«La opción quirúrgica», Gustavo Bondoni
Agregado en 31 marzo 2010 por admin in 206, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
La inscripción en la puerta le indicaba a cualquier persona a la que le interesara que el salón detrás de ella era la sala de reuniones número 12 del Senado Galáctico, y lo hacÃa en los siete millones de idiomas galácticos más importantes. Desafortunadamente, el hecho de que era una puerta de tamaño promedio significaba que las siete millones de inscripciones delicadamente talladas eran demasiado chicas para ser leÃdas por cualquier especie inteligente salvo los Grinbeggs, de Wornpool, lo cual era irónico ya que el grinbegés no era uno de los idiomas inscriptos debido a que jamás habÃa sido muy importante. Además, los Grinbeggs se habÃan volado en pedacitos en una guerra atómica varios miles de millones de años atrás.
A pesar de este ejemplo trágicamente tÃpico de la actividad polÃtica, todavÃa era posible encontrar la sala. En algún momento, alguien simplemente habÃa tallado doce lÃneas profundas en la madera lo cual permitirÃa que cualquier ser pensante, sin importar el idioma, ¡y hasta los polÃticos galácticos!, la pudieran identificar correctamente, lo cual les podrÃa evitar la vergüenza de aparecer en la reunión equivocada o, lo que serÃa aún peor, aparecer en la reunión correcta y que los obligaran a trabajar.
Igual, era poco probable que alguien entrara desprevenido a esta reunión en particular. A través de los solemnes y venerables pasillos del edificio casi sagrado del Senado Galáctico, reverenciado a lo largo del tiempo como centro de toda civilización inteligente, el sonido de discusión, lloriqueo y la ocasional violencia menor sólo podÃa significar una cosa: la reunión bimestral del comité permanente de quejas contra los humanos se encontraba en plena sesión.
El director del comité, un Lo’Ohik con un ojo y múltiples tentáculos, resplandeciente en su monóculo amarillo enjoyado que tenÃa cierta similitud a la lente de un láser de defensa planetaria, observó la sala. Lo hizo con aire de poco entusiasmo. La reunión habÃa sido un desastre hasta ese momento, y no habÃa perspectivas de que finalizara pronto.
Medio salón se encontraba separado del resto por una soga. Un equipo de limpieza estaba raspando el techo para limpiar de él los restos del senador de Twilliz, que habÃa estado dando una diatriba apasionada acerca de algún comportamiento humano u otro cuando se puso demasiado emocional y explotó. Era una conducta perfectamente normal para un Twilliz, por supuesto, pero dificultaba la concentración de los demás senadores, además de generar un enchastre importante.
El resto de la sala no estaba mucho mejor, afeada por el hecho de que aún contenÃa a los senadores sobrevivientes y todavÃa más por el hecho de que estaban todos hablando al mismo tiempo.
¡Orden! gritó el director, que habÃa llegado a su exaltada posición no por ser poseedor de algún talento o perspicacia polÃtica, sino por la feliz casualidad de que tenÃa doce tentáculos. Cada tentáculo era capaz de sostener un martillo, su sonido era suficiente para llamar al silencio hasta a la turba más ruidosa cuando eran aplicados de manera simultánea. Esto fue lo que el director hizo.
Con mucho movimiento de torsos y reacomodamiento de tentáculos, los senadores de las otras razas giraron a mirarlo. Les aplicó una mirada fulminante (para lo que también estaba particularmente bien adaptado) y, satisfecho de que se encontraran todos en silencio por el momento, continuó:
De acuerdo con lo que dice la agenda, en este, el decimocuarto dÃa de la reunión, estaremos tomando una queja del embajador de los Glubianos.
Una pelota de carne rosada vestida en un cinturón de batalla metalizado respondió al llamado. Se encontraba suspendida unos treinta centÃmetros arriba de su asiento, sobre una columna de aire que era succionado a través de dos hendijas en la parte superior de su torso, pasado por un sistema complicado de vejigas, y expulsado a alta velocidad por unos orificios en la parte inferior.
Fue reconocido rápidamente por los otros senadores, a quienes, a pesar de sus propias preocupaciones, les complacÃa dejar que el glubiano dijera lo suyo y se fuera. El aire que ha atravesado a un glubiano nunca vuelve a ser el mismo.
