Revista Axxón » «El Psicopompo», Guillermo Vidal - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

Bamures: especie originaria de Pardisos, segundo planeta del sistema Gensys. En cuanto al nivel de inteligencia, los científicos no se ponen de acuerdo, los extremistas dicen que, a pesar del cerebro evolucionado que poseen, no les interesa desarrollar cultura. Una opinión extrema que suena disparatada hasta que se los investiga a fondo…

 

Dejó de leer. Era un aburrido informe de escasa relevancia, con algunos apuntes inconclusos al pie de la página, como si intentara aclarar algunos puntos sin conseguirlo. Algo inusual en el científico que había venido a reemplazar, tenía de él muy buenas referencias.

Hermaion era una mente privilegiada, de buen trato, sociable, algo no tan común en los genios. Recién recibido y con una asignación de primera línea, había llegado al planeta para hacerse cargo de la investigación sobre los Bamures, interrumpida por la muerte del anterior exobiólogo en un accidente confuso. Las razones del deceso no fueron consignadas, locura se decía vía informal, pero nadie en la base lo había confirmado. «A veces los viajes por el espacio provocan desequilibrios inexplicables», dijo el jefe de la estación en superficie por toda explicación, y le aseguró la total cooperación del personal para continuar con la investigación. Luego se retiró con excusas por alguna urgencia, no sin antes advertirle a Hermaion que se cuidara de salir solo, debía esperar a que lo acompañaran. No le sonó como una orden prioritaria en ese momento. Lo primero era hacer un examen de campo. Preparó una mochila escueta y con un guía nativo se internó en el bosque espeso que rodeaba la base.

—No me gustan los soldados, yo no necesito compañía, pero usted no debería salir solo —dijo el nativo en terrestre vulgar, arrastrando las sílabas.

Aprendía rápido esta gente pero, más allá de la ayuda que les brindaban, era evidente que no les agradaban los humanos.

—Estos espinos impiden el paso de las manadas de apestosos, ustedes los llaman Bamures. Esta barrera es lo único que nos protege —advirtió el nativo.

Al llegar al límite de los matorrales se fue abriendo un claro que dejaba a la vista una extensa planicie. El nativo se detuvo e hizo ademán de volverse.

—Esos demonios no se pueden ni mirar. Usted parece un buen hombre, no debería acercarse. —Dicho esto salió corriendo, tapándose los ojos y conteniendo la respiración.

Hasta ese momento, Hermaion se imaginaba a los Bamures como una especie feroz y terrible, con un aspecto capaz de aniquilar a quien se atreviera a mirarlos. Sigiloso, se arrastró por una pendiente desde donde podría ver la manada sin que lo notaran. Un sonido de fondo, como un zumbido constante, parecía venir de la llanura. Al asomarse, muy despacio y tratando de permanecer oculto, vio por primera vez un Bamur y todas sus elucubraciones quedaron hechas trizas. Eran fabulosos, podían ser varios millones en movimiento constante pero pacífico, con una paleta de colores impresionante que se movía con ellos y daba la sensación de un mar de matices hasta donde alcanzaba la vista. Algunos grupos de pronto saltaban al unísono por encima del suelo: no tenían alas, y tardaban lo que parecía una eternidad en volver a caer sin un solo ruido, como si flotaran. Se desprendía de todo el lugar una sensación de libertad que le era desconocida y, en muchos sentidos, perturbadora.

Una sensación disgustante lo volvió en sí. Hasta ese momento no se había percatado de que estaba inconsciente. Respiraba con una máscara y podía ver a un soldado recomendándole que no se la quitara. A pesar de que no pensaba hacerlo, Hermaion veía cómo su propia mano hacía fuerza para arrancarse la máscara de la cara. Otro soldado lo inmovilizó hasta que empezó a pensar con más claridad. Pero no recordaba nada. Sin embargo, había estado cinco días perdido.

 

… La característica sobresaliente de los Bamures, por la cual son estudiados por los humanos y temidos por los nativos, es la empatía adictiva psicofísica, un fenómeno producido por glándulas que segregan endorfinas con un fuerte componente psíquico, las que provocan efectos alucinógenos y son altamente adictivas. Es común ver a las manadas de Bamures pastando en las inmensas planicies, rodeadas de merodeadores de distintas especies, entre ellos nativos, que buscan permanecer a corta distancia, donde puedan percibir el olor que los cautiva. A pesar del riesgo de enloquecer, algo que finalmente sucede, siguen rondando. Tan absortos se encuentran que se olvidan hasta de comer y beber, y se convierten en presa fácil y alimento de otras especies…

 

Lo que a Hermaion le había parecido vago en los informes ahora adquiría una nota perturbadora. El científico anterior había sido víctima de los Bamures, como él, antes de darse cuenta. Lo encontraron al borde del agotamiento, merodeando las manadas, con las pupilas dilatadas y la mirada perdida; deshidratado y sin nada en el estómago. Un poco más y era el alimento de una especie de felino con dos bocas.

