«Shopping infinito», Guillermo Vidal
Agregado en 11 febrero 2013 por dany in 239, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
El capitán Archivaldo Burkam III —todos le decían Archie o capitán Archie— se negaba a verse a sí mismo como un mercenario. Es cierto que dependía de un contrato pero prefería sentirse como los antiguos «adelantados» españoles, un precursor, mucho más que un simple asalariado. Los mundos que conquistaba para las corporaciones terrícolas producían enormes beneficios, y por su eficiente gestión, con el tiempo, hasta los nativos llegaban a apreciarlo. Usaba la fuerza solo si se veía obligado.
Archie estaba a cargo de una docena de patrullas de reconocimiento distribuidas en un radio de doce kilómetros a partir del punto «cero», el lugar en el que se había posado la nave. Él personalmente lideraba la patrulla llamada Tango. La misión era establecer una cabecera de playa para el inminente desembarco de la flota terrestre que, en ese momento, permanecía en los confines del sistema, a la espera de su reporte. Apenas contaban con información básica sobre ese planeta y sus habitantes. Por razones desconocidas, los escaneos habían resultado insuficientes. Sabían que tenía una alta densidad de población y una construcción única distribuida por toda la superficie del planeta, sin interrupción. El capitán pensaba que debía haber algún error.
Pero más allá de los resultados de los escáners, se sentían confiados: eran una fuerza de ocupación formidable. Habían tomado el control de innumerables mundos sin realizar un solo disparo, por decirlo a la antigua.
Descendieron en una pequeña nave de enlace, de aspecto poco amenazador, y dejaron sus armas y dos guardias en el interior de la misma. Al salir, fueron rodeados de inmediato por un grupo de nativos. Lo primero que llamó la atención de los terrícolas fue la notable diversidad morfológica de aquellas criaturas. Parecían confiados y para nada preocupados por ellos. El objeto de su interés era la nave.
—¿Cuánto vale? —preguntó alguien de la multitud. El capitán sospechó que algo no andaba bien con el traductor automático. Sin embargo, respondió:
—No está en venta —y el traductor repitió el mensaje amplificado por el altavoz. La pequeña multitud desapareció sin hacer más preguntas. Después de este encuentro, ninguno de los nativos volvió a prestarles la menor atención. Archie consiguió el nombre del lugar, Zodomall, a cambio de sus anteojos, pero nada más. Lo peor fue que, luego de dar algunas vueltas por los alrededores, perdieron de vista la nave y fue imposible contactar a los guardias que habían quedado a bordo.
Tras un rato de desconcierto y búsqueda inútil, se reagruparon. Caminaron el día entero sin ver otra cosa que negocios: de ropa, juguetes, música, cristalería, libros, computadoras, televisores, autos voladores, naves de trasbordo, uniformes de todo tipo incluyendo, no podían explicarse cómo, ¡los de la flota terrícola! Los pasillos y los locales estaban transitados por cientos de especies de los más variados aspectos. Al principio, a pesar de los uniformes, nadie parecía interesarse en ellos ni considerarlos una amenaza. Guardias robots de seguridad los observaban a distancia pero sin intervenir. El resto de la multitud entraba y salía de los negocios con sus carritos repletos.
Antes de aterrizar, Archie estaba convencido de que la invasión sería un éxito fulminante, ¡cuánto se había equivocado! Tardó en darse cuenta de que estaban en el patio de comidas de un gran centro comercial, sin nave, sin armas y sin posibilidades de comunicarse con la flota.
Empezó a detectar miradas hostiles sobre ellos, y aunque los nativos seguían en sus actividades, se hizo una especie de vacío entre los terrícolas y el resto de la gente. Algo no andaba bien. Archie trataba de adivinar en qué se habían equivocado. Interrogó a algunos de los soldados, pero ninguno tenía conciencia de haber realizado nada que llamara la atención. Siguieron caminando hasta que, al pasar cerca de unos carritos de compra, estos se activaron.
—¿Desea guardar sus compras, señor? —vociferaron—. Tenemos un pack de precompras incluido, totalmente gratuito —repetían con voz sugestiva.
—Es eso —Archie se preguntó cómo había podido pasar por alto algo tan obvio—. No estamos comprando y fíjense que nadie está sin su carrito de compras. Tomen cada uno un carrito —ordenó.
