«Los riesgos de hablar mandarÃn», Marcelo Difranco
Agregado en 29 octubre 2009 por admin in 201, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
AnÃbal se sintió tentado de preguntarle al Dr. Hu si ese leve aroma a azafrán y frutas tropicales pertenecÃa a algún perfume asiático caro, pero se contuvo, más concentrado en el dolor que le producÃa la luz de la linterna en su pupila derecha que en otra cosa. TratarÃa de recordarlo, debÃa preguntar al médico la marca y sobre todo el precio del perfume, ya que tal vez lo consiguiera en el aeropuerto de Shangai en su próximo viaje.
Se secó las lágrimas y se dirigió al escritorio del doctor, quien lo invitaba a sentarse. Por unos segundos lo vio azul, luego verde, finalmente rojo con puntos naranjas hasta que, parpadeando fuertemente, lo estabilizó en un amarillo pálido que se diluÃa hasta desaparecer.
El Dr. Hu, en silencio, hacÃa unas rápidas anotaciones en un mandarÃn nervioso, la pluma quebrando las fibras del papel con un débil rumor, como un festÃn de polillas hambrientas. Luego levantó la vista y lo observó por unos minutos, hasta que la cara le estalló en una sonrisa que casi le hacÃa desaparecer los ojos.
¿Cuánto tiempo hace que se implantó la neurona? preguntó el médico, en un mandarÃn transparente y neutro.
AnÃbal sacó rápidamente la cuenta de los dÃas:
Dos meses, aproximadamente.
El Dr. Hu siguió rasgando su block de notas, asintiendo.
Su mandarÃn es muy bueno ¿Alguna molestia? ¿Dolores?
Ninguno.
¿Como compró la neurona?
En un remate en Internet. El vendedor fue el nieto de la persona, una mujer bastante mayor, doctora en fÃsica, que vivió en Beijing muchos años. Quise comprar el doctorado también, pero aparentemente no estaba a la venta.
Hu buscó un anotador, pasó un par de páginas y se detuvo.
Bien, Sr. AnÃbal, no sé si usted tiene una idea de por qué lo llamamos.
Más o menos mintió AnÃbal.
Es muy simple. Desde que comenzó todo esto de los implantes de neuronas, sobre todo esta venta alocada de idiomas y conocimientos, hemos notado algunas anomalÃas en el funcionamiento de los procesos neurológicos, que estamos intentando corregir explicó Hu, mientras revisaba su anotador.
Un sudor frÃo recorrió la espalda de AnÃbal. Se preguntó si habÃa invertido sus treinta y cinco mil yuanes americanos en comprarse un tumor.
¿Qué tipo de anomalÃa, doctor?
Nada grave, amigo lo intentó tranquilizar Hu. Cosas de forma, como significaciones desplazadas, alteraciones en la percepción, alucinaciones… Le cuento un caso: el otro dÃa entrevistamos una persona que desde que se implantó una neurona de idioma sueco no pudo volver a comer bananas. Otro, en este caso con un implante de inglés, al que la palabra «dreadful» le provocaba incontenibles ataques de risa de más de quince minutos en promedio.
AnÃbal se sintió un poco más aliviado, aunque la perspectiva de hacer el ridÃculo o revelar partes poco amables de su personalidad le resultaba inquietante.
El doctor Hu agitó el anotador, sonriente:
Hemos diseñado un cuestionario, en colaboración con algunos colegas, con el cual, mediante la investigación de las imágenes que están asociadas a algunas palabras, podemos detectar las anomalÃas. Es corto y sencillo, pero para que tenga éxito usted debe esforzarse en la descripción detallada de la imagen. Cuanto más precisa la descripción, mejor. ¿Comenzamos?
De acuerdo.
El doctor Hu se dirigió hacia una camilla y lo invitó a recostarse, cosa que a AnÃbal le pareció excesivamente dramática para un cuestionario, hasta que el doctor comenzó a llenar su cabeza de electrodos. Se sintió preocupado e incómodo.
¿Y eso? preguntó, algo alarmado.
Nada. Rutina. ¿Comenzamos?
Comenzamos.
Hu estuvo un par de minutos en silencio. Hasta que empezó con la lista de palabras en mandarÃn.
Banco.
La palabra banco, en la mente de AnÃbal, reproducÃa un edificio gris, de fachada plana con algunos detalles helénicos, y puerta blindada lustrosa y sólida.
¿Nada más? interrogó Hu.
Nada más dijo AnÃbal.
Vuelva a pensar en el banco. RepÃtase la palabra Banco… Banco…Banco.
AnÃbal volvió a ver aquel triste edificio, gris, excesivamente grande y convencional. De pronto, advirtió que la puerta blindada estaba entreabierta, revelando un pálido reflejo dorado. Sintió curiosidad y cruzó el umbral. En el hall de entrada del banco, una majestuosa estatua de San Jorge y el Dragón, en oro puro, interrumpÃa el paso a las escaleras.
DÃgame, señor AnÃbal: ¿es el dragón una especie de cocodrilo gigante?
Asà es respondió, intrigado.
¿Algo más que quiera destacar? preguntó Hu.
