Ludosfera
Soluciones del
Security Camera 5
Por <<<Kommodore 3.14>>>
Hello, ludosféricos! Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos encontramos para hablar de esta pasión incomparable que son los videogames. Al fin el director de la sección hizo caso a mis reclamos, me metió en una habitación y me dijo “a ver si te dejás de jorobar de una buena vez”.
WOW! ¡Qué habitación! Si ustedes la vieran, se morirían de envidia. Estaba llena de pantallas y consolas que corrían una enormidad de games diferentes. ¡Qué fiesta que me di! Para compartirla con ustedes, en esta entrega de Ludosfera van las soluciones completas del primer episodio de uno de esos juegos, el Cámara de Seguridad 5 (o, en buen criollo, Security Camera 5). No me enteré de los cuatro primeros, pero si están tan buenos como éste, no se los pierdan por nada del mundo.
Empezamos el juego como el licenciado Carlitos Menditegui. Nos sentamos frente a la computadora, creamos un documento nuevo llamado ANALISIS.DOC y ponemos de título: Análisis crítico de la bipolaridad inmanencia-contingencia en la constitución psicofísica de los miembros de las clases dirigentes: Los políticos, ¿son o se hacen?. Empezamos a teclear y de vez en cuando nos tomamos un trago de café. Cada vez que la taza se vacía, vamos a llenarla a la cocina. Es importante que hagamos todas las cosas en orden y no nos olvidemos de nada. Si hacemos todo bien, después de unos 40 ó 45 minutos Otis aparecerá en la puerta del despacho. Cuando eso pase, lo seleccionamos a éste y elegimos las opciones adecuadas para la siguiente conversación:
Otis:—¿Vinieron los obreros?
Lic. Menditegui:—¿Qué obreros?
Otis:—Los obreros que llamé.
Lic. Menditegui:—¿Llamaste a unos obreros?
Otis:—Sí.
Atención: este diálogo nos dará pistas que más tarde serán indispensables para la resolución de los puzzles. No nos perdamos detalle y guardemos el juego con frecuencia.
Lic. Menditegui:—¿Para qué?
Otis:—Quiero hacer modificaciones. En la torre.
Lic. Menditegui:—¿Tu torre de marfil?
Otis:—Ajá.
Lic. Menditegui:—No, no vinieron.
Miramos el reloj y continuamos:
Otis:—Dijeron a las diez. Son once menos cuarto.
Al llegar este punto, si seguimos correctamente la secuencia, el licenciado Menditegui podrá cara de sospecha.
Lic. Menditegui:—¿Qué modificaciones querés hacer?
Otis:—Estoy cansado de subir por escalera. Quiero un ascensor.
Lic. Menditegui:—Sin embargo, como seguramente el lector no recordará puesto que es un detalle que no ha sido mencionado en un año y medio, supuestamente le tenés fobia a los ascensores y las escaleras mecánicas. Otro detalle, no menos relevante aunque igualmente obviado desde los orígenes de AnaCrónicas, es que sos incapaz de leer en un reloj otra cosa que el monto exacto de minutos y segundos según el cual éste adelanta o atrasa. Nunca se ha sabido que conocieras la hora sin preguntársela a una tercera persona.
Otis:—Demonios.
Buscamos en el inventario la pistola 9 mm y le apuntamos al licenciado Menditegui.
Otis:—Me has descubierto. Ahora debo eliminarte. Luego eliminaré al mocoso molesto que encerré en el cuarto de vigilancia.
Éste es el momento en que seleccionamos al otro Otis y lo hacemos entrar inesperadamente al despacho. Cuidado: el diálogo que sigue es la parte más difícil.
Otro Otis:—¡Alto! ¡Deteneos en nombre de todo lo que bueno y justo es sobre la faz de esta cósmica esfera que, por menester de un mejor nombre, hemos llamado Tierra! Ah, so bellaco, vil suplantador, usurpador inicuo de ajenas dignididades y grandezas, ¡no contabas con que el no menos oportuno que intempestivo retorno de quien es, ha sido y será por siempre jamás el único y legítimo jerarca supremo de AnaCrónicas, a saber, quien en estos precisos instantes inequívoca muestra da de su magnificencia dignándose dirigirle la palabra a un ser que, según todo plácito racional, está infinitamente por debajo de su condición, esto es, tú mismo, falsario engendro regurgitado de las entrañas telúricas, daría por tierra con tu maquiavélico e inconfensable esquema! Exhórtote por tu alma, si es que hay en las carroñosas honduras de tu ser algo que pueda reclamar para sí tal apelativo, a que distiendas los músculos y tendones que a tus falanges, falanginas y falangetas neuromuscularmente gobiernan, de suerte que pueda nuestra madre Gaia demandar, a una aceleración prodigiosamente constante de novecientos ochenta centímetros por cada segundo al cuadrado, el acerino y mefistofélicamente cargado ingenio de muerte en el cual sustentar pretendes tus impías intenciones; actitud de claudicación ésta que precederá al incondicional abandono de tu impostu... ¡Agghhh!
