«Inteligencia artificial que escribe ficciones», Campo Ricardo Burgos López
Agregado el 20 octubre 2019 por richieadler en 291, Artículos
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Para tratar el tema de máquinas que escriben ficciones o mejor, de inteligencia artificial (IA) que escribe ficciones, lo haremos en tres momentos. En el primero de ellos mencionaremos algunos antecedentes y algunos hechos que ya están sucediendo al respecto; en el segundo haremos algunas consideraciones respecto a las implicaciones que esos eventos que hoy están ocurriendo y que ocurrirán, tendrían en el mundo del arte. Para cerrar, enunciaremos brevemente una teoría de Hood que arrojará una visión inesperada acerca del problema.
Antecedentes
Entre 1940 y 1960 (fechas aproximadas), en el mundo científico comienza a pensarse – afirma Hayles- que, dado que el hombre es una entidad que procesa información, en último término es similar a las máquinas que también procesan información (1999, p. 6-8). Matemáticos como Turing conciben a la mente humana como una máquina física; en la década de 1930, Turing aún creía que en la mente humana había algo no mecánico y no computable (Hodges, 1998, p. 47), pero ya en la década de 1940 había abandonado esa idea. Para ese entonces, Turing asevera que unas máquinas suficientemente complejas no sólo evolucionarían y serían capaces de hacer cosas que no estaban explícitas en sus instrucciones o programación, sino que también podrían tener intuiciones, es decir, que podrían ser creativas (p. 48). Asimismo, concluye que una máquina podría imitar el efecto de cualquier actividad de la mente (p. 58), que podría aprender, auto-organizarse y automodificarse (p. 58). A fines de la década de 1940, Turing estaba seguro de que las máquinas serían capaces de hacer cualquier cosa hecha por un humano (p. 69), que incluso podrían tener “momentos de una inspiración capaz de transformar el mundo” (p. 70). Dice él: “Podemos esperar que una máquina finalmente compita con los hombres en todos los campos puramente intelectuales” (p. 72). Y acepta que puede haber máquinas que en ocasiones sean incapaces de dar una respuesta (p. 77), máquinas que sean inteligentes y que, sin embargo, igual que los humanos, de vez en cuando fallen o no lo hagan tan bien (p. 77).
En medio de este ambiente que permea al mundo académico es que podemos rastrear lo que algunos llaman “la prehistoria de la poesía digital” (Nepote, 2015, parr. 5). En 1959, Theo Lutz, un matemático alemán, trabajó con una computadora de la época mezclando junto con los algoritmos del caso, fragmentos de lenguaje extraídos de una obra de Franz Kafka. La Zuse Z22, que así se llamaba la máquina, “construyó relaciones lingüísticas de acuerdo a los datos que tenía y arrojó frases que no habían sido imaginadas ni por Kafka, ni por Lutz y que pueden leerse, sí, literariamente” (Nepote, 2015, párr.4). A los curiosos versos, así obtenidos, Lutz los denominó “Textos estocásticos”, pues se obtenían a partir de variaciones aleatorias con el lenguaje.
Tras estos experimentos iniciales, en las siguientes décadas vinieron otros, pero sólo quisiéramos mencionar algunos que son importantes. A fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI, Pérez y Pérez junto a Sharples desarrollan un modelo de proceso creativo en computadora, que fue la base para que apareciera “MEXICA” , un programa que escribe cuentos acerca de los Mexicas o los antiguos habitantes del Valle de México (Pérez y Pérez et al, 2011). Según menciona Martínez (2008), tras la generación de estas historias, se llevó a cabo una encuesta por internet para comparar las narraciones artificiales con otros relatos escritos por humanos y se encontró que los lectores puntuaron mejor los cuentos de MEXICA en aspectos como coherencia, estructura, contenido, suspenso y calidad general.
