Ficción Breve (sesenta y uno), varios autores
Agregado en 28 abril 2011 por dany in 217, Ficciones, tags: Cuentos, Ficción Breve
|
Publicar es dar a conocer algo, volverlo patente y manifiesto. Al ser publicado, el texto literario, que hasta ese momento formaba parte del mundo íntimo del autor, se pone en circulación para que finalmente el público tenga la oportunidad de abordarlo.
Internet ha contribuido a la socialización de los artistas y de los aspirantes a artistas y a la difusión prácticamente instantánea de todas sus obras. En este momento cualquiera puede abrir un blog y publicar lo que escribe sin pasar por ningún proceso de revisión o selección, y sin correr el riesgo de ser rechazado. Dado el carácter libre y horizontal de la red es común encontrar publicaciones de dudosa calidad literaria, pobres en contenido y estilo, aplaudidas por un puñado de lectores-internautas con escaso desarrollo del juicio crítico.
De ahí la importancia de abrir espacios más complejos, que involucren a una mayor cantidad de gente, idealmente manejados por editores y escritores dispuestos a volcar su experiencia en la red. Estos sitios pueden actuar como filtros, arrimar sugerencias y soluciones, y habilitar canales de diálogo entre los autores y sus ya no tan anónimos seguidores. En nuestro mundo 2.0 la crítica, la selección y la jerarquización del material a publicar son más importantes que nunca.
Silvia Angiola
MÉXICO
Melusina pertenece a la tribu de las mujeres sin manos: sus vestidos tienen mangas largas y acampanadas que protegen hermosas prótesis de madera. Cuando cantan, emiten aullidos con los que hipnotizan a los animales salvajes hasta hacerlos caer en trance para que los hombres del pueblo puedan atraparlos y llevarlos vivos a sus casas. Ahí, las mujeres se alimentan de la carne y sangre crudas mientras los animales están vivos. Los cantos también sirven para que las madres adormilen a sus hijas y las preparen para alimentar a los peces dedófagos, mascotas favoritas de las niñas de la tribu, quienes se inician en los abismos del placer al sumergir sus manitas tiernas en los estanques repletos de estos escamosos animales que arrancan pedazo a pedazo la carne y los huesos infantiles, tan fáciles de digerir. Las niñas sonríen exaltadas al mirar cómo brota la sangre y se diluye en el agua a cada mordida.
Melusina también sonríe. Es su primera visita al estanque. Su madre ajusta las pequeñas mangas del vestido mientras, por última vez, y con desprecio, la niña mira sus diez dedos a través del líquido que empieza a teñirse de rojo.
Iliana Vargas nació en la ciudad de México en 1978. Es narradora y poeta. Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde cursó el diplomado de Literatura Fantástica y, en el 2001, coordinó el Encuentro Multidisciplinario en Torno a lo Fantástico. Fue coeditora del fanzine Caligari; participó en los Festivales de Terror y Ciencia Ficción organizados por el Gobierno de la Ciudad de México; formó parte del colectivo interdisciplinario Parodia de Vivos y ha colaborado en las publicaciones impresas y electrónicas Asfáltica, Azoth, Blanco Móvil, Hysterias, Grietas y Fatal Espejo, así como en programas dedicados a la literatura en Radio UNAM y la Radio Ciudadana. Su trabajo se ha incluido en las antologías de cuento y poesía: Códices en el asfalto. Narradores de la ciudad de México 1970-1990; Generación literaria del Bicentenario (Édgar Omar Avilés compilador, AEM, 2010); Antes de que las letras se conviertan en arañas (Édgar Omar Avilés compilador, IMC, 2006); Segunda palabra (Alberto Ramír y Alejandro de la Torre compiladores, 2006) y Hasta agotar la existencia III (Aldo Alba compilador, Editorial Resistencia, 2007).
ARGENTINA
«Canta, lastimada mía…»
Cervantes.
En medio de la escena pende una gigantesca jaula, mitad a oscuras, mitad iluminada por la luna llena. En su interior, ella agoniza en silencio. Su rostro es una perpetua e insoportable incógnita. Sus larguísimos cabellos la envuelven en una especie de crisálida de la que no podrá renacer. La jaula se balancea como si un viento sobrenatural la meciera mecánicamente, amenazando con dejar al alcance de la luna el rostro de la cautiva. Pero no. Pero nunca.
Sin embargo, ningún viento sopla. Y la jaula al mecerse no emite ningún sonido. El silencio reinante es sólo interrumpido por el golpe que provocan al moverse las piezas de ajedrez.
En el suelo lejano, sobre las baldosas blancas y negras, se libra la batalla que decidirá la suerte de la prisionera. Las piezas, movidas por manos invisibles, se encuentran próximas al desenlace. Mas la partida parece ser eterna. Nadie sabe precisar cuánto tiempo hace que ha comenzado. Ya nadie recuerda el por qué de la afrenta, ni qué circunstancias condenaron a la joven al confinamiento. Sin embargo, el silencio obedece a una inmensa expectativa general que se ha instalado, apoderándose de la atmósfera.
Ella no observa ya la estrategia de la que depende su destino. Hace rato ha aceptado que morirá antes de conocer al vencedor. Hace rato que ha olvidado cuál era su bando. Tan sólo quisiera poder quebrar el silencio que amenaza con arrebatar la poca cordura que le queda. Abre la boca, un agujero más negro que la negrura que la rodea, y nada brota de sus labios resecos.
Jaque.
La reina deberá sacrificarse por su amado. Un caballo blanco se ha adelantado sigiloso, amenazando la integridad de la monarquía. No puede permitirlo. Es su deber de soberana. Se arroja trágicamente sobre el brioso corcel, exponiéndose a una muerte segura que llega pronta a manos de un alfil sádico. El cuerpo de la reina inerte desaparece del tablero.
Jaque.
