«Un dÃa en el Infierno», Holly Day
Agregado en 23 noviembre 2009 por admin in 202, Ficciones, tags: CuentoESTADOS UNIDOS |
Me desperté en el Infierno esta mañana.
HabÃa tirado las cobijas a través del cuarto en mi sueño, y las paredes parecÃan fluctuar detrás de las lÃneas onduladas de calor. Me levanté y fui a tientas hasta el baño para echarme un poco de agua en la cara, o tratar de ahogarme a mà mismo o a mi cuerpo ardiente, no estoy seguro a cuál. Abrà el grifo del agua frÃa al máximo y me miré en el espejo. Mis ojos eran de color rojo brillante de las esquinas a los iris, como los de un demonio con resaca.
Algo caliente me salpicó la piel. Miré hacia abajo y vi que el lavabo se llenaba de sangre, sangre tan espesa que volvÃa todo púrpura. Rebalsó la porcelana blanca, por encima del borde, y cayó al piso. Retrocedà lentamente, tropezando con las paredes dos veces antes de poder salir.
Afuera se veÃa como mi viejo barrio, excepto que todo estaba caliente, caliente, caliente. Caliente como el Infierno. Asà fue como lo supe. Caminé un corto tramo por la acera, con el pavimento quemando las plantas de mis pies desnudos. Una criatura que se parecÃa ligeramente a mi vecina, la señora Green, me saludó desde el columpio del porche, similar al porche real de la señora Green, excepto que humeaba, chispeando en los bordes cerca de los escalones, en llamas.
¿Cómo estás, Johnny? preguntó la cosa-señora Green. Su piel pulsaba en lugares extraños, grandes bultos aparecÃan en su cara como si algo estuviera tratando de salir, de salir y agarrarme. Me acerqué muy, muy cautelosamente.
¿Qué ocurre, Johnny? preguntó la criatura, sonriendo amigablemente. Sus gordos e hinchados labios escondÃan filas y filas de dientes súper afilados. SabÃa que no me engañaba, pero continuó jugando conmigo. Una sonrisa burlona pugnaba por traspasar el ceño fruncido por la preocupación.
No eres la señora Green dije, deteniéndome en lo alto de la escalera. Ni siquiera te pareces a ella.
Tal vez deberÃas volver a la cama dijo la criatura.
Comenzó a levantarse y pude ver que sujetaba una especie de rollo de papel, como un periódico, pero cubierto con una escritura diferente a cualquier otra que exista en la Tierra. Hizo como si fuera a pegarme con el rollo, asà que me lancé contra ella, golpeándola con mis manos desnudas, haciendo girar mis puños salvajemente, por mi vida o lo que fuera que tenÃa en ese punto. Al principio la criatura se resistió, tratando de empujarme para meterse en la casa, pero finalmente cayó bajo mis golpes y quedó tirada, rota, en el columpio del porche, con los ojos vidriosos y un fluido negro y espeso goteando de la parte posterior de su cabeza.
¿Qué diablos está pasando ahà afuera? dijo una voz dentro de la casa, que sonaba parecida a la del señor Green. Me di vuelta y escapé, de regreso a mi propia casa, dejando los gritos de «¡Oh, mi Dios! ¡Martha!» detrás de mÃ.
Cerré de un portazo y me apoyé contra la puerta, jadeando en el calor de ese horno. Mis ojos cayeron sobre el termostato colocado en la pared. Asà que el Infierno tenÃa sentido del humor. ¿Satanás? Asà que Satanás tenÃa sentido del humor. Para experimentar, puse el acondicionador de aire en la potencia máxima. Como era de esperarse, sólo hizo más, más, más calor dentro de la casa.
Quise volver al baño y casi me resbalé con la inundación de sangre que habÃa salido del grifo. Chapoteé a través del espeso lÃquido y cerré la llave. Una vez más el espejo probó que estaba realmente muerto. Mi piel se habÃa vuelto de un blanco grisáceo y mi lengua estaba negra e hinchada por la putrefacción. Mis ojos ayer eran azules y ahora eran color verde pus, verde pus y rojo. Fui a la cocina y tomé un cuchillo grande. Lo clavé en mi mano, sólo un poquito, y la sangre fluyó perezosamente. Asà que todavÃa podÃa sangrar. Extraño. La sangre era roja.
Llevé el cuchillo a mi dormitorio y me puse unos pantalones cortos y una camiseta. Me puse una gorra de béisbol y la empujé bien abajo, casi completamente sobre mis cejas. Mientras buscaba en el armario un par de sandalias, escuché un agudo gorjeo detrás de mÃ.
