«El Psicopompo», Guillermo Vidal
Agregado en 5 junio 2011 por dany in 219, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
Bamures: especie originaria de Pardisos, segundo planeta del sistema Gensys. En cuanto al nivel de inteligencia, los cientÃficos no se ponen de acuerdo, los extremistas dicen que, a pesar del cerebro evolucionado que poseen, no les interesa desarrollar cultura. Una opinión extrema que suena disparatada hasta que se los investiga a fondo…
Dejó de leer. Era un aburrido informe de escasa relevancia, con algunos apuntes inconclusos al pie de la página, como si intentara aclarar algunos puntos sin conseguirlo. Algo inusual en el cientÃfico que habÃa venido a reemplazar, tenÃa de él muy buenas referencias.
Hermaion era una mente privilegiada, de buen trato, sociable, algo no tan común en los genios. Recién recibido y con una asignación de primera lÃnea, habÃa llegado al planeta para hacerse cargo de la investigación sobre los Bamures, interrumpida por la muerte del anterior exobiólogo en un accidente confuso. Las razones del deceso no fueron consignadas, locura se decÃa vÃa informal, pero nadie en la base lo habÃa confirmado. «A veces los viajes por el espacio provocan desequilibrios inexplicables», dijo el jefe de la estación en superficie por toda explicación, y le aseguró la total cooperación del personal para continuar con la investigación. Luego se retiró con excusas por alguna urgencia, no sin antes advertirle a Hermaion que se cuidara de salir solo, debÃa esperar a que lo acompañaran. No le sonó como una orden prioritaria en ese momento. Lo primero era hacer un examen de campo. Preparó una mochila escueta y con un guÃa nativo se internó en el bosque espeso que rodeaba la base.
No me gustan los soldados, yo no necesito compañÃa, pero usted no deberÃa salir solo dijo el nativo en terrestre vulgar, arrastrando las sÃlabas.
AprendÃa rápido esta gente pero, más allá de la ayuda que les brindaban, era evidente que no les agradaban los humanos.
Estos espinos impiden el paso de las manadas de apestosos, ustedes los llaman Bamures. Esta barrera es lo único que nos protege advirtió el nativo.
Al llegar al lÃmite de los matorrales se fue abriendo un claro que dejaba a la vista una extensa planicie. El nativo se detuvo e hizo ademán de volverse.
Esos demonios no se pueden ni mirar. Usted parece un buen hombre, no deberÃa acercarse. Dicho esto salió corriendo, tapándose los ojos y conteniendo la respiración.
Hasta ese momento, Hermaion se imaginaba a los Bamures como una especie feroz y terrible, con un aspecto capaz de aniquilar a quien se atreviera a mirarlos. Sigiloso, se arrastró por una pendiente desde donde podrÃa ver la manada sin que lo notaran. Un sonido de fondo, como un zumbido constante, parecÃa venir de la llanura. Al asomarse, muy despacio y tratando de permanecer oculto, vio por primera vez un Bamur y todas sus elucubraciones quedaron hechas trizas. Eran fabulosos, podÃan ser varios millones en movimiento constante pero pacÃfico, con una paleta de colores impresionante que se movÃa con ellos y daba la sensación de un mar de matices hasta donde alcanzaba la vista. Algunos grupos de pronto saltaban al unÃsono por encima del suelo: no tenÃan alas, y tardaban lo que parecÃa una eternidad en volver a caer sin un solo ruido, como si flotaran. Se desprendÃa de todo el lugar una sensación de libertad que le era desconocida y, en muchos sentidos, perturbadora.
Una sensación disgustante lo volvió en sÃ. Hasta ese momento no se habÃa percatado de que estaba inconsciente. Respiraba con una máscara y podÃa ver a un soldado recomendándole que no se la quitara. A pesar de que no pensaba hacerlo, Hermaion veÃa cómo su propia mano hacÃa fuerza para arrancarse la máscara de la cara. Otro soldado lo inmovilizó hasta que empezó a pensar con más claridad. Pero no recordaba nada. Sin embargo, habÃa estado cinco dÃas perdido.
… La caracterÃstica sobresaliente de los Bamures, por la cual son estudiados por los humanos y temidos por los nativos, es la empatÃa adictiva psicofÃsica, un fenómeno producido por glándulas que segregan endorfinas con un fuerte componente psÃquico, las que provocan efectos alucinógenos y son altamente adictivas. Es común ver a las manadas de Bamures pastando en las inmensas planicies, rodeadas de merodeadores de distintas especies, entre ellos nativos, que buscan permanecer a corta distancia, donde puedan percibir el olor que los cautiva. A pesar del riesgo de enloquecer, algo que finalmente sucede, siguen rondando. Tan absortos se encuentran que se olvidan hasta de comer y beber, y se convierten en presa fácil y alimento de otras especies…
Lo que a Hermaion le habÃa parecido vago en los informes ahora adquirÃa una nota perturbadora. El cientÃfico anterior habÃa sido vÃctima de los Bamures, como él, antes de darse cuenta. Lo encontraron al borde del agotamiento, merodeando las manadas, con las pupilas dilatadas y la mirada perdida; deshidratado y sin nada en el estómago. Un poco más y era el alimento de una especie de felino con dos bocas.
