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Credibilidad, 1 Yoss (con comentarios de Eduardo J. Carletti) He conversado de este tema infinidad de veces. Los autores de CF escriben dentro de una gama muy grande de niveles de credibilidad y nosotros, los lectores, aceptamos las cosas muchas veces porque el autor tiene gran habilidad para "venderlas" y no porque sean correctas científicamente. Es más, pocas veces son correctas. En general hace falta mucho trabajo de investigación para escribir CF con un contenido científico razonable. Y la aventura, para muchos, es más importante. A los escritores que visitan este Taller con el deseo de mejorar sus trabajos en todos los sentidos, no sólo en el estilo, les ofrezco este trabajo de Yoss, un autor muy bueno que se ha puesto a reflexionar sobre la credibilidad en los alienígenas que se nos enfrentan en la ficción. Tendrán ustedes muchas sorpresas. Y verán que se puede tratar un tema a nivel prácticamente académico poniéndole mucho humor y haciéndolo entretenido. Otra habilidad que conviene observar y aprender. E.J.C
COMO ELIMINAR A UN ALIEN SIN NECESIDAD DE APRETAR EL GATILLO José Miguel Sánchez (Yoss) Escena típica y tópica de película de ciencia ficción serie B (aunque, por desgracia, muchas veces con presupuesto de A: eso confunde): El monstruo persiguiendo al aguerrido grupo (de cosmonautas, exploradores, científicos, un poquito de todo es mejor) por el tortuoso y escalofriante (laberinto, pasillos de nave, castillo neogótico, mientras más lleno de huecos y recovecos mejor. El escenario es muy importante). La muchacha, aterrada por la mirada lasciva y babeante de la bestia (¿tiene que haber una muchacha, no? y con su ropita rota casualmente en forma sexy y provocativa, no faltaba más) se refugia en los robustos brazos del héroe (Flash Gordon, Buck Rogers, Han Solo, etc, sonrisa fácil y gatillo alegre) que trata en vano de hacer retroceder al engendro con los disparos de su pistola (láser, positrónica, de dardos, siempre un armatoste impresionante, que es lo que vale) sin que el maléfico ser muestre la menor señal de que los disparos le hacen efecto. Entonces, cuando ya todo parece estar perdido (música de tensión) el sabio del grupo (preferiblemente barbudo o despeinado, o ambas cosas, siempre distraído y prácticamente inútil para toda acción física, para no robarle cámara al héroe) recuerda lo único que puede destruir al alienígena y grita: "¡Chocolate, hay que darle chocolate, eso lo hará vulnerable!" (en vez de chocolate puede ser CO2, o agua salada, siempre algo inesperado) a lo que el héroe, arriesgando su vida ante gemidos angustiosos de la enamorada muchacha, deslizará la mortífera dosis del producto entre las fauces de la bestia. Entonces ¡pum! con un preciso disparo de su arma, destruirá definitivamente la amenaza de otro mundo. Besos, la muchacha mirándolo con ojos de carnero degollado, los jerarcas de la Marina (o el Ejército, o la Armada Espacial, siempre ineficaces contra la bestia) lo felicitan, THE END. Bueno, a veces el director muestra cómo uno de los huevos de la amenaza extraterrestre hace eclosión en un lugar seguro, preparándolo todo para una segunda parte, por si la primera es taquillera. Ya hablando en serio (no del todo, no se asusten) resulta indudable que la aparición de un buen alien hace ganar bastante a un película de ciencia-ficción, y no sólo desde el punto de vista de taquilla. Psicológicamente, podrían llenarse volúmenes enteros acerca de la pulsión humana a espantarse de lo desconocido, de lo salvaje y primigenio, de todo lo que, tal vez, traiga recuerdos a las zonas más internas de la corteza cerebral de aquellos tiempos en que nuestros remotos y velludos antepasados huían despavoridos ante el tigre dientes de sable. Pero no es sobre el aspecto psicológico de los aliens de lo que vamos a tratar, simplemente desmentiremos algunas falacias biológicas sobre las que se apoyan algunos de los aliens más conocidos del cine y la literatura de ciencia-ficción. Es decir, el título del trabajo no era un ardid propagandístico, realmente, sin necesidad de pistola ni fusil láser, vamos a eliminar aliens con el arma más poderosa conocida, la lógica, para ello, analizaremos una por una algunas de las maneras más frecuentes y erróneas en que puede presentarse un alien, empezando, por supuesto, por: EL TERROR MUTANTE Clásico producto de la exposición a las radiaciones de una prueba nuclear, Bruce Banner adquiere la desconcertante capacidad de convertirse en un gigante de piel verde invulnerable a las balas, fuerza increíble y facciones simiescas. Para la transformación, un único requisito, que se encolerice. Y ahí está Hulk, La Masa Justiciera (en Argentina El