El ser humano no es algunos dicen incluso que por suerte, inmortal. Por lo tanto, morimos. Por diversos motivos.
La mayor parte de las causas de muerte del ser humano obedecen a la estupidez de la especie como tal: hambre, guerras, enfermedades evitables, mala distribución de los recursos, violencia innecesaria, accidentes, etc. Otras provienen de la Madre Naturaleza:
cáncer, infecciones, venenos...
Por último, las causas que nos interesan en este caso: la estupidez humana individual, no imputable a la especie ni a nadie más que al fallecido. Nos referimos a esos casos en que alguien hace algo tan, pero tan estúpido, que es prácticamente inevitable
que se mate. Y lo hace. Y lo entierran. Y listo.
Ya sé que no es tema para burlarse, pero, realmente, al enterarse de algunos de esos casos, uno no puede menos que preguntarse: "¿Y qué esperaba el muerto? ¿No morirse?". Resulta que la estupidez que había cometido era mortal, él sabía que
era mortal y, como corresponde, se murió.
Voy a relatar aquí dos casos de personas que yo conocía personalmente, que murieron en circunstancias como las que acabo de describir.
CASO 1: Un señor que era encargado (en la Argentina también se los llama porteros) de un edificio de departamentos.
Durante aquellas enormes inundaciones de 1985/86, el edificio en que vivía y trabajaba este caballero se inundó, como casi todas las casas de ese barrio. Como es lógico, la parte que más sufrió era el sótano, dominio exclusivo del encargado.
Apenas pasada la tormenta, el señor abrió la puerta del sótano, encendió las luces y miró desconsolado los miles de objetos que flotaban a la deriva en casi un metro y medio de agua marrón y apestosa. Todo estaba arruinado. El agua tapaba varios de los
escalones que conducían desde el descansillo hasta el piso del sótano. Al fondo, contra la pared, a más de veinticinco metros de su posición, había un ventilador metálico de pie, de tamaño industrial, que él había dejado enchufado y funcionando. Ahora,
con la mitad de su pie dentro del agua, el aparato seguía funcionando, haciendo girar sus aspas perezosamente en el aire caliginoso.
¿Qué hubiera hecho usted? Desconectar los fusibles o subir la llave térmica, según el caso, para cortar la energía de aquel sótano, y desenchufar el enorme ventilador. Es lo que hubiese hecho cualquier persona normal.
Dibujos: Jay Ziebarth
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Este señor no lo hizo así. Lo hizo de tal modo que le costó la vida.
Lo que decidió fue descalzarse, quitarse botines y calcetines, arremangarse las perneras de los pantalones, y meterse en el agua hasta medio muslo, descalzo y con un aparato eléctrico funcionando sumergido.
Lo increíble es que el ventilador lo dejó acercar. Lo dejó acercarse lo suficiente como para tomar con las manos el cilíndrico pie metálico y recibir la enorme descarga eléctrica que acabó con él instantáneamente.
CASO 2: Este otro señor trabajaba en el mismo sitio que yo, y poseía un campo en la localidad bonaerense de Las Flores. Allí iba los fines de semana para hacer trabajos agrícolas, arreglar la vivienda o simplemente descansar.
Un buen día, decidió que una de las tranqueras (puertas de los corrales) necesitaba una mano de barniz. Como el barniz marino, capaz de soportar meses y años de intemperie, es sumamente caro, en el campo argentino se recurre a un sustituto que sirve casi
a los mismos efectos (proteger la madera del sol y la lluvia) y casi con tanta eficiencia como el barniz. Ese sustituto es aceite lubricante de automotores, ya muy usado, quemado y ennegrecido.
Nuestro hombre pasó una atareada tarde aceitando el portón de la tranquera con esa sustancia grasosa, maloliente y sucia. Le dio varias manos, como prescribe el método, esperando entre una y otra a que la anterior se secara. Cuando concluyó al fin, como
es de esperarse, estaba inmundo desde las puntas de los dedos casi hasta los hombros, y se había ensuciado también pecho, vientre y rostro. Ni lerdo ni perezoso, decidió limpiarse. ¿Cuál es el mejor solvente para eliminar hidrocarburos? Otro hidrocarburo.
Candidato al Premio Darwin en plena faena
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Tomó un bidón de 20 litros de nafta que utilizaba para cargar el grupo electrógeno y se echó en las manos, brazos, pecho y rostro, consiguiendo deshacerse de la mayor parte de la grasa maloliente. Luego, la ducha.
