«Una batalla personal», Mariláu Sánchez
Agregado en 27 febrero 2012 por dany in 227, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
Las tres de la mañana. Retiro y la ciudad entera dormían bajo una densa niebla invernal. Una vez que llegaron a la plaza San Martín, los hombres de la Municipalidad descargaron de los camiones bolsos con poleas, picos y palas. Nadie a la vista, apenas algún que otro ciruja machacando pulgas a puñetazos.
Por el flamante decreto presidencial de suma necesidad y urgencia, quitarían todas las estatuas de los falsos ídolos y las reemplazarían por los verdaderos héroes de la nación.
Bruno se ajustó el overol y rodeó el monumento al General. Lo impresionó la imagen del prócer: soberbio sobre su caballo, señalaba el camino a sus soldados con el brazo derecho en alto. Enteramente en bronce, escrutaba el horizonte desde una base de cinco metros de granito rojo, erigida sobre escalones.
—¿Las vamos a sacar a todas? —preguntó Bruno apreciando a los costados del basamento distintos grupos de figuras. Las reconoció a simple vista, para algo le había servido su casi licenciatura en Historia: La Partida, La Batalla, La Victoria y El Regreso.
—No, sólo el caballo con el tipo —dijo el Jefe.
Mientras los hombres disponían las herramientas, Bruno recordó el Cruce de los Andes. Por un instante se le ocurrió que el frío que le arañaba la médula era el mismo de aquellas nieves eternas que el General había doblegado.
En el frente del fuste y debajo de la figura ecuestre, el dios Marte se veía feroz.
El ruido de los pasos de la cuadrilla «Luciana Salazar» produjo un extraño eco en la madrugada desierta. Buenos Aires esperaba tranquilamente a que el ganado despertara, desayunara, empezara la jornada de esclavitud. Bruno lo sabía: la Ciudad tramaba algo. Horas después la invadirían. Las bestias pisotearían sus plazas, atestarían sus calles de gritos y de basura. Se le revolvieron las tripas y lo asaltó una repentina acidez, acaso por un indefinible presentimiento.
Odiaba salir a patrullar con todos esos brutos. ¡Cómo lamentaba haber abandonado la carrera! Pero la plata no le había alcanzado para estudiar, y un buen día terminó trabajando en esa pocilga de mafiosos.
—Hace un frío de muerte —dijo uno.
—¿Alguien tiene un cigarrillo? —preguntó él—. Me estoy helando.
La niebla apenas le dejaba vislumbrar las caras de los hombres. Pitando, se dijo a sí mismo que nunca podría tocar esa estatua. ¿Quitar de su sitial a un prócer venerado por tantas generaciones de sensatos? ¡Qué locura! Era como si en verdad lo arrancaran del espíritu de la Ciudad —así, con mayúsculas, como a él le gustaba llamarla.
Los demás reían, intercambiaban chistes, hablaban al mismo tiempo de una retrola que se había lanzado para diputada tras haber ganado «El baile del caño» en un programa de la tele.
Pero Bruno no podía quitarle los ojos de encima al General.
—La verdad —dijo— nunca me imaginé que podíamos llegar a esta aberración. ¿Remover un monumento que simboliza la causa libertadora del más puro de todos los héroes?
—No sabía que Bruno era un romántico —dijo alguien con malicia.
—Es que el General es mi héroe favorito. Y así no se debe tratar a los héroes de la patria. Me parece una falta de respeto, por decirlo suave.
—Basta de estupideces —interrumpió el Jefe—. Saquemos esto de acá de una buena vez y vayamos a desayunar.
Se pusieron en movimiento, con un leve ruido de metales. «¿Habrán sonado así las espuelas, las bridas y los aparejos en el cruce de Los Andes?», se preguntó Bruno.
—Hoy ya no necesitamos héroes de piedra y bronce, ¿entendés, pibe?
Era la voz del Jefe, sorbiendo mocos.
—Viejos ídolos —seguía diciendo—, cascajos. A ochenta años de democracia, hoy tenemos ídolos de carne y hueso, que nada tienen que ver con la Patria y todas esas pavadas que te enseñaban en el colegio. ¿Me explico?
