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SUMARIO DE ZAPPING

ZAPPING 0317, 04-oct-2010
Accidentes cósmicos: Diez golpes de suerte para la humanidad
Aportado por Silvia Angiola, en base a un artículo de New Scientist

Aquí estamos, pequeños seres en un pequeño planeta orbitando una estrella insignificante en una galaxia bastante común en una zona indistinguible de un universo inimaginablemente vasto.

Sin embargo, hay algo en nuestra existencia que se siente, bueno, especial. Desde el alboroto de principios del Cosmos a los dolores de crecimiento de nuestro planeta y los audaces saltos evolutivos de la vida, no hay ninguna cosa en la forma en la que hemos llegado hasta aquí que parezca obvia, o siquiera probable.

Tal vez en otros rincones del Cosmos otros seres sentientes están reflexionando acerca de la inverosimilitud de sus orígenes. Quizás esa misma inverosimilitud significa que estamos solos con nuestras preguntas. En cualquier caso, síganos mientras recorremos diez puntos de inflexión en nuestra historia, los accidentes cósmicos que condujeron hasta nosotros.

13.750 millones de años atrás: Cómo evitamos el vacío

No existiríamos si nuestro vecindario cósmico hubiera sido sólo un poquito menos denso que el promedio durante los tumultuosos momentos que siguieron al Big Bang.

Todo comenzó con una explosión. Qué coincidencias cósmicas precedieron al nacimiento de nuestro Universo es algo que está en el terreno de la especulación. Baste decir que hace unos 13.750 millones de años -yoctosegundo más o menos- el Cosmos decidió qué quería ser cuando fuera grande.

"Mucho más grande", si le creemos al modelo más popular de los orígenes del Universo. Según la teoría de la inflación, el Universo recién nacido fue bañado con algo llamado "campo de inflación" que lo llevó a una expansión exponencial por un período de 10-32 segundos, estirándolo de forma plana y uniforme durante el proceso.

Este modelo conviene a otras características de nuestro Universo difíciles de explicar de otra manera, pero el verdadero punto de interés es que el campo de inflación, aunque esencialmente uniforme, no fue idéntico en cada parte del espacio. Las fluctuaciones cuánticas al azar lo hicieron ligeramente más denso aquí y un poco menos denso allá. Es una suerte para nosotros que fuera así, y que "aquí" y "allá" se dispusieran de esa manera. Si "aquí" hubiera sido un poco menos denso que el promedio, no existiríamos. En cien millones de años luz a la redonda sólo habría un vacío oscuro y sin vida.

Este cuanto microscópico de ruido, amplificado por la gravedad, con el tiempo se convirtió en una gran aglomeración de galaxias y cúmulos de galaxias, conocida como el Supercúmulo de Virgo. Entre sus muchos grupos hay un manojo disperso e indistinguible que llamamos el grupo local. Dentro de este está la Vía láctea, nuestro hogar.

Mirando al Cosmos, los astrónomos pueden ver el patrón moteado de la radiación de fondo de microondas, una instantánea del proceso de crecimiento y consolidación cuando se formaron los primeros átomos estables, unos 380000 años después del Big Bang. Las variaciones en el patrón parecen ser completamente al azar, y la mayoría de los físicos considera que las fluctuaciones cuánticas que lo crearon no tienen causa alguna. De todos los accidentes felices, este podría ser el más accidental.

13.750 millones de años atrás: Inclinando la balanza de la antimateria

¿Por qué el Cosmos no es un mar de radiación blanda? El triunfo de la materia sugiere que las leyes de la física están sesgadas.

Aún enormemente denso y caliente, el Universo post-inflacionario fue una mezcla de partículas -electrones, positrones, quarks, antiquarks y similares- zumbando alrededor sin ningún propósito en particular. Las uniones estables entre partículas para crear estrellas, planetas y vida estaban todavía muy lejos. Un obstáculo era el casi idéntico número de partículas de materia y de antimateria. Para que nosotros estuviéramos aquí, una de las dos tenía que ceder.

