«La Maravillosa Mujer en Traje de Baño», Jorge ChÃpuli
Agregado en 14 agosto 2011 por dany in 221, Ficciones, tags: CuentoMÉXICO |
Nota: la palabra video en México se pronuncia y se escribe sin acento.
Ella lucha contra el crimen cada semana:
«Esos tipos robaron el banco, pero los detuvo ella, esa maravillosa mujer en traje de baño,» dijo el gerente con asombro, a lo que respondió el capitán de la policÃa: «Son criminales sin escrúpulos, enciérrenlos… ¡y tiren la llave!».
«¡Oh demonios! ¡Oh diantres! De no ser por ella estarÃamos arrojando bombas o ayudando a los ciudadanos a morir de envidia regalando el dinero a los tÃmidos,» exclamó uno de los tres bandidos.
«O plantarÃamos miles de árboles frente a los estacionamientos y asà detendrÃamos la contaminación por carro,» agregó el segundo.
«¡Nos la pagará esa maldita bastarda!,» gritaron los tres al unÃsono.
El último reclamó entonces:
«O estarÃamos escuchando muchos mp3… yo podrÃa comprar identidad, memoria y vida nuevas.»
«Tendrás una vida nueva… ¡pero tras las rejas!,» dijo uno de los policÃas.
«¿Y cuál es el nombre de esa Maravillosa Mujer en Traje de Baño? ¡Epa! ¡Desapareció! ¿A dónde se habrá ido?,» expresó el capitán.
El gerente respondió: «No lo sé, pero donde quiera que se encuentre: gracias… y que Dios bendiga a América.»
Buscando desesperadamente a La Maravillosa Mujer en Traje de Baño
Ella es delgada y alta, es bonita, es maravillosa, es mujer. Piel morena y bronceada, manos grandes, labios y pelo ondulado rojos, perfil fuerte, lentes negros pequeños, traje de baño anaranjado, botas del mismo color con propulsores atómicos que le permiten elevarse en el aire. Sabe artes marciales.
Si pudiera recordar exactamente el lugar y el momento en los que la conocÃ, todo me serÃa mucho más claro, o cuando menos no me sentirÃa tan perdido, confundido, arrancado sin raÃces, adormecido sin estar cansado… ella… a ella la conocà hace mucho tiempo, me imagino. Me imagino que fue en la primaria… sÃ, creo que estaba en mi grupo. No… Creo que la vi en la televisión.
Hace ya mucho tiempo. Recuerdo navajas retorcidas como huesos de árbol, una silueta que se movÃa fulminantemente, llena de velocidad. Recuerdo cuando yo era niño. Ahora lo recuerdo…
Memoria y tiempo,
no sé si sean lo mismo,
no sé si mi aliento,
me llevará al abismo.
Hay una espiral
por la que desciendo,
no hay botón de cancelar,
ni freno de emergencia.
Sólo un sonido sordo,
desplazado hacia otro tiempo,
una palabra es todo
cuando logra romper el viento,
aunque no sea pronunciada,
aunque no sea escuchada,
aunque no sea vertical.
Hay tanto dolor cuya señal
no es transmitida.
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Ella ha vuelto, es la misma de siempre, pero en video, para poder verla cuantas veces quiera: Ha vuelto La Maravillosa Mujer en traje de Baño en una edición especial de aniversario, decÃa la voz dentro de mi cabeza, toda ella contenida en un solo volumen.
Pero no. ¿A quién trato de engañar? Ella no es la misma de siempre. Todo ha cambiado, ahora es un estéril video encerrado en su formato.
La he buscado desde entonces, he repetido su nombre entre sueños. Cuando la llamo: Eleonor, Eleonor… ella nunca responde y la gente me mira meneando la cabeza y apretando los labios. Hace mucho que no la recordaba, su imagen se me habÃa deteriorado un poco, los ojos se le habÃan borrado, las piernas habÃan languidecido, los senos no tenÃan la forma correcta puntiaguda. Pero lo que más me preocupó fue su cabello hecho un desastre, despeinado, reseco y con orzuela. Hoy por la mañana encontré una pista de su paradero. Encontré el video. Sólo que no he visto más que la carátula. Por la televisión pasaron un maratón de varias semanas sobre casas famosas.
Hace unos dÃas que tuve la epifanÃa, que me habló la voz en mi cabeza entre sueños, mientras me estaba quedando dormido frente al televisor. Búscala, me decÃa, búscala antes de que se agote…
Desde entonces habÃa recorrido mi departamento una y otra y otra vez, miré debajo de los muebles, en los rincones oscuros del armario, en las ranuras de los sillones, en el agua acumulada y con restos de espuma y grasa en el lava trastes. Pero nada. No la hallé por ningún lado.