El embajador se movÃa nerviosamente de lado a lado con chorros de aire secundarios, haciendo pequeños movimientos espasmódicos similares a los que hacen los anfibio-pollos de Betelgeuse al morir, señal de agitación extrema.
Es mi deber informarles de novedades tristes dijo. Zend Plurez el decimosegundo, lÃder del TrÃo Estrella Azul, ha muerto.
Aunque esta noticia seguramente era de una importancia suprema para la raza y cultura glubiana, debe admitirse que los trÃos glubianos (que hacen música silbando notas de distintas frecuencias variando la salida de aire de sus cuerpos) nunca habÃan sido populares en el Senado Galáctico, en parte debido a que los miembros de ese augusto cuerpo tenÃan una cantidad casi ilimitada de opciones recreativas, pero más que nada porque los trÃos glubianos no eran muy buenos.
Un coro de «¿Quién?» y «¿Eso qué es?» y hasta un «SÃ, es correcto. Doble queso con anguilas de azufre a la sala doce», recibieron a esta proclamación. El zumbido fue tal que el director tuvo que levantar sus martillos de manera amenazante antes de que retornara el silencio.
El director ponderó gravemente las novedades del glubiano antes de responder.
¿Y?
¡Está muerto!dijo el glubiano.
Sigo sin ver qué relevancia tiene, aunque le mando mi pésame a toda tu raza.
No murió asà nomás. ¡Fue asesinado! Y, haciendo una pausa para dar un mayor efecto dramático, dio el veredicto ¡Por humanos!
Lo que siguió fue el pandemonio. Algunos senadores le gritaron a otros que aquà se encontraba la oportunidad que habÃan estado esperando todos estos años. El asesinato de una celebridad galáctica, sin importar cuán insignificante fuera, era un crimen que nadie podÃa hacer pasar como un simple accidente. ¡Si lograban condenar a la humanidad por este hecho, por ahà podrÃan ponerle fin a esta amenaza!
El director, habiendo escuchado este tipo de cosas docenas de veces en el transcurso del último año, fue un poco más cauto. No se iba a ilusionar asà nomás, no podÃa permitÃrselo. Levantando sus martillos, empleó todos sus tentáculos para restablecer el orden.
¿PodrÃas darnos mayores detalles acerca de la muerte del señor Ploopy?le preguntó al glubiano.
Plurez.
¿Eh?
Su nombre era Plurez, era el más grande de los silbadores de octava aguda de la galaxiadijo el embajador, petulantemente.
El director se limitó a mirarlo, al parecer al borde de golpear la mesa nuevamente, levantando un martillo y llevándolo a la mesa de forma distraÃda, sólo para levantar otro sin darse cuenta. Su mirada decÃa que estaba contemplando un cambio de carrera y que el homicidio múltiple y la venta de plásticos, no necesariamente en ese orden, eran sus preferencias actuales.
A pesar de las enormes diferencias entre sus especies y sus expresiones faciales, el glubiano logró comprender el mensaje. Se apuró a continuar.
Murió en un accidente de nave espacial, tomando acción evasiva para escapar de humanos.
Ah, ¿asà que estaba siendo atacado?preguntó el director, una pequeña luz de esperanza en sus ojos. ¿PodrÃa esto ser útil después de todo?
Eh… no. No precisamente. Lo que pasa es que estaba embarcado con un conjunto sexual krenoide entero cuando los humanos lo encontraron.
¿Soldados?
El glubiano se desinfló y rebotó contra el asiento debajo de él.
Paparazzi dijo.
El director le tiró con un martillo. De todas las estupideces que lo hacÃan perder el tiempo…
¿Por qué no les disparó, y listo?preguntó exasperado.
Después de cuidadosa consideración, la ley galáctica habÃa juzgado que la única manera de mantener una galaxia civilizada y relaciones cordiales entre miembros de diversas profesiones y clases sociales era que fuera obligatorio que los ciudadanos les dispararan a los paparazzi en cuanto los veÃan. Inicialmente, la ley permitÃa hacer disparos de advertencia pero, al final, la compasión y el sentido común ganaron la batalla, y fue requerido apuntar a la cabeza.
Lo hemos intentadodijo el glubiano, pero los humanos siempre nos envÃan estas cartas de queja. Les explicamos la ley miles de veces, pero parece que no entienden.
El resto de los presentes señalaron su acuerdo: cabezas que asentÃan y tentáculos que se movÃan eran visibles alrededor de la mesa. El director se limitó a suspirar.