Hermaion no salió de la base durante un mes entero. Cuando el efecto residual de las endorfinas desapareció lo autorizaron a trabajar, pero no a salir de la base. Se enfrascó en completar el informe.

 

Es probable que el efecto tóxico de estas emanaciones de Bamur se originara como una defensa para inhabilitar a sus depredadores. Los nativos se abstienen de matar a los Bamures; si una manada es atacada puede rodear una aldea y enloquecerlos en pocas horas, haciendo que se maten entre sí. Debido a la falta de una especie antagónica, se han multiplicado sin control y cubren las interminables planicies de Pardisos. Se puede decir que, a pesar de no ser la especie más desarrollada, todo el ecosistema gira en torno a ellos.

 

Frotándose barro y excrementos, los nativos conseguían que los Bamures los ignorasen. A pesar del asco que le producía, Hermaion puso en primer lugar su espíritu científico y se pasó por todo el cuerpo los desechos frescos que le ofrecieron, incluyendo la cara.

El efecto duraba unas horas y no permitía demasiada cercanía. De hacerlo los Bamures rechazaban el tufo con una oleada cegadora, pero no producían la sustancia que atraía hasta la muerte. Bastaba con alejarse. Con todo, no podía negar que deseaba verlos. Cuando los vio, una aguda puntada de inquietud le hizo perder la compostura. Estaban a una distancia segura pero la memoria olfativa atacó a Hermaion y le despertó un deseo incontenible de correr hacia ellos. Tuvieron que sostenerlo entre tres y dormirlo de un golpe para que dejara de forcejear. Lo ataron a una camilla y continuó convulsionando por tres días.

Aún después de una semana y de continuos baños, Hermaion todavía sentía el olor nauseabundo y la vergüenza de haber tenido que ser sometido. Era un científico, no un adolescente urgido por las hormonas. No podía equivocarse otra vez.

Localizó una cueva y preparó allí su laboratorio en absoluto secreto. Se convenció de que no lo guiaba otra cosa que no fuera el interés científico. Debía hacerlo solo.

Ya había experimentado mezclando ADN, estaba seguro que una hibridación lo haría inmune a la toxina que exudaban los Bamures y podría estudiarlos in situ.

Po supuesto, escondía otras razones. Un híbrido que conjugara lo mejor del espíritu humano y la belleza salvaje y arrasadora de la especie Bamur podría ser un paso radical en la evolución. No sólo se trataba de mixturar materia, puro ADN, sino de compatibilizar las mentes de ambas especies. Un paso insospechado, dado por él.

Jamás se había sentido inclinado a lo religioso, pero una oleada mística lo invadía, como si un viajero de otro mundo le trajera un mensaje de una dimensión hasta ahora ignorada. Si abría esa puerta, dividiría las aguas. ¿Qué otra cosa era unir a dos especies en una amalgama superadora? Era un pacto místico con la participación de fuerzas que estaban más allá de su conocimiento pero que le ofrecían embarcarse sin temor en una alianza secreta. Algo que de verdad lo distanciaba de cualquier obra humana. Le pareció que estaba un poco exaltado, el haber aspirado el perfume Bamur había provocado un cambio químico que lo hacía bullir por dentro.

¿Estaba delirando? Puede que la memoria olfativa y el período de abstinencia, como le llamaban a distanciarse de los Bamures, empujaran un poco sus conclusiones, pero los datos del ADN le daban resultados que no había trucado. Probaría en sí mismo que era posible crear un ser avasallante para cualquier otra especie que se le cruzara, tan potente y libre que resultaba difícil de imaginar. La sola belleza de la imagen lo hacía temblar.

El proceso completo de transformación duraba entre seis y doce horas. El escudo lo protegería veinticuatro, manteniendo sellada la caverna como si él no estuviera allí. Después, si no había recobrado la conciencia o la transformación no era eficiente, el mecanismo de autodestrucción haría lo suyo.

Ya iniciada la primera fase, Hermaion comenzó a sentir los síntomas típicos. No era la primera vez que se inyectaba para este tipo de experiencias, pero nunca las había llevado tan lejos. Ahora no podía arrepentirse. Una intensa picazón le producía deseos de arrancarse la piel, no podía rascarse. Se sumaron el sudor frío y la transpiración. Los dolores fueron por mucho lo peor. Le parecía que le estiraban los huesos, arrancándoselos del cuerpo y volviéndolos a su lugar al rojo vivo. Pensó en varias alternativas para abortar la transformación, pero por fortuna había previsto la posibilidad de arrepentirse. Él era el mejor científico de su generación y se aseguró de no tener ninguna opción de interrumpir el proceso. No había otra salida que llegar hasta el final. Si fallaba, moriría solo, sin poder pedir auxilio, y una vez que cayera el escudo protector se lo comerían las bestias de este mundo salvaje, pensó con angustia mientras se retorcía de dolor y quizás gritaba sin que nadie pudiera oírlo.