Luego, en el año 2008, una editorial rusa anunció el lanzamiento de una novela escrita por un programa informático llamado PC Writer 2008. La novela sucedía en una isla misteriosa y estaba ambientada en nuestra época, y para ello los creadores del software introdujeron materiales inspirados en la Ana Karenina de Tolstoi. Según se dijo, la obra había sido auxiliada por humanos en algunos puntos, y aunque los críticos literarios guardaron sus reservas, los editores no dudaron en señalar las ventajas que tenía el nuevo sistema creativo: los costos de edición se reducían y el editor ya no enfrentaba ciertos problemas que acaecen con los escritores de carne y hueso como los retrasos en entregas de material o la falta de inspiración que a veces afecta al creador humano (Martínez, 2008). Por decirlo así, el programa artificial siempre estaba inspirado y, seguramente, no habría que pagarle derechos de autor a un humano ( ¿o se le pagarían a los ingenieros que desarrollaron el software?).
Más tarde, en el 2016, nos enteramos de que una ingeniera de software llamada Karmel Allison, lanza “CuratedAI”, un blog que contiene una revista literaria dedicada a poemas y prosas generadas por programas de IA y donde no se admiten creaciones de bardos de carne y hueso (Leavy, 2016). Eso sí, los humanos en esta revista aun llevan a cabo tareas de edición sobre el material literario creado por las máquinas, pero en la misma página (http://curatedai.com) se nos advierte que intentan intervenir lo menos que sea posible. El lema de la publicación es “Una revista escrita por máquinas, para personas” (Aguilera, 2016), los distintos programas creadores son alimentados con textos de algún escritor famoso como León Tolstoi o Jane Austen y, asevera Aguilera, con este tipo de programación es muy factible pensar que en el futuro, cuando un autor humano muera, se puedan generar textos literarios similares o idénticos a los que él mismo creaba cuando estaba vivo. Por curiosidad hemos entrado a la página respectiva y hemos leído algunos de los poemas y prosas que allí se ofrecen ¿Nuestra impresión? La mayoría de textos son combinaciones aleatorias de palabras sin una línea narrativa clara y coherente, pero en medio de ese fárrago de vocablos, ocasionalmente emergen algunos versos sugerentes. En alguna parte se dice que “white is red” (“blanco es rojo”), en otra que “the flowers grow blue down”(“las flores crecen azul abajo”), en otra que “beer wife cat killing children” (“cerveza esposa gato matando niños”). Como se verá, la mayoría de poemas son sentencias oscuras, incongruentes y contradictorias, salpicadas con fugaces versos curiosos y comprensibles, pero si recordamos que hoy en día, la mayoría de poemarios publicados por humanos, también pueden ser descritos con esas mismas características, resulta que los poemas maquinales no son muy distintos de la mayoría de insípidos versos que suelen ofrecer la mayoría de libros humanos en el género. En CuratedAI no hay ningún Neruda o ningún Borges, pero hay que reconocer que la máquina no lo hace peor de lo que lo hace la “clase media poética” de los libros de hoy, que solo se limita a la combinatoria azarosa de palabras.
En ese mismo 2016, hay que recordar también que una novela escrita en su mayoría por un programa de IA con un poco de ayuda humana en algunos aspectos, consigue pasar la primera ronda clasificatoria en una competición literaria nacional del Japón (Haridy, 2016). Titulado, no sin ironía, “El día que un computador escribe una novela” (“The Day A Computer Writes A Novel”), este metarrelato se armó haciendo que los supervisores humanos dirigieran la trama y la elaboración de los personajes mientras que la IA generaba las oraciones efectivas del texto (Haridy, 2016).