Increíble Hulk), famoso personaje de los cómics, llevado, como muchos de sus congéneres, a la pantalla. Por desgracia, esto es totalmente imposible. Si Bruce Banner hubiera recibido una dosis de radiación, suponiendo que hubiese sobrevivido, los únicos cambios que su cuerpo podría experimentar serían los clásicos de las lesiones de este tipo: caída del pelo y los dientes, cánceres en la piel, leucemia. Nada parecido a La Masa, me temo, y es que aunque la radiación, al igual que los productos químicos a los que deben su forma las populares Tortugas Ninjas, aunque sea realmente un agente mutágeno SÓLO PRODUCE ALTERACIONES EN EL GENOTIPO. Es decir, que solamente el hijo de Bruce Banner, o de los cromosomas mutados del espermatozoide de Bruce Banner, tendría oportunidad de ser Hulk. Más aún, el genoma humano, o el de cualquier animal, es el resultado de un adaptación evolutiva de millones de años y se encuentra en estado de equilibrio. Con esto quiero decir que cualquier mutación que altere aún en ínfima medida ese equilibrio tiene muchas más probabilidades de ser desfavorable que de éxito adaptativo. Cálculos conservadores sitúan en el 0,01 % la posibilidad de que tal acontecimiento se produzca. O sea, sólo una de cada diez mil mutaciones puede ser favorable. Entonces ¿se arriesgaría usted a que su hijo resultara un idiota babeante, o un inválido sin piernas, o un ser sin intestino, por la posibilidad de que lograra alguna mejora evolutiva necesariamente mínima (una serie compleja de mutaciones favorables o al menos inofensivas se obtiene por potencias de 0,01... microscópicamente pequeña) como un gen que lo proteja contra el resfriado común o le dé inmunidad al sarampión? Creo que no. Asimismo, considerando la cantidad de monstruos creados por la radiación y los desperdicios químicos en la literatura y el cine ¿no es probable que ya hayan agotado todo ese 0,01% y mucho más? De modo que, al próximo lagarto mutante que vea que se le acerca, sencillamente, haga como el campesino del cuento famoso cuando vio por primera vez la jirafa, diga "¡Esto no puede ser!". Sólo que él no tenía razón, y usted, probablemente, sí, por lo menos hasta que seamos capaces de lograr la manipulación genética en organismos pluricelulares (en los unicelulares ya se puede, y así hay cepas de bacterias intestinales que producen insulina, el parásito ideal para un diabético). La posibilidad de crear un mutante por casualidad existe. La de que sobreviva y se convierta en una amenaza, es completamente despreciable. Así que ríase de las hormigas gigantes de "El mundo en peligro" creadas por los ensayos de bombas atómicas en el desierto de Nevada, y ya que de hormigas gigantes hablamos... LA AMENAZA GIGANTE Bien, ya sabemos que no se puede crear una hormiga gigante con simples radiaciones. Lo mismo vale para escorpiones del tamaño de casas, lombrices como ferrocarriles, etc. Pero, supongamos por un momento que se descubre una sustancia capaz de estimular el crecimiento celular de los tejidos de cualquier organismo y que se la inyectamos a un araña venenosa o se la damos como suplemento dietético casual a un caimán de alcantarilla. ¡Ya tenemos "Tarántula" o "Cocodrilo"! El animal gigantesco sembrando el pánico, las Fuerzas Armadas en Alerta de Combate... calma, calma. Existe una ley llamada del hexaedro (vulgo cubo, para los que no estén fuertes en geometría) que postula que el crecimiento lineal de los organismos tiene unos límites muy precisos. No es una ley complicada, a diferencia de muchos teoremas de geometría. Simplemente, demuestra que si aumentamos las dimensiones de un cubo al doble, obtenemos otro cubo que no es dos veces, sino ocho veces más grande que el original. (Volumen del cubo igual a arista al cubo, fácil demostrar que dos al cubo es ocho.) Pero ese cubo ocho veces más grande será sólo cuatro veces superior en área de apoyo sobre el suelo que la del cubo que teníamos al principio. ¡Vaya un problema! Por cada vez que aumenta el área de apoyo, el volumen aumenta dos veces. ¿Y qué tiene que ver esto con la araña gigante? se preguntará más de uno. Mucho. La fuerza de la pata de un animal está dada por su sección transversal, y ahí está el quid de la cuestión. Una araña dos veces más larga, dos veces más alta y dos veces más ancha pesaría ocho veces más, y siendo sus patas sólo cuatro veces más ancha... no podrían sostenerla. O sea, que en vez de un monstruo aterrador tendríamos una patética mole de gelatina aplastada por su propio peso. Aunque muchos directores y guionistas de ciencia-ficción ignoran esta ley, la naturaleza la conoce a la perfección. Comparen si no las patas de los animales pequeños con las de los grandes. Entre las mismas arañas ¡vaya si