—Cuando todavía había colegios —dijo Bruno—. Y una vez que la saquen… ¿qué van a poner en su lugar?
—Y a mí qué me importa. ¿A quién puede importarle?
Durante dos horas la estatua fue apaleada, palanqueada, empujada con la fuerza de todos los hombres. Hasta con un hacha intentaron cortarla por la base.
Y no consiguieron nada. No se movió ni un centímetro siquiera, soldada quizás a un invisible pasado de Buenos Aires que se resistía a morir.
Cuando no lo veían, Bruno le hizo una reverencia al General y acarició el caballo. La pobre estatua terminó con un cortafierro insertado en la base, que le había prestado al Jefe uno de los muchachos.
Después de haber usado en la tarea todas las herramientas que habían llevado —grúa incluida—, llegaron a la conclusión de que la estatua era inamovible. Desconcertados, todos fruncían el ceño. A pesar del frío, apestaban de sudor. Se habían quitado las camperas y se habían dejado caer en los escalones del monumento, exhaustos.
La niebla ya dejaba entrever las caras, los árboles de la plaza, los detalles de las cosas. Y entonces Bruno notó algo.
—Es extraño —dijo—, pero creo haber visto… No, mejor no me presten atención.
—Vos siempre en la luna, pendejo —le dijo uno de los veteranos, y completó entre el índice y el pulgar la bola de moco que venía forjando.
Se oyeron risas, murmullos. Nadie le siguió el tren al viejo, demasiado cansados como para opinar sobre el «pendejo».
Pero Bruno se quedó mirando fijamente la estatua. Él sabía que tenía razón, que algo había cambiado.
«Tal vez fue la niebla», pensó. «Pero juro que ahora hay un brillo profundo en los ojos del General. Es como si… como si hubiese despertado».
Era cierto, él bien lo sabía: cuando llegaron, los ojos de la estatua estaban cubiertos de tierra, como cerrados.
—¡Estatua del orto! —el Jefe se había alejado un poco para hablar por radio a sus superiores, informarlos de la fallida misión—. ¡La que me espera en la oficina! ¡Esto es ridículo! —alzó los brazos llamando al grupo y pronunció las palabras que todos querían escuchar—: Vamos, muchachos, se terminó por hoy.
Y fue a sacar el cortafierro que aún tenía clavado el General.
Y entonces sucedió: lanzó un grito de horror tan fuerte que tembló la ciudad entera.
—¡Ayyyyyyyyyy! ¡Malditaaaaa! —dijo, y se desplomó en los escalones rojos del monumento.
Bruno vio sangre por todos lados. Sosteniéndose un brazo y a punto de desvanecerse, el Jefe lo miraba con ojos aterrorizados, brillantes de lágrimas. Entonces él comprobó que a aquella bestia le faltaba la mano derecha: rojos jirones de carne se sacudían en el viento de la madrugada.
—¡Fue el caballo! —gimió el Jefe—.¡El caballo de ese maldito me aplastó la mano! —y se desmayó.
—Pobre Jefe —dijo uno—. Ya delira y todo.
Minutos después se llevaban en la ambulancia al herido, y Bruno advirtió que del casco del caballo se deslizaba un coágulo granate.
Al día siguiente fue enviada otra cuadrilla a realizar la misma tarea que había fracasado, según el Municipio, a causa de vagas supersticiones. Los acompañó Bruno y un historiador, especialista en monumentos, quien comprobaría que las estatuas no se pueden mover ni han sido nunca acreedoras de poderes infernales, según había vociferado el Jefe al despertar.
Pero no hubo necesidad de mover un solo dedo, porque lo que vieron cuando llegaron fue insólito: el caballo del General San Martín tenía las cuatro patas apoyadas en el granito. En la mano izquierda, El General sostenía el sable corvo. Y con la derecha señalaba en dirección a la Casa Rosada.
El historiador fue el primero que salió corriendo al percatarse de que el dios Marte yacía sentado en los escalones y de que La Victoria tenía las alas plegadas.