Se dirigió al baño, se desnudó... y encendió el calefón a querosene.
Murió cinco días después en el Instituto del Quemado de Buenos Aires, completamente desfigurado, tras la espantosa agonía que sólo los quemados mayores tienen la desgracia de sufrir.
Estos dos terribles casos, por sí solos, demuestran que un solo instante de estupidez es suficiente para terminar con una vida joven, productiva y con posibilidades. O, como quería Asimov: "Contra la estupidez humana, los propios dioses luchan en vano".
En vano. Todos sabemos que la fatalidad no existe, que los accidentes siempre se producen por errores humanos, pues incluso cuando se atribuyen a fallas mecánicas, se puede demostrar que son errores de mantenimiento, técnicos o de presupuesto. Hasta
las muertes por huracanes, terremotos, erupciones volcánicas o demás catástrofes naturales son errores del ser humano, especialmente hoy, en que los métodos de control y observación meteorológica y de detección sismográfica tornan predecible casi la totalidad
de dichos eventos.
O sea que muchos de nosotros mueren por su propia culpa.
Wendy Northcutt es bióloga molecular de la Universidad de Standford, y mantiene desde hace años un sitio llamado The Darwin Awards que otorga los Premios Darwin. Los premios Darwin, según sus propias palabras, "premian a los individuos que protegen nuestro patrimonio genético a través del sacrificio máximo: eliminándose a sí mismos de modos extraordinariamente idiotas, mejorando por lo tanto las posibilidades de la raza humana para
sobrevivir a largo plazo. Para decirlo más claro: son cuentos morales acerca de gente que se ha matado a sí misma de las maneras más estúpidas, y, al hacerlo, han mejorado significativamente el patrimonio genético, eliminando sus propios genes del proceso
evolutivo".
Charles Darwin y un ganador del premio que lleva su nombre
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Autora de varios libros y webmaster de su propio sitio, Northcutt lo encabeza con una cita de Einstein que reza: "Hay solo dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana. Aunque
del universo no estoy tan seguro".
La teoría de la evolución de Darwin postula que solo los mejores genes son transmitidos a la siguiente generación. Por cierto que los de la estupidez no debieran estar entre ellos.
Es por ello que nuestra heroína ha establecido estos reconocimientos (casi siempre póstumos) a aquellos que, siendo estúpidos como lo eran, han evitado, al matarse a sí mismos, que sus genes defectuosos lleguen a nuestros hijos o nietos. ¿Humor negro?
De ningún modo. Hay un peñasco frente a un precipicio en cierto sitio, preferido por los suicidas que suelen saltar de él. Allí puede verse un grafitti que dice: "Aquí se ve la evolución en acción". Es cierto. Los Premios Darwin están allí, según la doctora
Northcutt, para que veamos las fuerzas de la evolución en acción, en vivo y en directo, seleccionando a individuos de nuestra especie para mejorar y mejorarnos. Aunque muchos crean que reírse de un tipo que muere jugando a la ruleta rusa con una mina terrestre
está mal o es inmoral, todos convendremos en que una persona que procede de tal modo no tiene en realidad ninguna posibilidad de llegar a vieja, y que lo interesante es la forma en que decidió probar si podía irse al cielo prematuramente.
Como sea, nos agrade o no, los Premios Darwin existen y se entregan desde 1993, casi siempre, como hemos dicho, en forma póstuma. ¿Por qué casi siempre? Pues porque no todos los ganadores se han muerto: algunos simplemente se han castrado. Hasta
que no se perfeccione la clonación humana, el que se ha castrado a sí mismo se hace acreedor de un Premio Darwin, siempre y cuando no tenga semen congelado en alguna parte.
Lo cual nos lleva a las normas de los premios. ¿Quién es elegible para ganar un Premio Darwin y mediante qué clase de actos?
Las normas que determinan que un Premio Darwin sea válido son cinco:
1) Reproducción: El candidato debe terminar su experiencia muerto, estéril o incapaz de reproducirse de cualquier modo. Si alguien sobrevive a un acto increíblemente estúpido y permanece en capacidad
de reproducirse, la Teoría de la Evolución nos dice que sus genes deben tener algún valor o capacidad oculta que les autoriza a sobrevivir. Así que si alguien juega a la ruleta rusa con una pistola (y no con un revólver) y sobrevive con su pene y sus testículos
intactos, sus genes, capaces de sobrevivir a semejante inmbecilidad, tienen una voluntad de vida tan indomable que excluyen de factoal candidato, que no merece, entonces, un Premio Darwin.