La prisionera comienza a desesperar. Siente las garras de la locura apoderarse de su mente. Una sensación de ahogo trepa por su pecho obligándola a asir con fuerza los barrotes, la boca abierta en un rictus demente sin poder proferir sonido alguno. Los cabellos que la envuelven se convierten en redes, asfixiantes redes que limitan sus movimientos a arañazos inútiles en la oscuridad. Ni siquiera morir está en sus propias manos.
Un último y valiente peón avanza con la frente en alto hacia el ejército enemigo. Una gota de sudor resbala por su frente. Sabe que no hay esperanza posible. Sabe que morirá por prolongar un solo instante la vida de su rey. Pero ello significará haber cumplido.
Quebrando el silencio de repente, un sonido irreconocible surge de la oscuridad. La cautiva abre los ojos inmensos, dos agujeros más negros que la negrura que la envuelve, buscando el origen de tan prodigioso suceso. El balanceo de la jaula, cual tic-tac de un reloj, lo esconde y lo muestra alternadamente.
Es un pájaro, negro como la noche. Sus ojos blancos y ciegos semejan dos lunas que no iluminaron el camino que lo llevara hasta allí. Cayó en el hueco vacío, el silencio lo atrajo como una polilla a la luz. Llegó para quebrarlo en miles de pedazos. De su pico brota la intensa vibración de un violín.
Nada de esto interrumpe la guerra librada en el tablero blanquinegro. La batalla debe continuar. El peón firmemente plantado delante de su monarca, el impasible semblante de frente al oponente. La torre blanca avanza sin piedad.
Ella extiende sus manos entre los barrotes, ansiando asir el sonido que ahora la envuelve, la inunda. El canto del pájaro ha despertado su alma ennegrecida y no desea otra cosa que fundirse en él.
El peón cae ante el embate del enemigo que se planta victorioso ante el rey acorralado.
Jaque Mate.
La joven enjaulada abre la boca por última vez. Se obliga a responder, exprime los últimos vestigios de energía que le restan. Tritura sus entrañas, retuerce todo su cuerpo, se enreda en los larguísimos cabellos… y canta. De su ser escapa un finísimo hilo invisible, un sonido de cristal quebrado que representa su esencia marchita, su infinito dolor, sus ansias de volar. El hilo se mezcla con el vibrato del pájaro-violín y a medida que se entretejen, ella se deshilacha. Lenta y dulcemente, hasta desaparecer.
Allá abajo, el rey negro yace sobre las baldosas ante sus súbditos atónitos que lloran su derrota. Ante sus enemigos que saborean la victoria, inmóviles para siempre en su estrategia triunfal.
La jaula vacía se balancea en silencio mientras la sombra del pájaro ciego atraviesa el campo de batalla llevándose el olvidado trofeo de guerra.
Natalia Andrea Cáceres (nacida en Buenos Aires en 1977) escribe desde que tiene memoria. Esta afición se manifestó en su vida casi con tanta intensidad como su amor por la lectura. En 1992 recibió una Mención Honorífica en el Concurso de Ciencia Ficción y Fantasía para alumnos de la Escuela Secundaria del CACYF. En la actualidad ha publicado una novela corta,»Sed».
ARGENTINA
Recién anocheció y estoy sentado arriba de un árbol en medio de un jardín que me es muy familiar. En el campo, cerca de la calle, el árbol es lo único que me pertenece, o por lo menos, el único lugar en el que tengo permitido estar. El paisaje me es familiar, como si me hubiese pertenecido en el pasado, pero apenas tengo nueve o diez años y no tengo otro pasado que éste. No obstante, sé que toda esta casa y todo este campo me perteneció. O fue propiedad de otro Juan. Uno mayor que yo, uno previo, con el que estoy emparentado de alguna manera.
Se oyen ahora las voces de unos niños más o menos de mi edad. Vienen por la calle de tierra, arriando vacas u ovejas. Vacas, creo. Ignoro quiénes sean. No solía haber niños por aquí, aunque no tengo recuerdos claros. Pero estos niños sí que conocen esa calle por la que andan. Se ríen, pero temen. Hay algo de legendario en esa casa frente a la cual están pasando con su ganado. Hay algo de mito monstruoso. Puedo sentir en el frío finísimo que me entra por la ropa el miedo de estos arrieros. Y oigo su rezo para aplacar el miedo. Sin embargo, dos de ellos creen que pueden controlar su miedo siempre y cuando provoquen y aumenten el miedo del resto del grupo. Entonces, como en un coro de brujas, comienzan a invocar al espíritu:
Juan del Monte, Juan del Llano, Juan Oscuro, Juan Lanoche, Juan de los Yuyales…
Sus voces resuenan más graves cuanto más cercanas. Ya puedo oír el barro seco de la calle crepitando, los tambores de sus pechos. Suenan y aturden. Y me viene un impulso odioso. Salto del árbol y corro hasta internarme en los pastizales. Entonces empiezo a rodear a estos niños y a esas vacas y a azuzarlos con silbidos. Estoy corriendo a una velocidad salvaje, saltando charcos de barro y alambrados como un zorro furtivo, encerrando en un círculo imaginario a estos niños y a esas vacas. Asustándolos. Asustándolos son siseos y susurros. Soy una voz invisible en los pastos agitados. Ellos le temen a Juan del Monte. Y yo ya no sé más a qué temerle.
Juan Pablo Cozzi nació en Moreno (Buenos Aires, 1980), se crió en Saladillo y estudió en la Ciudad de Buenos Aires el profesorado de Castellano, Literatura y Latín, carrera que abandonó poco antes de finalizar por razones laborales. Como finalista del concurso Voz Hispana integrará la antología homónima. También participó en Mundos en Tinieblas, antología de Ediciones Galmort que salió publicada en diciembre de 2010. Publica en las revistas digitales La comunidad inconfesable, Agora, 150monos, Desborde, EL6A. Participa activamente en Prosofagos, en Escrituras Indie y en su blog personal http://bastardillas.blogspot.com
CUBA
Es por eso, para demostrar a todos los seres dotados de razón que no despreciamos a los de vida corta, que apoyo la decisión de nuestro difunto rey de que un humano ocupe el trono dijo Siul, jefe de la casa Cien Antorchas.