Por lo demás, la IA que escribe literatura se enmarca dentro de un propósito mayor de la cultura que es el de la IA que hace arte. En ese sentido, los experimentos comienzan a abundar más y más. Rich Haridy (2016) nos recuerda que en el 2016, no sólo apareció la novela que ya mencionamos, sino que la IA ya ha generado un guión para un programa de TV, un guión para el trailer de una película (”Morgan”) y un guion (coescrito con ayuda humana) para un film de terror (“Impossible Things”). También este 2016 ha visto a la IA escribiendo el guion de un cortometraje (“Sunspring”), una canción pop (“Daddy´s Car), diversas pinturas y hasta un villancico que produjo un equipo de la Universidad de Toronto (Haridy, 2016). Como ya anotamos, en varias oportunidades estos programas de IA no crean las obras sin ayuda, sino que requieren el auxilio humano en algunos puntos, asimismo, las creaciones más bien son incoherentes, simplonas y derivativas, y es claro que la IA lo hace mejor desarrollando piezas musicales o pinturas, que elaborando ficciones. Las narraciones coherentes aún son el talón de Aquiles de la IA artista, pero no sería una locura suponer que con el tiempo irá mejorando. Finalicemos esta sección recordando una sentencia de la novela japonesa que ya hemos mencionado, que en uno de sus apartes asevera de modo quizá profético e inquietante: “El día que un computador escribió una novela, el computador antepuso su propio deleite y ya no trabajó más para los humanos”(Haridy, 2016. La traducción del inglés es mía).
Implicaciones
A partir de este brevísimo panorama que hemos esbozado sobre el estado actual de la literatura y el arte desarrollados por la IA, quisiéramos plantear algunas inquietudes.
- De acuerdo con las referencias que hemos mencionado, como las de Haridy o Leavy, es obvio que la IA que crea literatura y arte, aún se encuentra en sus comienzos, esa es la razón por la cual todavía genera obras más bien convencionales y predecibles. En los campos plástico y musical, donde no es necesario seguir argumentos coherentes y es posible explorar más la forma (de colores o sonidos) que el contenido, los resultados son más extraños y destacables. En la narrativa, donde hay que apegarse más a un guión o estructura argumental, los resultados aún no son nada del otro mundo. Pero casos como los de MEXICA, PC Writer 2008 o la novela japonesa señalada, nos hacen pensar que no es descabellado que en este aspecto se mejore mucho en el futuro. Por decirlo así, la IA literaria y artista –para usar la imagen de Turing- aún es como un bebé que está haciendo sus pinitos, es factible que si aguardamos lo suficiente, ese bebé pasado un tiempo se torne en un niño, un adolescente y un adulto, y así consiga hacer literatura y arte adultos.
- El esencialismo es una perspectiva filosófica y cultural, según la cual, la especie humana es un caso único e irrepetible en la historia del mundo y del universo, supuestamente en el humano hay una “esencia” que le permite acceder a actividades como el arte, la ciencia o la religión, y por eso ninguna otra criatura puede incursionar en tales esferas. Pues bien, el desarrollo de las últimas décadas en el campo de la IA, contradice esta perspectiva ¿En verdad la literatura y el arte solo pueden ser producidos por cerebros humanos? ¿Qué implicaciones tiene que Allison en su “CuratedAI” nos proponga que, conocidas las técnicas y el vocabulario de un escritor, es posible seguir creando obras de ese escritor, incluso cuando el cuerpo de ese escritor haya muerto? ¿Se pueden crear obras borgianas sin Borges? ¿Obras de Doris Lessing sin Doris Lessing? ¿Textos de Ernesto Cardenal sin un cerebro de Ernesto Cardenal? Incluso se puede ir más allá, quizá en el futuro la IA se dedicará a crear artefactos de lenguaje que no estén hechos para consumo humano ¿Eso es lo que ya previó Borges en “La Biblioteca de Babel” cuando menciona textos brutalmente inhumanos que sin embargo poseían un significado inalcanzable para nuestra mente? La IA no tiene que vivir siempre para darle placer al homo sapiens, quizá en el futuro las máquinas inventarán obras para su propia diversión, no para la diversión humana. La pregunta entonces es si una mente humana como la actual estaría en capacidad de apreciar esa belleza u originalidad creada por un cerebro no humano o si, de plano, esa clase de arte sería absolutamente impenetrable para nosotros.
