«Vapor en las calles durante la noche, sirenas sin dolor», Héctor Ranea
Agregado en 5 agosto 2012 por dany in 233, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
¡Óyeme, hermano! me dijo un anciano de color en el muelle de la Calle 24, casi en la BahÃa de Gravesend.
No le di lugar al pedido. A esa hora no hablaba con nadie. Hubiera querido ser un fantasma. Me encantaba caminar por New York de noche, pero a esos que quieren pegársete en cualquier instancia y a toda costa no los aguanto. DÃas atrás, un petimetre de Manhattan Sur, blanco él, bien rosadito y anglosajón, habÃa creÃdo, en ese bar de Tribecca tan atildado, que mi forma de deambular escondÃa un supuesto temor a confesarme gay y me persiguió por la mitad de la Greenwich hasta que, en la esquina de Worth, lo dejé durmiendo de un golpe. Eso no fue bueno para él, especialmente porque era noviembre y murió, supe después, de frÃo. Que se joda. No se molesta a nadie por querer ser un fantasma neoyorquino.
Pude dejar atrás a ese viejo y me adentré en el Village, otra vez, como si quisiera encontrar ahà algo que me faltaba para ser el fantasma que querÃa ser y, como solÃa suceder, entre el vapor de las alcantarillas, el ajetreo insensible de las ambulancias y los coches de policÃa, caà de nuevo en la esquina de Thompson y Bleeke. Precisamente esa noche cantaba Nina Simone. No me dejaron entrar; logré colármeles por la entrada de servicio, donde nadie miraba a nadie, tratando de poner todo ese caos en forma de piscolabis ordenados. En el apuro, sólo atiné a tomar un vaso vacÃo y usado y me metà en el bar. Una vez allÃ, el barman, al verme con la copa vacÃa, me ofreció llenármela. Le pedà un old fashioned, lo que le sorprendió un poco, pero al rato me trajo uno rebosante en su copa lÃmpida, recién pulida.
A Nina apenas se la veÃa, sentada en una silla baja, cubierta de periodistas y amigos que celebraban el acontecimiento y, cuando la pude ver, supe por qué habÃa elegido este destino de fantasma.
Si hubiera sido uno más en el metro, yendo y viniendo de la Columbia al Empire y viceversa, nunca hubiera podido conocerla y ella tampoco a mÃ. Como en las malas pelÃculas, nos vimos cara a cara a través del arco que el brazo de uno de sus productores dejaba al meterse las manos en los bolsillos. Era lindo ver cómo ella podÃa tomar de una copa igual que todos los blancos y se la veÃa contenta, feliz de estar en ese bar, en ese momento, mientras pensaba sus canciones. Entonces me vio. Y supo que habÃa visto un fantasma. Su cara se iluminó diferente, con una sonrisa. Bella como era, le sonreà como a mi hermana, de modo que no me creyera realmente un fantasma. Ella gritó:
¡Óyeme, hermano! ¡Quiero cantar «Just in time», ya!
¡Genial, hermana! ¡Vamos, que la gente te dará ánimos! Empecemos dijo Hamilton, ya sentado a la baterÃa.
Y ella, dulce, caliente, comenzó:
Just in time
you’ve found me just in time.
Before you came my time was running low…
No me quedé hasta el final de todas las canciones porque, en verdad, ésta habÃa sido la canción definitiva… «Te encontré en el momento preciso… me encontraste en el momento preciso»… Yo iba canturreando esa canción aún por Bleeke, bien dentro de la niebla, cuando me cruzó de nuevo el viejo negro. Rengueaba un poco.
¡Hermano! Te encontré justo a tiempo. Acompáñame. Esta vez no iremos al hospicio, te lo juro. Entrégate, que esta vez será todo más tranquilo.
Juro que dijo eso y su voz apaciguó en mà toda la desesperación de esa noche magnÃfica. Me entregué, me dejé llevar.
¡Hijo de puta, cómo nos haces correr! Tres veces en tres dÃas, con sus noches. Te escapas de todas. No sé cómo haces, pero te juro que no lo volverás a hacer más. No, señor. Beethoven vuelve a Central Park, ¡sÃ, señor!
Mientras decÃa eso, dos lágrimas de bronce fundido se escapaban de mis ojos escuchando a Nina Simone cantar «I put a spell on you», tan caliente que me ablandaba. El guardia negro puso dos tapones en mis oÃdos para que siguiera siendo sordo aún muerto. Y acá estoy, parado frente a toda esta gente que me mira sorprendida… Beethoven esculpido por Baerer, con un disco de Nina Simone entre sus ropas: primera canción, «Just in time».
Héctor Ranea es un poeta, escritor y cientÃfico argentino (Salta, 1950). Profesor Titular de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, en Tandil, donde reside, e Investigador del CONICET. Su especialidad es la Fotónica: láseres y tecnologÃas de la luz. Publicó, entre otros tÃtulos, aproximadamente 50 trabajos cientÃficos en revistas de circulación internacional, un libro de poesÃa: «Profundo corazón de la marea» en Último Reino (2000), un libro de divulgación cientÃfica: «Los cazadores de la unificación perdida» en Colihue (1993), y varios libros en colaboración: dos con ensayos de crÃtica de Arte premiados por la Fundación Feinsilber (1989 y 1999), y dos en antologÃas de narrativa compiladas por Sergio Gaut vel Hartman: «Grageas 2» del Centro Cultural de Cooperación (Ediciones «Desde la gente» IMFC) (2010) y «Ficciones en diez tiempos» de Andrómeda (2011). Colabora activamente en la selección de publicaciones para los blogs de Heliconia: QuÃmicamente impuro, Breves no tan breves, Ráfagas y parpadeos y el de poesÃa: Poemia. El fuego de Heliconia. Tiene una extensa obra inédita, algunos trabajos en preparación y mucha obra dispersa en varios blogs y páginas de la Red Global.
«Vapor en las calles durante la noche, sirenas sin dolor» se publicó originalmente en el blog Ediciones Irreverentes y en el blog Breves no tan Breves
Hemos publicado en Axxón TESEO LIBERADO.
Este cuento se vincula temáticamente con MÚSICA EN LAS VENAS, de Carlos Gardini; EL ORFEÓN, de Luis Mancilla; y OPERACIÓN «OPERACIÓN», de Daniel Frini.
Axxón 233 – agosto de 2012
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : FantasÃa : Artes : Música : Argentina : Argentino).
Fascinante y sorprendente, muchas gracias por compartirlo.