Revista Axxón » «La teoría del budín inglés», James Patrick Kelly - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

EEUU

Bjorn está intentando decirme que el gallo no es más bruto que un arado. Obtuso, puede ser. Ingenuo, sí. Tedioso, sin duda.

El gallo está sentado frente a nosotros y sobre dos asientos, sin prestarnos atención. No somos más que seguidores. Mira fijamente la nieve por la ventanilla del furgón.

—Es un kuvat, Maggie —dice Bjorn—. Los alienígenas piensan diferente.

—Capacidad craneana. —Me golpeteo el costado de la cabeza—. Mira ese cráneo. Allí hay sitio para media taza de cerebro, como mucho.

—Quizás tienen una especie de sistema nervioso distribuido —dice Bjorn—. ¿De qué otra forma podrían haber construido la nave espacial?

—Esa nave la construyeron los espantapájaros —digo—. Los gallos aprovecharon el viaje. Cuando los sigues el tiempo suficiente te resulta obvio.

—La bifurcación intelectual no es más que una teoría. —No obstante, Bjorn se desliza por el asiento, derrotado una vez más—. Lo único que sabemos es que tanto los gallos como los espantapájaros son kuvats. —Saca el chupete para controlar el apetito y comienza a succionar. No quiero alterarlo.

El gallo empieza con el quiquiriquí.


Ilustración: Guillermo Vidal

Quiquiriquíííí, quiquiriquíííí. Parece una coliflor con patas del tamaño de un lavarropas. Son patas de ave, sin duda, con espinillas y garras escamosas, con pies de tres dedos. Pero su cuerpo es una pila de carne retorcida. Su única vestimenta es el traductor, un disco dorado que le cuelga del cuello, atado a un cordón, como el Premio Nobel de la Estupidez. Su piel es translúcida como la leche derramada. Debajo hay músculos enroscados, veteados de grasa gris. Tiene brazos larguiruchos y su cabecita es principalmente una boca. No podemos ver su aleta rojiza y enhiesta como la cresta de un gallo, ubicada exactamente detrás de sus ojos inferiores, porque esta noche tiene puesto un gorro de Papá Noel de fieltro rojo. Bjorn se quita de la boca el chupete anti-apetito.

—Creo que es «Jingle Bells» —dice, entusiasmado—. Lo que está cantando. —Lo anota.

Bjorn es nuevo en el equipo de seguimiento. Tiene veinticuatro años y se toma todo demasiado en serio, excepto a sí mismo. Es gordo, rubio y dulce como una rosquilla rellena con mermelada. Realmente me cae bien, pero él todavía no se ha dado cuenta. Despierta a la madre que hay en mí.

Bostezo. No soy de hábitos nocturnos y estoy viajando en un furgón a las dos de la madrugada. Por culpa del gallo, claro. Es 22 de diciembre y el gallo sufre un fuerte ataque de espíritu navideño, aunque no sabe diferenciar un duende de un elefante. Quiere hacer algunas compras. Es la pesadilla de los sistemas de seguridad, pero le damos el gusto. Siempre lo hacemos, porque hemos pedido la Enciclopedia Kuvat como regalo de Navidad. No porque sepamos exactamente qué es, sino porque estas criaturas vienen de un planeta que queda a ciento treinta años luz de distancia. Sin lugar a dudas, disponen de una gran teoría unificada, conocen el secreto de la fusión fría y saben curar la celulitis.

=¿Personas?= El gallo nos mira. =Este tiene hambre.=

—Yo también. No he comido nada desde la cena. —Bjorn siempre se alegra de interactuar con nuestro cargamento—. Espera a ver el patio de comidas de este centro comercial. De la mejor categoría, absolutamente. Debe haber treinta clases diferentes de platos étnicos. —Comienza a burbujear de entusiasmo y yo le clavo una mirada punzante—. Bueno, tal vez sólo veinte —masculla.

=Este también tiene sed, personas.=

—Esta se llama Maggie. —Me toco el pecho—. Ma-ggie. —El gallo no puede diferenciar un humano de otro y eso aún me fastidia. Lo sigo desde hace cuatro meses y todavía no sabe quién soy.

=Riendo sin parar, persona, jajaja.= La exactitud de las traducciones kuvat es tema de debate.