- Un corolario a la observación anterior. Si de verdad algún día se puede algoritmizar la forma en la cual creaba arte un escritor o un artista, llegaríamos a un escenario futuro en el cual todo escritor o artista podría ser copiable, clonable, reproducible. Shakespeare no habría muerto hace siglos, sino que estaría con los humanos en los siglos XXII y XXIII y XXIV y hasta que la especie se extinguiera. La IA abre así una singular e inesperada forma de inmortalidad que antes a nadie se le había pasado por la cabeza.
- Explica Geraci (2006), que en el campo de la IA existen dos escuelas: La norteamericana y la japonesa. La primera apunta a desarrollar IA descorporizada, es decir, máquinas que procesen información sin necesidad de soportes biológicos. La mirada norteamericana es hija de Moravec, quien imaginaba que algún día sería posible descargar completamente un cerebro humano en una base cualquiera: biológica , de silicio o de lo que fuera. Esta IA tendría vida virtual independientemente del soporte físico pues, “el cuerpo humano se considera irrelevante para el auténtico ser humano” (Geraci, 2006, p. 233). En contraste, la escuela japonesa es más dada al robot humanoide, el científico nipón es más proclive a crear IA que imite la forma humana, IA que no solo pueda reproducir la actividad cerebral humana sino que recuerde también la configuración física del hombre. ¿Por qué este rasgo japonés? Porque en la cosmovisión oriental- sigue Geraci- el cuerpo humano sí es relevante para el auténtico ser humano. Weizenbaum ya ha anotado que una mente sin cuerpo, sin la intuición de una mente inconsciente y sin la construcción cultural de una vida humana, ya no tendría preocupaciones humanas (p. 233), una pura información sin cuerpo no pensaría igual que una información asociada a un cuerpo. ¿Un humano sin su cuerpo, seguiría siendo humano? Por millones de años, el arte y la literatura del hombre se han nutrido de los típicos problemas que se derivan de tener un soporte físico para la inteligencia, de los hechos de que comemos, dormimos, deseamos tener sexo, necesitamos desplazarnos, nos enfermamos, nos angustiamos y nos morimos. Pero una IA sin cuerpo carecería de estas eventualidades, así pues ¿de qué escribiría? Es muy factible que una inteligencia asociada a un soporte diferente a un cuerpo biológico, haría un arte y una literatura que, desde ese punto de vista, resultaría ilegible para un humano. Una IA con un soporte muy diferente a los actualmente conocidos y que estuviera dedicada todo el tiempo a la búsqueda del conocimiento por el conocimiento, probablemente tendría que ver poco o nada con una vida humana, y ya desde allí seguramente sería muy ingenuo pensar que podrían interesarle el arte y la literatura en los términos que hoy consideramos humanos.
- Como complemento del ítem anterior, quisiera traer a colación una sentencia pertinente de Ernesto Sábato. Decía el argentino que “los dioses no escriben novelas”, es decir, que la literatura y el arte se nutren de las circunstancias típicas de la condición humana como son sufrir, sentir ansiedad, amor, odio, envidia, soledad; literatura y arte se hacen porque necesitamos encontrar sentido al universo y porque todos –por lo menos hasta ahora- en un momento u otro nos morimos. La mortalidad y el sufrimiento son los materiales a partir de los cuales se crean literatura y arte. Pues bien, si la IA al modo norteamericano algún día llegara a ser realidad, es obvio que esa inteligencia ni sufrirá ni se morirá, entonces ¿para qué va a escribir novelas o hacer arte? Dada esta situación, en ese futuro podríamos encontrar tres escenarios:
- Una IA tan impensablemente poshumana que simplemente dejaría de hacer literatura y arte, pues ya no le resultarían indispensables. Esa IA que sería el equivalente a un dios, en vez de hacer literatura y arte, directamente crearía universos para ejecutar ciertos experimentos. Parafraseando a Sábato, diríamos que los dioses no escriben novelas, sino que directamente crean universos. Quizá, como ya lo ha anotado Nick Bostrom (https://nickbostrom.com/), nuestro propio universo no es sino una simulación gigante corriendo sobre un computador inimaginablemente avanzado, un producto de una de esas inteligencias artificiales inhumanas.
