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ZAPPING 0173, 04-may-2003

Arquitectura biomimética

Los puntos de Lagrange de la órbita terrestre son observados con atención por los astrónomos porque allí se pueden encontrar cuerpos que orbitan junto con nuestro planeta, como en una coreografía, alrededor del Sol. Estos puntos están a sesenta grados por delante y sesenta grados por detrás de la posición de la Tierra en la órbita, y existe un tercero que está exactamente en el lado opuesto del Sol, a ciento ochenta grados de nosotros. En ellos se produce un equilibrio gravitatorio que permite que un cuerpo, o un grupo de ellos, se mantenga estable, compartiendo nuestra órbita. De hecho, los puntos de Lagrange de la Tierra contienen cada uno una nube de objetos (asteroides), aunque ninguno es demasiado importante.
      Imaginemos este escenario: una sonda espacial detecta una masa oscura en el punto L1 de Lagrange de la órbita terrestre, el que está justo atrás del Sol. Es un objeto amorfo, oscuro, y rápidamente se nota que crece, extendiendo su masa de manera irregular. Se discute si puede ser una masa de polvo que quedó como resultado de la desintegración de un asteroide o cometa o una nube gaseosa muy opaca y concentrada.
      Mientras se prepara una misión para visitar el lugar y comprobar qué es lo que hay allí, se instalan instrumentos especiales en otra sonda y se la mueve a un lugar del espacio desde donde se pueda observar mejor qué pasa en L1 (hay que elevarse por envima del plano del Sistema Solar). Con la nueva resolución que permite la sonda, los astrónomos observan horrorizados que en L1 hay una especie de ameba que crece sin parar, extendiendo filamentos exploratorios sin pausa.
      Entretanto, una misión sale de la Tierra y se aproxima al lugar de estos extraños sucesos. Pronto se comprueba que, conectado a esta masa oscura, hay un enorme entretejido de filamentos que se extiende por el espacio como una gran sombrilla: cada asteroide que choca contra ella queda atrapado. Integrando imágenes, se deduce enseguida que la forma real es como una monstruosa red de pesca.
      La misión que se dirige a explorar en directo debe cambiar de recorrido para evitar una colisión contra ese obstáculo. Y debe hacerlo varias veces.
      Finalmente, cuando logra aproximarse lo suficiente, descubre que en L1 hay un gran organismo vivo que está creciendo sin interrupción, absorbiendo energía y materia del viento solar y apropiándose de todas las rocas que se mueven por el espacio en las cercanías, para incluir esa materia a su cuerpo.
      Pero lo más impactante es que esa criatura no está creciendo en forma irregular, sino que trabaja con mucha precisión en la formación de una estructura. Aparte de esas redes de pesca que ya se han observado, está formando un anillo de filamentos a lo largo de toda la órbita, que se va extendiendo con lentitud pero con firmeza.
      Todos recuerdan una novela de CF llamada Mundo anillo.
      Es decir que, sin que haga falta demasiado análisis, queda claro que ha llegado al Sistema Solar una especie de planta monstruosa, gigantesca y poderosa, que está preparando el terreno para la posterior colonización de alguna civilización que viene del espacio exterior.
      El problema es: ¿qué hará esta entidad cuando vaya llegando a la Tierra en su avance? ¿Querrá absorbernos para completar su crecimiento? Es algo muy, muy grande... ¿Será seguro atacarla, intentar destruirla?
      Hasta aquí es CF. Pero lo cierto es que es una posibilidad concreta. Ese organismo estaría haciendo lo que hace cualquier planta: crecer y arraigarse. De paso, construye un espacio habitable, un mundo. Todo cae dentro de las posibilidades de un ser vivo, sólo hay que ser capaces de construir genéticamente una clase de vida así. Luego no hay más que ir dejando semillas en todos los puntos favorables que se encuentren en la galaxia... y esperar. Más pronto o más tarde, dependiendo de las condiciones de cada sistema planetario, tendremos un amplio lugar donde vivir.