No hay nada que podamos hacer. Perdóndijo.
La decepción se apoderó de la sala.
¿Quién sigue?
El senador de la Confederación de los Bestitontos se puso de pie. Aproximadamente humanoide, estaba cubierto por un pelaje azul y era de la altura promedio para un ser inteligente.
¿Qué clase de nombre es Bestitonto? Nunca escuché hablar de esa especiedijo una voz muy pequeña desde algún lugar cercano al centro de la mesa. Todos los presentes inmediatamente reconocieron a la embajadora de los áznidos, aunque no todos podÃan verla, debido a que era más o menos tan alta como media taza de café y a que estaba oculta detrás de la hoja de la agenda. Dejó de lado la agenda y se reveló como un bÃpedo con exoesqueleto, vestido con una armadura de aluminio negra y sentado de forma algo precaria en el cartel del embajador de los Zilg (el cartel era un triángulo que decÃa que los Zilg se disculpaban por su ausencia y que, aunque moralmente estaban de acuerdo con los objetivos de la cruzada, no estarÃan fÃsicamente en la reunión debido a que todas las demás razas les resultaban increÃblemente aburridas).
Buena pregunta dijo el director. ¿Qué es un Bestitonto? A mà me parecés un Klingon.
El Bestitonto pareció sonrojarse.
Bueno, asà solÃamos llamarnos dijo. Desafortunadamente, los humanos nos hicieron un juicio por la violación de derechos de propiedad intelectual, diciendo que el nombre de nuestra especia fue robado de algún programa de entretenimiento. Nos reÃmos y lo ignoramos, por supuesto, pero mandaron sus abogados. Asà que sacamos documentación que demostraba que nosotros nos llamábamos Klingons mucho antes de que sus ancestros simios malolientes bajaran de los árboles.
¿Y qué pasó?
Le dieron una mirada a la montaña de evidencia y la descartaron, argumentando que no sólo estaba en un idioma extranjero, sino que encima no habÃa sido debidamente notariada por escribano. Y después nos hicieron un juicio por daños y perjuicios.
Hubo una pausa incómoda. Nadie querÃa preguntar qué habÃa pasado después. Seguro que era la misma historia, repetida una y otra vez desde que los humanos habÃan sido descubiertos treinta perÃodos fiscales antes e invitados a formar parte de la sociedad galáctica.
Finalmente, el director rompió el silencio.
¿Y?
¿Pueden creerque la corte de primera instancia galáctica les dio la razón? Y lo más ridÃculo es que nos hicieron pagar por daños y perjuicios hasta un momento diez mil años antes de que la humanidad tal como la conocemos existiese, ¡usando nuestra propia evidencia para demostrarlo!El Bestitonto parecÃa estar cerca del llanto. Por supuesto que estamos apelando, ¡pero eso podrÃa tomar siglos!
Trágico. ¿Pero por qué Bestitonto?
Todo lo demás estaba tomado. Los humanos nos presentaron una lista de alternativas aceptables el senador hizo una pausa y esbozó una mueca de asco y ésta era la menos embarazosa.
Realmente no parece que podamos hacer nada al respecto, salvo desearles suerte con la apelación. Ustedes saben que no podemos ir en contra de las cortes. Mis disculpas.
No esperábamos una resolución dijo el embajador, mirando a las criaturas agrupadas con una expresión de desdén poco disimulado. Vinimos a hacerles una propuesta. La armada espacial de los Bestitontos… ¡no, de los Klingon!, está lista para borrar a la humanidad de la galaxia. No más problemas. No más sesiones. Sólo ¡puf! Y no están más.
No hay manera. Y te tendrÃa que reportar dijo el director con tristeza.
¡Por favor! ¡Sólo controlan cuatro sistemas! Podemos eliminarlos para fines de la semana que viene. Nadie los va a extrañar.
Son una raza inteligente y parte de la Hermandad Galáctica, sin importar qué tan molestos sean.
¡Pero lo único que aportan a la Hermandad son abogados de mala muerte!
De repente, un estruendo originado en un costado inesperado hizo que todos se sobresaltaran. El senador rurrugrense, silencioso hasta ese momento, se alzó en toda su estatura, haciendo que sus cuernos casi raspasen el techo, y comenzó a golpear la mesa, gritándole a la asamblea.
