«El rostro de mi padre», Julián Mocoroa
Agregado en 25 noviembre 2012 por dany in 236, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
Mi padre. Recuerdo la última vez que me puso la mano encima. La vez anterior a esta, que está por romperme la cara.
La última vez yo habÃa terminado con un cinturonazo en la frente, todavÃa tengo la marca. Por algunos centÃmetros la hebilla no me habÃa dado en el ojo, podrÃa haber quedado ciego. Y ahora estaba a minutos de revivir la historia, aunque sabÃa que papá se esforzaba por innovar. Jamás repetÃa sus castigos. Tan solo una vez habÃa usado el cinto, una sola vez el martillo de las milanesas contra mis dedos, una sola vez me habÃa hecho fumar diecinueve cigarrillos de corrido, tan solo una vez me pegó un puñetazo en el ojo. Nunca se repetÃa.
Y ahora yo estaba sentado en mi cama, todavÃa con mi indeseable uniforme de cadete encima. Inmóvil, intentaba pensar algo, mi corazón a mil por hora. Me miraba el barro de los borceguÃes, y levantaba la vista hacia mis libros y mis historietas: mi colección de Stephen King. Ese era el único movimiento que hacÃa. Mis ojos iban de los borcegos a la biblioteca, de King a los borcegos… y otra vez de los borcegos a mis novelas.
Asà pasé largo rato, casi dos horas. Hasta que corrà a apagar la luz y me escondà detrás de mis queridos libros, donde seguro papá no me descubrirÃa al entrar. Quiero…
…desaparecer… quiero desaparecer… quiero desaparecer… quiero…
Lo repetÃa de pie en la oscuridad, con los ojos cerrados. Y en silencio: lo repetÃa mentalmente.
Papá llega siempre a las siete en punto: las mil novecientas, como le gusta decir. Nunca se retrasó más de diez minutos, la puntualidad es una de sus tantas virtudes. Y esta vez llegó puntualÃsimo, como siempre.
…desaparecer… quiero desaparecer… quiero desaparecer… quiero…
Se demorará como siempre más o menos trece minutos en la cocina, mientras le explica a mamá lo que está por hacer. Terminada la explicación, caminará lentamente hacia mi cuarto. A pasos de entrar, pronunciará mi nombre. Advirtiendo.
¿Iván? ¿Estás ah� Más te vale, mierdita.
En los veinte metros que recorrerá de la cocina a mi habitación, se hace del artefacto que seguramente terminará por incrustarme. Una vez lo oà gritarle a mamá: «¡Dónde carajo está el candelabro que deberÃa estar en el living!». Esa vez se enojó bastante cuando ella le respondió que lo habÃa mandado a pulir. Seguro que por eso entró con más bronca todavÃa. Le habÃan desbaratado el plan: terminó sin tocarme un pelo, pero derrumbando mi biblioteca de una patada. Y además, para colmo se llevó It. Nunca supe por qué se lo llevó y qué hizo con eso. Me la habÃa comprado mamá un dÃa antes. Y, también aquella vez, sucedió otra cosa: me di cuenta de que nada en él es espontáneo, todo lo tiene bien pensado desde antes de entrar. A los pocos dÃas verifiqué este aserto: descubrÃ, en el tacho de basura, páginas de mi libro convertidas en papel picado.
…desaparecer… quiero desaparecer… quiero desaparecer… quiero…
Esta vez fueron menos de trece minutos. Calculé que once o diez. Escuchaba a papá con toda claridad. Mamá amasaba.
¿Te pensás que me gusta hacer esto? ¿Te pensás que me hace feliz?
Dejalo suplicaba la voz de mamá. Preguntale por qué lo hace. A lo mejor nos equivocamos al mandarlo al Liceo. Quizá no quiera ser militar como vos o como tu pa…
¡Ni se te ocurra decir eso! ¡Dame!
¿»Dame»? ¿Qué agarrarÃa esta vez? ¿El palote de amasar?
Mirá, Gustavo, yo le compré el último de La Torre Oscura. ¿Querés dárselo vos? A lo mejor, comunicándose…
¡Dame, te dije!
Oà el estruendo de La Torre al pulverizar algún vidrio.
