DEVENIR

Ricardo Germán Giorno

Argentina

Al comienzo, todo fue muy confuso para hgs10mn55rst.

Pero tomó conciencia. Conciencia propia.

Y también tomó conciencia del recorrido que debió hacer para llegar hasta allí: aferrando su Raíz, en busca de transmutarla en un Alma. Así es, ya había cruzado por el Reino Mineral, el Reino Vegetal y el Reino Animal.

hgs10mn55rst había llegado.

Sólo debía esperar el inicio de un ciclo vital... y así sería humano y conseguiría su Alma. Y luego... ¡Luego, a vivir una existencia dentro de un cuerpo, el cuerpo de un hombre o de una mujer que le permitiría alcanzar la plenitud! Ése era el derecho de todo iniciando.

Entonces las paredes de aquel sitio se delinearon más y más hasta perfilarse perfectamente en un habitáculo concreto: ¡la Sala de Espera Radicular!

Al rato —aunque un "rato" en la Sala de Espera puede medirse en segundos, en siglos o en evos sempiternos—, la fluctuación en el cuerpo etéreo se hizo intolerable: ¡los de Transmigraciones lo estaban llamando!


Ilustración: Valeria Uccelli

Comenzaba para él nada más ni nada menos que un iniciando en fase final, la anteúltima y más difícil etapa de su existencia.

¡Adiós por siempre, Limbo! ¡Hasta nunca, Raíz!


—Señor Ordóñez —el médico, acurrucado en su escritorio, sin siquiera atreverse a mirarlo, temblaba de arriba a abajo—, debo hablarle con total franqueza. Tendrá que perdonarme si...

—Acabelá, doctor —parado, desde su altura de gigante, Ordóñez le clavó sus ojos de fuego azul al médico—. Nada puede alarmarme, y usted hace rato que lo sabe.

El otro inspiró profundo, era evidente que sabía lo que se estaba jugando. "Su carrera", pensó Ordóñez, divertido. "Ni más ni menos".

—El juramento hipocrático —al médico se le atropellaban las palabras— no me permite callar. De manera que se lo diré sin rodeos, tal como usted me lo exige.

—¡Pero acabemos, hombre!

—Señor Ordóñez, sepa que su hijo... su primogénito... pues bien, nacerá con el síndrome de Down.

Nada dijo Ordóñez. Sólo se acomodó el pelo rubio, lacio, y frunció su prominente nariz. Y con la mirada dejó entrever displicencia. Desprecio, mejor dicho. Un desprecio que se proyectaba más allá de aquel estúpido mensajero de guardapolvo, una certeza de fracaso que se enfocaba directo hacia su descendencia. Y él jamás había fracasado en nada de lo que se había propuesto.

—Créame que lo siento mucho. —El médico intentaba mantener la calma, pero temblaba. Perdía pie al conjuro de esos vibrantes ojos azules de un poder sin límites—. Pero entienda, por favor, que fue mi deber ponerlo al tanto, señor Ordóñez.

A grandes zancadas, Ordóñez cruzó y volvió a cruzar aquel consultorio de última generación.

—No lo deseo —dijo al fin, deteniéndose ante el médico—. No deseo ese monstruo. Siempre pensé en un hijo que me heredara... —Frunció la nariz como si estuviese oliendo mierda—. ¡No en un fenómeno que sólo pueda despertar piedad! —Le dio la espalda al médico—. Usted sabe qué tiene que hacer, doctor. De manera que hágalo, y ya.

—¿Qué me está proponiendo?

Ordóñez giró, lo encaró. Por un instante esos ojos parecieron de reptil.

—Usted, doctor —remarcaba cada palabra—, usted sabe perfectamente qué tiene que hacer. Déjese de joder, entonces.

El médico no quería entender. Pero sabía que esa especie de vikingo vestido de Armani, ese demonio de brillantes ojos y corbata de seda, lo tenía en un puño.

—Mire, señor Ordóñez —atinó a decir—, todos estos años...

Entonces Ordóñez se desabrochó el saco, se llevó una mano al costado, bajo el sobaco y extrajo una libreta del bolsillo.

El médico respiró: había pensado que aquel gigante demente sacaría un arma. Pero no se trataba de un arma, ni siquiera de una libreta. Por el inconfundible formato rectangular se trataba de una chequera.

—No se inquiete, doctor —dijo Ordóñez—, sé cuidar a mi gente. No diré, como en las películas, con voz de gángster: "¿Cuál es su precio?". Su precio ya lo conozco.

Se llevó la mano al otro bolsillo, extrajo una lapicera —una Montblanc, a todas luces, y pensó en usar la chequera como el arma infalible que era—, completó un cheque, lo firmó al pie, se lo extendió al médico.

Y se quedó quieto, como al acecho, sin hablar ni hacer ademán alguno.

El médico, avanzando una mano temblorosa, se atrevió a tomar el cheque. Y también se atrevió a leer la cifra. Entonces palideció.

—Buenas tardes, doctor —dijo Ordóñez, satisfecho, sacándose una inexistente pelusa del traje—. Ha sido muy amable en informarme de los "padecimientos" que está sufriendo mi esposa. —Esperó, frente a la puerta a que el médico, ahora devenido en sonriente lacayo, le abriera—. Si tengo que elegir, por supuesto que elijo la vida de ella. ¿Se entiende? Ya llegará un niño sano. Un heredero al que no haya que despeñar, ¿no?

