«El concierto», Isidro MartÃnez Palazón
Agregado en 31 marzo 2010 por admin in 206, Ficciones, tags: CuentoESPAÑA |
Eran las tres de la tarde de un dÃa de agosto y en el estadio de fútbol hacÃa un calor de mil demonios.
La actividad de los montadores era febril. Más de veinte personas, en su mayorÃa hombres, descargaban de los enormes camiones aparcados junto al césped grandes cajones de aluminio con equipo de sonido que transportaban hasta el escenario. El concierto estaba anunciado para las once de la noche y aún quedaba mucho trabajo por hacer.
Sentado en las gradas, el organizador, un hombre de mediana edad perfectamente vestido, contemplaba nervioso el ir y venir del personal, mientras hablaba con un muchacho moreno, de pelo largo, que trataba de tranquilizarlo.
No se preocupe usted, todo estará a punto para las once.
Más vale, porque están vendidas todas las entradas. Ha venido gente de otras ciudades, algunos incluso han hecho más de mil kilómetros para ver el concierto… Si las cosas no salen bien, será mi ruina.
Tranquilo, no habrá problemas….
Mira, Ron, quiero que entiendas que yo sólo soy un empresario… y los empresarios no queremos problemas. A la gente le gusta ir a vuestros conciertos, asà es que venÃs, actuáis, ellos lo pasan bien, vosotros cobráis, yo me gano la vida… y hasta la próxima.
Usted sabe, señor López, que el dinero es lo de menos.
SÃ, ya lo sé y es una cosa que no entiendo. Un grupo tan bueno, de tanta fama…, y sin preocupación por el dinero, pero, en fin, allá vosotros. Aunque tienes que reconocer que conflictivos sois un rato.
Quizás, pero la culpa no es nuestra y usted lo sabe.
Yo no digo nada, pero el caso es que allá donde vais, se lÃa. La verdad, es que he de confesarte que no sé cómo me he atrevido a contrataros….
Bueno, algo tendremos de especial, ¿no? sonrió.
SÃ, eso es cierto… Bueno, Ron, me marcho. Aún tengo que preparar algunas cosas; saluda a Randall y al resto del grupo.
De su parte, señor López.
El hombre se puso en pie y echó a andar pasillo adelante. Ron, tranquilamente, bajó las escaleras hasta llegar a la valla que separaba el campo de las gradas y se quedó mirando el escenario. «Es enorme», pensó. Después, levantó la vista al cielo… no habÃa ni una nube. Sin duda, harÃa una noche estupenda.
*
A las diez de la noche el estadio estaba abarrotado de gente y, ante la puerta principal, largas colas esperaban para poder entrar.
La puerta de los vestuarios, donde los músicos charlaban esperando a que se hiciera la hora, se abrió y López, disimulando un gesto de preocupación, entró y saludó.
Buenas noches, muchachos…
Hola, señor López, cuánto tiempo sin verle…
Desde el año pasado por estas fechas… ¿Y Randall?
No sé contestó Miguel, el bajista del grupo. Ya sabe que antes de los conciertos le gusta salir y hablar con la gente… Andará por ahÃ…
Bueno, yo sólo venÃa a saludarle.
Bien, le diremos que ha estado usted por aquÃ.
Gracias, Miguel… y, dirigiéndose a Ron Oye, Ron y le hizo una seña para que se acercara.
¿S�
Mira y habló en voz baja. La verdad es que querÃa advertirle. A pesar de que todo está controlado por la policÃa, no me fÃo… He visto un grupo de «ultras» junto al escenario, en el lado izquierdo… No podemos negarle la entrada a nadie, asà que dile que tenga mucho cuidado y que, por favor, no provoque a la gente.
Oiga, que nosotros no provocamos a nadie.
Ya, eso decÃs siempre y luego…
Lo siento, aquello no fue culpa nuestra. Si la gente no…
Ya le interrumpió López. Yo no digo nada, sólo que…
No quiere problemas le cortó Ron.
Eso…
*
Las luces del estadio se apagaron y todo quedó en silencio. Cuando de nuevo se encendieron, en el escenario sonaba la Banda de Randall.
Hasta en eso eran distintos. Contrariamente a lo que pasaba en los conciertos de otros grupos, cuando ellos tocaban la gente no coreaba las canciones, ni bailaba… sólo escuchaban y callaban.
Al terminar la primera canción, Randall, un muchacho de color, alto y delgado, que rondarÃa los treinta, vestido con pantalón vaquero, camiseta blanca y zapatillas de deporte del mismo color, se dirigió a la gente.
