Ficción Breve (sesenta y siete), varios autores
Agregado el 24 junio 2012 por dany en 231, Ficciones, tags: Cuentos
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La minificción, género literario definido por un elemento formal (la extensión), propone un juego en el cual autor y lector se comprometen a participar activamente. Para el lector, la minificción implica una forma nueva de abordar los textos literarios: requiere estrategias de lectura más flexibles que permitan incorporar las particularidades del contexto para construir un significado. Una lectura demasiado lineal puede dejarnos a oscuras. No se trata de tener conocimientos especiales: muchas veces la simple intuición es suficiente para alcanzar la epifanía.
El escritor, por su parte, debe demostrar su habilidad y pericia en el uso del lenguaje para no clausurar el significado del texto y trabajar con distintos niveles de interpretación.
El acto de leer/escribir tiene variadas consecuencias sobre las personas, incluyendo cambios dramáticos de paradigmas y la reformulación permanente de todo lo que creíamos saber sobre la literatura. El juego de las minificciones favorece la expansión de la mente, consolida la experiencia lectora y propicia la autoexploración de la sensibilidad.
Silvia Angiola.
ARGENTINA
Mediodía. En el centro del comedor, una mesa de fórmica de dimensiones regulares. Una silla, un sillón de mimbre, un combinado. Se oyen discos de 78 R.P.M. de Alberto Margal e Ignacio Corsini. Entra un poco de sol por una ventana exigua, sin cortinado. En las paredes, un crucifijo de aleación incierta, fotos de un niño serio y sonrientes personas mayores, y un calendario que estipula una fecha que no es. Adornos de cerámica y un cenicero de vidrio sobre el combinado, donde también se encuentra una lámpara sobre una carpetita de ñandutí.
Aparece el hombre desde la cocina. Viste una camisa blanca de manga corta con los dos botones superiores desabrochados y un pantalón beige demasiado grueso. Está calzado con chinelas y tiene colocado un delantal. Es flaco y alto en exceso, de nariz respingada y cabello castaño, largo y descuidado.
Trae un mantel celeste con el que cubre la tabla de la mesa y una servilleta haciendo juego, la cual acomoda. Se lo ve contento y en paz. Sale. Es pronunciado el aroma de una sopa especiosa.
Entra con una panera de plástico flexible con grisines malteados, manteca y sal que coloca sobre la mesa. Sale. Se lo oye silbar durante unos segundos.
Entra trayendo la frutera y un huevo duro sin descascarar en un platito. Sale.
Entra con las angarillas (y sus frascos con aceite y vinagre) y los cubiertos. Ubica los elementos sobria y aplicadamente. Elige el mejor sitio para cada cosa. Sale.
Entra con una mesita rodante sobre la que se halla una sopera con su cucharón, platos, una botella de un cuarto litro de vino blanco común, un sifón, una copa y un sacacorchos. Pone sobre la mesa el vino, la soda, la copa, el sacacorchos y un plato hondo. Sale.
Entra trayendo un plato con buñuelos de dulce de batata. Y una ensalada de apio y remolacha. Y un plato con queso rallado. Sale.
Entra ya sin el delantal trayendo mostaza, pickles, escarbadientes. Los coloca y reordena. Acerca su silla y se sienta.
Descascara el huevo, lo sala. Unta con manteca un grisín. Echa sal sobre ese grisín. Prepara la ensalada. Lustra una manzana. Descorcha la botella de vino. Se sirve vino. Sin soda. Se sirve la humeante sopa. Revuelve la sopa. Sopla el humito. Le echa queso. Vuelve a soplar. Le echa pedacitos de uno de los grisines de la panera. Revuelve. Pincha trocitos de apio.
El tenedor llega cerca de su boca pero no puede abrirla. Deja el tenedor en la ensaladera. Agrega un chorro de vinagre. Revuelve la ensalada.
Lleva el vaso de vino a sus labios. Estos no se entreabren. Se le vuelca vino. Deja el vaso en la mesa. Toma la servilleta, se limpia.
Toma el grisín con manteca y sal. Intenta morderlo. No puede. Va inquietándose. Deja el grisín en la mesa.
Toma el huevo duro. Procura morderlo. No puede. Se le tensan los brazos y las manos y los dedos. Deja el huevo en el platito. Toma el cuchillo. Corta el huevo en rodajas sobre la ensalada.
Toma el vaso de vino. No puede beberlo. Lo deja. Se contiene. Coloca el dedo mayor de su mano izquierda sobre la tapa agujereada del salero y lleva ese dedo, con algún grano de sal, hasta su lengua.
Procura que la cuchara con sopa se inserte en sus labios. Estos se abren pero no sus dientes. Tira la cuchara en el plato. Vuelca cosas al suelo, se sube a la mesa, toma el sifón, apunta el pico del sifón a su sien derecha y vigorosamente se dispara un chorro de soda.
Rolando Revagliatti nació el 14 de abril de 1945 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina.
Libros publicados en soporte papel (entre 1988 y 2009): Obras completas en verso hasta acá, De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):, Trompifai, Fundido encadenado, Picado contrapicado, Tomavistas, Propaga, Ardua, Pictórica, Desecho e izquierdo, Sopita, Leo y escribo, Del franelero popular, Ripio, Corona de calor (poesía); Las piezas de un teatro (dramaturgia); Historietas del amor, Muestra en prosa (cuentos y relatos); El Revagliastés (antología poética personal), Revagliatti – Antología Poética (con selección y prólogo de Eduardo Dalter). Sus libros cuentan con ediciones electrónicas, así como también sus cuatro poemarios inéditos en soporte papel: «Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo», «Infamélica», «Viene junto con» y «Habría de abrir», disponibles gratuitamente para su lectura o impresión en www.revagliatti.net.