Al salir del sanatorio, Ordóñez sonrió con toda la comprensión de que era capaz. Porque aquel medicucho vendido, ese aprendiz de cucharero, estaría pensando lo mismo que pensaban todos: el crápula de Santiago Ordóñez es un monstruo sin sentimientos. Un sorete desalmado. Bien, él también estaba de acuerdo. Porque... ¿para qué otra cosa servían los sentimientos sino para arrastrarse, para sucumbir ante el más fuerte?

Sabiendo que el gesto le caía a su chofer como una reverenda patada en el culo, antes de que el muerto de hambre enfundado en un uniforme brillante le abriera la puerta, le arrojó la eterna moneda de diez centavos.

Se sentía feliz Ordóñez: no hay nada mejor que ser un flor de hijo de puta para obtener el poder y la gloria en este mundo.

hgs10mn55rst se encontró de golpe en la Sala de Espera Radicular.

Aún conservaba intacta la Raíz, y ser consciente de eso lo aturdió aún más. Debería ir a quejarse. ¿Había sufrido una odisea interminable hacia la evolución, para ahora tener que quedarse con las ganas, con la Raíz sin transmutar y, por ende, sin un Alma para sí? Un simple grano de arena, claro, eso es lo que hgs10mn55rst había sido al principio; después sorteó todos los estados intermedios hasta alcanzar la forma de un alazán, el animal más esbelto... ¿Y tanto periplo y tanta aventura y tanto sufrimiento, para qué? ¿Para que su primera experiencia como ser humano fuera cercenada?

Pensó que no le habían dado siquiera la mínima oportunidad. De todos modos, algo bueno tenía en el haber: sus recuerdos —sus... ¿vivencias?—, si bien entrecortados, resultaban muy fuertes, como grabados en relieve. Un momento: ¿eran recuerdos o eran vivencias? La diferencia no le resultaba muy clara, y hgs10mn55rst no podía discernirla. Una cosa era haber vivido algo, y otra, muy distinta, recordar que se vivió. Pero... ¿cómo saber si la experiencia era real o si se trataba sólo de un recuerdo implantado en su memoria? Bien sabido es que un iniciando, desde la panza de su "madre", es capaz de percibir el mundo, el afuera. Por ejemplo, hgs10mn55rst recordaba al detalle la nefasta conversación de los dos asesinos de bebés, allí en el consultorio. Pero la vivencia de su propio asesinato, eso sí que no lo recordaba. Si él estaba destinado a transmutar en el bebé del tal Santiago Ordóñez, si su raíz devendría por fin en un Alma, ¿cómo no había experimentado en su carne intrauterina el filo del bisturí, o el ardor quemante del ácido, o el hielo metálico del fórceps desmembrando su cuerpo? ¿Habría tenido un shock? ¿La muerte del bebé —él, sin dudas, quería creer— había sido la causa de su regreso a la Sala de Espera Radicular?

Cada vez se convencía más: su oportunidad para ir a la vida, para transmutar su Raíz por Alma, había resultado trunca. Iría a quejarse ya mismo.

Salió de la Sala de Espera Radicular, guiado por el propósito de armar un escándalo de rompe y raja. Ya lo oirían, claro que sí. Lo oirían como que se llamaba hgs10mn55rst.

Se introdujo en el primer Conducto Plasmático que encontró. Desde allí, y con la Raíz como timón, se guió hacia la Torre Proporcional.

El trayecto no fue placentero, debió sortear proyectos de iniciandos: seres que apenas buceaban por el Conducto embotando el fluir con sus Raíces pequeñas, torpes, ignorantes.

No bien salió a la avenida principal, la que desembocaba en la Torre, le fue necesario aguardar a que su cuerpo retomara la postura correcta.

Pero allí se erigía —enorme, antiquísima, solitaria— la Torre Proporcional. hgs10mn55rst se deslizó cautelosamente por la avenida desértica en dirección a su destino.

Distinguió a un marcial cíclope moteado que custodiaba la entrada: su firme presencia, recia y adusta, su garrote cuántico —terminado en eficaces protuberancias antirradiculares— aplacaron la ira de hgs10mn55rst. "Portate bien", se leía en esa presencia ciclópea.

—Hola —dijo hgs10mn55rst, fingiendo cordialidad. Ahora que lo tenía cerca, al cíclope moteado se lo notaba más aburrido que marcial.

—Hola —respondió la bestia en un bostezo—. ¿Qué desea? —y se hurgó una oreja con el garrote como improvisado hisopo.

—Elevar una queja. Eso deseo.

—Deposite aquí la cara interna del Alma para verificación de identidad. —El cíclope, manteniendo una actitud fría, distante, le reveló un pedazo de madera de forma irregular.

—Este... —de pronto hgs10mn55rst se sintió avergonzado—. Eh... eh... No tengo.

—¿Qué cosa no tiene? —El cíclope se restregó su único ojo, una especie de costra húmeda se desprendió de ese gigantesco faro.

Legañas, pensó hgs10mn55rst. Y al fin confesó:

—¡Alma, no tengo! ¡No tengo Alma todavía!

El cíclope salió de la postura aburrida y por fin lo miró.

—Introduzca —dijo, sonriendo complacido— la Raíz de su última existencia en la ranura que se ilumina, por favor. —Y le mostró un cajón de apariencia metálico con una ranura iluminada en el centro.

hgs10mn55rst metió la Raíz donde se le indicaba y sintió una vibración en su etéreo cuerpo.