Algo semejante ocurrió cuando quisieron quitar la estatua del Brigadier General Juan Manuel de Rosas de la Avenida del Libertador y Sarmiento. A fuerza de varios intentos, uno de los hombres fue aplastado por la ancha grupa del caballo. Y el Restaurador sonreía.
—Las estatuas se están rebelando —escupía una rubia desde la pantalla del televisor—. A esa conclusión llegaron altos dignatarios del Ministerio de Información Educacionativa.
«Ja», se dijo Bruno. «Ahora que me llamen pendejo».
—Hay alerta roja —seguía diciendo la del noticiero—. Se reciben a diario decenas de denuncias al respecto en varios puntos de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Tenemos a varios compañeros entrevistando gente por las calles de Buenos Aires, a ver si podemos aclarar esta situación. Adelante el primer móvil desde Almagro, por favor…
En el televisor irrumpió un muchacho encajándole el micrófono en la boca a una chica con pinta de estudiante de Filosofía y Letras.
—Ayer —decía la entrevistada, sin dejar de llorar—,a las dos y cuarto… Eran las dos y cuarto de la mañana, ¿sabe? Bueno, estaba yo esperando un taxi en la esquina de las avenidas Gaona y Díaz Vélez. Estaba llorando porque acababa de romper con mi novio. Entonces me apoyé en el monumento del Cid Campeador, un poco por la tristeza, otro poco para cubrirme del viento helado. Entonces fue cuando sentí una voz que recitaba, en un idioma un tanto extraño pero no totalmente desconocido, lo que supuse eran versos de algún antiguo poema. Observé a mis alrededores pero estaba completamente sola en la calle. Era una voz metálica, grave, ceremoniosa. ¡Qué susto cuando me di cuenta de que quien recitaba era la estatua! ¡Rodrigo Díaz de Vivar hablando desde las profundidades de mármol y de bronce! ¡Hablándome a mí!
La imagen volvió al estudio de televisión:
—Bueno, ustedes mismos juzgarán la gravedad de estos hechos. Las estatuas de Buenos Aires se resisten a ser reemplazadas por modelos publicitarias, futbolistas y políticos. Se están formulando varias hipótesis, pero no tenemos autorización para hablar sobre ello. En la Cadena Nacional de la noche, el presidente de todos los argentinos nos dirá qué está pasando. Mientras, se ruega a la población que no salga de sus casas.
Bruno cambió el canal. En otro noticiero se reportaban agresiones y muertes terribles. Tres drogadictos, recién salidos en libertad condicional, habían muerto en la plaza Alsina, en Morón, la pasada madrugada, por alguien revestido de metal, según contaron a la policía dos tipejos con lanas hippies. Una gran figura los había estrangulado uno por uno. Y después había vuelto a su pedestal.
Bruno cambió de nuevo. Ahora entrevistaban a un psicólogo. El Dr. Lorenz afirmaba que el problema de las estatuas tenía un sustrato psicológico arraigado profundamente en el inconsciente. Este sustrato alteraba la carga de la prueba, y se prefería culpar a objetos inanimados que «hacerse cargo» y enfrentar a las personas que dañaban el consciente. O sea: nada de ese asunto era real, sino pura fantasía, histeria colectiva.
Pero Bruno sabía muy bien lo que había visto: los ojos ardientes del General, los cascos cubiertos de sangre, el sable corvo empuñado con firmeza, el brazo señalando un horizonte distinto.
Más tarde hablaba en cadena el presidente de la nación, a la sazón máximo representante de la AGLA (Alianza Gay de Latinoamérica).