Desesperado, lloré frente el televisor, le grité como reclamándole, por haberme traÃdo esos viejos recuerdos, por haberlos desenterrado de las profundidades de mi alma. Y entonces apareció frente a mis ojos, justo frente a mÃ, en la pantalla, en el interior de una casa famosa, el mismo video de mi visión. Un peligroso gángster lo tenÃa encerrado en una vitrina en su casa famosa, entre otros videos, como si sólo fuera una concubina más entre tantas y no ella, oh, ella… la única mujer de verdad.
Cuántos sueños, cuántos anhelos,
de acariciarla, de tenerla entre mis brazos,
a ese ser único, frágil, violento,
que en una mueca humedece sus labios
y sus pupilas en un parpadeo.
A bordo de mi pequeño carro azul, me dirigà a la casa famosa del peligroso gángster, quien iba saliendo en una limosina negra. La ventana se estaba cerrando, llevaba puesto uno de esos sombreros de mafioso, inclinado hacia adelante como un avión en picada. Un traje negro con una rosa roja en la bolsita. El humo de un puro enredándose en sus gruesas cejas de color gris. Rostro de pasa, de piel blanca y transparente, se veÃan las venas desde lejos.
En la mano izquierda, un bastón con una cabeza de un caballo dorado y en la derecha, el video de mi amada. La ventana terminó de cerrarse. Lo seguà por una y otra calle, y por avenidas y por sus múltiples carriles, hasta que llegó al mercado central, bajó de la limosina, se perdió entre la multitud.
El portal del mercado era grande, hecho de tubos y óxido, parecÃa un edificio en construcción, abandonado. Caminé esquivando a la gente. No pude esquivar el aroma quÃmico, como de medicina, que lo invadÃa todo, ese olor que nunca he soportado. Los vendedores me llamaban con sus voces subliminales, me obligaban a comprar lo más descabellado, una paleta que giraba al contacto con la lengua, un reloj que decÃa la hora de Japón en japonés, un chicle que se masticaba solo jugueteando en la boca. Lo más matón de todo fue cuando entré en una estética y me injertaron cabello largo y negro dividido en secciones, en grupos que se comportaban como tela, aunque tenÃan la forma de hojas de maguey. Me insertaron uñas retráctiles afiladas, me pusieron un traje de tela café holgado y unas botas verdes de combate para patearle mejor el trasero al maldito gángster. SÃ, en realidad, ellos sabÃan cómo administrar mi dinero. Me sentà apto para la ocasión, me hubiera gustado verme un poco más ante el espejo, pero ya tenÃa prisa. Sólo me contemplé en las posiciones básicas de combate. A la hora de pagar recibà una grata sorpresa, me regalaron una moneda muy especial, una moneda de dólar americano plateado, brillante. En realidad era una grabadora que sólo se activaba con el Mambo 5,000 cuando el corazón del portador se detenÃa.
—Oye, puede ser muy útil.
—SÃ, lo que sea.
Miré la moneda en mis manos, me subyugué ante la palabra: Liberty. La pronuncié, salió de mi boca, y oh, pude saborear cada letra, cada sonido glorioso y entonces me invadió un sentimiento de solidaridad… desde el interior de mi corazón salió un grito que clamaba: ¡liberty! Claro, todos se dieron cuenta de que soy una de esas personas locas, entre comillas, que luchan por el bien y la justicia. SalÃ: no quise conmocionarlos más.
Un coyote se me acercó. Llevaba un traje de color café claro, más claro que su piel, y un sombrero un poco más oscuro, con una banda negra y una pluma roja, zapatos de piel de serpiente. Limpió sus dientes con un cigarrillo, le dio vueltas con la lengua. Era una mala imitación de los verdaderos gángsters. Abrió su saco para mostrarme colgados en el forro una gran cantidad de videos pirata de La Maravillosa Mujer en Traje de Baño: lucÃan igual que el verdadero. Le dije que se alejara de mÃ, que yo no comprarÃa su corrupción.
El mercado puede ser terrible, mas si uno espera lo suficiente es seguro que encontrará lo que busca. Entré a una tienda de antigüedades. HabÃa juguetes rotos o muy maltratados, apilados en montones hasta el techo. Detrás de ellos brillaba la luz de las paredes, que estaba dividida en cuadros de vidrio de cincuenta centÃmetros de cada lado. Los cuadros encerraban ejemplares de madera, muy bien conservados, se veÃan como nuevos. Sólo eran unos cuantos entre la multitud de cosas inútiles que los tapaba casi por completo.