Estoy harta de este gallo. He solicitado hacer el seguimiento de cualquier otro kuvat, preferentemente un espantapájaros, pero me conformaría con otro gallo. Por lo que sabemos, hay cuatro además de este. Los gallos no tienen nombre y no me pregunten por qué. Al principio les pusimos apodos —Bobo, Tonto, Lelo, Memo y Lerdo—, pero cuando Balfour se enteró le dio un ataque. Nos dijo que nuestro trabajo era seguir, observar y proteger a los kuvats, no hacer comentarios maliciosos. Ni siquiera le gusta que los llamemos gallos. Cuando oyó a Jasper riéndose de Tonto en agosto, lo separó del equipo de seguimiento y lo desterró a Evaluación de Desperdicios, donde ahora revisa la basura de los kuvats y saca muestras de sus cloacas. Este gallo es el turista más ávido de los cinco. Desde que aterrizaron los kuvats,en mayo, ha visitado las pirámides, el Taj Mahal y la Torre Eiffel. Los zoológicos y los disneys lo enloquecen. Presenció el tercer juego del Campeonato Mundial 08 y fue el Invitado Especial de la 66º Convención Mundial de Ciencia Ficción. Parece que es compañero de Kasaan, la espantapájaros que lidera la expedición kuvat. Bjorn adhiere a la teoría de que los gallos nos están estudiando para enviar informes detallados a los espantapájaros, que muy rara vez abandonan el complejo que hemos construido alrededor de la nave espacial. La teoría es convenientemente imposible de comprobar, ya que no tenemos permiso para seguir a los gallos hasta el interior de la nave.

Cuando estacionamos en la entrada del Centro Comercial Noche Viva, Balfour en persona sube al furgón. Nos hace señas a los dos con la cabeza y luego se acerca al gallo.

—Tiene una hora. Me temo que es lo máximo que podemos darle, una hora. Estos dos lo acompañarán durante una hora. Estos dos le conseguirán todo lo que quiera. ¿Comprende todo? ¿Estos dos? ¿Una hora? —Aunque no quiera admitirlo, es evidente que Balfour también piensa que el gallo tiene el mismo seso que Dios le dio a la espinaca.

=¿Kuvat paga? Es la costumbre.=

—No —dice Balfour—. Estos dos pagan todo.

=¿Hay budín inglés, persona? Este oye mucha información del budín inglés.=

—¿Budín inglés? —Balfour nos lanza una mirada, como si tuviéramos alguna idea de lo que está diciendo el gallo. Bjorn se encoge de hombros—. Seguro que hay budín inglés en alguna parte del centro comercial —dice Balfour.

=El budín inglés resuelve mucha hambre.=

Mientras bajamos del furgón, Balfour me toca el brazo. Dejo que Bjorn siga adelante con el gallo.

—¿Hay algún problema? —me dice.

—Hasta el momento, no.

—Bueno, ahora sí. Kasaan salió de las Naciones Unidas y viene hacia aquí.

—¿Aquí… lo que se dice aquí? ¿Por qué?

Me mira con exasperación.

—Tal vez porque cayó en la cuenta de que sólo quedan dos días para hacer las compras de Navidad.

Balfour siente tanto desconcierto por el comportamiento de los kuvats como todos nosotros, pero es la Subsecretaria de Asuntos Alienígenas. Cuando la gente le hace preguntas, espera que ella proporcione respuestas. A veces, la vena de su sien izquierda late como un gusano azul.

—¿Quieres que saquemos a nuestro huésped? —Es la primera vez que un gallo y un espantapájaros van a encontrarse fuera del complejo de la nave. Una oportunidad para observar nuevas conductas, pero el centro comercial es tan público…

—No lo creo. No.

—¿Le decimos lo de Kasaan?

Se frota los ojos y advierto que probablemente la han sacado de la cama por este asunto.

—Tal vez ya lo sabe. Mira, he sembrado el centro comercial con gente nuestra. Dejaremos que ocurra ¿está bien? Observar y proteger, como siempre. Sólo quería avisarte para que tengas cuidado. —Me da la espalda, pero se detiene—. ¿Cómo va Bjorn?

—Tendría que hacer más sentadillas.

Suspira, pero la vena se aquieta.

—Son las dos y media de la madrugada, Maggie. Ni Hack Bumbledom te causa gracia a las dos y media de la madrugada.

—¿Quieres que te compre un budín inglés? Está lleno de información.

—Esto podría ser importante. —Me quita la nieve del hombro—. Estaré en la oficina de seguridad.