No se puede hacer un planeta o una persona con luz. Uno necesita materia, partículas pesadas y estables como protones y neutrones. Y sin embargo, parece que la existencia de la materia es un accidente extraordinario. Las teorías estándar dicen que se crearon iguales cantidades de materia y de antimateria después del Big Bang. Dado que al contactarse se aniquilan entre sí, generando pares de fotones de alta energía, todo lo que debería haber hoy en el Cosmos es un mar de radiación inquieta y blanda.

No es éste el caso. Algo parece haber favorecido la creación de materia en un momento crucial dentro de los primeros instantes posteriores al Big Bang.

Un exceso de una sola partícula de materia por cada mil millones podría haber sido suficiente como para dar lugar al conveniente resto de materia de hoy en día. Pero ¿cómo pudo surgir este desequilibrio? Aunque existe un sesgo a favor de la materia en algunas reacciones entre partículas, es demasiado leve aun para crear esta pequeña ventaja. Así que los físicos suponen que un sesgo más fuerte, consecuencia de procesos desconocidos que están más allá del modelo estándar de la física de las partículas, debió intervenir en el tipo de altas energías que prevalecían en los comienzos del Universo.

La sospecha que va en aumento es que esta superfísica puede variar, cambiando a través de una multitud de universos. Si es así, nuestro pequeño universo observable tuvo la suerte de acopiar materia, mientras que otros universos serán baldíos de radiación.

La materia no es la única víctima potencial de esa física cambiante. La misma podría conducir a algunos universos ultradensos que colapsan dentro de agujeros negros, y otros atados con energía oscura que rápidamente desgarraría todas las estructuras. Dentro de este cuadro, la aparición de un universo que eventualmente se volviera hospitalario para los seres humanos es un acontecimiento verdaderamente raro.

4.600 millones de años atrás: Encendiendo nuestra estrella

Hidrógeno, helio, polvo interestelar... los ingredientes de un sistema solar. Mézclelos y préndales fuego.

La materia prevaleció y no miró atrás. Cuando se enfrió el Universo rápidamente se formaron átomos y moléculas estables. En cien millones de años aparecieron las primeras estrellas, gigantes de hidrógeno y helio. Vivieron rápido y murieron jóvenes en grandes explosiones que sembraron el Cosmos con elementos más pesados, los ingredientes de las estrellas y galaxias posteriores. Entre éstas estaba la Vía Láctea. Nada interesante pasó en una de sus esquinas hasta unos 9.000 millones de años después del Big Bang.

¿Qué se necesita para formar un sistema solar? Hidrógeno, helio y una pizca del polvo que llena los espacios entre las estrellas. Todos estos elementos abundaban en nuestro rincón del Cosmos más de 4.600 millones de años atrás. Pero hacía falta algo más: una chispa que prendiera fuego a esa nube de gas inerte.

Hay pistas preservadas en los meteoritos sobre la naturaleza de esa chispa. A diferencia de las a menudo derretidas y mezcladas rocas nativas de nuestro planeta, los meteoritos han permanecido virtualmente sin cambios desde que se condensaron cuando el sistema solar se estaba formando, preservando la química de aquellos primeros milenios.

Un meteorito en particular, descubierto en 2003 en Bishunpur, India, contenía grandes cantidades de hierro-60, un isótopo radiactivo que se desintegra en unos pocos millones de años hasta convertirse en níquel-60. Como el hierro-60 tiene una vida tan corta, el gas interestelar generalmente sólo alberga trazas de este elemento. Las grandes cantidades halladas en el meteorito de Bishunpur implican que nuestro sistema solar se formó a partir de una mezcla mucho más rica.

Lo más probable es que esta mezcla fuera aderezada por una supernova vecina. Estas explosiones masivas estelares son uno de los pocos procesos cósmicos conocidos que crean grandes cantidades de isótopos radiactivos pesados como el hierro-60. Las ondas de choque de una de estas supernovas pueden haber desencadenado la formación del Sol y de los planetas mediante la compresión del gas primordial.