2) Excelencia:El candidato debe haber manifestado una inconcebible incapacidad de juicio. No se trata de estupideces comunes, como quedarse dormido con un cigarrillo encendido. Hablamos de estupideces de alto vuelo,
idioteces de marca mayor, como la de un ganador del premio que intentó reparar la instalación eléctrica del hidromasaje del jardín en una noche de tormentas eléctricas... El lector imaginará el resultado de la prueba.
3) Autoselección natural:El candidato debe ser causante de su propia muerte. Con esta exigencia, el Premio Darwin intenta desalentar a aquellos que, con un acto sublimemente imbécil, asesinan a otros inocentes,
aunque sean sus propios parientes y lleven, por lo tanto, sus mismos genes. El que atropella a alguien por manejar borracho no merece de ningún modo un Premio Darwin, ni tampoco su víctima, porque ella solo ha tenido mala suerte. Para dar un ejemplo: en
los Encierros de San Fermín muere gente. Si usted se muere porque un toro lo atropella accidentalmente y no estaba participando del juego, usted es víctima de un accidente: tuvo mala suerte. Ahora, si usted muere en Bilbao, despachurrado por un toro furioso,
mientras estaba usted montado desnudo en un carrito de supermercado conducido por un amigo borracho que azuzaba a los toros como ha sucedido en la realidad, entonces usted sí se gana un Premio Darwin. Aunque no lo crea, tal episodio es cierto.
4) Capacidad de juicio: El candidato debe ser capaz de un juicio maduro y preciso.Esto excluye, como es natural, a los niños, a los enfermos mentales y a aquellos cuya inteligencia ha demostrado sufrir un proceso
patológico o padecer algún retraso mental. Para ser claros: el feliz poseedor de un Premio Darwin debe ser una persona normal, que ha llevado a cabo una acción que cualquier adolescente de inteligencia promedio hubiera sido capaz de evitar por sentido
común. Con respecto a los niños, sus faltas de sentido común siempre son imputables a sus padres, responsables de enseñarles, prepararlos para evitar el peligro y ayudarlos a proceder como seres humanos normales.
5) Veracidad: El evento en cuestión debe poder ser comprobado. Esta verdad de Perogrullo es esencial: los hechos merecedores de un Premio Darwin tiene que estar probados. Esto puede hacerse mediante periodistas
de medios serios, policía, poder judicial o declaraciones de testigos presenciales.
Cualquiera que cumpla con las cinco condiciones (y sólo entonces) se hará acreedor al Premio Darwin.
Los casos presentados en el libro y el sitio web de Wendy se dividen en ocho categorías, a saber:
A) Premios Darwin (probados).
B) Premios Darwin (aún no probados).
C) Nominados al Premio Darwin (probados).
D) Nominados al Premio Darwin (aún no probados).
E) Menciones honoríficas (probadas).
F) Menciones honoríficas (aún no probadas).
G) Comunicaciones personales (no probadas).
H) Leyendas urbanas (que son mentira).
En las dos primeras clases los causantes están muertos o castrados, aunque la segunda esté aún pendiente de comprobación. Los protagonistas de los rubros E) y F) han sobrevivido con sus órganos reproductores intactos y por ello sólo han merecido Menciones
Honoríficas. Como se ve a partir de las cosas que han hecho, es probable que sólo sea cuestión de tiempo el hecho de que lleguen a hacer méritos suficientes para que se les otorgue un Premio Darwin hecho y derecho.
La categoría "Comunicaciones personales" consta de hechos que han sido comunicados a la doctora Northcutt por vía postal, email o llamados telefónicos de personas que dicen haber sido testigos presenciales, pero, como es obvio, estos incidentes están pendientes
de comprobación.
La última, como su nombre lo indica, consiste únicamente en leyendas urbanas que han sido demostradas falsas, por lo que se las incluye simplemente a título informativo y por causa de su interés, humor o creatividad.
Pasemos entonces, brevemente, a revisar algunos de los casos más increíbles de los Premios Darwin, pertenecientes a la primera de estas clasificaciones.
CASO 1: Y... ¿DÓNDE ESTÁ EL PARACAÍDAS?