Dejó de contemplar la estatua de San Jorge y se dirigió hacia la calle. Era un dÃa crudo de invierno y nevaba. Frente al banco, un bosque de pinos blanqueados por la nieve. Quiso cruzar la calle, pero chocó inesperadamente contra un transeúnte. «Pardon» dijo, a modo de disculpa.
Suena francés dijo Hu, acariciándose el mentón. ¿Y cómo es esta persona?
Muy distinguida, muy noble respondió AnÃbal, sin pensar.
Ajá.
Hu hizo algunas anotaciones, con un gesto de preocupación.
Creo que hay algún problema en las palabras relacionadas con la economÃa. Un banco, que es un templo, que es frÃo, y que nos enfrenta a gente distinguida y noble. No está muy claro, pero hay un aparente problema moral de esta doctora en fÃsica con el dinero ¿no cree?
Si usted lo dice…
Sigamos.
La siguiente palabra fue «número». AnÃbal vio una sucesión de cifras y cifras, operaciones matemáticas, fórmulas incomprensibles sin fin. Pero una sensación de ahogo comenzó a invadirlo.
Doctor, veo sólo números, pero me siento un poco mareado.
Espere, ¿mareado?
El malestar se hizo cada vez más insoportable. Le daba arcadas el olor a moho y orina, cada vez más nauseabundo, brotando desde la oscuridad. La humedad se adherÃa a su piel, llena de escaras y heridas, provocada por las torturas de los soldados del Zar. Quiso huir de ahÃ, pero el peso de los grilletes en su cuerpo descarnado le impidió moverse. Ciego, en la oscuridad y preso del espanto, sólo pensó en su hermana, violada hasta la muerte por los soldados, los riñones reventados a patadas, la nieve teñida de sangre…. No pudo contener el grito:
¡¡Natasha!!
A pesar de los calmantes y la amabilidad de las enfermeras, AnÃbal siguió sollozando la siguiente media hora. Maldita la hora en que compró esa neurona y maldita la vieja desgraciada. Seguramente, habrÃa miles de personas que hablaban mandarÃn, personas simples y sanas sin problemas con soldados rusos y dragones. Justo le tenÃa que tocar una psicópata.
El Dr. Hu, con una sonrisa amable y tranquilizadora, le alcanzó un té.
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Siento mucho lo sucedido, señor dijo Hu, ahora en perfecto castellano. Por hoy ha sido suficiente, no queremos exponerlo a una crisis. Para su tranquilidad, le digo que el problema es perfectamente solucionable. La neurona tenderá a estar más estabilizada en las próximas dos semanas. Por lo pronto, evite las transacciones económicas con gente de China, o en mandarÃn.
Gracias, doctor balbuceó AnÃbal.
Adiós viaje a Shangai. Encima, pensó, ni siquiera se acordó de preguntar por el perfume.
«Vieja zorra» pensó Hu, encendiendo la laptop. Estaba bien pensado, pero tampoco era una obra maestra de la criptografÃa. Era una codificación bien simple.
Empezó por lo más fácil: San Jorge, obvia referencia a Georgetown y el dragón, el Gran Caimán. Una cuenta bancaria con bastante oro.
Las sospechas de que la doctora BenÃtez estaba vendiendo información secreta habÃan surgido en el gobierno chino casi al mismo tiempo que el cáncer que finalmente la mató. En algún momento, el propio ministro habÃa dicho que lamentaba no haber podido matarla con sus propias manos, pero que, a fin de cuentas, el cáncer lo habÃa hecho bastante bien.
Hu la comprendÃa. Casi como él mismo, la doctora habÃa dejado su vida por el trabajo, recolectando migajas.
El nombre del banco estaba un poco más oculto: los pinos nevados, la persona noble, las disculpas en francés… ¿El Royal Bank de Canadá?
En Gran Caimán habÃa una sucursal, asà que era probable.
El método de encriptamiento también era de los más tradicionales: el cuadrado de Polibio, que usaban los nihilistas presos en las cárceles del zar. Según el cuadrado, Natasha forma el 33114411432311.
Corrigió el texto final de los dos mails, y los leyó en voz alta. Empezó por el primero:
«Estaba codificado en nivel neuronal. El dinero estarÃa en el Royal Bank of Canada, sucursal George Town (Gran Caimán). Cuenta número 33114411432311. Información a confirmar».
El segundo mail era mucho más breve:
«No se halló la información a nivel neuronal».
Ahora sà venÃa lo más difÃcil. Antes de que el sol se pusiera, Hu decidirÃa qué mail mandar. Pensándolo bien, al gobierno del pueblo le sobraba dinero.
Marcelo Difranco nació en Buenos Aires, Argentina, en 1963. Publicó anteriormente «Incidente en la base de lanzamiento de misiles» (Axxón 163) y actualmente es co-conductor del programa radial «Capitanes del Espacio», sobre ciencia ficción y rock progresivo.
Hemos publicado en Axxón: INCIDENTE EN LA BASE DE LANZAMIENTO DE MISILES (163),
EL PREDICADOR (163)
Este cuento se vincula temáticamente con PROGRAMA 1014, de Jorge Munnshe, EL PERFORMANCE DE LA MUERTE, de Yoss
Axxón 201 – octubre de 2009
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Memoria : Implantes : Argentino : Argentina).