hay diferencia entre la zanquilarga tejedora que habita en los rincones de las casas y la patirobusta araña peluda de los jardines! Sencillamente, si la araña peluda tuviera las patas tan finas como la otra, no podría caminar. Por triste que resulte, al cocodrilo gigante le pasaría lo mismo, y al que diga que los dinosaurios eran más grandes y caminaban, piense por un momento en el ángulo que forman las patas de un cocodrilo, cuando medio corre medio se arrastra con el vientre pegado al suelo: los codos siempre están doblados en ángulo de casi 90 grados. Si fuera mayor, las articulaciones simplemente no podrían soportar el esfuerzo. No por gusto los dinosaurios más pesados andaban erguidos y no como los cocodrilos. Pero no terminan ahí los problemas de nuestra araña gigante. Vamos a imaginarnos que, por algún artilugio ortopédico, logramos engrosarle las patas. ¡Tampoco podría moverlas! Y es que las arañas tienen uno de los mecanismos más interesantes para el movimiento de sus extremidades; sólo tienen dentro de ellas tendones elásticos, ni un músculo. ¿Cómo las accionan, pues? Por aumento de la presión arterial, de la misma manera en que se pone rígida una manguera llena de agua; aumenta la presión de la sangre dentro de la pata, la pata se estira; disminuye la presión, los tendones elásticos la contraen. Sencillo y eficaz... en pequeña escala. Nuestra tarántula colosal moriría de un infarto si tratara de estirar una pata, la presión necesaria para mover tal apéndice sería de miles de atmósferas. ¡No hay corazón ni arterias que resistan eso! Pero, no hay que ser tan exagerado, definitivamente las arañas del tamaño de un edificio de diez pisos no son muy viables. Pero ¿tal vez algo más pequeño... como las hormigas gigantes de "Plutonia"? Después de todo, sólo tenían un metro de largo, y las hormigas sí tienen músculos en las patas. Ah, qué bien, todo parece indicar que ahora sí... ¡Un momento! Alguien se olvidaba de la respiración. Resulta que los insectos no tienen pulmones en los que la sangre renueve su provisión de oxígeno. Ellos se las arreglan de distinta forma, tienen el llamado sistema traqueal, conjunto de tubos que partiendo de respiraderos en el tórax y el abdomen se ramifican y afinan cada vez más, llevando directamente el aire rico en oxígeno casi a cada célula del cuerpo del insecto. Y de nuevo nos agarra la ley del dichoso hexaedro regular (ya le debe estar cogiendo un odio...). El aumento del tamaño al doble sigue aumentando en ocho veces el volumen y sólo cuatro el área total. ¿Hay algo que parece no estar claro? Veamos. Tomemos un cubo de un centímetro de lado. Su volumen será uno por uno por uno, o sea, un centímetro cúbico. Su área total, uno por uno, por seis caras. Seis centímetros cuadrados. ¿Y en el cubo de dos centímetros de lado? Volumen, ya se sabe, dos por dos por dos; ocho centímetros cúbicos. Ocho veces mayor que uno. ¿Y el área? dos por dos por seis caras. Veinticuatro centímetros cuadrados. ¡Sólo cuatro veces mayor que seis! No hay escape. Resulta que una hormiga de dos centímetros, para poder respirar, tendría que tener el doble de respiraderos el doble de grandes en su tórax y su abdomen sólo cuatro veces más extenso, para que no se ahogara su cuerpo de volumen ocho veces mayor. Y si continuamos prolongando esta relación geométrica, se comprende por qué no hay insectos gigantes. En efecto, el insecto terrestre más pesado, el escarabajo Goliath del Africa Ecuatorial, pesa sólo un cuarto de kilogramo. ¡Y es un verdadero titán! Tiene que recurrir a la respiración a través de la piel y pese a todo, su metabolismo es uno de los más bajos para los de su clase. Y la famosa libélula Meganeura, fósil del período carbonífero, cuyas alas medían hasta 75 centímetros de envergadura... era bastante delgadita. Y sus grandes alas le daban una buena superficie para respirar. Para terminar este aparte, y de paso consolar un poco a los admiradores de los monstruos gigantes, quiero señalar que existe una excepción, un medio donde crecer ilimitadamente no es un absurdo biológico, me refiero al agua. No en balde el animal más grande de todos los tiempos no es un dinosaurio, sino la ballena azul, y el carnívoro mayor no es ni mucho menos el famoso Tiranosaurus Rex, sino el tiburón del período Devónico Charcharodon Megalodon... ¡con cuarenta metros de largo y dientes como la palma de la mano de un hombre adulto! Eso sí sería un alien impresionante de verdad. Simplemente, sucede que el agua ayuda a sostener el peso inmenso de esos animales. Al apoyarse en ella con todo el cuerpo, no sólo con las patas, el área es mucho mayor, y logran "eludir" la ley del hexaedro regular. Pero si salen a tierra... los delfines y ballenas que