«Al otro lado de la llanura», Carlos Pérez Jara
Agregado en 30 octubre 2011 por dany in 223, Ficciones, tags: CuentoESPAÑA |
Hace tiempo vivÃa en Uhba mucha gente, hombres, y mujeres y niños. Creo que cuando cerraron la mina muchos se fueron y dejaron la ciudad casi desierta. Pero no todos nos marchamos. Por ejemplo, Nestor aún vive en su casa, igual que la vieja Kalena, y Barbad, y papá y mamá, y Loaa. Somos los únicos que quedamos, desde hace años. En realidad, yo recuerdo algo de Uhba antes de que se fueran los mineros.
Me acuerdo de un niño que siempre jugaba conmigo, sobre todo al escondite. Pienso a veces en él y en lo que le pasó al pobre. Creo que yo le gustaba un poco, por eso un dÃa me dijo en secreto que querÃa ver lo que habÃa más allá de la llanura, y que a su amiga invisible también le gustaba la idea. A veces Ãbamos a ver desde la gran colina los grandes cristales, a lo lejos. Ya eran bastante altos, y siempre habÃa un montón de aquellos bichos, a los que llamamos guos, saltando por los aires y pegándose sobre ellos como ventosas. No sé por qué, pero echo mucho de menos a mi amigo. Quizá sea porque soy la única niña que queda en la ciudad. Es posible.
Antes mamá siempre hablaba de irse de Uhba. Se quejaba de que aquà ya no habÃa nada que hacer, y que aún podÃamos viajar por el sur o el oeste, donde entonces no habÃa cristales. Luego culpaba a papá, y se ponÃa furiosa, y decÃa cosas sobre alguien a quien no nombra nunca. Asà era mamá antes, porque yo la recuerdo. Entonces papá y mamá discutÃan a voces, y luego me encerraban en la habitación. Me quedaba a solas durante horas. Una vez hablaron de alguien, al otro lado de la puerta. Mamá lloraba mucho, pero no pude saber nada más de aquello.
Cuando llega el abulikal, la luz de Krio se apaga tanto que parece que siempre es por la tarde. Entonces la vieja Kalena nos invita a su casa, una vez cada semana. En ningún sitio se ven mejor los cristales sin acercarse demasiado. Aunque hay poca luz en el cielo, brillan con luces raras, y desde la casa de Kalena se ven mejor las sombras de los guos. Antes, los mayores hablaban siempre de cosas aburridas, cosas de mayores. Hablaban del ciclo de los acgos, de las cosechas. Hoy ya sólo hablan en voz baja, en cÃrculo, con palabras que no entiendo. Creo que nadie se atreve a decir que, cuando los cristales cambiaron de color, los mineros cerraron la mina, porque se pusieron malos o algo asÃ, no lo sé bien, pero alguien me lo contó una vez, hace mucho. Tampoco nadie dice ya que muchos cristales crecieron, hasta hacerse torres, y que con ellos llegaron los guos.
Siempre me dejan aparte con Galaga, el hijo de Kalena, que es muy fuerte y alto pero parece un niño. Antes de que yo naciese, Galaga ya fabricaba cometas de colores. Algunos dicen que es un poco tonto, pero yo creo que eso es mentira, o no es verdad del todo. En cada reunión, Galaga se sienta en algún sitio conmigo y se entretiene con alguna revista vieja o la tela de una cometa rota. De todos nosotros, Loaa es la única que no va nunca a la casa de la vieja Kalena, quizá porque Loaa es diferente a todos, incluso más que Galaga. O porque está loca desde que yo era pequeña, o eso contaba Barbad cuando hablaba y dormÃa más. Pobre Loaa. Creo que Kalena va algunas veces a verla a su casa.