Buenas noches, amigos… Gracias por venir hizo una larga pausa y miró al cielo. ¿Habéis visto qué noche más preciosa? Bajo este mismo cielo lleno de estrellas hay gente que sufre, que pasa hambre, que está oprimida, perseguida, asesinada por sus creencias y sus ideas… Son vÃctimas del egoÃsmo y la injusticia humana. De ellos, como en todos nuestros conciertos, queremos hablaros, nos acordamos de ellos y con ellos nos solidarizamos porque son… ¡Hermanos nuestros!
Con las últimas palabras de Randall empezó a sonar la siguiente canción que asà se titulaba, Hermanos nuestros.
No vio, o no quiso ver, al muchacho que, de la parte izquierda del escenario, a escasos diez metros de donde él estaba, se levantó con una pistola en la mano.
Sonó un estampido y luego otro y otro… Randall se llevó la mano al pecho y cayó al suelo.
Ron saltó de la baterÃa y se abalanzó gritando y llorando sobre él. TenÃa la camiseta blanca empapada de sangre.
¡Randall! le gritaba ¡No te mueras! ¡Maldita sea! ¡Asesinos!
Cuando la gente se dio cuenta de lo que habÃa pasado comenzó a chillar. La confusión fue total…
CorrÃan en todas direcciones, histéricos, tratando de alejarse del escenario. Pisaban o eran pisados buscando la salida. Se oÃan gritos de dolor y de pánico.
*
Los médicos confirmaron su muerte. Ron, después de pasar toda la noche junto al cadáver de Randall, llorando como un chiquillo, cuando amaneció salió del Hospital.
TenÃa necesidad de estar solo y, sin saber por qué, andando, se dirigió al estadio.
Entró por la puerta lateral y se cruzó con la gente de los servicios de limpieza. En el escenario, los encargados del sonido comentaban el incidente mientras recogÃan el equipo. HacÃa fresco y una ráfaga de viento suave trajo hasta sus pies uno de los programas que se habÃa repartido con las entradas del concierto. Se agachó y lo recogió. Se lo sabÃa de memoria. Era el mismo de siempre, la historia del grupo, la letra de las canciones…
Echó a andar con él en la mano y cuando se quiso dar cuenta estaba sentado en las gradas, llorando.
Vio que López se le acercaba.
¿Quién iba a pensar…? ¡Malditos asesinos! rompió a llorar con fuerza Era un hombre bueno, López. ¡Por qué! gritó ¿Por qué lo han matado?
No sé, Ron…
Nunca hizo daño a nadie. Lo único que hacÃa era luchar junto a los oprimidos y los necesitados contra la injusticia… Tú mismo sabes que no lo hacÃamos por dinero.
Ya lo sé…
Además, querÃa a todo el mundo.
Tienes que reconocer que estaba un poco chalado ¿no?
¿Por qué dice eso? ¿Porque se preocupaba por los demás? ¿Porque le gustaba estar con lo peor de cada sitio donde Ãbamos a tocar? ¿Por eso, López? Usted tampoco se ha enterado de nada….
Bueno, Ron, tengo que irme. Me ha citado la policÃa para declarar, al parecer han cogido al que lo hizo. Lo siento, de veras… adiós.
Adiós, López. Qué más da quién haya sido, a Randall lo mató el odio, el egoÃsmo y la intransigencia del mundo…
¿Qué dices?
Nada, cosas mÃas.
Ya.
Vio a López caminar por el pasillo de gol sur. «Parece buena persona» pensó, mientras miraba con tristeza el programa arrugado que llevaba en la mano. Y se acordó de los sitios donde habÃan estado tocando en los últimos años… y de ParÃs…
Siempre habÃan tenido problemas con las actuaciones y lo sabÃa, sobre todo con las autoridades y los religiosos…, como en Alemania, donde tuvieron que salir escoltados por la policÃa entre los insultos de un grupo de radicales que desde el principio habÃa estado boicoteando el concierto. En Inglaterra al menos habÃan sido respetuosos con ellos. «Era una gente muy frÃa, sin duda, como el clima», pensó, «y se limitaron a escuchar».
|
En Estados Unidos, sin embargo, se portaron muy bien con ellos. La gente disfrutó y el empresario les ofreció otro concierto, precisamente en octubre tenÃan que volver. Ahora, ya sin Randall…
Lo de ParÃs fue distinto. El primer dÃa todo habÃa salido bien. Fue el segundo, cuando Randall decidió dar un concierto gratis en las afueras de la ciudad para toda la gente que no habÃa podido asistir el primer dÃa por no tener dinero para pagar la entrada.
