Revista Axxón » «La esfera de invisibilidad», Louis B. Shalako - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

CANADÁ

 

—¿Qué se supone que estamos mirando? —farfulló el doctor Phelps, impaciente.

Había necesitado un poco de esfuerzo para traerlo aquí contra su voluntad.

—¿Recuerda que el doctor Johnson estaba trabajando en eso de la invisibilidad? —le pregunté.

—Sí —dijo—. ¡Oh! Pero, seguramente, usted no quiere decir…

—No estoy seguro de lo que quiero decir, porque si no es realmente invisible en esa boba esfera metálica que construyó y que antes estaba en el epicentro geográfico de esta habitación, entonces me gustaría saber dónde diablos está.

Phelps era el jefe de investigación de este departamento. Y yo soy sólo el conserje. Me llamo Bob.

—Y sin embargo, como usted puede advertir, la esfera no es visible —señaló el doctor Phelps—. Sus teorías respecto a por qué las superficies reflejan la luz, debido a las irregularidades e imperfecciones en las estructuras cristalinas de sus moléculas, se apoyan en los hombros de gigantes y remiten directamente a la teoría clásica del color. Lo admito, nunca pude entender cómo uno podía ver a través de esas múltiples capas, cómo esperaba volver las cosas totalmente transparentes, sin distorsión ni difracción. En ese sentido, no estaba trabajando en una pintura…

—Sí, lo sé, uno puede sacar esa información de Wikipedia. Teniendo en cuenta todo el espacio vacío que hay en una molécula pienso que se trata de la fuerza nuclear débil, una especie de curva gravitacional de las longitudes de onda de la luz —le dije, antes de que el bobo se escapara al almuerzo del personal, donde estaban sirviendo una bouillabaisse bastante buena con un pequeño e indiferente Merlot—. Tiene algo que ver con la naturaleza corpuscular de la luz, como un espermatozoide que nada. Ésta es sólo mi pequeña teoría pero creo que la mayor parte de la luz sí pasa a través de las cosas, y que solamente vuelve a nuestros ojos aquella que las golpea debido a la relación entre su longitud de onda y el tamaño, la forma y el aspecto de la estructura cristalina.

—Oh —dijo, y luego se quedó en silencio por un momento mientras intentaba digerir eso.

—Bien, ¿cuál es el problema? —preguntó otra vez.

—El problema es que él no está aquí, doctor —le expliqué, lenta y cuidadosamente—. Las puertas son muy pequeñas, como usted puede observar.

Su mandíbula cayó, y sus cejas se alzaron alto y se congelaron en ese lugar.

—¿Él… qué? —jadeó.

Caminé hasta el otro lado del laboratorio por el medio, zigzagueando entre los cuatro soportes curvos, con forma de corchete y fuertemente aislados, que habían sostenido la esfera, bajo cables oscilantes, mangueras y alambres, todos ellos todavía vivos según las lecturas y visores, vibrando con electricidad, o nitrógeno líquido súper enfriado, o lo que fuera.


Ilustración: Pedro Belushi

—El doctor Johnson no está aquí —repetí, mirando fijamente a Phelps desde veinte metros de distancia, al otro lado del área vacía donde originalmente había estado la máquina que iba a convertirse en la esfera de invisibilidad.

—Ese asunto del electrón que va desde un punto A hasta un punto B dividiéndose en dos; y cómo una de esas partes debe estar entrando en un universo alternativo… Pienso que el doctor Johnson construyó accidentalmente algún tipo de máquina del tiempo, o se envió a sí mismo a otro mundo —le dije, con una sensación creciente de impaciencia—. Tal vez entró inesperadamente en la próxima dimensión.

Nunca nadie me escucha y era mi hora del almuerzo también. Y, como el doctor Johnson me había dicho una vez, no me pagaban para pensar, sólo barra el piso, hombre. Las ecuaciones de Johnson eran erróneas desde el principio y tampoco me escuchó.

