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19/Sep/05



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Benjamin Radford, cazador de monstruos, en Buenos Aires

Es un experto en criptozoología, la disciplina que estudia la probable existencia de criaturas fantásticas. Está en Buenos Aires para participar de la Primera Conferencia Iberoamericana sobre Pensamiento Crítico. Aquí, su experiencia.

(Clarín) - "Cuando tengo oportunidad, me dedico a estudiar los misterios más extraños del mundo", escribe desde los Estados Unidos Benjamin Radford. Autor de más de 100 artículos sobre leyendas urbanas, histeria de masas y crítica de los medios de comunicación, es el director de publicaciones del Centro de Investigación de la Universidad estatal de Nueva York. Y de verdad hace lo que dice: en 2006 planea publicar un libro que llevará por título Misterios de los monstruos lacustres, esas criaturas fantásticas que fueron descriptas al detalle y hasta fotografiadas, pero quién sabe si de verdad existen.

Mundos perdidos

Vía e-mail, Radford le cuenta a Viva (revista de Clarín), antes de viajar a Buenos Aires para participar en la Primera Conferencia Iberoamericana sobre Pensamiento Crítico (www.pensar.org), cómo es el día a día de un auténtico cazador de monstruos. Y a través de su historia es posible entrar en contacto con un mundo en donde las serpientes pueden tener alas y los monstruos de las nieves dejar huellas que le quitan el sueño a varios investigadores, aunque la especialidad de Benjamin son esos bichos gigantes que viven en los lagos. Como el Champ, que nada en el estado de Nueva York, o el Nahuelito, que alimenta leyendas en el lago argentino Nahuel Huapi. A todos se los estudia a través de la criptozoología, una disciplina que puede definirse, en primera instancia, como el estudio de los animales ocultos.

Eso es lo que se desprende de la etimología de la palabra. Viene del griego cryptos, que significa oculto y de logos, estudio. Su creador fue el zoólogo belga Bernard Heuvelmans, en los años 50. Ante la aparición de varios casos de animales que parecían fantásticos y que luego se comprobó que existían, o casos de otros que permanecieron amarrados a misterios, el belga pensó que la mejor forma de agruparlos era a través de una nueva categoría. Así se convirtió en el primer criptozoólogo. Y con el correr de las investigaciones, logró ampliar las fronteras de esa primera definición. Hoy se entiende como criptozoología al estudio de los animales sobre cuya existencia sólo se posee evidencia circunstancial y testimonial, o bien evidencia material considerada insuficiente por la mayoría. En los archivos de sus colegas de distintos países se pueden encontrar carpetas con nombres como éstos: Chupacabras, Nessie, Nahuelito, Yeti o Pie Grande. Todos incluyeron a esa galería de criaturas en sus vidas por motivos diferentes.

Para Radford, que, además, es investigador y escritor, la fascinación se presentó bien temprano: "Siempre me atraparon las historias de monstruos y criaturas extrañas. Los cuentos para chicos hablan de hadas, enanos y gigantes. En las leyendas antiguas aparecen arpías (criaturas mitad mujer, mitad águila), dragones, unicornios, sirenas y gnomos. Aún hoy vemos monstruos en películas como Shrek (que es un ogro verde), en los libros de Harry Potter y en los filmes de terror. En todos aparecen sorprendentes criaturas para pensar y fantasear", enumera el investigador.

A los clásicos de la infancia, él también sumó, en la adolescencia, al "Dungeons and dragons" (uno de los más famosos juegos de rol). Prácticamente vivía rodeado de seres extraños. Pero eso no fue suficiente incentivo para convertirlo en un criptozoólogo. Hizo falta más: "Pensé en los monstruos marinos cuando tenía 8 ó 10 años. Leía libros sobre barcos que eran atacados por un calamar gigante y otros monstruos del tamaño de un estadio de fútbol, donde los marineros caían a las oscuras y frías profundidades oceánicas. Me crié en el desierto, en Nuevo México, así que, a mí, el mar me parecía muy profundo y lejano y las enormes criaturas resultaban aún más aterradoras", agrega. Hoy es reconocido y respetado: se lo considera un experto en monstruos lacustres. Junto con su colega Joe Nickell rastreó criaturas en los Estados Unidos y en Canadá. Por ejemplo, el Champ, del lago Champlain, en Vermont, Nueva York; el Ogopogo, del lago Okanagan, de British Columbia; el Memphere, de lago Memphremagog, de Québec y el Cressie, del lago Crescent, en Newfoundland.