—¿hgs10...? —comenzó a decir el cíclope, leyendo en una zona de la caja metálica—. ¡Un iniciando en su fase final! Ja, ja, ja. ¡Y con, ja, ja, ja, con problemas!

—¿Perdón?

—Nada, nada. Cuarto piso —le informó, hipando, mientras señalaba con el garrote cuántico un derruido y pulsante tubo plasmático—. Oficina "Iniciandos Incompletos". —Y con una sonrisa de suficiencia dio por finalizada la consulta.

Hacia allí marchó hgs10mn55rst. Y entonces un chistido lo detuvo: alzando su garrote, el cíclope moteado lo llamaba.

—Me retira la Raíz de la ranura, por favor.

hgs10mn55rst no tuvo más remedio que subir los cuatro pisos deslizándose por los tubos plasmáticos: el ascensor funcionaba sólo para los que ya habían conseguido su Alma.

Por fin llegó al cuarto piso.

El corredor —aunque ese conducto quimérico no podría llamarse precisamente así— pulsaba a la misma frecuencia que el tubo plasmático; se mantenía en su sitio gracias a fuerzas que hgs10mn55rst ignoraba. Largo y sinuoso, interceptado por varios habitáculos, unos más indefinibles que otros, se perdía en el infinito.

Pronto la Oficina "Iniciados Incompletos" emergió ante sus sentidos. hgs10mn55rst encontró lo que buscaba. ¿O lo que buscaba lo encontró a él? A estas alturas, esto tenía poca importancia.

No supo por qué se llamaba oficina a ese intrincado laberinto de prismas volantes, rocas talladas como las de las pirámides, pero perfectas, sin cascaduras ni grietas. Columpiándose en lo que debería ser la recepción —aunque en realidad parecía ser una cueva de osos polares—, tres enanos robustos, de barba larga hasta el piso, no le prestaron a hgs10mn55rst la mínima atención. Es más: ni conversaban entre ellos, ni siquiera se hacían gestos. hgs10mn55rst pensó que quizás estuviesen yendo a algún trabajo complicado. Pero no: en su avance de patitos culones, sólo se limitaban a esquivar los prismas.

—Encantado de recibirlo —dijo una voz huesuda, salida de ninguna parte—. ¿Qué desea?

Un gnomo rojo, vestido de extraños cueros, lo miraba desde la altura de un mostrador que antes no existía; o, por lo menos, no cuando hgs10mn55rst había entrado. ¿Habrían sido los enanos que lo distrajeron, o el escritorio nunca estuvo allí? Qué más daba, él había venido a presentar una queja. Y eso era lo que iba a hacer.

El gnomo rojo se puso bizco, se dio a atusar las cerdas de una verruga que le crecía en su gran nariz.

—Oiga —dijo—, que no tengo toda la eternidad. ¿Qué quiere?

—Estuve... —hgs10mn55rst hizo una breve pausa, como si quisiera darse fuerzas—. Estuve evolucionando durante millones de años para poder devenir humano, y en la primera oportunidad que se me presenta he sido calificado como desechable. Despeñable, mejor dicho. Un bebé destinado al aborto.

—¿Está seguro?

—¿Cómo que si estoy seguro? Claro que sí. Vengo de allí mismo, precisamente. Por eso me tiene frente a usted.

El gnomo dobló el labio inferior hasta tocarse la pera, y mostró una barrera de dientes podridos. Dejó de bizquear, pero sólo por un momento.

—Entrégueme la Raíz —dijo.

La tomó y la estudió. Los saltones ojos, entrecruzados a más no poder, fueron de la Raíz a hgs10mn55rst, y de hgs10mn55rst a la Raíz.

Luego el gnomo se dirigió hasta una palanca adosada a... Bueno, eso se asemejaba a un salto de agua, aunque caía tan lento que a simple vista era líquido... líquido "detenido". Entonces bajó una palanca: los prismas fueron parpadeando, hasta que uno quedó completamente encendido. Lo oprimió con la punta de un dedo raquítico, y el prisma plegó uno de sus lados. El gnomo colocó la Raíz adentro y se ubicó frente a una pantalla.

—Bien —dijo—, veamos. Su nombre es hgs10mn5... Uf, cada vez son más largos. Lo llamaré hg —le echó un vistazo a la pantalla y señaló algo con la larga uña del meñique—. Sí, hg, está usted equivocado.

—¿Cómo que equivocado? No puede ser, debe haber un error.

—Ningún error, hg. —Y el gnomo, señalando una vez más la pantalla, agregó—: Acá está todo claro.

—Bueno... —hgs10mn55rst no podía ver lo que mostraba la pantalla—. Dígame en qué me equivoco.

El gnomo perfiló una sonrisa maliciosa.

—Usted sabe: es muy poco lo que podemos revelarle a los iniciandos acerca de lo que les sucederá en la vida terrena. ¿Igual se atreve a preguntar?

hgs10mn55rst no supo responder, desvió la mirada. Hizo una tímida señal afirmativa pulsando una especie de esfera turquesa dentro del etéreo cuerpo. El gnomo sonrió nuevamente, aunque ahora su sonrisa parecía más una mueca de piedad.

—Bueno, déjeme ver —dijo—. Pero ya que ha venido, primero debo preguntarle algo: en su última evolución ha sido un corcel. Y muy bello por cierto, ¿no?

—¡Es verdad! —dijo hgs10mn55rst, halagado—. ¿Ésa era la pregunta?

—¿Usted sabe para qué se han creado, por ejemplo, los animales?