Las puertas eran tan grandes que la tienda más bien era un pasillo, un túnel. HabÃa varias personas revolcando los amontonamientos como cartoneros, hacÃan que soltaran polvo: estiércol seco y atomizado de los pañales de muñecas, humo de fuego, bombas y combate de muñecos de guerra, polvo viejo de mucho maquillaje de hermosas barbies. Hermosas, pero nada comparado con La Maravillosa Mujer en Traje de Baño. Ella es además astuta, inteligente, bondadosa, apacible, rápida y justiciera. Nunca hubiera soñado con ella pues escapa a toda imaginación humana.
Y de pronto de entre una montaña salió lo que parecÃa ser un chico con una catana de empuñadura negra. Era La Maravillosa Catana del Poder. TenÃa unos quince o dieciséis años, lucÃa molesto, furioso, aunque tranquilo, como si en realidad fuera mucho más viejo. SÃ, esa era la prueba que hacÃa válidas mis sospechas. Estaba vestido a la usanza antigua, con zapatos de madera y cuero. Sus pantalones de lona teñida de color caqui, al igual que su camisa. Seguramente traÃa el video en su morral pues la forma rectangular trataba de salir de entre la tela.
La argucia era realmente obvia, y consistÃa en la adquisición de una apariencia diametralmente opuesta a la verdadera. Fue muy listo al haber cambiado de forma, pero debió quizás elegir algo más parecido a sà mismo, para que al verlo pensara que simplemente era alguien muy parecido y tuviera que decir: disculpe, venerable anciano, lo confundà con otra persona. Esta claro que soy más astuto que él. Mucho más astuto…
CorrÃ. Por entre los montones de juguetes viejos, en la pared vitrina, la única réplica original de La Maravillosa Catana del Poder, mi rostro reflejado en su suave hoja. Le di una fuerte patada al vidrio, cubrà mis ojos de los fragmentos que saldrÃan disparados y que no lo hicieron: antibalas, me dije. Más patadas infructuosas. Finalmente vino una idea brillante a mi mente, saqué unas monedas, las introduje en la ranura, el compartimiento se abrió. Tomé la espada entre mis manos. Volteé y adopté la posición de combate, un poco agachado y encorvado, con las piernas abiertas y la espada sostenida con las dos manos, formando una diagonal. Los ojos del sorprendido gángster se enfocaron como los de un lobo. Lo miré. Me miró. Me movà un poco a mi izquierda, él se movió un poco a su izquierda. Corrà hacia él, como una avispa a punto de clavarle el filo en medio del estómago, pero antes de llegar golpeó la punta y salà lanzado junto con ella hacia un giro brusco. Terminé de rodillas en el suelo.
—Qué es lo que quieres —dijo.
—Quiero acabar con la raÃz de todos los males en América —me levanté—, quiero destruirte, asà como tú has destruido mi paÃs, lo has hecho nadar en corrupción —volteé para mirarlo a los ojos—, quiero arrebatarte de las manos la única esperanza que ha tenido esta gran nación para combatir a seres como tú.
Me acerqué.
—Quiero que me entregues… el video…
—¿El video, eso es lo que buscas? No hay problema —dijo, fingiendo desinterés y escepticismo—, si eso es lo que quieres.
Fue a sacar algo de su morral que habÃa caÃdo en la batalla. Yo sabÃa que era uno de sus trucos, asà que aproveché para cortarle la cabeza, la cual rodé con mi talón, y le dije con severidad: el crimen no paga.
Dos ancianos que atendÃan el negocio me veÃan consternados, temerosos y calvos. Corté la epidermis del morral y examiné sus entrañas, pero sólo habÃa un video de rock. Lo destrocé arrojándolo al piso para ver si habÃa alguien encerrado. Fue un error, como descubrà más tarde. Le pagué a los ancianos no me acuerdo cuánto por las molestias. Y les conté mi triste historia.
—Por favor, espere un momento… —me dijeron, y se alejaron para hablar en voz baja. Soltaron unas risillas burlonas, supongo que dirigidas al hombre sin cabeza. Un anciano fue hacia una puerta secreta. El otro me dijo que tenÃa buenas noticias, que debÃa esperar. De pronto, recordé mi preciada moneda, sentà miedo de haberla perdido, de haberla metido en aquella ranura, juntado con las demás, opacas y sucias. Hurgué en mis bolsillos. La encontré. ¿O ella me encontró a mÃ? Me llenó de valor para continuar ver su brillo tan parecido al que desprenden los ojos de La Maravillosa Mujer en Traje de Baño y que a su vez contienen la energÃa de miles de soles que nacen en ese instante. Me senté en el piso en posición de loto y cerré los ojos, puse mi mente en blanco y pensé:
Todo todo todo…
era de color blanco,
no recordaba el lodo,
era como en el banco.
