Revista Axxón » «Ocaso y desaparición de Ciudad Lejana», Félix Morales Hidalgo - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ESPAÑA

No voy a decir cómo me llamo, permítaseme no dar mi nombre para no traer la vergüenza sobre la parte de mi familia que no conoce nada de esta historia. Tengo treinta y seis años y durante los últimos dieciocho me he ganado la vida como viajante de comercio. No ocultaré que he disfrutado mucho de este trabajo donde cada día era un nuevo desafío y cada noche una ordalía. He gozado vendiendo de todo y a todos, engañando, convenciendo, presionando. He vendido productos innecesarios a gente sin dinero y artículos imprescindibles a hombres ricos dedicados, como hobby, a la especulación. Y siempre mis clientes han quedado satisfechos. Pero no me juzguen, o al menos no por eso. Yo sólo hacía mi trabajo, de algo hay que comer y sacar para la vida nocturna. Vida nocturna a la que, como se imaginará, también he sido un devoto aficionado. Casi no hay bar, burdel o casino en el que no haya pasado infinitas horas. Conozco, en sentido carnal, a todas las chicas de la noche y el amor en cientos de kilómetros a la redonda. Espero que si alguien lee estas líneas tenga a bien tampoco juzgarme en esta ocasión. Reserve el lector sus juicios para mis acciones durante estas últimas horas que voy a relatar.

Escribo estas líneas a la luz de unas cuantas velas que titilan tenuemente y amenazan con no durar lo suficiente como para dejarme concluir mi relato. La oscuridad de la noche es hoy más negra que nunca desde hace años, pues no hay ni un solo vatio de electricidad en Ciudad Lejana. El apagón ha sido general y absoluto. No sé si será una paradoja, un modo cósmico de equilibrio del karma o, simplemente, una casualidad, que los negocios que me habían traído de vuelta a Ciudad Lejana, por los cuales me he visto envuelto en todo esto, fueran, precisamente, con la compañía eléctrica. La misma compañía que, seguro, tiene a miles de técnicos por toda Ciudad Lejana devanándose los sesos para solucionar el problema, sin saber que la red eléctrica está funcionando perfectamente, que la solución, contando con que la hubiera, se sitúa mucho más allá de sus posibilidades.

Nunca debí confiar en Maximiliano Etreum, nunca teniendo en cuenta las circunstancias en las que lo conocí. Pero era un tipo tan convincente, y me había ofrecido un negocio tan jugoso…

* * *

Hace años que visito Ciudad Lejana, cuando menos, una vez al mes. Aunque durante varias temporadas mis negocios me han traído por aquí todas las semanas. Desde la primera vez que vine, siempre me he alojado en el mismo sitio, en el Hostal Dolores, un pequeño establecimiento, cutre y decadente, que por poco dinero proveía de cama, ducha y desayuno en el centro de la ciudad, muy cerca del Barrio de las Putas… el pabilo de una de las velas acaba de expirar, mi tiempo para escribir se acaba. Trataré de ser breve.

Venía siempre al Hostal Dolores, en definitiva, por su magnifica ubicación. El Barrio de las Putas de Ciudad Lejana tiene un ambiente especial, y no es sólo por las putas. Pero, además, me arrastraba hasta allí la fascinación que había despertado en mí su conserje. No importaba la hora del día o de la noche a la que uno apareciera por su conserjería, él siempre estaba allí. Sentado, leyendo absorto algún libro o con la mirada perdida en la pantalla de su ordenador. Sin embargo, nunca le vi sobresaltarse por nada, como si tuviese un sexto sentido, continuamente alerta, o su abstracción fuese fingida. Nunca, hasta que se sobresaltó e intentó asesinar al señor Etreum.