Hermaion no salió de la base durante un mes entero. Cuando el efecto residual de las endorfinas desapareció lo autorizaron a trabajar, pero no a salir de la base. Se enfrascó en completar el informe.
Es probable que el efecto tóxico de estas emanaciones de Bamur se originara como una defensa para inhabilitar a sus depredadores. Los nativos se abstienen de matar a los Bamures; si una manada es atacada puede rodear una aldea y enloquecerlos en pocas horas, haciendo que se maten entre sÃ. Debido a la falta de una especie antagónica, se han multiplicado sin control y cubren las interminables planicies de Pardisos. Se puede decir que, a pesar de no ser la especie más desarrollada, todo el ecosistema gira en torno a ellos.
Frotándose barro y excrementos, los nativos conseguÃan que los Bamures los ignorasen. A pesar del asco que le producÃa, Hermaion puso en primer lugar su espÃritu cientÃfico y se pasó por todo el cuerpo los desechos frescos que le ofrecieron, incluyendo la cara.
El efecto duraba unas horas y no permitÃa demasiada cercanÃa. De hacerlo los Bamures rechazaban el tufo con una oleada cegadora, pero no producÃan la sustancia que atraÃa hasta la muerte. Bastaba con alejarse. Con todo, no podÃa negar que deseaba verlos. Cuando los vio, una aguda puntada de inquietud le hizo perder la compostura. Estaban a una distancia segura pero la memoria olfativa atacó a Hermaion y le despertó un deseo incontenible de correr hacia ellos. Tuvieron que sostenerlo entre tres y dormirlo de un golpe para que dejara de forcejear. Lo ataron a una camilla y continuó convulsionando por tres dÃas.
Aún después de una semana y de continuos baños, Hermaion todavÃa sentÃa el olor nauseabundo y la vergüenza de haber tenido que ser sometido. Era un cientÃfico, no un adolescente urgido por las hormonas. No podÃa equivocarse otra vez.
Localizó una cueva y preparó allà su laboratorio en absoluto secreto. Se convenció de que no lo guiaba otra cosa que no fuera el interés cientÃfico. DebÃa hacerlo solo.
Ya habÃa experimentado mezclando ADN, estaba seguro que una hibridación lo harÃa inmune a la toxina que exudaban los Bamures y podrÃa estudiarlos in situ.
Po supuesto, escondÃa otras razones. Un hÃbrido que conjugara lo mejor del espÃritu humano y la belleza salvaje y arrasadora de la especie Bamur podrÃa ser un paso radical en la evolución. No sólo se trataba de mixturar materia, puro ADN, sino de compatibilizar las mentes de ambas especies. Un paso insospechado, dado por él.
Jamás se habÃa sentido inclinado a lo religioso, pero una oleada mÃstica lo invadÃa, como si un viajero de otro mundo le trajera un mensaje de una dimensión hasta ahora ignorada. Si abrÃa esa puerta, dividirÃa las aguas. ¿Qué otra cosa era unir a dos especies en una amalgama superadora? Era un pacto mÃstico con la participación de fuerzas que estaban más allá de su conocimiento pero que le ofrecÃan embarcarse sin temor en una alianza secreta. Algo que de verdad lo distanciaba de cualquier obra humana. Le pareció que estaba un poco exaltado, el haber aspirado el perfume Bamur habÃa provocado un cambio quÃmico que lo hacÃa bullir por dentro.
¿Estaba delirando? Puede que la memoria olfativa y el perÃodo de abstinencia, como le llamaban a distanciarse de los Bamures, empujaran un poco sus conclusiones, pero los datos del ADN le daban resultados que no habÃa trucado. ProbarÃa en sà mismo que era posible crear un ser avasallante para cualquier otra especie que se le cruzara, tan potente y libre que resultaba difÃcil de imaginar. La sola belleza de la imagen lo hacÃa temblar.
El proceso completo de transformación duraba entre seis y doce horas. El escudo lo protegerÃa veinticuatro, manteniendo sellada la caverna como si él no estuviera allÃ. Después, si no habÃa recobrado la conciencia o la transformación no era eficiente, el mecanismo de autodestrucción harÃa lo suyo.
Ya iniciada la primera fase, Hermaion comenzó a sentir los sÃntomas tÃpicos. No era la primera vez que se inyectaba para este tipo de experiencias, pero nunca las habÃa llevado tan lejos. Ahora no podÃa arrepentirse. Una intensa picazón le producÃa deseos de arrancarse la piel, no podÃa rascarse. Se sumaron el sudor frÃo y la transpiración. Los dolores fueron por mucho lo peor. Le parecÃa que le estiraban los huesos, arrancándoselos del cuerpo y volviéndolos a su lugar al rojo vivo. Pensó en varias alternativas para abortar la transformación, pero por fortuna habÃa previsto la posibilidad de arrepentirse. Él era el mejor cientÃfico de su generación y se aseguró de no tener ninguna opción de interrumpir el proceso. No habÃa otra salida que llegar hasta el final. Si fallaba, morirÃa solo, sin poder pedir auxilio, y una vez que cayera el escudo protector se lo comerÃan las bestias de este mundo salvaje, pensó con angustia mientras se retorcÃa de dolor y quizás gritaba sin que nadie pudiera oÃrlo.