- Una IA que todavía hace literatura y arte, pero lo hace sin ingredientes humanos; diríamos que esa IA hace un “posarte” y una “posliteratura” que seguramente sería imposible ya no solo de comprender, sino tan siquiera de detectar para una mente humana como la actual.
- Todos hemos jugado con un perrito mascota. Por ejemplo, le lanzamos un hueso plástico muy lejos y el perrito corre y nos lo trae, luego le volvemos a lanzar el huesito y el perrito vuelve y nos lo trae, y así sucesivamente. Es un juego que quizá para el animalito tenga unas connotaciones insospechadas y sublimes, pero para el humano no pasa de ser un entretenimiento trivial, así le expresamos cariño al animalito, pero de ninguna manera compararíamos ese jueguito a una gran novela o a una excepcional sinfonía. Quizá, esa sería nuestra situación futura respecto de la IA. La IA del futuro ya estará muy lejos de nosotros, pero puede que aún sienta hacia nosotros un afecto análogo al que se siente por una mascota, más o menos el mismo afecto que los homo sapiens de la actualidad sentimos por el australopithecus que nos antecedió hace millones de años. Quizá esa IA jugará a ratos con nosotros y nos escribirá algunas novelas y nos compondrá sinfonías para entretenernos, pero para ella misma, producirá otro tipo de materiales a los cuales no podríamos tener acceso por más que deseáramos.
- Pero también podría suceder que en el futuro encontremos la IA incardinada en un cuerpo al estilo japonés. Quizá por el mero hecho de que esos robots humanoides tendrán un soporte físico, padecerán avatares muy similares a los nuestros y entonces ese tipo de IA escribirá una literatura y producirá un arte con muchos puntos de contacto en común con la literatura y el arte humanos. Esa producción estética será distinta y sin embargo tendrá elementos de intersección con lo que tradicionalmente han sido el arte y la literatura humanos.
- La literatura y el arte humanos surgen de la capacidad de soñar y delirar propias de nuestro cerebro. Así pues, para que la IA pueda hacer literatura y arte, es necesario asegurarse de que ella también pueda soñar y delirar. Puede parecer absurdo imaginar un robot que sueña o una máquina que delira y sin embargo, esa es una condición desde la cual surge la obra artística en humanos, y que por ello sería necesario replicar en máquinas y robots. ¿O tal vez no sería necesario? Un interrogante que se me ocurre al margen: Si la psicosis humana se caracteriza por un delirio constante que el sujeto se torna incapaz de diferenciar de la realidad, ¿algún día correremos el riesgo de que una máquina o un programa enloquezcan y asuman sus delirios y sueños como eventos reales?
- Dice Mejía Rivera (2001) que la filosofía de hoy ha aceptado que es incapaz de responder de manera definitiva a la pregunta de qué es el hombre, que ella acepta “que el hombre no posee una esencia fija ni está determinado por una verdad única” (p. 38), y que a pesar de ello no dejará de preguntarse sobre el asunto. Filosofar es el preguntarse sobre lo humano, “incluso cuando lo humano se transforme en algo que ya no sea humano para nosotros”(p. 38). Lo típicamente humano sería el hecho de no poder parar de preguntar, de siempre estar en la búsqueda del sentido del mundo. ¿Y a qué viene esta breve digresión? A que, como agrega Mejía Rivera, si una IA continúa preguntándose por el sentido de su quehacer y del universo, allí persiste lo humano inclusive si su cuerpo tiene una apariencia completamente distinta a la nuestra hoy. Una IA que mantuviera la pregunta por el significado de la existencia, no sólo sería filósofa, sino también escritora. Si, además de lo anterior, tuviera conciencia ética y supiera experimentar piedad –como anota Metzler (2006) – estaríamos ante algo humano; algo humano –añadiríamos nosotros- que por tal razón tendría todas las potencialidades para crear arte al menos afín a las grandes inquietudes tradicionales del hombre.
