ARGENTINA |
Juan Salvo apareció entre un segundo y otro en un lugar donde cualquier medida de tiempo era un disparate. Cuando su mente consiguió adaptarse, entendió que estaba de bruces en un terreno familiar, la tierra violácea perdiéndose en un hipotético horizonte no le dejó dudas.
«Un Continum espacio temporal».
Se incorporó sobre las rodillas, fue entonces que descubrió que llevaba la cabeza cubierta y la escafandra, distinguió las manos enguantadas a través del visor. El olor de la tela engomada fue un consuelo, un resabio de aquella vida donde los colores eran más nÃtidos y la certeza de un futuro próspero era tan real…
Se trataba del mismo traje que habÃa usado durante la invasión a la Tierra de mil novecientos sesenta y tres. Confeccionado por él mismo para moverse bajo la nevada mortal que aniquiló Buenos Aires.
Ahora, todo eso no significaba nada.
Aparecer con aquel traje puesto era algo que ocurrÃa cuando alguien se desplaza por la Eternidad. A veces las realidades se confunden, la historia y el futuro son juguetes al capricho de las resonancias inimaginables de un Cronomaster en funcionamiento.
¡Maldita mierda de máquina, el Cronomaster!
Una alteración del cosmos, una aberración del universo, el producto de lo que suelen llamar inteligencia.
Juan Salvo estaba atrapado. Era, mejor dicho es, el Eternauta. El errabundo obligado a recorrer la Eternidad en medio de los ecos producidos por un Cronomaster. Sus ojos habÃan sido testigos de la ascensión y la caÃda de civilizaciones, del florecimiento y extinción de faunas y floras que desafiaban la imaginación. La vida se abrÃa paso en los sitios más imprevistos, peleando para sobrevivir, adaptándose al calor, el frÃo o lo que fuera y no siempre se hacÃa inteligente. Claro que después de caer en una decena de realidades para descubrir lo mismo, nada de eso tenÃa relevancia.
Se irguió y empezó a andar, las piernas respondieron a la perfección, sin ninguna sensación de cansancio, apenas un hormigueo en los pies. El cuerpo nunca recordaba dolor o agotamiento después de la transición. Se sentÃa como nuevo entre eternidad y eternidad. Bueno, con la desagradable excepción de su mente, que podÃa recordar cada pena, humillación y muerte que habÃa presenciado.
La muerte, esa curiosa válvula de equilibrio de la naturaleza. La razón de querer ser alguien mientras el tiempo se escabulle y se alza como una roca negruzca, manchada y repugnante, la omnipresente Injusticia.
Suspiró, alejando ese tipo de pensamientos de su cabeza. Para matar el hastÃo, arrastró los pies concentrado en el dibujo que se formaba en el suelo polvoriento. Continuó asà por un rato, mirando sin ver las carcomidas formas de las piedras, un paisaje sin colores ni movimiento, muerto, pero que a la vez transmitÃa armonÃa. Respiraba paz.
Sonrió ante el pensamiento.
¿Respirar? ¡Como si el Eternauta necesitase oxÃgeno para vivir!
«Vivir no», se corrigió, «existir», y con un brusco movimiento se quitó la escafandra con la máscara de goma. La arrojó lejos.
«Existir…», repitió en pensamientos.
—ExistÃs, amigo, eso es seguro —dijo alguien en medio de aquella nada y no le sorprendió. AllÃ, a un costado, confundiéndose entre las rocas, estaba sentado un viejo. Era un «Mano». Uno de aquellos sirvientes que los «Ellos» habÃan esclavizado por medio de una glándula de miedo. El miedo los hacÃa callar, los obligaba a cometer perversiones por completo opuestas a su filosofÃa. Pero si estaba en un Continum significaba que habÃa logrado escapar de la siniestra esclavitud de los «Ellos».
Juan contempló el rostro apergaminado, las protuberancias en las articulaciones. SolÃa encontrar este tipo de seres en los Continum. Buscó su mirada, pero los ojos eran invisibles en la sombra de las cuencas huesudas, cubiertas de arrugas imposibles de contar, como si apareciesen nuevas en cada vistazo.
—Hola, viejo —dijo el Eternauta—. Asà que podés leer mis pensamientos.
—Leer no, escuchar —aclaró el anciano—. Este Continum tiene sus propias reglas.
Juan estuvo tentado de preguntar si estaba anclado ahà o en tránsito, pero se contuvo, sólo un iluso podÃa afirmar algo en la Eternidad y aquel viejo no tenÃa un pelo de tonto.
—Hacés bien en pensar asÃ, Juan Salvo, el Eternauta —sonrió el «Mano»—. La única certeza es el EspÃritu Cósmico.
—¡Oh! —fingió asombro Juan—. Ya oà eso antes —no estaba con ánimos para escuchar un discurso cursi, preferÃa información práctica sobre aquel lugar—. ¿Dónde estamos, viejo?