De inmediato se deshizo la tensión que los rodeaba y la gente dejó de observarlos. Pero la idea de tomar los carritos de compras trajo para la patrulla peores consecuencias. Los soldados empezaron a correr tras las ofertas y a tratar de conseguir los descuentos que ofrecían en distintos comercios. A Archie le costaba un enorme esfuerzo controlar al grupo y perdió de vista a muchos hombres sin poder hacer nada para evitarlo.
En contra de su voluntad, también él empezó a comprar. Tenían que comer, asearse y descansar. Además, no podían dejar de hacer compras o Seguridad empezaría a perseguirlos.
El principal medio de transporte del planeta era una cinta móvil; miles y miles de kilómetros de cinta subían y bajaban sin detenerse nunca, con asientos en los bordes y topes para fijar los carritos. Archie pensó que debían movilizarse y cubrir mayor territorio para ver si podían descubrir algo más. Pero los viajes no le dieron otro resultado que perder más hombres por el camino.
Al cabo de quince días quedaban solamente tres de la patrulla original: Archie, Sanders y Ryan, después de que un novato cuyo nombre no recordaban desapareciera en un ascensor múltiple, de esos que suben, bajan y se deslizan horizontalmente. Estaban perdidos en ese laberinto de negocios, gente que compraba y carritos que los seguían por todas partes, aunque los de ellos permanecían casi vacíos, con solo lo necesario para no despertar sospechas.
Archie estableció una rutina con los dos hombres que le quedaban: los obligaba a hacer rondas cortas y a reportarse cada tres horas. Las compras debían limitarse estrictamente a lo necesario. Había tratado de contactar a las otras patrullas pero los comunicadores solo repetían anuncios de ventas. Probablemente estaban tan perdidas como la suya. A pesar de que las rechazaba a medida que llegaban, le seguían lloviendo ofertas por su línea privada. Había tratado de comer una barra de energía de la mochila y de inmediato dos robots de seguridad le informaron cortésmente que solo podía consumir lo que se vendía en los locales del patio de comida. Se vio obligado a entregar la mochila y el comunicador, que ya no funcionaba, para que se los guardaran por tiempo indeterminado, y a adquirir un cupón de comida por un mínimo de tres días y una cucheta que se renovaba cada cinco horas. La gente del planeta prefería dormir poco para seguir comprando.
Iba a necesitar al menos dos meses para recuperar la mochila ya que debía reunir doce cupones para sumar el total de puntos que le exigían. Se había deshecho del uniforme, que le molestaba para desplazarse por los pasillos y ni recordaba dónde había dejado el casco. Se sentó en el patio de comidas y pidió un combo; por fortuna tenía cupones para desayunar.
—¡Capitán Archie, pensé que no iba a verlo más! —gritó un sujeto vestido con varias capas de ropa, una encima de otra, que empujaba un carrito lleno de paquetes y lucía una sonrisa demasiado perfecta.
—¿Valdez?
—Me recuerda. ¿Le gusta? Son dientes nuevos, se instalan en el momento. Perdone que no le devolviera la llamada, pero cuando iba a comprar baterías para el comunicador me crucé con una oferta que no podía rechazar y una cosa llevó a la otra. ¿Y los muchachos?
—Estoy esperando que se reporten Sanders y Ryan, quedamos en encontrarnos aquí —respondió el capitán, tratando de disimular que estaba preocupado por el retraso.
Sonó una campana y pareció que era la señal de largada de una carrera. Valdez empujaba con su carrito tratando de adelantarse en medio de una multitud que pretendía lo mismo. El capitán lo siguió con dificultad y a los empujones.
—¡Es el sorteo del mes, solo participan los que consigue entrar al local! —gritó Valdez, boqueando.
—Pero ¿qué sortean?
—¡Nadie lo sabe hasta que gana! ¡Qué suspenso!
La multitud separó al capitán de Valdez, que desapareció dentro del local. Las puertas se cerraron y Archie supo que nunca lo volvería a ver. Pero, en medio del tumulto, había conseguido robarle un comunicador del carrito.
—Ryan, Sanders, contesten. ¿Todo en orden?