—Sí, por supuesto: se crearon para servir al hombre en el viaje más difícil de todos los viajes. Ésa es la consigna: servir al hombre.

—Bien, sí, técnicamente correcto —el gnomo se rascó la cabeza—. Pero volvamos a cuando usted fue caballo. ¿A usted le parece que derribar de su montura a su ama, a esa pobre niña, fue "servir al hombre"? Y no quedó ahí la cosa: una vez que ella cayó contra un peñasco, a usted no se le ocurrió mejor "servicio al hombre" que propinarle una coz que la dejó tiesa per saecula saeculorum. Ya crecidita, a sus cuarenta y cinco años, no puede ni defecar sola. ¡Pobre mujer!

—¿"Pobre mujer"? ¡Esa "pobre mujer", como usted la llama, de niña era un monstruo! Su imaginación infantil no paraba de inventar tormentos. En la soledad del establo, transformaba mi bella piel en un reguero de úlceras que...

—Pobreciiiiiito... —dijo el gnomo, y le entregó la Raíz—. ¿Ve? Ahí lo tiene: en su última evolución, a usted le faltó algo importante.

—¿Y qué es, si puede saberse? —preguntó hgs10mn55rst, y apretó con fuerza la Raíz.

—Dirección, mi amigo. Le faltó di-rec-ción. Y esto luego hace que el iniciando no posea una cabal perspectiva de la realidad terrena. Y usted sabe muy bien a qué me estoy refiriendo.

hgs10mn55rst quedó pensativo un rato. En realidad, no tenía la menor idea de a qué se estaba refiriendo el gnomo.

—Bien, sí —dijo por fin—. Creo... creo entender —mentía. ¿A qué Alma estaba destinado? Se dijo que ya se enteraría. ¿Se enteraría, acaso, directamente en la Tierra? Se prometió meditar más adelante sobre el asunto.

Sintiendo que la Raíz le pesaba más que nunca y que transmutarla en un Alma le resultaba un sueño cada vez más lejano, hgs10mn55rst abandonó la Torre Proporcional sin siquiera saludar al cíclope custodio.

Había un dejo de razón en lo que le había dicho el gnomo: si uno es creado para servir, debe servir por más sufrimiento que reciba. Como esa vez en que hgs10mn55rst fue ratón de laboratorio. Ahí, en ese infierno tapizado de azulejos, había aprendido qué significaba sufrir, qué significaba aguantar.

¡Y pensar que eso no era tenido en cuenta!

Paciente, literalmente hecho un ovillo en un banco de la Sala de Espera Radicular —aunque en aquel lugar no había "muebles", precisamente—, meditaba una y otra vez sobre lo que le había tocado vivir.

Algo andaba mal, pero... ¿qué?

hgs10mn55rst se dio a frizarse el cuerpo etéreo, de pronto la fluctuación volvió a hacerse intolerable: ¡los de Transmigraciones lo estaban llamando de nuevo!


—¡Le juro que fue un accidente, señor Ordóñez! —el capataz, de rodillas, unía una mano con la otra y trenzaba los dedos como rezándole a ese gigantesco ídolo rubio—. ¡Tiene que creerme!

—Mire, Zapata —despreocupado, cómodamente sentado en su sillón de cuero, Santiago Ordóñez jugaba con sus gemelos de oro—: si fue o no fue un accidente, a mí me importa tres carajos, ¿sabe?

—Pero, señor Ordóñez, por favor se lo pido! ¡Cuatro hijos tengo, Ordóñez! ¡Cuatro hijos y uno por venir! —de pronto el capataz se sorprendió: acababa de darse cuenta de sus rodillas en tierra, de sus lágrimas de mariquita, de la postración de su pequeñez frente al amo colosal—. Vea, vea, aquí está mi esposa, mírela, lleva una vida adentro —insistió, sin importarle ya nada—: arrodillado le ruego un poco de comprensión, por el amor de Dios. ¡Un poco de piedad, Ordóñez!

Dos policías permanecían a los lados de aquel harapo humano. La helada crudeza de sus expresiones se correspondía con la sonrisa sobradora, la cuidadosa pose de ese hombre rubio del que emanaba un poder difícil de explicar.

—Terminelá con la musiquita, Zapata —dijo por fin Ordóñez—. Los incompetentes me aburren sobremanera. Y encima se me viene a esconder debajo de la pollera de eso que llama esposa. Al final, ¿era usted o no era usted?

Tan ontológica pregunta tomó por sorpresa al bueno de Zapata.

—¿Qué... qué dice?

—¡Si era usted o no era usted quien estaba a cargo de la obra, imbécil!

—Sí, pero...

Entonces Ordóñez se levantó, y todos no pudieron menos que observar el corte perfecto de su traje. Luego de bostezar le hizo un displicente gesto a los policías y les ordenó, exagerando el asco:

—Sáquenlo de mi vista.

Zapata gimoteó, dispuesto a arrastrarse nuevamente por una migaja de piedad, pero intuyó que ante ese desalmado era inútil cualquier ruego.

Ordóñez le dio la espalda, ya los policías acarreaban al estúpido. Un estúpido entre otros cientos que habían sido triturados por el poder absoluto que el dinero le brindaba.

La esposa de Zapata, que ni siquiera había intentado abrir la boca, salió corriendo en pos de su marido.

Una vez solo, Ordóñez levantó el teléfono: la operadora atendió presurosa y comunicó a su jefe con el prominente doctor Mujica, el "mejor" abogado.

