«La ruta a Trascendencia – 1 – Bienvenidos al tren fantasma», Alejandro Alonso
Agregado en 12 abril 2015 por dany in 263, Ficciones, tags: Novela CortaARGENTINA |
Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida.
Tengo miedo de las noches
que, pobladas de recuerdos,
encadenan mi soñar…
C. Gardel y A. Le Pera,«Volver»
1
Bienvenidos al tren fantasma
Primer mandamiento: No especularás.
Yo lo ignoraba hace tres años, cuando tomé por primera vez la ruta a Trascendencia. TenÃa treinta, estaba desempleado y no querÃa convertirme en una carga para mis tÃos. En estos tres años tuve que aprender todo de nuevo, como quien se queda ciego y tiene que reeducar sus otros sentidos.
Trascendencia es un pueblito que está treinta kilómetros serranÃa adentro. Hace veinticinco años esa localidad cobró notoriedad a causa de la Guerra, pero en aquel entonces se llamaba Redención. Le pusieron Trascendencia después de la Guerra, durante la reconstrucción. A pocos kilómetros de allÃ, del otro lado de la sierra que marca el lÃmite de Trascendencia, está el Primer Epicentro del que tanto hablaron los diarios. El único epicentro, si vamos al caso.
La Guerra, tal como la recuerdo de mi infancia, duró apenas quince dÃas: los epics llegaron desde lo profundo del espacio, hicieron mucho ruido y se fueron con la cola entre las patas cuando empezamos a dispararles. Pero al final pasó algo. Un temblor que empezó del otro lado de la sierra arrasó con media Redención. También hubo un incendio que nadie vio. Los militares, con su afición por las palabras altisonantes, llamaron a ese sitio Primer Epicentro. CreÃan que la catástrofe era consecuencia de un ataque de los epics y esperaban más terremotos e incendios si la guerra se prolongaba, pero eso no ocurrió. Los epics ya se habÃan ido. La Guerra habÃa terminado.
Sobre el incidente de Primer Epicentro corrieron muchas versiones: que invasores del espacio nos habÃan atacado con un proyectil o con un rayo sónico, que estábamos ensayando un arma para emplearla contra ellos y algo salió mal, que hubo un ataque de histeria masivo y que la mitad de los habitantes de Redención se habÃa suicidado a lo bonzo en las laderas de la sierra, que alguien estaba experimentando con un virus cerebral. Estas versiones tenÃan variantes donde el ataque, el virus, los locos suicidas y la explosión de nuestras armas se combinaban en un complot mucho mayor. Yo leÃa todo lo que salÃa en los diarios y escuchaba todo lo que decÃan en la radio. Amaba esa excitación.
La versión que más circulaba en mi ciudad, la capital de la provincia, era que habÃamos derribado una nave epic. Pero las únicas evidencias del incidente que llegaron a los periódicos (las fotos de un cráter y de la ladera norte de la sierra cristalizada) no probaban nada. Después de mucho meditar sobre la escasa documentación disponible (más escasa y menos disponible aún debido a mi edad) concluà que esa versión era tan buena como cualquier otra y me aferré a ella. Para los demás, el derribamiento se convirtió en un artÃculo de fe. Para mà fue el primer escalón en la búsqueda de la verdad. Pero esa búsqueda entró en letargo con la muerte de mi madre. La pérdida me partió en dos. La mudanza a la casa de mis tÃos, el cambio de rutina y las nuevas relaciones adormecieron mi entusiasmo por los epics.
Al final, la excitación se fue apagando y Primer Epicentro entró en una zona gris saturada de evasivas, comentarios venenosos, fábulas color rosa y escepticismo. Todas las investigaciones encaradas por los diarios o las radios estaban sospechadas de buscar el escándalo para aumentar la circulación o la audiencia. Y allà donde habÃa huecos en la información, la gente construÃa mitos que se desmoronaban al dÃa siguiente sin dejar el menor rastro. Se decÃa que los únicos que podÃan saber la verdad sobre Primer Epicentro eran nuestros generales y polÃticos, los altos mandos de algunas potencias o los cientÃficos de toda procedencia que durante un corto perÃodo desfilaron por allÃ.
Imagino que hoy ese mismo manto de fábula y escepticismo rodea a la segunda guerra, que fue fulminante y devastadora. Yo estuve ahÃ, puedo atestiguarlo.
Hace tres años partà hacia Trascendencia con la sensación de estar comenzando tan sólo un viaje de trabajo. Me fui con la bendición de mis tÃos. Como dije, mamá habÃa muerto algunos meses después de la Guerra. En cuanto a mi padre, no lo conocà ni llevo su apellido. Después de la muerte de mamá, me mudé a la casa de mis tÃos maternos y mi primo Rolando. Esa nueva vida en familia fue buena por un tiempo. Después, Lando-Rolando se fue. Era mayor que yo y cuando cumplió los veintiuno decidió enrolarse en la GendarmerÃa. Yo ocupé su lugar, pasé a ser el hijo oficial, pero todos sentimos su partida como una pérdida.