Aquel día, hace exactamente de eso un año, ¡maldición!, ¿otra coincidencia?… Aquel día, iba diciendo, fue extraño desde el principio. Acababa de llegar a Ciudad Lejana por unos negocios de los que es mejor no hablar, no siempre un comerciante se puede mover dentro de los estrictos marcos de la legalidad. Tras conseguir un hueco para dejar el coche, como de costumbre todos los parkings estaban repletos, me dirigí al Hostal Dolores para coger mi habitación y dejar las maletas. Al entrar vi a un cliente hablando con alguien que ocupaba el puesto del conserje. Raro era que tuviesen otro cliente a esas horas de la mañana, pero no era, evidentemente, la primera vez que pasaba. Lo que sí rompía con la normalidad de un modo brusco era que no estuviese en su puesto el sempiterno habitante de la conserjería. Más pensando en la ausencia del conserje que en otra cosa, me acerqué a recoger la llave de mi habitación, de modo que pude escuchar el final de la conversación entre ambos. El cliente explicaba que se quedaría unos días pues empezaba, a prueba, un nuevo trabajo en la ciudad, de modo que necesitaría posada hasta que supiese si era definitivo y se buscase un piso. Cuando se retiraba, el que hacía de conserje le dijo:

—Un curioso apellido Etreum, no lo había escuchado nunca.

—Es que somos pocos en la familia —respondió Etreum.

Llegado mi turno, me registré y cogí la habitación que tenía reservada, la misma de siempre. A punto estaba de preguntar por el conserje, cuando un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y todo lo que podríamos llamar mi alma: Etreum, Etreum, el nombre del, ahora que lo pensaba, misterioso cliente no había parado de resonar en mi cabeza desde que lo escuchara. Etreum. ¡Muerte! Las supersticiones, los miedos aprendidos, hicieron que me estremeciese y olvidase la curiosidad por el destino del conserje. O quizá era que temía la respuesta.

Dejé mis cosas en la habitación e hice una llamada para posponer la cita de esa tarde para el día siguiente, aunque me tuviese que quedar un poco más en Ciudad Lejana. El incidente me había puesto muy nervioso y sabía cómo solucionarlo ahí mismo, justo al lado, en el Barrio de las Putas. Tomada la decisión, me duché con agua bien caliente, me vestí, cogí dinero y salí del cuarto. Al llegar a la planta baja el conserje ya estaba de vuelta, aunque aún no estaba leyendo, sino que miraba el libro de registro con cara de preocupación. Pensé que, obseso del trabajo, había detectado algo en el libro que no estaba en orden y se culpaba de ello por haberse ausentado. De todas formas me saludó amablemente expresando su alegría por verme aunque, aclaró, ya sabía de mi llegada, lo había visto en el libro de registro. Tal fue la alegría que me embargó al verlo sano y salvo que olvidé todas mis preocupaciones sin por ello cejar en mi empeño de ir al Barrio de las Putas a relajarme.

* * *

Unas horas, varios cubatas y algunos algo más después, estaba de vuelta en el Hostal Dolores con Venancia. No cabía en mí de gozo pues había pillado libre a la mejor felatriz de Ciudad Lejana y sus alrededores. Saludé al conserje, que nos miró con la típica cara de complacencia conspiradora que ponía en estos casos. No sé si ya no se asomaba la preocupación a su rostro, o que mi estado de relax no me permitía percibirla. Mi preocupación, en cualquier caso, había desaparecido totalmente. Otra vela se ha terminado, he de abreviar o no me dará tiempo a acabar esto, y entonces nunca podrá saber nadie qué ha sucedido.

Pasillo arriba, casi llegando a mi habitación, nos cruzamos con el señor Etreum que nos dedicó un buenas noches bastante cortés antes de, tras dejarnos paso, continuar tranquilamente su camino hacia la escalera. Ahora sí me fijé en él. Me resultó imposible determinar su edad, tan pronto parecía ser un joven adulto como se metamorfoseaba en un anciano venerable. Vestía traje y corbata, muy convencional. Algunos dirían que todo un caballero. Pero el cóctel de substancias ingeridas hizo su efecto y se activó la paranoia que trajo de vuelta el desasosiego de horas antes. En la habitación, mi hermano pequeño se negaba a funcionar a pesar del empeño y el buen hacer de Venancia. Mi cabeza estaba en otra parte. Muerte. Etreum. Resonaban una y otra vez. Casi como si en cada rebote en las paredes de mi cráneo, el nombre cambiase de sentido. Etreum. Muerte. Entonces se oyeron los gritos y el sonido de una pelea abajo, en la conserjería.

