ARGENTINA |
Alguna vez escribí un cuentito en un Buenos Aires alternativo donde, para dar cierta extrañeza al ambiente, puse una cúpula calefaccionada sobre la enorme plaza que se halla frente al Congreso Nacional. La cúpula, transparente, estaba para proteger a los paseantes del frío y de la nieve ácida que caía sobre la plaza.
No es la única nieve presente en la literatura fantástica de nuestro país, y muy probablemente la más famosa sea la nevada mortal que inicia el drama en El Eternauta. De hecho, cuando el 9 de julio de 2007 nevó por tercera vez en la ciudad (las dos anteriores habían sido en la década de 1910) mucha gente pensó en la nevada mortal que imaginó Oesterheld.
Tampoco esas fueron todas las catástrofes o cambios climáticos que abatieron desde lo fantástico esta ciudad o el territorio de nuestro país. Los más extraños que recuerdo son la lluvia de cadáveres del terrible y metafórico «Cesarán las lluvias», de Carlos Gardini, y «La tripa de Dios«, de Eduardo Carletti, donde una cuerda cósmica surca el territorio y altera la realidad. Incluso en nuestras páginas recientes, en el último febrero, Cristian Caravello imaginó una Buenos Aires bajo el río sobre cuyos restos la población se reorganiza para sobrevivir.
Lo cierto es que fenómenos que hasta hace poco parecían extraños empiezan a producirse en nuestro mundo real, en lugares que no están acostumbrados y preparados para sufrirlos: fríos y calores intensos, tornados y grandes tormentas, granizadas con bolas de hielo enormes, capaces de agujerear techos de chapa o arruinar automóviles, lluvias que inundan y matan, rayos que se cobran vidas. Y del otro lado del mundo, olas de frío extremo y más tormentas que no solo se llevan a los más expuestos e indefensos. A mí no me interesa demasiado la discusión sobre si estos son fenómenos naturales, ciclos enormes que no podemos medir a través de nuestra experiencia histórica, o si es algo que estamos ayudando a producir. Está pasando, y si algo tenemos que ver con esto, si cabe alguna posibilidad, debemos hacer lo que esté en nuestras manos para detenerlo, o al menos intentarlo. La inacción también es un error.
Puede que a alguno le parezca estúpido que desde el editorial de una revista de literatura fantástica hablemos de esto, pero no estamos exentos de sufrir esta naturaleza rabiosa que siento que estamos despertando. La ola de calor que abatió Buenos Aires entre los últimos días de 2013 y este comienzo de año, unida a la mala preparación y la falta de mantenimiento de la infraestructura eléctrica de la ciudad, ha sumido en la oscuridad a muchas zonas de esta urbe, entre ellas la mía, y retrasó el comienzo de este número, acaso un detalle insignificante al lado de las muertes que indirectamente enumeré hace un párrafo.
Aquí está, después de todo, este primer ejemplar de 2014. Abrimos así el año en el que superaremos nuestro primer byte (quedan apenas seis números) y disculpen si aquí me presento menos optimista que de costumbre. Sin embargo, quiero resaltar un detalle de Perogrullo: si algo quedará después de nosotros, será nuestra obra. De ella, la producción artística no es un hecho menor.
Sirva entonces, el Arte, como legado y homenaje.
Axxón 250 – enero de 2014
Editorial