van a parar a las costas mueren casi siempre por dos causas. Una, que al no tener glándulas sudoríparas y no poder deshacerse del exceso de calor metabólico, la hipertermia les quema el cerebro. Y la otra, que el tremendo peso de sus órganos internos, cuando deja de sostenerlos el agua, los aplasta. LOS FEROCES VOLADORES Después de limpiarse una lágrima por el triste fin de los gigantes... ¡Cuidado, el ataque del león alado de la película francesa "Latitud Q" (sí, la vemos ahora y el temible monstruo parece de peluche, pero no hay que olvidarse de que los efectos especiales a.d.S. -antes de Spielberg- no eran lo mismo), y junto con él, sus cercanos parientes, los carnívoros con alas membranosas que montaban los personajes de El mundo de Rocannon, una de las primeras novelas de la archiconocida Ursula Le Guin. O, si salimos un poco de la ciencia-ficción, tanto dragón volador de la fantasía... (aunque, claro, nadie le pide verosimilitud a los cuentos de hadas). Indudablemente, el monstruo alado es más peligroso, no hay manera de huir de él como no sea escondiéndose en una cueva o tras un árbol, y su velocidad hace mucho más difícil apuntarle. Si, además, baja y es capaz de correr... ¡alto ahí! Volar no es tan fácil como parece, viendo hacerlo a una gaviota. Comparemos, a título ilustrativo, la hidrodinámica y la aerodinámica, primero, la cuestión de la densidad. En el aire, mucho más disperso que el agua (como todo gas que se respete respecto a cualquier líquido) para que surja una fuerza de sostén es preciso aplicar una velocidad de desplazamiento mucho mayor. Y todo lo que moleste a esa velocidad es superfluo, por eso, aunque existan peces con cuernos y espinas nada hidrodinámicas, no importa tanto. En cambio ¿pájaros con cuernos, con espinas tan largas como su cuerpo? Demasiado impedimento aerodinámico. Los pájaros y los murciélagos, únicos vertebrados realmente adaptados al vuelo (las ardillas voladoras sólo planean, lo mismo que las llamadas ranas y serpientes voladoras) han tenido que sufrir drásticos cambios de su anatomía. Eso significa, en primer lugar, gran parte de la masa muscular total dedicada a mover las alas. (En una gaviota, el conjunto de músculos alares llega a pesar el 50% del cuerpo.) No por gusto la pechuga es tan grande (y tan sabrosa). En segundo lugar, deshacerse de todo el peso superfluo. Nada de cuernos ni adornos pesados (cuando más, plumas o crestas que se inflan con la presión sanguínea), huesos casi huecos, sacos aéreos, e indispensables, un hueso, el esternón, más o menos modificado en forma de quilla para poder cortar el aire. De todo lo cual resulta que un pájaro o murciélago siempre es estructuralmente más débil y ligero que un animal terrestre o acuático del mismo tamaño y que el ave voladora más grande, el cóndor, no llegue a pesar ni veinte kilogramos, con sus casi tres metros y medio de envergadura de alas. No obstante, existen los carnívoros alados; halcones, águilas, búhos, murciélagos insectívoros o pescadores. O sea, que no son tan débiles. ¿No? Analicemos con cuidado. Los rapaces voladores, o bien dan cuenta de presas mucho más pequeñas, o cuando se enfrentan a víctimas terrestres, aprovechan como un arma adicional a sus picos y garras: la inercia. No es lo mismo un águila estática, por muchas uñas que tenga, que cuando viene en picado de casi trescientos kilómetros por hora a golpear a la liebre con las garras (el efecto es similar al de un arponazo... devastador). Si la presunta presa escapa al primer impacto y presenta batalla... el feroz depredador prefiere retirarse (de vez en cuando una liebre le saca las tripas a un águila con las uñas de sus recias patas traseras) en vez de aceptar combate, porque sí, se ven muy poderosas en los escudos de armas, pico abierto y alas desplegadas, pero en la lucha cuerpo a cuerpo no llevan precisamente las de ganar. Es por eso que no basta con ponerle alas a un león para convertirlo en un monstruo más temible, su propia robustez y fuerza lo colocan en una encrucijada biológica. Demasiado pesado para volar, y si tuviera los músculos necesarios para hacerlo, sería como el cóndor; imbatible en las alturas, torpe y pesado en tierra. En general, en la naturaleza, los animales anfibios viven en la tierra y en el agua. Y si, como el pato, caminan, nadan y vuelan... inevitablemente, sólo llegan, cuando más, a mediocres en cada especialidad. Esto no quiere decir que no puedan existir los depredadores o aliens alados. Sólo, a manera de consuelo, recuerde que son temibles mientras estén volando. Cuando están en tierra, mientras más grandes son, más torpes. A fin de cuentas, según los ingenieros biónicos de nuestros días, los pteranodones, gigantescos reptiles voladores