Lando estuvo alejado de la familia más de quince años, comunicándose ocasionalmente por teléfono o por telegrama. O bien sorprendiéndonos con visitas de médico, entre una asignación y otra, hasta que quedó confinado en Trascendencia como comisario. Él era la verdadera causa del viaje. Después de todo ese tiempo en que yo me habÃa hecho cargo de los tÃos, Rolando me mandaba llamar a través de una carta: sé que estás sin trabajo, nuestro decano del periodismo está por jubilarse y alguien tendrá que ocuparse del diario, y mientras te vas aclimatando te puedo encontrar alguna changa.
Asà que el viaje era también una oportunidad de volverlo a ver.
Soy periodista, y fui secretario de redacción en un par de revistas de la capital. Dirigir un diario de pueblo no podÃa ser tan difÃcil.
Llegando a Trascendencia tuve las primeras señales de que algo estaba fuera de lugar. Más precisamente, en los últimos quince kilómetros de la ruta, después del desvÃo y del puesto de GendarmerÃa. No es un puesto fronterizo: Trascendencia está en el corazón de la provincia. Tampoco supe de ningún conflicto que justificara la presencia armada, exceptuando aquél que ya llevaba más de veinte años enterrado en mi memoria.
Por favor, arrÃmese al borde y baje. Tenemos que revisar el coche.
Los gendarmes chequearon todo: mi identidad, mi parentesco, la vacante que yo iba a cubrir, la radio del coche. Verificaron que el guardabarros no escondiera nada, que las valijas no tuvieran doble fondo.
¿Qué hay en ese paquete? dijo el gendarme.
Son longplays, se los llevo a mi primo para que se ponga al dÃa con su música.
Ya veo. Por favor, quÃtele la tapa a esa máquina de escribir. Tengo que revisarla.
Por mucho que rogué, la tapa de mi cámara fotográfica también terminó abierta, y la pelÃcula velada. Lo lamenté: era un rollo color y no sabÃa si conseguirÃa otro igual en el pueblo.
Todo en regla, señor me dijo el gendarme con una sonrisa que pretendÃa aflojar la tensión de la requisa. No lo logró. Guarde este pase por si se lo piden en el pueblo. Bienvenido al tren fantasma.
Pensaba decirle cuatro cosas al mequetrefe de uniforme, pero aquella bienvenida me desarmó.
¿El qué? dije.
El tren fantasma, señor. La ruta a Trascendencia. ¿Es la primera vez que viene?
AsentÃ.
Escuche bien, porque es mejor que lo sepa antes de entrar: en el camino va a ver cosas raras, estelas. No les lleve el apunte, maneje como si no hubiera nada. Son como hologramas.
¿Hologramas?
SÃ, figuras tridimensionales dijo con tono sobrador.
Conozco la palabra, pero no sé de qué me habla.
Sacudió la cabeza.
Lo importante es que siga mi recomendación. Esta ruta es como el tren fantasma, el del parque de diversiones. Esas estelas no pueden hacerle daño, no existen. Es todo lo que necesita saber por ahora. Cuando llegue al pueblo lo van a instruir al respecto. Puede ser que haya algún auto en la ruta, pero el mayor tráfico se da los dÃas de feria, y eso fue antes de ayer. Lo demás son estelas. Si no está seguro, vaya a treinta o cuarenta kilómetros por hora.
Gracias por el consejo dije, tragando bilis. ¿Falta mucho para llegar?
No, señor. Siga el camino. Pasando las granjas.
Lo que llamaban «granjas» era más bien una docena de sembradÃos y establecimientos rurales. Algunos tenÃan animales, en otros se cultivaban frutales y otros procesaban el resultante y hacÃan quesos y dulces artesanales.
Como me habÃa dicho el gendarme, la ruta no estaba muy transitada. No estaba nada transitada, en realidad.
Hice el primer kilómetro sin inconvenientes, pero con la sospecha de que podÃa ocurrirme algo malo. Sólo después de cinco o diez minutos de andar, noté que el paisaje no estaba como deberÃa. El costado del camino estaba cubierto por una bruma que, sin ser demasiado espesa, daba la sensación de que todo estuviera fuera de foco. Se me hizo un nudo en la boca del estómago y tuve ganas de pegar la vuelta hacia la capital.
Pisé el acelerador.
A la altura de la primera granja, una camioneta roja se me vino encima desde la mano contraria y maniobró descuidadamente para entrar por una tranquera. El conductor no pareció verme, ni oÃr el bocinazo ni los chirridos de mi frenada. El auto siguió moviéndose aún con las ruedas bloqueadas para terminar incrustándose en el otro vehÃculo. Pero no hubo choque. La trompa de mi coche entró poco más de un metro en el costado de la camioneta, pero sin golpe ni ruido. Allà no habÃa nada.
La camioneta roja se perdió de vista y el conductor un tipo calvo, corpulento y más o menos de mi edad salió de la casa y corrió hasta la tranquera. Seguramente para disculparse.