Cientos de elfos aplaudieron, produciendo una cacofonía insoportable.
La propuesta queda aprobada por ocho votos a favor y seis en contra gritó el Presidente de la Asamblea, Otrebor, jefe de la casa Espíritu en Gracia. Doy por terminada la asamblea.
Media hora después, cuando los asistentes al fin desalojaron el salón, Otrebor se reunió con Siul, e Inamso, de la casa Río Boscoso.
Buen trabajo, Siul dijo Otrebor, y sonrió satisfecho. En unos meses podremos presentar una moción para instituir como ley que todos nuestros reyes desde este momento sean seres humanos.
Me parece que vas demasiado lejos ripostó Siul, asombrado.
Te falta visión le reprochó Inamso. Supongo que no habrás olvidado cómo nos fue con nuestro recién fallecido rey.
Un desastre. Lo que le obligábamos a decidir hoy, en dos o tres años debíamos obligarlo a dejarlo sin efecto para poder mantener los negocios a flote. Ese cambia cambia nos puso en evidencia, soliviantando a los elfos simples.
Pues ahí lo tienes. Con los humanos por reyes no tendremos ese problema. Un año suyo es un mes de los nuestros.
Entiendo, las contradicciones en que puedan incurrir serán achacadas a su escala de tiempo, diferente a la nuestra razonó Siul.
Exacto. Volveríamos a las sombras, cambiando las cosas según requiramos.
Una gran idea reconoció Siul.
Lo sé respondió Otrebor y rió a carcajadas, coreado por sus acompañantes.
* Recreación de sucesos posteriores a los narrados por Philip Kindred Dick en el relato El Rey de los Elfos, a partir de documentos desclasificados que arrojan luz sobre la idiosincrasia de los elfos de la superficie.
Infrarroja. Agencia de Noticias de los Elfos Oscuros.
Yunieski Betancourt Dipotet (Yaguajay, Sancti Spíritus, Cuba, 1976) es sociólogo, profesor universitario y narrador. Máster en Sociología por la Universidad de La Habana, especialidad Sociología de la Educación. Cursó el Taller de Narrativa del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, Ciudad de La Habana, Cuba. Ha publicado en La Isla en Peso, La Jiribilla, Axxón, MiNatura, NM, Papirando, Revista Almiar, Aurora Bitzine. Finalista en la categoría Pensamiento del II Concurso de Microtextos Garzón Céspedes 2009. Premio en el género Fantasía del Segundo Concurso de Cuento Oscar Hurtado 2010. Actualmente reside en Ciudad de La Habana.
ESPAÑA
La señora Capuleto y la señora Montesco se encontraron en el mercado de la Piazza delle Erbe al fin y al cabo, Verona no era más que un puebloquince días después de la desgraciada confusión que llevó al suicidio de sus impulsivos hijos.
Ahora que el destino les había vetado ser las consuegras más enemistadas de la historia de la literatura universal, se miraron fijamente a los ojos buscando una salida. En lugar del odio y la tristeza previstos, no pudieron evitar imaginarse la felicidad de hacerse apacibles visitas para tomar pandoro con café y, aun más adelante en ese imposible futuro, cuidar juntas de sus bellísimos y apasionados nietecitos.
Paz Monserrat Revillo vive en Molins de Rei, Barcelona, España. Nació en Tortosa en 1962. Está casada y tiene cuatro hijos. Es Licenciada en Biología y profesora de secundaria en un instituto de Sant Joan Despí (Barcelona). Master en Educación Ambiental. Ha ganado varios premios literarios: Primer Premio de microrrelatos DDOOSS (Valladolid), Segundo Premio en el II Certamen «Cuéntanos tu viaje» (Areas, Barcelona), y ha quedado finalista en varios certámenes más (Acumán, grupo Búho, certamen literario «El laurel», Premio Ciudad de Getafe, Relatos breves Sant Joan Despí). También ganó el Primer Premio como coordinadora de un trabajo para el certamen de jóvenes investigadores (1996).
ARGENTINA
Bajo un sol diáfano, los chicos corrían sobre el pasto. Silvestre los seguía agitando su cola metálica y ladrando con un timbre que, prácticamente, no evidenciaba su naturaleza cibernética.
Recostados en una lona de colores alegres, los padres los veían jugar. El hombre dijo:
¿No hubiera sido mejor comprarles una mascota genética?
No me parece contestó su esposa. Los productos de laboratorio no se diferencian en nada de los naturales. Silvestre es una mascota y juguete al mismo tiempo, y no hay peligro de que muerda a los chicos. Tampoco ensucia.
Cansada de correr, la nena se dejó caer boca arriba. Silvestre se abalanzó sobre ella y le lamió la mejilla con su lengua de silicona.
Como te decía siguió la mujer, estos modelos tienen conductas mucho más seguras que los ejemplares de carne y hueso.
No siempre. Hubo casos de ataques…
¿Hace cuánto? ¿Más de una, dos décadas?
El marido se encogió de hombros. Deslizó una mirada ociosa por el inalcanzable paraíso de cerros, lagos y bosques que se extendía más allá del cerco, en el que figuraba la advertencia de PROHIBIDO PASAR – ÁREA PRIVADA.
El chico se tiró al lado de su hermana. Señalando una nube, le preguntó:
¿Qué forma le ves?
De pato contestó ella sin vacilar.
¿Y esa otra?
Hummm…
Es fácil, nena.