Jamás he sido dado a heroicidades, pero esa noche la paranoia y el miedo, la estima por el conserje y, por supuesto, todo lo que había consumido, me pusieron en pie, tiré a Venancia a un lado de un empujón y salí corriendo escaleras abajo, mientras me ponía los pantalones con dificultad, en ayuda de un hombre del cual ni tan siquiera sabía el nombre. En el rellano de la escalera la escena era muy distinta de lo que esperaba. Henchido de furia asesina el otrora cordial conserje golpeaba sin parar, con una precisión y fuerza que nadie le hubiese supuesto, al señor Etreum, que yacía bajo su agresor, junto a una esquina, e intentaba parar o encajar los certeros golpes que recibía. El conserje gritaba con voz de ultratumba extrañas palabras, en un desconocido idioma de sonido gutural. Como un canto armónico salido de la garganta de un animal salvaje, el grito de mil bestias de distintas especies aullando a un tiempo.

Agarré al conserje por detrás usando una llave que sabía de cuando hice el servicio militar. Por mucho y muy fuerte que forcejeó no pudo librarse de ella. Alguien, alertado por el alboroto, debía haber llamado a la policía que apareció, cosa extraña, justo cuando creía que no podría contener por más tiempo al airado conserje. Otro pabilo se apaga y tengo tantas cosas que contar… tan sólo quedan dos velas.

Resumiendo. Acabé mis negocios en Ciudad Lejana y me fui sin saber demasiado sobre el final de la historia. Y no volví en mucho tiempo. Deliberadamente dejé escapar negocios para no acercarme por aquí. Sutiles pesadillas me atormentaban desde aquella noche. No se puede negar que eran a raíz de aquello, todas versaban, de un modo u otro, sobre lo sucedido. Hará unos cuatro meses, ¡maldita sea la hora en que se me ocurrió!, decidí seguir el consejo de un amigo y volver a Ciudad Lejana para enfrentar mis miedos. No fui ni por negocios ni por placer. Ciudad Lejana ya no significaba eso para mí. Fui para averiguar qué era lo que había sucedido aquella noche.

* * *


Ilustración: SBA

En el lugar donde antes había estado el ruinoso edificio del Hostal Dolores, habían erigido una moderna e impoluta aberración diseñada expresamente para albergar una franquicia de una famosa tienda de ropa. Como era de suponer, allí nadie sabía nada.

Pregunté a los dueños de las tiendas colindantes y lo único que saqué en claro era que el conserje se había vuelto loco. Todos señalaban en la misma dirección, si quería saber más tendría que ir al Barrio de las Putas y hablar con el señor Tonelero. Vicente Tonelero, ¡menudo pajarraco!, sólo pensar en él ya daba escalofríos. Intenté una y otra vez obtener información sin tener que entrevistarme con él. Cuando hube hablado con todo el que quiso dedicarme su tiempo, y créame que sé cómo lograr eso, no me quedó más remedio que resignarme y salir en su búsqueda.

Tardé poco en dar con el señor Tonelero. En la Plaza Grande encontré a Itálico Martínez que estaba acabando uno de sus famosos dibujos boligráficos. He de reconocer que las horrendas y deformes criaturas que Itálico plasma sobre el papel me causan pavor. Son el producto sin duda de una mente enferma. Sin embargo, esa mente enferma sólo se muestra en sus dibujos. Le pregunté por el señor Tonelero y, tal como suponía, sabía donde estaba. Hacía rato lo había visto ir hacia la casa de la bruja, ¿un mal presagio?

Fui en la dirección que me dijo Itálico Martínez y me encontré con el señor Tonelero. Un siniestro cincuentón de pelo largo, cojo y vestido con raídos ropajes oscuros de corte novecentista. Me acerqué a él, un frío inexplicable me recorrió la espalda. Le saludé y le expliqué lo que buscaba. Entonces clavó sus fríos ojos grises y graznó, con voz de urraca, una respuesta. Mis músculos se tensaban cada vez más y el frío de la espalda se empezó a propagar por mis articulaciones. Deseaba que el encuentro acabase cuanto antes, el dandy del lado oscuro con quien hablaba me resultaba aterrador a un nivel tanto espiritual como físico. El penúltimo pabilo se apaga, ya le queda poco. La otra vela aguanta, de momento, pero cada vez está más pequeña. Tengo que ser breve… y hay tanto que contar.