Un sonido, como si tuviera un panal dentro de la cabeza, despertó a Hermaion. El extraño zumbido le parecía familiar. Podía reconocer en él matices, variantes, modulaciones particulares, melodías exquisitas de un arte desconocido y a la vez natural. «Puro arte Bamur», se dijo sorprendido. Estaba de pie, el proceso de transformación se había completado. Encendió la cámara y se vio de cuerpo entero en la pantalla. La imagen legendaria de los centauros le vino a la memoria. La parte inferior de su cuerpo ahora constaba de cuatro miembros ágiles y delicados, hasta el esternón lo cubría un pelaje corto y aterciopelado, listado en dos colores. Del tórax hacia arriba conservaba su aspecto humano, excepto en la parte superior del cráneo donde una cornamenta remataba la cabeza. Los dos cuernos, lustrosos y alargados hacia atrás, eran propios de los Bamures adultos pero nunca los había visto tan extraordinarios. A Hermaion le daban una apariencia majestuosa. Se sintió a gusto con su aspecto, hasta ese punto había tenido éxito. Faltaba probar las glándulas que exudaban el perfume, la piedra de toque de su experimento. No había tiempo que perder, bajó el escudo y lanzó con todas sus fuerzas un llamado que hizo retumbar la caverna. Cientos de voces sorprendidas se alzaron, le respondieron miles de especies en sus propios lenguajes y él podía entenderlos a todos, no sólo a los Bamures. Salió de la caverna.


Ilustración: TUT

Sin proponérselo sintió que una fuerte sudoración se le escapaba por los poros, un aroma delicioso, tan dulce que tuvo el impulso de lamerse la mano. Era tan arrobador que necesitó toda la fuerza de su voluntad para no empezar a mordisquearse hasta consumir ese sabor que se le ocurría sagrado.

Hermaion no necesitaba más pruebas para saber que había alcanzado su objetivo. Sentir el impulso de consumirse él mismo dejaba en claro de cuánto era capaz. Por un momento tuvo un sensación de pánico, ¿no sería demasiado? Se tranquilizó pensando que todavía estaba en transición, le llevaría un tiempo adaptarse a lo que era y aprender a manejarlo.

Se detuvo un una colina cercana y volvió a barritar desde lo alto, mientras seguía exudando. Rápidamente se vio rodeado de animales de todas las especies, que lo miraban con los ojos fijos, las mandíbulas abiertas y la respiración agitada. El tropel en torno a él se volvió compacto. Se le acercaban algunos con la cabeza en el suelo, como si tuvieran temor de que los fulminara con la mirada y lamían la tierra que pisaba. Las astas le brillaban con los reflejos del sol de la tarde. No había profecías sobre el mesías híbrido. Con él empezaba todo. Hermaion había quedado atrás y ahora sería reconocido como el Psicopompo, guía de almas. «Que las estrellas contengan la respiración o acabarán en mi palma», fueron las primeras palabras que dijo. «Este momento será consignado como el comienzo y este lugar, como el Santuario», tronó con voz potente. «He ganado todas las batallas antes de comenzarlas», pensó para sí el Psicopompo.

El sonido de fondo había cesado, hasta las aves estaban quietas en las ramas; una multitud atenta, incluido los humanos de la base, se extendía más allá de la vista y esperaba sus órdenes. Muchos otros, de todas partes del espacio, sin razón alguna, desafiando enormes distancias, subían a sus naves y se ponían en camino hacia Pardisos.

 

 

Guillermo Vidal nació el 7 de marzo de 1955. Ha publicado cuentos breves y mini cuentos en los blogs Químicamente Impuro, Breves no tan breves y Ráfagas, parpadeos. Es fundamentalmente ilustrador; pueden ver sus obras en las portadas de Axxón y en muchos cuentos de la revista. En breve, Ediciones Andrómeda publicará «Los sublimadores», su primera novela de ciencia ficción.

En Axxón hemos publicado sus cuentos AUTOCLONACIÓN REVERSA y EL GUALICHO.


Este cuento se vincula temáticamente con ROBO HORMIGA, de Hernán Domínguez Nimo; LA CAZA DE LA BALLENA, de E. Verónica Figueirido y FICCION BREVE 31, de varios autores.


Axxón 219 – junio de 2011

Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Colonización Espacial : Exobiología : Genética : Argentina : Argentino).

Una Respuesta a “«El Psicopompo», Guillermo Vidal”
  1. Javier P dice:

    Excelente. Hacía rato que no leía una idea tan original. Guillermo, la idea te da como para una novela. Como ejemplo, «Tu, el inmortal» de Zelazny, nació de un cuento corto y terminó en una novela brillante.

  2.  
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