¿Está bien? gritó.
No contesté en seguida. No podÃa contestar: habÃa preparado mi cuerpo y mi mente para un impacto. El volante no querÃa despegarse de mis manos.
SÃ, gracias por preguntar dije. Me bajé del coche para recuperar la sensación de realidad y caminé hacia el portón con ganas de descargar adrenalina en la cara de alguien. ¿A qué juegan?
No le entiendo dijo el tipo.
¿Qué son esos hologramas?
¿Quién quiere saber?
Otro granjero se acercó al anterior. No, era el mismo granjero corriendo hacia la tranquera. Me pregunté si eran gemelos.
¿Está bien? preguntó el segundo granjero.
En ese momento supe que las cosas no iban a mejorar. La hierba del borde del camino, los árboles del otro lado de la tranquera y todo lo que se movÃa en ese sitio parecÃa estar rodeado por la bruma. No era una sensación agradable.
El segundo granjero se metió en el cuerpo del primero y ambos se fundieron en una imagen desenfocada. Una mujer salió de la casa y un tercer granjero, idéntico a los otros dos, salió tras ella y la traspasó. El destino obvio del tercero era ocupar las posiciones que sucesivamente habÃan ocupado los dos anteriores.
<¿Está bien?>
Me apoyé en la tranquera para disimular el temblor de mis piernas.
<No le entiendo.>
El gendarme habÃa usado la palabra «estela». En aquel momento no sabÃa que esa bruma, la bruma eventual, era sólo un efecto óptico de la acumulación de estelas.
<¿Quién quiere saber?>
Antonio Segura. No soy de acá, vine a Trascendencia a ver a un pariente.
Segura… ¿Usted es el periodista? ¿El primo del comisario?
Evidentemente todos estaban al tanto de mi llegada. Nunca habÃa vivido en pueblos chicos, pero sabÃa cómo eran las cosas. La gente se reúne y comparte experiencias. Sin embargo, Trascendencia era algo más que un pueblo chico: estaba aislado del resto de la provincia por los gendarmes. Me pregunté cuánto habrÃa dicho Rolando sobre mÃ, y si todo ese tiempo sin hablarnos se debÃa a su indiferencia o a una imposición ajena. Por extraño que parezca, nunca me habÃa hecho esa pregunta.
<¿Está bien?>
Apague el proyector, señor dije. Es un peligro.
No hay ningún proyector. El tipo, no sé cuál de todos, me miró y diagnosticó acertadamente que yo estaba en estado de shock. Hagamos una cosa: déjeme el coche acá y yo lo llevo al pueblo. Manejar por esta ruta puede ser peligroso para usted, con esto de las estelas.
¿Qué son las estelas?
<¿Quién quiere saberlo?>
Bueno, quisiera explicarle bien para que lo entienda. Pero seguro que su primo puede hacerlo mejor dijo el hombre. Somos nosotros, pero en otro tiempo. Aguante un cachito que saco la camioneta.
La mujer también se acercó a la tranquera. Era morocha, menuda y bastante atractiva. Frotaba una taza de café con un repasador viejo, como si pretendiera sacar un genio de aquel pocillo. Usaba un enorme reloj de pulsera. Noté que el hombre también tenÃa uno similar.
Me llamo Clara y mi marido se llama Eduardo dijo. Fuimos de los primeros trascendis. No como su primo, que llegó después.
¿Trascendis?
Como dice mi marido, va a ser mejor que le explique su primo.
¿Tiene algo que ver con las estelas? pregunté.
SÃ, y con el primer epicentro.
El hombre interrumpió la conversación.
Eduardo Sanguineti dijo, extendiendo la mano para presentarse. Cuando usted quiera nos vamos.
<No hay ningún proyector… déjeme el coche acá.>
Vacilé con la llave del auto en la mano.
Déjele la llave a Clara… Entrá el auto, amor, que ya vengo. El granjero me miró con aire divertido. Voy a llevar al nuevo ayudante del comisario.
Eduardo me llevó hasta el pueblo y en ese viaje nos cruzamos con seis o siete estelas. Eran imágenes insustanciales, pero algunas parecÃan sólidas.
Al pasar a través de la primera tuve la sensación de estar en otro lado: en mi casa de la capital, cenando. Ese recuerdo era del dÃa anterior. Hasta sentà el sabor del vino con que habÃa regado la pasta.
¿Qué fue eso? pregunté.
Otra estela. De ayer, probablemente. Es la 4×4 de Raúl Dominici, llevando los quesos al… ¿Qué le pasa?
Sentà algo raro. Hace rato que siento un mareo espantoso.
Ah, eso. Ya se va a acostumbrar. Les pasa a todos los tridis, asà que no se preocupe. Es que nosotros no vemos las cosas como ustedes.
¿Cómo me llamó?
Tridi, asà les decimos a los de afuera. Pregúntele al comisario.
¿No hay más estelas de usted?