—Queridos y queridas, ante todo les pido que mantengan la calma. Aún no hay explicaciones concretas para lo que está ocurriendo, pero mi gabinete supone que se trata de algún ataque extraterrestre. Si tuviésemos ffaa, las enviaríamos a los puntos más críticos, pero como las hemos erradicado para siempre, como se debe arrancar la cizaña, claro está, todos los ciudadanos y ciudadanas deben permanecer en sus casas y no concurrir a ninguna plaza ni parque cuando cae el sol. Se estima que estos anacronismos sólo atacan de noche, así que pueden ir a trabajar y concurrir a la cancha. Repito, no se suspende el Torneo Clausura. Por medio del decreto nº 9957948579457 de necesidad y urgencia, se destruirán inmediatamente todos los monumentos de los mal llamados próceres que hubiera en la provincia de Buenos Aires. Les deseo mucha suerte y unas buenas noches, argentinos y argentinas.
Esa misma noche, el último grupo que quedaba en pie de la Juventud Nacional, repudió el decreto a través de pintadas por toda la ciudad y se organizaron para montar guardia en los distintos monumentos.
Lo que siguió puede encontrarse en cualquier libro de Historia del siglo XXI:
En los días posteriores a esa noche, todos los intentos de quitar y destruir las estatuas fracasaron.
Después de reportarse serios incidentes entre el grupo de los nacionales (apoyado claramente por los próceres) y los cuadrilleros de la Municipalidad, ya nadie quiso hacer el trabajo.
Al ver que resultaba imposible controlar la insurgencia de las estatuas y de su grupo de apoyo, se pidió ayuda militar a Bolivia: cientos de soldados arribaron a la capital. Pero los lanzagranadas, las ametralladoras, los tanques fueron inútiles contra las estatuas. El grupo nacional se mantuvo oculto, operando desde un búnker.
No se reportaron casos en otras provincias, aunque la gente ya no iba a los parques, y los chicos jugaban sólo en los clubes o en los patios de las casas. La provincia de Buenos Aires agonizaba, derrumbada y desierta. Sólo permanecieron firmes las estatuas, que exhibían superficiales heridas de guerra.
Asimismo, los diarios dieron cuenta de la situación:
Han pasado dos meses desde que el Jefe de la cuadrilla «Luciana Salazar» perdió la mano en la Plaza San Martín, bajo la acción justiciera del General.
Son las tres de la mañana. Desde su pieza, Bruno relee por tercera vez la Batalla de San Lorenzo: la impecable estrategia del Coronel de Caballería; los granaderos arremetiendo con sus sables contra el enemigo; el caballo de San Martín herido por una bala; el sargento Cabral, que salva honrosamente la vida del Libertador; las tropas realistas, que se arrojan al río Paraná huyendo de Díaz Vélez y Cabral.
Y entonces oye un redoble de tambores, un clamor… y se asoma al balcón y…
¡¡¡Decenas de estatuas caminan con pasos pesados y lentos por la calle Piedras!!!
Bruno baja las escaleras corriendo. Ya en la vereda, puede verlo con sus propios ojos: las estatuas marchan con un chirriar de bronces, la calle se hunde al paso de los próceres, se raja el pavimento. Distingue las estatuas del General iluminadas por la luna, todos los Sanmartines de Buenos Aires marchando a caballo.
Bruno los sigue. ¡Hermoso! ¡Qué hermoso todo un ejército de bronce luchando por la patria perdida!
Y las estatuas sólo caminan, relumbran en la oscura y fría madrugada, fieros los ojos, firmes los caballos, los cascos retumbando como un canto de guerra. Detrás de ellos marcha el Cid Campeador recitando poemas heroicos con una voz que parece provenir del Empíreo.
Cuando llegan a Retiro, se les une el San Martín de la Plaza y el dios Marte, que entonces se pone a la cabeza enarbolando la espada.
Toman por Santa Fe. Siguen marchando lento, con música de metales. A medida que avanzan, se van sumando a la procesión más y más estatuas.
Ahora discurren por la Libertador. Rosas sale al encuentro, detrás lo escudan los chicos y chicas del grupo de los nacionales, como si fuesen los mismísimos Colorados del Monte. El Restaurador se une cabalgando al lado de los Generalísimos. Cruzan miradas cómplices, sonríen. Los primeros rayos de sol que se derraman por la broncínea frente del General lo obligan a entrecerrar los ojos. Se destacan entonces aún más sus rudos pero nobles gestos. La gente se asoma por los balcones, sale de los departamentos para ver la procesión desde las veredas.
