ARGENTINA |
Aún me parece estar sufriendo el frÃo intenso de aquella noche oscura, aún creo escuchar el silbido del viento en los pinares y es extraño que asà sea, lo habitual no deja marca en la memoria. (Intentando olvidar una ilusión, un sueño que el destino habÃa dispuesto no concretar, caminaba hasta extenuarme. SolÃa llegar hasta los fiordos pero aquella noche no fui tan lejos, me demoré en una playa que entraba suavemente al mar. Adelantaba un pie sobre la arena húmeda y dura, luego el otro, mecánicamente, sin rumbo, carecÃa de la fuerza que hubiese requerido detenerme.)
—Si las nubes tapan el cielo mejor, estas estrellas me odian —dije entonces en voz alta.
Estaba solo, habÃa hablado para nadie. Fui nadie hasta aquella noche oscura cuando eso apareció tirado allÃ, junto a la piel de oso curtida con la que para esa época del año envolvÃa mis sandalias. Lo que creà ver, valiéndome del tenue reflejo lunar que traspasaba las nubes, fue un trozo de vidrio con forma de lágrima. Al inclinarme para tomarlo creà que eso era lo que de tanto en tanto encontrábamos en las orillas de nuestro mar y se conoce como ámbar, pero cuando lo tuve entre mis manos un escalofrÃo me recorrió la sangre, vi que su luz no era un reflejo, eso emitÃa luz, una luz dorada, suave. Supe entonces, como si lo hubiese sabido desde siempre, que era miel, una miel pétrea, helada y venenosa, exudada por las mismas estrellas con las que me unÃa aquella vieja enemistad. Supuse que si trabajaba su miel de la manera correcta, lograrÃa dominarlas.
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Llegar a ser uno de los grandes herreros de la corte habÃa sido mi gran sueño imposible. Sé que era un niño cuando lo soñaba porque aún era capaz de concebir una meta y sostenerla sólo con la fuerza de mi corazón. Ansiaba trabajar en uno de los grandes astilleros, o, mejor, en la armerÃa del rey, eligiendo cuál de las barras disponibles serÃa el núcleo de la lanza, cuál el filo. HabÃa logrado sumarme a uno de los grupos dedicados a la búsqueda del mineral de hierro en los pantanos, lo que, naturalmente, aumentó mis esperanzas. Entonces me sobraban las palabras que al final lloré por escasas, palabras que daban cuenta de la veta encontrada y la ganancia que se compartÃa. Cualquiera podÃa dibujar las lÃneas simples que grabadas sobre una piedra dirÃan su nombre para siempre, cualquiera podÃa integrar la reunión nocturna alrededor de la fogata, escuchar a los poetas, aprender de su riqueza y mecerse con sus melodÃas. «A realidad nueva, palabras nuevas» cantaba yo feliz, repitiendo el verso que, aún sin comprenderlo del todo, habÃa hecho mi favorito, cuando alcancé la Edad Responsable y la orden de la Asamblea no dejó lugar a dudas, debÃa reemplazar a mi padre.