No, por ahora. Nos estamos moviendo. Pero tarde o temprano nos van a alcanzar, no se preocupe. O por lo menos a mÃ. Tomó aire y empezó a cantar: Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida. Tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos…
Desafinaba, y su voz saturaba el espacio de la cabina. Probablemente algún gesto involuntario delató mi incomodidad, porque Eduardo se detuvo.
Es el pasado que vuelve me aclaró. Siempre vuelve.
La bruma seguÃa al costado del camino. No en las cosas fijas, como carteles y casas, pero sà en las que se movÃan. Esa bruma estaba literalmente poblada de recuerdos. La sensación de déjà vu era impresionante, palpable.
¿Y el futuro? ¿Están en el futuro? dije, tratando de provocar a mi interlocutor. En mi estado de estupefacción, su aire de despreocupación campechana me molestaba más que la bruma eventual.
El futuro también está ahà contestó Eduardo. Usted se va a bajar, va a ver a su primo y no le va a gustar lo que verá.
Un sudor frÃo corrió por mi espalda. Sólo entonces comprendà cabalmente lo que me habÃa dicho Clara.
¿Él también es trascendi?
SÃ. Un trac por elección.
¿Trac? rezongué. Me estaba cansando de las palabras misteriosas.
Trascendi explicó Eduardo. Para ser comisario, su primo tenÃa que ser como el resto de nosotros.
Pero él era un tipo…
Un tipo normal, sÃ. Un tridi. Ustedes son tridis, nosotros somos tracs.
¿Y qué le pasó?
Tranquilo. No es tan malo. Cuando llegue a Trascendencia, él le va a explicar. Va a ser una noche larga, se lo aseguro.
¿Cómo sabe?
Mañana Rolando me va a contar. Les va a contar a todos en la asamblea. No hay mucho de qué hablar fuera de lo que le pasa a cada uno.
Me acordé del gendarme. Bienvenido al tren fantasma.
¿Y la gente de afuera no sabe nada? dije. Yo no sabÃa nada.
Los gendarmes quieren hacer un cerco para que nada salga de Trascendencia, pero no se engañe: muchos en Hastings ya saben, y en Lacroix… y en Santos Pérez. Ni siquiera la sierra puede frenar los rumores. ImagÃnese: fueron más de veinte años desde el final de la Guerra. Tomó aire y volvió al ataque con los alaridos: Que veinte años no es nada, que febril la mirada…
¿Y por qué no informaron a los medios? interrumpà con cara de pocos amigos.
A la gente de por acá no le gustan las visitas dijo, recuperando la seriedad. No viven del turismo. Viven de las granjas, de algunas manufactureras y de lo que les pasa el Gobierno por dejarse investigar. Hay un centro de investigación en Primer Epicentro.
Estábamos llegando al pueblo. Y «pueblo» era la palabra exacta. ParecÃa uno de esos caserÃos que crecen en la ribera de los rÃos, lejos de los centros urbanos.
¿Cuántos son en el pueblo? pregunté.
Unos doscientos, si contamos las granjas. Hastings y Lacroix tienen más o menos la misma cantidad.
Pero ellos son tridis…
Y nosotros somos fenómenos de circo completó Eduardo, guiñándome el ojo. No se preocupe, las cosas son asÃ. No nos molesta.
Eduardo frenó la camioneta y bajó. Yo no. Ni siquiera sentÃa ansiedad por ver a mi primo.
El comisario se adelantó y me abrió la puerta de la camioneta. Lo reconocà a duras penas por su altura y por el uniforme. No se parecÃa en nada al muchacho que habÃa dejado su casa a los veintiuno, ni al otro de uniforme militar y corte al rape que nos visitaba cada tanto. TenÃa el pelo rubio hasta el hombro y estaba más corpulento. Diez kilos más, por lo menos.
Me pregunté si era mi primo.
Por supuesto que era mi primo. La chapa prendida en el uniforme decÃa R. Segura.
Nos miramos y él sonrió. No sé por cuánto tiempo mantuvo esa sonrisa bobalicona.
Hola, Tony. Bienvenido a Trascendencia.
Hola.
La primera estela se acercó furtivamente a Rolando para reiterarme la bienvenida. Entonces noté que me habÃa pasado casi un minuto sentado sin decidirme a bajar de la camioneta. Sentà el impulso de disculparme y volver a casa.
Es temporada alta explicó Eduardo, tratando de calmarme. Estaba bajando mis cosas de la camioneta, pero no dejaba de hablar. Tiene que ver con el ciclo de las manchas solares. Ahora tenemos estelas en uno, dos, cuatro minutos y pico, diez, veinte… Estamos saturados de estelas. Pero en unos meses volveremos a la normalidad: con una primera estela en cinco minutos, otra en diez y asÃ.
Lando le indicó a Eduardo que le pasara los bolsos, pero ni bien bajé del vehÃculo dejó todo y me dio un abrazo.
Tony, hermano.