¡Gustavo, por favor! la voz de mamá desapareció tras el portazo.
…desaparecer… quiero desaparecer… quiero desaparecer… quiero…
Lloré, me meé encima. Olvidé el rostro de mi padre. Perdà la noción de todo.
…desaparecer… quiero desaparecer… quiero desaparecer… quiero…
Oà el horror a pasos de mi habitación:
¿Iváaan?
Ahà estaba el aviso.
¡Iván!
TodavÃa sentÃa el tibio chorrear de mi orina entre borcego y pantalón. Mis piernas temblaban. Y una voz en la oscuridad me llamó, pero no con mi nombre:
¡Jake!
Del terror me agarré aún más fuerte de la biblioteca, que se tambaleó: oà el ruido sordo de algunos libros contra la alfombra.
Jake, date prisa.
Jake.
La voz, familiar, seguÃa disparándose contra mi oÃdo.
Detrás de la puerta, papá me ordenaba que abriese. A las puteadas lo ordenaba, según costumbre. Solo por la satisfacción que le causaba escuchar mi vocecita de ratón rogante, y asegurarse de que yo no tenÃa escape alguno.
Y la otra voz insistió:
Jake, levántate y sÃgueme.
TodavÃa apretujado entre la biblioteca y el ropero, abrà los ojos y no lo pude creer: en medio de la oscuridad, veÃa una puerta apoyada en la nada, abierta y solo sujeta por dos bisagras a un marco casi inexistente de tan impalpable. Y también vi, del otro lado del umbral, un pistolero que me llamaba por un nombre que ahora era el mÃo. Y detrás de él se abrÃa un desierto infinito y amenazante.
¡HabÃa ido a parar a La Torre Oscura: los fenómenos salidos de la mente de Stephen King me estaban sucediendo a mÃ!
SÃ: el soldadito meón escapaba de su mundo.
El pistolero, Roland no podÃa ser otro: era tal cual lo imaginaba al leer sus aventuras, me tendÃa la mano, invitándome a cruzar. La aferré y abandoné mi cuarto. Aparecà en ese lugar que tanto reconocÃa yo: las afueras de Tull. Y, más allá de esos arrabales, el horizonte montañoso en que el desierto se extendÃa. Y, detrás, un cielo sangriento… y por fin la Torre, destino final del pistolero.
Jake, ya me recordarás. Soy Roland. Tú debes confiar en mà y seguirme. Es menester encontrar a Eddie, está en problemas.
Pero yo recordaba todo, ya habÃa estado en ese mundo. ¡Claro que recordaba al pistolero!: en su eterna búsqueda de la Torre Oscura, debió abandonarme una vez. Y después me salvó la vida, cuando quedé atrapado en aquella ciudad fantasma. Al mismo tiempo, recordé a Eddie y mi aprecio por él. A Susana, a Acho. Recordaba todo.
ConfÃo en ti, Roland le dije. Entiendo lo que pasó en las cavernas: no tuviste opción, fue por el bien de la Torre.
Entonces lo tomé de la mano y emprendimos camino.
¿Dónde se supone que vamos, Roland?
Aún no lo sé el pistolero señaló con los ojos. ConfÃo en que la montaña nos enseñará el camino. Hacia allÃ, Jake. Más allá del desierto, hacia las montañas.
Los dos sabÃamos lo que faltaba decir, y no pregunté.
Eddie dice que lo siente, que entenderÃas. El sol ardiente se escondÃa en las pupilas de Roland. ¿No hay rencores, Jake?
Apreté más fuerte su mano, y marchamos en silencio. No lo miré ni por un instante. Él tampoco bajó la mirada.
Me dolÃan las rodillas: habÃamos caminado por más de dos horas, y todavÃa las montañas se divisaban lejos. Roland seguÃa en busca de la Torre. La sed del desierto se habÃa apoderado de mi garganta, mis rodillas ardÃan. Roland se habrá dado cuenta: se detuvo y me ofreció su odre.
¿Volveré a ver a Eddie? dije al rato, después de tragar unos sorbos. ¿Crees que los encontraremos, Roland?