Mi única herencia estuvo constituida por un montón de trozos de vidrio más un horno al aire libre que servÃa para fundirlos. Herrero, no. Artesano. Pasé años realizando aros para las damas y collares de cuentas, las figurillas que se utilizan en los juegos y algún que otro mosaico de diseño sencillo. Hasta aquella noche oscura. En el antiguo hogar y con el mismo procedimiento con el que modelaba los abalorios, por fin dejé de ser el hijo de mi padre, me atrevÃ, no alimenté la pila de chucherÃas, hice un broche digno de un dios, con forma de lanza, tan largo como mi dedo cuarto, el izquierdo, ese que dicen del corazón. Hice una lanza de miel estelar. Una lanza, en ese momento comprendà que algo feroz habita en los sueños imposibles. Pero esa era una noche especial y sentà en las entrañas que era necesario actuar rápido si querÃa concluir lo empezado. HabÃa manejado la vara y los platillos de mi oficio soportando el viento del oeste, viento que trae el monótono, espantoso quejido moribundo del mar. Pero el mar está bien vivo y es un gran ojo que todo lo ve, mi pueblo, que forjó la grandeza de nuestros reyes y el terror de otros pueblos navegándolo, sabe: nada efectivo puede hacerse sin su complicidad. Volvà a la playa donde habÃa encontrado mi maravilla y frente al cielo invertido del mar puse en alto mi broche y pronuncié la palabra sagrada de mis ancestros. OdÃn, dije. OdÃn era la palabra que nombraba a nuestro dios. OdÃn, dios de la guerra, padre de dioses. OdÃn, palabra prohibida por el rey, por los nuevos sacerdotes y por los antiguos señores de siempre que jamás arriesgarÃan sus privilegios por una palabra. OdÃn, repetÃ, pero esa segunda vez fue un grito, un aullido y un reproche. Gungnir, dije. Gungnir era la palabra que nombraba a la invencible lanza de OdÃn. Gungnir, repetà frenético, dando saltos, bailando al compás del temible y mentiroso quejido mientras reÃa. OdÃn y Gungnir, Gungnir y OdÃn, OdÃn tiene a Gungnir y Gungnir jamás será vencida. Creo recordar que de a ratos, también lloraba. Cuando, exhausto por el esfuerzo, caà al suelo, mi broche ya no era un broche, tenÃa un talismán. Yo, que hasta esa noche oscura me habÃa visto obligado a ganar mi comida con el trabajo de mis manos, que cazaba fieras para abrigar mi desnudez y que compartÃa una vivienda mÃnima con tres cabras contra las que me acurrucaba por las noches para no morir de frÃo, yo, de ahà en más, podrÃa manipular al destino dispuesto por las estrellas, era un dios.
Nadie puede alejar a un dios de sus palabras, por eso nunca tenemos miedo. Antes de que la noche se deshiciera en dÃa tomé para mà la palabra joya, mi talismán era una joya y merecÃa un cuidado especial. Recordé que algún tiempo atrás, al ir a entregarle al señor de mi región parte de mis abalorios con los que pretenderÃa él, supongo, alegrar a sus mujeres, habÃa observado que uno de sus viejos siervos los guardaba en una caja hecha con una madera que desconocÃa. Pregunté al señor el nombre de aquella madera y su procedencia. «Sándalo, Bizancio», susurró el siervo. Quiso la casualidad que, pasados algunos dÃas, me reencontrara con un antiguo camarada de sueños con el que disfrutáramos en aquellas épocas lejanas, cantando mal a pesar de nuestro empeño, los versos aprendidos. El sándalo crece más allá de Bizancio me informó, más al este. Seguro, pensé, debÃa ser al este, donde nace el sol, donde los árboles pueden permitirse el lujo de sacar fuerza y perfume de su mucho calor.
El viento habÃa llevado las nubes y pronto comenzarÃa a clarear. Con aquella joya espléndida adorné mi tosca, gruesa túnica. RefulgÃa. Siendo mi deseo volver a la hacienda de mi señor, decidà que serÃa más prudente ocultarla. Fui atendido por el mismo siervo. «Vengo a retirar la caja de sándalo», escuché que decÃa mi voz con autoridad. Me la entregó sin chistar. Estaba a punto de retirarme cuando ella entró a la habitación.
Era, evidentemente, una extranjera. El brazalete que adornaba su brazo habÃa sido obra mÃa. TenÃa una piel morena que presentà tan suave y maleable como vidrio fundido. Sus ojos se destacaban, grandes y negros, mansos y bellos. Sin embargo, su mirada parecÃa contradecir aquellos ojos, ser dueña de una lógica impar, tan extraña como una rebeldÃa serena, o un ansia guerrera aletargada.
—¿Sos de Bizancio? —pregunté.