No sé por qué usó esa palabra. A lo mejor él se sentÃa mi hermano mayor. Yo no me sentÃa su hermano: nunca fuimos tan unidos.
Lando… ¡Tanto tiempo! dije, y me sentà tonto por usar ese lugar común.
Perdoná que no te escribÃ, pero acá el correo hacia afuera es… Hizo un gesto vago que malinterpreté como de impotencia. Pasá. Tengo mucho para contarte.
Rolando tomó los bolsos y me llevó a la oficina del comisario. Allà el aire estaba cargado de presencias insustanciales y recuerdos ominosos. Lando me invitó a sentarme. El ocupó la silla del comisario, del otro lado del escritorio. No dijo nada, sólo me miraba.
Al final me convidó un vaso de agua fresca.
Eduardo tenÃa razón: esa noche nadie durmió. Lando tenÃa mucho para contarme y yo, como cualquier tridi que cayera en este sitio dejado de la mano de Dios, querÃa saberlo todo.
Si Lando esperaba que esa noche le preguntara por qué se habÃa convertido en trascendi, lo defraudé. Aunque él estuviera preparado para darme una explicación, yo no estaba preparado para escucharla. Yo no estaba frente a mi hermano postizo, sino frente a un extraño. HabrÃa sido como preguntarle a la mujer barbuda por qué estaba en el circo.
¿Por qué me llamaste? pregunté en cambio.
Y él no estaba preparado para contestar eso. No sin antes admitir más de diez años de lastimosa ausencia.
<Vas a vivir a unas cuadras de aquÃ, en una casa pública. Éstas son las llaves. Pero por ahora dejá las cosas ahÃ.>
Estabas sin trabajo, ¿no? contestó sin mirarme. Me pareció que se ponÃa a la defensiva. ¿Los viejos bien?
SÃ, te mandan saludos. Mamá está un poco mal de la cadera. Ya sabés: se cayó y ahora anda con bastón. El viejo está bien. Es un toro.
SÃ, el viejo es un toro.
Lando también era un toro. Un metro noventa, rubio, corpulento como los guardaespaldas de las pelÃculas de acción. El pelo desmelenado le daba un aspecto salvaje. Era bastante guapo, al margen de esas estelas que insistÃan en sentarse en su regazo. Mi madre y su padre eran hermanos, asà que compartÃamos la dotación de genes. Pero yo no era un toro, ni era corpulento ni rubio. Soy morocho como mi padre ausente y menudo como mi madre biológica. Los ojos claros vienen de mamá: en eso Lando y yo nos parecÃamos.
Lo que quiero saber es por qué me llamaste ahora. Pasó mucho tiempo… y no es la primera vez que me quedo sin laburo. No nos llamaste ni siquiera cuando mamá se cayó. ¿No te llegaban las cartas o qué?
Lando no contestó en seguida.
Adaptarse a esta vida nueva es más difÃcil de lo que parece dijo. Soy el primer voluntario, casi un experimento. Después hubo otros voluntarios, pero yo fui el primero porque necesitaban un comisario. Además, el ejército controla la telefónica y el correo.
¿Y por qué no se rebelan? ¿Por qué no te fuiste?
No, no me entendés. Nosotros se lo pedimos.
¿Por?
<Estabas sin trabajo, ¿no?>
Preferimos que la relación con los tridis la manejen ellos. Cuando vivas un tiempo acá te vas a dar cuenta de cómo funciona todo. Es mejor asÃ, creéme.
Pero… siempre hay un pero, Rolando.
Pero las cosas podrÃan cambiar. Por eso te llamé.
No entiendo.
Ya vas a entender.
<¿Los viejos bien?>
SÃ, te dije que los viejos están bien.
¿Qué?
Ah, perdonáme. Le contestaba a tu estela de hace un minuto.
Después de dos o tres horas de estelas, me acostumbré a filtrar los ecos. A distinguir al Lando real de las estelas de un minuto o dos atrás. El enorme reloj, con su display luminoso de diez centÃmetros, marcaba la diferencia.
¿Te gusta? me preguntó Lando irónicamente. Se sacó el reloj y me lo mostró. Son lindos. Están sincronizados con un faro radial, que es la hora oficial en Trascendencia.
¿Para qué sirven?
Mirando el reloj, los tridis pueden identificar las estelas. La estela que tiene la hora más avanzada es el trascendi de carne y hueso. Los demás son fantasmas.
Los relojes eran incómodos pero obligatorios, me explicó. Me contó que en la capital una compañÃa estaba experimentando con matrices de melanina: relojes-tatuaje. Era de las pocas noticias del exterior que les despertaba algún genuino interés.
De todos modos, verás que las estelas de hace un minuto parecen más reales que las de hace diez. Aunque en temporada alta hay excepciones.
Eduardo dijo algo del futuro.
Ustedes no pueden ver las estelas del futuro. Al menos no hasta que se transforman en presente.
Le devolvà el reloj.
<¿Los viejos bien?>
Lando bajó la mirada y suspiró. Lo sentà vencido.