El tránsito ya es un caos. Se producen embotellamientos. Nadie se atreve a pronunciar palabra, ni a tomar acción contra las estatuas. Más bien tienen miedo: esas miradas de bronce ardiente son justicieras, acusadoras. Los ciudadanos se suponen cómplices de algo terrible. Pero pronto vuelven a sus livings, a sus pantallas Big Brother, de recepción y transmisión.
Y los próceres siguen marchando, se van vaya quién sabe adónde. ¿Se van, acaso, a algún lugar donde no los humillen? ¿O se repliegan, quizá, para formar un ejército y volver y luchar?
Bruno sospecha esto último. Quiere creerlo. Sonríe. Lo asalta una sobrecogedora esperanza. En su mano aún aferra el libro de historia.
En todos los televisores encendidos, grandes y chicos se unen alegremente para ver el comienzo de la programación de siempre.
María Laura Sánchez nació en 1980 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Estudió Filosofía y Letras en la U.B.A. Asiste desde el año 2006 a los talleres de poesía y narrativa de Marcelo di Marco.
Menciones y premios destacados: En el año 2008 obtuvo mención de honor en el Certamen Internacional de Junín País 2008 con el poema «¿Dónde estás?». Participó en la antología de dicho certamen con la publicación de cinco poemas. Su poemario Cristales Vampíricos obtuvo mención especial en el VI Concurso Nacional Macedonio Fernández. Sexta Mención especial en el Premio Nacional de Literatura – Tres de Febrero 2009, con el poema «Premonición». Participó en el libro-antología de dicho certamen. Un jurado internacional otorgó a su poema «Fénix» el 2do Premio en el concurso PREMIO MOROSOLI INSTITUCIONAL 2009, 2ºs Juegos Florales del Siglo XXI, organizado por Movimiento Cultural aBrace, de Uruguay. Mención de Honor en el VII Concurso Hespérides de Cuento y Poesía. Primera Mención en el II CERTAMEN NACIONAL DE POESÍA RAMON EMILIO CHARRAS. Semifinalista en el concurso del Centro de Estudios Poéticos, de Madrid. Con la obra Primera Sangre obtuvo el Primer Premio en el Certamen Nuevas Promociones SESAM de Poesía 2010, organizado por la Sociedad de Escritores de San Martín.
Es miembro de La Abadía de Carfax, círculo de escritores de horror y fantasía, y secretaria de redacción del diario informativo cultural Fin, de elaleph.com.
Esta es su primera participación en la revista.
Este cuento se vincula temáticamente con LA RAZÓN DE LAS ESTATUAS, de Ariel S. Tenorio; ESTATUAS ECUESTRES, de Óscar Sipán; EL AMANTE DE LAS ESTATUAS, de Ian Watson y TODOS LOS CAUTIVOS, de Daniel Flores.
Axxón 227 – Febrero de 2012
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Fantasía : Sociedad : Argentina : Argentina).
Excelente cuento «politicamente incorrecto». Muy y bien jugado. Felicito a la autora.
Excelente cuento, Mariláu. No cabe duda que contribuye a aumentar la calidad de Axxón. Felicitaciones.
Me sumo a la opinión y a la felicitación de Ricardo. Un relato digno de ser releído en memoria de los héroes que ofrecieron su vida por la patria. Más que un cross a la mandíbula, esta batalla personal es un gancho al alma.
excelente cuento por el tema, como esta escrito etc etc
en suma me atrapo desde el comienzo hasta el final
fwlicitaciones a la autora
¡Muchas gracias a todos! Ha sido una enorme alegría el recibir tan cálidos comentarios. ¡Saludos!