Poco a poco, las reuniones han dejado de ser como antes, o como cuando era pequeña. Antes todos comÃamos platos que Kalena nos preparaba en una mesa alta y redonda, en el salón. Hoy ya no ponen nada de comida, ni nadie lo pide. Casi echo de menos que hablen de cosas de mayores. Si dicen algo lo hacen en voz baja, como si se hubieran enseñado entre ellos eso. Ya no entiendo nada, sobre todo con esa canción tan rara que siempre repiten. Poco antes de que ya no hubiera salida por el oeste, hablaban de las epidemias y de cómo alguna gente se puso mala sin saberlo. Recuerdo que un dÃa Barbad mencionó a Loaa, no sé por qué, y que luego miró a papá y mamá al hablar de los guos, que ahora vuelan por las montañas de Xic, y hacen un ruido muy raro, como gritos en la noche. Y dijeron algo de un niño, pobre niño o algo asÃ. Mamá apartó la mirada, y fue la primera en irse de la casa, mucho antes que los demás. Papá se puso nervioso, dijo que mamá estaba cansada, y luego nos fuimos nosotros, yo con él. Esa noche me encerraron de nuevo, pero volvieron los gritos.
Supongo que todos tienen alguna razón para quedarse en Uhba. A la vieja Kalena le gustan sus reuniones, aunque ya no sean como antes. Nestor prefiere cuidar de sus gramines y hacer montañitas de piedras negras alrededor de su casa. A Loaa le encanta pasear por las colinas, o sentarse cerca de esa iglesia abandonada, siempre sola, hablando con ella misma. Y para Barbad no hay nada mejor que ser el jefe de algo, aunque ya no tenga nadie a quien dar órdenes.
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A veces paseo por las calles yo sola, y me paro en alguna placita llena de hierbas secas, o me siento en algún banco. Pienso en la gente que antes vivÃa por aquÃ, y me imagino a alguien que se asoma por una ventana, en una casa abandonada. Puede ser la cara de una niña, que me mira desde algún rincón, o de otro niño que quiere ser mi amigo. Pero lo que más me gusta es ir al viejo parque. Cuando estoy triste me siento en un columpio y me balanceo un poco, y miro la llanura. El viento suena raro desde la colina, y a veces llega una especie de murmullo muy bajo. A lo mejor son los guos. Pero no creo, porque los guos gritan un poco, y esto se parece a otra cosa.
Luego camino por alguna calle donde nunca me encuentro con nadie, menos a veces con Barbad o Nestor. La verdad es que no sé bien cuándo se quedó la ciudad casi vacÃa, porque me he acostumbrado a verla asà y me parece que nunca cambia. Antes, por la tarde, me gustaba también meterme en el coche viejo que hay al lado de la iglesia, sentarme dentro y a veces esconderme cuando veÃa a Kalena o a mamá a lo lejos. Pero ya no me gusta eso, la verdad. Me parece que voy a volverme mayor si sigo asÃ.
Tampoco me paro mucho en las tiendas de Uhba, porque me aburren, pero a veces lo hago. Miro los cristales medio rotos, con las paredes sucias y esas ropas dentro llenas de polvo, o esa comida seca y verdosa. Una vez papá me enseñó una moneda y me dijo para qué servÃa. A ningún mayor le interesa hoy comprar nada, porque no hay nada que comprar, y sólo usan las reservas del almacén, o de sus casas. Pero supongo que antes también los mayores hacÃan sus compras, y pagaban dinero por cosas que hoy no hacen falta o no quieren. Ayer me fijé en un reloj muy antiguo, parece que lleva años y años dentro de una tienda muy vieja, pero no puedo entrar porque la puerta está cerrada y es muy dura. Supongo que ese reloj es también como nosotros, se ha quedado en Uhba mientras las demás cosas se fueron.
Pero lo que me entretiene mucho es encontrar cosas de algún edificio grande y solo, como la casa de la cúpula, donde hay muchos chismes raros, y cortinas que la brisa mueve como si hubiera alguien detrás, y un espejo muy, muy grande que quizás no es un espejo, porque tiene botones y cosas asÃ. No sé por qué digo esto, a lo mejor es porque no tengo otra cosa que hacer, o pienso que a veces puedo acordarme de algo. Por ejemplo, de lo que era Uhba cuando habÃa gente. El otro dÃa me acordé de una especie de fiesta, y de un hombre enorme que me cogÃa en brazos y me giraba y me daba vueltas. ¿Estaba mi amigo, el niño valiente? Creo que sÃ, no estoy segura.