Hummm… ¿De caballo?
No. De nube.
Tonto la chica se mordió el labio. De pronto frunció el ceño y dijo: ¿Qué fue eso?
Él observó el cielo y preguntó:
¿Qué fue qué?
Eso… ¿no lo viste?
No.
Como un… como unas… ¡Eso! ¿Lo ves?
Su hermano también frunció el ceño.
¿Qué es? insistió ella.
No sé, parece… ¡Mamá, papá!
Lo estamos viendo contestó el padre. Pareciera una aurora boreal. Ya sé que en estas latitudes…
Imposible sentenció la madre, y con tono inseguro arriesgó: ¿Refucilos?
Si ésos son relámpagos dijo el padre, demasiado extrañado como para reírse, yo sigo siendo un consumidor compulsivo de psicotrópicos, y hoy me los desayuné con el cereal.
No hables de eso delante de los chicos advirtió la mujer en voz baja.
Las gigantescas franjas luminosas, zarpas que desgarraban el horizonte, se multiplicaban a gran velocidad, y de pronto todo el paisaje cielo y tierra comenzó a sacudirse: el cimbreo de una imagen televisiva defectuosa. El hombre estuvo a punto de gritar «¡Terremoto!». Pero se sintió ridículo de sólo pensarlo: el suelo no temblaba. En absoluto.
Papá, ¿qué está…?
Y el mundo desapareció.
Y ocupó su lugar otro mundo.
Un mundo muerto.
Y, donde brillaba el sol diáfano, se perfiló un disco, un pálido resplandor que apenas se filtraba a través de una capa brumosa y gris. El césped, y también el cerco con el cartel de prohibición, permanecían inalterables. Más allá de ese límite, los lagos se habían convertido en grandes charcos de color plomizo. Los cerros, en montañas de basura metálica. Y los bosques, simplemente, ya no se alzaban contra el cielo.
Gimiendo, los chicos corrieron hacia sus padres y buscaron protección entre sus brazos.
Frente a una consola repleta de pantallas, un técnico informó:
Aquí Centro de Control. Tenemos una avería en el cuadrante Sigma 4-9.
¿Qué clase de avería?inquirió una voz en el intercomunicador.
Error hc5274: desaparición de la macro imagen holográfica.
Ok, rastrearemos la falla.
Ok el técnico cortó la transmisión, y le dijo al compañero de la consola vecina: Otro día de primavera que se fue al carajo.
Adrián G. Lorea nació en Buenos Aires en 1971. Inició su actividad literaria a los doce años de edad, impulsado por el entusiasmo que le producía la ciencia ficción. Luego de abordar otros géneros, en 2007 publicó la novela El Alma de la Aldea, por medio de las editoriales De los Cuatro Vientos y El Escriba. Actualmente es integrante del Taller de Corte y Corrección, taller literario coordinado por Marcelo di Marco. «Día de primavera» representa la vuelta de su autor al género narrativo que lo decidiera a convertirse en escritor.
ESPAÑA
¿Ya estás despierta? Mejor. Va a ser una noche muy larga…
Levanto la cabeza y le veo a unos pasos, una cara sonriente dibujándose en la penumbra. Intento incorporarme, pero las esposas me clavan a la silla. Su rostro se ensancha de satisfacción ante mi esfuerzo.
No malgastes tus energías, querida. Su mano derecha recorre la mesita en la que han sido colocados amorosamente varios instrumentos quirúrgicos y otros sobre cuyo origen no quiero ni especular. Se toma su tiempo, el muy cabrón. Hace bailar sus dedos sobre cada cuchilla hasta detenerse en un bisturí de hoja curva, como un director de orquesta que ejecutase el ritual de escoger una batuta apropiada antes de cada concierto.
Sólo que el bel canto de este recital va a ser dolor, sangre y lágrimas.
Exhibe la misma seguridad al escoger su arma que cuando se me ha acercado en el bar a invitarme una copa. Media hora de charla inteligente y un sentido del humor agudo han bastado para convencerme como una colegiala enamorada de su profesor de literatura. Se quita la chaqueta, la dobla con sumo cuidado y la apoya en la mesa. Coge una silla, le da la vuelta, se sienta a horcajadas sobre ella y apoya su barbilla sobre el respaldo. Me mira con curiosidad, con esa cara de hombre de mediana edad a lo George Clooney caído en desgracia. Ha tomado una decisión.
Creo que nos vamos a divertir. Extiende su palma izquierda y desliza el bisturí poco a poco sobre la misma. Mientras se abre un surco rojo sobre su piel distingo las señales de cicatrices en la mano, producto de flirteos similares.
Se acabó.
No me cuesta ningún esfuerzo liberarme. Sólo flexiono los hombros y hago palanca con los brazos y la silla salta en miles de astillas. Le ha pillado tan de sorpresa que casi se cae de culo.
¿¡Qué demonios!?
Exacto digo, mientras la cuchilla vuela de su mano a la mía. Mi brazo derecho completa un arco y le hunde el bisturí en su rodilla izquierda. Luego lo hago girar al extraerlo.
Apenas ha transcurrido un segundo cuando su cerebro procesa la información. Se derrumba con un alarido llevándose las manos a la herida.
Mido poco más de metro y medio, pero os aseguro que si estáis sangrando a mis pies mientras me alzo con un cuchillo a vuestro lado soy toda una visión. Le doy una patada en la cara. Intento controlarme pero aún así oigo un chasquido satisfactorio procedente de su mandíbula.
Pensé que me costaría más encontrarte, pero no eres más que otro aficionado hijo de puta.
Vuelvo a patearle, ahora en los huevos. Esta vez no me contengo. Vomita sobre el charco que han formado su sangre y las lágrimas de dolor.
Después de tanto tiempo y no lo entiendo.
Patada en los riñones.
Os gusta jugar a ser los cazadores.
