Es muy común que un escritor no se detenga demasiado a pensar en la manera de empezar su cuento. Siendo la parte que habitualmente se escribe en medio de un arranque de inspiración, los comienzos serán, casi siempre, lo que nuestro inconsciente nos dicte. Esto no está mal; la mayoría de las veces el inconsciente trabaja mucho mejor que nuestro consciente. Sin embargo, un escritor debería prestar una mayor atención, ya que en algunos casos el principio de nuestro cuento puede ser muy importante: lectores impacientes, jurados agobiados, editores con muy poco tiempo disponible y —no hay que olvidarse de los nuevos medios— lectores online. Con la posibilidad de leer textos en Internet, el tiempo dedicado a la decisión de leer o no un material se ha abreviado a apenas unos segundos. En el último caso, pero también en alguno de los otros, tiene mucho que ver en la decisión el nombre del autor (que no tendremos hasta que nos hayan leído mucho), el título del cuento (que será motivo de un ulterior estudio) y, esencialmente, el principio del cuento.
Por todas estas razones, conviene estudiar un poco si, una vez que nuestro inconsciente hizo lo suyo con el principio de nuestra historia, no será bueno hacer unos retoques.
Los escritores y coordinadores de taller recomiendan analizar el principio de un cuento luego de tenerlo completo y corregido, para ver si de verdad es ése el principio. Según dicen, la mayoría de las veces uno encontrará que el principio está más allá de las primeras líneas, incluso páginas más adelante. Puede ser una práctica interesante analizar esto en cuentos ya publicados. No sucede habitualmente, pero hay cuentos a los que uno les podría recortar uno, dos o más párrafos al principio y no sólo no se perderá nada, sino que quedarían mejor (siempre a criterio personal, por supuesto). Los analistas explican esto diciendo que los escritores arrancamos en frío y tomamos velocidad y clima recién una líneas más adelante. Las primeras oraciones serían parte de un ensayo, un pre-calentamiento. No es regla que todo nuestro material, ni siquiera el material de otros autores, adolezca de este defecto. Muchos escritores escriben por impulso —me cuento entre éstos— y el impulso surge porque nuestro inconsciente ya tiene listo el material que vamos a escribir.
De todos modos, repito, conviene comprobar si no hemos puesto un par de párrafos de más al comienzo de nuestra historia (1). No es regla que estos párrafos sean inútiles, quizás tengan información necesaria para la historia, pero quedan algo así como fuera de clima. Puede ocurrir que funcionen mejor puestos más adelante, en lugar de exactamente al principio. A veces queda mejor como inicio un diálogo o una escena de acción que otro tipo de texto, como descripciones o reflexiones del personaje o el autor. He visto cuentos que comienzan contando el final de la historia.
Si no hallamos un principio ideal en el texto, y el cuento se inicia con una cadena de explicaciones, o una cadena de pensamientos, incluso con una cadena de sucesos poco interesantes que llegan a más allá de una página, probablemente sea bueno recurrir a lo que se denomina "una frase gancho".
En Estados Unidos existe un taller literario de CF muy famoso, llamado Clarion. En este taller se estableció firmemente la idea de la "frase gancho" entre los escritores norteamericanos de CF. Según cuenta el escritor Edward Bryant, en julio de 1969 el escritor visitante, que era nada menos que un controvertido maestro, Harlan Ellison, le encargó como ejercicio a él y a los participantes del taller Clarion que escribieran una página entera de "ganchos narrativos". Bryan las define como "esas líneas iniciales atrayentes planeadas para clavarse en la atención y el interés del lector promedio". A su criterio, su frase más interesante de ese ejercicio, que nunca llegó a utilizar en un cuento, fue: "Un día el Papa se olvidó de tomar su píldora". Otra frase —que sí fue utilizada— fue: "A las orillas del camino a Cinnabar había exclusivamente esqueletos calcinados de ómnibus escolares". En el libro Cinnabar la frase mutó a: "Más cerca de la ciudad, a orillas del camino, se veían los esqueletos calcinados de lo que en otros tiempos habían sido autobuses".
El taller Clarion es influyente en EEUU. Un respeto justificado, que se debe a la gran cantidad de premios que han ganado los autores que cursaron en este taller. No sé si el uso tan habitual de "frases gancho" por los autores norteamericanos es producto de la consigna del taller Clarion o si la idea —y la práctica— proviene de otra escuela. El hecho es que los escritores norteamericanos de CF y Fantasía usan, casi indefectiblemente, este recurso.
He observado que varios autores argentinos de literatura fantástica, entre ellos dos grandes maestros como Borges y Bioy Casares, también utilizan el recurso de forma habitual, ignoro si consciente o inconscientemente.