O la concepción de nuestro sistema solar podría haber sido un asunto más suave. Según los nuevos cálculos, una estrella roja gigante de suficiente tamaño puede rivalizar con una supernova en la producción de hierro-60 y producir otros elementos radiactivos en las proporciones adecuadas como para adaptarse a los registros de los meteoritos. Estos elementos se pueden haber forjado en la capa más profunda de la estrella, pueden haber sido transportados a la superficie por convección, y haber sido eyectados como parte de un poderoso viento estelar capaz de despertar a cualquier nube de gas cercana.

Se haya originado a partir de una explosión o de una eyección, el Sol es la estrella más evidente a la que tenemos que agradecer nuestra existencia.

4.500 millones de años atrás: Marte ataca

Una colisión interplanetaria colosal no suena como algo bueno, pero sin ella las cosas podrían haber resultado muy diferentes.

Cuando el Sol tenía cien millones de años, el polvo que había sobrado de su formación se coaguló en los cuerpos orbitantes del sistema solar naciente. Hay pequeños conglomerados rocosos cerca del Sol y cuerpos más grandes, congelados, en los fríos recesos exteriores. Hasta ahora, sin embargo, poco permite distinguir a la tercera roca a partir del Sol de cualquier otra.

El Sistema Solar en el que se encontraba la bebé Tierra era un entorno inestable, lleno de conglomerados rocosos que daban vueltas en órbitas irregulares. Hace unos 4.500 millones de años, uno de ellos, un cuerpo del tamaño de Marte, golpeó a nuestro planeta. El resultado fue una reorganización completa. Algo del material impactante quedó atrapado, mientras que el resto permaneció en órbita junto con pedazos de la Tierra excavados por la colisión, formando la Luna.

No suena como un acontecimiento particularmente propicio. Pero por suerte dio como resultado un satélite que es anormalmente grande en comparación con el planeta madre. No hay nada que se le parezca en el sistema solar, donde los satélites son cuerpos relativamente pequeños que o bien se formaron lentamente a partir del agregado de escombros o fueron capturados al pasar. En otros lugares se producen historias similares. Las colisiones gigantes de otros sistemas solares producen abundante polvo visible con el Telescopio Espacial Spitzer, pero aunque se han encontrado algunos sistemas originados de ese polvo, las colisiones lo suficientemente grandes como para originar algo como la Luna parecen ocurrir sólo en el 5 a 10% de los sistemas solares, y el número de casos en los que esto ha sucedido realmente es mucho menor.

¿Qué importancia tiene esto? El tamaño de la Luna provee una mano gravitacional firme que ayuda a estabilizar la inclinación u "oblicuidad" del eje de la Tierra. Eso impide que los cambios en el patrón de calentamiento solar en la superficie del planeta generen cambios climáticos extremos, incluyendo períodos de congelamiento del planeta entero. Es una gran cosa para nosotros. "Las condiciones podrían ser malas para la vida compleja en la Tierra si no hubiera Luna y si la oblicuidad del eje variara significativamente", dice David Spiegel, un científico planetario de la Universidad de Princeton.

Según Spiegel, la Tierra podría haber albergado vida sin su enorme Luna: incluso debajo de una superficie congelada, el agua podría haber ofrecido un hábitat digno para las criaturas marinas. Pero es poco probable que nosotros anduviéramos por ahí para poder apreciarlo.

3.900 millones de años atrás: La vida explota en la Tierra

Los últimos bombardeos intensos del Sistema Solar que cayeron sobre nuestro planeta también podrían haber traído agua, creando nurseries para la vida.

Las tribulaciones de la Tierra adolescente no terminaron con el impacto que creó la Luna. Un problema se estaba gestando más lejos, entre los gigantes del Sistema solar. Aquellos truenos finalmente precipitaron una calamidad que una vez más ofreció una oportunidad para la vida.