—Afirmativo —respondió Ryan—, el sargento está aquí conmigo, tuvimos un inconveniente, pero estamos en camino.
Archie se tranquilizó un poco, al menos estos dos todavía respondían. De nuevo trató de comunicarse con los otros.
—¿Cooper, Roccayó, Temper? Aquí el capitán Archivaldo Burkam III. Les ordeno reportarse de inmediato.
Solo recibió la respuesta del teniente Ross que, hablando entrecortado porque estaba preguntado precios en una barata, le dijo que se reuniría con él apenas terminara de comprar. Eso equivalía a nunca; Archie ni siquiera se molestó en preguntarle dónde estaba.
El comunicador era del tipo desechable: duraba dos minutos y luego pasaba quince minutos de ofertas; había que pagar para liberar la línea. Así que abandonó toda esperanza de contactar nuevamente a sus hombres.
Archie creyó estar viendo visiones cuando divisó, en medio de un atestado cruce de vías y escaleras mecánicas, un escritorio con un letrero que decía «Informes». Se acercó y una joven de aspecto impecable lo invitó a sentarse.
—Soy el capitán Archivaldo Burkam III. —Se detuvo un segundo porque no sabía si decir buenos días o buenas noches—. Necesito entrevistarme con el encargado, gerente, el mandamás, no sé si me entiende, el capo del Sector. —Trató de ser amable y cortés.
—Aquí tiene una planilla para cualquiera de los comercios —contestó la joven antes de que Archie pudiera seguir exponiendo su problema—. Complete con sus datos y la queja o sugerencia que tenga.
—No me expliqué bien —insistió el capitán—. Deseo una entrevista cara a cara con algún encargado general, de todo, ¿me entiende?
—Eso es algo inusual. Cada negocio es independiente. La supervisión, cuidado y mantenimiento de las instalaciones, así como la seguridad y la limpieza, están gerenciadas por los miembros de una Junta Directiva, pero no acostumbran a tener contacto con los clientes. Ni ellos lo piden.
—Es que soy extranjero.
—Lo sé, tenemos algunos datos suyos.
—¿Datos, cómo?
—Nos los facilitaron algunos de sus compatriotas, o soldados, como los llamaban antes. Ahora son nuestros clientes. Le aseguro que hicieron un buen negocio, capitán Burkam.
—No me entiende, ¿señorita…?
—Puede llamarme Susan, es un nombre común entre su gente.
—Exacto, vengo de otro mundo y estoy autorizado a establecer contacto…
—Disculpe, mire a su alrededor. Nos visitan de muchos mundos, algunos no han vuelto a su planeta desde que llegaron, siguen comprando. Si tuviéramos que hacer entrevistas con cada uno sería imposible llevar a cabo nuestro trabajo. Les ofrecemos todas las ventajas posibles para comprar. Le sugiero que las aproveche.
—¿No tienen un gobierno, presidente, legisladores?
—Lo lamento, no poseo esa información.
—¿No puede dármela?
—No, no la tengo o se la daría con gusto. Puede preguntarme las rebajas de los productos de todo el Sector, los nombres de cada vendedor, los horarios (aunque nuestros locales siempre están abiertos), pero no tengo la información que usted me pide y no creo que nadie aquí la tenga. Espero que no se ofenda pero tampoco me parece relevante; no sé cómo es entre su gente.
—Tenemos gobiernos, autoridades, que hacen funcionar el mundo.
—Usted puede verlo, aquí todo funciona bien.
—De acuerdo. ¿Puede conseguirme una entrevista con quien sea? —Lo único que deseaba Archie era poder hablar con alguien de otra cosa que no fueran compras, rebajas, saldos y novedades.
—Como excepción puedo contactarlo con el Jefe de Compras. Pero para obtener una entrevista tiene que tener una tarjeta con doce mil puntos y dos créditos concedidos con al menos la mitad de las cuotas pagas. Podría incluirlo en la lista de espera; es solo para los que presentan proyectos de ventas, así que espero que tenga algo en mente. Es una sugerencia. Entretanto, por estar en la lista tiene un descuento del veinticinco por ciento en productos de perfumería y, si consigue un abono de comida Fastfood, puede subir hasta diez puestos en la lista de cien. Aquí está su número; tiene el 99 y sin pagar nada.
