Revista Axxón » «Tal vez al pasar Navidad», Isidro Martínez Palazón - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ESPAÑA

El tráfico era intenso. La viejecita esperó impaciente en la acera y, cuando el semáforo se puso en rojo y los coches se detuvieron, cruzó la calle con paso torpe.

Al llegar a la otra acera, miró de pasada el escaparate de una tienda de modas y siguió andando hasta llegar a la verja de su casa.

Era una casita de planta baja, con un jardín pequeño delante. Las macetas de claveles y geranios, pintadas de verde y perfectamente ordenadas, bordeaban el paseo que llevaba a un porche pequeño, recién blanqueado. Delante de la ventana, un hermoso prunus de hojas rojas daba sombra al macizo de violetas en flor.

Llegó al soportal, sacó las llaves y con mano temblona abrió la puerta.

—Bueno, otra vez en casa —pensó, mientras cerraba la puerta. Dejó el manojo de llaves sobre el cubre radiador de la entrada y llevó la cesta con la compra a la cocina. Después, con paso cansino, entró al cuarto de baño, se miró en el espejo y se peinó un poco.

Carmen, a sus setenta y ocho años, con el pelo completamente blanco, aún tenía fuerzas para llevar su casa adelante.

Por las tardes, después de comer y quitar el friegue, solía sentarse en su mecedora, delante de la ventana del salón. Se tomaba un café y, de vez en cuando, aún se fumaba un cigarrillo negro…Después, echaba una cabezadita y se entretenía viendo pasar la gente por la calle o leyendo alguno de los cuentos que su marido, cuando joven, había escrito.

Ilustración: Valeria Uccelli

—Hola, ¿eres tú…?

—Sí, Carmen. ¿Quién iba a ser si no?

—¿Cómo estás?

—Bien, como siempre… ¿Y tú?

—Pues ya ves… vieja y achacosa —sonrió—. Pero, vamos… no puedo quejarme.

—¿Y las chiquillas? ¿Sabes algo de ellas?

—Sí, ayer llamó Claudia desde no sé qué pueblo de Francia. Están bien… A su marido le han destinado a una iglesia en Inglaterra y se van para allá el mes que viene…

—¿Y los nietos?

—Marcos, el mayor, con anginas… y María bien…, hecha una muñeca. Dice su madre que están preciosos, y que a lo mejor para Navidad vienen a dar una vuelta.

—Y de Mercedes, ¿qué sabes?

—¡Nada!

—¡Esta cría…!

—Ya sabes como es tu hija la pequeña, no sé de qué te extrañas. Llamó hace quince días desde Méjico. Andaban por allí con la orquesta. La verdad es que no sé cómo se las apañará con un marido predicador y músico, un crío pequeño… Embarazada otra vez, y tocando por ahí…, en fin.

—¿Y cómo estaban?

—Bien. Contentos de hacer lo que les gusta.

—Sí, pero ya va siendo hora de que sienten la cabeza… Eso de correr mundo está bien cuando se es joven, pero con treinta y tantos… ¿Han dicho algo de venir?

—Sí, también para Navidades. Quieren juntarse todos en casa de los abuelos, como hacían antes…

—¿Y tú, Carmen? ¿No te decides a venir conmigo?

—Qué más quisiera yo, si dependiera de mí…

—¿Te acuerdas de los proyectos que hacíamos para cuando las chiquillas se casaran y nos jubiláramos…?

—Sí —se le iluminaron los ojos y se le escapó una lágrima.

—Nos íbamos a comprar una caravana y a recorrer el mundo los dos solos… ¡Hay tantas cosas preciosas que ver! Por favor, Carmen, no llores…

—No, si no lloro. ¿Te acuerdas cuando éramos jóvenes, Juan? ¡Cuántas cosas hemos hecho juntos!

—Sí, la verdad es que hemos sido valientes.

—¿Y de cuando compramos nuestra primera casa? —Carmen entornó los ojos, tratando de hacer memoria.— Aquel chalet en la ciudad…, con jardín.

—Vaya si me acuerdo. No teníamos ni para los muebles… Allí nacieron las hijas y fuimos felices. ¿Y cuando se te metió en la cabeza irnos a otra casa?

—¡Calla, anda!, que me llevaste a vivir al campo.

—¿Y qué? Tampoco nos fue tan mal.

La cara de Carmen, llena de arrugas, se alegró y rió de buena gana.

—Sí, trabajando como una mula… Venga a quitar hierbas y a recoger hojas en otoño…, y a cortar el césped y yo qué sé cuántas cosas más… Bueno, la verdad es que lo pasamos bien. En verano la piscina, con el agua tan limpia y las siestas…

—¿Te acuerdas de las siestas, Carmen? —y Juan sonrió con malicia.