El aspecto escarpado del "Hombre de la Luna" nos resulta familiar a partir de las historias de la infancia. En forma más prosaica, se trata de cráteres que marcan la superficie de nuestro satélite.

Las muestras de roca traídas por los astronautas del Apolo revelan un dato curioso: los cráteres más grandes parecen haberse producido todos en la misma época, hace 3.900 millones de años. Es una evidencia concreta de un período violento en la historia del Sistema Solar que se conoce como "bombardeo intenso tardío". Es poco probable que la Luna haya sido el único blanco. Al ser más grande, la Tierra debe haber sido golpeada más intensamente, a pesar de que su geología más activa haya borrado la mayor parte de las huellas.

La causa de este súbito juego de bagatelas planetarias no está del todo clara. En 2005 surgió la teoría de que fue provocado por una lucha entre los cuatro gigantes del Sistema Solar, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Ligeros desplazamientos en las órbitas de Saturno y Júpiter condujeron a que el período orbital de Saturno se volviera exactamente el doble del de Júpiter. La resonancia gravitacional sacudió las órbitas de los cuatro gigantes y envió a los asteroides y cometas cercanos a bombardear el interior del Sistema solar.

¿Por suerte para nosotros? Dado que la Tierra se formó cerca del Sol, debió ser un planeta demasiado caliente como para que el agua se condensara y se incorporara a ella. Los cometas y asteroides se habían originado más lejos, donde el agua congelada era abundante. Es posible, entonces, que el bombardeo haya traído las primeras aguas a la Tierra.

El bombardeo intenso tardío puede haber tenido también un impacto más directo sobre los orígenes de la vida. Inicialmente creó condiciones extremadamente difíciles en la Tierra. "Imagine piscinas de roca fundida en la superficie del tamaño del continente africano", dice Stephen Mojzsis, un geólogo de la Universidad de Colorado en Boulder. "Pero una vez que se enfriaron, estos cráteres deben haber sido sitios ideales para el comienzo de la vida", explica Charles Cockell de la Universidad Abierta de Milton Keynes, Reino Unido, "con el calor residual conduciendo las reacciones químicas en el agua caliente que circulaba a través de las rocas".

Alternativamente, si la vida ya había comenzado, el evento pudo haber alterado el curso de la evolución, eliminando a todos los microbios excepto a los más resistentes al calor, señala Mojzsis. "Esta es la historia de la vida, extinción en masa que conduce a nuevos estilos de vida". Es una historia a la que le faltaban todavía algunos capítulos para funcionar.

2.000 millones de años atrás: Un gran salto para una sola célula

Un extraño evento creó al antecesor de toda la vida multicelular en la Tierra. Sin su poco convencional génesis, es posible que nunca hubiéramos sido más que una bacteria.

La vida es lo que hacemos de ella. Los primeros organismos en la Tierra recién abastecida de agua no podían hacer gran cosa. Por mil millones de años o más las entidades unicelulares simplemente se transformaron, se multiplicaron y colonizaron los océanos. La fotosíntesis fue una innovación: hace unos 2.500 millones de años, las bacterias marinas suministraron a la atmósfera de la Tierra su primera bocanada de oxígeno. Pero cuando llegó el siguiente punto de inflexión, lo hizo en una dirección inesperada.

La vida en la Tierra se encuentra a ambos lados de un abismo. Por un lado los procariontes -bacterias y arqueas- cuyas únicas células no son más que pequeñas bolsas de productos químicos. Por otro lado, los eucariontes, cuyas complejas células tienen membranas internas, esqueletos y sistemas de transporte.

La bacteria más grande del mundo tiene menos de 1 milímetro de largo, pero una sola célula eucarionte se puede extender más de un metro. Y mientras que las bacterias no forman nada más complejo que cadenas de células idénticas, las células eucariontes cooperan para formar de todo, desde cerebros hasta huesos o madera.