Voy a guardar mi libreta donde no la vean, seguro que a papá no le gusta que escriba, o quiere leerlo. ¿Y si se pone triste? La verdad es que no creo que se vaya al parque y se siente en un columpio a balancearse conmigo. Yo no tengo ninguna amiga invisible. Por eso escribo estas palabras, creo. Pero me gusta escribir esto cuando me siento muy sola, o cuando no hay nadie en casa. Pondré la libreta en un escondite nuevo cada dÃa, para que mamá no vaya a encontrarla.
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Loaa vive en una casita en un barrio rodeado de esas plantas rojas que tiran semillas al cielo durante el Voov. Le gusta salir muy poco, y siempre la vemos sola. Mamá nunca me dejó que hablara con ella, decÃa que tenÃa una enfermedad contagiosa, pero creo que ella tampoco quiere hablar con nadie. Desde hace una semana ha puesto un montón de piedras negras delante de su casa y a veces se pone como a cantar de rodillas, igual que Nestor, pero Nestor casi se tumba porque no puede con su pierna mala.
Dicen que Loaa era la maestra de Uhba de los niños pequeños, y también era distinta antes de que Uhba quedara casi vacÃo. La vieja Kalena me habló una vez de ella cuando papá y mamá no estaban, hace años. Me dijo que era feliz, que escribÃa poesÃas. Daba clases a esos niños, los hijos de los mineros. Y creo que estaba prometida con un hombre de la ciudad, pero no sé cómo se llama ni lo que le pasó. Cuando cerraron la mina, Loaa no se fue. Pero empezó a hablar muy poco, y siempre estaba sola, como ahora. No sé qué puede obligarla a estar aquÃ, pero la verdad es que al final no se fue de Uhba, y se quedó con la vieja Kalena y los demás. Con todos nosotros. Ayer le pregunté a Barbad si Loaa habÃa sido mamá alguna vez. Se lo pregunté cuando estaba solo, rodeado de sus piedras. Me miró de una forma rara, creo que ya no le gusta que le moleste como antes. Me dio un poco de miedo, asà que no volvà a decirle nada y me fui. A lo mejor el niño del que habló Barbad en la reunión era su hijo. Estoy casi segura.
En realidad, todo lo que sé de este mundo es gracias a papá y Barbad, gracias a lo que antes me contaban, porque ya nadie me cuenta nada. Antes, hace mucho, habÃa naves muy grandes que bajaron del cielo, y de las cuales salieron hombres y mujeres, y se alejaron, unos por un lugar y otros por otro. Unos eran carpinteros, otros mineros, otras profesoras y otros jefes de radio, como Barbad. El problema fueron los cristales, siempre los cristales. Creo que al principio no eran muchos, al menos cuando llegaron los primeros hombres y mujeres y niños. O eso, o eran de otro color y no habÃa tantos guos. Luego las ciudades que habÃan construido se fueron quedando vacÃas, aisladas. O casi, como Uhba. Por eso ya nadie se acerca mucho a la llanura. Por eso, y por los guos.
Creo que antes las niñas como yo estudiaban en escuelas, como la de Loaa cuando era normal y feliz, pero yo no lo recuerdo, o nunca lo he visto. Siempre tuve a Ox, el ordenador que me enseñaba sobre nuestra Lengua, Ciencia Exacta y otras cosas, hasta que papá me dijo que dejara de aprender eso y me pusiese a buscar esas piedras negras que hay alrededor de Uhba. Me aburro tanto, le he dicho alguna vez a mamá. Por eso ayer le hablé de ese niño que jugaba conmigo cuando éramos muy pequeños. Le he contado que lo recordaba muy bien, y si sabÃa qué le habÃa pasado a su familia. Mamá se puso muy seria, como si las lágrimas la hubieran puesto asÃ. Me acuerdo de ese niño, mamá, le dije, y ella me puso la mano sobre la cabeza y me acarició el pelo. Dónde están sus padres, mamá, le pregunté, y ella hizo una cosa rara con la boca pero no lloró. Miró a papá, que estaba sentado arreglando una pieza de su máquina de informes. Sin llorar dijo pregúntaselo a papá, dile quiénes eran los padres de ese niño, anda. Luego papá tiró la pieza al suelo, y se levantó, y empezó a decirle cosas muy feas a mamá, y me mandaron a mi habitación. Como siempre.