del jurásico (los animales alados más grandes de la historia... ocho y hasta diez metros de punta a punta de ala) sólo eran capaces de planear arrojándose desde grandes alturas. Más o menos como buitres, muy torpes, casi incapaces de levantar el vuelo desde la tierra. Pero, por si acaso, piense también que para los biónicos, el abejorro común, por la relación entre su peso, fuerza muscular y superficie alar, no puede volar. Claro, que como el abejorro no lo sabe, sigue volando sin importarle mucho. Cosas de la biología. ¿Funcionaría la aerostática alienígena donde la aerodinámica no se muestra demasiado promisoria? Como idea, resulta seductora... grandes dirigibles vivos, llenos de garras o tentáculos venenosos, rodeando a los aterrorizados protagonistas. Conan Doyle, cuya exuberante musa no se limitó a Sherlock Holmes ni a las novelas históricas del ciclo de Sir Nigel, modeló un monstruo semejante en su cuento "Muerte en las nubes" sostenido por tres vesículas llenas de un gas más ligero que el aire, su criatura tenía un terrible pico de ave rapaz y dos tentáculos extensibles, siendo tan grandes como la cúpula de una catedral. ¿Espantoso, no es cierto? Y espantosamente vulnerable, también; un solo disparo de la escopeta del aviador protagonista de la historia, agujereando un flotador de la bestia, la puso en apuros. Resulta entonces un tanto difícil entender cómo más tarde sólo tres monstruos similares dieron cuenta del mismo piloto, si conservaba su arma y suficientes municiones como para agujerearlos a todos. Bueno, cuento es cuento. Lo cierto es que los globos o dirigibles vivos, como monstruosos, sólo ganan a sus dudosos congéneres alados en presencia. Necesariamente son mucho más grandes. Y claro, también, mucho más torpes (un dirigible sin medios de impulsión propios deja de serlo. Entonces ¿animales con hélices, o con reactores de turbina?) y más fáciles de detectar desde lejos, y de recibir un disparo. EL FACTOR ECOLÓGICO Leyendo hasta aquí este trabajo, un fan de ciencia-ficción avispado podría objetar: "Bien, casi todo lo que ha hablado es de monstruos creados por científicos locos o escritores de siglos pasados. ¿Qué pasa con las obras serias de este siglo?" Efectivamente, en obras como la inmortal saga de Dune de Frank Herbert, o la no tan excelente (y fallida aspirante al premio Hugo) Hierba, de Sheri S. Tepper, o en La voz de los Muertos, la segunda entrega de la saga de Ender, de Orson Scott Card, aparecen los aliens no como fenómenos que amenazan a un entorno terrestre al que son ajenos, sino como organismos perfectamente integrados en una ecología extraterrestre, en la que son los humanos los entes perturbadores. En efecto, aunque con un poquito de esfuerzo mental, podría imaginarse una ecología en la que los más terribles predadores fueran precisamente esos aparentemente imposibles dirigibles vivientes que analizábamos en el acápite anterior. En ecología, ya sea terrestre o de algún planeta exótico, el medio determina a la especie. Y definiendo previamente, para no complicarnos demasiado, a la tan traída y llevada ECOLOGIA como el conjunto de relaciones de un organismo con otros de su misma especie, de otras especies y con el medio no vivo en el que viven todos, pasemos a analizar muy brevemente algunos casos en los que estas relaciones se ven flagrantemente violadas por creadores apresurados de aliens literarios o cinematográficos. a) La bestia agresiva Caso estándar. Desde que aparece el monstruo, embiste sin dudarlo a los humanos, no se da a la fuga cuando éstos se defienden con sus clásicas pistolas de rayos, y pelea hasta la muerte, como si estuviera defendiendo su honor local de tipo duro frente a esa pandilla de bípedos advenedizos. Nada más distante de lo que ocurre en la naturaleza. Para los carnívoros, matar a la presa no es cuestión de honor, ni un torneo deportivo, es puro y simple asunto de supervivencia. Ningún león, puesto a escoger por el hambre entre un búfalo con cuernos y otro sin ellos, atacaría al astado. El pensamiento por el estilo de "para el rey de la selva es indigno tal adversario" es puramente humano. Ser rey de la selva es muy bonito, pero no da comida. Cuando hay que ganársela día a día a golpe de garras y dientes es obvio que resulta mejor optar por la vía del menor esfuerzo. No por gusto son los animales débiles o enfermos las presas preferidas de los predadores. Y al no estar implicada ninguna consideración moral en el asunto, cualquier carnívoro prefiere desistir ante una presa que se muestra demasiado intratable. Mejor probar suerte con una liebre, viejo lobo. Esa ¡parece loca! Y los cautos carnívoros, en nada similares a esos modelos de ferocidad al que se les quiere equiparar, se