La innumerables células únicas que vivían en cada uno de los ambientes de la Tierra han tenido más de 3.000 millones de años para evolucionar a la complejidad. Podría haber sucedido en varias ocasiones y sin embargo, parece haber ocurrido una sola vez, hace unos 2.000 millones de años. Toda la vida compleja desciende de un único antepasado común.

¿Por qué? Porque, dice Nick Lane del Colegio Universitario de Londres, la selección natural normalmente favorece una rápida replicación, manteniendo a las células simples. Entonces ocurrió un evento extraordinario: una arquea envolvió a una bacteria y las dos células establecieron una relación simbiótica. Esto transformó la dinámica de la evolución, dando lugar a un período de cambios rápidos que produjo innovaciones tales como el sexo. La bacteria incorporada evolucionó a mitocondria, la generadora de energía de las células complejas.

Estas "endosimbiosis" ahora son comunes en las células complejas. Los cloroplastos que llevan a cabo la fotosíntesis en las células de las plantas, por ejemplo, eran originalmente bacterias fotosintetizadoras. Pero sólo conocemos un par de ejemplos más de una célula simple que dé alojamiento a otra. Así que parece que no había nada que no se pudiera evitar en el ascenso de los sofisticados organismos a partir de los cuales evolucionamos. "La conclusión inevitable es que el Universo debería estar lleno de bacterias, pero que las formas de vida más complejas son raras", dice Lane.

635 millones de años atrás: La edad del líquen heroico

La vida temprana en la Tierra tuvo que armar una montaña rusa de oxígeno, hasta que la humilde simbiosis de algas y hongos puso fin a las alzas y bajas.

El mundo de las primeras células complejas era muy diferente al de hoy. Los primeros esfuerzos de las bacterias fotosintetizadoras habían levantado el nivel de oxígeno en la atmósfera a un 2%,, apenas una décima parte de los niveles actuales. El aire sofocante y los océanos estancados eran los leitmotifs del siguiente período de la historia de nuestro planeta, una estasis ambiental conocida como "los aburridos mil millones". Una extraordinaria coincidencia de la biología y la geología sacó a la Tierra de su modorra.

Para llegar a donde están hoy en día los eucariontes necesitaban la oxigenación química de sus músculos. Esto activó el proceso de la respiración aeróbica que nos mantiene en marcha, no sólo a nosotros, sino también a las plantas y a los animales.

Hace unos 800 millones de años las cosas empezaron a buscar oxígeno. Los fenómenos de rifting y volcanismo asociados con la fractura del supercontinente Rodinia aumentaron la erosión y llenaron los océanos de nutrientes, causando una especie de boom de las cianobacterias fotosintetizadoras.

¿Final feliz, con oxígeno abundante para todos? No en primera instancia: el incremento de la fotosíntesis absorbió el dióxido de carbono, y cuando las colonias murieron y se hundieron en el fondo del océano, este importante gas con efecto invernadero se escapó fuera de la atmósfera. Hace 720 millones de años el planeta se había sumido en una glaciación que llegó hasta el ecuador: una Tierra "en bola de nieve".

Como tantas otras veces la catástrofe pareció ser una oportunidad para la vida. "Los niveles de dióxido de carbono en disminución impulsaron la innovación biológica", dice el geoquímico Graham Shields del Colegio Universitario de Londres. En este caso hicieron que nuevos tipos de células complejas dejaran el ghetto marino y colonizaran la tierra.

Enfrentadas a un planeta cubierto de hielo estas formas pioneras de vida terrestre -algas verdes y líquenes- incialmente hicieron poco. Pero los niveles de dióxido de carbono se recobraron gradualmente y, unos 635 millones de años atrás, los glaciares se retiraron hacia los polos, revelando una tierra preparada para ser verde como nunca antes.

Los líquenes, simbiosis de algas y hongos, tienen raíces conocidas como hifas que los anclan a las rocas. Ellas crearon nuevas rutas para la erosión física y química y los océanos se llenaron de nutrientes una vez más.