Un sonido, como si tuviera un panal dentro de la cabeza, despertó a Hermaion. El extraño zumbido le parecÃa familiar. PodÃa reconocer en él matices, variantes, modulaciones particulares, melodÃas exquisitas de un arte desconocido y a la vez natural. «Puro arte Bamur», se dijo sorprendido. Estaba de pie, el proceso de transformación se habÃa completado. Encendió la cámara y se vio de cuerpo entero en la pantalla. La imagen legendaria de los centauros le vino a la memoria. La parte inferior de su cuerpo ahora constaba de cuatro miembros ágiles y delicados, hasta el esternón lo cubrÃa un pelaje corto y aterciopelado, listado en dos colores. Del tórax hacia arriba conservaba su aspecto humano, excepto en la parte superior del cráneo donde una cornamenta remataba la cabeza. Los dos cuernos, lustrosos y alargados hacia atrás, eran propios de los Bamures adultos pero nunca los habÃa visto tan extraordinarios. A Hermaion le daban una apariencia majestuosa. Se sintió a gusto con su aspecto, hasta ese punto habÃa tenido éxito. Faltaba probar las glándulas que exudaban el perfume, la piedra de toque de su experimento. No habÃa tiempo que perder, bajó el escudo y lanzó con todas sus fuerzas un llamado que hizo retumbar la caverna. Cientos de voces sorprendidas se alzaron, le respondieron miles de especies en sus propios lenguajes y él podÃa entenderlos a todos, no sólo a los Bamures. Salió de la caverna.
|
Sin proponérselo sintió que una fuerte sudoración se le escapaba por los poros, un aroma delicioso, tan dulce que tuvo el impulso de lamerse la mano. Era tan arrobador que necesitó toda la fuerza de su voluntad para no empezar a mordisquearse hasta consumir ese sabor que se le ocurrÃa sagrado.
Hermaion no necesitaba más pruebas para saber que habÃa alcanzado su objetivo. Sentir el impulso de consumirse él mismo dejaba en claro de cuánto era capaz. Por un momento tuvo un sensación de pánico, ¿no serÃa demasiado? Se tranquilizó pensando que todavÃa estaba en transición, le llevarÃa un tiempo adaptarse a lo que era y aprender a manejarlo.
Se detuvo un una colina cercana y volvió a barritar desde lo alto, mientras seguÃa exudando. Rápidamente se vio rodeado de animales de todas las especies, que lo miraban con los ojos fijos, las mandÃbulas abiertas y la respiración agitada. El tropel en torno a él se volvió compacto. Se le acercaban algunos con la cabeza en el suelo, como si tuvieran temor de que los fulminara con la mirada y lamÃan la tierra que pisaba. Las astas le brillaban con los reflejos del sol de la tarde. No habÃa profecÃas sobre el mesÃas hÃbrido. Con él empezaba todo. Hermaion habÃa quedado atrás y ahora serÃa reconocido como el Psicopompo, guÃa de almas. «Que las estrellas contengan la respiración o acabarán en mi palma», fueron las primeras palabras que dijo. «Este momento será consignado como el comienzo y este lugar, como el Santuario», tronó con voz potente. «He ganado todas las batallas antes de comenzarlas», pensó para sà el Psicopompo.
El sonido de fondo habÃa cesado, hasta las aves estaban quietas en las ramas; una multitud atenta, incluido los humanos de la base, se extendÃa más allá de la vista y esperaba sus órdenes. Muchos otros, de todas partes del espacio, sin razón alguna, desafiando enormes distancias, subÃan a sus naves y se ponÃan en camino hacia Pardisos.
Guillermo Vidal nació el 7 de marzo de 1955. Ha publicado cuentos breves y mini cuentos en los blogs QuÃmicamente Impuro, Breves no tan breves y Ráfagas, parpadeos. Es fundamentalmente ilustrador; pueden ver sus obras en las portadas de Axxón y en muchos cuentos de la revista. En breve, Ediciones Andrómeda publicará «Los sublimadores», su primera novela de ciencia ficción.
En Axxón hemos publicado sus cuentos AUTOCLONACIÓN REVERSA y EL GUALICHO.
Este cuento se vincula temáticamente con ROBO HORMIGA, de Hernán DomÃnguez Nimo; LA CAZA DE LA BALLENA, de E. Verónica Figueirido y FICCION BREVE 31, de varios autores.
Axxón 219 – junio de 2011
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Colonización Espacial : ExobiologÃa : Genética : Argentina : Argentino).
Excelente. HacÃa rato que no leÃa una idea tan original. Guillermo, la idea te da como para una novela. Como ejemplo, «Tu, el inmortal» de Zelazny, nació de un cuento corto y terminó en una novela brillante.