¡No! aulló ¡Eso no es lo único que exportan! Uy, perdón.
Este último comentario, lejos de ser parte de su diatriba, fue causado por el hecho de que, al golpear la mesa, habÃa aplastado a la diminuta delegada de los áznidos, transformándola instantáneamente en un charco de moco verde y una armadura negra de aluminio muy abollada.
La asamblea fue forzada a entrar en un cuarto intermedio mientras el equipo de limpieza se tomaba un descanso de la tarea de rasquetear el techo para empujar respetuosamente los restos mortales de la áznida de la mesa y hacerlos caer en un tacho de basura con una toallita húmeda.
La muerte de un senador de una raza a manos de uno de otra normalmente hubiera sido causal de una guerra larga y sangrienta, pero en este caso no lo era. Los áznidos, debido a su diminuto tamaño, habÃan visto accidentes de este tipo (y el conflicto asociado que siempre los acompañaba) tantas veces que eventualmente se habÃan cansado y decidieron hacer lo mejor de una situación mala. Todos los embajadores áznidos ahora eran enviados en paquetes de seis, y venÃan con un rollo de toallas de cocina de regalo.
El rurrugrense, un poco más sombrÃo, continuó.
No sólo exportan abogados dijo. También parecen ser una fuente inagotable de dementes suicidas. Y, como sus sistemas están más cerca de nosotros que de cualquier otra raza, nosotros los estamos sufriendo de manera increÃble.
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Todos los presentes se acomodaron en sus asientos para otra historia de sufrimiento. Ya conocÃan la rutina, habiendo asistido a innumerables reuniones iguales a ésta.
El primer grupo de misioneros humanos que aterrizó en nuestro planeta fueron los vegetarianos. SostenÃan que sólo se podÃa ver la luz a través del completo descarte de la carne animal. Hablaron de cómo los animales tienen sentimientos también, y de que hasta el ganado tiene derechos. Ah, y hablaron apasionadamente acerca del colesterol.
Sà dijo el director. Nuestro primer contacto con la humanidad fue similar. Nos dijeron que no comiéramos animales. Tristemente, un desperfecto en las traducciones nos hizo pensar que se estaban ofreciendo en lugar de los animales, y tuvimos uno de los mejores asados de la historia. CreÃamos que todos estaban contentos. Hasta que llegó la carta de queja, por supuesto.
El director encogió sus hombros, un gesto impactante en alguien con tantos tentáculos.
Pero continuó el rurrrugrense, ¿pueden imaginarse la estupidez de intentar algo asà con nosotros? Somos carnÃvoros desde el principio de los tiempos y nuestros cuerpos están adaptados a la caza, degollando y cortando carne. No sólo eso, la caza siempre ha sido un rito de pasaje y un factor determinante en la asignación del status social.
Hizo una pausa larga, agitando su cornuda cabeza.
TodavÃa no entiendo cómo lograron tener éxito dijo finalmente, pero lo hicieron. Muy pronto descubrimos que nuestros cuerpos no podÃan digerir la vegetación, y la mitad de nuestra especie se murió en medio mes. Para cuando volvimos a nuestros cabales y nos estábamos preparando para eliminarlos con lo que quedaba de nuestra flota, todo lo que quedaba de Rurrugr era un carozo debilitado, que no tuvo la suficiente fuerza de voluntad para resistir la llegada de los siguientes misioneros.
¿Más vegetarianos?
¡Vegetarianos pacifistas!
Todos se quedaron sentados (o reclinados, o flotando) en silencio, con su atención completa sobre cada palabra, mientras el senador continuaba.
En este momento dijo sólo quedan catorce rurrugreses vivos en la galaxia, insuficientes para nuestras ceremonias de procreación. Estamos condenados a la extinción.
Esta proclamación fue recibida con un silencio solemne. En una galaxia de este tamaño, por supuesto, hay especies entrando en extinción todo el tiempo, pero todavÃa está considerado de mala educación en la sociedad el preguntar por el tamaño, recursos minerales y locación de planetas que pronto se encontrarán vacÃos en situaciones como ésta.
Como no hay esperanza para nuestra raza, vengo a hacer un pedido en su memoria. Presento una moción para que este comité declare peste a la humanidad y los elimine de la existencia.
Para eso necesitarás una decisión unánime dijo el director, no es algo a intentar a la ligera.
Aún asÃ, pido la votación.