—Bien, ¿qué quiere que haga? —le espeté al buen doctor Phelps, que estaba parado allí, jadeando como una carpa en la arena—. ¿Quiere que corte la energía, o la dejo seguir corriendo, o qué?

—¿Cómo… cómo…? —jadeó Phelps—. ¿Por qué no lo detuvo?

—¡No lo sabía! Estaba barriendo el piso, hombre. Sólo levanté la mirada, y había desaparecido —expliqué lo mejor que pude.

Pobre doctor Phelps. Por un lado, la institución había hecho un descubrimiento de proporciones trascendentales, y por otro, no tenía ninguna pista acerca de cómo funcionaba: el idiota de Johnson no había dejado ni siquiera una simple nota garabateada en la puerta del refrigerador.

—Bien; es su decisión, doctor —dije.

—Pero, pero…

—Mire. Toda la química, en su nivel más básico y elemental, consiste en el estudio de fenómenos eléctricos, ¿correcto? —le pregunté.

—¡Correcto! —Se agarró de eso como un hombre que se está ahogando.

—El color, o la falta de él, es una propiedad química, ¿correcto? —pregunté sólo para estar seguro, porque dejé la escuela en el décimo grado.

—Sí —tartamudeó—. ¡Sí! Sí lo es.

Señalando los gruesos cables que cubrían los soportes y colgaban hasta el piso, le dije:

—Estamos quemando actualmente unos cincuenta y ocho millones de gigavatios de electricidad y la Junta de Directores hará preguntas.

—¡Apáguelo! —jadeó, y sonreí porque yo habría sugerido lo mismo, pero no era mi responsabilidad y no quería tomar la decisión.

De modo que eso es lo que hice. Me paré bien firme y corté la corriente, y nos sentimos agradecidos al ver que la esfera empezaba a volver, lenta pero seguramente, de alguna otra dimensión, con su muy oscura superficie iluminándose despacio y algo que ondulaba sobre ella. Simplemente se apoyó ahí, haciendo un tic-tac y algún chasquido. Podíamos sentir que absorbía el calor de las paredes mismas y del piso de la habitación. Haciendo un rápido gesto, le señalé al doctor Phelps la pequeña manija de la puerta y él avanzó elegantemente con una especie de expresión graciosa en la cara. Entonces me fui a la sala de calderas y tomé mi sopa y mi Merlot con media hora de retraso. Por los gritos y alaridos, me pareció que no iba a tener que barrer el laboratorio 24-B durante un tiempo.

Podía haberles dicho lo que iba a pasar pero nunca nadie me escucha.

Realmente, no es mi trabajo. Aunque dicen que los mayores descubrimientos científicos de la historia fueron totalmente accidentales.

 

TÍTULO ORIGINAL: The Sphere of Invisibility. Traducción de Graciela Lorenzo Tillard.

 

 

Louis Bertrand Shalako vive en Canadá. Estudió Radio, Televisión, y Periodismo en la Facultad Lambton de Artes Aplicadas y Tecnología, en Sarnia, Ontario. Disfruta de la bicicleta y de la natación y es amante de los buenos libros. Escribe a tiempo completo.

Hemos publicado en Axxón su cuento NANOBOTS EN EL CÉSPED.


Este cuento se vincula temáticamente con DEMASIADO TIEMPO de Alejandro Alonso, VUELVO EN SIETE MINUTOS de Saurio, PUDO SER de Claudio Guillermo del Castillo Pérez, EL GRAN EXPERIMENTO DE KLEINPLATZ de Arthur Conan Doyle y LA SITUACIÓN GRAVITATORIA EN BERAZATEGUI de Fabián C. Casas.


Axxón 218 – mayo de 2011

Cuento de autor norteamericano (Cuentos : Fantástico : Ciencia ficción : Experimentos, descubrimientos : Canadá : Canadiense).

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