¿Y cómo trabaja? "Comienzo a investigar haciendo un relevamiento en bibliotecas para ver qué se ha escrito sobre el monstruo. Luego, si puedo, visito el lugar en donde dicen que vive o aparece. Allí entrevisto a los testigos y analizo cualquier evidencia. Y cuando es posible, yo mismo busco a las criaturas", describe.

El Pie grande: un oso

Ese trabajo de campo le permite obtener evidencias directas. "En varios casos, alquilamos botes para examinar los lagos y también utilizamos buzos y sonar. A veces he recreado fotografías famosas de monstruos para tratar de determinar su tamaño y su forma", comenta.

Utilizando esa metodología pudo desenmascarar a varias criaturas, como el monstruo del lago Champlain, que resultó ser apenas un tronco. Su premisa es que, primero, no existe una sola explicación que pueda dar cuenta de los sorpresivos avistamientos. "Por ejemplo, en alguna de las apariciones de Pie Grande, éste resultó ser un oso; y algunos Chupacabras, en realidad, eran coyotes. Eso no explica todos los misteriosos avistamientos; pero sí prueba que la gente se equivoca con respecto a lo que ve. No se debe desestimar ningún caso; hay que estudiarlos independientemente."

Inexplicado e inexplicable

La segunda premisa de Radford es no confundir inexplicado con inexplicable. Y la fundamenta así: "Hay casos en donde una persona observará una criatura y no sabrá qué vio. Sin embargo, otro individuo —tal vez un zoólogo o un cazador— probablemente pueda identificarla. El término Pie Grande o Chupacabras significan apenas algo que no se puede identificar, que no es lo mismo que criatura desconocida". Su tercera premisa tiene que ver con los testimonios: asumir que el testigo dice la verdad. "Hay muchos tramposos, pero creo que la mayoría de la gente que dice haber visto monstruos está diciendo lo que cree de verdad. Aún así, la ciencia necesita evidencias, no simples relatos."

Los viajes de Radford y los colegas que quieran acompañarlo pueden ilustrarse con muchas anécdotas. "A veces es difícil explicarle a la gente lo que hacemos mientras investigamos. Recuerdo cuando una vez cruzamos la frontera con Canadá y nos preguntaron cuál era el motivo de nuestro viaje. Les respondimos que íbamos a buscar monstruos en lagos locales y, claro, nos miraron raro... Siempre nos encontramos con personas de todo tipo; algunas no están seguras de relatarnos lo que presenciaron, y otras, en cambio, cuentan sus avistamientos con gran entusiasmo cuando observan que uno les presta la máxima atención. Creo que, en los dos casos, las criaturas hablan de sus esperanzas y de sus miedos", relata el criptozoólogo.

Las formas que los testigos les dan a las apariciones merecen otro análisis. "La gente se refiere a Pie Grande como un espíritu salvaje y puro que está allá afuera, en los bosques, lejos de la contaminación humana. Y el esquivo Chupacabras puede verse como una suerte de cabra que huye maldecida por las muertes de ganado, aunque esas muertes tengan explicación. Es decir,la gente sabe que los dragones y las sirenas no son reales, pero le gusta pensar que hay otros monstruos, misteriosos, dando vueltas por el mundo", explica.

Fichas técnicas

Es increíble, pero la mayoría de los monstruos tienen fichas técnicas completísimas sobre sus características y hasta sus costumbres. ¿Ejemplos? El Mokele Mbembe, que vive en las cuencas superiores de los ríos Congo y Zambeze, en Africa, tiene una forma similar a la de los dinosaurios saurópodos, esos que tenían el cuello bien largo. Los informes sobre su existencia datan del siglo XVIII y, curiosamente, cuando a los supuestos testigos se les muestran ilustraciones en donde se ven el aspecto y porte de un dinosaurio, ninguno duda en decir que así es la criatura que vieron. Pero si fuera de ese modo, habría que desechar postulados de Darwin y otros renombrados evolucionistas y darle la razón a Susana Giménez (presentadora de la TV argentina que alguna vez, mientras le comentaban sobre una exposición, preguntó: ¿un dinosaurio? ¿vivo?).

Otros seres extraños son alados. Criaturas temibles que en diferentes culturas fueron señaladas como ladrones de bebés. Las serpientes marinas no se quedan atrás. En el sitio del Institut Virtuel de Cryptozoologie (Instituto Virtual de Criptozoología) se cuentan anécdotas de algunos casos de refutación de monstruos extraños. Y los ejemplos van desde lo fantástico hasta lo risueño, sin escalas.