HabÃa más ratas en la casa. HabÃa colocado trampas, habÃa llamado a los exterminadores, todo, pero siempre volvÃan. Una me habÃa atacado hacÃa cosa de tres dÃas, nada más habÃa saltado de entre las sombras y se habÃa aferrado a mi mano. Se colgó de ahà con la sangre que salÃa a chorritos formando un arroyuelo alrededor de su cabeza, debajo de su garganta. Logré tirarla al suelo y la pisoteé hasta que murió, pero me volvà un poco más cauteloso con las pequeñas bastardas después de eso. Esta vez habÃa dos ratas marrones bastante chicas mirándome fijamente desde abajo de la cama y cuando me di vuelta y las miré, se perdieron en la oscuridad, o quizás se escondieron entre los pliegues de las mantas, no estoy seguro. O tal vez algo debajo de la cama se las comió.
Metà el cuchillo dentro de la cintura de mis pantalones, luego reconsideré la ubicación de la hoja y opté por envolverlo en una toalla. El brillo del exterior habÃa aumentado todavÃa más, asà que agarré un par de anteojos oscuros a la salida para atenuar la horrible luminosidad. Las calles del Infierno estaban completamente vacÃas, y me pregunté si se suponÃa que los demonios iban a trabajar los dÃas de semana como hacÃa la gente. Con mi suerte, podÃa ser que Satanás me diera un trabajo de oficina, clavado todo el dÃa detrás de un escritorio haciendo una pila sisifeana de papeleo. Caminé hacia la esquina, observando cada sombra por si acaso se escondÃa algún monstruo allÃ, hasta llegar a un área pequeña del centro de la ciudad, muy parecida a la de mi viejo vecindario de cuando estaba vivo.
La tienda de comestibles rebosaba de versiones mutadas de mis vecinos, el color de la piel un poquito erróneo, los ojos un poquito más maliciosos y traicioneros que antes. ¡Oh, y los dientes! Cuando sonreÃan podÃa ver filas y filas de diminutos dientes puntiagudos que se extendÃan hasta el fondo de la boca. ¡Hasta el fondo! El demonio que estaba detrás del mostrador de la carne clavó los ojos en mà desde atrás de su cuchilla de carnicero, como si estuviera tratando de averiguar si me habÃa dado cuenta de que todo era diferente, si ya sabÃa que estaba en el Infierno. No le di la satisfacción de devolverle la mirada. Apreté mi paquete contra el cuerpo, listo para sacar el cuchillo y embestir a la primera señal de hostilidad. A esa altura tenÃa una sed increÃble, pero todo lo que pude encontrar fueron jarras plásticas de sangre y bilis en la sección «Agua» otro indicio del sentido del humor de Satanás y el hielo de la sección Delicatessen me quemó los dedos cuando lo toqué.
|
Todo el mundo en la tienda tenÃa los ojos clavados en mÃ, observando, esperando. Un demonio pequeño me señaló y murmuró algo al demonio grande que estaba junto a él, como lo harÃa un comandante. Retrocedà contra la pared y extraje el cuchillo. Lo agité amenazadoramente hacia el creciente gentÃo, y comenzaron a zumbar como abejas entre ellos, y los escuché decir «¡Él sabe! ¡Él sabe!» al menos una vez. Dos enormes criaturas vestidas con uniformes azules de guardias de seguridad se acercaron a mà desde diferentes ángulos. Me lancé sobre uno con el cuchillo, hundiéndolo profundamente dentro de su grueso pecho. Antes de que tuviera la oportunidad de arrancárselo, el otro saltó hacia adelante y me enfrentó. Le mordà el cuello, justo sobre una vena jugosa, la espesa jalea negra salió a raudales de la herida y entró en mi boca. La escupÃ, casi ahogado, y el demonio me soltó, gritando, sujetando con fuerza su cuello. Otros demonios avanzaron, cada uno más espantoso que el anterior, agarrando mis ropas, mi pelo. Movà mis brazos en un amplio arco y rechacé a golpes a los que podÃa, clavando los dientes en otros. El guardia de seguridad que habÃa apuñalado yacÃa sangrando, inadvertido, tocando torpemente el mango que sobresalÃa de su pecho. Agarré el cuchillo y tiré tan fuerte como pude. El demonio lanzó un fuerte gemido e hizo un extraño estertor, y el cuchillo llegó flojo a mis manos, y yo estaba armado otra vez, armado contra la turba, y el demonio carnicero se escabulló de la vista y sentà su propia hoja hundiéndose en la parte posterior de mi cuello, cortando carne y huesos y nervios, y pensé:
«¿A dónde vas cuando mueres en el Infierno?»
Holly Day es una escritora independiente que vive en Minneapolis, Minnesota, con su marido y sus dos hijos. Entre sus libros de no ficción recientemente publicados se encuentran Music Theory for Dummies, Music Composition for Dummies y Walking Twin Cities.
Este cuento se vincula temáticamente con ¿PUEDE SER QUE A TODOS LOS MUERTOS SE LES OCURRA HABLARME HOY?, de Julio Carabelli, EL AMANTE DE LAS ESTATUAS, de Ian Watson, DIOS Y EL SR. SLATTERMAN, de Mike Resnick, NO ME QUIERO MORIR, de Alejandro Moia
Axxón 202 – noviembre de 2009
Cuento de autor americano (Cuento : Fantástico : Terror : Visiones infernales : Estados Unidos : Estadounidense).