Hay personas que logran avances enormes en cosas que parecen pedestres, pero que tienen si se las mira bien un enorme impacto sobre la vida cotidiana de la gente.
¿Cuántas veces las personas sufren la mordedura de un perro por haber medido mal el lenguaje gestual del cánido? ¿Cuántas antitetánicas nos ahorraríamos si aprendiésemos el idioma de los chuchos?
Un perro que mueve la cola no siempre está contento. De hecho, muchos de los que lo hacen están considerando seriamente la posibilidad de atacar.
La solución es simple. Si quiere saber si el perro lo admira o está evaluando las chances de almorzárselo, solo fíjese para qué lado mueve la cola. Si la cola oscila hacia la derecha (la derecha del perro, no suya. Un error en esto puede costarle la vida), el cuzco es amigable. Si la tendencia de la cola es desviarse hacia la izquierda (siempre del perro, atención), busque el árbol más cercano, teniendo siempre en mente que la selección natural no consideró importante dotar a los cánidos de capacidad para trepar.
La dirección del movimiento caudal define las intenciones del perro. Increíble pero cierto.
El neurofisiólogo italiano Giorgio Vallortigara publicó en 2007 un artículo en la revista Current Biology ("Biología actual") donde ofrece las pruebas científicas de la afirmación anterior.
El experimento que llevó a cabo es sencillo pero efectivo: tomó 30 perros de raza indefinida y los encerró, de a uno, en una jaula provista de cámaras ubicadas de tal modo que registraran sin sombra de duda la tendencia lateral del movimiento de la cola. Luego, expuso a sus voluntarios a cuatro estímulos diferentes:
- Su dueño (el dueño del perro)
- Un hombre desconocido (para el perro)
- Un gato
- Otro perro desconocido, dominante y de aspecto peligroso (en realidad, un pastor belga Malinois de gran porte)
Los estudios de Vallortigara fueron concluyentes: la visión del amo produjo en todos los perros un fuerte movimiento de la cola hacia la derecha. La presencia de un extraño o de un gato disparó un moderado movimiento a la derecha. Pero encontrarse con el perro dominante generó una fuerte oscilación hacia la izquierda.
Sabemos desde hace mucho que los animales superiores poseemos cerebros lateralizados, en realidad dos de ellos (los "hemisferios cerebrales") unidos por una gran autopista de información llamada cuerpo calloso. Cada hemisferio tiene diferentes funciones, y, en el aspecto motriz, controla el lado contrario del cuerpo. Así, cuando el cerebro izquierdo del can experimenta una emoción positiva (ver a su amo, el colmo del placer canino), la cola oscila hacia la derecha, el lado contrario. Si tiene miedo o se siente amenazado, el cerebro derecho (que controla los sentimientos de rechazo, agresión y huida) hace mover la cola hacia el lado opuesto, la izquierda.
Esto sucede porque los perros, al igual que muchos otros animales, manejan la felicidad y el odio con lados contrarios del cerebro. Tanto Canis lupus como los peces, las ranas y las aves aceptan y aman con el lado izquierdo y desprecian y odian con el cerebro derecho. Para mayor prueba, los chimpancés se rascan el costado izquierdo cuando su cerebro derecho genera emociones negativas, y hacen lo contrario cuando son felices. Es interesante destacar que los chimpancés zurdos cuyos cerebros tienen las funciones invertidas invierten también el lado a rascarse de acuerdo a su estado emocional en ese momento.
También a nosotros nos sucede: nos enamoramos, decidimos mudarnos a la casa de nuestra novia o nos afiliamos a un partido político con el cerebro izquierdo, y pensamos en el gobierno, el precio de la carne o George W. Bush con el hemisferio derecho. Todas estas afirmaciones han sido demostradas científicamente más allá de toda duda mediante experimentos con sensores que detectan los focos de actividad cerebral en cada área del encéfalo.
¿Por qué la evolución generó semejantes diferencias geográficas en los circuitos nerviosos asociados con las emociones? Michael Shermer, científico y escéptico, editor del notable sitio web Skeptic, nos informa de la posible verdad: "Yo sugeriría que las emociones interactúan con los procesos cognoscitivos para dirigir nuestro comportamiento hacia la supervivencia y la reproducción. El neurofisiólogo Antonio Damasio, de la Universidad del Sur de California, ha demostrado el rol vital que juegan las emociones en el proceso de toma de decisiones. Con bajos niveles de estimulación, las emociones se comportan solo como `consejeras´ del razonamiento. A nieveles medios, aparecen conflictos entre los avanzados centros de la razón y los antiguos y primitivos núcleos generadores de emociones. A altos niveles, las emociones pueden dominar a la razón, poniendo a las personas en un estado que describen como `perder el control´. Pero ¿por qué evolucionamos para poseer emociones, en primer lugar?".
Buena pregunta. Pero el bueno de Mike ya se respondió a sí mismo. Si no tuviésemos emociones, nuestro éxito reproductivo y nuestra supervivencia personal se verían seriamente comprometidos. Las emociones agradables nos capacitan para sobrevivir (por ejemplo, desarrollando capacidades útiles en actividades que nos gratifican), mientras que las negativas nos alejan del peligro. El miedo nos inclina a evitar riesgos. La repugnancia nos hace vomitar para expulsar algo dañino. La ira nos permite defendernos y contraatacar. Los celos nos ayudan a conservar a nuestra pareja.
"Los estudios indican" concluye Shermer, "que a menudo la cola evolucionista mueve al perro, y no al revés".
Más allá de estas trascendentales verdades, la próxima vez que vea a un perro mover la cola, preste atención a hacia qué lado lo hace.
MÁS DATOS:
¿De dónde salió el Boby?, Divulgación de Axxón
la revista de Michael Shermer