También podemos visitar su blog o ver sus producciones en video.
Hemos publicado en Axxón: MADRE BAÑANDO A SU HIJO, CIRCO, INFANTIL y FAMILIA.
ARGENTINA
La sigla que veía en la chapa de identificación del edificio sospechoso no me decía nada. Si Bermúdez hubiese estado vivo le habría preguntado: su fanatismo por memorizar todos los acrónimos del planeta me había salvado más de una vez.
Las fábricas abandonadas dibujaban un horizonte de bordes siniestros. Algunos portones de acceso a los monoblocks estaban clausurados con fajas policiales, tal vez porque hombres y mujeres aplastados por el hambre habían instalado laboratorios clandestinos allí dentro. El barrio entero parecía una guarida: ninguna persona en sus cabales se hubiera atrevido a dar medio paso en esas calles.
El frío había menguado. En la esquina, unos linyeras disfrutaban de un manjar de desechos. La lluvia caía a plomo sobre sus cabezas pero calculo que no la sentían. A lo lejos, las campanas de una iglesia lloraban inútilmente por la miseria de aquel suburbio olvidado.
Saqué el arma y entré. El pasillo estaba oscuro y olía a moho viejo, a tumba desatendida. Subí por la escalera, descartando el ascensor para no correr riesgos. La puerta del 4º B no se diferenciaba de las demás. Busqué las marcas habituales que se usaban para identificar los aguantaderos, pero no había ninguna: ni muescas debajo de la mirilla ni símbolos tribales junto al picaporte.
Volé la cerradura y abrí la puerta de una patada. El informante tenía razón. Bajo la luz verde de una lámpara de lava apoyada en el suelo, los frascos sucios fosforecían como basura radiactiva. En su interior, los órganos flotaban en una típica biosolución casera, turbia y llena de sedimentos.
Escuché un rumor a la derecha. Había una arcada que llevaba a la cocina; la atravesé y, en un rincón, distinguí a los encargados del laboratorio y festejé mi buena suerte. Eran tres, acurrucados contra la heladera desvencijada, abrazándose y temblando. No tenían más de quince años.
Después de liquidarlos, volví a los frascos. Uno por uno, los desconecté de las tuberías y volqué su contenido en el suelo. La pestilencia pronto alertaría los vecinos. Rápidamente, salí a la calle, subí a mi auto y me alejé. Ya no llovía.
Cuando estuve a buena distancia de los interceptores encendí el teléfono, llamé a Organic Inc. y les pasé el informe. El cheque, para el lunes. La tarifa habitual fijada por ley, más un premio por desactivación definitiva. Es lo que más me gusta de ellos: saben recompensar un trabajo bien hecho.
Claudia De Bella nació en Capital Federal en 1958, ha vivido en Río Negro, en la Provincia de Buenos Aires y en Misiones. Es profesora de inglés, cantante de rock, escritora y traductora de inglés, principalmente de obras de ciencia ficción y fantasía.
Ha publicado varios cuentos en Argentina, Brasil e Italia, y más de ciento cincuenta traducciones de cuentos y novelas cortas de autores de habla inglesa y algunos artículos.
Obtuvo el premio Más Allá 1993 en la categoría Cuento y como Traductora Aficionada en 1994. También recibió el Premio Axxón por su destacada actividad en el ámbito de la ciencia ficción.
En 1997, su pieza teatral de terror «La Puerta Abierta» ganó el Premio a la Mejor Obra Regional de Misiones; al año siguiente, la obra representó a Misiones en el Festival Latinoamericano de Mimo realizado en Buenos Aires.
Durante cinco años dirigió tres talleres de escritura de CF y fantasía para adolescentes, publicando las obras de los participantes en tres volúmenes de edición artesanal. Además de una buena cantidad de ficciones de inmejorable calidad, Claudia colabora regularmente con Axxón en trabajos de traducción y se encuentra escribiendo nuevas obras.
ARGENTINA
La noche nos hace presas o cazadores.
La calle estaba oscura y volvía hacia mi casa.
Apuré el paso.
No había nadie.
Sólo silencio.
Doblé en una esquina y tuve una sensación.
Sentí que alguien me seguía en la oscuridad.
Primero pensé que sólo era mi imaginación.
O mi miedo.
El miedo es a veces el único enemigo.
Seguí caminando a paso firme.
Pero a poco de avanzar, volví a sentir la misma percepción.
Alguien me acechaba.
Me seguía.
Me vigilaba en la sombra.
Podía saberlo aunque no lo viera.
Aunque mi perseguidor se ocultara en la noche.
Apuré aún más el paso.
Corrí.
Creyendo escapar de mi cazador, crucé la calle.
Doblé la esquina.
Y allí no sentí nada más.
Un golpe en la cabeza y perdí el sentido.
Cuando desperté, estaba sentado en una silla, atado de pies y manos.
Apenas si podía ver en la oscuridad.
Intentando reponerme, oí una voz.
Me pareció familiar, como si ya la conociera.
Una figura se acercó hacia mí.
Cuando lo tuve a tiro, pude ver su cara.
Era igual a la mía.
Con horror, comprobé que el hombre era mi clon, mi gemelo.
Como yo mismo.
El tipo comenzó a hablar.
Me dijo que me había secuestrado para ocupar mi lugar.
Que sabía todo de mí.
Mi vida, mi trabajo.
Todo.
Le dije que se quedase tranquilo.
Que yo iba a proteger a su familia.
Sólo me resta deshacerme de mi cadáver.