Montaron el escenario en un descampado, y aquello se llenó de gente… ¡más de veinte mil personas! Estuvieron toda la noche cantando y hablando con el público. Era gente sin recursos, chavales jóvenes casi todos. «La noche de las hamburguesas y las Coca-Colas», sonrió Ron al recordar.
Ron se habÃa acercado a Randall aquella noche, en varias ocasiones, entre canción y canción, y le habÃa comentado:
La gente escucha, pero me temo que pronto se marcharán. ¿Has visto sus caras? Me da la impresión de que algunos no han comido nada en la última semana, si no fuera por eso, podrÃamos seguir hasta que se hiciera de dÃa.
Ya lo sé, Ron. Me he dado cuenta. ¿Qué tenemos por ah�
¿De qué?
De qué va a ser, ¡de comer y de beber!
Mi cena. No me ha dado tiempo a… ¡Con el follón de montar todo esto!
Después recordaba Randall se acercó al micrófono y le preguntó a la gente:
¿Queréis que sigamos?
¡¡¡¡¡SÃÃÃÃÃÃÃÃ!!!!!
Bien, pero habrá que tomar un bocado ¿no?
¡¡¡¡¡SÃÃÃÃÃÃÃÃ!!!!!
Pues que veinte o treinta de vosotros suban al escenario y os repartan unas cosillas que hemos traÃdo… Los demás no os mováis de vuestro sitio….
Ron reÃa a carcajadas mientras veÃa cómo los chavales que habÃan subido al escenario sacaban todo aquello de la bolsa de cuero que estaba encima de un monitor.
Una hora antes de empezar el concierto, él mismo habÃa comprado en un kiosco de perritos calientes una hamburguesa y una lata de Coca-Cola para su cena… ¡PERO UNA SOLA!
Mira que llevaba tiempo con él y no era la primera vez que pasaba. DebÃa estar acostumbrado, pensó, pero no podÃa evitarlo. Siempre que ocurrÃa sentÃa un escalofrÃo que le recorrÃa el cuerpo, después miraba a Randall a los ojos y, sin saber por qué, se echaban a reÃr.
Al terminar, Ron y el resto del equipo se dieron una vuelta por donde habÃa estado sentada la gente y recogieron más de cien hamburguesas perfectamente liadas en papel de aluminio y no menos de cincuenta latas de Coca-Cola sin abrir de las que habÃan sobrado. Lo sabÃan porque en el escudo de la marca el color azul era más brillante.
Lo malo fue al dÃa siguiente, cuando en los periódicos y en la televisión, los polÃticos y la Iglesia les acusaron de ir en contra de todo lo establecido y de milagreros y sectarios, y tuvieron que abandonar el paÃs.
*
Ahora, sentado en las gradas del estadio y con el programa en la mano, sin poder quitarse de la cabeza la imagen de Randall en el suelo y con la camiseta empapada de sangre, se resistÃa a creerlo… ¡Han matado a Randall! ¡Le han matado!
Y recordó las veces que Randall le habÃa dicho que algún dÃa sucederÃa, pero que ellos, sus músicos, tendrÃan que seguir dando conciertos como él les habÃa enseñado.
«La verdad es que era un tipo estupendo», pensó. «Un poco raro, pero…» sonrió recordando las mil y una historias que les contaba en los viajes y el verdadero nombre de Randall. «Bueno, a mà también me gusta que entre amigos me llamen Peter… al fin y al cabo, lo de Ron es un apodo».
Lo que no entendió muy bien fueron sus últimas palabras en el escenario, cuando muriéndose en sus brazos, con la vista clavada en las estrellas, dijo aquello de «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
Se levantó y echó a andar. ¡Lo tenÃa decidido! Dentro de tres dÃas se darÃa una vuelta por el cementerio… ¡por si acaso!
Isidro MartÃnez Palazón tiene 61 años y escribe desde Albacete, España. Su página web es http://www.isidromartinez.com. Es músico, compositor y (según él mismo consigna en sus datos) aprendiz de escritor. Ha escrito una novela autobiográfica (El Barrio de las Casas Baratas), un libro de cuentos (Duermevela…) y poemas, letras de canciones y poesÃa. Ha publicado en cerca de treinta páginas de música y literatura en Internet. Hemos publicado en Axxón: Tal vez al pasar Navidad.
Este cuento se vincula temáticamente con FICCION BREVE (treinta y uno), de Varios autores, ¿QUÉ ES EL DOLFISMO ORTODOXO?, Saurio, NO ME PIDAS UN MILAGRO, Saurio
Axxón 206 – marzo de 2010
Cuento de autor europeo (Cuento : Fantástico : FantasÃa : Religión : Mitos : España : Español).