Me borré, Tony. Me borré de los viejos y de vos. Ya me habÃa borrado antes, incluso. Mucho antes de la trascención.
¿Por qué?
Por celos, supongo. No sé por qué. Cuando llegaste a casa yo tendrÃa diecisiete o dieciocho años. Tuve la sensación de que mi tiempo se habÃa acabado. Que era el tuyo. Por eso no me quedé.
Yo esperaba que pelearas por ese espacio.
Lando no contestó.
<SÃ, el viejo es un toro.>
Cuando te fuiste les dejaste un vacÃo a los viejos insistÃ. Y a mÃ… porque yo querÃa en serio tener un hermano mayor. Aunque ese hermano fuera postizo.
Pobre Tony. Primero le deserta el padre, después se le muere la vieja y después el primo se borra. Menos mal que estaban los viejos.
<Cuando vivas un tiempo acá te vas a dar cuenta de cómo funciona todo.>
Lo miré a los ojos para ver si era una burla. La conversación parecÃa de telenovela. Para peor, yo aún no sabÃa o no querÃa saber con quién estaba hablando. Me habÃa acostumbrado a odiarlo por habernos abandonado. No, a odiarlo no… a desdeñar la necesidad que yo tenÃa de él.
Me resultó difÃcil distinguir su expresión en ese bosque de estelas. Pero mientras trataba de enfocar una de ellas, Lando se levantó, dio tres pasos y se puso a la luz. La lámpara alumbró sus rasgos con claridad.
Tuve un minuto entero para comprobar que él hablaba de corazón.
Hace rato que no necesito un hermano mayor. Ya soy grandecito. Pero vivà esas primeras semanas en Trascendencia como un simulacro de los dÃas que no habÃa compartido con mi primo hermano. La memoria emocional pretende ahora que recuerde todo aquello como una secuencia compacta: mamá murió, yo me mudé a lo de mis tÃos, mi primo se fue y luego me llamó para que le hiciera compañÃa.
La memoria es caprichosa. Quiere que el mismo adulto que ahora cuenta todo esto sea el que vivió cada uno de esos hechos. Pero el Tony que sufrió la pérdida de su madre tenÃa diez años, y quien ahora cuenta esta historia tiene treinta y tres. Esta arbitrariedad de la memoria fue mi primer punto en común con los trascendis.
Lando enfrentaba un dilema. Y a pesar de su intrÃnseca cobardÃa (que lo llevó a dilatar una decisión por dos o tres años) se las habÃa ingeniado para encontrar un camino de salida. No era un asunto sencillo. Para entenderlo tuve que remontarme veintidós años hacia el pasado y pedir explicaciones sobre ese secreto que la milicia y los tracs se empecinaban en guardar.
Decidà entrevistar a mi propio hermano. Es decir, a mi primo. Lando. Yo buscaba certezas que me permitieran conocer la verdad sobre Trascendencia. No me sentÃa cómodo interrogando a mi jefe, pero Lando me habÃa llamado para eso.
<No, no estamos encerrados contra nuestra voluntad. ¿Me dejás que te explique?>
Caminemos, Tony. Asà podemos dejar atrás las estelas por un rato. Para mà es más difÃcil, pero ya estoy acostumbrado.
SÃ, gracias dije yo, consciente de que tenÃa que entrenarme en el arte de ignorar las sensaciones que me producÃa la bruma eventual. Necesito que me aclares algo: ¿derribamos o no derribamos una nave en Primer Epicentro?
El incendio y el terremoto se produjeron porque cayó una nave epic. Al principio creÃmos que era un ataque, pero ahora los fÃsicos de Primer Epicentro tienen otras teorÃas.
Que en términos profanos son…
Un intrÃngulis con el tiempo. ¿Fumás?
SÃ, pero no mientras camino.
Lando sacó un cigarrillo, lo encendió y guardó la cajetilla.
Hasta donde sabemos dijo con la primera bocanada de humo, los epics vinieron del espacio exterior. Sus naves se movieron a una velocidad fabulosa durante el combate, prácticamente sin sufrir fuerzas inerciales ni gravitatorias.
SÃ, eran escurridizos los desgraciados.
Las armas convencionales no pudieron acertarles un solo tiro. Las teledirigidas funcionaron mejor, incluso algunas dieron en el blanco, pero tampoco les hicieron daño.
Me acuerdo de eso. Era como si los proyectiles perdieran fuerza después de acertarles.
Precisamente. Después de esas escaramuzas, simplemente se borraron. Suponemos, a falta de otras evidencias, que se movieron por el espacio hacia el centro galáctico, o se escondieron detrás de algún planeta. En todo caso no están al alcance de nuestros radares y telescopios.
¿Nadie los vio?
Desaparecieron contestó Lando. Pero para desaparecer asà tuvieron que moverse a una velocidad muy grande. TenÃan que superar la velocidad de la luz.
Yo creÃa que eso era imposible.