Hay seguidores, con sus familias, desperdigados estratégicamente por el lugar. Cuando llevamos a los gallos de excursión tratamos de minimizar su acceso al mundo convencional. Si podemos, despejamos completamente la zona; de lo contrario, llegamos sin anunciarnos y a altas horas de la noche. Entramos y salimos antes de que vengan los medios, los cazakuvats y los buscavidas. En este horario infame hay algunos civiles de compras y, por supuesto, el personal de todas las tiendas es gente normal, pero tenemos buena cobertura.

El Centro Comercial Noche Viva tiene forma de Y. De su techo de cristal abovedado cuelgan cintas de luces que se estremecen con la cálida brisa de los ventiladores. En cada uno de los brazos de la Y hay hileras de tiendas diversas que venden, como es habitual, juegos, publicaciones, zapatos, camisetas, corbatas, sombreros, utensilios de cocina, software, arte, dulces, juguetes, velas, perfumes y feromonas. Puedes hacerte una tintura dérmica, un peinado o una liposucción al paso. En el fondo de cada brazo hay una tienda grande: un Sears & Penny, un Food Chief y un Home Depot. En la unión de los tres brazos hay un conglomerado inmenso, chabacano y ruidoso de puestos de comida rápida. Puede que Bjorn tenga razón sobre la cantidad de platos étnicos; creo que nunca antes he visto comida islandesa en un centro comercial. En el medio hay unas doscientas mesas redondas. La superficie de cada una es una pantalla sintonizada con los canales de cable temáticos. Aunque el sitio está mayormente vacío, sigue colmado de susurros fantasmales provenientes de los noticieros, las comedias y los dibujos animados. Espero localizar al gallo en alguna parte, pero lo único que veo es un puñado de seguidores y un Papá Noel que cabecea delante de un café con leche. Empujando la silla de paseo de su hijo de cuatro años, Kevin Darcy se me acerca y murmura:

—Sears & Penny.

Así que avanzo por el laberinto de mesas. Cuando paso junto a él, Papá Noel se levanta de la silla de un salto.

—¿De dónde salió usted?

—De mi casa —le digo, y trato de seguir adelante.

—No, no es cierto. —Se me viene encima—. Usted es una extraña. ¿Quién es toda esa gente?

—Es un centro comercial, mi amigo. Aquí todos somos extraños.

—No. En mi centro comercial, no —dice.

—Oiga, ¿por qué no se toma el resto de la noche libre? —Abro mi cartera y dejo que mire bien mi identificación—. Seguro que está cansado. Yo hablaré con su jefe.

Mira, pero creo que no ve nada.

—No es por él —dice con incertidumbre—. Es por los regalos. Tengo que completar la lista. —No puedo más que adivinar su historia, pero estoy bastante segura de acertar. Está viejo, arruinado y atascado en los sobresaltos de la Seguridad Social, tratando de ganar unos dólares más durante las Fiestas. Pero, en realidad, no se acostumbra al horario nocturno e intenta sobrellevar su turno de trabajo a fuerza de sustancias químicas. Por eso es incoherente y tiene ojos de cefadrina—. Si me voy, me reemplazarán con un Santabot. —Baja la voz—. Esos no necesitan ir al baño.

—Disculpe. —Lo esquivo—. Tengo que ver a un gallo que quiere budín inglés.

—¡Espere! La pondré en mi lista. —Me agarra—. ¿Qué quiere para Navidad?

—¿Qué le parece la vida de otra persona?

Se pone a pensarlo y yo me escabullo.

—¡Le regalo la mía! —me grita—. ¡Eh!

Al entrar en Sears & Penny percibo un olor raro, picante, floral; como el aroma de una rosa, pero con las espinas. Lo sigo hasta la sección de ropa interior masculina, donde es tan fuerte que me lloran los ojos. Un vendedor convencional está tocando «Noche de Paz» en el teclado del lector de tarjetas. Bjorn y el gallo están sentados en el suelo, sobre un mantel a cuadros rojos y blancos, de picnic. El gorro de Papá Noel del gallo está ladeado con desenfado. Tiene abierta una bolsa de plástico con tres camisetas blancas marca Fruit of the Loom.

Se las está comiendo.

De alguna manera, también ha conseguido una caja de cuatro latas de Licor de Chocolate Mentolado Murray, dos de las cuales están vacías.

=¿Hambre?= Me ofrece un harapo manchado de licor.

—No —le digo—, gracias.

Trato de que Bjorn me mire, pero tiene la vista fija en el espacio entre sus piernas, como si estuviese contando los cuadros rojos del mantel.