Cuando papá y mamá se enfadan, hablan de una persona desconocida que para ellos parece importante. Siempre hablan de ella, tarde o temprano. O la saca mamá entre lágrimas o la menciona papá furioso. Ya cada vez lo hacen menos, pero a veces lo hacen. Quizá por eso no pueden irse de Uhba, porque esperan a alguien que nunca llega. Menos mal que papá no deja de enviar informes a un sitio que no conozco, y donde a lo mejor hay otras niñas como yo, que juegan al escondite o leen libros con dibujos.
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Hoy he vuelto a soñar con lo mismo, pero sé que en verdad no es un sueño, que fue lo que le pasó a mi amigo. Galaga lo trajo un dÃa en brazos, cubierto de eso que huele tan mal, esa baba de guo. Unos gritaban y otros corrÃan o lloraban, y todo el mundo hacÃa algo en la plaza de Uhba. Seguro que muchos mayores no habrÃan querido que me acercase tanto, pero yo les seguà hasta el almacén, y luego cerraron la puerta. Atravesó la llanura por mÃ, lo sé porque me lo habÃa dicho, no me lo invento. Me dijo que un dÃa verÃa lo que habÃa más allá de las torres de cristal, porque era muy valiente y porque asà podrÃa decirme lo que hay al otro lado. Pero volvió cubierto de baba, y como dormido. Luego no volvà a verlo más, y ya no recuerdo otra cosa. ¿Papá lloraba? No estoy segura. A lo mejor mi amigo era también el hijo de Loaa, pero no tengo ni idea de eso, y nadie quiere decÃrmelo. Supongo que era otro niño, pero no sé nada.
Creo que como aún soy una niña apenas me hablan, pero yo los observo, a todos, incluso a papá y mamá. Siempre, desde que soy un poco mayor, me he preguntado por qué la vieja Kalena esconde las fotos que antes ponÃa en su casa, a la vista de todos. Yo las recuerdo, más o menos, recuerdo que habÃa fotos, porque mi amigo me decÃa algo gracioso de ellas, ¿o me lo he inventado? No lo sé, porque nadie me hace caso, nadie las recuerda, y mamá piensa que siempre me estoy inventando cosas. No, yo sé que habÃa fotos, y que quizá las tenÃamos nosotros también, en nuestra casa, pero supongo que cuando Uhba se quedó asà de vacÃo, todos los mayores decidieron quitarlas de en medio.
A lo mejor nos hemos acostumbrado y ya no hacen falta, como en otra época. Por eso he ido a ver a Nestor esta tarde. Le dije si recordaba las fotos, pero me ha dicho que me fuera de allÃ, que no lo molestara. Es como Barbad, no le gusta que le interrumpa cuando está rodeado de sus piedras. Creo que no me agradece que yo le ayude a buscarlas por la colina, el muy tonto. Ha dicho cosas feas, y cosas que parecen en otra lengua, le salÃa una espumilla rara de la boca, como pus blanco. Creo que no voy a volver a preguntarle nada tampoco a él, al menos de momento. Todos los mayores se enfadan cuando les hablas de cosas que ya pasaron.
Tampoco nadie me dice por qué apenas comemos, ni por qué dormimos poco, sobre todo durante la noche. Mamá y papá han empezado a enseñarme cómo se canta esa canción que todos repiten siempre en voz baja, en casa de Kalena o en la calle, cerca de sus casas, pero apenas la entiendo, la verdad. Dicen que son los guos los que nos enseñan desde lejos con sus gritos, que son como una lengua rara y que sólo los mayores entienden.
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Por la noche es más difÃcil dormir y sólo se ven brillos de colores por todas las montañas. Debajo de mi cama, con la luz del zerul, me pongo a escribir escondida. A veces escucho voces a lo lejos, o son como ruidos raros. Pero nadie se asusta nunca, ni nadie dice nada. En realidad, para los mayores nada ha cambiado apenas. O se han vuelto más mayores, y ya no les asusta nada de nada, ni siquiera las luces de los cristales, o esos ruidos de los guos. Ayer me acordé del puente, y me di cuenta de que también eso era normal para ellos, asà que también lo era para mÃ, o al menos eso creo.