Otra patada.
Os la pone dura sentiros los amos.
Lo levanto sin esfuerzo y le doy un rodillazo en el estómago.
Jugáis a ser monstruos.
Clavo su mano herida sobre la mesa con el bisturí.
Te contaré un secreto: los monstruos existen. Y no les gusta que les insultéis. Peor, no soportan que llaméis la atención. Así que me llaman para que haga el trabajo sucio y mantenga las cosas en orden. Ha sido un juego de niños seguirte el cuento. ¿Crees que drogarme la bebida ha servido para algo? Soy muy buena haciéndome la dormida.
¡Pi…pi…piedad! logra articular con su boca destrozada.
¿Piedad? No, hombrecillo. He visto muchos como tú. No sois más que cucarachas que merecéis ser aplastadas.
Acerco mi rostro al suyo.
No malgastes tus energías, querido. Va a ser una noche muy larga. Creo que nos vamos a divertir…
Sonrío y le dejo ver mis colmillos.
Su grito se pierde en la oscuridad.
Julio Ángel Escajedo Pastor nació en 1975 en Barcelona, España. Ha colaborado con varias revistas y fanzines de animación y es co-autor del libro Honor, plomo y sangre: El cine de acción de Hong Kong (Camaleón Ediciones, 1997). Ha publicado La Doncella de la Rosa (Equipo Sirius, 2010), su primera novela, que inicia una serie de space ópera militar.
CUBA
Querida, no deseo alarmarte pero llegaré tarde a casa. ¡No me lo vas a creer! ¿Sabes de dónde te llamo? De un platillo volador. Como lo oyes, de un maldito platillo volador. Me han abducido unos alienígenas de cuatro brazos, dos cabezas y ojos muy rojos. Juegan bien al dominó, eso sí.
¡Horror, cariño, horror! Deben de estar por toda la ciudad pues, en cuanto te fuiste, se coló por la ventana uno muy negro, con huevos como toronjas y un «perico» de dimensiones galácticas. ¡Y el bicho me llevó a las estrellas!
Claudio Guillermo del Castillo Pérez nació el 13 de septiembre de 1976 en la ciudad de Santa Clara, Cuba. Es ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica. Actualmente trabaja en el aeropuerto internacional «Abel Santamaría» como técnico en Sistemas de Radionavegación y Comunicaciones Aeronáuticas. Es miembro del Taller Literario «Espacio Abierto», dedicado a la Ciencia Ficción, la Fantasía y el Terror Fantástico Ganador del I Premio BCN de Relato para Escritores Noveles (España) en 2009. Finalista del Certamen Mensual de Relatos (septiembre/09) de la Editorial Fergutson (España). Mención en la categoría Ciencia Ficción de la I Edición del Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2009 (Cuba). Tercer Premio del Concurso de Ciencia Ficción 2009 de la revista Juventud Técnica (Cuba). Ha publicado sus relatos en los e-zines Axxón (Argentina), MiNatura (España), Cosmocápsula (Colombia), NGC 3660 (España); así como en las páginas de Breves no tan breves (Argentina), Químicamente impuro (Argentina) y Tauradk (España).
CHILE
Se acomodó por enésima vez, ya estaba entrando en la sexta hora de interrogatorio, tenía la boca seca, un ojo palpitante, un molesto olor a sudor rancio y las marcas indelebles de la incómoda silla en el trasero.
Básicamente estaba cagado de miedo, tal vez fuera estrés post traumático, o simplemente que tanta película sobre la dictadura ya predisponía a cualquiera a sentirse jodido frente a un milico inquisidor, pero eso no quitaba que estuviera también incubando una saludable ira reprimida, claro que de ahí a que la expresara había un gran abismo, hasta en eso era un chileno promedio.
El infante de marina a su izquierda, con la tensión pintada en el rostro, se acomodó el cuello con un sonoro crujido, lo que le produjo un nuevo sobresalto a Juan. Era un tipo joven, con aire de sureño, y probablemente se sentía tan desconcertado como él con la situación.
El de la derecha, de rostro más tosco y apreciable tamaño, tenía mejor actitud: simplemente le entretenía su sufrimiento, lo cual no dejaba de ser posiblemente un patético mecanismo de defensa psicológico, no encomiable pero adecuado, aunque también habían muchas posibilidades de que básicamente fuera un idiota.
El comandante, en cambio, sentado frente a él, impasiblemente enfundado en su uniforme gris con capa incluida y lentes oscuros en el bolsillo, lo que ya le resultaba poco tranquilizador a Juan, parecía absolutamente concentrado en romper sus supuestas defensas con un pequeño tufillo a manual fotocopiado de la escuela de las Américas. Juan no solía tener demasiado tiempo como para instruirse en esos temas, pero un par de reportajes de informe especial y uno que otro vecino ex Mapu, con tendencia a soltar la lengua compartiendo una chela después de la ocasional pichanga del domingo, le habían dado cierta perspectiva. Así que simplemente siguió hablando, arrastrando las palabras, con un tono suave, de reproche y algo de vergüenza, buscando la forma de salir del grave problema en el que inocentemente se había metido.
«Me levanto a las 5AM cada día, viajo dos horas luchando para no dormirme y despertar sin billetera en Curacaví, trabajo más de doce horas en una compañía que funciona pésimo, vendiendo porquerías que nadie conoce y que no sirven para nada, con un jefe ignorante que me grita todo el día y me culpa de cada cagada que queda. Usted entiende, el que sabe, sabe y el que no, es gerente…».
La ceja levantada del comandante le dijo que la broma no había sido adecuada, por un milisegundo se preguntó con qué ropa se creía gerente el milico, pero pronto desechó este pensamiento.
«Tengo que lidiar con algunos de los clientes más imbéciles que existen, con exigencias ridículas y siempre dispuestos a pelear y rebajarme a la menor oportunidad, a veces creo que el muchacho del Mac dowels, con acné y gorro de idiota, es más respetado que yo».