=Cien por ciento algodón.= El gallo saca una camiseta nueva de la bolsa y la gira hacia un lado y el otro, como admirándola. =Rica celulosa.= Abre otra lata de Murray y vierte un poco sobre la camiseta. =No almidonada como las papas fritas.= Toma un bocado.

Claramente, el olor proviene del gallo. Es una nueva conducta y tengo que saber qué la originó.

—Eh, Bjorn… ¿puedo hablar contigo?

Me mira por fin. Tiene los ojos rojos y llorosos por el olor del gallo.

—Piensas que estoy gordo. —Tiembla como un barril de gelatina y luego se ríe a carcajadas.

—¿Qué?

—Todos piensan que estoy gordo. ¡Soy gordo! —Apoya las manos abiertas sobre su cintura.

Sin duda, Bjorn podría ser un Papá Noel creíble sin necesidad de usar relleno, pero ¿qué tiene que ver eso con seguir a los kuvats? ¿Y por qué le resulta tan cómico? Trato de decirle «Eso no es cierto», pero las palabras se hinchan en mi garganta como globos. Toso y logro decir, medio ahogada:

—¿Qué está ocurriendo aquí?

=Él te conoce para mal o bien= dice el gallo con la boca llena de camiseta. =Así que bien bien bendito sea dios.=

—El gallo no es estúpido, Maggie. —Bjorn lanza una risita y estira la mano hacia la última lata de licor—. Simplemente, no sabe lo que sabe. —Abre la lata y bebe.

—¡Bjorn! —Quiero detenerlo, pero el olor del gallo florece en mi cabeza—. ¿Qué le has dicho? —No estoy segura de que mis pies estén tocando el suelo.

=Kuvat no es estúpido.= El gallo mastica lateralmente, como un caballo. =Este ve. Este recuerda. Pero sólo Kasaan sabe.=

—¿Kasaan? ¿Qué pasa con Kasaan?

—Es la verdad —dice Bjorn—. ¿Quieres un poco?

Me ofrece el licor de chocolate Murray y se lo arrebato.

=¿Algodón?= El gallo me tiende la bolsa de camisetas.

—No. —La rechazo con un distraído movimiento de mano—. Tal vez después.

—Está emanando una especie de euforizante —dice Bjorn—. ¿Lo hueles, Maggie?

=Marea de bienestar y alegría, bienestar y alegría.=

—Sí. —Me siento junto a Bjorn. Si no lo hago, alguien tendrá que bajarme del techo—. ¿Cómo empezó?

—Estaba hablando de Kasaan. Dice que ella lo va a vaciar o algo así. Casi puedo asegurarte que se está preparando para entregarle su informe. —Sonríe, satisfecho de haberme ganado la discusión finalmente—. Tengo una teoría. Él tiene que decir la verdad ¿no? Y el olor lo obliga a hacerlo y a sentirse genial. Y también nos está afectando a nosotros. Dime una mentira, Maggie.

=Mentiras feas.= El gallo escupe la etiqueta de poliéster donde figura la talla de la camiseta.

—Ay, dios —digo—. Ay, dios mío. —Bebo un sorbo de Murray y se lo paso a Bjorn—. Kasaan viene hacia aquí.

El peso del chocolate en mi estómago me hace olvidar que estoy violando todas las reglas del seguimiento que existen. Mañana a esta hora estaré ayudando a Jasper a centrifugar las aguas servidas de los kuvats.

=Persona= me dice el gallo. =Siempre hueles infeliz.=

—Soy infeliz —le digo—. Tengo derecho a ser infeliz.

—¿Por qué? —pregunta Bjorn.

—¡Porque tengo que seguir a este gallo idiota a todas partes, Bjorn! No sé a ti, pero a mí me hace sentir estúpida. Todos los que viven en este maldito mundo deberían sentirse estúpidos.

—Bueno, al menos no eres gorda. —Bjorn ríe y me pasa el Murray. Sólo por hacerle compañía, bebo un trago.

=Persona es gordo= dice el gallo. =Persona se siente estúpida.=

Escucho pasos que corren. Nuestros refuerzos se acercan rápidamente. Cuando pienso en qué va a pensar el resto del equipo de seguimiento cuando nos vean así, comienzo a reír.

—Estamos jodidos —digo.

—Muy. —A Bjorn también le parece cómico.

La propia Balfour lidera la tropa.

—¡Maggie!