—Más al este —respondió. Imaginé una tierra pródiga en plantas graciosas y de tallo flexible, con hojas plenas, cálidas, carnosas. Ante la mirada espantada del siervo, me volvà y, con movimientos deliberadamente lentos, le quité el brazalete. Su piel se estremeció ante el contacto y, aunque el gesto permaneció inmutable, el fondo de sus ojos reÃa. Guardé el brazalete en la caja. Yo no la tomé, ella me siguió al salir. El siervo, pasmado, no intervino.
Cuando estuvimos bajo mi techo inmediatamente exigió que le devolviera el brazalete. Su voz sonó firme, con un acento extraño que exacerbó el deseo que ya sentÃa por ella. Su aliento olÃa a hierbas, a flores silvestres. Yo reÃ, saqué la joya que todavÃa estaba entre los pliegues de mi túnica, levanté la tapa de sándalo y deslicé mi lanza dentro, para, por último, depositar la caja alto, fuera de su alcance. Por conseguirla luchó con la fiereza de una valquiria. Pensé en lastimarla pero no lo hice. Jugué con ella como quien quiere hacer guardián bravo de un cachorro, quitándole sus vestidos pero no la piel. HabÃa conocido mujer en mi vida como hombre, pero ninguna como Ingebolg, que asà la nombré en honor a una princesa de nuestras sagas. Contra el sol que se colaba por la abertura del ingreso, Ingebolg fue liebre ligera y lobo hambriento, una gigante de hielo cálido, pronta a quemar y derretirse. Una luz fresca como agujas de pino habitaba sus ojos y la rechoncha serpiente que rodea y asfixia al mundo desde el fondo del mar, sus uñas afiladas. Ingebolg, palabra nueva que me multiplicó la sangre, burbuja dorada que blandÃa el aire. Por Ingebolg fui copa frondosa en regiones cálidas y amables donde jamás estuve, fui satisfacción de raÃz que se abre paso entre las rocas y llega a beber de los nutrientes.
Esa oscuridad clara que anuncia al crepúsculo se habÃa instalado ya, cuando, apaciguado mi ardor, sentà que haber bebido de la copa de sus senos sin su consentimiento me ponÃa en deuda, entonces decidà contarle, explicarme. Hablé de la esencia encontrada junto al mar y cómo, siguiendo una antigua costumbre, habÃa logrado un talismán. Para que ella comprendiera cabalmente repetà palabras y gestos. «Ahora soy OdÃn», concluÃ.
Bajé la caja y la deposité en el suelo, entre nosotros. Ingebolg se acuclilló frente a ella. Para ponerla a prueba me levanté e hice unos pasos con la excusa de avivar el fuego que ardÃa en los leños. Permaneció quieta, no intentó abrirla, ni siquiera intentó cubrirse. Regresé a su lado y la vestÃ, con movimientos suaves y tiernos trencé sus cabellos. Ella no colaboró ni entorpeció mi trabajo. No daba muestras de miedo, ni de cansancio, ni de odio. Su indolencia me desesperaba. Por último, le restituà el brazalete y yo mismo lo ajusté a su brazo en un intento patético por acabar con esa actitud indiferente que sin embargo dio resultado: me habló. No en el tono de respetuosa súplica de la esclava, ni en el quejoso de una esposa. Mucho menos en el tono cariñoso del amor. De igual a igual, asà me habló.
—Tu joya es un tesoro y los tesoros, para seguridad de su dueño, deben enterrarse —dijo. No confiaba en ella, pero pensé que asà como me pertenecÃa su cuerpo también sus ideas debÃan pertenecerme. Tomé una herramienta y allà mismo cavé el pozo, en el centro de mi pequeña morada. Puse la caja con la joya dentro del hueco y la tapé con cuidado, apisonando bien la tierra. En ese momento un leño se partió con gran estruendo, provocando un golpe de luz. Noté que me miraba de un modo extraño, como adivinándome, como si intentara divisarme desde algún punto lejano. Entonces habló por última vez:
—A realidad nueva, palabras nuevas —comenzó diciendo. Me aterré, yo no habÃa cantado esos versos para ella. —Y la realidad de estas tierras —continuó— dice que OdÃn es un dios depuesto, un dios en el exilio. Correrás con su suerte.