Ivan, un paracaidista deportivo experimentado, tenía más de 800 saltos en su haber. En 1987 decidió filmar en video una lección de salto impartida por in instructor a uno de sus alumnos. Como es costumbre, Ivan adosó su cámara al casco a fin de tener las
manos libres, y colocó el grabador de video y las baterías de repuesto en una pesada mochila que se colocó a la espalda.
Durante todo el día filmó la enseñanza en tierra. Por la tarde, instructor, alumno e Iván abordaron el avión para llevar a cabo la parte práctica.
El camarógrafo saltó de la escotilla posterior, mientras que maestro y estudiante lo hicieron de la anterior. Se observa claramente en la cinta que ambos tiran de las cuerdas, sus paracaídas se abren y pronto se pierden espacio arriba, a medida que el
aire los frena pero el camarógrafo persiste en caída libre...
...Y en caída libre...
¡Y en caída libre!
Habiendo estado todo el día con la mochila a la espalda, Iván sencillamente olvidó colocarse, además, ¡su paracaídas!La filmación permite ver su mano dirigiéndose al pecho para encontrar que no hay cordel, y la danza desesperada de la cámara, para finalmente
dirigirse al suelo, que asciende, como era de esperar, rápidamente a su encuentro. Las mochilas llenas de baterías y magnetoscopios no parecen ser elementos adecuados para frenar una caída desde unos seis mil metros de altura.
Parte de la filmación pudo ser recuperada tras el impacto. La historia fue confirmada por periodistas de United Press, Associated Press y el Washington Post, y obtuvo un Premio Darwin 1994.
CASO 2: LAS ARMADURAS NO FLOTAN
El emperador del Sacro Imperio Federico I se embarcó en la Tercera Cruzada para recuperar Tierra Santa de manos infieles.
Premio Darwin de sangre azul: Federico II con el hábito de los templarios. Ni las fuertes alas de su halcón pudieron impedir que ganara el premio
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Luego de cruzar cientos de millas de desierto, sus tropas llegaron por fin a un río muertas de sed. El emperador, primer sediento del ejército, se arrojó de cabeza a las aguas sin medir la profundidad y sin quitarse la armadura. El río era tan profundo
que el muy menudo Rey de los Romanos no hacía pie, y, por supuesto, la pesada armadura lo arrastró de inmediato al fondo, donde murió ahogado. Muerte muy poco elegante y menos heroica para quien había soñado con reconquistar Jerusalén.
CASO 3: HELIO, GLOBOS, REPOSERA
Este inconcebible caso mereció una Mención Honorífica en 1982, y está confirmado por el escritor Charles Downey, los cables periodísticos de la United Press y los informes de la Administración Federal de Aviación de Estados Unidos.
Larry Walters, camionero de Los Angeles, tomó un buen día la decisión de cumplir sus sueños de infancia: ser aviador. Larry había intentado ser piloto militar, pero sus problemas de vista ocasionaron que la Fuerza Aérea norteamericana lo rechazara por
incapacidad física.
En 1982, compró 45 globos sonda meteorológicos de 10 metros cúbicos de capacidad y 1,22 metros de diámetro cada uno en una tienda de la Marina. Compró además varios tubos de gas helio, y se preparó para su gran hazaña.
Tomó su confortable reposera de jardín construida de aluminio y la ancló mediante una cuerda a la defensa de su camioneta todo terreno. Ató los globos al armazón de la silla de jardín y los llenó con 450 m3 de helio. Luego, contento con la aventura
que estaba a punto de emprender, bautizó a su reposera voladora con el soñador nombre de "Inspiración I" y se proveyó de los avíos que consideró necesarios, a saber: una radio de 27 megaciclos, múltiples latas de cerveza, algunos emparedados y un rifle
de aire comprimido. Su plan era sobrevolar el valle a unos cómodos 9 metros de altura. Cuando se cansara de viajar, rompería algunos globos con su arma para descender lentamente hasta la seguridad del suelo.
Tomadas todas sus inteligentes previsiones, Larry Walters se subió a la reposera, se ató a ella con unas correas y soltó la cuerda que lo unía al todo terreno.
Larry Walters según Ziebarth
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Las cosas no salieron como Walters había previsto. Recordemos que no había sido admitido en la Fuerza Aérea, por lo que abtrusos asuntos como la fuerza ascensional, la flotabilidad de los globos y el empuje aerostático estaban totalmente fuera de su capacidad
de comprensión.