guardan muy bien de atacar así como así a una especie desconocida. La experiencia les ha enseñado. ¿Y si es venenosa? ¿Si tiene garras ocultas o es parte de una manada de miles de ejemplares? Mejor malo conocido que bueno por conocer. En los depredadores más avanzados evolutivamente, la caza es una actividad que debe ser aprendida, no un reflejo instintivo como ocurre, por ejemplo, en los tiburones, que se precipitan a morder todo lo que huela o se mueva de cierta forma (y generalmente así acaban en el anzuelo del barco tiburonero). Hay que aprender cuáles son las presas posibles y cómo enfrentarse a cada una antes de cazar en serio. Los animales criados en cautiverio sin sus padres a menudo manifiestan conductas que son una prueba de esto. Dos tigres nacidos en el zoológico de Moscú rugían y retrocedían aterrados ante un vulgar chivito, para ellos un exótico monstruo cornudo. Y cuando el chivito, que nunca había visto un tigre y no sabía temerles, trató de acercarse para jugar como todo cachorro, un zarpazo casual lo abatió. Aún así, los dos "terribles" felinos rehuyeron durante días el sitio donde había caído el "alien" y ¡ni pensar en probar su carne! Probablemente el carnívoro más feroz de un planeta extraño, al ver avanzar a un grupo de exploradores, prefiera batirse en retirada o cuanto más mantenerse observando, por las dudas. Excepto, claro, si los humanos resultan muy parecidos a alguna especie local que le sirva de presa. Pero, vamos, eso ya es ponerse realmente fatal. b) Lujuria alienígena La imagen del monstruo acosando a la tímida doncella es muy sugerente, pero más que improbable. En la naturaleza, la excitación sexual llega (incluso en nosotros) como respuesta a una serie de señales preestablecidas para cada especie. Lo que para un cocodrilo puede ser el sugestivo perfume de una hembra voluptuosa no pasa de un horrible hedor para un perro. Y el despliegue de plumas de un ave lira macho para seducir a su hembra es una actividad incomprensible para los canarios, que realizan todo un cortejo y galanteo en forma sonora. Sin ir más lejos, nosotros, educados en la cultura occidental, nos resultaría repugnante el equivalente esquimal de una chica de playboy, gorda (mucha grasa, buena resistencia al frío), dientona, buenas mandíbulas para curtir pieles mascándolas, y perfumada con orines. Al igual, a los esquimales nuestras bellezas les parecen flacas e insípidas. El atractivo sexual también está culturalmente determinado. Así que la doncella de marras, por muy provocativamente desnuda que esté, no tiene que temer ninguna violación por parte del monstruo babeante que la acecha. Ese derroche de saliva, con casi total seguridad, tiene más probabilidad de ser reflejo pavloviano ante un suculento bistec que la expresión de un obseso sexual. c) La bola-de-púas-blindada-que-muerde El típico aspecto de un alien, para que meta más miedo, no se limita al de un carnívoro común, generalmente se le condimenta con cuernos, espinas, púas, escamas blindadas y otros ornamentos similares para hacerlo más impresionante. ¿Lógico, verdad? No tanto. En la naturaleza, los cuernos, espinas y blindajes constituyen defensas pasivas. Le son útiles a un hervíboro que no es lo bastante rápido como para huir o hábil para esconderse. El caparazón de las tortugas y las púas del puerco espín son un buen ejemplo. Pero ¿para que necesita un lobo un carapacho? No tiene enemigos naturales (bueno, exceptuemos a nuestra especie, pero contra las balas ni los caparazones blindados ayudan mucho) que codicien su carne, se mueve por el bosque, caza a la carrera. Cualquier impedimento que le reste velocidad es sólo eso: un impedimento. Podría aducirse que las tortugas son carnívoros, puesto que comen peces. Cierto, son predadores, pero en la compleja cadena de alimentos marina también son presas de peces mayores, tiburones, etc. No está de más protegerse. Si analizamos los esqueletos fósiles que de los dinosaurios nos han llegado, es fácil establecer una relación; placas blindadas, espinas o cuernos, hervíboros. En cambio, grandes mandíbulas y dientes tremendos, carnívoros. Esa relación se mantiene hasta nuestros días. En cuanto a los cuernos... en los hervíboros que los tienen son una adaptación destinada no sólo a la defensa, sino a cumplir un rol sexual. Los ciervos machos luchan entre sí con sus cornamentas ramificadas con las que no pueden causarse daño cuando las traban una contra otra. Y hasta los temibles búfalos africanos, cuyas astas pueden desventrar a un león de una cornada, cuando luchan entre sí lo hacen a puro empuje y topetazos, evitando herirse con las filosas puntas que se dirigen más bien hacia los costados. Un cuerno no es, por si fuera poco, sólo