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LA MANO En GRIS texto original En VERDE sugerencias En MARRON y entre { } texto eliminado o señalado En AZUL y entre [ ] comentarios Este cuento me parece conocido. No sé dónde lo leí, pero seguro que ya lo había visto en algún lado. Puede ser que el autor me lo haya mandado en otra época para la revista, o que haya sido publicado en un fanzine, o en Internet, o que sea una historia popular de esas que circulan por ahí. Si éste es el original, la idea es muy buena y simpática, y sólo hay que pulirlo. De todos modos, aunque sea un cuento popular, el texto tiene cosas para marcar en la escritura, así que me tomé ese trabajo porque supongo que los comentarios servirán a los participantes este Taller. Darío venía de una fiesta costumbrista y de su finalización en alguna casa cercana {, e}. Estaba totalmente borracho, a más de tres mil kilómetros de su hogar, solo y sin ningún céntimo en los bolsillos. Había sido su opción, no tenía el dinero para hacer ese viaje a Chiloé, nadie lo acompañaría tampoco, pero había estado todo el año planeando la travesía, soñando con el lugar, juntando la plata suficiente {-}—una enfermedad de su madre lo {dejó} había dejado sin esos ahorros{-}—, y no había obstáculo posible que pudiera impedir {la consecución de} [no está mal, sólo no me suena bien] que lograra satisfacer su deseo. La gran isla de Chiloé era su meta; un lugar mitológico, un santuario para tipos como él, amantes de la magia negra, de lo oculto, del heavy metal más místico y pesado, fanáticos de Poe, Lovecraft, Bloch, Machen, Hoffmann y Tolkien, seguidores de dioses nórdicos, devoradores de historias fantásticas, de historias del infierno y del más allá. Un crédulo con alma aventurera.Tomó algunas de sus cosas, las más necesarias, las metió en una mochila y enfiló hacia la carretera, y por ella, a aventones de conductores voluntariosos , llegó a los cuatro días a Chiloé, tierra de supersticiones y tradiciones fabulosas.Ahora, en ese preciso momento, sumergido en la infinita noche, estaba en la misma carretera {-}—o casi la misma{-}—, apenas mantenido en pie a consecuencia de la borrachera, con su mochila cargada a los hombros y una lluvia torrencial cayéndole encima. Caminaba torpemente, arrastrando sus pies en dirección al norte, hacia Ancud, hacia el albergue donde estaba alojado. De cuando en cuando se detenía y miraba para atrás buscando algún vehículo que pudiera llevarlo. A través de sus anteojos, traslúcidos por las gotas de agua, veía muy poco, pero le bastaba para descubrir que en la obscuridad que reinaba a sus espaldas no había nada. Durante una hora no había visto ni siquiera una miserable carreta en esa torrencial soledad {pluvial} [torrencial y pluvial juntos hacen verso, además de ser casi redundantes].Había estado en la cabaña de unos lugareños, de unos auténticos chilotes, personas hospitalarias y conversadoras como sólo las hay en las localidades rurales, y entre trago y trago de "licor de oro" le relataron misteriosas y fantásticas historias de la isla, justo lo que Darío quería oír. Historias de muertes, de desapariciones, de espíritus y del diablo mismo. El Caleuche, el Trauco, la Pincolla, seres y leyendas mitológicas que lo deslumbraban, que desde niño lo atraían como un imán. "Amigo, aquí nunca hay que andar solo en la noche" le decían los dos campesinos , que estaban tan borrachos como él, "Suceden cosas, se aparece el diablo botando azufre y fuego por el hocico, se cruzan perros y niños con colmillos y ojos rojos, espíritus de mujeres que se vengan de los caminantes solitarios{,} y brujas come hombres". Pero cada advertencia para Darío era un desafío, una invitación a lo desconocido, a lo fascinante.Mientras caminaba por la orilla de la carretera miraba hacia sus costados {,}. La lluvia producía un ruido extraño sobre ese bosque de pinos altos y de matorrales espesos, ruidos en la negrura que lo confundían, que lo hacían recordar las historias que {hace un rato} los campesinos le habían relatado un rato atrás, pero él no se amilanaba, al