veas, ¿sí?
Voy a extrañar todo de vos, tus manos, tus besos y nuestras payasadas dijo, intentando parecer fuerte.
El amor es frágil y no siempre sabemos cuidar de él y esperamos que sobreviva a esa languidez, mientras siento sus brazos enredarse en mi cuello y le digo a modo de consuelo:
Algún día vas a abrir tu corazón y vas a cantar tus mejores notas porque la música y el amor son raíces de un mismo tallo y hacen que el mundo sea un poco más nuestro.
Mi piel, húmeda de sus ojos, se enreda en mi cuello.
Me duelen las manos dije, y no sé si voy a poder terminar.
Ella se desprende de mí y levanta el atril de la tapa del piano secándose las lágrimas para leer la partitura. Salgo al jardín a contemplar el océano mientras los primeros acordes acompañan mis temblores y llenan mis oídos.
Está terminando los últimos compases, intentando adivinar el final imaginado por mí.
¿Andrea?
¿Qué?
Le he propuesto algo a la Muerte dije. Si me deja hacer el amor una vez más, puede venir un par de días antes.
Ella me besa y se desnuda.
Mis piernas tiemblan. Ella besa mis ojos y luego desconecta las terminales mientras mira el color púrpura del sensor que emite un tibio pitido.
Dobla mi cuello para extraer el chip de mi memoria, sus ojos húmedos y su paso apresurado para ver en la lectora aquellos momentos de apretados abrazos, de tardes eróticas, ebrios sobre la arena y todo lo que nos dijimos con el cuerpo durante tantas décadas, aquello que nunca hubiera dicho con palabras. Así partí, llevando en mis oídos el acorde final cuando dejé de respirar.
Cuando el sol da su mejor luz en la ventana, me dice en un susurro «Te extraño».
Iván Sicardi vive en la ciudad de Buenos Aires (Capital Federal de Argentina). Segundo premio del concurso de Comics Skorpio. Novela publicada: Invisibles. La hermandad.
ARGENTINA
El comandante se adentró en el planeta desconocido. Los árboles eran similares a los de su mundo, sólo que con tentáculos y ojos. No, en vez de ojos, bocas. Y eran de color púrpura. Algunos estiraban lenguas, para cazar insectos.
En un cielo desconocido, imaginó nuevas constelaciones, y descubrió otro matiz del polvo cósmico.
Venciendo las interferencias de la nueva atmósfera, llegaban señales de la nave al comunicador en su muñeca. Pero estaba muy ocupado, juntando muestras. Puso una roca y un fruto multicolor en los bolsillos aislados de su traje. Los de la nave insistían con las señales. ¿No entendían la importancia de su misión? El comandante recordó las advertencias de sus superiores, y sacó su arma láser.
Estaba por retomar su labor cuando escuchó unas pisadas.
La rama se cayó de sus manos. Santiago, que hasta ese momento había estado ignorando los gritos de sus padres, sintió miedo. Miró alrededor, y supo que detrás de uno de esos árboles había algo.
Quiso chillar, o correr, pero ya no podía moverse. Una ameba humanoide y alta, hecha de luz azul, se le acercaba. En su rostro tan sólo había unos ojos con un brillo lunar.
La criatura lo observó. De su cuerpo surgieron unas manos que extendió hacia el niño.
Santiago repitió el gesto, mirándola ya sin miedo. Signos de luz entraban en sus palmas.
El comandante regresó a la nave, donde, sin obviar el reporte disciplinario, lo recibieron con alivio. Llevaría las muestras de regreso a su planeta.
Mientras viajaban por la autopista, se hizo de noche. En el cielo, una estrella azul parpadeó, y el niño sintió un cosquilleo en las manos. Cerró los ojos y supo, antes de olvidarla, su nueva misión.
Matías Alberto D’Angelo es locutor nacional. Es fanático de las historietas, el cine, y la literatura de temática fantástica y de ciencia ficción. Ha realizado columnas sobre estos temas en Radio de la Ciudad (AM 1110), y produjo integralmente un radioteatro basado en dos de sus novelas inéditas, Arcanos www.radioteatroarcanos.com.ar
Es secretario de redacción del anuario Avatares, apuntes literarios y algo más, que ya va por su octavo año.
ARGENTINA
What is happening to my skin?
Where is the protection that I needed?
Air can hurt you too.
«Air» – Talking heads
Ya estoy viejo y cansado pero mi capacidad de asombro afortunadamente se mantiene saludable. Uno de los primeros indicios del nuevo orden lo tuve no hace mucho, cuando, al bajar del avión en un país asiático, sentí un incipiente ahogo. Antes de que pusiéramos pies en tierra, una de las azafatas nos había entregado a los pasajeros una suerte de máscaras y un tubito, aparentemente de oxígeno. Un poco abrumado, mi desconcierto aumentó cuando vi que ella también se calzaba un juego de tales adminículos. Nos explicó, muy suelta de cuerpo, que tales precauciones se debían a la «Revolución del Este». En un primer momento creí que nadie había entendido, pero, al ver las caras de resignación, descubrí con cierto rubor que sólo yo parecía no estar al corriente. Antes de ponerme la máscara, pasó de manera fugaz por mi mente la imagen de innumerables tropas echando gases, pero se trataba de una mera fantasía: todo se veía calmo alrededor. Recordé entonces que otra de las azafatas, durante el vuelo, había afirmado que, cuando cruzáramos la frontera, «automáticamente se activarán los filtros de las turbinas y se reajustará la presión».