—¡Calla, picarón!… La verdad es que fuimos muy felices. ¿Tú fuiste feliz, Juan?

—Mucho. Creo que éramos felices porque siempre estábamos juntos.

Juan se acercó a ella, le cogió la mano y la besó con dulzura en los labios.

—No me beses, que estoy fea…, tan arrugada y vieja…

—No digas eso, estás preciosa, como cuando te conocí. ¿A que no te acuerdas cómo fue?

—Sí que me acuerdo. Fui a que me dieras clases de guitarra. Ya ves tú… yo, que nunca he tenido oído para la música, aprendiendo a tocar la guitarra… ¡Si no quieres caldo, toma… tres tazas llenas! —Se rió.— Mi marido músico y mis hijas músicas. Bueno, y mis nietos…, porque dice Claudia que Marcos toca la batería… ¡ya ves, con diez años!…. ¡Ay, Señor, qué locos estábamos!

—Y estamos, Carmen…, y estaremos.

—Hasta que te marchaste —le reprochó, y se puso seria y triste—. ¿Por qué te fuiste, Juan?

—No me fui. La prueba es que estoy contigo.

—Sí, pero no es igual….

—Anda, no digas eso, vengo a verte casi todos los días. Además, no fue por capricho —y la miró a los ojos con ternura.

—¿De dónde vienes ahora? Cuéntame…

Los ojos de Juan brillaron.

—Del Norte de Europa —dijo.

—Pero eso es muy frío y ya sabes que a mí el frío…

—¡Qué va! Si vieras amanecer en las playas del Mar del Norte… Además, si el frío no te gusta, podemos ir al Pacífico. Allí las aguas son transparentes como el cristal y hace calor… y los atardeceres son… ¡Bueno, te encantaría…! Y si no, a África… Podríamos ir a donde quisieras, y además estaríamos juntos, como antes…

—Sí, pero ya sabes que no depende de mí. Si pudieras hablar con…

—Ya lo sé —le interrumpió Juan—. He hablado y me ha dicho que no nos desesperemos, que dentro de poco… de todas maneras, Carmen, tú no te preocupes, vendré a verte todos los días….

—¡Qué ganas tengo, Juan!

—Y yo —le acarició la cabeza.

—¿Es todo tan bonito como dicen?

—¡Mucho más! Mira, Carmen, eres libre para ir a donde quieras y sin prisas. Puedes verlo todo y además no tienes que preocuparte de hoteles, ni de dinero, ni nada… ¡Ah!, y porque no te he contado…, pero hay cosas que ni te imaginas…

—Cuéntame, Juan —insistió.

—No, prefiero que las veas con tus propios ojos. Además, no tendría palabras para describir tanta hermosura…, es otra cosa… ¡Ya verás, ya! Menudo lo vamos a pasar —y le cogió la mano—. Bueno, Carmen ahora tengo que irme…

—¿Cuándo volverás?

—Mañana, ten paciencia… Me han prometido que, seguramente, al pasar Navidades —y la besó—. Te quiero… Adiós.

—Adiós, Juan, hasta mañana —y siguió meciéndose.

 

*

 

Fue al pasar Reyes cuando sus hijas con los maridos y los nietos se habían marchado ya…

Una vecina, que solía ir a visitarla de vez en cuando, la encontró sentada en su mecedora, delante de la ventana… Parecía dormida. Tenía una sonrisa en los labios y en las manos un cuento de los que escribía su marido cuando era joven…

Se acercó, y pudo leer en la página que tenía abierta…. «Ten paciencia, Carmen, me han prometido que, seguramente… al pasar la Navidad…»

 

 

Isidro Martínez Palazón tiene 61 años y escribe desde Albacete, España. Su página web es http://www.isidromartinez.com. Es músico, compositor y (según el mismo consigna en sus datos) aprendiz de escritor. Ha escrito una novela autobiográfica (El Barrio de las Casas Baratas), un libro de cuentos (Duermevela…) y poemas, letras de canciones y poesía. Ha publicado en cerca de treinta páginas de música y literatura en Internet.

 


Este cuento se vincula temáticamente con EL SALUDO, de Juan Manuel Valitutti, ESPECIAL CUENTOS «MI PROPIA MUERTE» (2), varios autores, ESPECIAL CUENTOS «MI PROPIA MUERTE» (3), varios autores

 

Axxón 202 – noviembre de 2009
Cuento de autor europeo (Cuento : Fantástico : Fantasía – Contacto de ultratumba : España : Español).