El señor Tonelero, muy atento a pesar de su espectral presencia, me invitó a su casa para tomar un té mientras hablábamos de lo que fuese que me llevaba hasta él. Nos instalamos en un cómodo saloncito que tenía decorado, ¡oh, proverbial mal gusto!, con obras de Itálico Martínez suntuosamente enmarcadas. Mi malestar no podía ser mayor, y el señor Tonelero, como si lo notase y disfrutase de ello, no parecía dispuesto a abreviar. Estuvo hablando un rato, al notar que yo reparaba en ellos, de su colección de dibujos boligráficos, elogiando a Itálico Martínez y haciendo glosa completa de lo que él consideraba sus virtudes estéticas. Por fin logré reconducir la conversación. El señor Tonelero fue breve y conciso. Sabía muchas cosas, pero era mejor para mí no saber nada, alejarme de allí y olvidar para siempre el asunto. Insistí y me dijo que Rosa, la ayudante de la bruja, podría conseguirme información más específica del conserje y su locura. Le pregunté por Etreum y dijo que no sabía nada de él. Que él no tenía nada que ver con esto. Le hablé de la extraña coincidencia del apellido de Etreum y el señor Tonelero me invitó a irme, no sin antes recordarme que ese anagrama ya debía ser suficiente para instarme a abandonar mis pesquisas. Le di las gracias por su amabilidad y por el té y salí de allí con la intención de visitar a Rosa. Cuando salí de la casa noté cómo mis músculos se relajaban y el calor volvía a mi espinazo y articulaciones conforme me alejaba.

* * *

Rosa sabía lo suficiente del conserje. Esquizofrenia hebefrénica con no sé qué, me dijo. Un diagnóstico certero. Al parecer, lo que yo presencié aquella noche fue el brote definitivo. Desde entonces está ido y tan sólo babea mientras se balancea de un pie a otro. Tienen que alimentarlo, lavarlo y vestirlo. De tarde en tarde sale de ese estado y habla a gritos durante horas en el lenguaje extraño que, según explicaba Rosa, tenía que ser el que yo escuché aquella noche. Todo encajaba y me sentí mejor. Mi desquiciada imaginación se tomó un respiro y dejó que el lado materialista que me suele caracterizar retomase el control.

Estaba dispuesto a abandonar Ciudad Lejana cuando pensé que todavía podía visitar al señor Etreum. La policía seguramente sabría dónde podía dar con él. En poco tiempo tuve la información que necesitaba. Recordé, de hecho esto era lo que me impedía pensar en otra cosa, al señor Tonelero diciendo que tenía motivos de sobra para no ir a ver a Maximiliano Etreum. El sentido común dice que este tipo de consejos es mejor seguirlos, pero cualquier temor se veía desvanecido por el ego materialista que dictaba que todo estaba dentro de un orden lógico y que la mejor forma de exorcizar mis terrores era cerrar el círculo. A fin de cuentas aquella noche yo le había librado de llevarse una paliza aún mayor, ¿no iba a recibirme con los brazos abiertos?

El señor Etreum me causó esta vez una sensación muy distinta que cuando me crucé con él aquella noche en el pasillo. Ahora sí pude determinar su edad con algo más de precisión. Era algo mayor que yo, pero no más allá de los cuarenta. Atento y considerado habló conmigo con naturalidad, según dijo, gracias a la ayuda de un psicólogo al que había estado yendo desde entonces. Sí, por supuesto que recordaba aquella noche y el miedo que había pasado, no se esperaba para nada algo así. Según había oído, el conserje estaba loco, bromeó sobre que se le había secado el cerebro como a Don Quijote de tanto leer, que se decía que encontraron miles de libros apilados por todas partes tanto en su casa como en la conserjería. Que los vendieron para poder pagar los gastos que generaba su estado y que algunos se habían vendido por dinero suficiente como para que el conserje pasase así tres vidas más. Reímos de la ocurrencia. Un profundo vínculo estaba creciendo entre el señor Etreum y yo. Hipnotizado por algún tipo de aura que lo envolvía, por un inexplicable y seductor poder, le hablé de mis miedos y conclusiones. Etreum. Muerte. Nos reímos. Elogió mi atención, no todos se daban cuenta del juego de letras. Me vanaglorié. Danzamos un baile de cumplidos y me contó que efectivamente su familia provenía de un clan de mercenarios al servicio de un señor feudal que se quiso rebelar contra el rey, pero fue derrotado junto con todos sus soldados, sus ancestros. Una masacre. Sólo dejaron vivas a las mujeres. Desde entonces se han convertido en una familia de lo más inofensiva, aunque mantenga el fatídico apellido. Cosas de familia. Hablando de la familia hablamos de la vida, y de la vida a los negocios. Ya sólo queda una vela y se termina. No veo casi nada.