      En la saga de Xenogénesis de Octavia Butler, compuesta por los libros Amanecer, Ritos de Madurez e Imago, una raza de extraterrestres llamada Oankali llega hasta nosotros poseyendo una terrible tecnología genética y viajando en una nave que está viva. Ya en tierra, usando "semillas" que produce la nave, los oankali siembran casas y edificios. El poderío de esa raza está basado en un inmenso conocimiento y capacidad de manejo de la tecnología de la manipulación genética, en lugar de la electrónica y mecánica. La autora vistió a estos extraterrestres de características muy imaginativas: poseen tres géneros sexuales, macho, hembra y una tercera forma intermedia, que es la dominante y la que posee la capacidad científica, y que no es necesariamente neutra. Estos alienígenas tan particulares viajan en una nave interestelar hecha enteramente de tejidos vivos. Esta nave interactúa físicamente con los oankali, produciendo alimentos y los bienes que ellos necesitan, además de ocuparse de reciclar y/o eliminar los desechos. Para completar el panorama —aunque no tenga que ver con el tema de este Zapping— digamos que los oankali viajan por el universo uniendo otros seres inteligentes a su civilización por medio de un cruce genético entre éstos y su raza. Los humanos, a punto de desaparecer por problemas anteriores a la llegada de los extraterrestres, resultamos ser las nuevas "víctimas", o quizás "beneficiarios", según como se lo mire: las especies que surgen de la cruza son, en términos objetivos, mejores que las especies engendradoras de origen.
      En La ballena dios (The Godwhale), novela del autor T. J. Bass, uno de los personajes centrales es una "ballena" llamada Rorqual maru, un "ciber" que es en parte ballena orgánica, en parte barco mecanizado... y en parte un dios. En esta ballena vive gente. La historia es altamente imaginativa, ya que aparecen personajes variados que han derivado evolutivamente (o por ingeniería genética) de la raza humana y otros seres.
      En un cuento que ya se ha convertido en clásico, "Madre", de Philip J. Farmer, un viajero espacial es atraído (por un cebo) a una especie de colina viva, dentro de la cual queda atrapado y debe adaptarse y vivir. El tema es la sexualidad y modo de reproducción de esa cosa, pero el hecho es que no queda duda de que la entidad viva funciona como una especie de casa que alimenta, higieniza y cuida a sus habitantes. Además, hasta tiene una puerta de entrada y salida, que maneja a su capricho, ya que los habitantes con capacidad de decisión, como un humano, más bien son retenidos como prisioneros que como invitados.
      Pero pasemos a la realidad. La ciencia avanza sin pausa y la genética —junto con la nanotecnología y la tecnología de materiales— es una de las ciencias que más tiene para ofrecer en sorpresas y maravillas. Hay biogenetistas repartidos por todo el mundo que, junto a arquitectos y expertos en computación, están pergeñando una idea que se emparenta con lo que he venido hablando hasta aquí. Este nuevo concepto radical (que estaría dando sus primeros frutos) ha sido bautizado como "Arquitectura Genética". La idea se basa en algo llamado "biomímesis", un enfoque que pretende convertir las viviendas en objetos naturales: auténticos seres vivos habitables.
      Entre las especulaciones que aporta esta nueva rama de la investigación podemos encontrar edificios cuyas paredes y techos sean de materia vegetal, o incluso de piel, aportando calor de calefacción por medio de venas en las que circula sangre, o savia. Las paredes se calentarían o enfriarían según la estación, y aportarían oxígeno para la ventilación. La estructura sería capaz de obtener por sí sola los nutrientes necesarios para que nuestro hogar se mantenga siempre vivo y en forma.
      En este caso, una casita de barrio vendría en forma de semilla y se plantaría en nuestra parcela de terreno. Un tiempo de cuidado y atención y... ¡magia!, tenemos la casa de nuestros sueños.
      Siendo plantas, o animales, nuestros hogares podrían ser receptivos y comprender nuestros estados de ánimo. Serían capaces de darnos consuelo, cuidarnos y aliviar nuestra pena cuando estemos tristes. La frase "hablar con las paredes" ya no tendría el mismo sentido.
      Las viviendas vivas se podrán construir a sí mismas, como se construye a sí mismo el cuerpo de un bebé o de cualquier cría de un animal, o como crece un árbol desde una minúscula semilla. Podrán auto-reparar sus desperfectos, como nosotros somos capaces de curarnos de las enfermedades que nos atacan y regenerar bastantes partes de nuestro cuerpo de las heridas que hemos recibido. Y se podrían mantener limpias aseándose con esmero, como los gatos y muchos otros animales.
      Estos nuevos proyectos ecológico-ambientales, que están operando un cambio de paradigma en la construcción de viviendas, son comandados por dos investigadores de la nueva revolución bio-cibernética: el arquitecto Karl S. Chu, de California, y el español Alberto T. Estévez, doctor de la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad Internacional de Cataluña (ESARQ).
      Junto a ellos trabajan arquitectos como Bernard Cache, Mark Goulthorpe, Greg Lynn, Benhard Franken y Hani Rashid. La idea motriz de estos pioneros consiste en aplicar los últimos hallazgos de la genética a la arquitectura, utilizando modelos de ADN que construyan por sí mismos el resultado final.