Darío Alonso nació en Buenos Aires en 1970. Es periodista egresado de TEA. Colaboró con diversos medios gráficos, como la revista Humor, y se desempeñó como redactor periodístico para soporte mobile.
MÉXICO
Es sabido que el alma de los ogros y de los hombres está externada en algunas piedras raras que se pueden recoger a las orillas del mar, en Irlanda. Muy pocas veces las piedras pueden parecerse entre sí y pocas personas saben cuál es su propia piedra. Ian O´Rourke era uno de esos raros hombres que sabía de su piedra.
Una vez vio a un niño jugando con varias piedrecillas. Abrió los ojos como enloquecido y cayó desmayado. Algunos hombres le ayudaron. En ese momento una mujer caía fulminada al suelo. El niño había golpeado dos piedras entre sí. O´Rourke comprendió de inmediato su confusión.
Regresó a casa, satisfecho de no haber sido él quien muriera y se dispuso a dormir. No supo que la mujer había recobrado el conocimiento después de varias horas y que el niño se había llevado las piedras a su casa. Una vez en el ático el niño arrojó una de las piedras al mar.
En su casa, O´Rourke moría por apnea durante el sueño.
MÉXICO
Durante la cena, Federico se dirige a Neruda de manera solemne:
Me voy a Granada, porque allá trabajo…
En Ispahan, Cocteau sabe del temeroso jardinero que suplica a su príncipe:
¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto amenazante. Esta noche, por milagro, desearía estar en Ispahan.
Uno de los asistentes a la cena mira a Federico y dice:
Quédate aquí. En ningún lugar estarás más seguro que en Madrid.
Cocteau indaga sobre la suerte del jardinero temeroso. Le contestan:
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde se encuentra en la plaza con la Muerte y le pregunta:
Esta mañana, ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
Federico, del otro lado de la mesa, agrega como para finalizar:
Hay visos de tormenta y me voy a mi casa, donde no me alcancen los rayos.
Cocteau escucha sorprendido, a la vez, el final de la historia:
No fue un gesto de amenaza le responde la Muerte al príncipe sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahan y quería recordarle que allí tenemos una cita esta noche.
Yo tengo para mí, secretamente, que Federico conoce el rostro del jardinero. Lo reconoce como el suyo y decide enfrentar a su oponente. Esta vez en persona y sin escapar. La metáfora de Ispahan no es, pues, la de aquel que acude ciego a su destino, sino la de quien marcha consciente de que el juego de ajedrez que el caballero jugaba, al abrir el Séptimo Sello, estaba perdido de antemano.
Pé de J. Pauner es un narrador, ensayista, crítico de cine y biólogo mexicano que ha hecho activismo y performance. Ha publicado novela erótica y ha sido antalogado en latinoamérica, Australia y España. En el género de la Ciencia Ficción ha publicado el ensayo «Las cinco grandes utopías del Siglo XX» en la web española Alfa Eridiani.
En Axxón ya ha publicado varias Ficciones Breves.
ARGENTINA
La nieta de Chi era hermosa. Se llamaba Redecilla Para Atrapar Miradas y cuentan que su pestañeo provocaba tifones en el mar de la China. Todos la amaron. Sólo un hombre fue capaz de estremecerla. Nadie la poseyó jamás. Los Contadores de Historias dicen que no murió. Cuentan que se esfumó en la nieve cierto invierno que se prolongó demasiado.
Daniel Frini nació en Berrotarán (Córdoba, Argentina) en 1963. Es Ingeniero Mecánico Electricista. Fue redactor y columnista en revistas humorísticas del interior del país. En 2000 publicó el libro «Poemas de Adriana». Colabora en varios blogs (» Químicamente Impuro»; «Ráfagas, Parpadeos»; «Breves no tan Breves»; «La Sonriente Cocina de Peloncha»; «Cuentos y Más»; «Educared-TamTam»; «La Oveja Negra»; «Antología Literaria», «Poemia», «La nave de los locos»; «BEM On Line», «Cuentos inverosímiles», «El Diario de Transilvania», «Ficcionario» ), en publicaciones digitales (» Axxón», «Terrorzine» de Sâo Paulo, Brasil, y «miNatura» de La Habana, Cuba); y diversas revistas y periódicos en papel.
En 2009 ganó el 1er Premio de la Segunda Convocatoria de Microcuentos «El Dinosaurio» (Colombia) en el que obtuvo, también, el 3er puesto, el 1er Premio en el género «Cuento» del IV certamen de Cuento Breve y Poesía Cosme Sebastián Reniero (Avellaneda, Santa Fe, Argentina), el Premio Internacional de Monólogo Teatral Hiperbreve para Niñas y Niños «Garzón Céspedes 2009» (Madrid / México D. F.) y el Premio «La Oveja Negra» de microrrelatos 2009 (Buenos Aires, Argentina; habiendo sido Finalista del mes de Marzo para este concurso anual). Fue finalista, además, de la Convocatoria Axxón de Ficciones Breves 2009. Su cuento «Éramos un millón de animalitos ciegos» fue seleccionado por la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror para integrar la antología «Visiones 2009». En 2010, su cuento «La última operación de cerebro» fue publicado en «Borumballa 2010», antología realizada por los organizadores de ENCONTES, Festival de Narració Oral d’Altea (Alicante, España).