En lugar de flotar grácilmente a 9 metros de altura, el conjunto de globos imprimió a la silla y a Walters una flotabilidad monstruosa. La reposera saltó hacia arriba como si hubiera sido disparada con un cañón, mientras el desesperado Larry
Walters se aferraba a sus correas. Sólo se estabilizó y detuvo su ascenso a los 4.800 metros de altura.
En este preciso momento, Larry se percató de que todo el asunto había sido una mala, espantosamente mala idea. La previsión de reventar los globos a balinazos no era ya posible: se encontraba suspendido a casi 5.000 metros de altura en una posición de
equilibrio sumamente inestable, y no podía arriesgarse a disparar a su formación de globos por miedo a alterar ese equilibrio y precipitarse a tierra. Recordemos que el aspirante a aeronauta se hallaba atado con cinturones a una reposera de playa.
Para colmo de males, Larry no se hallaba estacionario sobre un lugar cualquiera, sino en medio del corredor de aproximación primaria a las tres pistas principales del Aeropuerto Internacional de Los Angeles.
A esa altitud, los vientos fríos del Océano Pacífico lo congelaban a él, a sus sandwiches y a sus cervezas Miller Lite. En ese momento, los aviones de línea comenzaron a pasar junto a él, precisamente en la misma cota. Dos comandantes, uno de TransWorld
Airlines y otro de Delta, transmitieron al despachador de la Torre de Control sus preocupaciones acerca de estarse volviendo locos. Podemos imaginar el diálogo:
Torre LAX, Torre LAX, este es TWA 225. No va usted a creerme, pero le aseguro que es cierto.
TWA 225, proceda con su informe.
Aproximo a cabecera de Pista 1 en ruta primaria, rumbo 220, velocidad 400 nudos, altitud 16.000. Junto a mi ala de babor veo a un hombre armado, amarrado a una reposera marca "Sears" , suspendido de varias decenas de globos meteorológicos. Rumbo:
estacionario, velocidad cero, altitud, 16.000 pies. Está en medio de la ruta primaria, y Delta 761 se dirige directo hacia él. ¿Torre? ¿Torre? ¿Me copia...?
Er... ¿Un hombre amarrado a una silla de jardín? ¿Comprada en "Sears"?
LAX, LAX, este es Delta 761. El hombre que dice TWA 225 se agita en su reposera. Solicito instrucciones.
TWA 225, Delta 761, esperen instrucciones. Instruc...ciones. ¿Una reposera?
El incrédulo despachador de la torre de control comenzó a escanear todas las frecuencias posibles para comunicarse con el extraño personaje volador, y lo mismo hicieron todos los comandantes de las aeronaves que aproximaban para aterrizar en LAX.
Finalmente, descubrieron a Walters en el canal 9 de la frecuencia de 27 MHz, la banda ciudadana de 11 metros de longitud de onda. Es el canal exclusivo para la Red Nacional de Emergencias.
Como es natural, se le ordenó enfáticamente que descendiera, a lo que Walters respondió explicando que no tenía medios para hacerlo.
Increíble foto de Larry volando
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Hay una escena clásica del humor victoriano en el fabuloso libro de Jerome K. Jerome "Tres hombres en un bote": dos pescadores observan azorados como una gran gabarra se dirige en derechura hacia ellos. Cuando los golpee, el pequeño bote de pesca se hundirá
en las aguas del Támesis. Es que el piloto de la embarcación mayor ha perdido los remos.
¡Apártese! ¡Apártese! le gritan los pescadores.
¡No puedo! responde el hombre.
No lo intenta... lo acusan, resentidos.
Cuando la Torre de LAX impetra a Walters para que descienda, el hombre explica su situación. No puede. Los pilotos y el despachador piensan, como los pescadores de Jerome, que ni siquiera lo intenta.
Como una visión fantasmagórica de una mente alcoholizada, todos los aviones que pretenden aterrizar en LAX reportan la sobrecogedora aparición de la "Inspiración I" en medio de sus rutas.
Han pasado catorce horas del inusual "despegue", y Larry Walters está ahora en un estado próximo a la hipotermia. Le cuesta pensar con claridad, pero aún conserva la lucidez suficiente como para no atreverse a disparar contra los globos que lo sustentan.
De pronto, dos reactores Douglas F4-D Phantom II de la Guardia Nacional aparecen como por arte de magia frente a Larry Walters y lo conminan a descender por las buenas... o por las malas.