Por el oeste antes habÃa un puente, pero ya nadie habla de eso. Era un puente como otro cualquiera, pero nuestro puente era el único que quedaba al otro lado. Creo que eso fue antes de que el riachuelo se secara, casi seguro. Cuando era pequeña papá me llevaba a ver las aguas, que eran siempre muy limpias, pero cuando los cristales se acercaron cambiaron de color. Al principio eran azules, como de pintura. Luego se volvieron naranja, y violeta, y luego el riachuelo se secó. A los mayores se les ocurrió entonces destruir el puente. DecÃan que ya no servÃa para nada, asà que lo derribaron, entre varias personas que no recuerdo, todos mayores. Pero al caerlo dejaron el hueco del rÃo, que luego se llenó de cristales pequeñitos, que también empezaron a cambiar de color, y luego a crecer y crecer, hasta formar una barrera. Creo que sé por qué lo cayeron. Los mayores mienten mucho, más que nosotros, o más que Galaga o yo. Dicen que unas cosas son de una manera cuando son de otra, y creen que los niños somos tontos, o algo asÃ.
Ayer estuve por ese lugar, mientras mamá estaba tumbada entre la hierba seca, cerca de la casa. Caminé bastante, más que lo que papá y mamá me dejaron nunca. La verdad es que me puse nerviosa, sobre todo cuando me di la vuelta y vi el pueblo a lo lejos. Nunca me habÃa alejado tanto, al menos desde que se acercaron los cristales. Ya no hay hierbas, ni flores, ni plantas, y cada vez que pisas la tierra sale una especie de humo azul que desaparece enseguida y que huele raro. Me llevó un rato llegar al riachuelo, o donde antes estaba el riachuelo. Tuve que desviarme un poco, porque por el camino antiguo la tierra se vuelve cada vez más caliente, y tuve miedo.
Luego me di cuenta de lo que habÃa hecho. Me habÃa alejado demasiado de casa, y casi tuve buenos recuerdos de Barbad, la vieja Kalena y los demás. Al menos ellos hablan, aunque hablen poco. Pero allà no hay vida, no como aquÃ. Desde una roca pude ver el resto de la llanura, con sus luces y brillos tan bonitos. Los cristales son ahora muy, muy grandes, más grandes que ninguna otra cosa. Pero lo que me dio más miedo fue ver que lo que quedaba del puente está dentro de esas rocas transparentes. El puente era alto, lo sé porque he podido ver lo que quedaba. Hace una primavera o dos, podrÃamos haberlo cruzado. Aunque papá, mamá y los otros digan lo contrario, sé que podÃamos haberlo atravesado con nuestras maletas. Aún habÃa tiempo. Estoy segura de que habrÃamos visto por debajo los cristales, mientras nos Ãbamos.
Los mayores dicen a veces muchas cosas, pero casi ninguna es verdadera. Ya creo que sé por qué lo cayeron, y por qué ya nadie se acerca hasta allÃ. Según ellos, no ha pasado nada. Nada de nada, nunca. No importa que el puente ya no exista. Creo que dirán que, como ya no habÃa agua, no servÃa para nada, pero estoy segura de que no es por eso.
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Si antes habÃa naves, ¿dónde están? ¿Qué ha sido de ellas? Ya no puedo preguntarlo a nadie, porque todos se enfadan. A veces me siento muy sola, como Loaa, pero Loaa es un poco distinta, es mayor y a lo mejor no se da cuenta. Si está loca, no creo que eso sea contagioso. Me siento tan sola que me gustarÃa tener un amigo invisible. El otro dÃa me acordé de eso. El niño que recuerdo decÃa que sus dos mejores amigas éramos yo y una amiga invisible que casi siempre le hablaba por las noches.