No pude defenderme, jamás habÃa prestado atención a los representantes de la religión nueva impuesta a sangre y fuego por el rey, apenas sabÃa que respondÃan a una autoridad centralizada en la lejana Roma, desconocÃa sus palabras.
Sin esperar indicaciones hice lo que supe que debÃa hacer. Cavé un nuevo pozo, más profundo y más largo, al lado del anterior. Afuera era otra vez la noche cuando adentro las llamas del último leño se extinguieron. Sin embargo veÃa claramente la tierra recién apisonada, la tumba recién abierta, las pieles donde habÃamos yacido juntos mientras el sol latÃa y mis pobres cabras a las que liberé de sus correas. Todo lo veÃa con la luz que ella generaba. Pregunté si alguna vez los dioses antiguos regresarÃamos. Me dio la espalda y se alejó hacia la noche. Repetà la pregunta en su ausencia porque sabÃa que escuchaba.
—Cuánto tiempo he de esperar —exigà saber. Grité, con un aullido visceral e inclaudicable. Tanteando en la más absoluta oscuridad me acosté en el, por entonces, nuevo cuenco de tierra. Con el paso de los siglos mis huesos se unieron a esa tierra, a esta tierra, como cuentas a un collar. Los ojos huecos de mi calavera se abren paso a través del polvo y contemplan el cielo que tanto me desprecia. Si al menos pudiese esperar al modo de los abalorios que tanto he despreciado, sin ansias ni recuerdos, serÃa dichoso.
—Ingebolg, decime tu verdadero nombre, dame una señal que me indique cuál sos.
Cada noche despejada la invoco, inútilmente, con esta oración.
Ha publicado un libro de microrrelatos: «El manuscrito», 2001. Ha participado en distintas ediciones de La Feria del Libro de su ciudad. Tiene trabajos publicados en diversos blogs, como asà también en revistas digitales. Colaboró y colabora con diversos medios gráficos: Otra Mirada (revista que publica el Sindicato Argentino de Docentes Particulares, Córdoba, Argentina), Aquà vivimos (revista de actualidad, Córdoba, Argentina) , La revista (revista que publica la Sociedad Argentina de Escritores, secc. Córdoba, Argentina), La pecera (revista/libro literaria, Mar del Plata, Argentina), Signos Vitales (suplemento cultural, Mar del Plata, Argentina), La Voz del Interior (Periódico matutino, Córdoba, Argentina), Página 12 (Periódico argentino), Tiempo Argentino (periódico argentino), La Jornada (periódico mexicano).
Participa, prologa y presenta «Cuentos para Nietos» antologÃa de cuentos para niños, 2009. Ha ganado diversos premios literarios entre los cuales se nombran: Primer Premio concurso nacional Manuel de Falla categorÃa ensayo 2004, Alta Gracia, Argentina. Tercer Premio concurso iberoamericano de Cuento y PoesÃa Franja de Honor Sociedad Argentina de Escritores, 2000, Córdoba, Argentina. Finalista concurso internacional ESCUELA DE ESCRITORES en honor a Gabriel GarcÃa Márquez, Madrid, 2004. Distinción especial concurso nacional «Diario La Mañana de Córdoba», cuento breve, 2004, Córdoba, Argentina. Segunda mención Concurso minificciones.com.ar, enero 2011. Ganadora por jurado séptima, octava y décima quincena Concurso Minificciones en Cadena, 2011. Ganadora Segunda Edición Concurso Minificciones con Imágenes.
En Axxón ya hemos publicado su cuento FUEGO.
Este cuento se vincula temáticamente con EL RECADO CUMPLIDO, de Claudio Damián Villarreal LA GEMA AMARILLA, de Carl Stanley y 1807, de Alejandro Alonso.