Tomó otro trago de café frío, se despejó una vez más el cabello y volvió a mirar al comandante a los ojos, sin desafío, sino con simple cansancio.
«Rara vez almuerzo, y cuando lo hago es un tupperware de fideos con salsa con poca sal y demasiado orégano, sentado en un banco de madera incómodo en una cocina helada junto a los baños de la oficina… si tengo suerte, sino, un zapallo italiano relleno, sin relleno, con un poco de arroz mazamorra. Quince años y la weona de mi mujer aún no aprende a hacer un arroz graneado decente, ni hablar de un queque, esas weas ya no se las enseñan».
El café parecía más insípido a cada sorbo, podía sentir la burla sorda del infante a su derecha, como si con esa cara de bruto fuera a tener una mujer esperándolo afuera del regimiento con una cena decente. El de la izquierda aún se sobaba el cuello, quizás él le preparaba la cena al otro, hoy en día nada sorprende.
«Y esa es la parte buena del día, en la noche tomo un bus atestado y hediondo por otras dos horas, camino seis cuadras donde ya me han asaltado cuatro veces este año y casi me violan el año pasado…».
Aún le dolía algo la pequeña herida de la sonda entre las costillas de la noche anterior pero prefería no pensar en ello, lo que prefiriera, por supuesto, no le importaba al comandante ese.
«Llego a dormir de allegado a la casa de una suegra que odio, y la vieja lo sabe, a hacerle el quite a un maldito poodle maricón que se calienta con mi pantalón, a compartir un camarote con una mujer del doble de tamaño de aquella con la que me casé, que me desprecia en público y no me toca hace años, a arropar a un hijo que no quería y aún tengo dudas de que sea mío…».
El comandante levantó la ceja de nuevo. Juan se preguntó si el maldito querría mucho a los hijos que apenas veía y trataba como a subordinados, ni hablar de la mujer que lo gorreaba con el abogado del piso de arriba… bueno, bien por él, que siga en su burbuja de adulaciones serviles de idiotas que esperan que se retire.
Cada idiota es un universo en sí mismo.
«Ya ve que mi vida es una mierda cansada y vacía. ¿Le cabe alguna duda?»
El comandante continuó impasible, el de la izquierda se sobó de nuevo el cuello, el de la derecha ya no sonreía.
Esta vez fue Juan quien se acomodó, dejó la taza y levantó una ceja.
«Así que realmente, comandante, sabiendo todo esto, ¿me va a seguir preguntando si es verdad cuando digo que al despertar en una camilla en una nave espacial extraterrestre, rodeado de hombrecitos grises que me miraban con sus grandes ojos negros, simplemente los mandé a la mierda, me di media vuelta y seguí durmiendo?».
Carlos Páez S., recién entrado en sus treinta, con formación como médico veterinario y enfermero obstetra pero dedicado a los fríos negocios, vive en Reñaca, balneario de lejano parecido a Caprica de la ciudad turística por excelencia de Viña del Mar en Chile. Amante de la velocidad y las tuercas pero también orgulloso geek de ficción y juegos de rol, gasta su tiempo libre entre arreglar autos antiguos y procrear cuentos y novelas de variado tipo, algunos en formato on line.
ARGENTINA
Ya de bebito era raro el Martincito: cerraba los ojos y no los abría por un buen rato, vea. Pero no dormía, no. Parecía estar en otro lado, viera usted cómo se movía en el moisés. Y se reía, sí, se reía con los ojitos cerrados, no lo va a creer. Y si usted observaba con atención descubría que esos ojitos, debajo de los párpados, se movían. Por supuesto, de noche y a la siesta dormía, pero lo otro lo hacía el resto del tiempo.
Cuando le tocó ir a la escuela, la señorita lo retaba porque el joven estaba en Babia. Así le decía la maestra mientras le tiraba de las orejas porque no atendía a la clase. Él, en lugar de prestar atención, cerraba los ojos y, en el acto, se le dibujaba una sonrisa en la cara. Cuando alguien le preguntaba si estaba dormido, él respondía lo más campante, viera usted: «No, sólo me fui un ratito». Claro, dirá usted, ¿a dónde se iba este mocoso? Eso el Martincito no lo respondía. Sólo a veces decía: «Estuve en casa de Demetrio, o de Jonás, o de Eurídice». Sí, así como lo oye, así de raros eran esos amiguitos. Amiguitos que nosotros no conocíamos, porque, cuando no estaba con los ojos cerrados, jugaba con el Pancho, con el Corcho y con el Mate Cocido, al que le decían así por la bruta cicatriz que tenía en la frente. Otras veces decía: «Hoy estuve con Jarvis, con Sakumoto y con Pekka» (sé cómo se escriben porque el Martincito me los deletreaba). Pero no decía más nada. A veces contaba de la nieve o de los caballos o de unos aparatos raros para volar que usaban algunos de esos amiguitos. O amigotes, como les decía el finado de mi marido.
Ya de grande seguía con la misma cantilena. No había mujer que lo aguantara, mire, y todas se le iban. Y no era para menos ¿no? ¿Sabe qué ocurría? El Martincito (todavía lo llamábamos así al pelandrún) cada vez pasaba más tiempo con los ojos cerrados. Y encima con esa sonrisita de ganso que ya cansaba un poco. Porque era un hombre grande ¿no? Entonces las pobres mujeres se aburrían y lo dejaban por otros… y… más despiertos.
Y así continuó el Martincito, con amigos y amigas de nombres cada vez más estrafalarios. Si hasta hay algunos que son impronunciables y que, según él, ni siquiera los podía escribir. A veces los dibujaba, porque tenía buena mano para eso, y le juro por la Virgen que esos no eran cristianos como usted y yo.