Al menos aún tengo mis ositos y esa muñeca que me regalaron cuando Uhba era otra cosa. Creo que fue por la fiesta de mi nacimiento, pero ya no me acuerdo bien. Yo la llamaba Grita, porque tiene la boca abierta y parece que está gritando. Ya no hablo con Grita ni con los ositos. Creo que me estoy haciendo mayor, aunque los mayores no lo sepan. Pero aún soy pequeña, lo sé. Soy una niña, y por eso me dejan sola, como a Galaga, aunque Galaga no sea un niño.
Hoy escribo detrás de casa, y está amaneciendo, por eso me he acordado de las naves, porque he mirado al cielo. Si habÃa naves, ¿dónde están? A lo mejor las abandonaron en la llanura, o las estropearon queriendo, como derribaron el puente y otras cosas, o cerraron la mina. La verdad es que he pensado lo que podrÃa hacer en una de esas naves. En casa hay pocos libros, pero yo tengo uno que encontré en el sótano. Es un libro antiguo y muy aburrido, y lo más bonito son los dibujos. Salen naves que vuelan por el cielo como los guos saltan de una torre de cristal a otra, y parecen mucho más rápidas que cualquier otra cosa que tenga alas.
Ahora ya no sé si de verdad he visto esas naves o me las he imaginado. A lo mejor nunca llegó ninguna a Uhba, o las naves son cosas que no existen, como los monstruos de los cuentos que contaba mamá cuando yo era muy pequeña. Sin puentes, ni caminos, ni naves, no hay lugar al que ir, menos a Uhba. Siempre a Uhba. Ayer fui a casa de Nestor, pero no estaba allÃ. Di algunas vueltas por su jardÃn sin hierba ni flores, y me senté en un banco donde antes se sentaba con su mujer. No sé cómo, pero me he acordado de ella. Sé que Nestor tenÃa una mujer, porque recuerdo a una señora joven y guapa en casa de la vieja Kalena. Estaba con Nestor, y ambos reÃan, y seguro que eran muy felices. Es como el niño perdido de Loaa, sé que hubo uno, igual que una señora de Nestor, pero no sé cuándo ni cómo.
SÃ, yo sé que antes Nestor era un hombre alegre y que estaba casado, pero ella desapareció, o se fue, o eso creo. Estaba sentada en ese banco, haciendo dibujos en la tierra con una rama seca, y me acordé de eso. De pronto apareció el arwa de Nestor, arrastrando las patas de atrás, como siempre. Quiso acercarse un poco, pero yo movà la rama para que se fuera y se fue. A lo mejor no siempre ha sido asÃ, como Nestor cuando vivÃa con su mujer. Pero anoche, al asomarme a la ventana de mi cuarto, vi la sombra del arwa, arrastrándose lejos de la casa de su amo, fuera de Uhba. Creo que por la mañana regresa tal y como se fue, pero no sé qué puede hacer fuera, si fuera no hay nada.
*
Sé que van a castigarme, lo sé. Me dejarán sola en el almacén, donde seguro que ya hay algunos guos, los primeros. Supongo que todo ha comenzado con el estudio de papá. Creo que sÃ, supongo. Siempre he querido verlo por dentro, al menos desde que recuerdo las cosas. Nadie puede entrar en su estudio, ni siquiera mamá, nunca. Hoy no habÃa nadie en casa, como si yo ya no existiera. La máquina de informes estaba sobre una mesa con muchos objetos. Por la ventana se ve un pico que parece la cresta de un fagula, y más allá hay muchos cristales, más pequeños que los viejos, también de otro color, casi todos amarillos o grises. Papá estaba fuera con Barbad, como otras veces. Creo que estaban cantando algo en susurros, delante de una montaña muy grande que han formado con Nestor. Mamá habÃa salido, pero no sé a dónde.
Nunca he visto la máquina de papá tan cerca. Luego me he dado cuenta de que hay cables rotos colgando. Por dentro se escuchaba un murmullo y al acercarme a un agujero vi una sombra que luego desapareció enseguida. Al ver la máquina hueca y rota me he asustado mucho. Hace tiempo que no me asustaba tanto. Está llena de polvo, con bichos viviendo en su interior como si fuera una casita, y no creo que haya funcionado en muchos, muchos años. ¿Por qué papá dice estar mandando todavÃa informes? No lo entiendo. También miente a mamá, o a lo mejor mamá lo sabe pero disimula.