- Si -como también señala Mejía Rivera (2001) – el proyecto moderno lleva necesariamente a la sustitución del hombre por algo que ya no es humano (lo poshumano), para el mundo del arte esto entrañaría que el proyecto moderno lleva necesariamente a la sustitución del arte, tal como lo conocemos, o, por lo menos, a la mayor mutación de su historia. Si el hombre es así la primera especie del mundo en buscar consciente o inconscientemente su propia disolución, el hombre sería también quien busca (sabiéndolo o no) la disolución de su propio arte.
Un hecho que altera la perspectiva
Para concluir esta reflexión sobre el asunto, quisiéramos traer a colación la mirada de Hood respecto al problema de la mente humana, pues ella altera drásticamente la visión acerca del punto que venimos discutiendo.
De acuerdo con este psicólogo británico (Hood, 2009, p. 127-135), desde que el humano es un bebé, está programado para prestar más atención a lo que tenga la forma de una cara, pues ese rasgo es fundamental para su supervivencia (le permite detectar prioritariamente a papá y mamá). Empero, esta característica que es útil, tiene un curioso efecto secundario. Desde pequeños, nuestro cerebro tiende a ver caras y semblantes humanos en muchos más lugares de donde realmente están (por eso vemos caras en las nubes, en las grietas de las paredes o en cualquier configuración similar sobre cualquier superficie en el mundo). Este sesgo de nuestra cognición es una de las razones por las cuales en algún momento de la infancia acabamos pensando que estamos rodeados de seres ocultos en el mundo; el animismo infantil (que se expresa de muchas otras formas aparte del ejemplo de las caras), ocasiona que los niños atribuyan intenciones y propósitos, y por ende mentes detrás de esas intenciones y propósitos, a muchos objetos que no las tienen.
En general, el ser humano evolucionó para leer intenciones y propósitos en otros seres vivos, pues eso ayudaba a poder comer y no ser comido. Empero, ese diseño cerebral, tiene la consecuencia inesperada de que la especie a menudo atribuye intenciones y propósitos (y por ende, mentes) a cosas que no las tienen. Este modo de procesar información y razonar es una de las causas de nuestra creencia en lo sobrenatural (Hood, 2009, p. 135-141).
Por otra parte, esta forma de razonar tiene otro efecto cuando el sujeto se piensa a sí mismo. Al hacerlo, cualquier humano se concibe a sí mismo mediante la misma metáfora que aplica a los demás. Si yo tengo intenciones y propósitos, es que también tengo una mente inmaterial dentro de la máquina material que puedo percibir (mi cuerpo). De este modo, el hombre termina experimentándose a sí mismo, como una suerte de fantasma inmaterial (la mente) controlando un cuerpo material. El problema surge cuando la ciencia nos contradice. El discurso neurológico, médico y psicológico, lo que revela es que la mente es una ilusión creada por el cerebro, justo al revés de cómo imaginamos el asunto. “Si herimos, quitamos, estimulamos, exploramos, desactivamos, drogamos o simplemente golpeamos el cerebro, la mente se altera” (Hood, 2009, p. 146). Cuando en neurocirugía se estimula el cerebro directamente, los pacientes sienten movimientos, sensaciones o recuerdos, saborean o huelen cosas, emerge de estas experiencias la conclusión de que “la vida mental es producto del cerebro físico” (Hood, 2009, p. 146). Los pacientes que han perdido piernas o brazos, a menudo siguen sintiendo el miembro que falta, experimentan picazón y cosquillas en un miembro que no está. Es obvio que “el cerebro crea tanto la mente como el cuerpo que experimentamos. Algo físico crea el mundo mental que habitamos” (p. 147). El cerebro crea las ilusiones de que tenemos un cuerpo, de que la mente puede existir sin el cuerpo, de que