—¡Pero, doctor Mujica! ¡Encantado, mi viejo, cómo le va! Sí, doctor, ya está todo arreglado. La policía va a acusar a un tal Zapata. Eso, sí: un negro, vea. Él había firmado los papeles haciéndose cargo de la obra. Sí, doctor Mujica. No, doctor Mujica. Mire, doctor Mujica, lo he elegido porque sé que usted va a "trabajar" muy bien en la defensa de Zapata. Sí, doctor Mujica, ya le mando el cheque por medio del cadete.

¿Y la conciencia? ¿La voz de la conciencia? ¿Qué era eso? Eso era para los débiles, para los que únicamente tenían como alternativa obedecer. Boludeces de viejitas chupacirios. Los poderosos no tenían conciencia. Qué iban a tenerla: directamente, no la necesitaban.


¡Otra vez! Al presenciar cómo era tratado su marido y el fin que le esperaba, la pobre mujer de Zapata sufrió un aborto espontáneo.

¡No podía ser! hgs10mn55rst pensó en quejarse de nuevo. Y de nuevo se presentó, desafiante, a la entrada de la Torre Proporcional.

—Otra vez usted por aquí —el cíclope moteado lo recordaba. Extrajo la caja metálica, ésa con la ranura que se iluminaba, y frunció la boca como aguantándose la risa.

hgs10mn55rst depositó la Raíz.

—Cuarto piso —dijo el cíclope, llorando por su único ojo por el esfuerzo para no reír—. Oficina "Iniciandos Incompletos".

"Ya me lo sospechaba", pensó hgs10mn55rst, pero nada dijo: no quería darle el gusto a aquella bestia.

Quitó la Raíz, y nuevamente se encontró en ese laberinto de elementos plasmáticos. Los cuatro pisos lo esperaban. Pronto volvía a saludar al gnomo rojo vestido de cueros. Aunque esta vez ni noticia de los enanos culones.

—Vaya, vaya —le dijo el gnomo—. ¿Otra vez usted por aquí?

—Sí, de nuevo yo. ¡Ha sucedido de nuevo!

Sin mirarlo, el gnomo extrajo de su espesa cabellera algo parecido a una araña albina. Se la llevó a la boca y succionó el néctar de las abultadas tripas que oprimía entre sus dedos.

—No puede ser, hg —dijo, como al pasar—. Usted debe estar equivocado.

—¡Equivocado! —y el cuerpo etéreo de hgs10mn55rst pulsó como una tormenta eléctrica—. ¿Y cómo se explica que todavía siga yo con esta Raíz en lugar de haberla trasmutado por un Alma, eh?

El gnomo se quedó en silencio. hgs10mn55rst no atinaba a descubrir si paladeaba en éxtasis los jugos y humores de la araña albina, o si sopesaba cuidadosamente las palabras que estaba por decirle.

—Es que los iniciandos ven el mundo físico... —dijo por fin el gnomo rojo con el tono de quien examina el pro y el contra de un asunto—. Los iniciandos ven el mundo de los humanos... de una manera difícil de explicar. —Se rascó una verruga que colgaba de ese bulbo hirsuto que era su nariz—. Sea tan amable de facilitarme la Raíz nuevamente.

hgs10mn55rst no entendía muy bien qué había querido decirle esa especie de llamativo saltimbanqui, de modo que sólo se limitó a observar cómo el gnomo repetía las mismas acciones de la vez anterior.

—Hay un error —dijo el Gnomo un siglo después—. No sé cómo es que no se da cuenta. Pero ya que está usted acá, le pregunto: ¿vimos lo del corcel, no?

—¿El corcel? —preguntó hgs10mn55rst, confundido.

—Sí, hg, en su anterior visita estuvimos hablando de cuando usted había sido un hermoso caballo, ¿no? Hermoso pero un tanto... Bueno, ¿vimos o no vimos cuando usted desfiguró a su ama?

—Así es, lo hemos visto.

Una grave reverberación sonó dentro de la oficina. Los prismas se detuvieron para luego moverse en la dirección contraria. hgs10mn55rst no sabía a qué atenerse por lo que permaneció callado, a la espera de que el otro hablase.

—Y siga recordando —dijo el gnomo—: usted también fue hembra mosquito, hg. Aquí está. Era una Anopheles, portadora de la malaria.

—Sí, un mono me la pasó.

—Y, aun sabiéndolo, usted picó luego a varios seres humanos. Entre ellos, niños de pecho.

—Oiga, yo era una mosquita. Es decir, alguien, literalmente, con cerebro de mosquito. Y... y encima, hembra...

El gnomo movió una mano debajo del mostrador. La levantó sosteniendo un enorme gusano multicolor que se retorcía. Se lo engulló como si fuese un spaghetti. hgs10mn55rst oyó con claridad el ruido de sorber. No quiso siquiera pensar de dónde había tomado el gnomo aquel bicho.

—¿Y eso qué tiene que ver? —dijo el gnomo, en un eructo—. Usted ya sabe: debemos servir al humano, no servirnos de él. Así como sucedió cuando usted transmutó en potro, esa agresiva trasgresión se suma a las dificultades para que usted no pudiese transmutar su Raíz en un Alma. ¿En qué estaba pensando cuando picó a esa niña?

—Y... ¡eso, justamente! ¿Cómo podía yo saber lo que hacía, siendo un estúpido mosquito? ¿Tengo la culpa? Seré responsable, sí, pero no culpable.

—Usted es las dos cosas —dijo el gnomo, convincente por lo amenazante—. Usted es responsable y culpable.