En esta ocasión, sin embargo, el resultado no sólo fue alzas y bajas. El líquen seguía erosionando las rocas y un flujo constante de nutrientes mantuvo a las bacterias fotosintetizadoras en permanente alza. Poco a poco, los niveles de oxígeno alcanzaron la altura actual.

Poco tiempo después, hace 580 millones de años, el primero de nuestros antepasados animales olfateó su camino al registro fósil, seguido por las plantas de hoja, ambos afortunados beneficiarios de estos improbables héroes biológicos.

65 millones de años atrás: Asteroide asesino revestido de plata

Una roca de 10 kilómetros de extensión acabó con los dinosaurios pero abrió la ventana de la oportunidad para unos animalitos poco impresionantes, llamados mamíferos.

El aumento de la concentración de oxígeno en la atmósfera fue seguido por un frenesí de innovación evolutiva, durante el cual surgieron la mayoría de los grupos de animales que conocemos hoy. Por 350 millones de años los yacimientos de carbón establecidos en el período carbonífero hablan de un mundo cubierto también de exuberante verdor. Rápidamente, esta Tierra verde se convirtió en el hogar de unos animales de un tamaño que nunca antes se había visto: los dinosaurios. La Edad de los Reptiles duró 160 millones de años. Hizo falta una intervención extraterrestre para despejar el camino hacia un nuevo orden mundial.

Nada parecido al bombardeo intenso tardío ha afectado a la Tierra en los tiempos geológicos recientes, pero cada 100 millones de años, más o menos, algo grande golpea al planeta. Si ocurriera ahora, nos aniquilaría. Y sin embargo, curiosamente, es probable que le debamos nuestra existencia al último de estos impactos.

Hace alrededor de 65,5 millones de años un asteroide de unos 10 kilómetros de extensión impactó en la península de Yucatán, en el México actual. La liberación de carbono y gases ricos en azufre de las capas de la roca estrellada precipitó una catástrofe global durante la cual se desencadenaron incendios, el cielo se oscureció, la Tierra se enfrió y cayó una lluvia ácida. A los pocos meses los dinosaurios estaban muertos. También lo estaban casi todos los otros reptiles de mar y de aire, junto con los ammonites y la mayoría de las aves y plantas de la tierra.

Para los mamíferos la historia fue diferente. No es que les resultara fácil -aproximadamente la mitad de las especies se extinguieron- pero los que sobrevivieron eran pequeños, versátiles y se multiplicaban rápido, y pudieron aprovechar los abundantes detritos causados por el impacto. Eran capaces de cavar una madriguera o de esconderse para escapar de los incendios y de la lluvia ácida. Vivían en ecosistemas de agua dulce que se alimentan principalmente de materia orgánica muerta y por lo tanto eran más resistentes frente a la catástrofe que los océanos y la tierra seca.

Estos sobrevivientes llegaron a heredar la Tierra. A medida que la biosfera se recuperó los mamíferos llenaron los nichos que dejaron vacantes los dinosaurios y finalmente, los de los reptiles marinos también. El registro fósil sugiere que esto ocurrió en una explosión de creatividad evolutiva hace 65 a 55 millones de años. Algunos estudios de "relojes moleculares", que comparan los genomas de especies vivas relacionadas para reconstruir su árbol evolutivo, pintan un cuadro ligeramente distinto, sugiriendo que la evolución de los mamíferos no ocurrió hasta 10 millones de años después del impacto.

De cualquier manera, un linaje que hace su debut es el nuestro, el de los primates. Razón suficiente como para decir que si ese asteroide no hubiera estado allí entonces, nosotros no estaríamos aquí ahora.

6 millones de años atrás: Cerebro o músculo ¿cuál era mejor?

Cuando las cosas se pusieron difíciles en el África Oriental prehistórica, algunos de los parientes más cercanos de la humanidad apostaron por mandíbulas más grandes, en lugar de cerebros más grandes. Gran error.