Casa Batlo, uno de los trabajos famosos de Antoni Gaudí

      Estévez advierte que su trabajo no es el estudio de las formas y sistemas vegetales y animales para crear formas y sistemas artificiales. La biónica observa, por ejemplo, el comportamiento de un perro, y construye un artefacto que se mueve, ladra y comporta como el animal real. El resultado es, obviamente, una construcción artificial. La arquitectura genética procura una meta diferente. Alberto Estévez explica: "¿Ves esa planta que Gaudí (Antonio Gaudí, arquitecto español que vivió entre 1852 y 1926, que revolucionó el diseño arquitectónico) construyó en piedra? Pues yo te la puedo hacer de verdad, para que crezca y le salgan flores y que forme parte del edificio. Éste es el gran cambio".
      La arquitectura genética conectará los diseños físicos de los arquitectos e ingenieros, hechos en los mismos programas de diseño de hoy (ACAD, por ejemplo), con generadores de cadenas de ADN que fijarán las formas y funciones con criterios biológicos. A todo esto se le agregará la capacidad computacional necesaria para el control, posiblemente también de base orgánica.

Otra vista de la Casa Batlo, de Antoni Gaudí
      A partir de eso vendría la fase más compleja, que consiste en trasladar la información genética, diseñada en los ordenadores, a una máquina que realice la construcción siguiendo esa guía. Tratándose de vida, es posible hacer lo mismo que hacen los animales y las plantas, es decir, crecer en base a una organización pautada. El "director de obra" es la información de ADN, que organiza la producción física del edificio sin intervención humana.
      No hay ninguna magia. Los seres vivos funcionamos así. Las célula se crean solas, siguiendo las instrucciones de la cadena genética. Y lo más importante: se unen y organizan entre sí para formar los organismos. No hay que olvidar que un ser humano, considerado la cúspide de la evolución por tener inteligencia y ser capaz de cambiar y controlar su entorno, se forma a partir de una sola célula.



Ideas de usos de biotecnología, por Biotectural Systems (en Living Houses)
      En la ingeniería genética, el hombre manipula la información primaria del gen y logra introducir los cambios que desea en los organismos vivos. Aplicando este procedimiento a la arquitectura, bien conocido en la genómica, se puede lograr que una célula original construya una casa.
      Estévez y sus colaboradores han inventado un prototipo de máquina capaz de desarrollar esas "construcciones genéticas" a un nivel básico. Ordenando la información a nivel molecular, se podría conseguir una arquitectura que no sólo creciera en un entorno, sino que lo creara.
      Aquí no existiría un "final de obra", que significa que los constructores ya han cumplido con lo que indican las instrucciones que los arquitectos y/o ingenieros han puesto en los planos, sino que en realidad la obra estaría desarrollándose siempre, adaptándose a sus moradores, ajustándose al entorno y las disponibilidades de recursos, del mismo modo que hacen las cadenas genéticas de los seres vivos. Es decir, serían capaces de evolucionar. Mark Goulthorpe dice: "Queremos hacer realidad el viejo sueño de una arquitectura dinámica, capaz de responder físicamente a los estímulos de su entorno, al clima, a los sonidos y movimientos de las personas que viven ahí".
      Si un día comenzamos a habitar estos hogares "vivos", pronto entenderemos que nosotros mismos somos parte de un organismo mayor. Es posible que terminemos usando mobiliario, ropa y todo tipo de objetos vivientes. No se puede imaginar un abrigo más cálido y satisfactorio que uno hecho con piel viva. La integración podría no terminar ahí. Si nuestra ropa está viva, si nuestro refugio contra la naturaleza está vivo, si los objetos que manipulamos y nos sirven para el confort están vivos, ¿por qué no ser nosotros mismos nuestra casa, nuestros utensilios y nuestra provisión de alimentos?... al fin y al cabo somos seres vivos y nuestros genes se pueden modificar como cualquiera de los otros.
      El camino que inician Chu y Estévez tiene un doble sentido: es, en cierta forma, un retorno a la vida en la naturaleza, mientras que por otra parte implica modificarla de tal modo que quedará irreconocible. Los seres humanos podemos volvernos indistinguibles de los organismos que nos cobijan y atienden, al estar fundidos del todo con el entorno biológico que hemos generado artificialmente.

(Adaptado y ampliado por Eduardo J. Carletti a partir de un artículo en Tendencias Científicas y otros sitios en Internet.)


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