OMNIPAEDIA

Frank Roger

Bélgica

—Tengo algo que sin duda le interesará —dijo Harry—. Algo muy especial, sólo para clientes privilegiados.

Harry sabe que soy un ávido coleccionista de libros, y no se perderá una oportunidad de dirigir mi atención a artículos raros o por lo demás interesantes a los que ha logrado echar mano. Paso regularmente por su tienda de libros usados, el Dog-Eared Copyshop, y rara vez me voy con las manos vacías.

Caminé hasta el mostrador y le pedí que me mostrara qué tenía.

Harry metió la mano en un cajón y sacó un grueso libro de gran formato, una edición de tapa dura que se veía vieja, pero no gastada, ni siquiera usada.

—Échele un vistazo a esta belleza —dijo como invitación.

La cubierta no mencionaba nada. Levanté la mirada a Harry y le señalé:

—No hay ningún título aquí, ni el nombre del autor, ni siquiera el editor. Tampoco ninguna ilustración. ¿Qué clase de libro es éste?

Harry vaciló un momento, como si dudara de cómo abordar el asunto.

—Es una obra de referencia —dijo finalmente—. En realidad, es el trabajo final de referencia. Este libro contiene todo. Todos los conocimientos del hombre, la suma de todas las enciclopedias alguna vez compiladas, todas en un único volumen.

—¿Bromea? —le pregunté.

Harry sacudió la cabeza.

—Oh, no. Siéntase libre de hojearlo. Ya verá.

Abrí el libro al azar y leí los primeros párrafos de un artículo sobre las lenguas del Báltico. Pasé algunas páginas y vi una anotación sobre la vida y obras del escultor italiano Giovanni Angelo Montorsoli. Pasé rápidamente algunas páginas más y encontré un ensayo sobre la historia de San Petersburgo. Noté la palabra Omnipaedia en la esquina superior de cada página, donde uno más bien esperaría ver el número.

—¿Omnipaedia? —pregunté a Harry—. ¿Podría ser ése el título de este libro?

Asintió.

—Supongo que sí. Sería un título adecuado para un libro que supera a todas las otras enciclopedias. Este libro le ofrece más que lo que consideraría posible a primera vista. Puede pasarse una vida leyéndolo. Y tiene algunas características extraordinarias que lo sorprenderán, y eso es decir poco. Bien, ¿es, o no es, algo para usted?

Pasé unas páginas más y tuve que admitir que Harry tenía razón. Era un libro intrigante que tenía que añadir a mi colección. Ahora nos tendríamos que poner de acuerdo en un precio. La primera sugerencia de Harry fue prohibitivamente alta, pero no demoramos mucho en llegar a un acuerdo. Pagué una cantidad razonable de dinero, y cuando estaba a punto de partir, ansioso por leer mi nueva adquisición, Harry tomó mi brazo y dijo:

—Hay algo más.

Le lancé una mirada inquisitiva.

—¿Sí?

—Tal vez debería señalar que lo estoy vendiendo por segunda vez. Tengo el claro presentimiento de que sólo hay una copia de él. Lo conseguí hace algún tiempo, y se lo vendí a un cliente leal como usted. Nunca lo vi regresar. Recientemente, compré una colección completa de una mujer, incluyendo algunos artículos que reconocí, que sabía que este tipo me había comprado. Este libro era uno de ellos. No está claro para mí cómo cayeron los libros en manos de esa mujer. Quizás era la esposa de mi cliente, y él falleció, o la abandonó sin llevarse sus libros; no lo sé. No estoy seguro de por qué ni cómo este libro volvió aquí, pero espero no tener que darle la bienvenida por tercera vez. Y por cierto no me gustaría perder a otro cliente. De modo que, por favor, tenga cuidado.

No estaba seguro de qué estaba insinuando Harry, pero le prometí que sería muy cauteloso y le aseguré que el libro estaba ahora en buenas manos. Me fui a casa, me senté en mi cómodo sillón y le eché una mirada más detallada a mi Omnipaedia.