—Gracias —farfulló Archie porque no se le ocurrió otra cosa que decir. Se levantó para irse.
—Aquí tiene un comunicador desechable, la primera llamada es gratis —dijo Susan, entregándole el aparato—. Puede encontrar una frecuencia específica entre millones y tiene un alcance superior al diámetro de nuestro sistema solar. Tal vez no lo necesite hoy, pero…
—Gracias —repitió Archie; tomó el comunicador sin demasiada ceremonia y se fue. No deseaba escuchar toda la parrafada sobre las virtudes de un teléfono interestelar. Si era tan bueno como Susan decía, tenía la posibilidad de comunicarse con la flota terrícola que todavía aguardaba su informe. Marcó el número de la nave madre y saltó de alegría cuando escuchó la voz del operador y el rugido de fondo de la nave en órbita al borde del sistema.
—Aquí el capitán Archivaldo Burkam III.
—Aquí Comando de la Flota. Gusto de oírlo, capitán; pronto tendremos el placer de saludarlo personalmente.
—No, no se acerquen, repito, no se acerquen. Este mundo es peligroso y de la manera más impensada.
—¿En serio? No parece tan malo. Nos llegaron anuncios y ofertas con una rebaja del cincuenta por ciento para un recital de música nativa —la voz del operador sonaba ansiosa y excitada.
—Perdí a mis hombres, ¿entiende? Perdí a mis hombres, repito.
—Quizás estén haciendo su trabajo, capitán.
—Quiero hablar con el Almirante, código rojo.
—Como guste —contestó el operador. Al cabo de unos segundos, otra voz lo reemplazó en la línea.
—Aquí el Almirante. Tranquilo, capitán, tómelo con calma.
—Le aseguro, señor, que es una emergencia, aunque no lo parezca.
—Creo que está exagerando. Las ofertas que nos llegaron parecen interesantes, yo no las desperdiciaría.
—¡Almirante, debe abortar la invasión de inmediato!
—Capitán, déjese de tonterías, vamos en camino para encontrarnos con usted. Espérenos en el patio de comidas de Royal Navy, Space: han puesto un día especial para recibirnos a nosotros, con ofertas y descuentos. Ah, y cómpreme dos entradas para el recital, la oferta es limitada. Es una orden.
La comunicación se cortó y Archie vio que el sargento Sanders y el soldado Ryan regresaban felices con un carrito rebosante después de la prolongada ronda. Una oleada de ira le subió desde el estómago hasta la garganta cuando los dos se instalaron a su lado para mostrarle lo que habían comprado.
—¡Todo esto los retiene aquí por lo menos seis meses!
—¿Seis meses? —Ryan le echó una mirada cómplice a Sanders, que rió con ganas—. Todavía no vio lo que tenemos en el depósito. ¿No le queda algún cupón? Necesitamos más espacio.
—Vamos, ¡si pasamos más de quince minutos sin comprar perdemos mil puntos! —interrumpió Sanders, y ambos salieron corriendo, dejándole el carrito repleto al capitán. Archie empezó a hurgar inconscientemente en las compras de sus hombres. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se alejó disgustado por el pasillo. No miró para atrás pero sabía que el carrito iba tras él.
Guillermo Vidal nació el 7 de marzo de 1955. Ha publicado cuentos breves y mini cuentos en los blogs Químicamente Impuro, Breves no tan breves y Ráfagas, parpadeos. Es fundamentalmente ilustrador; pueden ver sus obras en las portadas de Axxón y en muchos cuentos de la revista. En breve, Ediciones Andrómeda publicará “Los sublimadores”, su primera novela de ciencia ficción.
En Axxón hemos publicado sus cuentos AUTOCLONACIÓN REVERSA, EL GUALICHO y EL PSICOPOMPO.
Este cuento se vincula temáticamente con LA TEORÍA DEL BUDÍN INGLÉS, de James Patrick Kelly; SIN LECHE, de Markku Pöysti; y PURGATORIO, de Carlos Pérez Jara.
Axxón 239 – febrero de 2013
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Ciencia ficción : Humor : Sociedad : Argentina : Argentino).
Excelente! felcitiaciones!