A la final, un día el Martincito (un muchachón hecho y derecho ya) dijo:
Este mundo es una porquería.
Dicha esta herejía que Diosito y la Virgen Santa me lo perdonen, se echó en su cama, cerró los ojos y no los abrió nunca pero nunca más, vea.
El doctor dice que muerto, lo que se dice muerto, no está, y en coma o algo por el estilo, tampoco. Eso sí: debajo de los párpados se nota el movimiento de siempre y sigue con la sonrisita, esa sonrisita tan insoportable que parece la de un idiota.
Ricardo Gabriel Zanelli nació en la Argentina en 1962. Es autor de LA RULETA RUSA DEL TIEMPO (Cuentos), 2004, Editorial Argenta (ISBN 950-887-267-5). Ha publicado varios cuentos y ensayos breves en diarios (La Voz del Interior) y revistas (Revista Cuásar) de Argentina.
ARGENTINA
No estoy solo escribiendo estas líneas. El liposo me acompaña en esta habitación de imágenes. Recién acaba de comerse un halo de luz de Tommy Tom. Lo que sucede es que a él no le gusta el tecnopower, al menos por ahora. Pero se vuelve loco con el sabor del halo lumínico. Es un goloso de antología.
Sabe que cuando escribo no debe molestarme; después de todo, es su diario y algún día se lo leeré completo. Ahora está suspendido en el aire, olfateando cuanta cosa se le cruza por sus podos retráctiles.
Hoy estuve con él en la plaza Axial, la que tiene el monumento de Logan en el centro. Me tomé el trabajo de tapar a mi mascota con la cortina volátil, ya que al ciberoide cuidador del lugar no le gusta que la gente pasee con mascotas en su sector. Cierto día pulverizó con su soplido a un zenogabio de Andrómeda que pretendía pisar el sector rojo. El ciberoide odia que alguien pise su sector, especialmente el rojo. No me pregunten el motivo. Lo desconozco.
Les contaré acerca de la cortina volátil que le compré al lipo. Se trata de un descubrimiento reciente. Tiene cinco años de vida, y se descubrió por casualidad en un silo nuclear de Nueva Caledonia, en Sión, una de las dos lunas de Tiro, también llamado el planeta granítico. En aquel lugar, un científico llamado Aldo Colleti se hallaba enfrascado en la puesta a punto de un acelerador de neutrinos de última generación. Se produjo una chispa infinitesimal en una de las terminales energéticas. Por lo que sé, luego de una fuerte explosión en la que, afortunadamente, el científico no resultó afectado, nació el descubrimiento propiamente dicho. Colleti aún se traba en sus palabras al recordarlo, pero lo cierto es que cuando volvió en sí, diez minutos después de la explosión, no pudo creer lo que veían sus ojos.
Todo lo que lo rodeaba había desaparecido. No sé si soy claro. El edificio de tres plantas, el centro experimental y el enorme acelerador de neutrinos se habían esfumado. Se hallaba ahora en el campo, rodeado de árboles y llanuras.
Tarde comprendió Aldo Colleti que en realidad nada había desaparecido, sino que estaba allí, ante él, todo tapado por una enorme cortina volátil de miles de metros cuadrados de superficie. Poco tiempo más tarde, Aldo descubrió la fórmula para fabricarla y las manos del materialismo lo tomaron de las pestañas. En la actualidad fabrica cortinas volátiles de todos los tamaños y en cantidades industriales. Si bien el producto es costoso, compré una docena de metros y tapé a mi lipo para llevarlo a la plaza. Me sobró un retazo con el cual me hice un bonito e invisible pantalón. Dicen mis amigos que se quedan rígidos de espanto cuando me los pongo. Tendré que limitarme sólo al uso casero.
…Nadie vio al liposo en la plaza; nadie, excepto una viejita voladora desprevenida. La ingenua volaba a baja altura y el liposo, con un veloz movimiento de su gran cogote, la cazó al vuelo y la tragó en un santiamén. Ni tiempo de asustarse tuvo la pobre. Un bebé plutónico que caminaba con su madre no vidente le dijo:»Mamá, se esfumó en el aire». La madre no supo de qué hablaba su hijo. Pero lo peor ocurrió luego.
Me disponía a utilizar uno de los tres soñadores sensoriales de la plaza, cuando observé con el rabillo del ojo que algo ocurría en el sector de los prismas. Uno de estos prismas, propiedad de la colección privada del famoso Gunter Hash, abandonó su base y se elevó unos diez metros de altura por encima de la gente. ¿Quién había ocasionado tal revuelo? Mi liposo invisible, por supuesto. Lo que sucede es que al lipo le llama poderosamente la atención todo aquello que es luminoso o fosforescente. El prisma era luminoso y fosforescente.
Tres minutos después, el prisma reapareció como por arte de magia, y se colocó nuevamente en su base, ante el asombro desbordado de la multitud ahora reunida. Supuse que el lipo saboreó el prisma y no fue de su agrado.
Aparté a mi querido animalito lejos de la vista del ciberoide y lo llevé a un lugar despejado. Me limité únicamente a darle consejos en un tono más alto que el habitual. El lipo lloriqueó un poco, me conmovió y le compré un globo cuadrado a uno de los andróginos que vendía en la zona.
Y volvimos a casa, mi liposo y yo, él tapado con la cortina volátil, y quien les cuenta esto con una sonrisa muy grande por saberlo feliz y saludablemente fuerte.
El ciberoide nunca supo de qué manera un globo cuadrado podía seguir mis maniobras de vuelo con tal perfección.