—¿Y qué debo hacer —dijo hgs10mn55rst—, de ser eso cierto?

—Dirección —el gnomo alzó un dedo admonitorio, rematado por una uña del tamaño de un estilete; hgs10mn55rst vio en el extremo una gruesa capa de cerumen—. ¿Recuerda la palabra? Di-rec-ción, mi amigo. Eso es lo que cuenta: la dirección que usted tome a partir de este momento.

—¿Borrón y cuenta nueva?

—Dígalo como quiera. Su turno se terminó.

hgs10mn55rst lo comprendía plenamente: con aquel burócrata de las Raíces no había modo de razonar.

—Una nueva dirección en mi misión —dijo, queriendo aprovechar la entrevista hasta el último instante—. Nunca lo pensé desde esta óptica. Trataré de meditar en ello.

El gnomo le devolvió la Raíz.

—Dirección —repitió, y la mirada se le volvió oscura—. Di-rec-ción.


Una vez en el Conducto Plasmático, hgs10mn55rst pasó de la furia al desengaño, del abatimiento a la duda reflexiva. Recordó la "explicación" que le había dado el gnomo. Había hablado, nuevamente y en forma no menos misteriosa, de una dirección. Sí, eso era: hgs10mn55rst debía encontrar el nexo que relacionaba su imposibilidad de transmutar su Raíz en un Alma y esa dichosa "dirección", sea lo que fuese. Recordó que él y los demás mosquitos hembra habían sido millones en esa camada infecciosa, y había muchas compañeras portadoras de la malaria. ¿Cómo no haber tomado la única dirección posible, la de la picadura? Al fin y al cabo, la manada guiaba las acciones que permitirían la supervivencia de la especie. Pero él tenía que pensar como individuo y hacerse cargo de sus acciones.

Una de las paredes de la Sala de Espera se volvió tenue, y una luz se formó a lo lejos. ¡Lo llamaban de nuevo!

Bien pensado aquel asunto, las otras dos veces había sido igual. Como si hgs10mn55rst siempre estuviese destinado a una misma zona, a un mismo intervalo temporal.

"¡Que esta vez sea la definitiva!", pensó, pero sin esperanzas.


—Señor Ordóñez —dijo la rubia secretaria tratando de parecer sensual—, desearía hablar a solas con usted.

—¿Ahora, Alicia? —Ordóñez no estaba de humor. Como siempre, debía mostrarse seguro de sí mismo, poderoso. Y eso estresaba. Pero él había elegido ese estilo. Sólo los débiles deseaban la indolencia, las estupideces tales como la "familia unida" y los "valores morales"—. ¿Ahora? ¿No se da cuenta de que debo partir para una junta?

—Es que... Señor Ordóñez, es urgente que le hable. Surgió algo de suma importancia.

Ordóñez sonrió para sí: acababa de imaginarse a la rubia arrodillada ante él, y él con el miembro erecto. Un pete al paso nunca venía mal.

—Bueno, Alicia —dijo—, venga a mi oficina.

Una vez a solas, Alicia se abalanzó sobre Ordóñez y lo cubrió de besos.

—Querido, es una sorpresa —dijo, exultante—. No aguantaba más para dártela.

—Bueno, bueno, pará. ¿Qué es eso que es tan importante? ¿Darme qué?

—La noticia, mi amor. Darte la noticia.

—¿Qué noticia? —dijo Ordóñez, palpitándose la "novedad".

—¡Que vas a ser padre, Santiago! —dijo ella, abrazándolo con fuerza.

—¿Qué? —Ordóñez la apartó de un empujón—. ¿Te volviste loca de golpe o comiste pintura?

—Tesoro —dijo ella, sin poder contener las lágrimas—. Dijiste que tenías una vida incompleta con esa bruja vacía que es tu esposa. Dijiste que entre ella y yo hay un mundo de distancia.

—La única distancia entre ustedes dos es la montaña de guita de ella, millones que yo manejo. ¿No entendés?

—Lo único que yo entiendo es que vos sos todo para mí. —Había profunda emoción en las palabras de Alicia—. Nos iremos lejos. Viviremos nuestra vida alejados de los que nos conocen, Santiago. Vos, yo y... —se señaló la panza—. Nuestro hij...

—¿Nuestro qué? —Ordóñez se atragantó de la risa—. Al fin de cuentas... ¡Ja, ja, ja! Al final me result... ¡Ja, ja, ja! Me resultaste una tarada total... ¡Ja, ja, ja! —No podía parar. Se secó las lágrimas. Hipaba, inflamado y rojo como el infierno—. Te dije todas esas estupideces para que vinieras al pie, forra del orto. Yo sólo quería garchar tranquilo y caíste vos. Un buen polvo una vez por semana. Lo demás me importa un carajo. Por eso te llené de regalos, pelotuda.

—Es que... —la "forra del orto" se echó a los pies de su jefe, unió las manos tendidas hacia él—. Siempre te dije que ni tus regalos ni el dinero me importan. Yo... ¡Yo te amo, Santiago!

La pose de ruego le hizo recordar a Ordóñez la abyecta sumisión de su ex capataz. Puta con estos blandengues, se dijo. Lo único que saben es arrodillarse. Y notó una terrible erección que amenazaba con aplastarle los huevos contra el calzoncillo.

—Ya mismo te me lo sacás. No me interesa saber nada. Mi abogado se pondrá en contacto. Me haré cargo de todos los gastos.

Ella lo miró, demudada.

