LA LECTURA
Fernando Martín Calero
(con las correcciones)
Un viejo libro, un anciano, el mullido sillón de lectura de alto respaldo y confortables apoyabrazos, la chimenea con brasas ardiendo en su interior.
Todo esto conformaba aquel apacible cuadro de relajación y sedentario esparcimiento.
Tranquilidad y silencio.
El viejo saboreaba la lectura de aquel igualmente viejo ejemplar, cuya trama lo había atrapado: la dura vida de un hombre que sobrevivió a las vicisitudes de un Campo de Concentración durante la segunda gran guerra. Pero hacía tiempo que estaba leyendo y se sentía realmente cansado.
Cada tanto desviaba su vista de la lectura hacia la cama, que lo esperaba abierta en un gran bostezo de sábanas y colcha.
El ajado ejemplar se le hacia cada vez más pesado en las manos, que vacilaban tanto como sus propios párpados. Mantenía abiertos los ojos a fuerza de gruñidos auto recriminatorios.
Aquel mundo de la lectura le resultaba demasiado interesante como para rendirse ante la sensual tentación del sueño. Pero bien sabía que tarde o temprano se quedaría dormido y la experiencia le prevenía de la rigidez del frío por la mañana o el dolor de cintura que sentiría tras pasar la noche en el sillón, por cómodo y mullido que fuera.
Tras varios cabeceos ocasionales resolvió al fin que en esas condiciones no estaba prestando la atención que requería aquella lectura tan preciada y que al mismo tiempo estaba desperdiciando horas de descanso. No era lo correcto.
Por lo que, decidido, el viejo libro se levantó del sillón, guardó al anciano en la biblioteca y, después de quitarse la bata (las pantuflas habían quedado en el camino), se acostó, cubriéndose golosamente con la colcha.
Se durmió enseguida.
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