"Amable solicitud de descender": F4 Phantom II
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Lo que ha sucedido es que el despachador de la torre ha denunciado el increíble caso a la Junta de Accidentes Aéreos de la Fuerza Aérea y a la Administración Federal de Aviación. Los funcionarios aéreos, conscientes del peligro que representa la presencia
de un hombre en una reposera en medio de las rutas comerciales del aeropuerto de Los Angeles, uno de los más transitados del mundo, han puesto el asunto en manos del 114° Grupo de Combate Aéreo de la Guardia Nacional. Los pilotos de Phantom han despegado
hace pocos minutos de su base en Fresno e increpan a Walters por la banda de 11 metros, exigiéndole que despeje el área.
El hombre se niega, aterrorizado por la muy concreta posibilidad de precipitarse a tierra aferrado a su reposera.
Con la poca paciencia que los caracteriza, los pilotos militares le informan que han recibido órdenes de derribarlo en caso de renuencia, por lo que es mejor que coopere. Si no consigue bajar, ellos lo ayudarán con los cuatro cañones automáticos de 20
mm que lleva cada Phantom II en las alas.
Ante la irrefutable lógica de los aviadores, que ahora orbitan a su alrededor como halcones ante un gorrión particularmente gordo y sustancioso, Larry decide obedecer. Convengamos en que no le quedaban demasiadas opciones.
Honrando la amable invitación de los dos Phantom, Larry consiguió reunir el valor suficiente como para apuntar con cuidado a sus globos y comenzar a reventarlos.
El descenso no fue, tampoco, tan suave como el aeronauta había planeado. Se precipitó a tierra atado a su reposera, y sus globos se engancharon en una línea de alta tensión, cortando los cables. El apagón subsiguiente dejó a Long Beach entera sin luz durante
20 minutos.
El improvisado aeronauta en el momento del despegue. Obsérvense la "alta tecnología" y aviónica del aparato
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Cuando Walters consiguió desengancharse de la silla playera y bajar a tierra por una de las torres eléctricas, encontró a un ansioso destacamento del Departamento de Policía de Los Angeles esperándolo con los brazos (y las esposas) abiertos. Mientras se
lo llevaban amarrado, un periodista destacado para cubrir el extraño rescate se acercó a Larry, le puso un micrófono bajo la nariz y preguntó claro y directo: "¿Por qué lo hizo?". Walters, ya recuperado del susto, respondió tranquilamente: "¿Qué quieren?
¿Qué me pase toda la vida sentado en mi casa?". Evidentemente, había preferido pasarse catorce horas a casi cinco mil metros de altura, en medio de una ruta comercial, muerto de frío, con ocho cañones apuntándole.
La Administración de Aviación no estaba contenta con Walters. Como cualquiera puede imaginar, presentó cargos contra él y solicitó su procesamiento, condena y prisión.
Walters salió del asunto con una multa de 1.500 dólares norteamericanos y una reputación de imbecilidad que lo persiguió el resto de su vida. No obstante ello, batió con su descerebrada hazaña el récord mundial de altitud para formaciones de globos de
helio.
Luego de la aventura, debió abandonar su trabajo en la empresa de camiones (¿pondría usted un camión en manos de un hombre como este?) y se dedicó durante cierto tiempo a dar conferencias acerca de la vocación y las iniciativas. En realidad, nunca compensó
con el dinero que ganó con estas conferencias la pérdida de su empleo ni la multa de la FAA.
Once años después de su único vuelo, solo, pobre y desesperado, Larry Walters comprendió por fin que su vida era un desastre y él un pobre fracasado. Nunca se había casado; nadie se había enamorado de él; no tenía hijos; no conocía la felicidad; ni siquiera
había conseguido cumplir su sueño de ser piloto.
Globos, cuerdas, reposera y Premio Darwin
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El 6 de octubre de 1993 se internó en un bosque con su escopeta. Apoyó la culata en el suelo y la boca del cañón en su pecho y se mató de un tiro. Tenía sólo 44 años.
Con la muerte de Walters (esperable, dada su mentalidad), la Mención Honorífica de 1982 se convirtió en un Premio Darwin de 1993. La autoeliminación de "Reposera Larry" (como se lo conoció desde el incidente) libró a nuestro pool genético de estos peligrosos
fragmentos de ADN.
CASOS 4 Y 5: MÁS DE PARACAÍDAS. ESTA VEZ: TERRORISTAS Y SECUESTRADORES
Estas dos historias ganaron en conjunto el Premio Darwin 2000, y, como decía Ionnesco, si no fueran tan trágicas serían graciosas.
