EL RELOJ
Miguel Angel Santacruz
(con las correcciones)
Durante toda su vida, Manuel había sido un maniático con todo lo que poseía, y esa era la explicación a tanto ostracismo.
No tenía familia ni amigos. Sólo Ana, la mucama que lo había visto nacer, accedía a su impenetrable hogar. Su mundo era reducido y avaro, porque no quería compartir con nadie sus tesoros; así los llamaba él.
Pero de todo lo que tenía, lo que más quería era un antiguo reloj que había heredado, un artefacto de funcionamiento caprichoso, que sólo Manuel podía corregir porque conocía sus mañas.
Sentía un inexplicable placer cuando las agujas giraban y giraban. Decía que la vida no era otra cosa que una simple rotación de las agujas, lo demás no era nada. Era vacío.
Manuel sabía superficialmente que ese reloj, en su momento, había sido embalado y olvidado en un sótano por castigo.
Pero las demás generaciones habían omitido los recuerdos y priorizado la estética por sobre todo, por lo que el reloj había cobrado vida nuevamente.
Una mañana, Ana no pudo ir a hacer su rutina en casa de Manuel y éste tuvo que salir por su ignorado Ramos Mejía para comprar comida a su perro. Caminaba por las calles como descubriéndolas, con movimientos torpes y a destiempo, y por ese motivo empujó a una joven, ocasionándole un golpe en la cabeza. No le pidió perdón, porque no estaba acostumbrado a los buenos modales, y salió corriendo para regresar a su hogar.
A los cinco minutos tocaron timbre en su casa y por segunda vez esa mujer joven estuvo ante su vista. Manuel le pidió un forzado perdón, pero ella le dijo que ese incidente estaba olvidado. Seguidamente le dijo:
—¿Manuel Guerrero? Soy Julia, y vengo a reemplazar a Ana, su mucama, pero solamente por hoy.
Julia hacía su trabajo a la perfección y quizás mejor que Ana, pero siempre bajo la atenta mirada de Manuel. Poco a poco Manuel iba demostrando un inusual interés por ella, especialmente porque cuando hablaba lo miraba a los ojos como nadie lo había hecho.
Cumplió su trabajo y se marchó. Manuel presintió que no sería un adiós definitivo.
Estaba muy conmovido por esa presencia femenina y a partir de ahí el reloj ocupó un rol secundario en su vida. Se sentía un imbécil por haber perdido tanto tiempo.
Meses después, Ana falleció y Julia ocupó de ahí en más ese lugar. El desinterés de ella hacia él hizo que Manuel volviera a ser el de siempre. El respeto mutuo fue el hilo conductor entre ellos hasta que una mañana, Julia, aprovechando que Manuel estaba en plena contemplación analógica, lo tomó con fuerza, maniatándolo y amordazándolo, para luego decirle que ella había hecho todo lo posible para estar en esa casa para cobrar una venganza.
Ella le contó pacientemente que su madre había estado perdidamente enamorada de Juan, el padre de Manuel, y cuando estuvieron por casarse el hombre desapareció con todo el dinero y las joyas que guardaban dentro del reloj, dejándola en la absoluta miseria, ya que esa mujer había renunciado a todo por él.
Julia le quitó la mordaza y le dijo que todos los ocasionales dueños de ese reloj guardaban secretos en su interior, traiciones y oro en lingotes robados, y los damnificados embalaban el reloj en un paquete cuidadosamente cerrado, porque pensaban que podría tener algún hechizo. Por eso no querían quemarlo o romperlo.
Acto seguido, Julia abrió la pequeña puerta trasera del reloj y, para sorpresa de ella, encontró las riquezas que ansiaba.
Manuel le ordenó que dejara todo como estaba. Ella soltó una dura carcajada y se marchó con el botín. En la puerta la estaba esperando Ana, la supuesta muerta. Había sido un robo muy bien planeado.
Él salió tras ellas y como no conocía el barrio en la quinta cuadra ya se había perdido. Resignado como estaba, volvió a su casa luego de tres horas.
Se sentó frente al reloj. No podía entender cómo él ignoraba lo que escondía ese maldito aparato. Le llamó la atención un papel amarillo que asomaba del semiabierto reloj. Lo tomó, lo leyó y se sentó en el piso en un estado profundamente convulsivo.
El papel decía: «Querido hijo Manuel: cuando leas esta carta, tu madre y tu hermana estarán huyendo con tu herencia. Serás un infeliz toda tu vida, como lo fui yo».
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