Marcelo Norberto Motta nació el 4 de enero de 1964. Es miembro de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) de Capital Federal, y ha obtenido premios y menciones en numerosos concursos. Entre sus ponencias menciona: «Heavy Metal: Punto de contacto con la literatura», presentada en las Jornadas Populares sobre Rock Nacional. IES Nº1 Dra. Alicia Moreau de Justo, Septiembre 2005. «Literatura en la escuela: el fuego inicial», presentada en las Terceras Jornadas sobre Didáctica de la Literatura: Raros y Malditos: Géneros difíciles en la escuela. Septiembre 2006. IES Nº1 Dra. Alicia Moreau de Justo. La Orestíada de Esquilo y las relaciones sistémicas entre sus personajes. Terceras Jornadas de Estudio sobre el mundo clásico. Universidad de Morón. Septiembre 2006.Tiene dos libros en su haber: «13 Cuentos Oscuros», publicado por Ediciones El Escriba, y «Liposo, una épica fragmentaria», publicado por Ediciones El Escriba. El cuento que aquí publicamos forma parte de este último.
ESPAÑA
Aquel último invierno había sido especialmente crudo. Tan crudo que el frío del exterior había conseguido abrirse paso hasta el interior de mi acogedor refugio de granito, a doscientos metros de profundidad por debajo del paraíso de Montana. Allí abajo, incrustado en la roca inmemorial, yo permanecía sumido en un sueño eterno, del que no debiera haber despertado jamás. Creedme: cualquier acontecimiento del Universo tiene su momento de gloria bajo la luz del Sol, y mi reino de terror había quedado sepultado bajo millones de toneladas de tierra hacía mucho, mucho tiempo.
Una vez superada la oleada de frío inicial, que, a decir verdad, apenas me había importunado pues la muerte me mantenía insensible en gran medida a los avatares de la existencia, no tardé en detectar la aparición a mi alrededor de varios focos de calor de reducidas dimensiones que, de una manera que se me antojó harto sistemática, estaban desenterrando las distintas partes de mi cuerpo; depositándolas acto seguido, con sumo cuidado, dentro de unos amplios cajones de madera.
Aquellas extrañas criaturas, convertidas de pronto en mis celosos guardianes, custodiaron mis restos a lo largo de muchos kilómetros, recorriendo anónimas regiones por mí desconocidas. ¿Era posible no maravillarse ante la visión de aquellas transformaciones tan radicales que había experimentado el paisaje desde mi último paseo? Ciertamente, yo había surcado todo aquel vasto océano de tiempo en un solo instante, en un abrir y cerrar de ojos. ¡Y ahora todo era tan distinto a mi mundo de procedencia…! El vértigo que experimento me impide proseguir momentáneamente con mi relato: pierdo el conocimiento durante el resto del viaje.
Despertar en primavera es hermoso. Como si fuera un milagro de rara invención, los árboles se cubren de flores con los colores del arco iris, del mismo modo que sucede en las verdes y frescas praderas, donde el espeso manto de nieve invernal sucumbe lentamente ante las continuas embestidas de los cálidos rayos solares del equinoccio.
Y los diversos animales también responden a la llamada de la vida: abren sus ojos somnolientos y salen de sus oscuras madrigueras, sintiendo un irresistible impulso procedente de sus entrañas que les arrastra a la perpetuación de sus genes, de su esencia.
Sin embargo en mi caso, el impulso procedía de una fuente exterior: la apasionada y concienzuda labor desplegada por un grupo de laboriosas criaturas, quienes, al igual que yo, poseían unas manos muy pequeñas aunque infinitamente más habilidosas que las mías. Así, mediante el uso de mágicas herramientas, habían sido capaces de transformar lo inerte e inanimado en un fabuloso e intrincado laberinto de huesos, sangre, músculos y nervios; en definitiva, en un doble exacto de mí mismo, pero condenado a vivir en un escenario temporal muy distinto a aquél para el cual millones de años de evolución me habían preparado.
A pesar de las fuertes ligaduras con las que mis guardianes pretendían ingenuamente evitar mi huida, no tardé en escapar de mi cautiverio, una vez recuperada la capacidad de respirar y de moverme con total autonomía. Así, tras vagar sin rumbo fijo por infinidad de lugares que me resultaba imposible reconocer, sintiéndome hasta cierto punto indefenso a pesar de mis casi seis toneladas de peso y mis afilados dientes como sables, descubro de pronto en mitad del camino un obstáculo que me cierra el paso. Ante aquella superficie de colosales dimensiones, tan extraña en definitiva, mi primera reacción es la de detenerme en seco. Pero pronto mi instinto de supervivencia agudiza mis sentidos en pos de detectar cuanto antes una posible amenaza. Y entonces, sin saber cómo, soy capaz de entender la frase que aparece escrita sobre aquel descomunal cartel publicitario: ¡PONGA UN T- REX EN SU VIDA POR UN MÓDICO PRECIO!
Ante el reto lanzado por el peor de los enemigos imaginables, mi respuesta es la de abrir las fauces lo máximo que puedo y, acto seguido, suelto a los cuatro vientos el más potente de los alaridos, sólo comparable a la voz del trueno.
Baldomero Dugo Navarro nació el 6 de octubre de 1970, en la población barcelonesa de Montcada i Reixac. Es licenciado en Psicología y diplomado en Relaciones Laborales por la Universitat Autònoma de Barcelona. Aficionado a la literatura desde los once años, se ha decantado desde muy joven por el género fantástico y la ciencia-ficción. Aunque ha hecho sus pinitos tanto en poesía como en ensayo, ha cultivado sobre todo el relato breve. Ha publicado en diferentes revistas catalanas, como Cap-pont (revista cultural de Lleida) o Gran Sant Cugat. En 1988 ganó el Premio Cervantes de narrativa organizado por «La Caixa», gracias a un relato de ciencia-ficción titulado «La Genética de la Salvación». Recientemente, ha publicado un libro titulado «Actualización de Sentimientos» del que forma parte este relato.
Axxón 217 – abril de 2011
Cuentos de autores varios (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Fantasía : Temas diversos : Internacional).