El pistolero recargaba sus cartuchos, hablaba muy concentrado en lo que hacÃa, su voz más lejana a cada segundo. Ya no podÃa oÃrlo, y el fondo de montañas empezaba a desdibujarse.
TosÃ. De mi nariz brotó sangre, también de mi boca. Al instante mi brazo se quebró. Roland se puso de pie y desenfundó a una velocidad casi imperceptible. En el instante final en que las montañas desaparecÃan, y mi papá abollaba mi cabeza con el palo de amasar, el pistolero se acercaba atravesando la puerta hacia mi habitación.
Asà se presenta Julián Mocoroa:
Mis viejos me trajeron al mundo en el año ´78. Ellos dicen que siempre fui un santo. Pero lo cierto es que con el tiempo mi comportamiento cambió un poco. En séptimo grado, los directivos de la escuela me invitaron a irme. En primer año, ya en otro colegio, conocà el fracaso en carne propia: repetà el curso. Siempre me gustaron las aventuras, la calle, los amigos. Soy un soñador incansable. Descubrà el mundo de la literatura gracias a mi abuela. Abandonada en la biblioteca de su casa, Misery, de Stephen King, fue la puerta más maravillosa que se abrió ante mÃ. Desde aquel entonces, leà todo lo que pude. De adolescente escribÃa cuentos a escondidas. Por arte de alguna psicóloga, me anoté en carreras que aborrecà hasta el hartazgo: las abandoné a todas. Solo en algo fui constante: me mantuve incansable cantando en diferentes bandas punks. Hoy lo hago en la que lidero desde hace doce años, en la cual compongo todas las canciones, y escribo todas las letras: Explenden. Conocà el infierno en esta tierra, o algo que supongo será muy parecido.
Pero decidà enderezar la nave.
Desde hace dos años, disfruto del Taller de Corte y Corrección de Marcelo di Marco, donde aprendà mucho más que a leer y escribir correctamente: hice una maestrÃa en el arte de disfrutar las cosas lindas de la vida. Estoy felizmente casado, tengo a mis amigos y mi familia bien cerca, y escribo cada vez que puedo. Son todos ellos quienes me insistieron para que les envÃe este cuento que tanto disfruté al escribirlo, y al corregirlo, por cierto. Si alguien me pregunta por mis tÃtulos, diré que soy socio de San Lorenzo, y el mejor marido que puedo.
Este cuento se vincula temáticamente con DE ESPALDAS LA OSCURIDAD, de Graciela Lorenzo Tillard y Fabio Ferreras; LA ESCRITORA, de VÃctor Conde y SOBRE LOS DIVERSOS USOS DEL CEDRO, de Geoffrey W. Cole.
Axxón 236 – noviembre de 2012
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : FantasÃa : Terror : Abuso, maltrato : Universo de autor clásico : Argentina : Argentino).
En la presentación de Julián habrÃa que agregar varios comentarios. Por ejemplo, que es un gran tipo, noble como el que más y con un genuino talento para la literatura, la música y la vida. El cuento, sencillamente formidable.
Me ha encantado este cuento. Felicitaciones al autor.
Excelente cuento, Julián. Y escrito con una maestrÃa envidiable. Espero muchos cuentos más aquÃ, en Axxon.
Hermoso, durisimo. Como decia mi profe de literatura QUE PLUMA.
¡MuchÃsimas gracias a todos por los comentarios!
Julián: leer fue y es siempre para mà una puerta que se abre. Vos abriste la puerta de una «Torre» que yo no conozco a pesar de haber andado por King un par de veces. Gracias por esa puerta que acabás de inaugurar, con dolor, en mÃ. Más que encanto te agradezco la gentileza de esa hendija que logran sólo los buenos decires. Los terrores que escapan de tus letras se han convertido en puente hacia… veremos. Te mando un beso grande.
¡Uau! ¡Qué desafÃo a la sensibilidad!
Sólo cuando se vive lo que se lee, se puede parir lo que se escribe. Un cuento que logra la aleación más descarnada entre la realidad y la ficción.
Verdaderamente una grata sorpresa, Juli! Congrats and keep it up!
BTW (MarÃa Magdalena)
Qué fuerte! me hubiera gustado escuchar la detonación del arma de Roland al final.