Cuando nos localiza, se acerca. Se nos queda mirando como si acabara de sorprender a Papá Noel robando mercadería. Me arrodillo con esfuerzo y levanto las dos manos para advertirles.

—¡Salgan de aquí ahora mismo! Es un estupefaciente aeróbico.

Advierto que estoy agitando una lata de Licor de Chocolate Mentolado Murray frente a la cara de la Subsecretaria de Asuntos Alienígenas. Discretamente, dejo la lata sobre el mantel de plástico.

—En el furgón hay máscaras antigás —le dice Balfour al equipo, mientras se tapa la boca y la nariz con la mano—. Desalojen la tienda. No, desalojen el centro comercial. Sellen todo.

Algunos agentes salen corriendo y desaparecen. Los otros seguidores nos miran con los ojos desorbitados y luego retroceden con incertidumbre.

—Kasaan lo está buscando —dice Balfour—. ¿Se encuentran bien?

—Por supuesto —dice Bjorn—. Marea de bienestar y alegría.

—Creo que estamos bien —digo yo—. Pero ya no estamos observando. Somos parte de esto, Balfour. Ahora váyanse, antes de que sea muy tarde.

Se marchan, arrastrando al vendedor de ropa masculina que no para de reírse. El gallo se pone de pie y se sacude unos hilos blancos de encima.

=¿Persona, hay budín inglés?=

Encontramos budín inglés en el Polo Norte, un quiosco navideño ubicado en la mitad del brazo de Home Depot. El Polo Norte también vende barras de caramelo de diez sabores distintos, cajas de chocolates surtidos, galletas de Navidad envueltas en papel de aluminio verde, duendes de malvavisco y arbolitos navideños de azúcar.

Desde los altavoces ocultos, Gene Autrey canta «Rudolph, el reno de nariz roja», mientras unos muñecos animados de Papá Noel y toda su dotación de renos brincan alrededor de la base circular del quiosco. Sé que lo que aún asciende por mi nariz es el olor del gallo, pero me descubro tarareando junto a Gene. Los budines ingleses se apilan de a cinco, en latas redondas, rojas —decoradas con escenas de niños con cara de cereza que construyen muñecos de nieve— y envueltas en celofán. Bjorn toma una lata de la parte superior de la pila y se la entrega al gallo.

—Esto es budín inglés —le dice.

El gallo agarra la lata, la gira varias veces, la levanta hacia la luz y golpea la tapa con un dedo.

=Es duro.=

—Está dentro. —Sacudo la cabeza, riendo—. Primero tienes que abrirlo.

El gallo mira el centro comercial vacío de cabo a rabo.

=No hay persona para pagar.=

Bjorn está desenvolviendo un muñeco de nieve de chocolate blanco.

—No te preocupes —responde—. Nos encargaremos de todo.

=Este paga. Es la costumbre.= Coloca el budín inglés sin abrir sobre el mostrador. =Es Navidad. Kuvat paga.=

—No, en serio… —dice Bjorn, pero yo le doy un codazo en la espalda justo en el momento en que el gallo comienza a cantar.

=Quiquiriquíííí. ¡Quiquiriquíííí!=

Bajo la piel translúcida, su carne parece hervir. Oímos un chapoteo, como el de un lampazo cuando se introduce en un cubo de agua. El gallo se golpea el pecho con una mano y veo que una sustancia viscosa rezuma entre sus dedos regordetes. Se lleva la mano a la boca y la sopla una vez, dos. Después, abre la mano y nos la muestra.

=Pagar= dice.

A Bjorn se le cae el muñeco de nieve de chocolate. Chasqueando levemente sobre la suave palma del gallo hay tres perlas verdes.

—¿Qué son? —dice Bjorn.

=Fin de la gordura= dice el gallo, y se las ofrece. =¿Persona come?=

Por supuesto, de inmediato sospecho de las perlas verdes. En todo caso… ¿qué es eso del fin de la gordura? ¿Qué pueden hacerle esas cosas al sistema digestivo humano?

—¿Cuántas? —El rostro de Bjorn es blando como la masa para hacer galletas.

—¡Espera! —Estoy aturdida, pero no puedo obligarme a detener todo esto.

=Una única.=

—¿Qué fue lo que dijiste antes, Maggie? —Bjorn me sonríe—. Ya no estamos observando. Ahora somos parte de esto. —Acepta una perla del gallo—. Gracias. ¿La mastico?

=Traga rápido.=

—¡Bjorn!