El libro no tenía portada. Se abrió en un artículo sobre Jane Graverol, una pintora surrealista belga inmerecidamente olvidada. Miré al final para ver si tenía un índice, pero no lo había. El libro terminaba con un ensayo sobre el fotógrafo Wilhelm von Glöden. Eché un vistazo a algunas páginas al azar, y noté que las anotaciones no estaban organizadas en orden alfabético. Esto significaba que era imposible consultar el libro. ¿No era insólito? Una obra de referencia con anotaciones en orden aleatorio y sin índice puede prestarse a la lectura libre, pero un investigador serio no lo encontraría muy útil.

Volví a la primera página, y noté con asombro que el libro ahora empezaba con un artículo sobre la banda británica de rock pesado Angel Witch, con toda la discografía. Ya no había rastros del artículo sobre Jane Graverol. ¿Cómo podía haber ocurrido? Todavía podía ver las palabras sobre Graverol delante de los ojos de mi mente. ¿Era éste un libro con el contenido en constante cambio? No me asombraba entonces que no tuviera un índice, ni que las anotaciones estuvieran en orden aleatorio.

De inmediato fui hasta la última página del libro, y descubrí con sobresalto que el ensayo sobre von Glöden había sido reemplazado por un estudio sobre los frescos de Luca Signorelli en la Capilla San Brizio de la catedral de Orvieto. Esto sólo podía significar que la Omnipaedia cambiaba de lugar o renovaba su contenido incesantemente, lo que a su vez explicaba cómo un libro relativamente delgado podía contener todo. Obviamente, no era un libro corriente. Apenas podía creer que un volumen así existiera, y sin embargo allí estaba.

Pasé unas páginas más, leí unos ensayos sobre la película de Ludo Mich, Lysistrata, sobre #Victorian follies# de Florence T. Trevelyan en el Parque de Taormina, y un artículo sobre las esculturas de George Grard. Entonces traté de volver a algunos de los artículos que había visto antes, pero como las páginas no estaban numeradas, no pude encontrar ninguno. En la parte final del volumen ahora había una biografía de Georgette Berger, esposa y único modelo de René Magritte.

Cerré el libro y traté de analizar lo que había experimentado. El contenido siempre cambiante no era lo único extraño de la Omnipaedia. Para ser un libro que supuestamente contenía todo, las páginas vistas produjeron una cantidad asombrosamente alta de artículos culturales y artísticos que eran de mi interés. Sin embargo, las leyes de la estadística decían que debería haber encontrado anotaciones sobre una gran variedad de temas.

Tal vez el libro no reordenaba su contenido al azar, sino que de algún modo se adaptaba a la persona que lo usaba, ofreciéndole una selección de anotaciones a la medida. Cómo podía lograr eso un objeto inanimado, estaba más allá de mi comprensión. Quizás la Omnipaedia no era inanimada, ¿tal vez seguía su propia lógica, incomprensible para el hombre?

Lo cierto es que Harry me había dicho que era un libro raro, e incluso me había instado a tener cuidado. ¿Podía significar que había un peligro involucrado para los que lo consultaban? La idea me produjo escalofríos en mi espina dorsal. Tal vez debería mostrarles el libro a algunos amigos y preguntarles qué clase de temas encontraban y qué pensaban de él. Sin duda arrojaría alguna luz sobre el tema.

Decidí dejar el libro a un lado de momento y llevarlo por la mañana cuando tomaba mi café tradicional en el bar.

Al día siguiente llegué temprano al Empty Hourglass, y todavía no estaba allí ninguno de mis amigos. Pedí un café y puse la Omnipaedia sobre la mesa, enfrente de mí. Estuve a punto de abrirlo al azar para verificar qué clase de temas me ofrecía, pero vacilé. Tenía que admitir que el libro me asustaba un poco. Tenía una cualidad ominosa. Si se adaptaba a su propietario, lo hacía sin dudas por una razón. ¿Pero a qué apuntaba? ¿Era una jugada sabia tratar de descubrirlo? ¿Qué pasaba si los conocimientos adquiridos eran perjudiciales?