Su poema «Si vos estás» fue incluido en la «Antología Poética XX Aniversario» de la editorial «3+1» (Buenos Aires, Argentina). Su cuento «El Secreto» fue seleccionado para integrar la antología «Grageas 2, más de cien cuentos breves hispanoamericanos, en el año del Bicentenario» del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (Buenos Aires, Argentina). Participó, con su relato corto «Contrabando», de la convocatoria «Festejos del Bicentenario» del portal «Cuentos y más». Fue designado pre-jurado del 1er Concurso Internacional de Relato Corto «El arte de fluir». Fue designado Jurado de la Tercera Convocatoria de Minicuentos «El Dinosaurio» (Colombia). Es Coordinador del Taller Literario Virtual «Máquinas y Monos» de la revista digital «Axxón». Es Corresponsal en Argentina de la Revista Literaria brasileña «Lit!».
ARGENTINA
De todos los finales, el que me parte el corazón en pedazos, o aquel que me deja tendido en la carretera, en tus brazos.
De todas las agonías, aquella en la que te pierdo para tenerte un segundo antes de morir.
De aquellos días de los que nada quedó, un fugaz respiro y un abrazo sin esperanza.
De todos los finales, esos donde no estás pero tu ausencia me come la vida y me derrota, sin importar cuántos futuros queden por venir.
De todos los finales, el que se consume en el abismo, en la distancia, juntos para siempre, aunque millones de kilómetros me griten que no es posible.
Guillermo Vidal nació el 7 de marzo de 1955. Ha publicado cuentos breves y mini cuentos en los blogs Químicamente Impuro, Breves no tan breves y Ráfagas, parpadeos. Es fundamentalmente ilustrador; pueden ver sus obras en las portadas de Axxón y en muchos cuentos de la revista. En breve, Ediciones Andrómeda publicará «Los sublimadores», su primera novela de ciencia ficción.
ARGENTINA
Una Luna menguante sonreía, empapada en la fluorescencia azul de la mañana. Una Luna entramada de líneas negras y acariciada por nubes de amoníaco y sulfuro. La Niña Libélula surgió de las nubes y tensó sus alas traslúcidas y así, declinaba su vuelo. Bailó graciosa en el aire antes de posarse sobre la hierba. Sus ojos, como dos esferas de mercurio, contemplaron a aquella Luna en el cenit y sus labios se arquearon imitando la curva menguante del astro. A sus orejas puntiagudas llegaba el rugido del mar, oculto detrás de las colinas del sur. Mientras extendía sus brazos aspiró una bocanada de aire sulfuroso y replegó sus alas. Entonces, la Niña Libélula se echó andar por senderos atrevidos y bordeados de juncos, hacia aquellas montañas. Hacia el sur.
Coqueteaba con las varas, se divertía con las mariposas doradas, disfrutaba de la música de las abejas y de la irradiación azul que le entibiaba la piel. A poco de iniciar su paseo, se detuvo a orilla de una laguna, se arrodilló y en el metano líquido, la criatura alada descubrió su rostro, delicadamente oval y dominado por las monedas plateadas de sus ojos. Unas cejas finas, que se unían en la punta de su nariz, agregaban algo de felino a su expresión. Su boca pequeña trompeteó a su carita en el lago y la cara reflejada le devolvió un guiño.
Su semblante se tensó y las puntas de sus orejas se arquearon. A corta distancia, una medusa flotaba en la superficie agitando sus filamentos. La niña se irguió sin quitarle la mirada y por un instante permaneció inmóvil, observándola. Hasta que sus orejas ondularon y captaron un repiqueteo en la hierba no muy lejos de allí. Entonces retrocedió lentamente, siempre con sus ojos en el lomo hinchado del aguaviva. La niña se giró y con pasos cautelosos se marchó tras aquel palmoteo.
Al llegar al lugar dio con un pez de dos cabezas que había abandonado la seguridad del lago. Con curiosa timidez se inclinó sobre el animalito que chapoteaba en vano sobre la hierba y con uno de sus dedos le acarició cada una de sus cabezas. Lo recogió entre sus manos palmípedas y miró azorada las dos bocas que se desgarraban por inhalar. Entonces corrió batiendo sus alas hasta la laguna, vadeó la orilla alejándose de la medusa y se detuvo en un recodo del lago. Allí se acuclilló y con cuidado sumergió al pez bicéfalo en el metano. Por unos segundos el animalito flotó, pero luego, meciendo sus aletas y su cola, se alejó hacia las profundidades de la laguna. La pequeña insecto contempló un momento las ondas de la superficie hasta que el reflejo de la Luna se definió. Entonces se puso de pie, alzó su mirada de plata al cielo y le sonrió al astro menguante. Luego apuntó sus orejas hacia las colinas y continuó su caminata hacia el sur por los senderos osados.
La cápsula emergió de las nubes. Los enormes paracaídas se habían desplegado y amortiguaban el descenso. De todos modos la nave se zambulló atronadora en el océano de metano. Como una bestia marina, los paracaídas hinchados la envolvieron, mientras la cápsula se hamacaba y se hundía lentamente. Un cosmonauta emergió a pocos metros, embutido en un traje espacial y enredado en los sedales de las telas. Luego de forcejear con los cordeles, logró liberarse del apremio a que lo sometían los paracaídas y nadó con torpes brazadas hasta la playa. Caminó a trompicones por la arena húmeda mientras aferraba su escafandra con las manos enguantadas. A rastras llegó hasta donde la arena se confundía con la hierba y allí se desplomó. En su brazo, junto al aplique de la NASA, el sensor del traje indicaba que el oxígeno se había terminado. El astronauta destrabó el seguro de su casco y un siseo emergió del interior. Descubrió su cabeza y un rostro que se deformaba por los intentos desesperados de encontrar oxígeno en ese aire azufrado. Su boca se abría desmesuradamente y rugía a cada inspiración. El casco, trabado en el cuello del traje, era golpeado por su cabeza en cada sacudida.