El 24 de noviembre de 1971, un hombre que se identificó como Dan Cooper abordó un avión de Northwest Orient Airlines en Portland. En medio del vuelo, el hombre expuso sus exigencias: quería doscientos mil dólares norteamericanos y cuatro paracaídas, so
pena de hacer explotar la aeronave. Se le explicó que, por muy buenas razones, los aviones comerciales no llevan paracaídas. Cooper insistió. Se le ofreció aterrizar en Seattle, Washington, para conseguir la plata y los paracaídas, siempre y cuando él
dejase desembarcar a los demás pasajeros. El terrorista accedió.
Una vez más en el aire, el hombre pidió explicaciones acerca de cómo abrir la puerta de popa, y luego exigió a la azafata que saliera de la cabina de pasajeros. Cuando el avión aterrizó en Reno, la escotilla estaba abierta y tanto Cooper como el dinero
habían desaparecido.
La iniciativa del terrorista fue del todo equivocada. Sus genes imbéciles ya habían decidido autoeliminarse del patrimonio de la especie en el instante mismo en que Cooper tuvo la idea de secuestrar el avión y saltar después en paracaídas.
Nunca más se supo del aspirante a bin Laden, pero no crea el lector que pudo haber salido con bien del asunto.
Fuera del avión rugía una tormenta tremebunda: la temperatura exterior era de 51°C bajo cero, Cooper había saltado provisto solo de su ropa de calle y el avión sobrevolaba en ese momento un bosque helado en medio de la noche.
La investigación oficial del FBI dictaminó que D.B. Cooper tuvo que haberse congelado mientras flotaba en medio de la tormenta colgado de su paracaídas y vestido con su traje liviano. Si no fue así, cayó en el bosque o en el río Columbia, de modo que murió
de hambre y frío o se ahogó. Algún día se encontrará su cadáver.
¿Todas las provisiones que previsoramente llevaba? Una bolsita de maní, gentileza de Northwest Orient Airlines.
¡Marche un Premio Darwin instantáneo para uno!
Davao, Filipinas. Un tipo llamado Augusto sube a un avión de Philippine Air con destino a Manila. A medio vuelo, se coloca una máscara de ski y un par de lentes de natación, saca un arma y una granada y anuncia que ha secuestrado el avión.
Acto seguido, exige que el aparato dé media vuelta y regrese a Davao. Los pilotos tratan de razonar con él, le muestran los indicadores de combustible y le juran que no disponen del suficiente como para volver. Su única alternativa es seguir adelante y
aterrizar en Manila. El terrorista acepta. El tal Augusto roba a los pasajeros un total de 25.000 dólares y, sin evidenciar miedo, ordena al piloto que baje a 6.500 pies (unos 2.000 metros) y que se estabilice allí.
Con el cañón del arma de un demente apoyada en su cráneo, el comandante obedece.
Para alegría de la tripulación, Augusto saca una bolsa que parece una mochila. Le preguntan de qué se trata, y responde gozoso que se ha construido su propio paracaídas. Obliga a una de las azafatas a abrir la compuerta y despresurizar la cabina de pasajeros.
Se coloca su "paracaídas" a la espalda y trata de saltar. Sin embargo, el viento de crucero es tan fuerte que el frustrado paracaidista es impulsado de nuevo dentro del avión. Como no puede salir, el desesperado secuestrador tira de la anilla de seguridad
de su granada pero, justo antes de que pueda arrojar el arma dentro de la cabina, una de las azafatas, deseosa de ayudarlo, le da una soberana patada en salva sea la parte y lo envía, aullando, hacia la oscuridad que lo espera más allá.
Augusto cae con el paracaídas cerrado y una granada a punto de explotar en la mano... ¿Se abriría el "paracaídas casero"?
Recuerde que Augusto ganó un Darwin, por lo que la pregunta deviene improcedente.
Imagen de una caricatura del genial Charles M. (Chuck) Jones: el coyote cae, con el paracaídas plegado y granada en mano, directamente hacia la roca del suelo. Al impactar, hace un pozo de 90 centímetros de profundidad. Luego del aterrizaje, por supuesto,
el paracaídas hace "plop" y se despliega, y cae flotando sobre él para ocultar misericordiosamente a los ojos de los niños lo que sucederá a continuación...
Un segundo más tarde, la granada hace lo suyo, y esta vez no es un "plop" sino un "KA-BOOOOOOM".