Se la echa a la boca y eso es todo. Me quedo esperando que se caiga de lado, que se retuerza o vomite, incluso que explote, pero sólo me mira con esa sonrisa idiota que yo comprendo absolutamente. Pase lo que pase, todo está bien, es verdadero, es bueno. Ambos lo aceptamos porque esta noche el mundo huele muy dulce. Bjorn levanta los brazos por encima de su cabeza como una bailarina clásica y hace una pirueta.

Cuando el gallo me ofrece las perlas verdes, no siento ninguna tentación.

—Gracias. —Las agarro y me las meto en el bolsillo—. Pero creo que me las guardaré para el desayuno.

Los ojos del gallo destellan por un momento y luego se oscurecen.

=Una= dice. =Comparte.=

Se vuelve hacia el Polo Norte y recupera su budín inglés.

El gallo quiere comerse el envoltorio de celofán, pero lo convencemos de que no lo haga. Cuando destapamos la lata, lanza un quiquiriquí y la tira al suelo.

=¡No Navidad!= El budín sigue en el interior de la lata, que ahora rueda hacia la tienda de Playbots. =Budín inglés feo.= Comienza a saltar de arriba abajo en una pata. =Feo como las mentiras.=

—Lo lamento —dice Bjorn—. Quizás estaba rancio. Puedo traerte otro.

=¡Llévatelo!= dice el gallo. =¡Entiérralo!=

—Ya pasó casi una hora —digo—. Saquémoslo de aquí.

Pero no tenemos oportunidad porque, caminando hacia nosotros a grandes trancos desde el patio de comidas, viene Kasaan. Una docena de seguidores con máscaras antigás trotan tras ella.

Los espantapájaros kuvat no tienen más en común con nuestros espantapájaros que los gallos con el gallus domesticus. Los llamamos espantapájaros porque son desgarbados y porque visten ropas sueltas y chillonas que les cubren la mayor parte del cuerpo. Pero nadie que conoce a un espantapájaros recuerda su guardarropa. Lo que recuerda es su cabeza imposible. Se parece un poco a una calabaza gigante, salvo que las calabazas no son de color óxido ni arrugadas como nueces. Sus ojos son como huevos sanguinolentos y tienen la boca llena de dientes de pesadilla, largos, curvos y puntiagudos. Si los espantapájaros no fuesen tan tímidos, tan corteses, tan inteligentes —todo lo que no son los gallos— nos asustarían de muerte a todos.

Al ver a Kasaan, el gallo olvida el budín inglés y comienza a emitir furiosos quiquiriquíes. Instintivamente, Bjorn y yo retrocedemos. La espantapájaros se precipita hacia el gallo. Nunca los he visto moverse tan rápido. Los seguidores quedan atrás, avanzando con torpeza. El gallo se pone tenso. Es como si quisiera correr en cinco direcciones al mismo tiempo, pero no pudiera decidirse por ninguna.

=¡Quiquiriquíííí, quiquiriquíííí!=

Justo antes de que suceda, me percato de lo que estoy viendo. No es una reunión. Es un ataque: un león cargando contra un ñu, un lobo apresando a una liebre.

—Oh oh —digo. Pero es bueno. Es verdadero. El olor lo ha cambiado todo.

Kasaan impacta contra el gallo y lo derriba. El gallo rebota, rueda y queda tirado de espaldas, temblando. Patalea débilmente mientras Kasaan se le viene encima. La espantapájaros se inclina para hociquear el hombro del gallo. El gallo cierra los ojos. Sus quiquiriquíes son suaves y húmedos. Llegan los seguidores, sin aliento.

—¿Qué es esto? —Reconozco la voz de Balfour—. Oh, dios mío, ¿qué está haciendo?

La lengua rosada y áspera de Kasaan, asomándose entre los dientes al descubierto, lame el hombro del gallo. Produce un sonido similar al de una persona lavándose las manos.

—Observa —digo—, pero no protejas. Esta vez no.

Kasaan continúa lamiendo durante varios minutos. De pronto, sus dientes perforan la piel del gallo y se hunden profundamente. El gallo se pone rígido, pero no emite sonido. Con un rápido sacudón hacia un costado, Kasaan le arranca un trozo de carne del tamaño de una manzana. Sus mandíbulas se cierran sobre la carne —una vez, dos, tres— y luego echa la cabeza hacia atrás y traga. La herida rebosa de sangre púrpura y Kasaan la limpia a lengüetazos. Cuando el sangrado se detiene, la espantapájaros retrocede y se despereza, exuberante.