—Este es el Continum Tres, catorce dieciséis…
—¿Pi? —de pronto aquello despertó su curiosidad. Con todo lo pasado seguÃa habiendo sorpresas—. ¿Por qué ese nombre?
—Pi —repitió el «Mano» alzando los hombros—, una sucesión fractal infinita de todo. El número clave de la creación.
El Eternauta se tomó el mentón analizando esas palabras. La frase se prestaba a diferentes interpretaciones, pero a la vez estaba llena de sentido. Cualquier cosa que recordaba podÃa ser una sucesión infinita de todo, como si los sucesos de una vida fueran desembocando en el mismo final en un embudo insaciable. Ante sus ojos desfilaron la ansiedad y la desesperación de tantas batallas. Cruentas campañas donde habÃa participado sin ninguna posibilidad de elección más que defenderse de la esclavitud o la aniquilación.
Explosiones, toscos vehÃculos con orugas, gigantescos gurbos, repulsivos cascarudos convertidos en asesinos. Rayos mortales, zarpos salvajes y los «Ellos».
El recuerdo dolÃa, en todos predominaba la muerte. Jóvenes sacrificándose. Soñadores que creÃan en la posibilidad de un cambio. Niños que habÃan oÃdo sus palabras con ilusión en los ojos, llenos de euforia, imaginando un mundo sin tiranÃa.
Todos muertos y desaparecidos de la memoria.
No podÃa olvidar la mirada de Germán, aquel insólito compañero que se vio arrastrado a seguirlo. Los ojos recriminándole por aquellas vidas truncadas. Al principio no compartió sus ideas. Luego se embarcó en su propio desafÃo, contra «Ellos» más sádicos y perversos. Esos usaban «Manos» y zarpos que tenÃan la apariencia de hermanos y vecinos. En esa aventura personal, Germán repitió la misma historia con idéntico desenlace. Todos muertos.
«Pi».
—Tus razonamientos están enturbiados por el dolor —opinó el viejo.
—¿Hay otra manera de oponerse a los «Ellos»? —prorrumpió el Eternauta, exasperado por el comentario del «Mano».
—Vos lo dijiste —replicó el anciano, esta vez pudo adivinarse un brillo en aquellos ojos en sombras—. Oponerse viene de «opuesto». Hablás de los «Ellos», lo que implica un «nosotros». Ese tipo de definiciones siempre conducen a la violencia, la guerra y, por ende, a la muerte.
—La primera vez que oà sobre los «Ellos» fue de labios de uno de tu especie —dijo Juan para defender sus palabras.
—¿Especie? ¿Raza? —indagó con seriedad el viejo—. ¿Me considerás diferente en algo?
Esta vez el Eternauta guardó silencio. Si algo habÃa aprendido en el eterno vagabundear era a respetar la sabidurÃa de los viejos, no hubo palabras durante un rato.
Como un torrente se agolparon en su mente recuerdos aleatorios, experiencias vividas entre los Continum. Se esforzó para colocarse como un observador ajeno a todos esas visiones, fuera de las corrientes impetuosas que dominaban a todos los mundos. Contempló ese futuro donde ni la nevada mortal, ni la guerra nuclear habÃan sucedido. La vida habÃa continuado sin intervenciones extraterrestres, pero ahà estaban presentes los «nosotros» y los «ellos». En el pensamiento diario, en cada acción y conversación. En los discursos polÃticos, en la publicidad, en la moda, en lo cotidiano.
Negros y blancos, feos y lindos. Machistas y feministas, creyentes y ateos, homosexuales y heterosexuales… Ricos y pobres.
Nosotros y ellos. Y al mismo tiempo, bajo un manto de hipocresÃa, unos y otros proclamando su repudio a las diferencias, mostrando una abierta preferencia por los exitosos, los mediáticos, los ojos claros o los cuerpos delgados. PolÃticos y obispos reclamando compromiso ante la pobreza al tiempo que visten, comen y viven en la más obscena riqueza.
Gobernantes parecidos a artistas que representan en imagen a minorÃas de género o raza para rematar el engaño. Los nosotros y los ellos armados de la sutileza, miméticos y carismáticos. En la guerra habÃa conocido a los hombres robot, aquellos desdichados prisioneros controlados por un teledirector clavado en la nuca, esto era igual, pero sin el teledirector.
Mentiras repetidas como ecos, confundiéndose con otras mentiras pronunciadas en voz alta. Gritadas una y otra vez, como agujas al rojo clavándose en su cerebro. Una y otra vez, y otra vez. Sucediéndose…
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«Pi».
Juan cerró los ojos en un vano intento de hacer desaparecer esas peroratas de falsedad. Las palabras retumbaban remarcando en cada sÃlaba la idea de los «Ellos» y los «nosotros».
—¿Es un cÃrculo? —musitó al fin con los ojos brillosos—. ¿Siempre va a ser asÃ?
