Revista Axxón » «El fin, los medios y la propiedad transitiva», Saurio - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

Argentina

—¡Ah, me olvidaba de contarte! Hará cosa de un mes andaba por el sistema Kranseht Fog Nitnuheht, no sé si lo ubicás…

—De pasada.

—Deberías ir, Ignatz, es muy bonito1.

—No creo que pueda. Tendría que atravesar el Imperio Reig y arriesgarme a que me atrapen. Porque sabías que tengo una orden de captura allí, ¿no?

—No, no sabía. Tampoco sabía que los Reig tuviesen leyes.

—Sí, tienen leyes. Lo que pasa es que las ocultan muy bien. No me preguntes por qué.

—Quizás porque si desconocés las leyes es más fácil que quebrantes una.

—Quizás. Bueno, de hecho me buscan por culpa de mi ignorancia. Resulta que me llama el Primer Divisor Reig y me encarga siete toneladas de merluza en buen estado, recalcando «buen estado» varias veces. Como pagaban bien tomé todos los recaudos posibles para que los malditos pescados estuviesen casi como recién salidos del mar. Además, hay que juntar siete toneladas de merluzas en esta parte de la galaxia. Bueno, la cosa que llego haciéndome el cancherito, fanfarroneando por mi eficiencia, el tipo abre el container y se pone moteado de la furia. Parece que el «buen estado» de un pescado para un Reig es de podrido a peor. Empezó a los gritos, que yo era un estafador, un corrupto, que qué me creía, que si les vi las caras de idiota, etcétera.

—Y, pero qué importaba, lo dejaban pudrir y listo.

—Eso es lo que le dije al chabón este. Pero el problema es que yo había traicionado su buena fe y eso es un crimen que allí se paga con la vida.

—¡La mierda! Voy a tenerlo en cuenta. ¿Y cómo zafaste?

—No me lo vas a creer pero el viejo truco de «¡Ey, allí hay una mina en bolas!» aún sigue funcionando. Me subí a mi nave, pisé el acelerador a fondo y adiós muchachos. Lo que sí, no te como una puta merluza más en mi vida.

—¡No me digas que…! ¿Las siete toneladas?

—Las siete toneladas.

—Ugggg… Me da cuchi pensarlo…2

—Estabas contándome de Kranseht Fog Nitnuheht.

—Ah, sí, sí. ¿Lo ubicás a Pfabulapfio, el n!/(n—t)! que a veces para por el bar de Ong Huan, el que se tira pedos de colores?

—Sí, lo ubico. ¿Qué pasa con él?

—Me llama y me dice que tenía el dato que en el quinto planeta de Kranseht Fog Nitnuheht estaba escondido Chubmakii con todo lo que me afanó el año pasado y que si quería podría proporcionarme, por una recompensa, claro está, la exacta localización del escondite y un plano para pasar las trampas que el hijo de puta había colocado. No creo que la recompensa que le di le haya gustado mucho, más que va a pasar un buen tiempo antes de que pueda volver a tirarse pedos de colores, pero igual me entregó el plano. ¡Eso es lo que siempre me gustó de ser un rudo contrabandista, poder abusar impunemente de los demás y no tener que preocuparme por los buenos modales en la mesa! Deberías probar esta vida, Ignatz.

—No te olvides que yo en realidad estoy en el espacio en una misión científica. Por ahora los giles no se han avivado de mis changuitas pero tampoco es cuestión de andar levantando la perdiz. Uno nunca sabe cuando a algún conocido se le dé por aterrizar en Santa Gregoria de los Cardales y se le escape que ando al borde de las leyes de media galaxia. Porque la verdad es que, aunque pagan una miseria, la obra social es de primera y uno nunca está libre de que le agarre algo.

—Toco madera.

—Toco madera.

—Bueno, ¿qué te estaba contando? Ah, sí, que Chubmakii estaba escondido en el quinto planeta de Kranseht Fog Nitnuheht. Pero no me podía arriesgar a mandarme de lleno a matarlo porque no creo que se hubiera contentado sólo con poner unas trampas, bastante bobas, por cierto, de seguro tendría algún sistema de alarma extra y no bien detectase mi nave se las iba a tomar. Así que muy a mi pesar tuve que calmarme y pensar un plan para agarrarlo desprevenido. Después de muchas noches sin dormir llegué a la conclusión de que, dado que el mejor plan puede fallar, el peor plan resultaría infalible.

—Nunca se me había ocurrido tal cosa.

—Es que no es fácil. Uno instintivamente trata de hacer las cosas bien con la esperanza de que esto traerá buenos resultados, cuando el éxito viene al hacer las cosas mal. Y cuanto peor las hagas, mejor. Este es un secreto celosamente guardado por políticos y cantores de moda.

—Y pensar que durante milenios incontables estudiosos sociales se devanaron los sesos tratando de encontrar la respuesta a la paradójica situación de los habitantes del Universo sin llegar a nada…

—Lo que pasa es que todos ellos también son parte de la conspiración.