Esimposible. Por eso los fÃsicos pensaron que los tipos tenÃan algún mecanismo para manipular el espacio-tiempo. Hay un montón de teorÃas sobre ese tema.
Resultaba extraño escuchar a mi primo dándome cátedra. Siempre pensé en él como en un soldado tÃpico. Sus vacilaciones y la voz engolada probaban que esa actitud era artificial. Noté que el pueblo lo condicionaba. Ese discurso ordenadito le ayudaba a sentirse seguro sobre quién (o qué) era.
¿Qué tiene que ver eso con Primer Epicentro? pregunté.
Cuando terminó la Guerra, los tridis analizaron el incidente según un esquema de tiempo lineal. Primero llegaron los epics, después cayó la nave en Primer Epicentro o la derribamos nosotros, y después se fueron. Pero a medida que los tracs nos metÃamos en la investigación, empezamos a sospechar que la interpretación tenÃa que ser otra. Una interpretación no lineal.
Estoy tratando de seguirte, no creas que no…
Te la hago fácil. Esa cosa cayó y los epics venÃan siguiéndola para evitar un desastre. Pero al llegar se encontraron con nuestra agresión. Ellos se defendieron, claro. Pero deben haber considerado que su intervención nos iba a dañar aún más, asà que se fueron dejándonos el regalito.
Pero eso no es lo que pasó. Ellos atacaron primero.
Es lo que nosotros vimos. Pero si lo vemos desde el marco temporal de ellos, no. Es una teorÃa que tiene cada vez más adeptos en el centro de investigación.
¿Hay fÃsicos tracs en Primer Epicentro?
SÃ, claro.
Lando terminó el cigarrillo y lo apagó con la bota. Se tomó su tiempo. Poco a poco sus estelas nos alcanzaron.
<Por eso los fÃsicos pensaron que los tipos tenÃan algún mecanismo para manipular el espacio-tiempo. Hay un montón de teorÃas sobre ese tema.>
Cuando los militares empezaron a repasar la situación continuó Lando, se dieron cuenta de que le habÃan acertado a una nave que no podÃan detectar. Cuando buscaron al héroe que habÃa dado en el blanco, nadie quiso hacerse cargo de esa hazaña, ni tampoco habÃa registro del impacto. Eso apoya la teorÃa de que la nave cayó sin nuestra intervención.
¡Mierda!
Y eso también explica nuestra condición de trascendis.
¿Cómo es eso?
El motor que impulsaba esa nave podÃa manejar el espacio-tiempo. ¿Se entiende? Los tripulantes de la nave, si los habÃa, tenÃan que actuar en ese espacio-tiempo distorsionado. Es posible que ellos también estuviesen distorsionados.
¿Distorsionados cómo?
AsÃ, como yo. Cuando la nave chocó en Primer Epicentro, esa distorsión que traÃa alcanzó a todos en un radio de diez kilómetros a la redonda. Los habitantes de Redención empezaron a desdoblarse en estelas.
Tragué saliva, conmocionado. Lando siguió caminando en silencio y tuve que apurarme para no perderle el paso.
Recuerdo que los diarios hablaban de una epidemia cerebral o algo asà dije cuando lo alcancé.
Ese desdoblamiento en estelas vuelve loco a cualquiera. Rolando alzó la vista y miró en derredor, como si ese pasado estuviera todavÃa ahÃ. Porque no es solamente la apariencia: toda la conciencia empieza a desdoblarse. Es terrible al principio.
Noté que cuando Lando hablaba de las estelas no se referÃa a los hologramas ni a los ecos que tanto me molestaban. Tal vez era como me habÃa resumido Eduardo: eran ellos, pero en otro tiempo.
Y si no sabés lo que te pasa siguió Lando, el pasaje de tridi a trascendi es un infierno.
Ya me vas a contar dije para evitarle el mal trago. Después llegaron los militares.
SÃ. Dijeron que habÃa una epidemia, lo cual no era del todo errado, y cercaron el pueblo. Asà estamos desde entonces. Pero si no lo abrieron hasta ahora fue por mutuo acuerdo.
Lando se detuvo una vez más y saludó a una mujer que pasaba de la mano de sus dos hijos.
Clara los puede cuidar dijo. La mujer asintió y siguió su camino.
¿A qué viene eso? pregunté.
Ayer me hizo una pregunta y se la estoy respondiendo.
Buena memoria.
No, Tony. Estamos ahÃ, en la puerta de la comisarÃa, charlando. Acaba de hacerme esa pregunta. Ahora sé la respuesta, eso es todo.
Me quedé pensando y Lando aprovechó para encender un segundo cigarrillo.
Tengo que dejar esta mierda.
¿El pueblo?
Los cigarrillos.
La pausa duró dos o tres minutos, y en ese tiempo dos de sus estelas se acoplaron al original. Oà el eco de las explicaciones que me habÃa dado.