—¡Qué información sabrosa! —Le tiende una mano al gallo, que se pone de pie con esfuerzo—. Has visto muy delicioso.

—Tengo una teoría —susurra Bjorn— sobre cómo hacen sus informes…

Pero no llega a entrar en detalles porque Kasaan se acerca a él.

—Lo que este te ha dado —dice la espantapájaros— es un huevo de vuot, un gusano que crecerá en tus intestinos a lo largo de los años.

Bjorn se pone del color del licor de huevo.

—¿Cómo sabe de eso? —digo.

—Me comí sus recuerdos —dice Kasaan—. El vuot es un parásito benéfico que compartimos todos los kuvats. Filtrará las toxinas, regulará tu metabolismo y te prolongará vida. No debes preocuparte por los efectos colaterales. Por cierto, creo que tu relación con el vuot te traerá mucha felicidad en los siglos venideros.

Me toco el bolsillo para asegurarme de que las perlas —los huevos de vuot— siguen allí. Kasaan lo advierte y me hace una reverencia, como disculpándose.

—Lo que ha ocurrido es así y es para bien. Pero hay algo que todavía no ha sucedido y que, desafortunadamente, debo impedir que suceda.

Adivino lo que viene.

—Se los compramos —le digo—. Los pagamos.

—Maggie, el precio de la inmortalidad no es un budín inglés —dice Kasaan con delicadeza.

=Budín inglés feo= dice el gallo. =Persona miente.= Su herida ya se ha curado.

—Me temo que debo insistir. —La espantapájaros apoya una mano en mi hombro.

=Mejor no llorar. Dime por qué.=

Sé que no quiere hacerme daño. Tampoco el gallo, Bjorn, Balfour, ni ninguno de los seguidores. Le devolveré los huevos. Puede que descubramos cuál es su precio justo más adelante. En lo que a mí concierne, la situación está bajo control. Pero no es mi centro comercial.

—¡Quítale las manos de encima!

Sucede muy rápido. Papá Noel aparece de algún lado, detrás de los seguidores. Nadie lo ve hasta que sale volando. Es bastante ágil para ser un anciano. Aferra a Kasaan de la cintura y la hace girar. Los huevos salen disparados de mi mano y se despanzurran en el suelo. Papá Noel y la espantapájaros caen uno encima del otro.

—¡Monstruo! —chilla Papá Noel—. ¡Fuera de mi centro comercial!

Sus manos rodean el cuello de la espantapájaros. Nos acercamos en enjambre para separarlos, pero llegamos un milisegundo demasiado tarde. Kasaan muerde con fuerza el bíceps de Papá Noel. Arranca un bocado de músculo y algunos retazos de fieltro rojo. Quizás es el instinto lo que la obliga a tragárselos.

—¡Aaaah!

Brota la sangre. Papá Noel se desmaya. La espantapájaros se levanta lentamente, lamiéndose la sangre de los labios.

—Kasaan, lo siento mucho —dice Balfour con la voz amortiguada por la máscara antigás—. Pensé que esta área era segura.

Kasaan la mira pensativamente.

—Es un hombre mayor.

—Un viejo, sí —dice Balfour—. El pobre no debe saber lo que está haciendo.

—¿Así es como tratan a sus ancianos?

—¿A qué se refiere?

—Hemos cometido un tremendo error —dice Kasaan—. Deseo regresar a la nave de inmediato.

=Y feliz Año Nuevo= dice el gallo, mientras sigue a la espantapájaros rumbo a la salida.

Tres días más tarde, la nave kuvat despega. Aún no ha regresado.

Bárbara Balfour, Subsecretaria de Asuntos Alienígenas, renuncia en febrero, después de soportar el acoso despiadado de los medios y de las dos Cámaras del Congreso. En marzo firma un contrato para escribir «¿Quién perdió a los kuvats?», donde presenta su versión de los hechos. Aunque las ventas la decepcionan, la vena de su sien deja de latir. Bjorn Lipponen adelgaza y llega a pesar sesenta y ocho kilos en seis meses. Dos años después del Incidente, como se lo llama, lo consagran uno de los Cien Hombres Más Seductores del siglo veintiuno. Más tarde, se convierte en un famoso futurista. Su libro «El camino a la eternidad» ya va por la decimoctava edición.