¿Cómo debería sea una "frase gancho"? Aquí sí que se entra en un tema difícil de analizar. La frase gancho debe contener elementos que hagan referencia a la historia que sigue, en lo posible dejando planteada alguna incógnita. O más de una incógnita. Es bueno que haya imágenes fuertes. Sea por lo estéticas, por la fuerza descriptiva, por el misterio que reflejan. Posiblemente se puedan escribir libros enteros sobre la manera de armar una de estas frases, pero no es el caso aquí (2). Lo conveniente es ir a nuestra biblioteca y buscar ejemplos; buenos y malos ejemplos. Es interesante analizar si lo que la "frase gancho" promete en nuestra mente se cumple. Y si lo que dice la "frase gancho" en verdad se puede considerar un adelanto de lo que luego se lee o sólo es una "música" que suena bien a los oídos.
(1)
Ejemplo: En Relatos de los mitos de Cthulu 1, Bruguera Nova, "El regreso del brujo", de Clark Ashton Smith.
(2)
Sólo como comentario: En un ejercicio de Taller realizado entre colaboradores de Axxón descubrimos que las frases gancho que más nos gustaban a todos tenían algún tipo de afirmación con medidas físicas (ejemplo: "A cien metros de allí [...]", o "Luego de treinta años [...]"). Quizás estos valores, tan conectados con la realidad, le daban credibilidad al resto de la frase, que siempre —o por lo general— presentaba algún elemento fantástico para crear el "gancho".
Finales de cuentos
El final de un cuento es otra parte clave. Muy clave. En una interesante conferencia a la que asistí hace bastante tiempo, los escritores Abelardo Castillo, Vicente Battista (ganador del premio Planeta) y Liliana Heker hablaron largamente sobre los finales en los cuentos. Recuerdo particularmente sus comentarios sobre uno de los cuentos de Heker, que tiene un final muy emotivo. Creo que se llama "La fiesta", "La fiesta de cumpleaños" o "El cumpleaños". En este cuento la autora trata muy bien, desde el punto de vista de una niña, el tema de la discriminación por motivos de clase o económicos, y le da un remate muy fuerte a una historia que, de otro modo, hubiese sido bastante típica. Luego de escuchar esta interesante exposición, me interesé y comencé a analizar los finales de mis cuentos y los de otros autores. Noté que algunos terminan donde deben terminar, que otros se extienden inútilmente más allá y que unos pocos tiene esas palabras justas que producen una sensación intensa en la nuca. Esta es la clave: las palabras justas.
Es importante analizar qué deseamos decir para terminar una historia. Qué deseamos remarcar o instituir. Al ser dueños de las palabras podemos dirigir la mente del lector a la emoción que más nos interesa. O a la reflexión que más nos interesa. O a la conclusión que más nos interesa.
En algunos casos, los autores empiezan a escribir una historia sabiendo de antemano cuál será el final. Y la escriben con ese propósito: finalizarla de esa manera. La historia es un camino que, directa o indirectamente, nos lleva a un final. No me refiero solamente a una historia que fue escrita sabiendo cuál es el final: todas las historias deben ser un camino que conduce de la mejor forma —de la manera más eficiente y económica— a su final, un final que nos dejará el sabor de la conclusión de los conflictos y, si el cuento está bien logrado, su resolución. Por esta razón no debe haber texto después de la resolución. Un texto colocado ahí sólo puede resultarle una cosa al lector: inútil.
Es un buen ejercicio, una vez terminado un cuento, releerlo para saber si conduce correctamente al final. Releerlo para saber si de verdad está concluido. Si los conflictos concluyen y se resuelven. Y si no hemos puesto algo de más luego de esta resolución.
Es buen ejercicio, también, analizar muy bien el último párrafo de un cuento. Ver si no hemos puesto nuestra frase clave de conclusión dentro de una estructura compleja de párrafo que la oculta y debilita. Analizar si no estamos sepultando la resolución emotiva de nuestra historia entre un cúmulo de información que intenta explicar a último momento lo que no hemos explicado hasta ahora. Si esto ocurre, es imprescindible extraer de ese párrafo los dos componentes: las explicaciones, para mecharlas antes de llegar al área de la resolución del relato, y el verdadero párrafo de final, que debe quedar solo, claro y conciso, al fin del cuento. Aunque no hay que convertir esto en regla, es mejor que sea una sola frase, breve y efectiva, colocada luego de un punto aparte, si es posible.
Algunas personas protestan al oír las recomendaciones que acabo de dar. Creen que hablo de que es necesario acabar una historia con un remate de los que se llaman típicos : una sorpresa, un chiste, una revelación. No es así. No todos los cuentos pueden terminar con una sorpresa, una reflexión o una moraleja. Algunos cuentos terminan en el principio de otra historia, dejándonos vislumbrar el principio de otra historia. Algunos terminan dejando para siempre cosas en el misterio, haciendo que el lector construya su propia conclusión. Otros nos aplastan de un mazazo (Romeo y Julieta, por ejemplo). Hay finales bucólicos, en los que parece no pasar nada. Y me refiero siempre, en esta última enumeración, a finales de cuentos muy logrados, y no, en general, a cualquier final que se pueda escribir.