***
HabÃa veinte senadores con privilegios de voto en este sub-comité en particular. Pasó un tiempito mientras aquellos que no estaban fÃsicamente presentes fueron arreados y se les explicó la situación. Cada cual entró en su cabina de voto, sellada para estos procedimientos secretos.
El director esperó impacientemente. No estaba permitido su voto, salvo para actuar como desempate.
Cada cabina contenÃa dos botones en una consola, que enviaban el resultado de la votación a una pantalla en la pared: números verdes para votos a favor, rojos indicando desacuerdo.
El número diecinueve se iluminó en verde de manera casi inmediata. Todas las conversaciones se detuvieron y la tensión se incrementó. ¡Sólo se necesitaba un voto más! Pero luego de una pausa, una solitaria luz roja se encendió. La moción habÃa sido derrotada.
Los senadores con derecho a voto miraron a su alrededor en forma acusadora, tratando de identificar al culpable a medida que salÃan de sus cabinas. Rápidamente fue aparente que el senador weevilense estaba intentando perderse entre la multitud con inocencia exagerada, mientras, al mismo tiempo, se deslizaba hacia la salida. Velozmente capturado, fue llevado al lugar donde el director presidÃa sobre un pequeño grupo de delegados.
En el nombre de la Hermandad Galáctica, ¿qué estabas pensando? rugió el ex Klingon ¡TenÃamos nuestra chance de finalmente deshacernos de este cáncer y la arruinaste!
Les pido disculpas dijo el weevilense, su lenguaje corporal indicando tristeza genuina. No tuve opción.
¿Por qué demonios no?
Nuestra raza no puede darse el lujo de deshacerse de los humanos todavÃa. Somos todos adictos a algo llamado Coca-Cola, y sólo ellos tienen la fórmula. Y encima sólo un pequeño grupo de ellos, un sacerdocio o algo que ellos llaman una «compañÃa». Pero no estamos demasiado preocupados al respecto. Tenemos a nuestra mejor gente estudiando su vegetación y trabajando para reproducir la fórmula. DeberÃamos estar bien en un par de años y después ustedes pueden avanzar y borrarlos del mapa.
A pesar del enojo, cabezas y tentáculos asintieron con conmiseración. Todas estas razas habÃan tenido algún encuentro similar con esos malditos humanos. Todos podÃan simpatizar.
El director, por su parte, emitió un pequeño suspiro de alivio. No estaba del todo en contra de esperar un par de años, a pesar de que estas reuniones bimensuales hacÃan que su vida laboral fuera un infierno. Su preocupación particular era que la humanidad parecÃa ser la única raza capaz de mantener en funcionamiento el nuevo software de su oficina. Esto era entendible, en cierta forma, porque era un sistema humano. ¿Pero cómo podÃa ser que nadiemás en la galaxia pudiera descifrar la lógica (o ilógica, como la llamaba un amigo programador) de la última versión? Confiaba en que los problemas, tal como se habÃa prometido, serÃan resueltos en el nuevo Windows Hiperespacial 2634 que llegarÃa en un par de años. Y después la humanidad podÃa ser eliminada con mÃnimas molestias.
Sólo rezaba para que no fuera demasiado tarde.
Gustavo Bondoni es un autor argentino que escribe principalmente en inglés. Su obra ha sido editada (impresa y en internet) en Europa, Canadá y Estados Unidos. Sus cuentos de ciencia ficción fueron publicados en «Ruins Extraterrestrial», «Escape Velocity», «Jupiter», «Scribal Tales» y «Science Fiction» (Dinamarca). También ha publicado obras de otros géneros. El cuento Tiempo de descuento fue publicado originalmente como Borrowed Time en la antología de ciencia ficción «Ruins Extraterrestrial» por la casa estadounidense Hadley Rille Books. Es la primera vez que la obra de Gustavo aparece en castellano. Su sitio en internet (en inglés) es Bondoni. Hemos publicado en Axxón: TIEMPO DE DESCUENTO (182), DÉCIMA ÓRBITA (190)
Este cuento se vincula temáticamente con EL GUIÓN, de Diego Gualda, RAZA SUPERIOR, de Guillermo Galli, CONVIDADOS DEL FUTURO, de José Altamirano
Axxón 206 – marzo de 2010
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Futuro imaginario : Extraterrestres : Humor : Argentina : Argentino).