Nadie sabe bien qué hacer con Lester Rand, el Papá Noel demente. Hay un consenso considerable para acusarlo ante la Corte Mundial por cometer un crimen de lesa humanidad. Pero ¿quién sabe lo que puede pasar si los kuvats regresan y descubren que hemos castigado al mensajero en lugar de aceptar el mensaje? En sus últimos años, Rand escribe un libro para niños, «El reno en el centro comercial», que es adquirido por Fox y convertido en un largometraje de animación digital.

Yo nunca voy a escribir un libro. No voy a vivir para siempre. Hay muchas teorías acerca de qué fue lo que generó el Incidente. Algunos quieren echarme la culpa a mí por insultar al gallo, aunque lo que dije no fue más que la verdad. Otros dicen que es culpa de la humanidad por maltratar a los Lester Rands del mundo. Muchos ex-cazakuvats sostienen que, al digerir la información que le arrancó a Rand de un mordisco, Kasaan vio el interior del alma oscura del Homo Sapiens Sapiens y sintió repulsión. Supongo que todos tienen una teoría. Aquí está la mía.

Fue el budín inglés.

Título original: Fruitcake theory © James Patrick Kelly – Traducción: Claudia De Bella © 2011.

James Patrick Kelly nació en Mineola, Nueva York, en el año 1951. Ganador de dos premios Hugo y un Nébula, Kelly vendió su primer cuento en 1975, y actualmente se lo considera como a uno de los más importantes escritores de ciencia-ficción contemporánea.

Se graduó magna cum laude de la Universidad de Notre Dame en 1972, con un Bachelor of Arts en Literatura Inglesa. Luego trabajó como escritor de tiempo completo hasta 1977. Asistió al taller Clarion de ciencia-ficción dos veces: en 1974 y en 1976. En los 80, él y su amigo el escritor John Kessel se involucraron en el debate de Ciencia-Ficción Humanista Vs Ciberpunk. Y aunque Kelly y Kessel se inclinaban más por la Ciencia-Ficción Humanista, las cosas se confundieron cuando Kelly publicó varios cuentos de estilo ciberpunk como «The Prisoner of Chillon» (1985) y «Rat» (1986). Su cuento «Solsticio» (1985) fue publicado en la afamada antología de Bruce Sterling «MirrorShades: Una Antología Ciberpunk».

Kelly ha sido galardonado con los premios más apetecidos en la ciencia-ficción. Ganó el Premio Hugo por su novelette «Pensar como un Dinosaurio» (1995) y volvió a ganarlo con su novelette «10^16 to 1» (1999). Su novela «Burn» ganó el Premio Nébula en 2006. Otras historias suyas han ganado la encuesta de lectores de la revista Asimov y el Premio SF Chronicle. Kelly aparece listado frecuentemente en la votación final del Premio Nébula, del Premio Locus Poll y del Premio Memorial Theodore Sturgeon. Frecuentemente enseña y participa en talleres de ciencia-ficción, como el Clarion y el Taller de Escritores Sycamore Hill. Ha sido miembro del New Hampshire State Council on the Arts desde 1998 y presidente del Consejo en 2004.

Kelly participa activamente en la revista Asimov, y durante varios años ha contribuido en la columna de no-ficción de dicha revista «On the Net». Durante veinte años seguidos ha publicado un cuento en el número de junio de la revista Asimov.

Hemos publicado en Axxón: PENSAR COMO UN DINOSAURIO y BARRY WESTPHALL CHOCA CONTRA LA SINGULARIDAD.


Este cuento se vincula temáticamente con ENCUENTRO FALLIDO, de Miguel Hoyuelos; INSTRUCCIONES SECRETAS PARA LA MISION ALFA: PLIEGO UNO, de Yoss; TRES VECES MÁS PEQUEÑO, de Albino Hernández Pentón; EL MONSTRUO Y LA DAMISELA DE CHRYSALE, de Pierre Jean Brouillaud y AMOR CARNAL, de Rubén Barrientos.


Axxón 222 – septiembre de 2011

Cuento de autor norteamericano (Cuentos : Fantástico : Ciencia Ficción : Contacto con Extraterrestres: Estados Unidos : Estadounidense).

2 Respuestas a “«La teoría del budín inglés», James Patrick Kelly”
  1. ¡Este cuento es excelente! Felicitaciones al autor.

    Saludos,
    Daniel

  2. dany dice:

    Sumo mis felicitaciones e incluyo a Claudia de Bella, la traductora de los cuentos que venimos disfrutando este mes.

  3.  
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