Por unos 30 millones de años, los advenedizos primates habían llegado a dominar el dosel de la selva tropical, nuevamente exuberante. Para un grupo en particular, esta era sólo una zona de paso.

Hace más de 20 millones de años, África Oriental se jactaba de que sus selvas amazónicas eran hogares estables y llenos de abundancia para nuestros antepasados, que todavía colgaban de los árboles. Entonces la Tierra se movió, casi literalmente. Una pluma de magma comenzó a empujar desde abajo a lo que hoy es el norte de Etiopía.

Durante los siguientes 15 millones de años dos grandes macizos de montañas que corren de Norte a Sur, cada uno de aproximadamente dos kilómetros de altura, se levantaron en la meseta del África Oriental. En el centro estaba el Gran Valle del Rift, una depresión ubicada un kilómetro por encima del nivel del mar.

Las montañas del este desviaban los vientos cargados de humedad que venían del Océano Índico, y las del oeste detenían a los vientos similares que venían del Congo. Privado de lluvias, el valle gradualmente comenzó a cambiar de un frondoso bosque tropical a una sabana dispersa. Vivir en los árboles dejó de ser una estrategia de supervivencia viable para nuestros ancestros africanos.

El terreno montañoso recientemente formado también hospedó lagos efímeros de aguas profundas, que se formaban y desaparecían en unos cientos de años. Esta variabilidad en el entorno fue la fuente de una tremenda presión evolutiva. "Uno necesitaba tener una habilidad para migrar y moverse de una fuente de alimento a otra", dice Mark Maslin del Colegio Universitario de Londres. De una forma o de otra, esto condujo a un momento seminal en el desarrollo de los primates hace unos 6 millones de años: que una especie aprendiera a pararse y a caminar sobre sus pies.

El entorno rápidamente cambiante apuntaba a que la evolución de los primates no podía detenerse allí. "Uno tenía que pensar en una salida o comerse la salida", dice Maslin. Hace unos 2,5 millones de años, la evolución tomó dos caminos: uno hacia los cerebros más grandes, para pensar en mejores formas de adaptarse, el otro hacia las mandíbulas más grandes, para comer tubérculos duros y nueces. La primera estrategia tuvo mayor poder de permanencia. Los homínidos de grandes mandíbulas finalmente murieron, mientras que el más inteligente Homo habilis es celebrado como el antepasado directo de los humanos que eventualmente pudieron salir de África.

70.000 años atrás: Inventando el lenguaje, la forma fácil

Los pastos frescos fueron sinónimo de una vida más acogedora para los primeros humanos, si no, no nos habríamos relajado lo suficiente como para aprender a hablar.

Y salir de África fue lo que hicimos, con el tiempo. Los seres humanos anatómicamente modernos, con su delgada armazón y sus grandes cerebros, evolucionaron en lo que hoy es Etiopía por unos 200.000 años, pero fue hace menos de 100.000 años que un pequeño grupo cruzó el Mar Rojo en dirección a la península arábiga. No sabemos por qué: posiblemente se tratara de un capricho o de la pasión por los viajes más que de una necesidad imperiosa. De cualquier manera, fue un gran salto.

En los nuevas praderas de Oriente Medio y Asia, los primeros humanos encontraron un entorno fresco y generoso, que facilitó la competencia por los recursos entre ellos mismos o con otros primates. Agregue a eso las herramientas que les permitían cosechar nuevos tipos de alimentos y a nuestros antepasados nunca les había ido tan bien.

Liberados de muchas de las presiones selectivas que habían encadenado su evolución, comenzaron a cambiar sutilmente. Sus llamadas, por ejemplo, habían necesitado alguna vez ser muy específicas -una señal de agresión, otra para anunciar la hora de comer, y así sucesivamente- y estaban grabadas en sus cerebros. Cualquier variación de ese pequeño "vocabulario" heredado representaba el riesgo de una fatal mala interpretación, así que las mutaciones que promovían una mayor flexibilidad del lenguaje fueron eliminadas rápidamente.