<Cuando la nave chocó en Primer Epicentro, esa distorsión…>
<El motor que impulsaba esa nave podÃa manejar el espacio-tiempo. ¿Se entiende?>
TodavÃa está funcionando dijo Lando. Los fÃsicos que analizaron el proceso eran tridis, pero ya no lo son. Yo tampoco.
Dijiste que habÃas sido el primero.
El primer voluntario, sÃ. Lo de los fÃsicos fue un accidente. Pero gracias a esas transformaciones logramos avanzar en la investigación.
Un sacrificio en aras de la ciencia dije.
Algo asÃ.
<Clara los puede cuidar.>
SÃ, un sacrificio en aras de la ciencia repitió Lando con la mirada perdida en la dirección en que se habÃa ido la mujer.
<Ese desdoblamiento en estelas vuelve loco a cualquiera…Es terrible al principio.>
Lo primero que notamos dijo con esfuerzo, como si quisiera retomar las cosas desde donde las habÃa dejado y no lo consiguiera del todo es que la distribución de las estelas es parecida a la de las armónicas de una señal electromagnética. Nuestra conciencia se desdobla con cierta atenuación que es función de la distancia al eje de trascención…
No entiendo.
Somos muy conscientes de lo que pasa en un radio de diez o veinte horas, como si todo estuviera pasando al mismo tiempo. Percibir lo que pasa a dos dÃas de distancia es más difÃcil. Cuatro dÃas ya es conciencia periférica, hay que prestarle mucha atención.
Eso explicaba su dificultad para hilvanar el discurso. Como buen tridi, en aquel momento lo atribuà al cansancio: no habÃamos dormido casi nada. Pero en realidad eran las estelas, todas esas escenas diferentes que se agolpaban en su cabeza.
<Los habitantes de Redención empezaron a desdoblarse en estelas.>
Lo segundo que notamos siguió Lando se relaciona con nuestro eje de trascención. El eje es el punto cero desde donde las estelas se desdoblan hacia el pasado y hacia el futuro.
SÃ, sé lo que es un eje.
Ese eje coincide con el presente de los tridis. Pero, por lo que vimos del incidente en Primer Epicentro, los modelos matemáticos y demás, el eje podrÃa haber estado en cualquier otro tiempo. De hecho, hay una treintena de personas que todavÃa no pudimos encontrar. Ni siquiera los cuerpos. Creemos que están en otro eje de trascención hacia el futuro. La verdad es que el motor de la nave sigue ahÃ, asà que cabe esperar cualquier cosa.
¿Eso fue al final de la Guerra?
No, pasó mucho después. Yo ya era comisario de Trascendencia. Lando alzó los hombros en un gesto de impotencia. Desaparecieron todos al mismo tiempo, dejando casa, mujer, hijos, trabajo…
¡Mierda!
<Tengo que dejar esta mierda.>
Te comento todo esto para que te des una idea de nuestro dilema. Algunos tracs consideran que ya es tiempo de abrir el juego. De salir de Trascendencia. No tanto por ellos como por sus hijos, que ya tienen diez o doce años.
¿Y cuál es el dilema, Lando?
El dilema es si podemos hacerlo o no. Si podemos afrontar el riesgo de que otros se enteren. Lando bajó la cabeza. Más allá de que nos transformemos en una atracción turÃstica durante un tiempo, la verdad es que resulta muy difÃcil saber qué pasarÃa si la gente supiera todo esto y quisiera hacer la trascención masivamente. O qué pasarÃa si nos consideraran una amenaza. Nosotros, los tracs, no estamos en condiciones de ver todo el panorama.
¿Y por qué yo?
Primero vos, después serán otros. Te elegà porque sos periodista. Se supone que podés analizar las cosas desde la perspectiva de la gente. Y además yo sé que no vas a hacer nada que me haga daño: sos mi hermano.
¿Asà de fácil? ¿Y cómo convenciste a los militares?
En realidad, están hasta las pelotas de nosotros. Ni siquiera pueden usarnos como arma secreta. Tenemos ciertos problemas… psicológicos, ya los irás viendo. Cuando les ofrecà un plan, una posible salida, aceptaron sin vacilar. Y los demás tracs también.
Dijo algo más, pero en voz tan baja que no le entendÃ. Alguien se acercaba y evidentemente Lando no querÃa que oyera nuestra conversación.
Ahora la seguimos dijo, y se fue a atender al trascendi.
Estuve en vilo durante un minuto, hasta que la estela de Lando llegó a mi posición.
<Cuando les ofrecà un plan, una posible salida, aceptaron sin vacilar. Y los demás tracs también… Vos sos la parte principal de mi plan.>
Y yo que creÃa que me habÃa llamado porque me extrañaba.
Axxón 263 – febrero de 2015
Cuento de autor latinoamericano (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Tiempo alterado : Argentina : Argentino).
[…] Concretamente, al cuento “Demasiado tiempo”, que luego originarÃa la novela corta “La ruta a Trascendencia”, ganadora en 2002 el premio a novela corta de ciencia-ficción de la Universidad Politécnica de […]