Yo, listo a experimentar
la blancura total,
penetrando en mi mente,
de forma autoconsciente
buscando libertad,
mas de pronto algo más
surcó mis pensamientos,
un feo presentimiento:
¿acaso soy también
un video de patadas?
¿Y las personas me ven
dentro de una pantalla?
Abrà los ojos, el otro anciano habÃa llegado con el video, me levanté de un salto o dos y corrÃ, intenté agarrarlo. Se hicieron hacia atrás. Me detuvo un campo de fuerza.
—Entrégame ese video, entrégamelo, desgraciado.
—No, aquà tengo encerrada a La Maravillosa Mujer en Traje de Baño, j aja j aja, de hecho se la quitamos al joven… es decir, al viejo, antes de que lo destruyeras, pero todo tiene un precio…
—Deja mi cuenta al lÃmite —dije.
Me pasó el escáner térmico por la cara, autoricé la cantidad con mi voz. Me entregó el video.
—Pero no lo rompas, este es un video… diferente…
—¿Huh?
—Tienes que hacerlo funcionar…
—¡Ah! Ignoraba que no habÃa que romperlos…
En mis manos su presencia al fin, su suave cubierta rugosa y cálida, sus metros y metros de interminables códigos que finalmente descifrarÃan su imagen, su voz, al ser arrastrados contra las cabezas de la video casetera que desgarrarÃan esa segunda carne. Su forma ardÃa en mi pecho como si adentro la esencia misma de mi Maravillosa Mujer en Traje de Baño se calentara por presión de mi abrazo.
Ya le gente era poca en las calles. Las penumbras se apoderaron de mi sentimiento de triunfo, aunque no de mi felicidad. La felicidad era un aire cálido que surgÃa desde lo profundo. Necesitaba un taxi, mis pasos eran aleatorios. Las botas comenzaban a calarme. Estaba desorientado, confundido, las calles se abalanzaron sobre mÃ. Sólo me era posible dar pequeños pasos lentos y quebradizos. Al dar una vuelta, me topé con un grupo de coyotes recargados en un Grand Marquiz violeta, modelo 1986, de interior rojo. TenÃan trajes de diferentes tonos pastel, verde, café, rosa, todos con sombreros y plumas y zapatos de reptil y bigotes de medio centÃmetro de altura por una boca de ancho. Eran malas imitaciones de los verdaderos gángsters, eran coyotes, pachuchos, piratas de baja monta. Uno de ellos era el que me habÃa ofrecido las copias piratas de La Maravillosa Mujer en Traje de Baño. Di media vuelta, corrÃ. Me alcanzaron aquellas risas maléficas.
Ellos me tomaron de piernas y brazos y me cargaron como a una presa convulsionante y gritona. Como negro latido, rechinaron al frenar las llantas del modelo 86 que alcanzó a los que Ãbamos a pie. Abrieron la cajuela, estaba llena de las copias pirata de La Maravillosa Mujer en Traje de Baño. Me arrojaron dentro, junto con el video, que se perdió entre las malas imitaciones, entre los clones cadáveres, sin alma ni corazón.
Después de unas cuantas horas casi se terminaba el aire. La música atravesaba el asiento trasero, los videos retumbaban. Rumiaba mi aliento. La música me aturde, sobre todo, comienza a mezclarse con otra que parece más cercana y débil. Es el Mambo 5,000. Lloro lágrimas amargas, un ácido que derrite los videos y hace un agujero. Caigo. A lo lejos veo una luz. La sigo. Una cascada. Un rÃo. Estoy rodeado por un frondoso y verde bosque. Caigo hacia el rÃo. Encuentro una cuerda, la asgo, comienza a arrastrarme bajo el agua. Salgo por un momento a la superficie y empiezo a esquiar con mis botas. La cuerda está atada a un bote blanco y de interior rojo. El sol brilla como el flashazo de una cámara fotográfica. Por un segundo soy aire y atravieso un arcoiris. El gángster que conduce mira hacia atrás y se percata de mi presencia. Hace zigzaguear el bote, pierdo el control, me sumerjo de nuevo. Hay una pista para aviones en el fondo del rÃo. El agua es clara y cristalina. Choco con unos tiburones, mi velocidad los revienta. Se convierten en agua. Se disuelven dejando un rastro de burbujas.
