Me apoyo contra la pared, pongo las piernas bien juntas. El Blank 325 está en el mismo rincón de la primera vez y prefiero no mirarlo, aunque siento cómo tensa los cordeles de silicio que nos unen. Debajo de la insistencia con que tironea está esa pesadumbre que ya conozco. Me admiro una vez más de su resolución, tan atípica para los de su clase. También pienso que es un preludio adecuado y me entusiasmo como cuando la idea se coló en mi cabeza. No debería, quizá, pero sonrío.