—¿Vos... —dijo—... vos estás hablando de interrupción del embarazo?

"Interrupción del embarazo" —dijo Ordóñez, remedándola—. Aborrezco los eufemismos, pelotuda. ¡Yo estoy hablando de matar al gusano que tenés en las tripas! ¡De eso hablo!

Y entonces la agarró de los pelos, la tiró sobre el sofá, le abrió las piernas... y sin miramientos se la cogió bien cogida. Las lágrimas de ella fueron el aliciente perfecto para que el polvo fuese inolvidable.

Ordóñez salió de la oficina, displicente. Se dirigió a esa junta tan importante que tenía en la agenda. Para él, lo de la argolluda ésa no había sido más que un tropezón sin importancia. Nada importaba más que los millones. Y el poder que el dinero representaba, claro.

Alicia quedó destruida en la misma oficina donde había nacido su amor. Las lágrimas le llenaban los ojos, veía como detrás de un cristal húmedo. Se tomó el vientre tratando de sentir al ser que llevaba dentro. Se dio cuenta de que era el hijo de un monstruo sin sentimientos, sin Alma.

Abrió la ventana de la oficina: se estaba ahogando. Las lágrimas hacían que viera todo más cerca.

Allí abajo lo vio a él, a Ordóñez. La llamaba. ¡Se habría arrepentido! Seguro, sí: un hombre que iba a ser padre no podía ser tan miserable.

—Allá voy, mi amor —dijo Alicia, y abrió los brazos abarcando el vacío que la abrazaba en una caída mortal.


hgs10mn55rst no cabía en sí de ira, de desazón.

¡Otra vez no! La pobre mujer había enloquecido, se había estrellado contra el capó de un auto estacionado veintisiete pisos abajo.

—Ésta es la última —dijo en voz alta—. ¡Ya me van a oír!

La Sala Receptora comenzaba a desaparecer cuando hgs10mn55rst partió rumbo a la Torre Proporcional.

—¿Adónde va? —el cíclope moteado lo frenó.

—Cuarto piso, oficina "Iniciados Incompletos" —respondió hgs10mn55rst, el etéreo cuerpo vibrando incontrolable. Esta vez nadie iba a detenerlo.

—Primero, la Raíz —dijo el cíclope mostrándole el garrote cuántico en una mano y la caja metálica con la ranura en el centro en la otra.

hgs10mn55rst depositó la Raíz. ¿Por qué no se morirían todos los cíclopes moteados del universo? Se lo quedó mirando, desafiante.

—Segundo subsuelo, ¡ja, ja, ja! —dijo el cíclope, matándose de la risa—. Oficina "Desahuciados - Última Oportunidad". ¡Ja, ja, ja!

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Última oportunidad? ¡No puede ser! Si nunca tuve siquiera una "primera" oportunidad...

—¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! —el cíclope le devolvió la Raíz, con lágrimas que inundaban su único ojo. Se hizo a un lado y raspó el garrote contra la caja—. ¡Ja, ja, ja!

hgs10mn55rst tomó por el conducto plasmático hasta el segundo subsuelo. Vacío, húmedo y con una sola oficina, el segundo subsuelo se le reveló bien diferente al cuarto piso.

Lo atendió una esplendente Hada Madrina. La mirada de caramelo, el fino pliegue de su capa, el bonete terminado en una graciosa estrella fulgurante hicieron que la ira de hgs10mn55rst se desvaneciera.

—¿En qué puedo ayudarte, hijo mío? —ella lo miraba de frente. Su sonrisa, un bálsamo.

—Tres veces fui hacia el plano humano buscando transmutar mi Raíz por un Alma —le contó hgs10mn55rst, avergonzado ante tanta belleza y bondad—, y en las tres no pude ni siquiera nacer.

—No puede ser. Nunca ha sucedido. ¿Me permites tu Raíz?

—Sí, cómo no.

Ella la tomó y la abrazó... y se echó a llorar. Verla hizo que hgs10mn55rst retrocediera: aquella mujer tan bella como misteriosa lo conmovía.

—Estás en un error, hijo —le dijo al fin el Hada.

—¿Cómo puede ser? Yo estuve allí. Puede decirse que viví esos momentos, señora Hada.

—Ya sé que estuviste. —El hada rozó con la estrella de la varita sus propias lágrimas, que devinieron en cristalitos flotantes—. Pero los iniciandos tienen otra percepción del mundo físico. ¿No te lo ha explicado ya el gnomo rojo? Ven las cosas desde otra perspectiva, como afuera de su propio cuerpo. A propósito: ¿te hablaron de cuando fuiste corcel y mosquito?

—Sí, el gnomo rojo no dejó de comentármelo, y lo hizo apropiadamente. Ya lo he entendido. O eso creo. —El cuerpo etéreo de hgs10mn55rst fluctuaba como acometido por vibraciones erráticas—. Mire, señora, todo esto es muy misterioso. ¿Por qué no me dicen claramente qué tengo que hacer y se termina el cuento?

El Hada le dedicó una sonrisa de deliciosos hoyuelos.

—Yo no hago las reglas, hijo —su tono denotaba ternura. Y señaló hacia arriba.

—Sí, disculpe —hgs10mn55rst se sentía desarmado, no podía siquiera pensar claramente—. Es que no puedo creer que ya no tenga más oportunidad que ésta.

—Espero que nadie te haya dicho que era un asunto fácil transmutar la Raíz en Alma, ¿no? A propósito: ¿de qué estábamos hablando?