la parte visible. Requiere un sólido basamento óseo y unos músculos especiales para que el cuello pueda mover la cabeza con tal peso extra, y moverla eficazmente. Los animales con cuernos suelen tener extraordinariamente grueso el hueso frontal del cráneo. En cambio, los carnívoros, cuya arma principal son los largos caninos y otros dientes punzantes, tienen engrosados los huesos del paladar, donde sus armas se insertan, y los de la mandíbula, y su máxima potencia muscular no está en el cuello sino en los maxilares. Excepto si, como ocurría con los macarrodóntidos (tigre diente de sable y familia, que no eran verdaderos felinos) no mataban mordiendo, sino apuñalando en un movimiento de arriba a abajo con sus colmillo sables, pero este tipo de acción también requiere una musculatura ad hoc. En verdad, algunos macarrodos tenían dos juegos musculares perfectamente separados en las mandíbulas; uno para matar, y otro para masticar. Un carnívoro con cuernos, y cuernos que no sean puro adorno, tendría una cabeza demasiado pesada. Su cuerpo tendría que ser mucho más voluminoso para poder sostenerla, y un cuerpo mayor requiere más comida, y más comida una boca mayor... un círculo vicioso. No obstante, para los versados en zoología que podrían objetar que el narval o unicornio marino, cetáceo delfínido carnívoro, tiene cuernos (o cuerno)... a veces los colmillos se desarrollan de tal forma que casi llegan a serlo. El "cuerno" retorcido en espiral del narval (por el que en el Medioevo se pagaron sumas fabulosas confundiéndolo con el del mítico y clásico unicornio) es sólo el colmillo superior izquierdo que se hipertrofia en los machos. Llega a alcanzar hasta dos metros de largo, y es curioso señalar que tan tremenda alabarda de marfil nunca la usa el animal sino para duelos por la hembra con otros machos de la misma especie. Ni aún viéndose acosado recurre el narval a su "cuerno" como elemento defensivo. Otros animales como elefantes y jabalíes muestran que la distancia entre el diente y el cuerno no es tan insalvable. Y uno de los escasos fósiles conocidos con colmillos y cuernos (seis, para ser exactos) el Uinthaterium, tenía tal desarrollo óseo en su impresionante cabeza que casi no dejaba espacio para el cerebro minúsculo, un callejón sin salida que la evolución evitó desde entonces. Como colofón, una anécdota sobre el barón George Cuvier, famoso naturalista y creador de la anatomía comparada (mejor recordarlo por eso, y no por su absurda "Teoría de los Grandes Cataclismos", intento desesperado de conciliar la Biblia con las evidencias fósiles). Apabullaba a sus alumnos con su habilidad para conocer, por un solo hueso o diente de un animal, su aspecto aproximado. En efecto, a su genio se deben las exactas reconstrucciones del ciervo gigante de Irlanda o Magaceros y otros animales del pasado. Una noche, sus discípulos, cansados de la autosuficiencia del sabio, decidieron darle un susto. Uno de los más audaces se disfrazó de diablo, con toda la parafernalia acostumbrada; cuernos de chivo, pezuñas, colmillos enormes, garras filosas... y penetró en la alcoba de su maestro a media noche. Vaya chasco que se llevó. Cuentan que Cuvier, medio dormido aún después de una larga jornada clasificando especímenes, entreabrió un ojo ante la siniestra aparición y sólo murmuró: "Pezuñas y cuernos, hervíboro. Colmillos y garras, carnívoro. Ese animal no existe", y volvió a dormirse. Probablemente hubiera adoptado la misma actitud ante más de un monstruo inverosímil con que el cine ha poblado su galería de engendros extraterrestres. d) La santa proporción Después de uno, otro. No han descansado del lobo saltador cuando ya los acosa el lagarto escorpión. Feroces bestias, sin intervalo, amenazan cada paso de los exploradores del planeta extraño. ¿Bueno, y cómo tantas? En ecología es angular el concepto de pirámide trófica o de alimentos. Se trata de una figura que expresa la utilización de la energía por los organismos vivos. En la base más ancha están las plantas, luego los hervíboros, y en la estrecha cima los carnívoros, y es que en la naturaleza no existe la eficiencia total. Ni las plantas aprovechan la totalidad de la energía solar, ni los rumiantes la totalidad del pasto, ni los rapaces toda la carne que consumen. Resultado, la masa vegetal de un ecosistema siempre supera a la de los hervíboros, y éstos, a su vez, a los carnívoros. Una ecología donde haya demasiados carnívoros es ineficiente, absurda, no tienen con qué sostenerse. Este es uno de los fallos de la novela "Hierba" antes mencionada. Los zorren se comen a los mirones, pero resulta que los mirones, tras varias metamorfosis, se convierten en zorren. Prácticamente no existen otras especies en