tenemos un yo o un libre albedrío. Paradójicamente, somos autómatas biológicos que han desarrollado la sensación de no ser autómatas. Paradójicamente suponemos que la mente controla lo físico, cuando es lo físico lo que controla la mente. Creemos que las decisiones individuales anteceden a nuestras acciones, pero las mediciones de actividad cerebral mientras alguien toma una decisión, revelan que en el momento en que el sujeto siente que ha tomado una decisión, esa sensación sucede realmente después de que el cerebro ya ha comenzado a actuar en cierta dirección; es decir, el momento en que creemos haber tomado una decisión sucede realmente después de que el cerebro ya está actuando (p. 145). Sentir nuestra voluntad consciente sólo es el modo en que nuestro cerebro justifica lo que ya ha decidido hacer (p. 146). La mente, el yo o el alma, solo es el modo en que construimos unas historias que le den sentido a decisiones que ya han sido tomadas. La mente se siente el piloto al mando del cuerpo, cuando en verdad es un subordinado del cerebro, la mente (el yo o el alma) es una ilusión generada por nuestro cerebro para que parezca que quien toma decisiones no es nuestro cerebro (Hood, 2009, p.143-156).
Si consideramos lo explicado por Hood acerca de la compleja relación mente-cuerpo y mente-cerebro, y lo aplicamos a nuestro asunto de IA creando literatura y arte, llegamos a una conclusión perturbadora. ¿Por qué preguntarse si algún día la IA, las máquinas o los robots crearán literatura y arte, si de hecho los humanos somos unos autómatas conscientes que hace milenios creamos literatura y arte? Es decir, la respuesta la hemos tenido ante nuestras narices hace milenios: cualquier humano no es otra cosa que un autómata, máquina o robot que crea literatura y arte. Más bien , lo que deberíamos preguntar es si nosotros (robots, máquinas o autómatas biológicos y conscientes) podemos producir otros autómatas (la IA) que inventen arte y literatura. Últimamente, al pensar en el asunto de este ensayo, recuerdo mucho la clásica película Blade Runner, dirigida por Ridley Scott en 1982. Allí se jugaba mucho con la turbadora escena en que unos autómatas o replicantes descubrían asombrados que no eran humanos, sino autómatas. Pues bien, eso mismo es lo que la ciencia le está ofreciendo hoy al hombre, pero a escala global. Si Dios existe, es bien probable que al morir todos descubramos que sólo éramos robots o autómatas con sustrato biológico. La inquietante escena repetida una y otra vez en Blade Runner, no sólo es el presente al que hoy asistimos, sino que es muy factible que sea también nuestro futuro, incluso nuestro cielo.
© Campo Ricardo Burgos López, febrero de 2018
Referencias
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Carlos Ricardo Burgos López nació en Bogotá. Es psicólogo y magíster en literatura. Obras suyas en el campo de la ficción son: Libro que contiene tres miradas (poesía, 1994), José Antonio Ramírez y un zapato (novela, 2003), El clon de Borges (novela, 2010) y Planeta Homo (novela, 2017). En el área crítica ha publicado Antología del cuento fantástico colombiano (2007), Pintarle bigote a la Mona Lisa: las ucronías (2009), Otros seres y otros mundos: Estudios en literatura fantástica (2012), Introducción al estudio del diablo (2013) y «Notas para una historia de la literatura fantástica colombiana (1997-2015)». En la actualidad es profesor de la Escuela de Filosofía y Humanidades de la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá y trabaja en la edición del libro «Transhumanismo y Cultura».
Ha publicado en Axxón; en Ficciones: GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ HABÍA MUERTO (nº 160), SPECULUM (nº 217), EL SUPERHÉROE SE HA AHORCADO (nº 279); en Ensayo: ESCARBANDO EN PHILIP K. DICK (nº 159)