En los nuevos refugios, sin embargo, emergieron las mutaciones que permitían vocalizaciones más complejas, controladas por regiones más amplias del cerebro. Finalmente, éstas se transformaron en grandes vocabularios aprendidos y gramáticas flexibles que volaron en pedazos las estrictas restricciones de la comunicación interpersonal. Un cambio de escenario había creado accidentalmente el más humano de los rasgos: el lenguaje.

¿Cómo podemos estar seguros? Es imposible retroceder en el tiempo y poner a prueba esta idea, pero hay evidencias convincentes que vienen del estudio del canto de los pájaros, que a menudo es utilizado como un análogo del lenguaje humano. Terrence Deacon, de la Universidad de California, Berkeley, por ejemplo, ha descubierto que los pinzones bengalíes desarrollan rápidamente un dialecto más complicado cuando se los extrae del medio silvestre y se los coloca en el ambiente más cómodo de una pajarera doméstica.

Y no hay ninguna duda de cuán significativo es un desarrollo como éste. Las palabras juegan un papel tan central en la cognición humana que la evolución del lenguaje sentó las bases de una tecnología, una cultura y una sociedad más avanzadas, la mayoría de las cosas, de hecho, que nos hacen ser lo que somos hoy en día.

Ninguna época en particular: La certeza del azar

Pequeños cambios al principio producen grandes diferencias al final. Es por eso que nuestra existencia está peligrosamente encaramada en una gran pirámide de preguntas y respuestas.

Así que aquí estamos. Explosiones de estrellas, colisiones gigantes, revoluciones en la evolución: no se puede negar que ha habido algunos cambios trascendentales en el camino que condujo a nosotros. Pero no todos los puntos de inflexión de la historia son tan especiales, tan ostentosos. Al salir de la pista del accidente y la coincidencia que marcaron nuestro pasado, podemos considerar una postura alternativa: que absolutamente todo es cuestión de suerte.

Incluso antes de que la Teoría del Caos se desarrollara en el siglo XX, para los historiadores y para los físicos estaba claro que pequeñas causas pueden conducir a grandes efectos. La fascinante longitud de la nariz de Cleopatra o la falta del clavo de una herradura de Ricardo III podían derribar imperios y dinastías, el más mínimo empujón gravitacional sobre una luna orbitando podía amplificarse en el tiempo hasta llegar a un desarreglo celestial.

Podría decirse que aun los más pequeños eventos pueden ser cruciales. Como ejemplo, imagine que está en posición de mirar desde arriba al planeta después de la desaparición obvia y desordenada de los dinosaurios, hace 65 millones de años. Usted manda un simple fotón extra hacia la superficie de la Tierra, y, en su camino, éste golpea a una molécula de agua de la atmósfera, aumentando ligeramente su energía y cambiando sus futuras colisiones con otras moléculas. El clima es un sistema caótico en el cual pequeñas diferencias en las condiciones iniciales pueden producir resultados exponencialmente distintos, una propiedad conocida como "el efecto mariposa". En poco tiempo, nuestra molécula errante estará moviendo tempestades.

En todo el planeta, un cambio en el clima significa que los animales encontrarán pasturas abundantes en lugares diferentes, o tendrán refugio en diferentes días. Se encontrarán y se aparearán con animales diferentes. Las especies evolucionarán en diferentes direcciones.

A partir de la misma población genética y de los mismos nichos ambientales, la vida en nuestra Tierra alternativa, en conjunto, se parecería bastante a la de hoy. Los primeros primates podrían haber producido descendientes similares a los simios, por ejemplo. Pero no serían los chimpancés, los gorilas o los humanos que conocemos en la actualidad. Nuestra existencia está peligrosamente encaramada en una gran pirámide de preguntas y respuestas.

Fuente: NewScientist. Aportado por Silvia Angiola



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