No podÃa irme. Es como si algo me obligara a quedarme. Asà descubrà ese aparatito que papá guarda en una estanterÃa y que al darle a un botón, habla. Yo no sabÃa que hablaba pero, al rozar una tecla, he escuchado la voz. Era una voz de un hombre, o al menos eso parece. También se escuchan cosas, y voces. Dice algo que no entiendo, en otro idioma, y lo repite una y otra vez, como la canción en casa de la vieja Kalena. Me asusté mucho, tanto que dejé el aparato en la estanterÃa pero caà al suelo una cajita negra. La tapa se abrió y se desparramaron muchos papelillos. Entre unas tarjetas, vi la foto. Es una foto pequeña, pero se ve bien. SÃ, se ve muy bien todavÃa.
Van a castigarme, estoy segura. Esta vez me dejarán sola en el almacén, donde se escuchan esas voces tan raras, y desde donde se huele mejor la peste a guo, cada vez más cerca. Pero ya no tengo tanto miedo a eso, sino a otra cosa. SÃ, tengo miedo, mucho miedo, y me siento sola. Después de descubrir la foto, he caminado hasta la colina de Morome, cerca de la casa grande de la cúpula. Desde allà los cristales se ven mejor, y sólo se ven mejor todavÃa si te vas hacia el puente, o a lo que queda. Ya rodean todo el valle, por todas partes. Hay miles, millones de guos, que saltan de un lado para otro, como los pájaros. Pero no son pájaros. No, no lo son, pobre niño. Casi veo ahora sus piernas colgando y cubiertas de baba azul.
Hace un rato Krio estaba medio oculto por las nubes, como si fuera abulikal, o casi. Detrás de mÃ, algo se acercó muy despacio. Me di la vuelta y era Galaga, arrastrando sus botas sucias. Ahora tiene una voz lenta y habla como en otro idioma, pero ya no parece tonto, ni un niño grande, como creen los mayores. Dice que ha atravesado la llanura, la noche anterior, mientras su madre hablaba con los guos. Le sale algo gris de la boca, y sus ojos parecen de otro color. Me ha dicho que le acompañara al otro lado. Por eso he huido de Galaga como si ya no fuera Galaga. O eso, o he recordado más cosas de antes, como cuando la vieja Kalena ponÃa sus fotos por toda su casa. Luego he encontrado un refugio cerca del pico de Malacu, al menos aquà nadie me molesta con sus problemas.
Ya casi no hay luz para escribir, y he vuelto a sacar la foto. La tengo en el bolsillo de mi falda, y espero que nadie la encuentre. No es muy grande pero se ve bastante bien. SÃ, estoy segura. Yo no soy como ellos, no puedo serlo, porque soy una niña, no soy mayor. Ahora, al ver otra vez la cara de mi amigo en la foto de papá, he recordado que antes no escondÃamos tampoco los espejos, ni tenÃamos estas cosas rojas en la cara, ni mirábamos siempre a la llanura de cristales.
Carlos Pérez Jara nació en 1977 en la ciudad de Sevilla (España). Ha estudiado la licenciatura de EconomÃa en la Universidad pública sevillana y actualmente trabaja en el sector financiero.
Ha publicado los siguientes trabajos: «El ciclo» (cuento seleccionado para «Calabazas en el trastero: bosques«, editorial sacodehuesos); «La ofrenda» (revista Bem On Line); «Al otro lado de la llanura» (revista Ngc3660).
En Axxón hemos publicado sus cuentos TEMPUS FUGIT y LEGADO.
Este cuento se vincula temáticamente con EL PEZ POR LA BOCA, de Daniel Flores; NOTAS AL PIE, de C. C. Finlay y ADELA Y MARCOS (AMOR Y MUERTE), de Carlos Daminsky.
Axxón 223 – octubre de 2011
Cuento de autor europeo (Cuentos : Fantástico : Ciencia Ficción : DistopÃa : Peste : España : Español).