Ambos Premios Darwin fueron verificados por periodistas de la Associated Press, la agencia Reuters y el The Australia Age.
CASO 6: LA TRITURADORA
Todos sabemos que las máquinas industriales son peligrosas y que, al trabajar con cualquiera de ellas, es necesario seguir al pie de la letra las normas y reglas de seguridad previstas para el caso.
Usted y yo lo haríamos. Es por eso que casi con seguridad nunca ganaremos un Premio Darwin.
Pero Michael, dueño de los Aserraderos Carrier de Bangor, Maine (la ciudad donde vive el escritor Stephen King) es el orgulloso poseedor de un premio Darwin, por lo que no se le pasó por la mente algo tan simple y para tontos como respetar las normas de
operación.
Michael tenía una máquina trituradora de troncos en su empresa, cuyo objeto era desmenuzar troncos de abedul o arce de hasta 60 centímetros de diámetro para reducirlos a astillas de 2 cm.
La máquina, conocida cariñosamente por el personal como "La Chancha" a causa de la arrobadora elegancia de su diseño, había estado sufriendo problemas técnicos. En pocas palabras, La Chancha se trababa con la propia madera que ingería en grandes cantidades.
El 1° de marzo de 2000, La Chancha se trabó una vez más. Y Michael decidió destrabarla.
En su primera colección de cuentos, "El umbral de la noche", Stephen King incluye uno titulado, precisamente, La trituradora. Relata la historia de una máquina planchadora y plegadora industrial, de esas que pliegan miles de sábanas con vapor de alta temperatura,
que está poseída por un demonio y tiene la desagradable costumbre de tragarse a las operarias de la lavandería. Como corresponde, una vez atrapadas, consciente de su deber, las plancha, las alisa... y las pliega.
A la Chancha de Michael no le fue preciso esperar a que un diablo se apoderara de ella. Le alcanzó con la estupidez de su propietario.
Al fallar la máquina, Michael hizo algo que, si no estuviese probado por los recortes periodísticos del Kennebeck Journal y de la agencia noticiosa Blethen Maine Newpapers, nadie en su sano juicio podría creer: se subió a la cinta transportadora que llevaba
los troncos hasta la tolva de la trituradora. "Bueno", podrá decir el conmiserativo lector, "No hay problema. Con la máquina apagada...".
Permítaseme interrumpir: los ganadores de Premios Darwin JAMÁs apagan las máquinas. ¿Para qué? Eso es para cobardes, pusilánimes y maricones.
No, señor. Michael caminó haciendo equilibrio por la cinta transportadora con la máquina funcionando. Fue hasta la tolva con un rastrillo e intentó desatascar la corteza trabada en el conducto. Cuando los rodillos dentados se destrabaron de pronto y le
agarraron el rastrillo, nuestro Premio Darwin 2000 perdió el equilibrio y se cayó de cabeza dentro del embudo.
"Generalmente, nuestra experiencia demuestra que los accidentes fatales que involucran a trituradoras de madera", dice William Freeman, director de la Administración de Salud y Seguridad Industrial en el Trabajo de Bangor, "dependen de dos causas principales:
un cuidado inadecuado del equipo, o una falla en los sistemas de apagado y bloqueo de emergencia".
Tal cual.
Michael pasó a través de La Chancha como las lavanderas de King pasaban a través de La Trituradora. Y así como a estas la planchadora/plegadora las planchaba y las plegaba, La Chancha hizo con Michael lo que se suponía debía hacer: redujo su corpulento
organismo a... astillas de 2 cm de largo.
Las susodichas astillas fueron puestas en una pequeña bolsa y trasladadas a la oficina del forense en Portland a fin de ser identificadas por medio del análisis de ADN.
El Jefe de la Policía local Butch Asselin, encargado de recolectar lo que quedaba de Michael, declaró al día siguiente: "Espero no tener que volver a ver algo como esto nunca, nunca jamás en mi vida. Le aseguro que anoche tuve problemas para dormir".
No lo dudamos. Es lo que sucede cuando alguien mira a un titular del Premio Darwin apenas lograda su hazaña.
En futuros Zappings, sospechamos, tendremos otros ganadores aún más tontos.
MÁS DATOS:
The Darwin Awards
(Traducido, adaptado y ampliado por Marcelo Dos Santos de The Darwin Awards y de otros sitios de Internet. Fotos: Associated Press. Dibujos: Jay Ziebarth - http://www.darwinawards.com/art/zeebarf/)