Ilustración: Pedro Belushi

Después de algunos titubeos, abrí el libro y leí algunas anotaciones. Encontré un análisis de la música de Bernard Herrmann para Psycho de Alfred Hitchcock, un artículo sobre asesinos seriales, un ensayo sobre la momificación en Egipto antiguo y uno sobre el síndrome de Korsakov. El enfoque de ayer sobre temas culturales había cambiado hacia un tono mucho más oscuro que reflejaba mi actual humor. Ésta era la prueba de que el libro se adaptaba, seleccionando su contenido de acuerdo con la persona que lo consultaba, e incluso teniendo en cuenta su humor. La Omnipaedia se había dado cuenta de mi preocupación y "actuaba" en consecuencia.

Me recliné y pensé en qué implicaba este descubrimiento. Harry tenía razón; este libro podía ser sumamente peligroso. Suponga que caiga en las manos de una persona depresiva, o de alguien con tendencias suicidas. ¿Qué clase de conocimientos le podría ofrecer a ese hombre o a esa mujer? La misma idea me hizo estremecer.

Un científico, un matemático, un ingeniero o un deportista, todos encontrarían anotaciones relacionadas con sus campos de experiencia, ¿pero qué ocurriría si un político con ambiciones dictatoriales ponía sus manos en el libro, o un criminal que necesitaba ideas, o un terrorista? Me negué a pensar en las ramificaciones de estas preguntas.

Se me ocurrió una idea. ¿Sería mejor destruir el libro? Uno de estos días caería en manos equivocadas, y los resultados podrían ser desastrosos para todos. ¿Pero permitiría el libro mismo ser destruido? Después de todo, claramente no era un simple objeto inanimado. Podía tener una manera de defenderse, una especie de instinto de preservación. ¡Quién sabe qué le pasaría al pobre tipo que tratara de desmontar esta bomba de papel¡ El riesgo involucrado era incalculable. ¿A cuántos lectores ya les había traído la ruina? ¿Podía ser responsable de lo que le había pasado a su anterior propietario, el cliente perdido de Harry?

Decidí darle a la Onmipaedia una oportunidad final, la abrí y me ofreció las anotaciones sobre el suicidio de Vincent van Gogh y el bombardeo de Guernica. Ya sabía suficiente. Cerré el libro, terminé mi café y decidí no esperar a que mis amigos llegaran. Había descubierto lo que quería saber, y no estaba contento. Ese libro era una amenaza para humanidad.

Me decidí ahí mismo. Pagué mi café, y me fui sin llevarme el libro. Quería liberarme de él. Otro cliente lo recogería, lo hojearía y descubriría su horrible naturaleza, a su propio riesgo. O el barman lo levantaría a la hora de cerrar y se desharía de él. Sea cual sea el caso, prefería dejar la decisión sobre el destino del libro en las manos de otra persona. No quería asumir esa responsabilidad.

Mientras caminaba de regreso a casa, una idea surgió en mi mente. No era imposible que un día el libro encontrara la manera de volver al Dog-Eared Copyshop de Harry. Me prometí que si lo descubría allí otra vez, ni siquiera le echaría una mirada. Sin importar qué tentadora era la idea de un libro que contenía todo, no quería correr el riesgo de adquirir conocimientos que era mejor que nadie tocara.


Traducido por Graciela Lorenzo Tillard



Frank Roger nació en 1957 en Ghent, Bélgica. Su primera historia apareció en 1975. Desde entonces sus relatos aparecen en cada vez más idiomas en toda clase de revistas, antologías y otros medios, y desde 2000 ha publicado colecciones de relatos, también en varios idiomas. Además de ficción, produce collages y trabajos gráficos en una tradición surrealista y satírica. Hasta el momento ha publicado más de 650 historias cortas (y unas pocas novelas cortas) en 28 idiomas. Pueden saber más de Roger en su sitio.

Hemos publicado en Axxón: LA GUERRA DE LAS OCHO EN PUNTO (123), CRIOBARBACOA (144), LA ÚLTIMA ELECCIÓN (169), EL DÍA QUE CAYERON LAS BOMBAS BORRADORAS DE TEXTOS (174)


Este cuento se vincula temáticamente con EL LIBRO PRODIGIOSO, de Teresa Buzo Salas y ADANGÊLIÖN, de Leandro Vives

Axxón 199 - agosto de 2009
Cuento de autor europeo (Cuento : Fantástico : Fantasía : Objetos animados : Libro infinito : Belga : Bélgica).