El mar había rugido con sorpresivo estruendo y los ojos plateados de la Niña Libélula recorrieron la sinusoide de los cerros que ya se erguían majestuosos ante ella. Desplegó sus alas cristalinas y desafió las alturas, en busca del mar que la había llamado.
La pequeña se posó en la playa y fijó sus ojos en los paracaídas, que estrujados en sus cordeles y como globos deformes, aún flotaban. La niña se tensó y comenzó a retroceder lentamente sin quitarles la mirada. Luego se giró y marchó tras los rastros en la arena, hasta dar con el agónico astronauta echado en la hierba. Tímida y curiosa, se le acercó. El astronavegante golpeaba su cabeza contra el casco mientras boqueaba sus últimos alientos. Venciendo su timidez, la Niña Libélula se arrodilló junto él y contempló el traje espacial que oprimía su cuerpo. Se inclinó algo más y con el revés de una mano le acarició el casco y con la otra una mejilla. Su mirada espejada se detuvo un momento en la boca abierta del viajero mientras las puntas de sus orejas señalaban hacia el mar. La pequeña libélula se puso en pie y tomándolo de las botas, comenzó a remolcarlo hacia la costa. Clavaba sus talones en la arena, arqueaba su columna y batía sus alas en el esfuerzo tenaz por arrastrar al astronauta moribundo. Buscó en el cielo, una vez más, la sonrisa de la Luna surcada de estrías. Mientras, de sus ojos redondos comenzaban a brotar delicadas perlas de plata.
ARGENTINA
El técnico descendió del ascensor y las puertas zumbaron cuando se cerraron tras él. Su colega lo esperaba en la mitad del zaguán debajo de un marco rectangular. Ataviado con un birrete y un mameluco iguales a los suyos, su socio permanecía impasible en aquel rectángulo y aferraba en su puño derecho una maleta de herramientas similar a la que él traía.
Con pasos dudosos, el técnico recién llegado caminó hacia el centro del pasillo, hasta detenerse frente a la figura serena de su colega. Se fijó en las letras bordadas en el gorro que exhibían el nombre de la empresa: «LUNATEC. S.R.L.» Miró por encima del hombro de su compañero hacia el final del pasillo. Allí el ascensor opuesto acababa de abrirse. Observó el interior desocupado de aquel ascensor y después de la pausa necesaria vio cómo sus puertas se cerraban sin sisear. Por un instante, el técnico se rascó la nuca ante la presencia incólume de su amigo. Luego se ladeó la gorra y, mientras abría la maleta, se acuclilló al pie del marco.
Extrajo un destornillador que utilizó para quitar la tapa del rincón, revelando así una caja con intricados circuitos y controles que comenzó a manipular. Luego de algunos segundos se detuvo y notó que su socio le daba la espalda. Volvió a insistir con el manipuleo de los controles hasta que su colega se giró otra vez.
A continuación, encastró de nuevo la tapa y en ella adosó un calco con datos de la empresa. Se puso de pie frente a su compañero, quien ahora sostenía la maleta con la mano izquierda, y observó en el birrete que la frase bordada se había rebatido. En ese momento sus labios dibujaron una sonrisa, sonrisa que su amigo duplicó al instante.
Los dos técnicos se saludaron al unísono con gestos de la mano. En medio del zaguán y bajo aquel marco rectangular, se giraron sobre sus talones como una guardia militar y caminaron en sincronía perfecta hasta sus respectivos ascensores. Las puertas se abrieron en un único siseo. Entraron y tocándose los birretes a un tiempo, volvieron a despedirse de un extremo al otro del pasillo, mientras las puertas se cerraban.
El calco adherido a la tapa informaba: «LUNATEC S.R.L Calibradora de Espejos».
Hugo Rodríguez tiene 54 años, vive en Berazategui desde siempre, y de chico abandonaba el «picado» en el potrero los sábados por la tarde para ver en el aparatoso TV blanco y negro «Sábados de Cine de Super-Acción» por canal 11. Dejaba el fútbol para ir a ver películas, por supuesto, de ciencia ficción. Ahí empezó todo. Después vino la literatura: Asimov, Dick, Clarke, y los demás. «Y ahora», dice Hugo, «a la vejez viruela y a escribir, si es posible para Axxón».
ARGENTINA
Ocupabas tus mañanas procurando que las leonas saltasen a través de aros encendidos. Y las tardes, alimentándolas con chingolos. Vos mismo los cazabas armado con una honda hecha con madera de sauce, una honda vieja, de propietario incierto. Para ubicarlos te guiabas por sus trinos pero para dispararles esperabas que enmudecieran porque entendías que quien opta por el silencio ha renunciado a sus derechos. Regresabas al circo con la espalda vencida bajo el peso de aquella bolsa repleta de pájaros muertos. Ellas comían sin agredirse, respetando un orden jerárquico que jamás entendiste. Comían en un silencio tenso apenas interrumpido por ciertos gruñidos suavísimos, mirándote fijo. Esperaban un descuido tuyo para arrancarte el corazón y vos consentías el riesgo encantado. Así te lo confesaste una vez, con los ojos cerrados frente al espejo.
«…cuando estoy solo, tranquilo, digo amarillo. Diciendo amarillo evoco pelaje, ojos, garras, evoco el olor a hembra que también es amarillo y nunca demora en golpearme. Digo amarillo y siento el aro en mi mano y el calor de las llamas y mi palma ampollada que sangra y las ansias de ellas, enloquecidas por el hedor de mi sangre; digo amarillo, entorno los párpados, y otra vez mi sangre pero la de ahora, alborotada porque me ha oído decir amarillo, corriendo por espacios antes vacíos, volviéndome codicioso de aire, todo aire es poco para respirarlo. Me basta con decir amarillo.»