Me encantó! Comencé a leerlo y quedé atrapada…al concluirlo, quedé pensativa….muy buenoooooooo
El cuento es bueno, pero cuando pasa a asociar los valores de los proceres con la historia reciente se muestran todas las fallas de una visiòn torcida de la historia reciente. No me parece que el ejercito de las ultimas decadas del siglo pasado pueda verse como el heredero de los proceres: no ha liberado el pueblo, lo ha encarcelado. En fin, la historia no es asì de simple, pero un joven tiene derecho a pensarlo asì…viviendo un poco màs, tendrà tiempo para llegar a verlo distinto. Y por favor, no me salgan ahora con que soy gay o drogadicto.
Querida Mariláu: muy bien hilvanado el relato, los protagonistas -cuadrilla de obreros- bien carnales, la acción trepa al absurdo con una ingenuidad y frescura propio de un pensamiento juvenil y fervoroso. Se disfruta hasta el desenlace. Arriba querida amiga. Un abrazo hasta próximo contacto, Rubén Pepe.
Muchas gracias por los comentarios, Verónica y Rubén.
Ángel: ¿En qué parte he dicho eso? ¿Podrías citar el fragmento, por favor? Estuve revisando, y no encontré nada parecido a una presunta asociación de los próceres del pasado con el Ejército de las últimas décadas. Tal vez el exceso de juventud me impidió verlo.
Saludos para todos
A veces la «sangre en el ojo» no nos permite ver con claridad. Y muchas veces torcemos la realidad para adaptarla a lo que nosotros quisiéramos que fuera. No sé qué experiencia de vida tendrá Ángel. Con todo respeto.
Disfruté de esta «Batalla personal» leyéndola como me imagino que la autora la habrá escrito: pensando en la desidia, la corrupción, la bajeza de los dirigentes políticos sin distinción de banderines (decir «bandera» me pareció excesivo). ¿Cuándo la autora nombra al ejército?
Como dije en mi primer comentario, es un excelente cuento políticamente incorrecto. Y eso lo hace más valioso para mí.
Un abrazo para la redacción de Axxón. Una revista que sí abre puertas.
A veces, la cacería de brujas en que están empeñados ciertos progresistas los hace ver demonios donde no los hay. Y me hace sospechar que tanto progresismo terminará por llevarnos a la época de las cavernas. Dios nos libre de la intolerancia de los adalides de la tolerancia. Bien por Axxón.
Yo tampoco encuentro la asociación que comenta Ángel. Para no tener una visión errada de un cuento, de la historia, de la historia reciente, hay que poner más atención al leer, Ángel. De lo contrario, se ven los fantasmas que la propia mente inventa. La publicación de excelentes cuentos siempre ha caracterizado a esta revista: ¡Felicitaciones Axxón por publicarlo!
Más allá de que el cuento guste o no guste, hay que tener cuidado con las lecturas personales. Es peligroso observar fantasmas donde no los hay. También me asombra darme cuenta de qué manera los extremos se tocan: Juan Carlos Damico cuenta que los militares del proceso secuestraron el libro de ciencias «La Cuba Electrolítica» porque en su título llevaba la palabra «Cuba»; y a Horacio Ferrer le censuraron el tango «Te quiero, che» porque pensaron que aludía a Ernesto Guevara.
Dos pensares antagónicos —el de la dictadura y el de Ángel— terminan confluyendo en idéntico error.
Creo que hay que dejar de lado susceptibilidades y juzgar las obras por sus méritos artísticos.
Cada vez que leo tu cuento, es para mi una relectura de la HISTORIA, y también de tu historia personal, en tus pasiones, en tus afectos y tus metas. Todos llevamos dentro un guerrero personal, con un arma presta a empuñar, siempre hay un enemigo en potencia, principalmente en los tiempos que nos ha tocado vivir, de ñoñerías, falsías, ídolos de pies de bosta,ni siquiera de barro pues si lo cocinamos puede ser recio como el acero o el bronce. Cada mañana al despertarnos no hay una imagen amable, optimista en nigun mal llamado medio de comunicación, todo es nefasto negativo, el de al lado es un potencial enemigo. Basta de pálidas, que no nos hunda la amargura y el desasosiego. Arriba mi dulce amiga Mariláu muy buenas y felices Pascuas, de quien tanto te quiere y respeta. Rubén.