La serpiente que no fue

En ese instituto francés se comenta el caso de una serpiente marina que fue avistada e inmortalizada en una ilustración de 1734. Claramente se ve una figura longilínea que aparece al lado de un barco. Durante años se creyó que en esa zona del mar de Egede, en el hemisferio Norte, habitaba una horrible criatura que asustaba a los navegantes. Varios siglos después se supo que, en realidad, la serpiente era el pene, en erección, de un cetáceo. Largo como una serpiente gigante y movedizo como las aguas del Egede.

No existen. Al menos, la mayoría de estos supuestos monstruos, ¿no existen? Hay excepciones, claro. Alguna vez se encontraron testimonios y escritos sobre un monstruito con cabeza de jirafa y cuerpo de cebra. Era el okapi, un animal que es raro, sí, pero de fantástico no tiene nada. Benjamin Radford, en sus viajes, en sus investigaciones, intenta desenmascarar a los viven en los lagos.

"A veces desearía que existiesen. La gente piensa que trato de negarlos o desacreditarlos pero si de verdad se encontrara alguno sería el primero en desear verlo. Aunque la vida está llena de cosas sorprendentes, maravillosas y misteriosas, incluso en el caso de que estas criaturas no existan", se despide el cazador.

Preguntas:

Cuando se trata el tema de los monstruos, una de las preguntas recurrentes es ¿por qué la gente cree en ellos?

La respuesta podría elaborarse desde el punto de vista psicológico. Pero lo interesante es descubrir los mecanismos comunicacionales que intervienen en la diusión de sus historias. Alejandro Borgo está acostumbrado a recibir, desde distintas partes del mundo, relatos sobre sorpresivas apariciones monstruosas. Dirige la revista Pensar, una publicación que analiza, desde el punto de vista escéptico, los fenómenos que involucran a la ciencia pero también a la razón.

¿Por qué sobreviven las criaturas monstruosas?

Los monstruos y las criaturas extrañas forman parte de la imaginación popular. Desde chicos venimos viendo series, películas, leyendo cuentos, libros, revistas y diarios, escuchando historias y rumores que hablan de enormes pulpos, paralizantes hidras o temibles animales fantásticos escondidos en las profundidades de los océanos, en la oscuridad de frondosas selvas y bosques, o merodeando las ciudades.

¿Los medios tienen responsabilidad en esa supervivencia?

La televisión e Internet se han encargado de darle fama al Chupacabras, al que se responsabiliza por muertes de ganado y ataques contra personas indefensas. En el lago Nahuel Huapi, varios testigos dicen haber visto al Nahuelito, pero ningún biólogo confirmó jamás su existencia. Sólo hay fotos borrosas, indefinidas, y una gran curiosidad. Lo mismo ocurrió con el Bigfoot (Pie grande) de los Estados Unidos: se sabe que fue una fantochada, pero la gente sigue hablando de él.

¿Y por qué cree que la gente sigue creyendo en ellos?

Sin entrar en profundas interpretaciones psicosociológicas, podríamos arriesgar una que sonará demasiado simplista, pero no menos real: creemos porque nos gusta, creemos porque queremos creer. Sucede lo mismo con las naves extraterrestres, la parapsicología, el sexto sentido, las terapias mágicas y el tarot. No pocas veces encontramos la misma explicación a la hora de apoyar a algún candidato a presidente u opinar sobre algún plan económico: sólo vemos lo que queremos ver. ¿Por qué lo votás? "Y.. .me gusta, tiene carisma, nos va a sacar adelante..." En realidad, no hay nada que así lo indique, pero uno quiere que tenga éxito, uno quiere creerle. No se trata de otra cosa que del pensamiento mágico, es decir, aquella forma de pensar que responde más a nuestros deseos que a la realidad.

¿Existe alguna relación con lo biológico?

Algunos afirman que hay algo biológico en la base de esta dificultad: necesitamos creer porque hay muchas cosas que no podemos controlar –aquéllas que están fuera de nuestro alcance sensorial, por ejemplo–. Así, uno estaciona el auto, entra a la oficina y necesita creer que el auto sigue allí donde uno lo dejó, y que no se lo han robado: no podemos estar permanentemente vigilando cómo está, porque no podríamos hacer nuestro trabajo. Otro ejemplo: cuando pierden contacto visual con la mamá, los niños chiquitos creen que ésta se fue, que no está más, y se asustan o lloran. Cuando uno es adulto, le resta el consuelo de creer que todo lo demás sigue allí y que no ha pasado nada.

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