Cuando, días más tarde, partí hacia Escandinavia, oí referencias a novedades similares: «Filtros»; «Manipulación de los gases» y, lo que más llamó mi atención, veladas alusiones a una «Revolución del Norte». Confieso que llegué a preguntarme, avergonzado, si mi profesión de conferencista de arte moderno no me había aislado excesivamente del mundo real.
En Johannesburgo ocurrió algo parecido: no se hablaba de otra cosa que de la «Secesión del aire», otra vez de «Máscaras» y, ya más previsiblemente, del «Levantamiento del Sur».
En los diarios (que no suelo consultar) se mencionaba apenas poca cosa, como si lo que estaba pasando, sea lo que fuere, se aceptara ya como algo no digo natural pero sí inevitable. Sin muchas ganas, comencé a indagar. Me sorprendió entonces la parquedad de mis eventuales interlocutores. Pude no obstante adivinar que el fenómeno desencadenado se había manifestado en la época de mi última y penosa internación, unos cuantos meses atrás. Oí por ahí que ahora los límites ya no eran geográficos sino químicos.
Un día, en Washington, pude ver una gran manifestación de «indignados» (como los llaman ahora), enarbolando pancartas con leyendas del estilo: «Movimiento pro conservación del único aire puro del planeta»; o bien: «Dios respira nuestro mismo aire», de cierto tufillo fundamentalista. Nuevamente en vuelo, me comuniqué con un amigo de años, periodista de la cadena CNN, pidiéndole que iluminara mi deplorable ignorancia. Esto último fue resaltado por el hombre, pero me dio a entender que salvo Ciudad de México, toda América se mantenía fiel al aire normal. Al pedirle precisiones, abundó, dejando entrever cierto fastidio: «¡Nitrógeno y oxígeno, hombre de Dios!». Luego, ya más calmo me habló hasta por los codos de una secta, reunida vía Internet, autodenominada «Reafirmación occidental de nuestro sagrado aire». Cuando le pregunté por la capital azteca mi corresponsal me dio una tediosa explicación pero en resumen quiso decir que los habitantes de esa megalópolis, mediante una previsible adaptación por décadas, solo pueden respirar la densa y pegajosa burbuja de smog que cubre a la ciclópea ciudad. Increíblemente, fuera de sus límites sucumben asfixiados.
En un vuelo regular hacia Cuzco, un tipo con claro aspecto de ejecutivo traje Dior a rayas; corbata chillona de seda italiana; zapatos de Gucci y dos o tres blackberries que operaba casi simultáneamente me confesó, sin sonrojarse:
El target del momento son las máscaras ajustables. Es claro, el ser humano es maravilloso y se adecua a cualquier experimento, perdón, quise decir calamidad. Las máscaras que ofrece al mercado nuestra firma tienen una vida útil de apenas un mes. Pasado ese lapso, o bien el sujeto se acostumbró al nuevo aire o bien hay que cambiarla. Porque y no le estoy diciendo nada nuevo hoy día el soroche lo sorprende a usted en cualquier latitud.
Me aclaró que se estaba refiriendo al mal de las alturas andinas, que provoca dificultades respiratorias.
Para ser honesto ya me estoy cansando de tanta máscara, pero mi trabajo me obliga a deambular por todo el orbe. Días pasados, en un minúsculo país de la Polinesia todavía gobernado por los socialistas, pude comprobar que las benditas máscaras eran provistas por el estado a precio de costo. En una recepción oficial en la embajada, un funcionario menor, henchido de mal disimuladas ínfulas patrióticas, me explicó:
Sabe qué pasa. Le explico. Nos unimos tarde a la revolución contra los conservadores occidentales, desde que el Protocolo de Kyoto, o como se llame, quedara caduco. Y, como tiene que ser, eso nos ocurrió por lerdos y burocráticos. Imagínese: un papeleo infinito. Por esa razón en el reparto a nosotros nos tocó en suerte un gas raro, que le dicen: el radón. Sí, así se llama, sí señor. Pero no es tan grave, no señor: el nuestro es un país pequeño, una mera isla. Usted, amigo mío, disfrute al máximo de su estadía en estas tierras porque, ya lo va a comprobar con sus propias narices, no hay mejor aire en el mundo que el de esta humilde nación olvidada de la mano de Dios (perdón). Y no se alarme por las tonterías que publican los diarios. Esos apocalípticos embustes que hablan de inminentes convulsiones atmosféricas y de espantosas mutaciones son sólo operaciones de la prensa para vender. Pura basura mediática que…
El hombre, exultante, no podía advertir mi creciente desesperación. Discretamente me alejé. Se quedó hablando solo pero no sé si lo advirtió.
Me tomé el primer avión y volví a casa en un vuelo de una turbulencia anormal. Me saqué la ya inútil máscara y la dejé por ahí. Renuncié a mi oficio. Ya lo dije: estoy viejo y más cansado que nunca.
Mi difunta madre, que Dios la tenga en la Gloria, solía decir, con desdén: «Fulano vive porque el aire es gratis». Me gustaría saber qué diría ahora.
Ricardo Gabriel Zanelli nació en la Argentina en 1962. Es autor de LA RULETA RUSA DEL TIEMPO (Cuentos), 2004, Editorial Argenta (ISBN 950-887-267-5). Ha publicado varios cuentos y ensayos breves en diarios (La Voz del Interior) y revistas (Revista Cuásar) de Argentina.
Axxón 225 – diciembre de 2011
Cuentos de autores varios (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Fantasía : Temas diversos : Internacional).