el planeta, o no se mencionan. Si los mirones se convierten primero en sabuesos y luego en hippae, y luego, tanto estos estadios como los zorren son (hasta que se demuestre lo contrario, según su apariencia) carnívoros ¿de dónde sale la energía? Nunca se habla en la novela de que una especie devore la omnipresente hierba. Es una ecología de serpiente mordiéndose la cola, que no puede ser viable. Siempre la masa total de las presas debe superar a la de sus victimarios. Es por eso que si en una ecología extraña los exploradores encontraban gran cantidad de depredadores agresivos, los hervíboros de los que éstos se alimentarían debían ser tantos, que, prácticamente, el terreno estaría cubierto de ellos. LA IRONÍA FINAL Tal vez nos hemos extendido mucho. Tal vez sea hora de terminar y de permitir que el alien, de una buena vez, alcance a los exploradores, sin que el héroe se ponga de acuerdo con el científico del grupo sobre la forma de matar a la bestia. Pues sí, la alimaña de otro mundo, de un descomunal mordisco, se traga a la despavorida heroína y... Y la escupe de inmediato o muere intoxicada. Muy probablemente, para seres evolucionados bajo condiciones apenas ligeramente distintas de las terrestres, nuestra carne no sea el suculento manjar que imaginamos sino una intragable papilla, sin llegar a los extremos de organismos con metabolismos basados en el flúor o el sílice, para los que los compuestos de carbono pueden resultar venenos mortales. Bastaría con que los aminoácidos esenciales del alien fuesen mínimamente diferentes a los nuestros para que le fuera imposible digerirnos. En la ecología terrestre el mal sabor es una defensa común entre las posible víctimas, pelos amargos, ácidos urticantes, y el carnívoro desilusionado escupe su almuerzo frustrado y va a lavarse los dientes. Esto es, probablemente, el único fallo del prototípico "Alien" de Ridley Scott. Un ser con tejidos de silicatos (de otro modo no resistiría tener ácido sulfúrico por sangre ni sobrevivir en el espacio sin aire) no sentiría ningún atractivo por nuestros pobres tejidos de carbono. Ni siquiera le servirían como incubadora para sus crías. Así que, probablemente, el famoso alien del "Nostromo" se moriría de rabia y aburrimiento después de comprobar que sus víctimas, además de no servirle de nada, pueden provocarle una feroz indigestión con cólicos anexos. Incluso los olores corporales humanos debían ser tan eficaces como el repelente para los mosquitos. En el por otro lado magnífico y sensible cuento de Kir Bulichev "Flor de las nieves", que narra el amor imposible entre un humano y una muchacha de una raza evolucionada a partir del amoníaco y no del agua, nunca menciona el autor, en la emotiva escena final de la despedida, que el olor a amoníaco tan repulsivo para los humanos (y se queda corto, toda la tripulación de la nave debió desmayarse al momento ante un hedor similar al del peor baño público... multiplicado por diez) tenía que tener su contrapartida en la horrible peste a agua que Flor de las Nieves y su gente hallarían en los Homo sapiens. Contacto imposible, o muy difícil, por motivo de químicas incompatibles. Y ni pensar en que los humanos temiesen que los carnívoros del mundo amoniacal, por feroces que parecieran. No se les acercarían ni a kilómetros de distancia. CONCLUSIÓN Tal parece que uno es partidario decidido de la imposibilidad de la vida extraterrestre. No es tal. Sólo es preciso que la vida, terrestre o no, debe cumplir con ciertas leyes insoslayables que demasiado a menudo dejan a un lado los creadores de monstruos en su afán por impresionar. Indudablemente, los aliens pueden existir. No de las formas anteriormente criticadas, pero sí en muchas otras. Por sólo mencionar algunas, aunque tal será tema de otro trabajo, virus inocuos para la fauna local y devastadores para el hombre (la viruela, cuando ya el hombre blanco se había adaptado a ella, diezmó a los indígenas de América), virus o especies terrestres que se muestren agresivas en las nuevas condiciones... o, simplemente, herbívoros locales que, aunque no tan impresionantes como sus congéneres comedores de carne, agredan a los exploradores por violar sus límites territoriales, acercarse a sus nidos, u otras cuestiones no relacionadas con la suculencia de los humanos. Las posibilidades, lógicamente, son muchas... tantas o más que las imposibilidades. Y para consuelo de los que quizás terminen de leer este trabajo convencidos de que ningún autor puede crear un alien convincente sin un doctorado en Ciencias Biológicas... ahí está Dune. Claro que Frank Herbert era biólogo... ¿Habrá relación? Publicado originalmente en Axxón número 83 |
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