—¿Te parece?

—Bueno, no es que lo sean voluntariamente. Es más, la gran mayoría lo ignora. Pero vos viste como son los libros que escriben, pura palabrería retorcida que parece servir sólo para hacer sonar inteligente una obviedad. Y, en realidad, con esos términos rebuscados lo único que logran es no darse cuenta de lo evidente: Que hacer las cosas bien a la larga trae felicidad para todos, pero hacerlas mal enriquece a unos pocos. Yo, como por suerte no leo, pensé un poco y me di cuenta.

—Interesante teoría. Pero hay algo que no me cierra.

—Lo que pasa es que sólo te conté un esbozo muy sintético. Tené en cuenta que este ocultamiento se da por los medios de comunicación, por la escuela y por la comida.

—¿La comida?

—Sí. ¿Para qué te creés que se inventaron los supermercados? Para tener toda la comida concentrada en un solo lugar y así se hace más fácil inocularles la «droga del olvido». Y encima tenés la música que pasan por los parlantes. ¡Como para no volverse un zombi!

—Mmmmmm…. Mejor seguí con lo de Chubmakii, que estaba interesante.

—Oká3. ¿Cuál era el peor plan que podía pensar?

—No sé. Llamarlo por teléfono y decirle que ibas para allá.

—No. Aún ese era bastante bueno. Lo primero que hice fue alistarme como tripulante de un crucero Wskiokub rumbo a Srju Ez XI. Siete meses pasé allí lavando las cubiertas con un cepillo de dientes. Al llegar a destino, deserté, me dejé crecer un segundo bigote, me depilé la entrepierna, me tatué «El vicio es un antiguo consejero» en las encías y me dediqué a degollar prostitutas en el puerto. Cuando la policía estaba a punto de atraparme, me escondí en un container lleno de espárragos y viajé como polizón en una nave no identificada que me dejó en un planeta que no pude reconocer. Allí me teñí las orejas, falsifiqué mi documentación y me hice pasar por un peletero freqají por más de un año. Después fingí mi muerte en un accidente de tránsito y volví a Srju Ez XI. La policía me descubrió rápidamente pese a que usaba día y noche un antifaz con lentejuelas para que no me reconozcan. El juicio duró quince minutos y me condenaron a ser decapitado al día siguiente. Afortunadamente una flotilla de platos voladores de Kranzor III atacó el planeta esa misma noche y fui hecho esclavo del Séptimo Naftalín de la provincia de sCherkatzjovinia.

—Disculpá, ¿todo esto lo planeaste de antemano?

—Absolutamente todo.

—No te creo.

—Cosa tuya. No te olvides que este era un pésimo plan.

—Ah. Cierto.

—Once años pasé sirviendo al Naftalín como escanciador de su hija, la bella Trafusilina, quien no sólo perdió su virginidad conmigo sino que además conoció lo que realmente significa el Placer.

—¡Faaaaaa!

—Como te podrás imaginar, la chica se encariñó conmigo. Así que cuando le expliqué mi plan se entusiasmó y juntos escapamos hacia Geropafrusia Menor, donde compramos una casita, un perro y un auto. ¡Pobre Trafusilina! ¡Todavía debe de estar esperando que yo vuelva de comprar el pan! En fin… los tres días siguientes me dediqué a rondar el espaciopuerto buscando un gil que viajase solo y que aceptase llevarme en su nave. Al final encontré un zr’nm’ld que accedió a acercarme hasta Satcronia B si me lo culeaba durante todo el viaje. No era la cosa que más me alegrase en el universo pero, bueno, a veces uno tiene que hacer de tripas corazón. Además, apenas estuvimos en una zona neutral del hiperespacio lo asfixié con una almohada y ahora es un asteroide más del sistema Melxtrajn. Cambié el rumbo de la nave y me mandé hasta Esion Fotra IV. Allí me encontré con vos…

—¡Pará! Yo no me acuerdo haberte encontrado jamás en Esion Fotra IV.

—Por supuesto que no. Esto que te estoy contando pasó dentro de dieciséis años. Es más, te pregunté si había tenido éxito en mi venganza.

—¿Y qué te dije?

—Que yo te había hecho jurar que no me ibas a decir nada al respecto.

—¿Cuándo me hiciste jurar tal cosa?

—Ahora. Jurame que no me vas a decir si pude o no matar a Chubmakii o cualquier otra cosa que pueda estar relacionada directa o indirectamente con este hecho.

—Te lo juro.

—Bien. En Esion Fotra cambié la…

—Una cosita antes de que sigas: ¿cómo estaba yo dentro de dieciséis años?

—Me hiciste jurar que no te diga nada si te volvía a encontrar en el pasado.

—¡Mierda!

—Así es la vida, hermano. Igual, por las dudas te aviso: No te queda bien el peluquín.

—¿Qué? ¿Yo estaba usando peluquín?