Hola, creo que cuando en el cuento se apela a la imagen de los próceres del siglo XIX en realidad se está apelando a los ideales de la revolución de mayo. Un empezar nuevamente. No veo la relación que cita Angel. Los males de la Argentina no comienzan y terminan con la dictadura del 76. No podemos mantener siempre presente solo una parte de la historia, tenemos que analizarla completa y sacar provecho para mejorar de todos sus errores y beneficios.
Alfredo
Hola,
Entré a leerlo por la recomendación de Ric… bueno, a mi me parece un cuento pro-militarista y que ensalza un cierto sentir nacional (lo que me lleva a entender el comentario tan censurado de Angel). Yo creo que el comentario pega en el corazón del cuento. Y eso es lo que lo hace interesante. Una puede tener la opinión que quiera, después de todo, así que puedo decir tranquila que, ideológicamente, un cuento que equipara del mismo lado drogadicción con analfabetismo con homosexualidad con los políticos con cháchara televisiva y pone del otro a Marte, el Cid, Rosas y San Martín es, cuanto menos, sospechable y no es para ser tomado así directamente como viene. Pero está bien escrito y levanta polvo. =:) Lo de la sensación de miedo del final es bastante cierta, aunque no creo que todos los seres pensantes de este lado de la línea sean como Bruno. O, mas bien, espero que en este mundo que pinta la autora haya otros seres pensantes que puedan sentir miedo de las esperanzas de Bruno.
Saludos, Laura
Primero, me parece increíble que alguien que se dice escritora permita la publicación de un cuento con tan poca lucidez creativa.No puedo creer que una metáfora tan obvia y estéril -casi un lugar común- como la de la manifestación de los monumentos de una ciudad, sea la principal herramienta argumental de algo publicado en una respetable revista como esta. No entiendo como Axxon, que se ha caracterizado por un buen criterio selectivo, haya aceptado algo tan pobre.
Ante la desgracia de leer un panfleto, prefiero un verdadero panfleto, antes que algo que se quiere llamar literatura, simplemente para enmascarar torpemente una rabia política. Sabemos que la xenofobia y la discriminación abundan también entre escritores y artistas, pero al menos sería bueno que se intentara manifestar de una manera artística.
En este cuento se hace demasiado evidente la voz del autor, pasando por encima de la del narrador.
Todos tenemos derecho a tener rabia y resentimiento con miles de aspectos de nuestro entorno socio-político, pero es una lástima que quienes se dedican a la literatura no logren que sean sus personajes los que manifiesten tales sentimientos.
Sería algo diferente si hubiera sido Bruno -y no la autora- quien discrimine a «drogadictos» y «hippies», entre otros. Al menos ahí podríamos tener una discusión en nombre del arte. Aquí, lastimosamente, sólo podemos hablar en presencia del lánguido desahogo de una ingenua adolecente tardía.
La verdad, es entretenido ver cómo se rascan la urticaria los modernos opríchniks cada vez que aparece una obra de arte (en este caso, trabajada con un equilibrio y un estilo impecables) que se atreve a desdeñar los parámetros temáticos dictados por el politburó. Opiniones tan inopinadas no hacen más que demostrar que estamos ante un cuento con garra, sumamente molesto: parafraseando a Oscar Wilde, cuando los críticos difieren, es porque nos enfrentamos a una obra nueva, compleja y vital. Si eso es cierto (y es absolutamente cierto), felicitaciones por partida doble para la autora y para Axxón.
A veces la “sangre en el ojo” no nos permite ver con claridad. Y muchas veces torcemos la realidad para adaptarla a lo que nosotros quisiéramos que fuera. No sé qué experiencia de vida tendrá Adriana. Con todo respeto. Pero si alguna vez quiere ella hablar de Literatura, debería saber que el «como» adelante de Axxon, lleva tilde.
Vuelvo a repetir que disfruté de esta “Batalla personal”, y la leí como me imagino que la autora la habrá escrito: pensando en la desidia, la corrupción, la bajeza de los dirigentes políticos sin distinción de banderines (decir “bandera” me pareció excesivo).