Cuando llegó el momento del adiós, tras haber hablado durante horas y haber bebido de más, nos despedimos prometiéndonos amistad eterna y hacer negocios en el futuro. Me sentía eufórico, casi como si hubiera encontrado un alma gemela. El bourbon es un aliado muy eficaz en este tipo de encuentros. Al despedirnos el señor Etreum me dijo: «Adiós, amigo, ¿qué digo amigo? ¡Si me has salvado la vida! ¡Adiós, hermano!».

* * *

Durante unos meses volví a mi vida cotidiana y dormía como un lirón sin el menor rastro de inquietud en mis sueños. Mis negocios no me habían vuelto a llevar a Ciudad Lejana, mis contactos lejanienses habían dejado de contar conmigo por mis recientes negativas y yo no había hecho nada por retomarlos. La semana pasada, cuando hacía un par de meses que ni pensaba en el tema, recibí una llamada del señor Etreum. «¿Qué tal, hermano?», resonó su hipnótica voz al otro lado del teléfono móvil. Tenía un negocio entre manos para el que necesitaba ayuda y había pensado en mí. Quedamos para primera hora de hoy en su despacho de Ciudad Lejana y nos despedimos expresándonos el mutuo afecto y anticipando la alegría del reencuentro. El negocio, en los breves términos que me lo explicó, era con la compañía eléctrica de Ciudad Lejana. Se trataba de algo limpio, legal, muy seguro y sencillo. Dinero caído del cielo. «Trato hecho», pensé mientras me regodeaba en la ilusión de retomar las cosas por donde las dejé con Venancia. Por un momento, mientras recordaba aquella noche, las palabras que gritaba el conserje salieron del lago del olvido y les intuí un hórrido sentido. Desde entonces no he podido cerrar los ojos sin que pesadillas, ya no tan sutiles como antes, me aterrasen. Un ser grotesco, tan espeluznante como los dibujos de Itálico Martínez, se presenta ante mí cada vez que empiezo a perder la consciencia. En los últimos dos días, además, su presencia me acompaña a cada momento como un perenne déjà vu.

El substancioso negocio y la consiguiente celebración guiaron mi camino hasta la cita con el señor Etreum. El terror y malestar causados por las pesadillas y el continuo déjà vu eran minimizados por mi sentido materialista que le encontraba explicaciones coherentes a mis ojos, aunque no tanto para mis sentimientos de angustia, ellos no me abandonaban. El embrujo de Maximiliano Etreum no llegaba hasta ese punto. Así llegué al encuentro, puntual y aterrado, sintiendo una desconcertante confianza ciega en mi anfitrión.

Maximiliano Etreum se mostró cordial y afectuoso como en nuestra última conversación. Tal y como me estrechó entre sus brazos sucedió algo extraño, todos mis miedos y pesadillas, todas las imágenes y sospechas, se transformaron en certeza. Supe. No puedo precisar qué. Un ser que venía, el potencial eléctrico de Ciudad Lejana le permitiría volver y reinar de nuevo. Supe. En su presencia y gobierno se extendería la nada, la destrucción y el olvido. Supe y no me importó. Supe que Maximiliano, mi alma gemela, me necesitaba para hacerle volver. No sé si estoy enloqueciendo como el pobre conserje. ¡Esta puta vela cada vez ilumina menos!

De camino al lugar donde realizaríamos el ritual para traer de vuelta al ser, Maximiliano me explicó que yo era el descendiente directo del señor feudal al que servían sus ancestros, que había sido traicionado y derrotado hace seiscientos años una semana antes de conseguir el planeado retorno y un nuevo comienzo de esplendor y gloria. A lo largo de los siglos su familia había esperado el momento en que se pudiera conjurar de nuevo el regreso del ser, y ese momento era hoy. ¡Ha vuelto! ¿Estoy perdiendo el juicio? No puedo creer lo que han visto mis propios ojos. ¡Ojos!