Aquí procedemos a despatarrarnos con el disparo del primer Otis.
Otis:—¡No desbaratarán nuestros planes! ¡No lo permitiremos!
Cuando Otis escapa, tomamos el control del licenciado Menditegui y vamos a ayudar al otro Otis, que, como es el único que queda, ahora es solamente Otis.
Otis:—¡Oh, lindes del tiempo que se nos ha dado! ¡Oh, postrimerías de la terrenal existencia! Descubro ya en braquiales vellos el frío roce de los fuliginosos apéndices volátiles avianos del inexorable querube de la occisión. ¡Abur, desalmado orbe!
Lic. Menditegui:—¡Otis! ¡Amigo mío! ¡No!
Otis:—Listo, lo logré. Que queden ésas como mis últimas palabras. ¿Qué decías?
Lic. Menditegui:— ¡No te vayas! ¡Solamente vos podés explicar todo este embrollo!
Otis:—¿Explicar? La explicación es sumamente sencilla, amigo mío. Sumamente sencilla y triste: enceguecido por el ansia de poder, he pactado con fuerzas más allá de mi control. ¡Oh, vanidad, tu nombre es Otis!
Lic. Menditegui:—¿Hablás de...?
Otis:—Sí, hablo de...
Lic. Menditegui:—¿De qué?
Otis:—De AnaCrónicas, por supuesto. Y de los anaclones. De mi largamente acariciado proyecto de recrear el mundo a mi imagen, según mi semejanza.
Lic. Menditegui:—¿Los anaclones? ¿Ellos están detrás de todo esto?
Otis:—Lo estuvieron desde el principio. Sí, mi amigo, aunque absolutamente nadie haya pensado en eso hasta hoy. Se volvieron contra su mentor, contra su padre, contra quien merced a inauditas biotecnologías les concedió el don de la existencia. Fueron ellos los que planearon mi desaparición, hace ya casi un año, para luego fingir un rescate que otro fin no tenía que instalar a uno de ellos, sangre de mi sangre, en mi lugar. Y ahora, tras la operación del mes pasado, son más poderosos que nunca. Mas no los culpo. No podría culparlos por sucumbir a los instintos de su plasma germinal. Los detesto, los desprecio y los aborrezco, pero no los culpo.
Lic. Menditegui:—Pero... ¿dónde estuviste vos todo este tiempo?
Otis:—He estado perdido... Perdido donde ningún hombre ha estado antes. Y he visto cosas... Cosas que no creerías. Naves de ataque en llamas sobre el hombro de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca del estadio del Kaiserlautern. Todos esos momentos...
Lic. Menditegui:—Se perderán.
Otis:—No necesariamente.
Lic. Menditegui:—¿Qué? ¿Cómo?
Otis:—Amigo mío, ¿has leído la novela que escribí antes de marcharme? ¿Has leído La demasíada?
Lic. Menditegui:—Sí, la leí para hacer la reseña. Después tuve que pasar una semana en un spa para volver a desempeñarme normalmente.
Otis:—Es necesario que vuelvas a leerla. Pero ahora tendrás que hacerlo de una sola vez, de tapa a tapa y reflexionando sobre cada oración.
Lic. Menditegui:—¿Qué? ¡No estoy loco!
Otis:—Lo estarás cuando hayas terminado, amigo mío. Lo estarás cuando hayas terminado.
Lic. Menditegui:—¿Por qué, Otis? ¿Por qué me pedís esto?
Otis:—Preguntas, preguntas... ¿Te parece que estoy para contestar preguntas? Leé el condenado libro que ahí está todo. Cof, cof, cof... Arrrggghhhh... Chau.
Después de esto viene la secuencia cinemática que sirve de introducción al segundo episodio. Es un poco larga y aburrida y no hay modo de pasarla, pero si tienen paciencia y algunos sanguchitos, después de unas horas el licenciado va a terminar de leer el libro y se va a poner a hablar con el ventilador.
Lic. Menditegui:—Esto... esto... Está muy claro... Sí... Muy muy muy muy claro... Je je. El libro, el libro, el libro... El libro es la memoria codificada de Otis... co-co-co-codificada, sí señor... Pero no está completa, nonononononó... Son sólo algunos c-c-c-c-c-c-capítulos de un volumen mucho más grande. Más grande, sí, más grande, mi tesoro. El Anacronicón, se llama. Hay que encontrarlo... hay que... hay que... hay que... y hacérselo leer a uno de los clones... de los clones... sólo ellos pueden totototolerarlo. ¡Y tenemos a Otis de vuelta! Sisisisisisí... Algo me... algo me... umf... algo me dice que el libro viene hacia aquí. Sí, viene, viene, viene... Jejejejejejejeje...
Hasta aquí llega el primer episodio. Nos vemos pronto para seguir con el segundo. Enjoy!
Bráian Aragonés Castellano
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