—¡Sshhhh!

—Bua, está bien. Seguí.

—En Esion Fotra cambié la nave por una notoriamente menos maricona y me fui hasta la distorsión espaciotemporal de Resa E’trekoob, donde me metí pese a que la computadora de navegación protestaba como una spordreat histérica. El viaje, la verdad, no fue tan malo como esperábamos. Fue peor. No sé si alguna vez te cruzaste con un remolino cuántico.

—Un par de veces. Nada agradable, por cierto.

—Imaginate entonces lo que fue esto, que venía un remolino tras otro. Hasta la computadora perdió la cuenta de cuántos eran… Esquivé la gran mayoría pero eso significó que me desviase de mi trayecto y cuando pude volver al espacio normal me encontré setecientos años en el pasado y muy cerca de la Tierra.

—Mirá vos. ¿Y qué hiciste?

—Fui a buscarlo a Leonardo da Vinci para que me construya una máquina del tiempo.


Ilustración: Valeria Uccelli

—¿Leonardo da Vinci?

—Sí. ¿Por qué no?

—Porque es de una época en la que a nadie se le habría ocurrido relacionar las palabras «máquina» y «tiempo». Es más, apenas existían máquinas y la idea de tiempo estaba recién naciendo.

—Sin embargo, he visto cientos de películas en que o lo llevan al futuro o se lo encuentran en el pasado, y el quía los ayuda, aun cuando no entienda bien la tecnología que está usando. Y no tiene por qué ser da Vinci, puede ser Einstein, Newton o quien más te guste, siempre y cuando sea una gran mente.

—Y vos te creíste esas películas.

—Es que ustedes los humanos son tan extraños… Me pareció que podría ser perfectamente posible ir y hablar con da Vinci y pedirle auxilio. Igual no lo pude ver.

—¿Ah, no?

—No, porque la gente empezó a decir que yo era un demonio y a tirarme piedras, vinieron un montón de curas que me bañaron en agua bendita y si no corro me ensartan un crucifijo enorme en el orto. De regreso a mi nave me di cuenta que mi plan estaba comenzando a fallar. Lo que quería decir que mi plan no era tan malo como yo creía. ¿Qué es lo peor que podía hacer? Se ve que me lo pregunté en voz alta porque la computadora, bicho racional y obediente, me contestó «Y… volver a la distorsión espaciotemporal». No pude menos que felicitarla por tan pésima idea, porque la verdad es que había que ser un boludo y un suicida para intentar tal acción en las condiciones en que estábamos. Y después fui para allá. Cuando pude salir de la distorsión sólo quedaba de la nave un asiento. Y yo, por supuesto. El resto quién sabe por dónde habrá quedado. Lo que, convengamos, fue una desgracia con suerte porque aparecí en el sótano de la casa donde Chubmakii estaba escondido. O, mejor dicho, donde se iba a esconder al día siguiente.

—Ya sé. Te quedaste ahí oculto, esperaste a que viniera y lo mataste.

—Sí y no. En realidad me quedé dos semanas, cosa de que se aclimatase Chubmakii y se sintiese confiado. Es que quería que mi venganza fuese perfecta. Pero esperar era una buena idea y ahí todo falló. Cuando estaba dispuesto a sorprenderlo él me sorprendió antes, cayendo muerto al sótano con un tiro en la nuca. Subí corriendo las escaleras a ver si podía agarrar al asesino pero cuando llegué ya no había nadie en la casa. Tampoco estaban las cosas que Chubmakii me robó, así que aún me queda la esperanza de que quien lo mató haya sido yo. O, mejor dicho, un yo del futuro que aprovechó que yo estaba distraído yendo de un lado para el otro y se mandó directo y lo mató.

—Podría ser… Tendrías que viajar de nuevo en el tiempo y listo.

—¿Y si no era yo el asesino y caigo justo y lo interrumpo?

—Bué, ese es un riesgo que vas a tener que correr.

—¡Es que ya me cansé de toda esta historia de Chubmakii!

—La verdad, yo también.

—Qué se le va a hacer…

—En fin…

 

 

NOTAS

NOTA 1: «Bonito». ¿Qué clase de palabra es esa en boca de un rudo contrabandista interestelar como Lardei Eskukada? Mmmm… VOLVER

NOTA 2: ¿»Me da cuchi»? Algo le hicieron a mi amigo. VOLVER

NOTA 3: Efectivamente, algo le hicieron a mi amigo. VOLVER

 

 

Saurio nació en Buenos Aires en 1965. Dice estar preocupado por su futura muerte, lo que estimula en él la necesidad de aprovechar el poco tiempo que le queda dedicándose a cuanta arte, ciencia o religián se le cruza en el camino. Ha escrito dos novelas, El vacío del bostezo y La indiferencia de los peces, dos libros de poemas y uno de humor, Un libro al pedo y sostiene sitios de Internet: La Idea Fija (donde entre otras muchas cosas desarrolla su hi