contrario, muy dentro de él se propiciaba el deseo a que ocurriera un contacto con lo desconocido; ésa era la razón por la que estaba en Chiloé. No obstante, deseaba con fervor que algún vehículo pudiera llevarlo, el frío ya calaba sus huesos{,} y sus manos congeladas no podía meterlas en los bolsillos del pantalón por el temor a caerse al suelo sin lograr sacarlas de ahí a tiempo. Su estado etílico era extremo, y ni el chapuzón obligado al que lo sometía la lluvia era capaz de despertarlo de su despreocupado letargo. Caminaba zigzagueante por la vera de la vía, guiado por las marcas blancas en el piso{,}; de lo contrario hubiera podido caminar en mitad de la carretera sin darse cuenta {por la ceguera de} a causa de su miopía, acrecentada notoriamente por los estragos del alcohol [y sus anteojos cubiertos de agua]. Percibía movimientos vagos en dirección a los árboles, movimientos de algo que se ocultaba de repente asociados a ruidos de ramas crujiendo{,}. Darío no miraba de lleno, lo hacía de reojo, como aparentando {no interesarle el asunto} que el asunto no le interesaba{,} o, quizás, {no notarlo} que no lo notaba.[enter]No veía nada concreto. Todo en su visión era un borrón obscuro, un panorama abstracto. La carretera hacia delante era una gruesa línea negra que se perdía en el horizonte de una pendiente, una pendiente que por poco tocaba las grises y densas nubes que cubrían gran parte del cielo, y a través de ellas los rayos moribundos de la luna atravesaban y penosamente se reflejaban en el suelo [esto último suena mal, revisarlo]. Adelante no se veían casas, máquinas, personas ni animales, y hacia atrás indudablemente no los había{,}. Darío estaba solo en ese paraje gótico, húmedo y bullicioso. Sospechaba que las sombras en movimiento {Darío comenzó a asustarse; se sentía observado. Alguien o algo lo seguía y eso le producía un temor escalofriante. Sus miradas hacia atrás , buscando en la carretera una luz salvadora, se hicieron más regulares, más constantes, hiperquinéticas. Lo que no {logró} había logrado la lluvia lo estaba logrando el miedo, su cuerpo y su mente lentamente se iban desintoxicando, llevándolo a la lucidez y al control {-}—o descontrol{-}— de sus reflejos y nervios…Hubo {U}un ruido sobrecogedor, fulminante, un golpe ensordecedor, un traquido que casi le paraliza el corazón, un susto que estuvo a punto de matarlo de la impresión, un disparo que sintió como un hacha {filuda} filosa dándole en la cabeza, un sonido que lo hizo escuchar a la muerte gritando su nombre al oído. Fue un trueno, un trueno sin relámpago, o un trueno de un relámpago que no vio, porque después vinieron otros{,}. Cada trueno siguiente lo desarmaba más, cada trueno aumentaba sus ganas de orinar, sus latidos del corazón, las inspiraciones y exhalaciones de sus pulmones, aceleraba sus pasos sobre el pavimento. La luz de los relámpagos lo hacía ver imágenes tenebrosas a sus costados, formas que se movían y se escondían en un {Darío se detuvo a esperarlo {,}. {Sus pupilas clavadas en los faroles de ese auto lo tranquilizaban,} Lo tranquilizaba clavar las pupilas en los faroles de ese auto. Lo esperó con impaciencia, percutiendo una tonada nerviosa con su pie derecho en {el charco de agua sobre el suelo de concreto} los charcos de agua. Pero la panga [?] salvadora no llegaba{,}. Se acercaba y se acercaba, pero no llegaba a él{,}; parecía detenida, parecía interminable el trayecto que los separaba, parecía una embarcación a la deriva en una tempestad perfecta{,}. {Una} Cayó víctima de una desesperación ingobernable {fue haciendo víctima a sus funciones}. Se acomodaba el pelo con violencia, se rascaba la cara y el cuerpo sin parar, zapateaba el piso como un loco, la intolerancia lo devoraba, un arrebato de ira lo hacía su esclavo{,}. Y, de improviso, {un} el ruido a sus espaldas de unas rápidas pisadas furiosas sobre la hierba lo hicieron estallar{,}. Era como el sonido de un león agazapado lanzándose sobre la presa{;}. Darío dio un alarido potente y lastimero{,} y salió corriendo en busca de los luceros del