—¿Sabés que no podés frenar el viento con una sola mano? —sonrió el viejo—. Tampoco juntar el océano con una cuchara, es como querer contar las estrellas.
—¿Me decÃs que renuncie a defender la justicia?
—¡Ya dejá de pensar en absolutos! —pidió el viejo y en ese momento se distinguió sin dudas el brillo de los ojos—. Sentate y calmate.
El Eternauta buscó una roca de la altura apropiada y se sentó. Los hombros se le curvaron como liberados de un gran peso y de pronto se sintió humano, una persona sencilla con una casa en Beccar. Mirando a su hijita, Martita, hurgando en la caja de herramientas. Preguntando el nombre de cada una. Desde la cocina le llegaban los rezongos de su amada Elena que renegaba con las hormigas.
—No sos diferente, amigo —murmuró el viejo ser—, nadie lo es.
—Pero… ¿Quiénes eran los «Ellos»? —dijo el Eternauta, el viejo se limitó a mirarlo, apenas sonriendo, arrugando aún más el rostro si eso era posible. Ya le habÃa indicado la puerta, ahora le correspondÃa a él cruzarla. Juan meditó un momento—. Los «Ellos» antes eran nosotros —musitó—. ¡Nosotros somos los ellos! —descubrió.
—¡Asà es! —festejó el viejo—. Siempre fue asÃ. Pueden morir miles o sacrificarse millones y nada habrá cambiado si continuamos pensando en «ellos y nosotros». Todo es uno, el EspÃritu cósmico nos es común. No discrimina. La única manera de contrarrestar a los ellos, es sacando al ello que llevamos dentro. Una batalla difÃcil y solitaria que debemos librar cada dÃa.
—¿Pi? —dijo Juan, seguro de la respuesta.
—SÃ, alguien que se ganó el nombre de Eternauta deberÃa comprenderlo bien.
—¿Sabés, viejo? —dijo el viajero poniéndose de pie—. Cuando era sólo Juan Salvo, leÃa en los diarios sobre guerras, hambre y pestes. Pensaba entonces que al llegar a anciano, esos problemas se habrÃan solucionado. Luego me convertà en el Eternauta y superé en tiempo varias veces a mi propia vejez, pero el genocidio y los demás flagelos seguÃan presentes. Ahora veo que la naturaleza no nos deja tiempo para aprender de nuestros errores y repetimos una y otra vez todo desde el comienzo… Estaba por hacerle una pregunta al Mano cuando el entorno fluctuó, deformándose, el Cronomaster lo enviaba a otro lado, giró el rostro hacia el viejo antes de desaparecer. No lo escuchó, pero leyó los labios con facilidad.
—Pi.
M.C. Carper es un dibujante de cómics e ilustrador argentino de Ciencia Ficción.
Ganó del primer premio y el accésit por ilustración del PIEE 2009. Realizó los comic books de AC/DC y el Inner Circle, Los Maestros del Caos. Ilustró «Escultores de Hombres» de Claudio L. Anaya. También realiza la Serie Sálvat en Aurora Bitzine y la space opera EdlD en Portal-Cifi.Ha participado en cómics para Inglaterra y España. Y en Alfa Eridiani, Forjadores, Axxón, NM, Libros Andrómeda, Biblioteca Fosca, Ciudad Arena y MiNatura.
Este cuento se vincula temáticamente con INOCENTE MAQUIAVELO REFORZADO de Héctor Germán Oesterheld, DE OTROS MUNDOS de Héctor Germán Oesterheld, LA NEVADA MORTAL de Jorge Claudio Morhain
Axxón 211 – octubre de 2010
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Universo de autor clásico : Viajes en el tiempo : Argentina : Argentino).
Muy bueno el cuento. Suerte.
Mis felicitaciones al autor. Y mis felicitaciones a Axxón por publicarlo.
Un cuento con toda la magia del universo del Eternauta.
Mis felicitaciones
MC, muy buen cuento. Nosotros y ellos, ellos en nosotros, Yin & Yan, todo en uno mismo. ah, hay que leer esto esuchando a Pink Floyd «Us and Them», no? Un abrazo.
Muy del estilo del viejo. Me gustó mucho. Gracias.
Felicitaciones, MC, por el cuento y por la publicación. Qué bueno volver a saber de vos :-)
Muy bueno, MC!! Muy buena idea escribir sobre el Eternauta.
Nunca está todo dicho cuando de hablar sobre Juan Salvo se trata.
Interesante relato, Carper. Reflexivo y bien narrado, tocas temas trascendentes y los volteas hasta que el ser pensante nos quedemos con la sensación de que todo aquello de lo que hablas nos toca o tocará a nosotros.
Bien. Me ha gustado :)
Gracias por estos comentarios, es muy emotivo leer estas opiniones. Un abrazo a todos!!!!!!!