No sé cómo. Era confianza absoluta. Más fuerte que el amor. Hice todo lo que Maximiliano me pidió. Fuimos al cinturón industrial en la salida este de Ciudad Lejana. Allí nos esperaba un grupo de personas, ocultos tras las capuchas de unos hábitos como de monje de color rojo sangre, con blasfemos caracteres bordados en brillante negro. ¿Deliro? Recordé. Hacía años que no pensaba en ello. Yo conocía esos caracteres, los había visto mil veces tatuados en el pecho de mi padre.

Entonaron un cántico en aquel idioma ignoto aunque tan familiar. Llamaron al ser, al dios… me faltan letras para transcribir el nombre de la bestia. Su Nombre sonaba como un gruñido devastador. A pesar del miedo que me invadía, estaba muy tranquilo. El cántico se hizo ensordecedor pero conseguí alzar mi voz por encima de él para recitar un mantra que me indicó Maximiliano. Entonces la central se iluminó y de ella salieron rayos de energía que hicieron blanco en el cuerpo de los adeptos, inmolándolos. El cántico cesó a medida que caían los cuerpos convulsionándose por la potencia que los azotaba. La carne se ennegrecía, los ojos saltaban de sus cuencas, y el ambiente se cargó de humo, de pestilencia a carne quemándose y grasa hirviendo. Elevé mi plegaria aún más. Parecía que generaciones de odio dormido entonasen los versos conmigo. No me atrevo a dejar constancia de las maléficas palabras. El libro, un viejo volumen encuadernado en piel humana y con una escritura nunca vista por mí, temblaba en mis manos. De entre los cuerpos ascendió una nueva energía que tiñó el humo con una luz violácea mientras se abría un vórtice. La ciudad se iba quedando a oscuras. Maximiliano Etreum reía a carcajadas, con los ojos girando en direcciones contradictorias, con la locura escrita en la cara. El vórtice se abrió un poco más y un estridente y ensordecedor sonido salió de él precediendo a una especie de tentáculo bulboso. Excrecencias calcáreas en forma de garras cubrían gran parte de su superficie. Sentí un dolor infinito con tan sólo esa visión. Maximiliano Etreum se contorsionaba violentamente en movimientos esperpénticos. Entonces salí del trance. Tenía que huir. Iba a salir corriendo cuando lo vi, dentro del vórtice. Un ojo enorme, del tamaño de una catedral, era uno de los Mil Ojos del dios, supe que eso significaba su atroz nombre. Un colosal ojo amarillento, cubierto de babas y secreciones mucosas de un gris profundo, con mil pupilas rojas como las de un gato y protegido por un párpado pétreo como de obsidiana, hogar de musgos y hongos que desaparecieron de la faz de la Tierra hace eones. Salí corriendo con la sensación, todavía la tengo, de estar siendo contemplado por ese horrible ojo. Y si ese solo ojo es terrible, ¿cómo no será el monstruo del pasado si tiene mil?

Ya casi no veo nada. La vela está acabándose. Calculo que el monstruo ya habrá salido del vórtice. Hace rato que su grito suena cada vez más fuerte y cercano. Todo está perdido. El ser de los Mil Ojos, el ser cuyo Nombre no se puede transcribir, está aquí. No sé si alguien leerá esto algún día. Pronto Ciudad Lejana habrá desaparecido para siempre y desde siempre, pues caerá en el olvido y nadie sabrá, ni podrá descubrir nunca, que existió. La vela se apaga. El grito se acerca. No veo.