Como dije en mi primer comentario, y lo repito ahora, es un excelente cuento políticamente incorrecto. Y eso hace que muchas voces políticamente correctas se alcen.
Con respecto a la publicación, debo decir que hay un equipo de lectores de primer nivel decidiendo y comentando el material que se recibe. Y pongo las manos en el fuego por ellos y por su capacidad de lectura.
Un abrazo para la redacción de Axxon. La revista pionera de la CF en castellano.
Perdón…¿Señor di Marco? ¿¿¿Una obra nueva??? Disculpe usted, pero es irrisoria su apreciación.
Este cuento es simplemente un ejemplo antagónico perfecto (pero, valga resaltar, con una ingenuidad creativa absoluta) del movimiento contracultural de las décadas del sesenta y setenta. Esta «OBRA NUEVA», como afirma usted, vuelve a reciclar las, hoy, degastadas estrategias neo-románticas de dicha época.
Además, ¿Quién le dijo a usted que me dedicaba a la crítica literaria? No quiero ni imaginarme las volteretas de Wilde en su tumba escuchando tan ligeras apropiaciones de sus palabras.
Algo importante: no se escude, ante su precariedad argumentativa, con el supuesto seguimiento de banderines políticos. También es un comodín ya bastante quemado, entre otras cosas. No hablo en nombre de ninguno de tales «banderines», solo recurro al sobrio recurso de la sensatez.
Espero que su prurito decimonónico lo deje descansar -y razonar un poco-, señor di Marco.
Saludos.
Sensato hubiera sido, Adriana, detectar los errores en la estructura o en el estilo del cuento. Como eso es imposible porque no existen, entonces personalizás y arremetés contra la escritora que permitió la publicación, contra el mal juicio de Axxón, y en forma más despectiva aún, contra «el lánguido desahogo de una ingenua adolecente tardía» y contra otro lector. Todo esto porque no opinan lo que te gustaría que opinaran. Claro, todos equivocados menos vos. Algunas estatuas han logrado sacar a flote toda tu rabia y resentimiento, solo porque no te gusta lo que dicen. Ah, xenofobia es, según RAE: «Odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros». No leo nada de eso en el cuento. Me parece que tu actitud, Adriana, no es un sobrio recurso de sensatez. Vayan otra vez mis felicitaciones a todo el equipo de Axxón.
Sí, Adriana, tenés razón: por cómo te expresás, desde luego que crítica no sos. Vaya a saber de dónde sacás todos esos recursos argumentativos tan apabullantes, de los que nosotros carecemos. A lo mejor, serás escritora… En ese caso, revelá tu verdadero nombre y los títulos de tus libros, así vamos corriendo a las librerías. Me haré los rulos y todo. Bueh, sigo tu sugerencia de irme a descansar. Te dejo con una divertida cuarteta del padre Castellani, otro que logró superar a los genuflexos aduaneros del Political Correctness: “A aquél que se quiere engañar, / ¿qué castigo le hemos de dar? / Dejar que se engañe, ch’amigo. / No hay peor castigo”. Bon Apetit.
¿Qué te pasó, María Laura? Escribías bien, estabas llena de poesía, y ahora ¡redactás panfletos fascistas!
¡Qué pena!
¿»batalla personal»? Le hubieras puesto «mi lucha», directamente.
En definitiva que simple es expresarse como Beto, en lugar de recurrir a tanto argumento rebuscado. Es mas podriamos hasta resumirlo mejor : «todo aquel que no piensa y argumenta desde la correccion politica es fascista o peor es nazi». Para descalificar con un renglon basta y para que los descalificadores queden en evidencia tambien sin necesidad de tanto aparato intelectual. Muy bueno el cuento Maria Laura.
[…] al Taller de Corte y Corrección desde el año 2006. Sus cuentos “Amarillo“, “Una batalla personal“, “Carnavales en Venecia” y “Un Armani” han sido publicados en […]
Tardíamente leo este cuento…me ha hecho sonreír con nostalgia….excelente, una narración impecable…felicitaciones Marilàu!!