Axxón 221 – agosto de 2011
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : FantasÃa : Magia : Amuleto : Argentina : Argentina).
En la persona de su director, señor Eduardo Carletti, agradezco al equipo de Axxón esta publicación, como asà también a Laura Paggi por la ilustración con la que completó mi trabajo.
Saludos cordiales
Patricia Nasello
muy amable Patricia,fue un placer!!
Fantástico Patricia, un texto con tu sello y de una calidad indiscutible. Enhorabuena por la publicación.
MuchÃsimas gracias, Maite!!!!
¡¡Bien Patricia!!, felicitaciones por el cuento y por la publicación.
Cariños, miriam
Muchas gracias y cariños para vos también, miriam
Enhorabuena Patricia por este fantástico cuento y la publicación
Besos desde el aire
Sencillamente FENOMENAL!!! Patri, sos una mujer talentosa y mágica! Y con este texto definitivamente me has cambiado el humor del mediodÃa. Leerte es como un bálsamo ante la rutina cotidiana! Gracias por este momento mágico! Besos a raudales, amiga querida!
Muchas gracias, Rosa!!!
Besos desde el otro lado del mar
Muchas gracias por tus generosos conceptos, Bee. Querida amiga
Felicidades Patricia por la publicación, es un cuento maravilloso lleno de hermosas imágenes.
Besitos
Absolutamente maravilloso. Mi enhorabuena. Muy visual y hermoso. Un besazo.
Felicidades Patricia,
me encanta ese toque mitológico de muchos de tus relatos y la prosa poética que utilizas cuando hablas de magia. Bravo, una vez más.
Muchos besos
Un relato con el dominio técnico y la riqueza simbólica que son habituales en Patricia. Me gusta particularmente la calidad sonora del lenguaje y la habilidad con que la autora entreteje los párrafos para ir desgranando un tema de alcance mÃtico. La firma Nasello nunca se entretiene en anécdotas ni argumentos superficiales.
Enhorabuena por la publicación, el ‘Talismán’ brilla como corresponde aquÃ.
MuchÃsimas gracias, Elysa!!!
Besos también para vos
Muchas gracias, Mar!!!
Retribuyo tu cariño
La mitologÃa es uno de mis amores imposibles: nunca la he estudiado como quisiera y debiese.
Un beso grandote, RocÃo
Susana, tu buen concepto me pone tan feliz y oronda que me sonroja. Muchas gracias por regalarme este análisis tan generoso.
Un beso enorme.
¡MagnÃfico, Patricia!
No cabe duda que lleva tu voz, la calidad narrativa que le das a tus obras, ese sello que te distingue.
Un abrazo,
Patricia, es un texto magnÃfico, me gustó que sea extenso, pues me permitió disfrutar a voluntad.
Besos.
HD
Pedro, sos vos quien me distingue adjudicándome ‘un estilo’.
Gracias, mil
Otro abrazo para vos.
Humberto, sé que abuso del tiempo de los amigos microrrelatistas presentando un cuento largo. Muchas gracias por tu lectura, tu tiempo, tus conceptos. Muchas gracias!!!
Retribuyo tu cariño.
hermoso cuento!!! perdón por la tardanza amiga, pero querÃa leerlo con tranquilidad.
saludos mujer!!!
Y uno lee y vuela…
Felicitaciones, Patricia. Un placer como siempre el leer tus textos.
Saludos grandotes.
Te lo mereces Patricia.. muchas felicidades…
Tus palabras son siempre inconfundibles…
Con sello de calidad sin duda!
Insisto, enhorabuena por la publicación.
Gracias por estar siempe…
Besitos mediterráneos.
Una amiga nunca llega tarde, querida Escarcha.
Muchas gracias por la lectura.
Un beso grandote
Yo volaba al escribirlo, Lunita!!!
Besos, muchos.
MuchÃsimas gracias, Gala!!!!
Sabés que Córdoba, en Argentina, también es una provincia mediterránea?
Entonces… correspondo a tus besos mediterráneos.