Félix Morales Hidalgo nació en Sevilla en 1976. Es Licenciado en Psicología. Comparte su afición por la escritura con su devoción por la música. En el plano literario, es miembro del colectivo literario Sevilla Escribe. Publicó en el número 2 de La Biblioteca Fosca un relato dedicado al Diablo llamado “Un comprador de almas”, y un artículo sobre Solaris «Tres visiones de Solaris», junto a Manuel Mije y Luisfer Romero, en el número 4 de Generación Zero. Colabora con el blog de Sevilla Escribe y actualiza mensualmente el suyo propio, Cuentos del Barrio de las Putas. En el plano musical, más prolífico, es bajista de la banda de jazz fusión Nuclear Trío, compositor y único músico del proyecto de música experimental ((((L)))) FAN ((((T)))), y ha colaborado con un sinfín de bandas de los más diversos estilos, siendo las más destacadas Subliminal Chaos, Falso Dogma, The Four Tunelmen, Grotesca Dulzura y Euforiia Premortis, entre muchas otras.

Este es su primer trabajo publicado en Axxón.


Este cuento se vincula temáticamente con ULALUME, de Jorge Villarruel; WARREH SPAWN, de Magnus Dagon; BEYOND, de Magnus Dagon y DAGON, de Howard Philips Lovecraft.

Axxón 212 – noviembre de 2010

Cuento de autor europeo (Cuentos : Fantástico : Terror : Ser primordial : España : Español).

3 Respuestas a “«Ocaso y desaparición de Ciudad Lejana», Félix Morales Hidalgo”
  1. josepzin dice:

    Muy bueno, me gustó!

  2. Gracias josepzin, me alegra que te haya gustado.

  3. Rocío dice:

    Félix, te felicito por tu relato, es muy interesante. Me ha llegado, lo he sentido diferente. La locura del conserje del Hostal Dolores; el vínculo creado entre el viajante de comercio y el señor Etreum; enfrentar los miedos que nos invaden día a día; la lucha entre el sentido común y la imaginación humanas, entre lo material y lo espiritual; todo eso se muestra palpable. A medida que se consumen las velas, tus palabras arrojan luz sobre ese ser de los Mil Ojos y su grito, que se funde a la par con el Ocaso de Ciudad Lejana.

    Entre otros fragmentos, destacaría los siguientes:

    «…nunca le vi sobresaltarse por nada, como si tuviese un sexto sentido continuamente alerta, o su abstracción fuese fingida. Nunca, hasta que se sobresaltó e intentó asesinar al señor Etreum.»

    «…un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y todo lo que podríamos llamar mi alma: Etreum, Etreum, el nombre del, ahora que lo pensaba, misterioso cliente no había parado de resonar en mi cabeza desde que lo escuchara. Etreum. ¡Muerte! Las supersticiones, los miedos aprendidos, hicieron que me estremeciese…»

    «Rosa sabía lo suficiente del conserje. Esquizofrenia hebefrénica con no sé qué, me dijo. Un diagnóstico certero. Al parecer, lo que yo presencié aquella noche fue el brote definitivo. (…) Todo encajaba y me sentí mejor. Mi desquiciada imaginación se tomó un respiro y dejó que el lado materialista que me suele caracterizar retomase el control.»

    «Un profundo vínculo estaba creciendo entre el señor Etreum y yo. Hipnotizado por algún tipo de aura que lo envolvía, por un inexplicable y seductor poder, le hablé de mis miedos y conclusiones. Etreum. Muerte. Nos reímos. Elogió mi atención, no todos se daban cuenta del juego de letras.»

    «Tal y como me estrechó entre sus brazos sucedió algo extraño, todos mis miedos y pesadillas, todas las imágenes y sospechas, se transformaron en certeza. Supe. No puedo precisar qué. Un ser que venía, el potencial eléctrico de Ciudad Lejana le permitiría volver y reinar de nuevo. Supe. En su presencia y gobierno se extendía la nada, la destrucción y el olvido. Supe y no me importó. Supe que Maximiliano, mi alma gemela, me necesitaba para hacerle volver. No sé si estoy enloqueciendo como el pobre conserje.»

    «Calculo que el monstruo ya habrá salido del vórtice. Hace rato que su grito suena cada vez más fuerte y cercano. Todo está perdido. El ser de los Mil Ojos, el ser cuyo Nombre no se puede transcribir, está aquí. No sé si alguien leerá esto algún día. Pronto Ciudad Lejana habrá desaparecido para siempre y desde siempre, pues caerá en el olvido y nadie sabrá, ni podrá descubrir nunca, que existió. La vela se apaga. El grito se acerca. No veo.»

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