Hubieses dado cualquier cosa con tal de que aquel deseo y aquel terror duraran para siempre. Por eso los primeros días lo negaste, creías escuchar mal, pero luego se hizo evidente. Rugían con gorgoritos. Preferiste no esperar, no saber cuál sería la próxima modificación, qué detalle pequeño o terrible marcaría el final de tus delicias.
Del estante que tenías sobrecargado con piedras buenas para la honda, tomaste una al azar y, con esa piedra oculta en tu puño izquierdo (sintiendo el peso del arma pensabas mejor), escribiste:
Estimado Señor Director y Propietario del Único Circo…
Tu mano, que tan bien encendía y desplumaba, que era tan firme a la hora de posarse sobre el lomo de las leonas, encima del papel temblaba. Parecía otro papel, ajado y viejo, un papel que representaba una extraña amenaza porque lo presentías animado, pronto a no cumplir su objetivo, a mostrarse ridículo y traicionarte.
El director leyó salteado, fingiendo que le tomaba mucho tiempo quitarse la lágrima que siempre se dibujaba sobre la mejilla derecha para las funciones, pero, que aún así, sentía tan vivo interés en ese papel que te mantenía de pie a su lado, esperando atento una respuesta que olvidaba lavar la gran sonrisa roja. Pero dijo sí, como te parezca, otro se hará cargo de lo tuyo, tenés mi permiso. Y aquí estás ahora. Los trucos con palomas te salen mal porque eras pajarero por vocación, las aves pequeñas no te gustan. En cambio, con las cartas sos un maestro. Trabajás sólo las de póquer, con las españolas no podrías practicar la rutina, te inspiran desprecio: «Figuras miserables, a ésas lo único que se les puede creer es la pobreza del basto».
Todos los domingos, antes de comenzar la función, besás la Q, roja como la sangre, de la Reina de Corazones. Las dos rayas impiadosas de sus ojos, el amarillo brillante de su corona y la suntuosidad de la capa que cubre su desnudez, te vuelven loco. Dormís con esa figura sobre la almohada. En tus sueños el corazón de la carta palpita y vos osás quitarle la corona. Durante la vigilia, aún creés sentir su fría tersura entre las manos.
Para ahondar tus entusiasmos de pronto comprendiste por qué el Director accedió tan fácilmente a tu extraño pedido: su salud declina. Y junto a la fuerza física el soberano de tu mundo pierde autoridad, de seguir así las cosas, deberá elegir sucesor. Su situación te hace pensar en un león viejo, a punto de perder harén y territorio. Decidís acompañarlo en el proceso empleando la mejor técnica de seducción con cuidado, todavía es mortalmente peligroso.
Patricia Nasello ha publicado un libro de microrrelatos: «El manuscrito», en 2001. Ha participado en distintas ediciones de La Feria del Libro de su ciudad. Tiene trabajos publicados en diversos blogs, como así también en revistas digitales. Colaboró y colabora con diversos medios gráficos: Otra Mirada (revista que publica el Sindicato Argentino de Docentes Particulares, Córdoba, Argentina), Aquí vivimos (revista de actualidad, Córdoba, Argentina), La revista (revista que publica la Sociedad Argentina de Escritores, secc. Córdoba, Argentina), La pecera (revista/libro literaria, Mar del Plata, Argentina), Signos Vitales (suplemento cultural, Mar del Plata, Argentina), La Voz del Interior (Periódico matutino, Córdoba, Argentina), Página 12 (Periódico argentino), Tiempo Argentino (periódico argentino), La Jornada (periódico mexicano).
Participa, prologa y presenta «Cuentos para Nietos» antología de cuentos para niños, 2009. Ha ganado diversos premios literarios entre los cuales se nombran: Primer Premio concurso nacional Manuel de Falla categoría ensayo 2004, Alta Gracia, Argentina. Tercer Premio concurso iberoamericano de Cuento y Poesía Franja de Honor Sociedad Argentina de Escritores, 2000, Córdoba, Argentina. Finalista concurso internacional Escuela de Escritores en honor a Gabriel García Márquez, Madrid, 2004. Distinción especial concurso nacional «Diario La Mañana de Córdoba», cuento breve, 2004, Córdoba, Argentina. Segunda mención Concurso minificciones.com.ar, enero 2011. Ganadora por jurado séptima, octava y décima quincena Concurso Minificciones en Cadena, 2011. Ganadora Segunda Edición Concurso Minificciones con Imágenes.
ESPAÑA
Una vez recogidas todas las sondas, regresamos con los datos para hacer una caracterización del planeta.
En una primera aproximación podríamos decir que los organismos mejor adaptados, más abundantes y que mayor diversidad presentan, son unos heterótrofos pequeños y coriáceos que sobreviven en cualquier hábitat y que atravesados individualmente por una estaca diminuta, uno de cada modelo están ampliamente representados en ciertos edificios lóbregos donde se guardan ejemplares inmóviles de todas las especies.
Poseen cuernos, mandíbulas, patas enormes y variadas protuberancias. Están cubiertos por escudos metálicos o de un negro opaco. Su éxito no ha ocurrido y eso dice mucho en su favor en detrimento de ninguna otra especie. Son ubicuos, discretos, resistentes y humildes.