—¿Cómo...? Ah... Estábamos hablando de cuando vi con el gnomo mi vida como corcel y como hembra mosquito.

—Muy bien. ¿Recuerdas cuando estabas por dejar el Reino Mineral?

—Sí, fui piedra de una gran montaña.

—¿Por qué —no existía el reproche en el tono de ese ser tan afable—... por qué tuviste que rodar justo cuando pasaba ese grupo de excursión? El alud que provocaste los enterró a todos.

—¿Cómo podía evitarlo, señora? —de pronto algo se revolvió dentro de hgs10mn55rst, y a pesar del magnetismo del Hada sintió un reflujo de rebeldía—. Era yo una simple piedra. Por favor, mire que la respeto muchísimo... ¡pero no me venga con la misma musiquita del gnomo! Fui una piedra. Una pi-e-dra. Y encima una bien redonda, ¿sabe? ¡Y las piedras redondas caen siempre por las laderas empinadas!

Sin siquiera inmutarse, sin cambiar la dulzura de esa sonrisa, y con las estrellas del bonete y de la varita fulgurando a más no poder, el Hada acarició la Raíz.

—¿Te hablaron del asunto de la dirección, hijo?

—Sí, señora —dijo hgs10mn55rst. Y pensó: "¿Otra vez con esta historia?"—. Estuve pensando mucho en ello.

—Ya veo. Me pareces un buen proyecto, hgs10mn55rst. Te daremos una nueva oportunidad, espero que no la desperdicies. No deseo verte de nuevo como grano de arena, me caes simpático.

hgs10mn55rst se sonrojó antes de contestar:

—Trataré de esforzarme, señora.

—Bien —dijo el Hada, y le entregó la Raíz.

Al contacto, hgs10mn55rst sintió una cálida energía.

—Aquí nos despedimos, hgs10mn55rst.

—Sí, señora, adiós —hgs10mn55rst se dio vuelta para partir, pero lo pensó mejor y decidió enfrentarla—. Dígame, señora: ¿en quién me voy a encarnar?

—En el mismo de siempre, el que desde el Inicio de los Tiempos ha sido tu destino. No te podemos decir el nombre, hijo. A estas alturas ya deberías saberlo.

—Pero alguna pista le pido... qué sé yo, como para prepararme. No lo olvide: es la última oportunidad que me es dada para conseguir un Alma dentro de un cuerpo tangible. Si no lo logro, desapareceré para siempre. Será como si jamás hubiese existido hgs10mn55rst.

Entonces el Hada se sacó el bonete y miró dentro de él. Una filigrana de libres cabellos luminosos embelesó a hgs10mn55rst y evitó que mirase dentro del bonete.

—Puedo describirte cómo será tu nueva apariencia, el cascarón que te ha sido asignado desde el comienzo de la Eternidad. El que rellenarás una vez más para conseguir tu Alma.

El Hada se calló. Parecía dudar.

—¿Y bien? —arriesgó hgs10mn55rst.

—Tu cascarón es muy alto y elegante —dijo por fin el Hada con un dejo de tristeza—. Tendrás cabellos rubios. Azules ojos brillantes y helados como el zafiro. Nariz prominente, aunque no desagradable. Muchos millones a tu disposición... y un poder ilimitado para manejarlos. Deberías usarlos como un don que se debe compartir.

¿Ojos brillantes y helados como el zafiro? ¿Nariz prominente? ¿Muchos millones y poder?

¿Era posible que...? ¡Oh, no!

Como si un rayo lo hubiese alcanzado, las anteriores experiencias de hgs10mn55rst en el plano de los humanos se le representaron veloces. Ahora se daba cuenta de la diferencia de significado de los términos "vivencias" y "recuerdos".

Y supo, con absoluta certeza, que estaba irremisiblemente perdido. Porque un desalmado como Santiago Ordóñez jamás iba a tener... Pues eso, un Alma.

Ni mucho menos... remedio.



Ricardo Germán Giorno nació en 1952 en Núñez, ciudad de Buenos Aires. Es casado con dos hijos. Empezó a escribir a los 48 años, pero recién a los 52 decidió dedicarse a la literatura. Gracias a un trabajo continuo y tenaz, Ricardo Germán Giorno se supera día a día.

Es miembro activo de varios talleres literarios. Ha publicado cuentos de ciencia ficción en AXXÓN, ALFA ERIDIANI, NGC 3660, LA IDEA FIJA, NM, y un libro propio de relatos Subyacente Inesperado y otros cuentos (Alumni, Buenos Aires, 2004).

Su cuento Pulsante apareció en la antología Desde el Taller. Puede conocer más de este autor en la Enciclopedia.

Hemos publicado en Axxón: JINETES (163), SEOL bajo el seudónimo colectivo "Américo C. España" con Erath Juárez Hernández, David Moniño y Eduardo M. Laens Aguiar (165), TANGOSPACIO, (168), ROBOPSIQUIATRA 10.203.911 (169), PAN-RAKIB (170), CERRADA (179), EL EFECTO TORTUGA (180), EL G (187)


Este cuento se vincula temáticamente con ADIVINA, ADIVINANZA, de José Carlos Canalda Cámara (179), L, de J. Carlos De León (191) y LOS MUCHACHOS DE SIMMONS, de Claudio Canivilo (189)

Axxón 194 - febrero de 2009
Cuento de autor latinoamericano (Cuento: Fantástico : Fantasía : Realidad paralela : Destino : Argentina : Argentino).