No sé por qué, pero empiezo a llorar de nuevo. El viento es frÃo, la banda toca, los viejitos felices bailan charleston. Puedo ver cómo un hombre quieto le da un sobre a otro que llega. Es el video. Ellos son los gángsters. Quisiera alcanzarlo antes de que lo metan a un buzón, pero tengo que bailar con una señora que piensa que soy un gángster. Me veo en el reflejo de una ventana y sÃ, lo parezco, llevo un traje gris. Soy inhumano, inerte y no pienso más que en mà mismo. Tengo muchos brazos, desaparecen uno a uno.
Entro a una plaza con jardines y fuentes y quioscos de piedra tallada. Nunca la habÃa visto antes. Unas luces se ven como arrojadas al azar, hay un laberinto hecho de arbustos, no más altos que yo. Al final, más allá de las paredes de hojas e, incluso, más allá de mis pensamientos más Ãntimos, puedo ver un castillo. Pero me pierdo entre los arbustos. Estoy atrapado en un calabozo. Es de dÃa, la luz brillante y humosa se filtra por una pequeña ventana que hay a tres metros de altura en la pared de mi izquierda. Miro hacia arriba, no se alcanzaba a ver el techo. La pared detrás de mÃ, la cual me respira su aliento frÃo, me engarza las muñecas con sus grilletes y cadenas.
La puerta se abre. Mis enemigos aparecen entonces, unos tipos vestidos de traje y sombrero negros. Son jóvenes de verdad, hijos de todos los gángsters viejos que La Maravillosa Mujer en Traje de Baño eliminó en sus aventuras. Son un grupo que al escuchar unos pasos forma un surco, son los pasos del gángster viejo. Se acerca hacia mÃ. Digo: nunca te saldrás con la tuya villano, La Maravillosa Mujer en Traje de Baño vendrá a rescatarme. Dice: tengo la certeza de que eso nunca ocurrirá. Lo miro con desprecio. Verás, dice, yo soy… con una mano se arranca la piel del rostro, veo aparecer ante mis ojos la fisonomÃa que tantas veces anhelé tener de cerca, el rostro de… …La Maravillosa Mujer en Traje de Baño, termina de decir. Ou, nou, caigo en cuenta de que toda mi vida he perseguido una ilusión.
Di mis mejores años a combatir el crimen, a luchar por el bien y la justicia, y todo lo que obtuve fue esta estúpida camiseta, dice ella, desabrochándose la camisa como Supermán. Veo que efectivamente su camiseta dice: Di mis mejores años a combatir el crimen, a luchar por el bien y la justicia, y todo lo que obtuve fue esta estúpida camiseta. Ella pone una pistola en mi frente. Entonces, con todo mi poder, jalo de las cadenas, que se desprenden de la pared con pedazos de piedra que derriban al grupo. Despliego al mismo tiempo mis uñas retráctiles y las sumerjo en el abdomen de mi amada. Atravieso el algodón de su disfraz. Atravieso también su carne. La observo por un momento. Me dice con su último aliento: yo también… te amaba… Argh…
Elimino a todos los presentes. Llego a un fuerte construido en una montaña, esculpido de ella, hay muchos nichos donde los matones están como murciélagos, durmiendo de cabeza. Se despiertan al oÃr mis brazos agitarse con antorchas, las que aviento a lugares estratégicos. Reviento a todos con un tenedor gigante, son globos llenos de agua.
Jorge ChÃpuli es de Monterrey, Nuevo León, México. Obtuvo el premio de cuento de la revista La langosta se ha posado, 1995, y fue becario del Centro de Escritores de Nuevo León. Obtuvo el segundo lugar del premio de minicuento La difÃcil brevedad 2006. Ha colaborado con textos en diferentes revistas como Umbrales, Rayuela, Oficio, Papeles de la Mancuspia, La langosta se ha posado, Literatura Virtual, Nave, Miasma. Ha sido incluido en las antologÃas: Columnas, antologÃa del doblez, (ITESM, 1991), Natal: 20 visiones de Monterrey (Clannad, 1993), y Silicio en la memoria (Ramón Llaca, 1998).
Esta es su primera participación en la revista.
Este cuento se vincula temáticamente con SUPERKATAPLOF, de Félix DÃaz; SÚPER P, de Yunieski Betancourt Dipotet y ALIANZAS, de Gustavo Ramos.
Axxón 221 – agosto de 2011
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : FantasÃa : Humor : Superhéroes : México : Mexicano).
Felicitaciones al autor. Me gustó mucho.