Otro grupo de organismos muy curioso lo constituyen unos seres con cuatro extremidades, una cubierta de pelo y que guardan a las crías adentro, extrayendo suero de su propia sangre para alimentarlos en las primeras fases de vida exterior. Son un producto tan reciente en la evolución que aún no sabemos si tendrán continuidad. Probablemente un experimento arriesgado de la selección natural que a la larga resultará fallido en comparación con los verdaderos habitantes por derecho propio de este mundo. El diseño más delirante dentro de este grupo lo presenta una especie que se autodenomina «Hombre». A diferencia del resto de los mamíferos (así llama el Hombre a los de su condición), poseen una implantación discontinua y absurda del pelo sobre sus límites y pretenden sostener todo su peso sobre dos únicos pilares acabados en ínfimas superficies, lo cual les obliga a desplazarse de manera torpe y tambaleante. Tienen una gran facilidad para poner etiquetas a todo, así que no se les ha ocurrido nada mejor que llamar coleópteros (o escarabajos) a la especie dominante, según consta en la lectura de sus códigos binarios. La convivencia entre ambos grupos nunca fue muy fluida, aunque parece que en algún momento los hombres fueron sabios y adoraron a los escarabajos. Más adelante en su corta existencia como especie, un humano, en un texto fundacional y profético, tuvo la clarividencia de reconocer la superioridad del escarabajo frente al hombre metamorfoseando a uno en otro.
Así como los coleópteros poseen una metamorfosis completa y contundente, con exoesqueletos que les blindan contra el entorno hostil y corrosivo del planeta, los hombres permanecen siempre como larvas blandas, totalmente vulnerables a los agentes externos. En ninguna fase vital poseen caparazón. Se observa, pues, una interesante neotenia. De alguna manera conservan características juveniles toda su vida, siendo los casos más inquietantes los individuos que se hacen llamar (ese afán por poner nombres…) artistas y científicos. Los especímenes pertenecientes a estas categorías continúan durante toda su biografía realizando una actividad que en el resto solo es propia de las primeras fases del desarrollo embrionario: el juego.
Quizás es solo una conjetura la rareza de este comportamiento sea la única tabla de salvación que le queda a esta especie suicida en el planeta Escarabajo.
Paz Monserrat Revillo vive en Molins de Rei, Barcelona, España. Nació en Tortosa en 1962. Está casada y tiene cuatro hijos. Es Licenciada en Biología y profesora de secundaria en un instituto de Sant Joan Despí (Barcelona). Master en Educación Ambiental. Ha ganado varios premios literarios: Primer Premio de microrrelatos DDOOSS (Valladolid), Segundo Premio en el II Certamen «Cuéntanos tu viaje» (Areas, Barcelona), y ha quedado finalista en varios certámenes más (Acumán, grupo Búho, certamen literario «El laurel», Premio Ciudad de Getafe, Relatos breves Sant Joan Despí). También ganó el Primer Premio como coordinadora de un trabajo para el certamen de jóvenes investigadores (1996).
ARGENTINA
Espacio doce del semieclons del Segundo Ciclo del Tercer Agujero Negro del Sistema Solar del Universo Dos del Paralelo 130 del Primer Segmento Unidimensional.
Mi esposa se encuentra un tanto histérica hoy. Las clepsis que tomó no surtieron efecto. Probó con un Stalker 6 y tampoco le dio resultado. ¿Problemas?, preguntarán ustedes.
¡Sí, muchos! Mi hija es uno de ellos. En este momento está discutiendo con mi esposa en el decimoquinto subsuelo, desde donde les estoy contando esto. Se encuentran a dos flaps de distancia de mí. La pléxura cantarina clama notas hacia todas partes. Me está hastiando con eso. No la soporto ni diez eclons más.
Splebiesa abrió sus fauces diez veces su tamaño. Creo que va a gritar.
¡PERO, MAMÁ…! ¡YA TE LO DIJE! ¡QUIERO IRME DE AQUÍ! ¡EN LA TIERRA TENÉS PLACER, SONIDOS, LUZ, ENERGÍA AURAL, TODO! ¡ME QUIERO IR! ¡¿ENTENDÉS?! ¡ME QUIERO IR AL SPLOBUM!
¡No,no y no, fleche querida! Te dije mil veces que por ahora no. Activá tus doce cerebros y te vas a dar cuenta el motivo. La Tierra no te beneficia. ¡Es pura trashbah! Esas masas de carne y hueso en movimiento. Creo… que voy a ¡¡¡vomitaaaaaaaaaaargggggg!!!
Lo que sigue es asqueroso. Mersulia eliminó tres litros de hidropus verde de una de sus bocas fecales. Logré correrme a tiempo.
Maple dijo ella luego. Preocupate por la nena. ¡Dale, decile algo!
Y por supuesto, por centésima vez, tuve que darle mi consejo:
Mirahijacreoquelatierraesmalaflashbuteypaloxanovayasporquesivastevasacontaminarynollega- rasalabenditacimaporelcontrariovasatocarlosnivelesdesufrimientoparaleloynotevaagustarpara- nadaplaschasfexasycorpadiosdesoxidantes.
Cuando quebré la uniformidad de la voz, me di cuenta de algo. Splebiesa me escuchaba con el triple oído fónico. Ella raras veces había utilizado sus dos pares de órganos auditivos conmigo, y menos aún el triple oído fónico. ¡Al fin me escuchó! Pero más tarde comprendí que no, que tampoco en esta oportunidad me había escuchado. Se sumergió en la cámara uterina y reencarnó nomás, ¡la muy frocata!
La pléxura dejó de cantar. Eso significaba sólo una cosa. Yo había perdido otra vez. Esa era la manera de la pléxura de burlarse de mí. ¡Juro que uno de estos microlenios la agarro y la sumerjo en mi ácido rexínico!
Sexto eclons del séptimo ciclo del decimoquinto Eclipse Lunar del Universo Dos del Paralelo Mil del Noveno Segmento Unidimensional.