auto que venía hacia él. Corrió apenas unas decenas de metros, las luces estaban realmente próximas. Era un automóvil grande y antiguo, de un color obscuro, prácticamente negro. Darío le hizo señas y el coche, que venía muy lentamente, se detuvo a su lado. ¡Ya estaba salvado!Hizo un intento sobrehumano para controlar sus nervios y calmar el impetuoso torrente que pujaba por sus venas {,}. No valía la pena contar lo que había sucedido, era muy posible que no le creyeran y se expondría al ridículo gratuitamente{,}. De cualquier manera, ya estaba a resguardo. Se acercó a la ventanilla totalmente opacada por las gotas de lluvia, apenas abierta un centímetro, y habló hacia el interior con su timbre levemente agudizado.{-} —Bubue… nas noches…, vo… voy a Ancud. ¿Me llevaría?Se escucharon unas risas, unas risas burlonas y roncas; una voz muy fuerte dijo: {-} —Claro, súbase.Darío abrió la puerta y se sentó en el asiento delantero, cerró la puerta de inmediato y el auto lentamente retomó su marcha. Se sacó sus lentes y secándolos con sus ropas mojadas los guardó en un bolsillo de su chaqueta mientras le decía al conductor: {-} —He estado casi dos horas caminando y no pasó ningún auto, me estaba muriendo de frío… Gracias por llevarme{-} —Y miró hacia su potencial interlocutor, esperando recibir una respuesta.Los ojos de Darío no podían creerlo, su pesadilla continuaba, estaba en manos de los designios del infierno, el mismo Satanás jugaba con su vida. No había conductor, no había nadie {,}. El vehículo se gobernaba por sí solo. Por un acto reflejo intentó abrir la puerta para arrojarse, pero ésta no cedió{,}. Su espanto lo obligó a levantarse de su asiento y pegar su espalda a la puerta{,}. Miraba hacia el espacio vacío del chofer {Al terminar, ellos dudaron {,}; algunos lo dieron por loco y los otros le creyeron a medias, aunque más por el estado de alteración que tenía que por la historia en sí, ya que era desconocida para ellos una manifestación espectral de ese tipo{,}. Nadie sabía de un auto fantasma rondando por esos lares, era algo demasiado moderno para pertenecer a Chiloé.Los doce jueces discutían al respecto, juzgando el relato de acuerdo a sus apreciaciones y experiencias personales, mientras Darío bebía {-}—por cuenta de la casa{-}— un vaso tras otro.En un momento se abrió la puerta de la posada con un sonoro ruido, apagando las voces de los debatientes de golpe {,}. Las miradas se fijaron en la entrada, por donde ingresaron dos forasteros vestidos enteramente de negro. Venían mojados por la lluvia, eran muy altos, se veían cansados y sus rostros eran severos. Acercándose al mesón, atravesando como levitando el completo silencio de ese espacio asfixiante, el más alto, delgado y pálido, mirando fijamente a Darío, le dijo a su acompañante con una voz ronca y fuerte, como pretendiendo que los presentes escucharan cada palabra{.}:{-} —¡Mira!, ahí está el imbécil que se subió al auto cuando lo estábamos empujando.Lo siguiente que recuerda Darío {,} son las carcajadas estruendosas que duraron eternamente mientras estuvo ahí, y sus burlones ecos, que hasta hoy día aún retumban en sus oídos.Se nota mejor nivel al principio, como si esta parte hubiese sido mejor corregida. Luego aparecen muchos problemas de puntuación, más algunos de credibilidad. Debido a que hay muchas correcciones de puntuación y a veces párrafos muy largos, seguramente habrá que despejar primero el relato, quitando los comentarios y aplicando las correcciones y sugerencias, y luego darle una segunda revisión. A otro nivel, el autor describe demasiado lo que siente el personaje, casi como el relato de un médico que realiza una autopsia, y suele ser mucho más impactante relatar en detalle los sucesos disparadores y describir las reacciones físicas del personaje en lugar de lo que ocurre en el interior de su mente. Lo que éste siente es puesto por el lector, y de ese modo suele funcionar mucho mejor. Repito: este cuento lo he leído en otro lado; ¿fue publicado o es que es un chiste popular? |
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