Hace once ipos que Splebiesa reencarnó en la Tierra. Desde ese momento supe que la vida aquí, en este subsuelo gelatinoso, no iba a ser la misma.
Mis dos trillones de ojos se empañaron globozcamente cuando ella partió. Pero una pizqueia de esperanzas anidó en mis cartílagos cuando una sonoonda llegó a mis filamentos. Provenía de la Tierra:
«Querido Maple. Desde este extraño, desconocido, exuberante, irracional, exótico, iluminado y oslapado paisaje emítote esta sonoonda de cuádruple intensidad. Es un absoluto placer poder absorber tus ondas mentales de nuevo y remitirlas a nuestro hogar con total nitidez. Somos el uno para el otro, pese a que mamá no lo entienda. Ahora comprendo lo que ella decía. La Tierra no es lo que yo pensaba.
Hay demasiados trozos carnosos y huesudos yendo de un lugar a otro. Ninguno se percató de mi presencia ni sabe hacia dónde va ni por qué lo hace. Lo único que puedo decirte es que traté de probar algunos especímenes y son realmente repugnantes. Los vomité enseguida. Mamá tenía razón.
Son insípidos, amargos y duros. Y tengo un secreto que contarte. Encarné en uno de ellos.
Prométote que nunca más voy a intentarlo. Es una experiencia para olvidar. ¡Dos extremidades superiores y dos inferiores! ¡¿Te das cuenta?! Además de una boca, un inspirador nasal y lo más desagradable… ¡Un cerebro con dos hemisferios! ¡Sí, aunque no lo creas!
Ahora dejo de emitir. Me estoy sintiendo mal. Pronto estaré de vuelta. Creo… voy a ¡¡¡vomitaaaaaarrrrggggg!!!…»
No recepcioné más. Splebiesa transmitió sus últimas palabras y luego ocurrió lo peor. Mi esposa había interferido la sonoonda y captó el malestar de Splebiesa. Vomitaron las dos al unísono.
El hidropus verde de Mersulia manchó mi colección de prismas refractantes.
La pléxura cantarina detuvo su canto. Nunca más lo inició. Mi ácido rexínico la derritió en el acto.
Marcelo Norberto Motta nació el 4 de enero de 1964. Es miembro de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) de Capital Federal, y ha obtenido premios y menciones en numerosos concursos.
Entre sus ponencias menciona: «Heavy Metal: Punto de contacto con la literatura», presentada en las Jornadas Populares sobre Rock Nacional. IES Nº1 Dra. Alicia Moreau de Justo, Septiembre 2005. «Literatura en la escuela: el fuego inicial», presentada en las Terceras Jornadas sobre Didáctica de la Literatura: Raros y Malditos: Géneros difíciles en la escuela. Septiembre 2006. IES Nº1 Dra. Alicia Moreau de Justo. La Orestíada de Esquilo y las relaciones sistémicas entre sus personajes. Terceras Jornadas de Estudio sobre el mundo clásico. Universidad de Morón. Septiembre 2006.
Tiene cuatro libros en su haber: «13 Cuentos Oscuros», publicado por Ediciones El Escriba, «Liposo, una épica fragmentaria», publicado por Ediciones El Escriba, «Vértigos», su primer poemario, publicado por Ediciones Independientes Ruben Sada en diciembre de 2010, y «Otros 13 cuentos oscuros», publicado en noviembre de 2011 por Ediciones El Escriba.
CUBA
Admirable solución al caso, señor Poirot reconoce complacido el honorable jefe de la Sureté.
Hércules Poirot sonríe, mientras pasa sus dedos regordetes por su mostacho espeso y reluciente por la brillantina.
Gracias, señor, pero no debe darle más importancia de la necesaria. Solo me limité a seguir el principio lógico que descubrí hace ya tantos años: Cuando todo aquello que es imposible ha sido eliminado, lo que quede, por muy improbable que parezca, es la verdad.
CUBA
Watson miró a Holmes fijamente, sin dar crédito a lo que oía.
¿Que jamás volverá a usar opio, cocaína o cualquier otra droga? Vaya, al fin se convenció del daño que produce ese hábito.
Por favor, Watson ripostó Holmes, luciendo en sus ojos la mirada remota e introspectiva de sus momentos de mayor concentración. Nada que ver, es que durante mi último viaje y sonrió mientras señalaba a su cabeza, me hallé de pronto dentro de una caverna muy rara, y en ella encontré a un joven petimetre que dijo llamarse Auguste Dupin.
Interesante, pero no veo la relación…
Imagínese: dicho jovenzuelo afirmó que yo era solo un reflejo suyo, una mera prolongación de su existencia. Como usted sabrá comprender, querido amigo, nunca más correré el riesgo de volver a sufrir semejante alucinación.
Y arrojó a la chimenea su último paquete de cocaína.
Yunieski Betancourt Dipotet: Yaguajay, Sancti Spíritus, Cuba, 1976. Sociólogo, profesor universitario y narrador. Máster en Sociología por la Universidad de La Habana. En septiembre de 2011 la Editorial digital portuguesa Emooby publicó su libro de cuentos Los rostros que habita. Primera mención en el género Ciencia Ficción del Tercer Concurso de Cuento Oscar Hurtado, 2011. Premio en la categoría Autor aficionado del Concurso Mabuya de Literatura, 2011. Finalista en el IX Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2011. Miembro de la Red Mundial de Escritores en Español (REMES). Reside en Ciudad de La Habana.
Axxón 231 – junio de 2012
Cuentos de autores varios (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Fantasía : Temas diversos : Internacional).